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Una crítica a la Idea de «expresión» en el Arte parece tan necesaria como inútil, dada su
extensión y su potencia. El presente artículo no pretende una crítica exhaustiva de la Idea
de «expresión». Simplemente trata de sustituir, desde tres puntos de vista muy distintos,
la Idea de «expresión» por la Idea de «interpretación». El Arte no expresa al artista, ni a su
pueblo, ni a su época; el Arte se interpreta.
I
Iniciamos con este artículo la sección de Estética en El Catoblepas. Y es que el Arte ha
de ser uno de los objetivos a triturar en la crítica del presente. El Arte es una de las ideas
fuerza de la ideología de la sociedad, bajo el aliento de esa otra gran idea
fuerza o mito que es la Cultura. La fuerza de la idea de Arte es paralela a la de la idea de
Cultura. Podemos concretar esta fuerza en dos ejes: la expresión y la salvación. La
Cultura (y el Arte, como una de las formas más sublimes de la Cultura) expresan una
forma de ser, una esencia, y a la vez salvan, por elevación, a los que acceden a su
ámbito. Sin embargo, así como lo que se expresa en la Cultura es la esencia de un
pueblo, en el Arte se da una ambigüedad en la sustancia que se expresa. Unas veces se
dice que lo que se expresa es el «artista», el genio individual, y otras veces se expresa «el
alma de un pueblo». Es verdad que estos dos polos pueden articularse armónicamente
mediante la operación de convertir al genio individual en el genio de la esencia del
pueblo. El genio sería algo así como la flor más sublime, verdadera y representativa que
ha tomado su alimento de la fértil tierra de su pueblo. De este modo, Tomás Luis de
Victoria (y especialmente en su Oficio de difuntos) representaría el espíritu español, y
Miguel Ángel el espíritu italiano.Observemos que son los autores, y no sus obras, las que
representan los pueblos y las épocas, como si el espíritu de un pueblo se encarnara en
un individuo, y éste lo expresara en sus épocas. Es verdad que se reconoce que unas
obras del autor expresanmejor que otras ese espíritu; pero si esto es así se dice que es
porque en unas obras el autor ha estado más acertado que en otras, o más en estado de
gracia, o simplemente porque ha alcanzado una madurez técnica. Esta versión
espiritualista está muy extendida, de una manera más o menos soterrada, en el ámbito
artístico, y de ella se hace un muy buen empleo por parte de los organismos
institucionales que están prontos a lanzarse a la creación de fundaciones y museos que
rezumen las esencias más destiladas y prístinas de sus esencias nacionales; así la
fundación Miró, como expresión de un hedonismo primitivo mediterráneo (se supone
contrario al ascetismo castellano)
II
Dentro de una posible clasificación sistemática de las estéticas posibles (conjugando los
conceptos de Naturaleza y Cultura, o bien de Materia o Forma), cabe señalar una estética
que podríamos caracterizar como expresionismo. La filosofía del Arte que dependa de
esta estética sostendría una noción del Arte como Lenguaje. Habría un mensaje (sea
subjetivo sea cultural) que se expresaría en unos significantes (rayas, colores, sonidos,
&c.) Es decir, el material con el que trabaja el artista funcionaría a modo de palabras que
forman un mensaje, precisamente el mensaje que pretende comunicar el artista. A esta
estética le es, en principio, indiferente que el valor de los significantes puede provenga de
nuestra configuración psicológica o de la historia cultural, social y artística. Esta estética
requiere una sintonización de los medios artísticos con la vida interior del artista. Con ello
sigue una estrategia de duplicación ecléctica, puesto que el valor estético y cognoscitivo
se encuentra tanto en la naturaleza como en la cultura
La crítica más importante a esta estética es que presupone que el mensaje (o Idea) es
previo y totalmente consciente a la conjunción de significantes que se remiten a él. Es así
que, a la hora de interpretar la obra, no se tiene en cuenta la intención del autor, sino lo
que se llama «la intención de la obra». Es evidente que en la obra se manifiestan
elementos no contenidos en la intención previa del autor.
Una estética materialista, y una filosofía del Arte acorde a ella, ha de eliminar los
presupuestos del expresionismo, es decir, ha de reconocer que ni la Naturaleza ni la
Cultura están dados de antemano ni preexisten a la construcción de la obra de arte.
