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LA INTELIGENCIA HUMANA

(Tomado de: GARCÍA CUADRADO, José Ángel, ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA. Una


introducción a la Filosofía del Hombre. EUNSA, Pamplona, Julio 2001. Parte del Capítulo 5; GAY
BOCHACA, José. Curso de Filosofía, Rialp, Madrid, 2001. pp. 273-340)

1. Naturaleza y objeto de la inteligencia


Santo Tomás dice que «lo primero que el entendimiento capta en las cosas es el ente,
ya que una cosa es cognoscible en cuanto está en acto», por esto el objeto propio del
entendimiento es el ente.
Sin embargo, decir que lo primero que se conoce es el ente puede resultar extraño para una
persona que no esté acostumbrada a la filosofía. Pues bien, con la palabra ente designamos algo
que en el lenguaje vulgar llamamos con otra palabra. Ordinariamente nos preguntamos ante lo
desconocido: «¿qué es eso?»; a lo que contestamos: «es algo». Es decir, por una parte vemos
que todo lo que hay «es», y además es «algo». El «es» es lo que se denomina en filosofía «ser» y
el «algo» es lo que se denomina «esencia». Y la unidad de esos dos factores, denomina ente.

Ahora bien, véase que la noción de ente no es ningún sensible, es decir, no es captado por
ningún sentido externo o interno, sino que es un inteligible, es decir, el objeto de la inteligencia.
Por eso, no puede haber absolutamente nada que no sea objeto de la inteligencia, pues todo es
algo, es decir, es ente.
Una vez dicho que el ente es el objeto de la inteligencia, conviene matizar que el objeto
propio de la inteligencia humana unida al cuerpo es la naturaleza de los entes sensibles. Si no hay
conocimiento sensible, el conocimiento intelectual resulta mermado o imposibilitado y, además,
cuando hablamos del objeto propio queremos indicar que es el objeto captado directa e
inmediatamente y a partir del cual se conoce todo lo demás.

Estudiado el objeto de la inteligencia estamos en situación de conocer la naturaleza de la


facultad de entender. El acto de entender se produce sin intervención intrínseca del cuerpo,
aunque, como hemos visto, requiere una actividad sensorial y, por lo tanto, corpórea. Ahora bien,
el objeto del intelecto es un universal y, por lo tanto, el intelecto es completamente inmaterial o
independiente de la materia: carece de órgano corpóreo.

2. La apertura del hombre a la verdad


La persona humana se caracteriza por su peculiar apertura a la belleza, a la verdad y al bien. Por
eso, una de las posibles definiciones que se puede dar del hombre es la del «ser que busca la
verdad». En efecto, el hombre es capaz de adecuar su entendimiento a la realidad de las cosas;
es más, se trata de un requerimiento irrenunciable de la naturaleza humana y de cada hombre.
Así pues, el hombre necesita conocer la verdad y vivir de acuerdo a ella. Este conocimiento o
apertura a la realidad se lleva a cabo gracias a las facultades cognoscitivas, pero es la persona
entera la que conoce. Es preciso tener en cuenta que el camino de acceso a la verdad no es único;
al contrario, ésta es susceptible de ser alcanzada por diversas vías:
1) Conocimiento espontáneo. Gracias al conocimiento ordinario captamos una serie de verdades
de manera espontánea, incluso de orden metafísico (el principio de no-contradicción, de
causalidad, etc.), pero también acerca del yo personal y de Dios. Se trata de verdades que se
suelen denominar «de sentido común» porque provienen del común sentir de los hombres. Junto a
verdades evidentes, el conocimiento espontáneo proporciona también un saber no sistemático,

