Sei sulla pagina 1di 3

Lutero, su peca mucho y cree más, y la justificación por la fe

 
Acordémonos que la pregunta central que se planteaba Lutero y que en
realidad se plantea cualquier cristiano es: ​¿Cómo llego a ser justo ante los ojos
de Dios?
Acordémonos también que la contestación que daba Lutero a esta pregunta
central era: ¨​S​ola fides¨​. Es decir solamente se necesita para ello la fe. Pero
Lutero al decir esto entendía por fe una fe sin obras lo cual equivale a decir una fe
sin caridad. Lutero decía que en la Iglesia católica la fe había quedado supeditada
a la ley. Había que cumplir indulgencias, cumplir toda una serie de mandatos,
toda una serie de normas sin sentido, tan solo por el mero hecho de cumplirlas.
Algo parecido a lo que le ocurría a san Pablo antes de tener el encuentro con
Jesucristo resucitado y que llevaría a su conversión. Es bien sabido que san
Pablo antes de su conversión era ​extremadamente celoso en el cumplimiento
de las leyes de sus padres ​(Gálatas 1,14). Así se expresa en su carta a los
gálatas, cumpliendo para ello las observancias de los judíos fariseos.
Perseguía todo lo que entendía como peligro o como amenaza para la
identidad del pueblo de Israel.
Pero la iluminación que recibe de Jesucristo en su camino hacia Damasco le
hace ver que ​todos sus méritos según esa ley son pérdida ante la sublimidad
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor​ (Filipenses 3,8). Después de
encontrarse con Jesús resucitado se da cuenta de que la situación había
cambiado radicalmente. Lo que nos protege ya no son las observancias de la
ley sino que únicamente es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y
todas sus desviaciones; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera
identidad. ​Ser justo significa por lo tanto estar con Cristo y en Cristo.​ ​Y esto
basta.
Así podemos entender bien las palabras que san Pablo escribe en la epístola a
los romanos, naturalmente después de su conversión:​ Afirmamos, por tanto,
que el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la
ley​ (Romanos 3,28). Lutero traduce estas palabras de san Pablo
por ​ ​justificados solo por la fe.
De un modo como siempre muy esclarecedor comenta el gran teólogo y Papa
emérito Benedicto XVI que esta expresión de Lutero (​sola fides​) sería
verdadera ​únicamente ​si no se opone a la caridad, es decir al amor.
La fe es mirar a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida, pero
esto significa entrar en su amor. Por eso se entiende fácilmente lo que dice san
Pablo a los gálatas: ​En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen
valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad​ (Gálatas ​5,6​). Así, en la
comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, se realiza toda la ley. Somos
justos cuando entramos en comunión con Cristo, que es el amor. Por eso la fe,
si es verdadera, si es real, se convierte en amor, se convierte en caridad, se
expresa en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera,
sería fe muerta.
¿Pero cómo entiende Lutero la expresión ​sola fides​, una expresión en la que él
tanto ha insistido? Pues bien, afirma que hemos de entenderla como exclusión
de la caridad, o amor. La caridad pertenece al campo de las “obras” y sería, por
lo tanto “profana”.
Lutero subraya la absoluta primacía de la fe sobre el amor, pues solo la ​fides
absoluta divina​, y referida a la divinidad, es la que obraría nuestra justificación.
Y es así como se debería entender su exigencia programática: ​Loco caritatis
ponimus fidem. ​En el lugar de la caridad ponemos la fe y de este modo el obrar
humano se presenta como un acontecimiento sin Dios, algo totalmente sin
relevancia. Falta por lo tanto la coherencia entre el obrar y la fe, falta la unidad
de vida, entre lo que pienso y lo que hago. De este modo la caridad, que
configura según el pensamiento católico la forma íntima de la fe, aparece
totalmente separada del concepto de la fe. Lutero llega incluso a la formulación
