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Notas sobre la justicia popular

Se trata de un debate entre Foucault y unos maoístas, llevado a cabo en 1972, en torno
a los actos o prácticas de justicia popular.

Un acto de justicia popular sería un acto o práctica de lucha, de combate, de


guerra, estratégicamente útil y políticamente necesario, ejecutado por el pueblo o las
masas contra sus enemigos: las clases opresoras, como respuesta singular a un
perjuicio concreto.

Sintéticamente, los maoístas pensarían los actos de justicia popular a partir de la


forma ritual de un tribunal popular, es decir, como la organización de la escena de un
tribunal: jueces detrás de una mesa (con presidentes, asesores, etc.), representando un
arbitraje ideal, una instancia neutra, fuera de juego, intermedia y mediadora, e
impuesta por vía autoritaria, entre dos adversarios o litigantes: el pueblo o la masa que
“clama venganza” y sus enemigos, sus opresores, los acusados; instancia susceptible
de establecer o deliberar, por un juicio o decisión con poder ejecutivo, si los acusados
son “culpables” o “inocentes” mediante sumarios e interrogatorios a ambas partes
para obtener la “confesión” y establecer la “verdad” (en función de una cierta norma
de verdad y de un cierto número de ideas, formas y reglas universales de justicia a
partir de las cuales poder discernir sobre lo justo y lo injusto).

Foucault, por su parte, sostendría por hipótesis que el tribunal no sería ni la


expresión natural de la justicia popular ni una forma de ella, sino que más bien tendría
por función histórica oponerse a ella, desarmarla en su lucha real, dominarla,
yugularla, deformarla recuperándola, reinscribiéndola en el interior de las
instituciones características del aparato de Estado y haciendo reaparecer nuevamente
una opresión judicial de clase a través de la referencia a la ideología de la clase
dominante.

Para fundamentar ello, Foucault revisa la historia del aparato de Estado judicial.
En la Edad Media, se habría pasado de un tribunal arbitral sumamente flexible y poco
centralizado (al que se tenía recurso por compromiso o consentimiento mutuo, para
poner fin a un litigio o a una guerra privada, y que no era de ningún modo un
organismo permanente de poder) a un conjunto de instituciones estables, permanentes
y específicas, que intervienen de modo autoritario y que se hallan bajo el control del
poder político. Esta transformación habría tenido lugar apoyándose en dos procesos.

El primero fue la fiscalización de la justicia: antiguamente, la justicia era un


derecho, que se traducía en el derecho, por parte del afectado, a pedir justicia; ahora,
el poder político obtendrá beneficios económicos por hacer justicia (mediante las
multas, las confiscaciones, los embargos, etc.), traducidos en ingresos, bienes,
propiedades, en fin, en riqueza del Estado. Con la fiscalización de la justicia, es decir,
con la imposición de una justicia controlada por el poder político en la que el poder
político mismo es juez y fiscal, la justicia se convierte, más que en un derecho del
afectado o justiciable, en derecho lucrativo del poder político (mediante la extracción
fiscal), y en una obligación económicamente costosa a quienes se subordinaran a él.

El segundo fue la creación creciente de un lazo de apoyo que uniese a la justicia


con las fuerzas armadas. Así, cuando en el siglo XIV la feudalidad tuvo que hacer
frente a las grandes revueltas campesinas y urbanas, buscó apoyo en un ejército, en
una fiscalidad centralizada, en un naciente Parlamento, en una legislación contra los
vagabundos, ociosos y mendigos (frutos del proceso de expropiación y violencia
originaria), en los primeros rudimentos de una policía, en una justicia centralizada: en
fin, se dio paso al embrión de un aparato de Estado judicial.
Aparecería, de este modo, todo un orden judicial que se presentaba como
expresión punitivo-penal del poder político: como árbitro neutro y autoritario
encargado de asegurar el orden público. Sería, por tanto, sobre este fondo de guerra
social (aplacamiento de las revueltas populares, lucha antisediciosa, dispositivo de
contrainsurrección), de extracción fiscal (expropiación lucrativa de riquezas y
creación de un tesoro nacional) y de concentración de fuerzas armadas (creación del
ejército permanente y de los primeros rudimentos de una policía urbana) sobre el que
se estableció el aparato judicial.

Foucault, p. 50. Marx, parágrafo 4 y p. 305.

