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Se trata de un debate entre Foucault y unos maoístas, llevado a cabo en 1972, en torno
a los actos o prácticas de justicia popular.
Para fundamentar ello, Foucault revisa la historia del aparato de Estado judicial.
En la Edad Media, se habría pasado de un tribunal arbitral sumamente flexible y poco
centralizado (al que se tenía recurso por compromiso o consentimiento mutuo, para
poner fin a un litigio o a una guerra privada, y que no era de ningún modo un
organismo permanente de poder) a un conjunto de instituciones estables, permanentes
y específicas, que intervienen de modo autoritario y que se hallan bajo el control del
poder político. Esta transformación habría tenido lugar apoyándose en dos procesos.
1
El capital, lib. I, sec. VII, cap. XXIV “La llamada acumulación originaria”, t. I, vol. 3, pp. 891-954.
cultiva su propia tierra, o el artesano, que fabrica con sus propias herramientas).2 Por
tanto, esta nueva libertad, inédita hasta entonces, resultado de aquel violento despojo
primitivo, de aquella expropiación originaria, del “robo perpetrado contra las tierras
del pueblo”, del “robo sistemático perpetrado contra la propiedad comunal”, obligaría
a las masas proletarizadas a trabajar para otro e ingresar violentamente al mercado
del trabajo asalariado como la oferta necesaria al servicio del naciente capital. Ahora
bien, este proceso de expulsión de la población rural de sus tierras mediante la
expropiación violenta conllevó a su vez, debido a la súbita y forzada transformación
de sus viejas condiciones de vida, la producción en masa de mendigos, ladrones,
vagabundos, indigentes, pordioseros, gandules, truhanes, es decir, de masas
resistentes a ingresar al moderno sistema de trabajo asalariado. Por este motivo, el
proceso histórico de la producción capitalista estuvo acompañado, desde fines del
siglo XV y durante todo el siglo XVI, de una “sanguinaria”, “grotesca” y “terrorista”
oleada legislativa, en toda la Europa occidental, que tenía como fin la criminalización
y el disciplinamiento de los que se resistían al trabajo, y como corolario la flagelación,
el encarcelamiento, la ejecución, la esclavización o el envío a galeras de los mismos.3
El disciplinamiento y docilización de esta plebe no proletarizada mediante el
dispositivo jurídico-policial fue el movimiento necesario para su ingreso masivo al
naciente sistema de trabajo asalariado bajo la forma de manufacturas y talleres
protoindustriales y su metamorfosis en “clase obrera”, en la clase de los “trabajadores
libres”, y para la posterior naturalización de estas nuevas condiciones de existencia.4
Sería precisamente por ello que los actos de justicia popular son profundamente
antijudiciales, luchan contra el aparato judicial, se opondrían al sistema complejo
justicia-policía-prisión del aparato penal (como dispositivo antisedicioso y
contrainsurreccional) y a su expresión fundamental o forma ejemplar, visible o
simbólica de esta justicia (el tribunal): porque se reconoce en la instancia judicial del
tribunal un aparato de Estado que representa al poder público y que es instrumento del
poder de clase. En las grandes sediciones y revueltas populares campesinas y urbanas,
desde el siglo XIV en adelante, se reconoce como enemigos y se atacan a los agentes
de justicia, al igual que a los agentes de fiscalidad, y de un modo general, a los
agentes del poder: se abren las prisiones, se expulsa a los jueces y se cierran los
tribunales.
Por tanto, en los actos de justicia popular no hay tres elementos (como sí los hay
en el aparato de Estado judicial: dos litigantes y un tribunal), sino sólo las masas y sus
enemigos. Las masas, cuando reconocen en alguien a un enemigo, cuando deciden
ejercer un acto de justicia popular contra él, no se refieren a una idea universal
abstracta de justicia (como la que opera en la ideología burguesa), sino que se refieren
solamente a su propia experiencia, a las lesiones que han sufrido, al modo cómo han
sido perjudicadas, cómo han sido oprimidas; y su decisión no es una decisión de
autoridad, es decir, no se apoyan en un aparato burocrático de Estado que tiene la
capacidad de hacer valer sus decisiones, sino que las ejecutan pura y simplemente a
partir de sus propias instancias de reflexión y elucidación política a partir de las cuales
dichas acciones puedan inscribirse en una determinada estrategia de lucha de conjunto
elaborada en común por las masas mismas.
Foucault, p. 63.
Por el contrario, siempre son las clases dominantes las que coaccionan la sedición
popular instaurando un tribunal y haciendo reaparecer lo judicial.
Foucault, p. 52.