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CARLOS ALBERTO CASTELLANOS GARCÍA

Psicólogo Clínico

LA EXPERIENCIA DE AMAR: PRINCIPIOS BÁSICOS


Por: CARLOS A. CASTELLANOS G.
Psicólogo Clínico Universidad Católica de Colombia
Julio de 2011

El ser humano en su compleja naturaleza física, psíquica, psicológica y social puede ser
interpretado como un buscador, aquel buscador que de forma incesante desea desarrollar sus
potencialidades y experimentar la plenitud y la grandeza propia de su naturaleza privilegiada. Esta
búsqueda pareciera justificar su existencia y los desarrollos alcanzados a lo largo de su devenir
evolutivo. No obstante, pareciera también que los desarrollos alcanzados no le satisfacen del todo,
es como si aún no hubiera hallado aquello que busca. Esta condición explicaría de algún modo su
creciente inquietud e insatisfacción existencial.

En el ser humano se observa cierto afán, cierta angustia y cierto vacío existencial. Es una paradoja
dinámica: en tanto más busca, más se aleja y en tanto más cree haber hallado mayor es su
desasosiego. Busca obtener formas de poder y cada vez se hace más frágil y vulnerable. La
experiencia de plenitud y grandeza, individual y colectiva, pareciera serle cada vez más esquiva e
inalcanzable. Quizás su error histórico ha sido el no saber qué es lo busca y el buscarlo en el lugar
equivocado.

Las búsquedas del ser humano suelen ser loables y en muchas de ellas subyace una intención
altruista, no obstante, no existe búsqueda revestida de mayor grandeza que la búsqueda de
trascendencia. El ser humano erróneamente ha querido trascender desde sus logros materiales y
no desde su desarrollo espiritual. Trascender es reconocer el origen y la Naturaleza Espiritual no
solo de sí mismo sino de todo cuanto existe. Trascender es restablecer de forma consciente el
vínculo con esta Presencia Espiritual y ser inspirados por ella en el ser y el hacer. Trascender es
consecuentemente aprender a Amar. Quien no aprende a Amar y no hace de su existencia una
Experiencia de Amar ¡jamás hallará lo que busca!

Al respecto, la inscripción del Templo de Delfos reza: “Te advierto, que quien quiera que
fueres…Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas dentro de ti
mismo, aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si ignoras las excelencias de tu propia
casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias?. En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros.
Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses.”

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El concordancia con lo expresado, el presente texto pretende proporcionar al buscador algunos


elementos de reflexión que puedan orientar su búsqueda trascendente de plenitud y grandeza. A
continuación se describen algunos de los principios básicos de la Experiencia de Amar.

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Principio de Trascendencia

Este principio reconoce la experiencia de amar como un atributo y una manifestación del Espíritu,
una Presencia Trascendente, un Bien Absoluto, un Estado de la Consciencia, un Todo no
fraccionable, no reductible y no corruptible y una forma de Poder que dista de otras formas de
poder y aun así está por encima de ellas. Es la presencia de Dios en el ser humano expresada como
virtud, pureza, sabiduría y libertad. Es Aquello que tiene el poder para trascender las Leyes del
Universo y las leyes de la lógica formal para lograr prodigios no concebibles por la mente humana.

Trascender es entrar en contacto con la Presencia de Dios. Este contacto no corresponde a


dogmas, creencias, intenciones o actitudes piadosas, corresponde a esfuerzos continuos y
conscientes para lograr la expansión de la consciencia, para adquirir sabiduría, para obrar en
sabiduría y para desarrollar las distintas virtudes y facultades propias del Espíritu. Trascender es
comprender que la existencia del ser humano no se reduce a la realidad que es percibida por sus
sentidos y procesada por su mente. Trascender es sobreponerse a la experiencia del ego y sus
elementos subhumanos (ignorancia, miedos, defectos, entre otros). Trascender es retomar la
senda que conduce a la conquista del Sí Mismo Interior.

La experiencia de Amar es el producto de esta conquista, es Consciencia Espiritual. Siendo esta su


naturaleza no se le puede hallar desde la razón aun cuando se manifiesta a través de ella. Es
sabiduría trascendente. Representa las Fuerzas Sutiles e Inteligentes de la naturaleza que
determinan la vida y la existencia de las distintas realidades. Su lógica y su modo de actuar no son
concebibles por la razón humana siendo un Ser y un Hacer que están más allá de toda lógica
materialista y metafísica. Dentro de sus atributos se le considera un Bien Absoluto al no poseer
puntos intermedios que la definan o la contengan. Es una Totalidad que opera en función de esta
condición lo cual la hace no fraccionable, no reductible y no corruptible. Es una forma de poder
que es superior a las demás formas de poder al contener dentro de sí principios causales que
poseen la facultad de subordinar y alterar las leyes de la naturaleza y los productos de la razón.

