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Homilía Fiesta Felipe y Santiago, Apóstoles.

Diac. Luís Jesús García Velasco


Seminario Mayor San José. 2019.

Celebrar a los apóstoles es celebrar la cuota humana fundante de la Iglesia Santa de Dios.
Celebrar a los mártires es renovar nuestro compromiso cristiano de derramar la sangre nuestra
por Cristo. Menos no. Menos no vale.

Celebrar a los apóstoles es reconocer por medio de la Santa liturgia que nosotros también
somos enviados.

¡Muchas enseñanzas nos dejan estos dos hombres simples, que dedicaron su vida a conocer y amar
a Cristo, y a llevar su Evangelio a todos los hombres! Meditemos cuanto nos enseña el Evangelio
sobre ellos. Ellos, que recorrieron el camino de la fe antes que nosotros, nos señalan por dónde
debemos avanzar.

Pero antes Pablo nos ambienta la reflexión recordándonos el Kerigma, hace que resuene en corinto
en ese tiempo y aquí esta mañana lo que nos ha transmitido: la Fe verdadera. Se escucha en esta
primera proclamación en la liturgia de la Palabra ya el Nombre de Santiago.

Jesús llamó a Felipe a pertenecer al grupo de los Apóstoles. Ese “sígueme” zumba fuertemente
en el corazón de este sencillo hombre que anhelaba el encuentro con el Mesías tan esperado.

Y él no puede callar ese encuentro y le dice a Natanael que había encontrado al Mesías del que
escribieron Moisés y los profetas; le explicaba, en fin, que había encontrado a la persona que
daría sentido a su vida.

Ante la desconfianza de Natanael, Felipe replica “Ven y lo verás” (Jn 1,46). Así fue, Natanael encontró
también al Señor y creyó, y lo siguió llegando a ser Apóstol. Felipe fue el instrumento de que Jesús se
valió para que Natanael también lo encontrara.

Y eso espera también de nosotros, que demos testimonio de palabra y de vida, de que encontramos
a Jesús (porque Jesús nos encontró primero) y que es a Él al único que seguimos, porque es nuestra
felicidad. Esa actitud ser Puente.

Cuenta también el Evangelio que en el día de la multiplicación de los panes, antes de obrar el milagro,
Jesús, preocupado por el hambre y las necesidades de quienes lo seguían, le preguntó a Felipe:
“¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?” (Jn. 6, 5). Ante la respuesta de Felipe
de que ni 200 denarios alcanzarían para calmar el hambre de la gente allí reunida, Jesús
demuestra cuánto le importan nuestras necesidades, y que nada para Él es imposible.

Una y otra vez Jesús nos quiere enseñar esto: ante el pedido de Felipe “Señor, muéstranos al Padre
y nos basta” (Jn. 14,8), Jesús nos vuelve a recordar “Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no
me conoces, Felipe?” (Jn. 14, 9).
Tres palabras importantes. Sin un camino, no se anda. Sin verdad, no se acierta. Sin vida, sólo ¡hay
muerte! Jesús explica el sentido. El es el camino, porque "¡nadie viene al Padre sino por mí!" Pues, él
es la puerta por donde las ovejas entran y salen (Jn 10,9). Jesús es la verdad, porque mirándole a él,
estamos viendo la imagen del Padre. "¡Si vosotros me conocierais, conoceríais también al Padre!"
Jesús es la vida, porque caminando como Jesús caminó, estaremos unidos al Padre y tendremos la
vida en nosotros.

Jesús nos pregunta a cada uno: “¿Todavía no te diste cuenta todo lo que en tu vida tiene que
ver conmigo, y qué lejos estuviste de mi amor cuando te sentiste solo o triste? Fui yo el que en
tantas ocasiones, como tantos días tiene tu vida, salí a tu encuentro y te ayudé en esto o
aquello.” En Cristo nos sentimos seguros y amados.

También Santiago tiene mucho para decirnos. Su fe, bondad y buen ejemplo movió a la
conversión a muchísimos judíos. Pasaba largas jornadas arrodillado rezando en el templo,
adorando a Dios, y se sacrificaba para reparar los pecados de los hombres. Santiago fue fiel a
Dios. Debió dar testimonio de su fe hasta el extremo.

En cierta ocasión, el Sumo Sacerdote Anás II y los jefes de los judíos, muertos de envidia por la
admiración que el pueblo tenía a Santiago y dado que éste no dejaba de predicar las maravillas del
Señor, decidieron apedrearlo. Las piedras caían sobre su cuerpo, del mismo modo que Santiago
regaba los corazones de aquellos hombres, levantando su Oración al cielo y diciendo: “Padre Dios, te
ruego que los perdones porque no saben lo que hacen”. Hasta el último momento, en lugar de mirarse
a sí mismo y a su dolor, siguió intercediendo hasta por quienes deseaban su muerte. Esta actitud
podemos imitarla en los pequeños “golpes” que recibimos, cuando nos humillan o no nos comprenden.

Meditemos una y otra vez esta frase de la Epístola de Santiago: “La fe sin obras, está muerta”. Hay a
nuestro alrededor demasiada personas que, como aquellos griegos, anhelan conocer a Cristo.

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