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Es producto de una convención constituyente que cimente el pacto social y porque sus
funciones tienen sentido en la utilidad pública o el bien común, ejercidas con autoridad
legal y potestad para regular la sociedad de conformidad con el mandato de sus
ciudadanos. Permanente, porque a diferencia de los gobiernos, el Estado de derecho
tiene una vocación de permanencia para aportar estabilidad a la vida nacional. Y
jerarquizada, porque a diferencia de la sociedad civil, las entidades inferiores del Estado
se deben a las superiores dentro de una estructura que respete el principio de
subsidiariedad. Solamente están al mismo nivel los tres poderes ejecutivo, legislativo y
judicial, orientados por medios directos o indirectos por el mandato de los ciudadanos. La
separación y el equilibrio de estos poderes del Estado son extensivos a todos los niveles
de la sociedad.
1. población;
2. territorio;
3. autoridad y monopolio de la fuerza legal;
4. control de la hacienda pública; y,
5. ejercicio de la soberanía por mandato de sus ciudadanos.
En El Hombre y el Estado, Jacques Maritain afirma que: “La función concreta del Estado
–su función principal– es velar por el orden legal y la aplicación de la ley. Pero el Estado
no es la ley”,2 porque, según añade en otro segmento de su obra, “el Estado no es más
que un órgano habilitado para hacer uso del poder y la coerción y compuesto de expertos
o especialistas en el orden y el bienestar públicos; es un instrumento al servicio del
hombre”.3 Es decir, al servicio de sus ciudadanos, reconociendo la primacía en el orden
social de la persona humana. Cualquier violación de ese orden social colocaría a la
persona al servicio del Estado, lo cual sería una perversión política.
Lo que le da sentido y razón de ser al Estado es la primacía del bien común como
principio ordenador de la sociedad. La sociedad civil inviste al Estado con el cargo de
promotor y gestor del bien común, para cuyo desempeño lo dota del deber y del derecho
de intervenir en la vida social. El Estado es garante de la justicia social, por la promoción y
participación populares, para que las personas se integren en los diversos cuerpos
intermedios que la representan y sirvan de interlocutores suyos ante el Estado. El Estado,
según Maritain, es “una parte especializada en los intereses del todo”.4
Estos parámetros definen al Estado como la entidad que regula los intereses del todo
social y que funciona mediante una estructura de gobierno para administrar
ordenadamente los mandatos de sus ciudadanos. Si ese mecanismo político pone al
ciudadano al servicio del Estado se convierte en una aberración de abuso de poder,
mientras que cualquier grado avanzado de anarquía lo convierte, por el contrario, en una
entidad fallida.
El Estado es una entidad legal al servicio de sus ciudadanos y no una “persona moral”,
porque está supeditado a los intereses del todo sin sacrificar los derechos del individuo o
de una parte minoritaria con el pretexto de justificar decisiones que supuestamente
beneficien a una “causa mayor”. La autoridad de un Estado legítimo no habilita a sus
instituciones para tomar decisiones con el pretexto de que el fin justifica los medios. La
soberanía del Estado es legítima en tanto comprenda y coordine la voluntad soberana de
sus ciudadanos, administrada por un gobierno elegido democráticamente y obligado a
rendir cuentas a sus ciudadanos. Los medios utilizados por el Estado legítimo están
siempre limitados por los derechos y las libertades fundamentales inherentes a todos y
cada uno de sus ciudadanos.
Para que esas condiciones fundamentales sean posibles, el Estado tiene que ser
gobernado mediante un mecanismo democrático que aliente y facilite la participación
eficaz de los ciudadanos en las decisiones públicas. Ese mecanismo puede tener formas
muy diversas, que van desde la monarquía constitucional hasta el régimen estrictamente
parlamentario, con muchas variantes de participación directa o indirecta.
Independientemente del mecanismo de gobierno elegido por sus ciudadanos, al Estado
compete la responsabilidad de edificar y sostener el bienestar y la justicia. En su función
administradora del Estado, esa es la obligación primordial de todo gobierno y la razón de
ser de su autoridad política.
En el Siglo XXI el Estado está llamado a ser promotor de los derechos, de la justicia, y de
la participación, para lo cual la sociedad civil5 le atribuye poder, autoridad y autonomía
suficientes, para alcanzar el logro de la plena dignidad humana. Sin embargo, estos
atributos que le da la sociedad civil al Estado, solo pueden surgir de una democracia que
verdaderamente esté orientada a la participación., entendida ésta como un proceso
permanente de acceso del pueblo organizado a la toma de las decisiones y a la
participación en las ejecuciones y la supervisión de las mismas.