Quien vive la experiencia de amar es Trascendente. Su consciencia se encuentra en vías de


expansión lo cual le permite ver e interpretar las distintas realidades de un modo universalista. No
confunde el amor con sentimientos, emociones, placeres y todo aquello que le genera sensaciones
de unidad, bienestar y satisfacción. Reconoce la experiencia de amar como un continuo no sujeto
a fluctuaciones del estado de ánimo ni determinado por las consecuencias gratas o no gratas de la
lucha de los contrarios. No le seduce la presencia de un objeto amado ni le afecta su ausencia. Es
estable en su pensar, en su sentir y en su actuar siendo consciente que su armonía interior
depende de la relación consigo mismo y no de la relación con otros.

Quien ama de este modo no fracciona la experiencia de amar considerando que existe personas,
situaciones y cosas que se deban amar y otras que no. Cuando establece vínculos afectivos con
otros demuestra en ellos como ama la totalidad. Amar la totalidad es condición necesaria para
amar la particularidad. El amor a la totalidad exige de unos mínimos que hacen posible esta
experiencia, algunos de estos mínimos son la compasión, la comprensión, el respeto, la búsqueda

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de sabiduría, el desapego, la confianza, la paz, la libertad y el amor por la vida propia, por la de
otros y por la naturaleza en sus distintas manifestaciones. Los mínimos de la experiencia de amar
se hallan contenidos en los libros sagrados de las distintas culturas como leyes morales y
espirituales que han orientado el comportamiento social y espiritual de las comunidades desde
los tiempos más remotos sin que aún hayan sido asumidos por la humanidad como el camino que
conduce a la conquista de su Si Mismo individual y colectivo.

Principio de Fecundidad

Este principio reconoce la experiencia de amar como la Presencia del Espíritu en su Facultad de
Crear. La Fecundidad es el Poder del Espíritu en su función de llevar a cabo los grandes prodigios y
las grandes transformaciones. La vida y la existencia en sus distintas manifestaciones son la
evidencia irrefutable de la Presencia y el Poder Fecundo del Espíritu. La realidad y sus distintas
manifestaciones fenomenológicas corresponden al Espíritu en su función creadora y esta función
no es otra cosa que Amor en movimiento.

La Fecundidad como experiencia de amar en el sur humano es poseer la capacidad de crear y


transformar las condiciones habituales de su vida en condiciones que favorezcan su trascendencia.
A semejanza de la Alquimia, el amor transforma los metales pesados en oro puro. Es entrar en
contacto con la realidad propia y llevar a cabo las acciones necesarias para transformar la
presencia del ego en presencia del Espíritu. Es reconocer la fragilidad propia y los elementos
subhumanos que subyacen en ella para transformarlos con trabajos conscientes en el oro puro
de la Sabiduría y la Virtud.

La experiencia de amar equivale a crear en si mismo las condiciones necesarias para que la
Presencia del Espíritu se manifieste plenamente. Es identificar el error y transformarlo en virtud,
es identificar la ignorancia y transformarla en sabiduría, es identificar el miedo y transformarlo en
seguridad, es identificar cada defecto y cada aspecto no grato de la personalidad y transformarlo
en Oro Espiritual. Quien realiza esta labor trascendente en sí mismo no solo se ama sino que está
en condición de amar a otros al ser la virtud quien orienta su vida, es fecundo.

La Fecundidad de quienes aman se haya en su forma de pensar, en su forma de sentir y en su


forma de actuar. El pensamiento de estas personas rompe los esquemas del automatismo y de los
condicionamientos de todo tipo al asumir un modo universalista y trascendente para percibir e
interpretar la realidad. El sentir deja de ser el correlato de emociones simples determinadas por el
pensamiento para asumir una sensibilidad consciente en la cual la serenidad y la compasión son
sus manifestaciones más significativas. El actuar deja de estar condicionado por el miedo y por
falsas expectativas para transformarse en comportamiento espiritualizado, en un hacer consciente
que hace lo que tiene que hacer en función de una sabiduría trascendente.

Quien ama y es fecundo no solo crece como ser individual orientado a la trascendencia sino que
promueve en otros este modo de vida. Al poseer la virtud, o estar en proceso de su construcción,

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se proyecta a los demás en función del servicio desinteresado. Quien ama de este modo no cultiva
lo nocivo y dañino en sí mismo ni lo favorece en otros, por el contrario su actitud permanente es la
de crear condiciones para que la experiencia de amar sea una realidad en sí mismo y en otros.