Naturaleza y Cultura, tomadas en sí, son hipóstasis. Desde la perspectiva de la materia
ontológico-general, tan primario es un objeto natural que una obra de arte: el Quijote
puede calentar una chimenea tan bien como cualquier madera del bosque. Y frente a la
hipóstasis de la Cultura en el arte, habría que decir que las obras del arte no son tanto
expresión de su esencia (ya sea individual, ya sea del pueblo) cuanto un ámbito
fenoménico (en cierto sentido, similar a una puesta de sol), que han sufrido una
estilización y así se pueden destinar a la contemplación.
III
Quisiera analizar, al menos brevemente, las Ideas de «estética» y de «recepción», y su
posible o no relación. «Estética» remite originariamente a la sensibilidad (del
griego aisthetikos). La historia del pensamiento testimonia una dualidad entre
«sensibilidad» e «inteligibilidad». Ya en el contexto platónico, la «sensibilidad» sería el
objeto propio de la experiencia, mientras que sólo la razón sería capaz de aprehender el
mundo inteligible. Sobre el mundo de la experiencia sólo podría darse opinión (doxa),
mas nunca verdadera ciencia (episteme). El campo de la experiencia quedará de algún
modo rehabilitado por Aristóteles, para quien la experiencia, en tanto aprehensión de lo
singular, constituiría un paso previo (una condición necesaria, aunque no suficiente) para
el conocimiento propiamente científico, vale decir, universal. Esta misma dualidad se
daría en la obra de Kant. Para distinguirla de una crítica del gusto, cuyas conclusiones
habrían de estar necesariamente condicionadas por su referencia a fuentes empíricas y
desde las cuales no sería posible regresar hasta la ciencia (principios racionales) de,
pongamos por caso, la belleza, Kant pretendió fundar una Estética trascendental al
principio de su más famosa Crítica, mediante la cual pudiera darse un estudio sistemático
de «todos los principios a priori de la sensibilidad». Como es sabido, la conclusión de la
obra kantiana se resuelve en una severa distinción entre la realidad nouménica (cosa en
sí) y la realidad fenoménica (lo que se aparece). La «cosa en sí» no sería, en ningún caso,
un objeto posible de la experiencia, puesto que sólo pueden ser experienciadas las cosas
en tanto que se aparecen, no en tanto aquello que sean en sí mismas. Cualquier proceso
experiencialmente cognoscitivo consiste en la aplicación automática de las formas puras
de intuición a los objetos posibles.
Según lo visto, «estética» sólo podría ser «estética de la recepción». Toda experiencia es
estética, y toda experiencia remite a un experienciante. Dicho con otras palabras, el
material sensible reunido, cercado, en una obra de arte, necesita, para poseer la cualidad
de estético, que sea abierto y recreado por un sujeto receptor. La Idea de «estética», por
tanto, no puede contemplarse como un género que se especifica en el autor, en la obra o
en el receptor. Si el Arte ha de ser, entre otras cosas, estético, entonces ha de
ser recibido. No puede haber algo estético sin receptor, como no puede
haber sensibilidad sin sentidos. Por lo tanto, y a pesar de todas las teorías del genio
románticas, la obra estética puede prescindir del autor. «Estética del autor» no sería una
expresión analítica, como «estética artística» o «estética de la recepción», sino sintética.
Es verdad que la Idea «obra» remite a un operador que la haya obrado. Pero
lo estético, aquello sobre lo cual se emiten juicios de valor estético (tales como feo, bello,
amable, agradable, horroroso, &c.), no cabe circunscribirlo a las «obras» de un autor. Así
es como se habla de «experiencias estéticas» (e incluso artísticas) de puestas de sol, de
paisajes (urbanos o naturales), &c.