Parágrafo 4: Al trazar la genealogía del proceso histórico de emergencia del trabajo


capitalista, Marx devela la brutalidad de sus inicios.1 En efecto, el acta de nacimiento
del proletariado moderno tiene lugar en el proceso histórico de súbita escisión, de
violenta separación de las grandes masas rurales populares de productores directos
(e.d., de campesinos) de la propiedad de sus condiciones y medios de producción y
subsistencia (e.d., de sus tierras), proceso que se habría llevado a cabo
fundamentalmente entre los siglos XIV y XVI, y que habría operado como la
condición de posibilidad del surgimiento del proceso capitalista de trabajo y del
posterior modo de producción específicamente capitalista. Este proceso de
proletarización, es decir, de transformación de los productores directos en
trabajadores asalariados, de producción serial de “proletarios totalmente libres”, es a
su vez un proceso de desfeudalización, es decir, de disolución o supresión de los lazos
políticos que posibilitaban la dominación político-patriarcal de los siervos de la gleba
por parte de los señores feudales. La “libertad” de la que gozarían los modernos
trabajadores libres, frutos del proceso mencionado, consistiría tanto en estar liberados
de la condición de ser propiedad de otro (como lo son, por ejemplo, el esclavo o el
siervo), como en estar liberados o, más bien, desembarazados, despojados de todo
medio de producción propio (como no lo estarían, por ejemplo, el campesino, que

1
El capital, lib. I, sec. VII, cap. XXIV “La llamada acumulación originaria”, t. I, vol. 3, pp. 891-954.
cultiva su propia tierra, o el artesano, que fabrica con sus propias herramientas).2 Por
tanto, esta nueva libertad, inédita hasta entonces, resultado de aquel violento despojo
primitivo, de aquella expropiación originaria, del “robo perpetrado contra las tierras
del pueblo”, del “robo sistemático perpetrado contra la propiedad comunal”, obligaría
a las masas proletarizadas a trabajar para otro e ingresar violentamente al mercado
del trabajo asalariado como la oferta necesaria al servicio del naciente capital. Ahora
bien, este proceso de expulsión de la población rural de sus tierras mediante la
expropiación violenta conllevó a su vez, debido a la súbita y forzada transformación
de sus viejas condiciones de vida, la producción en masa de mendigos, ladrones,
vagabundos, indigentes, pordioseros, gandules, truhanes, es decir, de masas
resistentes a ingresar al moderno sistema de trabajo asalariado. Por este motivo, el
proceso histórico de la producción capitalista estuvo acompañado, desde fines del
siglo XV y durante todo el siglo XVI, de una “sanguinaria”, “grotesca” y “terrorista”
oleada legislativa, en toda la Europa occidental, que tenía como fin la criminalización
y el disciplinamiento de los que se resistían al trabajo, y como corolario la flagelación,
el encarcelamiento, la ejecución, la esclavización o el envío a galeras de los mismos.3
El disciplinamiento y docilización de esta plebe no proletarizada mediante el
dispositivo jurídico-policial fue el movimiento necesario para su ingreso masivo al
naciente sistema de trabajo asalariado bajo la forma de manufacturas y talleres
protoindustriales y su metamorfosis en “clase obrera”, en la clase de los “trabajadores
libres”, y para la posterior naturalización de estas nuevas condiciones de existencia.4