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poco preciso e imperfecto acerca de la realidad que reclama una profundización crítica, pero que
es muy necesario para conducirnos en la vida cotidiana.
2) Conocimiento científico-experimental. Como ya se apuntó antes, el conocimiento sensible tiene
por objeto el aspecto particular y sensible de las cosas materiales. Estos conocimientos sensibles
pueden ser controlados de manera metódica y programada, sirviéndose también de un
instrumental técnico que permite ir más allá de lo simplemente observado por los sentidos. Este
método de observación empírica es lo propio de las ciencias experimentales que buscan
corroborar con la experimentación las hipótesis y conjeturas científicas.
3) Conocimiento intelectual. El conocimiento intelectual es el específico del hombre, que tiene
por objeto lo esencial y universal de las cosas: es decir, es capaz de trascender lo presentado por
la experiencia sensible. En este sentido se habla del «alcance metafísico» de nuestro
pensamiento, puesto que va más allá de los fenómenos sensibles. En efecto, mediante la
inteligencia formamos ideas (o conceptos), juicios y razonamientos, gracias a los cuales el hombre
accede a la verdad esencial de la realidad. Los animales irracionales poseen únicamente
conocimiento sensible, mientras que el hombre por su racionalidad asume y eleva el conocimiento
sensitivo dirigiendo su conducta más allá de lo percibido sensiblemente. La racionalidad impregna
todo el ser del hombre: las tendencias sensibles, las pasiones y la voluntad. Por la racionalidad, el
hombre es libre y es capaz de amar y relacionarse con otros hombres.

4) Conocimiento por el testimonio. Mediante el testimonio cada uno conoce entrando en una
relación personal con otro sujeto. El testimonio es verdadero conocimiento que alcanza los grados
más altos de comunicación interpersonal, y supone un acto de libertad, puesto que se asiente al
testimonio de otra persona gracias al abandono confiado a la otra persona, es decir, a la creencia
y no a evidencia . La creencia constituye la base antropológica que sirve para comprender en
profundidad la naturaleza del acto de fe sobrenatural. Pero además, se trata de una experiencia
cotidiana sin la cual no podríamos vivir: de hecho, en la vida de un hombre las verdades
simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación
personal. Para comprender la importancia de este conocimiento piénsese, por ejemplo, en la tarea
educativa, donde la confianza mutua hace posible el enriquecimiento del educando.

5) Conocimiento afectivo. «El conocimiento afectivo es una forma de aprehensión de la realidad


de manera experimental, intuitiva e impregnada de datos afectivos, que precede y acompaña a los
actos de la razón ya los actos de la voluntad». Con esta expresión se está indicando tan sólo la
influencia de los afectos en el conocimiento, pero no se está proponiendo la existencia de una
potencia afectiva que tenga funciones cognoscitivas en sentido estricto. (…) Principalmente este
tipo de conocimiento acontece en el ámbito de las acciones morales: por ejemplo, la persona justa
sabe reconocer de manera «natural» el bien justo que debe ser realizado, sin necesidad de
realizar un razonamiento excesivamente complejo.

3. Operaciones de la inteligencia
Tres son las operaciones de la inteligencia: la simple aprehensión, el juicio y el raciocinio.
a) La simple aprehensión. La simple aprehensión es la primera operación de la mente, por
la cual captamos la esencia, a la que llamábamos concepto en lógica. Ahora bien, en esa primera
captación no llegamos a alcanzar la verdad de las cosas. Esta se alcanzará mediante una pluralidad
de operaciones y, más concretamente, en el juicio.
La simple aprehensión se produce por una actividad sobre las representaciones de la
imaginación y de la cogitativa, que ilumina o pone de manifiesto lo «inteligible» que hay en estas
representaciones. Esa actividad iluminativa se denomina abstracción y se efectúa por una
potencia a la que llamamos intelecto agente.

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Más concretamente, el objeto externo es captado por los sentidos exteriores, y su
representación es unificada por el sentido común y termina ese proceso en una percepción que
corre a cargo de la imaginación, la cogitativa y la memoria.
Esta representación de la realidad, al ser concreta y material, no puede afectar al
entendimiento, que es una potencia inorgánica. Por tanto, la representación obtenida no posee las
condiciones de la materia, pero es la misma representación de la realidad externa. Las
representaciones de la realidad iluminadas por el intelecto agente son impresas en el intelecto
paciente.