Y esto mismo es a lo que se refiere Aristóteles al denominar la theoría como «la praxis
más auténticamente tal». La conocida tripartición de Aristóteles en ciencias teoréticas,
prácticas y poiéticas, no es propiamente una tripartición, sino más bien una
yuxtaposición de dos oposiciones binarias, de diferente orden. La oposición
de praxis y poiésis se basa, como se sabe, en que la praxis es ella misma telos, y en
la poiesis el telos es algo distinto a ella misma. Se trata, pues, de dos términos que se
enfrentan y quedan el uno fuera del otro. No sucede esto en la oposición
entre praxis y theoría. Esta última se opone a la praxis en cuanto que la praxis más
auténticamente tal se contrapone a la praxis a secas. La superioridad de
la theoría consiste en que sólo la theoría reúne las condiciones que nos han hecho
distinguir la praxis de la poiésis. Ya hemos visto cómo la praxises ella misma el telos. Pero
generalmente, en el caso de una praxis cualquiera, no es propiamente la praxis misma lo
querido, sino en cuanto es un medio para un fin. Hay algo que ella requiere y algo por lo
que ella es requerida, de manera que nunca es querida en virtud de ella misma.
La praxis sería telos para ella misma en cuanto fuese totalmente sola, no produjese nada
ni actuase sobre nada ni requiriese nada.
La theoría, por tanto, sería una cierta forma de distancia con respecto al juego que se
juega, y por ello mismo la condición para poder asumir el juego en cuestión. Si
la theoría es superior a la praxis no es en tanto que el ver o el razonar sea superior
al participar, sino en tanto que se trata de un participar más radical que el participar
trivial.
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Con esto dicho, estamos es disposición de re-interpretar lo anterior. La interpretación
filosófica es la interpretación del theorós. Éste, por una parte, debe participar de la obra
de arte, de su lenguaje, de su estructura. De otro modo, la obra de arte no sería
inteligible, ni podría ser el juego de oferta de significado en que parece consistir. Pero
esa participación en sí es oscura. En primer lugar, porque oculta sus reglas de
juego. Oculta el género a que pertenecen, y los mecanismos empleados para producir
ciertos efectos. Pero, en segundo lugar, oculta el mundo de Valores e Ideas que están
implicados. Por ello la «distancia estética», de la que habla por ejemplo Jauss
inspirándose en Gadamer, no es una distancia propia de la obra de arte, no es una
cualidad suya, sino que es más bien la cualidad del theorós. Es él el que se distancia, y
no tanto la obra. Los dos polos de la recepción, el texto y el lector, pueden muy bien no
estar distanciados. El público puede jugar al juego propuesto por el texto. Sólo cuando
cambien las reglas sociales, el público rechazará como anticuadas las obras de arte. La
relación anti-teórica consiste en eso: en aceptar o en rechazar; en participar a secas o no
participar. Pero la relación del teórico es un participar más radical, y esta radicalidad se
debe, como hemos visto, a participar en la distancia. El público no se suele alejar lo
suficiente de los textos, y realmente participan del mundo de Valores e Ideas de esos
textos. Pero de una manera inconsciente, atemática, no crítica, y sólo mientras no
desaparezca la separación entre texto y lector. En cuanto los dos polos se separen, el
mundo de Valores e Ideas que conllevaba el texto se hundirá en una oscuridad más
profunda aún. A esta distancia insalvable se opone la distancia teórica, la acción de
marcar caminos o puentes. Esta actividad teórica sólo puede llevarse a cabo,
evidentemente, si se cae en la cuenta de la distancia, del carácter oculto y ocultador de la
obra de arte. El público que simplemente participa, no percibe oscuridades, para él todo
es claridad aproblemática.
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Del expresionismo
Raúl Angulo Díaz
Se trata el expresionismo desde la perspectiva de las teorías del arte. Para ello se ensaya
una clasificación de las teorías del arte. Se llega a la conclusión de que el expresionismo
es una teoría adecuacionista del arte. Las teorías materialistas del arte se oponen a las
teorías adecuacionistas por considerarlas espiritualistas.