polémica en su gran comentario a la carta a los gálatas: ​Maledicta caritas.
Para entender esto mejor, hemos de tener en cuenta que Lutero pensaba que
la fe desde el punto de vista católico había quedada reducida al mero
cumplimiento de normas, al mero cumplimiento de la ley. Y con tal motivo
emprende una lucha contra Roma y la tradición católica. Según él, habría que
liberarse de la ley. Se trata de la misma lucha que Pablo, en su carta a los
gálatas, emprende contra los judaizantes. Y esto es importante tenerlo en
cuenta porque con frecuencia se dice hoy que no existe contraposición entre
católicos y protestantes en lo que se refiere a la doctrina de la justificación.
Efectivamente así es cuando desaparece la conciencia de pecado o cuando ya
nadie tiene esa preocupación o incluso aquella angustia que tenía Lutero con el
infierno. Esto hoy para muchos ya no es concebible porque si se borra la
conciencia de pecado desaparecen ya las diferencias entre católicos y
protestantes.
Pero el verdadero origen de la escisión de la Iglesia protestante es según
Benedicto XVI el ​temor de Dios​, que Lutero tenía clavado hasta la médula y
que provocaba una tensión entre la aspiración divina y la conciencia de
pecado, hasta tal punto que Dios se le muestra a Lutero ​sub contrario​, como lo
opuesto a Dios, como demonio, que busca aniquilar al hombre. Y la liberación
de esta angustia es el verdadero y decisivo problema de Lutero. La liberación
de esta angustia solo tiene lugar según Lutero en el momento en que la fe
aparece como una certeza personal de la salvación.
Es como una especie de dialéctica que Lutero formula de este modo: ​El
cristianismo no es otra cosa que un constante ejercitar este punto doctrinal,
sentir que estás libre de pecado, incluso si has pecado; que tus pecados los
carga Cristo.
De este modo el angustiado Lutero, sin duda más profundo que la mayor parte
de los disputadores de su época, en su dialéctica vital llega a la conocida
frase: ​Pecca fortiter, crede fortius (Peca fuertemente, cree mucho m​. Pero
ahora podemos preguntarnos cómo es posible la coexistencia en el alma entre
angustia y confianza, esperanza y desesperación. Su expresión ​Pecca fortiter
crede fortius​ no es una invitación a pecar, sino condensación paradójica,
hiperbólica, de su doctrina. Esta frase es del más puro estilo luterano:
rebosante de ​pathos y​ fuerza plástica del lenguaje, y nos muestra
características de su forma crudamente paradójica de pensar, de lo desmedido
y de los superlativos.
Peca,​ es decir, ofende a Dios, puesto que -así afirma Lutero- no siéndote
posible evitar el pecado, vale más que lo cometas abiertamente y te libres así
de escrúpulos y de tentaciones, pero, a la vez, cree, es decir, confía en Él,
espera en Él y vuélvete a Él.
Para finalizar, si confrontamos esta dialéctica vital con la católica observamos
que el catolicismo no puede, por supuesto, mandar que se peque; pero sabe
muy bien que para nosotros es moralmente imposible librarnos de cometer
pecados. ​Pecar y arrepentirse,​ en vez del mero “creer” luterano, son los dos
términos de la dialéctica católica. Pero no se presentan ambos
simultáneamente como en Lutero, sino de modo sucesivo. Y así desaparece la
contradicción irracional.
Lutero pone el pecado coexistiendo con la piedad y ​desconoce el
arrepentimiento.​ Para el extremado Lutero, si en verdad acaeciese alguna vez
verdadero arrepentimiento, nos haría para siempre indemnes, libres de nuevos
pecados. Removería de tal modo las entrañas del alma, que nos otorgaría en
adelante y para siempre la impecabilidad.
La experiencia muestra que esto no puede ser cierto. El hombre que dice
haberse arrepentido vuelve a pecar. Pero si sabe acudir con humildad y
arrepentimiento a la fuerza transformadora de la gracia en el sacramento de la
penitencia, actúa como hijo de Dios que sabe comenzar y recomenzar una y
otra vez hasta que, con el arrepentimiento final a la hora de la muerte y como
premio se gane el cielo.

Potrebbero piacerti anche