Una vez que la representación inteligible ha sido actualizada por el intelecto agente y ha
informado al intelecto paciente, éste puede pasar al acto de entender. Este acto de entender es
una etapa activa o expresiva, que pasa de tener la representación en hábito o acto primero al
acto segundo, que es el de entender, y es ahí donde el entendimiento en acto es lo entendido en
acto. Así pues, al término del acto de entender se le conoce por los nombres de concepto, idea o
especie expresa.
No obstante, si lo que conociéramos fuera lo puramente abstracto no conoceríamos el
singular concreto, que es lo que queremos conocer. Entonces, ¿cómo conocemos lo singular? El
intelecto no puede conocer primaria y directamente las cosas materiales singulares, pues lo
material no es inteligible. Por eso, el entendimiento conoce desmaterializando. Sin embargo,
indirectamente y como por una cierta reflexión se puede conocer lo singular. Es decir, hay un
movimiento que va de lo sensible al intelecto y una reflexión por la cual va del intelecto al
fantasma o imagen del cual se abstrajo la especie universal, y así se obtiene el conocimiento de lo
singular.
b) El juicio. La operación de juzgar. Por ser imperfecto el entendimiento humano, necesita
de diversos actos para conocer un ente. El intelecto unifica las diversas aprehensiones y procede
componiendo y dividiendo. Por lo tanto, no adquiere súbitamente el conocimiento perfecto, sino
que conoce en primer lugar la esencia y luego las propiedades, accidentes y relaciones propias de
la esencia. La composición y división son propias del juicio, y la unión o separación de un juicio con
otros conforma el raciocinio.

En la simple aprehensión se capta un aspecto «indivisible» del ente (aunque sea una parte o
un aspecto general), y en los primeros juicios se «componen» los elementos indivisibles conforme
a la realidad. En la composición del juicio, la mente capta la unidad de los elementos compuestos
en una sola intelección original. Sin embargo, la captación de lo compuesto no es una suma de
simples aprehensiones, sino que se trata de un acto compuesto pero indivisible y uno. Los
elementos del juicio forman un todo inteligible, que se capta como el trascendental unum.

Juicio y verdad. En la simple aprehensión, igual que en el conocimiento sensible, hay siempre
verdad en cuanto que el que conoce se conforma con lo real. Por eso, no cabe el error: o se capta
una verdad o no se capta.

La posibilidad del error surge cuando el intelecto relaciona un elemento simple con otro; es
decir, cuando establece una relación real en la composición o división, esto es, en el juicio. Por
eso, todo juicio es verdadero o falso.

Podemos definir la verdad como «conformidad entre el entendimiento y lo real»; pero una
cosa es conformarse a lo real y otra «conocer» esta conformidad. Este acto de conocer la
conformidad es precisamente conocer la verdad, y es un acto reflexivo.
c) El raciocinio. El raciocinio es el modo en que un intelecto imperfecto, como el intelecto
humano, puede aumentar progresivamente su saber.
Después de la simple aprehensión y del juicio, todavía cabe, o se requiere, una mayor
integración de actos intelectuales, en orden al perfeccionamiento y al aumento del conocer. Y a

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esa conexión del juicio es a lo que llamamos raciocinio, razonamiento o proceso discursivo de la
razón.
Ahora cabe plantearse si hace falta una nueva facultad para el raciocinio. Pues bien, el
proceso del raciocinio lo realiza la misma facultad que aprehende y juzga, es decir, el intelecto
paciente o simplemente intelecto.
Sin embargo, el proceso discursivo se lleva a cabo de un modo discontinuo, es decir, según
las fases de comprender-indagar-comprender; por eso, la facultad que razona (la que averigua o
indaga) es la misma que juzga y aprehende, porque comprender es la perfección del averiguar. Por
eso, dice santo Tomás que el entendimiento y la razón son en el hombre una misma potencia.
El intelecto humano no es capaz de poseer o conocer todas las cosas de una vez, y por ello
es por lo que existe la razón. La razón existe por defecto de la inteligencia.

4. Características del pensamiento


a) Infinitud. El pensamiento es infinito en un doble sentido: 1) no está abierto a un número
o a una zona determinada de seres, sino a todos: tiene una máxima apertura; el alcance del
pensamiento es toda la realidad; 2) no hay un pensamiento último después del cual ya no se pueda
pensar nada.
b) Alteridad. El hombre (A) puede captar la realidad (B), no sólo con relación a su estado
orgánico, como hace el animal, sino en sí misma, como cosa que está ahí, independiente de él, como
algo otro, en su alteridad.
c) Mundanidad. El conocimiento intelectual nos abre un mundo o conjunto de objetos que
están a nuestro alrededor, y que son nuestro mundo circundante, que puede contener infinitos o
innumerables objetos.
d) Reflexividad. Condición de mi captación de un mundo es la captación de un centro
receptor de ese mundo, gracias al cual se puede hablar de horizonte, objetos, etc.
e) Inmaterialidad, unión con la sensibilidad y universalidad. Estas características del
pensamiento están ya estudiadas en apartados anteriores.