Introducción
Los libros de historia del arte hablan del movimiento «expresionismo» como si el término
fuera fácilmente comprensible. Pero los criterios que emplean, si es que efectivamente
los emplean, son en general bastante confusos. Algunos libros simplemente emplean el
criterio de «ruptura con el pasado», criterio en principio falso (es impensable una ruptura
radical), además de confuso (pues se habla de «ruptura» también en el caso de Velázquez
y Goya) y oscuro (por ser demasiado abstracto, pues no se nos indica respecto a qué
rompe)
El criterio más empleado es el que voy a denominar como arte superlativo. Un arte
que exagera o distorsiona ciertos elementos o formas a fin de hacer hincapié en ellos o
subrayarlos. Se entiende que con esto se expresa más. En este sentido, el término
«expresionismo» se convierte en uno de esos términos universales para clasificar el arte,
como los de «realismo» o «clasicismo», y se opone a éstos. El expresionismo parece
considerar que el «clasicismo», o arte no superlativo(mesurado), no llega al receptor, le
deja indiferente. Y el «realismo» no llega a producir un auténtico shock que obligue a
tomar una determinación acerca de la realidad. El expresionismo, como término
universal, es un criterio que puede aplicarse a toda la historia del arte, por lo que no sirve
para discriminar el período histórico de principios del siglo XX, un período de
vanguardias. El empleo de este criterio lleva a autores como Argan a incluir como
expresionistas a los fauves. Y a otros muchos autores les lleva a afirmar que es una
«característica del alma alemana»
En este pequeño artículo nos vamos a centrar en las teorías del arte. Esto significa que
no vamos a analizar un conjunto de obras que se llamen «expresionistas». Vamos a
reconstruir, simplemente, las teorías que suponemos mantuvieron los artistas como
personas pensantes al realizar sus obras. Entendemos, por tanto, que los miembros
de Die Brücke y Der Blaue Reitersostuvieron ciertas teorías que nosotros vamos a
denominar expresionistas (o adecuacionistas). Sin embargo, el expresionismo, como
teoría del arte, no se agota en las teorías que mantuvieron los miembros de estos dos
grupos, pues se pueden encontrar otros ejemplos a lo largo de la historia del arte.
I) reducción de la Cultura a la Naturaleza: sería la Naturaleza la que daría el valora las
obras de arte
II) reducción de la Naturaleza a la Cultura: sería esta vez la Cultura la que daría el valor a
las obras de arte.
III) yuxtaposición entre Naturaleza y Cultura: el valor de las obras de arte procedería tanto
de la Naturaleza como de la Cultura.
IV) retroalimentación circular entre Naturaleza y Cultura: es una negación directa de III por
cuanto niega, como Ideas metafísicas (o mitológicas) la preexistencia de Naturaleza y
Cultura en orden a la construcción y dotación de valor a la obra de arte.
Nos vamos a entretener más las tres primeras teorías del arte. La cuarta –una teoría del
arte materialista– la iremos desarrollando a lo largo de los artículos futuros.
Teorías I
El primer tipo de teorías del arte está representado históricamente por la teoría de
la mimesis, y en tiempos recientes podríamos considerar a la teoría asociada al
impresionismo como una teoría que justifica la imitación de la Naturaleza por parte del
arte. Según la teoría de la mimesis, sería la Naturaleza la que otorgaría el valor a las obras
de arte, y la Cultura impediría, oscurecería o degradaría ese valor. A nadie se le escapa la
relación de esta teoría con los mitos del buen salvaje. Lo natural se opone a lo artificial (o
artificioso) como lo verdadero a lo falso (o, en términos más propiamente artísticos, como
la «vida poética» a la «vida prosaica») Sería ingresando en la poesía de la
Naturaleza como el hombre encontraría su salvación o redención del mundo artificial
corrupto. La gran paradoja de la teoría de la mimesis es que el medio de salvación sea
algo tan artificial como el arte, o, desde otro punto de vista, que el valor del arte se mida
por su propia negación como arte para regresar al mundo natural.
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por el exterior. No es extraño que simbolistas y expresionistas consideraran al
impresionismo como groseramente materialista (asociándolo al empirismo)
Esta teoría siempre ha recibido la misma crítica: que el arte no nos trae la Naturaleza sin
más, que los artistas no son meros receptores («ojos») de la Naturaleza, sino que al
menos nos la ofrecen según su estilo, visión o sentido personal. Ahora bien, esta crítica
se puede ofrecer desde las teorías II, III y también IV, aunque en estas últimas teorías del
arte (una teoría materialista) los parámetros desde los que se hace la crítica son bien
distintos de los de II y III, por lo que el significado de esta crítica también será distinto.