De este modo, el sistema complejo justicia-policía-prisión en que consistiría el


moderno aparato penal, aparecería como un dispositivo antisedicioso y
contrainsureccional que opera fundamentalmente enfrentando a la plebe proletarizada
(clase obrera) y a la plebe no proletarizada (lumpen), es decir, introduciendo
contradicciones en el seno del pueblo que no cesan de seguir afianzándose cada día
más, bajo múltiples formas. Esta contradicción operaría como un medio inmunitario
de protección del sistema capitalista, como un mecanismo de defensa y prevención de
las sediciones, del pueblo armado, de los obreros en la calle, de los motines, etc., en la
medida en que se reconocía a la plebe no proletarizada como el elemento fundamental
de estos últimos procesos. Entre los medios o procedimientos de los que se ha servido
históricamente la burguesía para separar y oponer a la plebe proletarizada y a la no
proletarizada estaba el ejército, la policía, gendarmería, etc. (extracción de ciertos
elementos de la plebe y constitución de una “clase” que no forma parte
ideológicamente de la clase obrera, a la que llegado el caso, y como no se identifica
2
Ibíd., pp. 892-893.
3
Cf. Ibíd., p. 918.
4
“En el transcurso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que, por educación,
tradición y hábito reconoce las exigencias de ese modo de producción como leyes naturales, evidentes
por sí mismas. La organización del proceso capitalista de producción desarrollado quebranta toda
resistencia...”. Ibíd., p. 922.
con ella, puede y tiene que aplastar, castigar, controlar), la colonización (extracción de
ciertos elementos de la plebe y constitución de una “raza” [hoy, eufemísticamente,
diríamos etnia] que no forma parte ideológicamente de la raza colonizada, que no
puede generar alianzas con ella y que la considera enemiga; ejemplo
chilenos-mapuche), la prisión (extracción de ciertos elementos de la plebe y
constitución de una “cultura” y una “moral” mediante la escolarización y la cultura de
masas que opera como barrera ideológica entre los buenos ciudadanos y todo lo que
entra, sale o gira alrededor de la prisión, y no sólo de ella: el crimen, el robo, la huelga,
el ocio, la revuelta, la infancia no escolarizada, el no pago de los tributos, la
homosexualidad, etc.). A partir de todos estos elementos, el proletariado, la clase
obrera, pactaría con la ideología burguesa. De este modo, la justicia penal habría sido,
desde sus inicios, un instrumento táctico de la burguesía naciente que resultó crucial
para la introducción y multiplicación en el seno de las masas de contradicciones,
oposiciones y divisiones sobre la base de ciertas ideas que concernían a lo justo y lo
injusto, la propiedad y el robo, la criminalidad y el trabajo, etc. Así, el sistema
complejo justicia-policía-prisión del aparato penal de justicia, y su expresión
fundamental o ejemplar, el tribunal, tiene un papel constitutivo en las divisiones de la
sociedad actual.

Sería precisamente por ello que los actos de justicia popular son profundamente
antijudiciales, luchan contra el aparato judicial, se opondrían al sistema complejo
justicia-policía-prisión del aparato penal (como dispositivo antisedicioso y
contrainsurreccional) y a su expresión fundamental o forma ejemplar, visible o
simbólica de esta justicia (el tribunal): porque se reconoce en la instancia judicial del
tribunal un aparato de Estado que representa al poder público y que es instrumento del
poder de clase. En las grandes sediciones y revueltas populares campesinas y urbanas,
desde el siglo XIV en adelante, se reconoce como enemigos y se atacan a los agentes
de justicia, al igual que a los agentes de fiscalidad, y de un modo general, a los
agentes del poder: se abren las prisiones, se expulsa a los jueces y se cierran los
tribunales.

Por tanto, en los actos de justicia popular no hay tres elementos (como sí los hay
en el aparato de Estado judicial: dos litigantes y un tribunal), sino sólo las masas y sus
enemigos. Las masas, cuando reconocen en alguien a un enemigo, cuando deciden
ejercer un acto de justicia popular contra él, no se refieren a una idea universal
abstracta de justicia (como la que opera en la ideología burguesa), sino que se refieren
solamente a su propia experiencia, a las lesiones que han sufrido, al modo cómo han
sido perjudicadas, cómo han sido oprimidas; y su decisión no es una decisión de
autoridad, es decir, no se apoyan en un aparato burocrático de Estado que tiene la
capacidad de hacer valer sus decisiones, sino que las ejecutan pura y simplemente a
partir de sus propias instancias de reflexión y elucidación política a partir de las cuales
dichas acciones puedan inscribirse en una determinada estrategia de lucha de conjunto
elaborada en común por las masas mismas.
Foucault, p. 63.

La hipótesis de Foucault es que en las prácticas de justicia popular que tienen


lugar en las sediciones populares, se conservarían viejos ritos ancestrales que
pertenecerían a la justicia pre-judicial (es decir, previa la instauración de lo judicial, a
la subsunción de la justicia en un aparato de Estado judicial bajo la forma del tribunal),
como las ejecuciones, la destrucción, el incendio o el saqueo de las casas, la
exposición de las cabezas de los enemigos, etc., es decir, prácticas de justicia popular
que de ningún modo se reconocen en las instancias jurídicas bajo la forma del tribunal
y no cesan de escapar a ellas.

Por el contrario, siempre son las clases dominantes las que coaccionan la sedición
popular instaurando un tribunal y haciendo reaparecer lo judicial.

Foucault, p. 52.

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