Principio de Libertad

Este principio reconoce la experiencia de amar como el flujo incesante e imperturbable del Espíritu
en el acto de manifestarse. Corresponde al fluir natural de todas las cosas, al conocimiento
trascendente que determina cada realidad y a la realidad misma en su labor de revelarse para ser
conocida.

La libertad como experiencia de amar es la semilla que rompe su envoltura y emerge desde el
subsuelo sin esfuerzo alguno, es el pajarillo que sin preocupación alguna halla su alimento en el
bosque, es el capullo de flor que despliega con naturalidad sus pétalos para adornar la naturaleza
con sus colores, sus formas y su fragancia, es el ser humano que renuncia a su ego y a su
necesidad de control para fluir en la corriente de su Espíritu Interior.

Amar desde la libertad es construir dentro sí desapego, autonomía e independencia y es promover


esta construcción en otros. Libertad es comprender el pasado y reconocer y superar los temores
surgidos de él; es vivir el presente como un continuo Aquí y Ahora y es proyectar el futuro con
expectativas realistas no condicionadas por los temores o por la sociedad. Amar es trascender el
miedo y todo lo que implica la experiencia del ego.

Quien es libre no actúa ni deja de actuar en función del miedo. No controla a otros ni pretende
hacerlo, por el contrario, los impulsa a ser libres. No busca en otros hallar satisfacción o alivio en lo
que carece, siendo consciente de sus carencias y necesidades las resuelve desde su Si Mismo
Interior y no desde otros. Al hacer esto reconoce que buscar y hallar alivio en otros es negar la
libertad propia y la de otros lo cual corresponde a perpetuar la experiencia del ego.

Quien ama de este modo no restringe las libertades de otros, no los oprime, no los violenta y no
los usufructúa, esto porque en cada uno de ellos reconoce la Presencia del Espíritu. Comprende
que amar en la libertad es fluir y dejar fluir, es entrar en sintonía con los procesos naturales e
incognoscibles del Espíritu y ser facilitadores del modo como se manifiestan y fluyen. Es reconocer
que en la quietud o en el movimiento la verdad aflora desde el corazón y se expresa como
intuición para orientar la acción libre. Quien actúa de forma libre hace lo que tiene que hacer y de
este modo somete sus miedos, somete su ego.

Principio de Temporalidad

Este principio reconoce la experiencia de amar como la experiencia del Aquí y del Ahora. La
experiencia del Espíritu es actual, es un Instante Eterno. El Espíritu como Presencia Trascendente

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no divaga, no vive en el pasado o en el futuro, su tiempo es un Aquí y Ahora Eterno. En el ser


humano vivir el Aquí y el Ahora equivale a mantener la capacidad de asombro en el contacto con
su realidad inmediata. Es advertir los pequeños y grandes cambios en todo aquello con lo cual
entra en contacto reconociendo que todo está en continuo cambio y en constante movimiento. Es
desarrollar la capacidad de apreciar la realidad tal cual es sin emitir juicios de valor y sin verse
afectado por las experiencias pasadas o las expectativas futuras.

Quien ama no fracciona el tiempo estableciendo un tiempo cronológico y un tiempo subjetivo


determinado por el pasado, el presente y el futuro en los cuales deposita su capital existencial.
Reconoce que este fraccionamiento es un filtro que distorsiona el contacto con la realidad. Al
reconocer esto desarrolla un modo distinto de percibir la realidad fundamentado en la ingenuidad,
la espontaneidad y la intuición. De la contemplación natural de la realidad surge su comprensión y
su conocimiento desde lo cual potencia interacciones y transformaciones genuinas.

Quien ama no atribuye al tiempo significados positivos o adversos que ocurran en su vida.
Comprende que el concepto tiempo es utilizado por el ego para confundir y adherir al ser humano
a su modo. Comprende que el tiempo es un eterno aquí y ahora en el cual transcurre su realidad y
que lo que sucede en ella no es ni bueno ni malo. Quien percibe la vida de este modo deja de lado
preocupaciones que se derivan del concepto tiempo, entre ellas, deja de preocuparle la edad
cronológica, el envejecimiento del cuerpo, los logros con respecto a la edad, la edad para
establecer vínculos afectivos, la edad fértil para procrear, la edad laboral productiva, el tiempo
que transcurre sin una pareja afectiva o con ella y todo aquello que indique que la vida transcurre
y los balances son o no son favorables.

Quien ama no delega al tiempo responsabilidades que no le atañen. Comprende que el tiempo no
sana, no resuelve, no proporciona felicidad, no libera, no enseña a amar y no le hace
trascendente. Quien ama sabe que son sus esfuerzos conscientes en un aquí y ahora continuo
quienes lo liberaran de las cadenas de su ego y le permitirán restablecer vínculos con su Espíritu
Interior para construir libertades genuinas a través de la cual se pueda expresar su capacidad de
amar.