Las teorías II y III harían la crítica de I desde unas Ideas de Conciencia o de Cultura
totalmente metafísicas, mientras que la teoría IV haría la crítica precisamente desde la
negación de la hipóstasis de esas Ideas. Así II sostendría la primacía de la Cultura (o de la
conciencia) en la construcción de la obra de arte, y en la dotación de su valor, y III al
menos sostendría que la Cultura aporta valor a la obra de arte. La actividad de la Cultura
(o de la conciencia) sería, para ambas teorías, necesaria, no limitándose el artista a ser un
mero receptor pasivo. En este sentido se dice que los impresionistas como Toulouse-
Lautrec, Degas, Gauguin o Van Gogh (por citar los autores más claros para este tipo
crítica entre los llamados impresionistas) no copian lo que ven, no nos revelan la
Naturaleza sin más, sino que nos descubren el sentido que han descubierto en ella
interpretándola (deformándola según los seguidores de la teoría I de la mimesis). Pero
desde las teorías materialistas IV la crítica no ha de ser ésta. Ha de proceder, más bien,
negando el carácter hipostático de la Idea de Naturaleza. En este sentido, las teorías
materialistas IV reconocen la existencia previa y necesaria de un material técnicamente
trabajado o elaborado. De este modo los materiales (otros dirán «los valores formales»)
con los que trabaja el artista no son «brutos» o «salvajes», tomados directamente de la
Naturaleza.
Teorías II
En general, este tipo de teorías sostienen que la ideación es previa a la ejecución, y que
en la ideación propiamente reside el acto creador, quedando la ejecución en un plano
secundario y accesorio. Como hemos dicho antes, el paradigma de esta teoría
creacionista sería el neoplatonismo. Para Plotino el arte asume la elevada tarea de
«introducir» un eidos en la materia reacia, siendo las obras de arte manifestaciones de
Ideas o arquetipos. La materia de la obra de arte, sin esa Idea que manifestar, mantiene
un carácter negativo, estéril, hostil. Sería la Idea «intuida» por el artista e introducida en la
materia la que otorgaría su valor a la obra de arte. Frente a esta ideación, la realización
material y sensible sería inferior en su valor, porque esa materia ofrecería resistencia y no
manifestaría con absoluta claridad la Idea. Y aunque lo hiciera con suficiente claridad, la
materia no sería más que un simple medio para la intuición de la Idea que previamente
había intuido el artista; por lo que, tras haber alcanzado la Idea, se puede prescindir de la
obra de arte como tal.
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La combinación de Ideas Naturaleza y Cultura puede ir atravesada por la relación de las
Ideas Cultura y Hombre. En concreto podemos tomar en cuenta las alternativas de
reducir la Idea de Cultura a la Idea de Hombre por cuanto que la Cultura no es más que
una creación del Hombre; y la alternativa de reducir la Idea de Hombre a la Idea de
Cultura por cuanto el Hombre sólo es tal en cuanto que depende de la Cultura. La
primera alternativa (que podríamos llamar «humanista») la encontraríamos dentro de las
teorías del arte de corte creacionista en aquellas teorías que mantienen el culto al artista
genial como subjetividad genial. El arte, y aun el mundo mismo, se movería a golpe de
creaciones geniales. La obra de arte quedaría, en este caso, como medio de «expresión
simbólica» de un sujeto, de sus emociones, de sus visiones, de su «búsqueda de
sentido», &c. Y el valor de la obra de arte se cifraría precisamente en esa manifestación
de la subjetividad. Ahora bien, también la segunda alternativa (que llamaríamos
«antihumanista») puede quedar patente en teorías del arte de corte creacionista. En este
caso, las obras de arte manifestarían no subjetividades, sino Ideas, arquetipos (un
Espíritu, en definitiva) a las que el sujeto humano quedaría subordinado. El valor de la
obra de arte no puede venir dado por las subjetividades humanas, que en sí son
insignificantes y hasta miserables, sino por un Espíritu que las transciende y de donde
procede su salvación.