5. La espiritualidad de la inteligencia humana


5.1. La relativa independencia respecto a la sensibilidad

Cuando tratamos del conocimiento sensible mencionamos que una de las características esenciales
del mismo era su dependencia con respecto a la experiencia sensiblemente captada por los
órganos correspondientes. Para conocer al nivel sensible el sujeto necesita del cuerpo, de tal
manera que la lesión de algunos de los órganos correspondientes anula la actividad perceptiva. De
tal manera que la lesión del ojo impide la visión, o la lesión de la zona cerebral correspondiente a
la memoria provoca la pérdida de la capacidad de recordar (como sucede en las amnesias). Es fácil
comprobar entonces que la dependencia de las operaciones cognoscitivas sensibles con respecto
al cuerpo es total. (…)

Una vez obtenidos los conceptos por abstracción, el pensamiento elabora juicios y razonamientos.
Además, el pensamiento no funciona «solo» o «aislado», sino que vuelve a la sensibilidad para
referir los pensamientos, que se refieren a aspectos comunes o universales de las cosas, a las
cosas mismas ya los objetos singulares: «este perro es blanco» es un juicio referido aun objeto
singular que tengo delante.
Este proceder «de» y «volver a» la sensibilidad es una característica central de nuestra
inteligencia: «la facultad de pensar piensa las formas en las imágenes». De hecho, es imposible

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por eso separar la actividad de la sensibilidad y del entendimiento: ambas son simultáneas y se
acompañan la una a la otra.
Esto puede llevar a pensar que sentir o percibir es lo mismo que pensar . Sin embargo, aunque se
dan a la vez, se distinguen, puesto que sentimos el frío y también sabemos qué es el frío aunque
no lo estemos sintiendo ahora. De manera análoga, tenemos la imagen del círculo tomada de la
sensibilidad, y también sabemos qué es un poliedro de infinitos lados, aunque no tengamos ninguna
imagen del mismo. La inteligencia humana es relativamente independiente de los sentidos y de la
situación orgánica del sujeto. Esto se explica porque a pesar de que el entender necesita de las
imágenes sensibles es preciso añadir que entender o pensar es, en sí misma, una actividad
intemporal, porque no depende intrínsecamente de la situación espacio-temporal. «Yo puedo
decir: en tal sitio, en tal día y a tal hora yo comprendí el teorema de Bernoulli. Pero el tal
teorema no tiene nada que ver con aquel lugar y aquel momento; y mi comprensión del teorema
tampoco. Por ejemplo, no tendría sentido decir que yo comprendo el teorema los días pares, pero
no los impares; o en esta orilla del río Sadar, pero no en aquélla». Es decir, una vez obtenidas las
imágenes sensibles por los sentidos corporales, las operaciones intelectuales no dependen de la
situación orgánica del sujeto, ni del espacio, ni del tiempo. Obsérvese que esta propiedad no se da
en el conocimiento sensible. Yo siento el frío en mi cuerpo aquí y ahora, en contacto con la
realidad sensible que está fría. Es decir, yo puedo comprender intelectualmente qué es el frío sin
estar ahora sintiendo frío; sin embargo yo no puedo «sentir» el frío si ahora (aquí y ahora) no
siento el frío.

5.2. Mente y cerebro

De todo lo dicho hasta el momento se concluye que el pensamiento no está ligado intrínsecamente
a la sensibilidad y es relativamente independiente de este.
Esto es lo que define la espiritualidad: la no dependencia intrínseca de lo material. El pensamiento
humano se da en el cuerpo pero no depende intrínsecamente de él para realizar sus operaciones
específicas. La reducción del pensar a la actividad cerebral es la tesis materialista. (…)
5.3. La superación del materialismo

