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Ningún deportista serio consideraría presentarse para una competencia sin haberse
sometido a una rutina previa de ejercicios que le hayan permitido alcanzar un estado
físico óptimo. Del mismo modo, el discípulo que está seriamente comprometido con
vivir la vida a la que ha sido llamado encontrará útil someterse a una serie de ejercicios
espirituales en su andar diario con Cristo. Ellas le permitirán saltar de la mediocridad a
la excelencia, y le permitirán vivir una vida enteramente agradable al Padre.
Supongamos, por ejemplo, que usted desea crecer en su vida de oración. Y conoce a
algunos que oran por largos períodos, o que se levantan muy de madrugada para
hacerlo. No obstante, si en la actualidad usted apenas logra orar unos cuantos minutos al
día y con muy poca consistencia, no le convendría que ahora se proponga orar dos horas
por día. Lo más probable es que abandonará la práctica al tercer día, pues ha sido
demasiado ambicioso a la hora de establecer su meta. Diez minutos, en lugar de cinco,
quizás le suene a poco espiritual, pero es el paso que debe tomar en este momento. Sea
paciente consigo mismo y crecerá mucho más rápido de lo que usted se imagina.
La mayoría de las personas en la Iglesia limitan los ejercicios de su vida espiritual a una
o dos actividades, tales como la oración y la lectura de la Palabra. A lo largo de la
historia del pueblo de Dios, sin embargo, grandes mujeres y hombres de Dios han
desarrollado una diversidad de disciplinas que aportan al proceso de su crecimiento. Los
estudiosos en el tema identifican al menos doce disciplinas, incluyendo prácticas como
el ayuno, el silencio, el servicio, la alabanza, la confesión, la meditación y la sencillez.
Cada disciplina enriquece de manera particular nuestra experiencia en Cristo.
Las disciplinas de la vida espiritual se prestan para que fácilmente depositemos nuestra
confianza en nuestros propios esfuerzos. Debemos, sin embargo, recordar siempre que
el crecimiento es un regalo del cielo. Aunque nosotros tenemos responsabilidad en él, el
proceso está en manos de Dios. Así lo señaló Pablo, al escribirle a la iglesia de Corinto:
«¿Qué es, pues, Apolos? Y ¿qué es Pablo? Servidores mediante los cuales vosotros
habéis creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno. Yo planté, Apolos regó, pero
Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios
que da el crecimiento» (1Co 3.5– 7).
Del mismo modo, otros que han transitado más tiempo que nosotros por la vida también
pueden darnos valiosas pistas acerca de cómo practicar estas disciplinas. Los discípulos,
al ver que con frecuencia Jesús se apartaba para orar, se acercaron para pedirle que les
enseñara los secretos de su vida íntima con el Padre (Lc 11.1). Nosotros también
podemos beneficiarnos al acercarnos a otros que han alcanzado mayor gracia en la
lectura de la Palabra, la sumisión o el servicio a los demás.
Conclusión
Las disciplinas pueden abrir su vida a toda una esfera en lo espiritual que hasta este
momento desconocía. No espere que otra persona venga a proponerle el explorar este
camino que tanto beneficio ha traído a los santos a través de la historia. Aproveche el
impulso y planifique comenzar a dar sus pasos este mismo día. Una gran aventura lo
espera y ¡no hay tiempo que perder!