Teorías III
Teorías IV
El cuarto tipo de teoría del arte las podríamos llamar materialistas. Este tipo de teorías
mantienen que ni la Naturaleza ni la Cultura preexisten a la construcción de la obra de
arte y, por tanto, no pueden otorgar valor a la obra de arte. Las ideas de Cultura y de
Naturaleza son ideas metafísicas (más bien míticas). En contra de las teorías del arte que
sostienen que el valor de las obras de arte procede del valor de la Naturaleza, una teoría
materialista ha de responder que, desde la perspectiva ontológico-general, tan primario y
original es un objeto natural que una objeto cultural (incluidas las obras de arte) Y en
contra de las teorías del arte que sostienen que el valor de las obras de arte procede del
valor de la Cultura, una teoría materialista ha de contestar que las obras de arte no son
tanto expresivas de algo espiritual, o expresivas de la esencia del hombre (en tanto obras
del hombre), cuanto ámbitos fenoménicos característicos cerrados y destinados a la
interpretación. El materialismo se opone a las teorías I por su mitificación de la
Naturaleza, y a las teorías II por su mitificación de la Cultura. Pero la oposición ha de ser
directa en el caso de las teorías III, porque las teorías I reconocen el carácter derivado,
dependiente o construido de la Cultura, y las teorías II reconocen a su vez el carácter
derivado, dependiente o construido de la Naturaleza. En cambio las teorías III mantienen
el carácter eterno e independiente tanto de la Naturaleza y de la Cultura, siendo ambas
fuente del valor de la obra de arte.
Podemos resumir las tesis existencialistas que emplea este expresionismo superlativo.
Se vive una ruptura radical entre lo interior (o íntimo) y lo exterior. Y esto no es lo más
grave; lo que preocupa es que lo exterior acabe con lo interior, siendo éste lo más
auténtico. El individuo (la intimidad) acaba siendo absorbida por la exterioridad (llámese
universalidad, sociedad, sistema, &c.) El resultado es, para el existencialismo, una
alarmante inversión de lo que deberían ser las cosas. Lo exterior, que es algo secundario,
acaba ocupando un primer lugar, y lo interior, que es la realidad más auténtica, acaba en
un lugar secundario y subordinado. La salvación consiste, pues, en poner las cosas en su
sitio. Y el arte, en concreto, es una herramienta perfecta para hacerlo. En el arte lo interior
se rebela contra lo exterior (bajo la forma del genio incomprendido), y permite al artista
dejar de vivir como se vive y pensar como se piensa, para vivir y pensar en y desde su
mismo interior. El objetivo de este expresionismo superlativo sería, por tanto, el ser
un testimonio de una intimidad irreductible, y a la vez servir de lucha activa contra la
imposición del exterior (saltándose en las obras de arte todas las convenciones sociales y
naturales)
Vasil Kandinsky en obras como De lo espiritual en el arte, Punto y línea sobre el plano y,
por supuesto, La gramática de la creación sostiene una teoría del arte como lenguaje,
esto es, según lo que hemos expuesto, mantiene una teoría adecuacionista del arte. El
mensaje o contenido que expresaría el Arte sería «lo espiritual» o «lo interior». Qué sea
esto, no lo especifica, pero válganos por ahora identificarlo con lo que hemos tratado en
otros artículos como «vida poética» o «lo poético» sin más. Las palabras o «elementos»
de los que se sirve en concreto la pintura para transmitir ese mensaje serían, para
Kandinsky, los colores, el punto, la línea y el plano. Según lo que hemos dicho acerca de
las teorías adecuacionistas del arte, estos «elementos básicos», como los llama
Kandinsky, poseen un valor (o significado, ya que hablamos de lenguaje) en sí mismos.
Así, por ejemplo, los colores que van de lo más cálido (interiormente, se entiende) a lo
más frío serían, en este orden, el blanco, amarillo, rojo, azul y negro. Lo mismo cabe decir
de las líneas: la línea horizontal es fría (y por tanto, se relaciona con el negro), la línea
vertical es caliente (y por tanto, se relaciona con el blanco), mientras que la línea diagonal
es templada (y por tanto, se relaciona con el rojo). La gradación entre lo más cálido a lo
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más frío también se aplica a los ángulos, que cuanto más agudos serán más cálidos (y se
relacionarán, por tanto, con colores «calientes» como el blanco o el amarillo»; y también a
las que llama «formas primarias»: el triángulo será caliente, el cuadrado será templado y
el círculo será frío (y por tanto, se relacionan, respectivamente, con el amarillo, el rojo y el
azul)
Dentro de esta descripción del valor de los «elementos» hay dos cosas que chocan. La
primera es que denomine a los «elementos» cálidos o fríos, puesto que el
adjetivo cálido o frío no parece ser un predicado que se aplique a un color o a una línea.