Las tesis materialistas sobre la identificación del pensar con la actividad cerebral pueden ser
rebatidas, además de lo dicho hasta ahora, por algunos hechos de experiencia que muestran la
trascendencia de la inteligencia humana.
a) El sujeto cognoscente se descubre a sí mismo conociendo y siendo el centro de referencia. El
sujeto inteligente, a la vez que percibe las cosas que le rodean, percibe su propia existencia: se
conoce a sí mismo como sujeto, como «yo». En otras palabras, el sujeto humano es autoconsciente
y autorreflexivo. La inteligencia es reflexiva porque permite advertimos y descubrimos a
nosotros mismos en medio de «nuestro mundo». Desde otra perspectiva se puede comprender
mejor esta característica del pensamiento. Anteriormente hemos dicho que el entendimiento es
en cierto sentido (intencionalmente) todas las cosas, porque todas las cosas que existen son
potencialmente objeto de la inteligencia. Pues bien, también el mismo acto de conocer puede
ponerse como objeto de conocimiento; incluso el sujeto que realiza el acto de conocer se puede
poner como objeto de conocimiento intelectual. A. esta capacidad de volverse sobre sí mismo
llamamos reflexividad. Esta reflexividad sobre el propio sujeto es la conciencia, y no se da en los
sentidos: por ejemplo, el ojo ve objetos coloreados, pero no puede ver su acto de ver, ni verse a
sí mismo. El hombre, a diferencia del animal (y; del ordenador), es autoconsciente.
b) La inteligencia es susceptible de crecimiento irrestricto porque siempre puede seguir
conociendo más y mejor. Ese crecimiento potencialmente ilimitado que permanece en la
inteligencia en forma de hábitos es imposible que se dé en una realidad exclusivamente material,
porque todo lo material es limitado en el espacio y en el tiempo.

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c) La inteligencia humana puede conocer ideas universales, cosas irreales (un centauro) y cosas
negativas (la nada). Así, por ejemplo, la inteligencia puede poseer a la vez la noción de «caliente»
y «frío», es decir, una propiedad y su contrario. Ninguna realidad material es universal, ni irreal,
ni negativa; la materia en sí misma ya está determinada a poseer una propiedad que excluye su
contrario (cuando sentimos el frío no sentimos a la vez lo caliente). Por eso la inteligencia no
puede reducirse a lo material.

6. El conocimiento como perfección vital

El vegetal vive las cosas sin sentirlas ni conocerlas; de tal manera que podemos decir que, si
no siente ni conoce, es como si no viviera: pero vive. Ahora bien, podemos decir que si se siente y
se conoce se vive mucho más.
Los vivientes corpóreos tienen un doble ser: uno material (por el cual el alma constituye un
cuerpo físico organizado, es decir, un organismo viviente) y otro inmaterial (por el cual el alma
constituye las facultades cognoscitivas y, además, se abre a otras realidades extrasubjetivas).
Podemos explicitar lo anterior diciendo que, según sea el ser material, cada cosa es sólo lo
que es (p. ej.: «la piedra es sólo piedra»), y según su ser inmaterial, además de ser lo que es, es en
cierto modo las demás cosas (p. ej.: «el hombre, además de ser hombre, al conocer el cenicero,
«es» cenicero»).

Conocer, para Aristóteles, es «poseer intencional o inmaterialmente una forma». Pero


forma no es lo que en el lenguaje vulgar suponemos como contorno o figura. Por forma
entendemos «el principio intrínseco de unidad y actividad» y «aquello por lo cual algo es lo que
es». Un cuerpo se pone rojo porque recibe la forma (accidental) («rojo». En ese sentido se dice
que un cuerpo es rojo porque posee materialmente la forma rojo. Ahora bien, si es un animal, la
vista no necesita ponerse roja para captar el rojo. Por eso, el color rojo no está en la sensibilidad
del mismo modo que en un cuerpo, es decir, posee el rojo pero sin enrojecer, y a este modo de
poseer la sensibilidad del rojo se le llama posesión intencional o inmaterial del color rojo. Por eso,
se entiende mejor que el conocimiento es una posesión intencional o inmaterial de una forma.

La posesión intencional del conocimiento significa que lo propio de él es salir de sí y


referirse a otras cosas, a la realidad, y por eso, al decir que el conocimiento es intencional,
queremos decir que el alma, mediante el conocer, es «en cierto modo todas las cosas», es decir, el
viviente vive las demás cosas.

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