Además de estos predicados, Kandinsky emplea alguna vez los predicados
de activo y pasivo, y algunos otros más. Los diferentes predicados y términos lo que
hacen es traducir el valor (o significado) de un elemento a otro, de manera más o menos
adecuada. Así, el enunciado «el amarillo es cálido» no habría que considerarlo como una
definición, sino más bien como «una» explicitación metafórica del valor de amarillo. Lo
mismo cabe decir de la segunda cosa que choca, y es que todos los elementos
pictóricos parecen reducirse a los tres grupos de cálido, templado y frío (con todos sus
grados), con lo que, en principio, parecería que sería posible eliminar unos y sustituirlos
por sus traducciones. Pero Kandinsky no parece decir que «el amarillo sea idéntico al
ángulo agudo», sino que más bien que ambos elementos apuntan a valores parecidos,
que forman parte de un conjunto de metáforas con cierto aire familiar.
Esta continua traducción mutua apunta a una metafísica monista, sobre todo si se
entiende que todas las obras de arte son traducciones de lo mismo (y no se afirma
simplemente que varias obras de arte pueden decir lo mismo, cosa que diría el
expresionismo superlativo o existencial: varias obras pueden manifestar la misma
conciencia subjetiva) Aunque hayamos señalado que Kandinsky no cree en
una traducción literal, sino en algo así como un acuerdo de semejanza, con todo el
mundo se vuelve un gran teatro con espejos, donde cualquier cosa refleja y significa
otras cosas. Precisamente esta simpatía universal será la base para una de las teorías
que más influyó en el expresionismo: la teoría de la empatía, defendida, entre otros, por
Wölfflin. Si el mundo se le presenta ajeno al hombre, gracias a la empatía o identificación
emocional se pueden fusionar el sujeto y el objeto. Pero esta empatía no sería posible si
mundo y hombre no guardaran una relación de simpatía, y el mundo no le ofreciera su
mano amistosa al hombre en cada uno de sus momentos o «elementos» (del mismo
modo los pitagóricos explicaban por la semejanza armónica la influencia de la música en
el alma). En realidad, lo que el mundo ofrece al hombre es un mensaje espiritual, es el
Espíritu el que sale al encuentro del hombre en cada una de las palabras del mundo. Es
la indivisibilidad del Espíritu la que causa esta simpatía universal, que el Arte no hace más
que aclarar, lejos de la oscuridad y confusión del mundo natural. Lo que nos ofrecen los
predicados de cálido y frío es una regla de correlación elemental e intuitiva de los
elementos que «hablan» del Espíritu: si todo está relacionado con todo no sabríamos por
dónde comenzar para establecer correlaciones (cualquier cosa valdría), por lo que sólo
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un acto de determinación puede sacarnos de tal estado. Kandinsky no justifica tal acto
de determinación, ni podría hacerlo partiendo de tal filosofía.
Es obvio que el materialismo filosófico no puede mantener esta metafísica monista o del
Espíritu. Pero éste no es tema para tratar en este artículo. Más importante es destacar
una consecuencia: el monismo o el pluralismo de las artes. Las fronteras de las diferentes
artes (música –y dentro de ella, música sinfónica, música operística, música de cámara,
&c.– poesía, escultura, arquitectura, pintura, &c.) parecen quedar desdibujadas. Es
verdad que Kandinsky no aceptaría un monismo radical, puesto que las diferentes artes
no serían traducciones literales unas de otras, sino más bien semejanzas a modo de
metáfora. Pero si uno niega la metafísica de un Espíritu que se manifiesta en cada marca
del mundo, pero sin agotarse en esa manifestación (de modo que toda marca llevaría a
ese Espíritu pero no a todo el Espíritu), se puede interpretar la teoría adecuacionista
como una teoría que conlleva un monismo en las artes. El adecuacionismo tiene que
sostener que todas las artes son reproducciones de lo mismo (o al menos
que pueden serlo) Esto es evidente en el expresionismo que hemos llamado superlativo,
es decir, aquélla teoría para la cual las obras de arte son reproducciones de una
conciencia subjetiva. Esta conciencia puede expresarse a través de distintos medios, de
igual manera que pueden existir diversas frases con el mismo significado. El ideal de esta
concepción sería el artista que se manifiesta en escribiendo, pintando, componiendo...
(además de paseando, durmiendo, hablando... si se mantiene una teoría rigurosamente
monista) No es de extrañar, por ello, que los artistas que a la vez mantienen una teoría
adecuacionista del arte escriban libros y artículos sobre sus obras o sobre sí mismos (a
modo de autobiografías, pero hablar de sus obras o de sí mismos en el fondo sería algo
semejante, ya que no son más que dos modos de hablar y de manifestar su propia
conciencia subjetiva, uno de modo más directo y otro de modo más indirecto) El
monismo en las artes en la variante antihumanista de la teoría adecuacionista sería aún
más extremo, pues en este caso no se limitaría a afirmar que puede haber
reproducciones en medios distintos que dirían lo mismo, sino que sostendría que todas
las reproducciones dicen lo mismo. Esto aún es más claro en Mondrian que en
Kandinsky: para Mondrian el contenido de todas las obras de arte sería el mismo, la
Belleza o el Espíritu.
Dado que el objetivo de una teoría adecuacionista del arte es hablar de manera clara
acerca de un mundo interior o espiritual (eligiendo para ello los valores más adecuados),
es obvio que tenderá hacia una fusión de las artes en orden a hablar de un modo lo más
claro posible. Así como cuando queremos aclarar lo que queremos decir acudimos a
varias proposiciones, el artista haría bien en acudir a diferentes tipos de arte para aclarar
al receptor el contenido que quiere manifestar. La convergencia de las artes en la así
llamada «obra de arte total» ayuda a determinar el significado del arte, y por tanto a
elevar al receptor de esta vida prosaica a la vida poética. No por casualidad el acuñador
del término «obra de arte total» fue Wagner, para quien el arte tenía la tarea de redimir al
hombre elevándolo al Reino superior del Espíritu. Kandinsky también mantiene este ideal
de fusión de las artes en un «arte monumental». En el expresionismo humanista este ideal
también se mantiene en pie: el individuo artista se manifestará mejor y más claro si
emplea varios medios; y en este caso el ideal de fusión de las artes, el emplear una
abrumadora cantidad de medios y obras, irá a apoyar el carácter superlativo.
Una teoría materialista del arte ha de sostener una pluralidad en las artes. Ha de
encontrar los criterios que distingan unas artes de otras y que las hagan en cierto
sentido inconmensurables. No es suficiente un criterio basado en los órganos de los
sentidos –aun cuando defendamos el carácter fenoménico del arte, y aun cuando el ser
el sonido de un violín oído y el rojo de un cuadro visto sea una razón bastante fuerte
contra toda su posible identificación. Y el criterio basado en los órganos de los sentidos –
los cinco clásicos– no es suficiente porque hay sentidos a los que no corresponde un tipo
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de arte (por ejemplo, los sentidos del tacto, del gusto y del olfato no tienen su arte,
aunque haya habido intentos en este sentido, precisamente porque se han basado en un
empleo del criterio de los órganos de los sentidos) y, lo que es más importante, porque
hay varios tipos de arte que corresponden a un solo sentido (al de la vista le
corresponden la arquitectura, la pintura, el cine, el teatro, &c.), sin olvidar que hay otros
tipos de arte que combinan los dos órganos de los sentidos (la vista y el olfato) a los que
corresponden diversas artes, como el cine, la danza y la ópera. Un ensayo de un criterio
distinto es el empleado por Gustavo Bueno para distinguir la escultura (o la pintura) y
arquitectura, en artículos tales como Más allá de lo Sagrado: un análisis del mural de
Jesús Mateo. La arquitectura se caracterizaría por su concavidad,esto es, porque se
puede penetrar en su interioridad, mientras que la escultura (y también la pintura) se
caracteriza por la convexidad, esto es, por ser un arte cuya exterioridad no tiene interior.
No se puede entrar dentro del cuerpo esculpido, o detrás de lo pintado. Precisamente,
las teorías adecuacionistas, como la de Kandinsky, destruyen –teóricamente, claro está,
porque el resultado es bien distinto pese a lo que Kandinsky u otros piensen– este criterio
de distinción. Se mantiene que hay algo espiritual detrás o dentro de la exterioridad del
cuadro; y es ese «interior» de ese «exterior» (las palabras las emplea mucho Kandinsky en
sus libros) lo que precisamente otorga su valor al cuadro. El expresionismo diría, pues,
que todo el arte es cóncavo.
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