Principio de Movimiento

Este principio reconoce la experiencia de amar como un flujo continuo y armónico que transcurre
en el ámbito de la confianza y la certeza. Es el Espíritu manifestándose como pausa y
movimiento, como contacto y retirada. El movimiento como experiencia de amar corresponde al
continuo de acciones con las cuales el ser humano lleva a cabo un contacto trascendente con su
realidad. Es pausa y movimiento, es contacto y retirada en cada cosa que realiza. El movimiento
como experiencia de amar es equilibrio. Pausa excesiva es inercia, movimiento excesivo es
compulsión, contacto excesivo es apego, retirada excesiva es indiferencia. Quien ama fluye
armónicamente como pausa y movimiento, como contacto y retirada, como la constante sístole y
diástole con la cual palpita la vida.

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El movimiento en su aspecto no trascendente posee propiedades mecánicas susceptibles de ser


perfeccionadas y especializadas de acuerdo a las necesidades adaptativas del ser humano.
Corresponde a la búsqueda y obtención del logro. El movimiento no trascendente cumple con
funciones operativas y adaptativas que de algún modo parecieran bastarle al ser humano para
experimentar plenitud y de grandeza. El modo como se vincula a nivel afectivo y social no es ajeno
a esta dinámica, el ser humano cree erróneamente que amar corresponde a un tener e incluso a
un hacer en función del movimiento.

Quien ama trasciende este error, asume el movimiento operativo como contacto con la realidad,
con su realidad interior y exterior, es consciente de su movimiento. Su tener y su hacer dejan de
ser automáticos o accidéntales, son la consecuencia de la expansión de su consciencia. Quien ama
desde el movimiento no se encuentra determinado por el logro. En la construcción de vínculos
afectivos trasciende el tener y el hacer por el “SER”. Quien ama ES. Quien no ama pretende ser
pero no es. Quien no ama es movimiento no trascendente. Quien Ama es movimiento
trascendente, coloca en crisis el modo del ego y toda lógica formal para SER.

Principio de Totalidad

Este principio reconoce la experiencia de amar como la Unidad del Espíritu manifestándose como
Particularidad o Pluralidad. La presencia del Espíritu no posee fronteras ni marcos de referencia
que la limiten, fluye en el ámbito de lo Infinito. La experiencia de amar no se encuentra
determinada o restringida por la lógica formal, su escenario corresponde a la lógica del Espíritu y a
la infinitud de posibilidades con las cuales se manifiesta. En esencia es inconcebible e
incognoscible para la mente humana.

La experiencia de amar es expansión de la consciencia. Esta condición corresponde a una lógica


trascendente que no limita la experiencia del ser humano a significados conceptuales ni al
continuo de las dicotomías que se derivan de allí. La experiencia de amar trasciende los conceptos
en su función de representar aspectos de la realidad al considerar que los conceptos son tan solo
modos de referirse a algunas manifestaciones de la realidad pero no poseen la facultad de
conocerla y definirla tal cual es.

La experiencia de amar trasciende la lógica formal, los conceptos y las dicotomías con las cuales el
ser humano interpreta su realidad. Las dicotomías surgen de la polarización de los conceptos.
Ejemplo de dicotomías son los conceptos bueno-malo, bonito-feo, cerca-lejos, triste-feliz, amor-
odio, satisfacción-insatisfacción. Las dicotomías aprisionan al ser humano en un recinto estrecho
de significados y de experiencias en las cuales circunscribe su vida como si fueran verdades
absolutas. Las dicotomías son el aspecto esencial de la Ley de los Contrarios.

Quien ama percibe la vida con una lógica universal, procura mantener contacto con la realidad
para afrontarla sin fraccionamiento alguno. En este contacto contempla, comprende y actúa con

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la certeza de que su hacer fluye en armonía con la realidad y que ésta le provee las condiciones
necesarias para favorecer su crecimiento personal. De esta dinámica surge la confianza, el
desapego y el desarrollo trascendente de sus valores y virtudes. Quien ama así posee un sistema
de creencias y de pensamientos altamente elaborados con los cuales realiza interpretaciones
amplias y espiritualizadas de la realidad. En la particularidad reconoce la totalidad y en la totalidad
reconoce la particularidad.

Quien no ama realiza interpretaciones estrechas y distorsionadas de la realidad al encontrarse


condicionado y determinado por los conceptos, la razón y un sistema de creencias y pensamientos
poco flexible. Vive su vida y sus relaciones afectivas en función de la ley de los contrarios. Su
pensar, su sentir y su actuar fluctúan entre las distintas opciones que les brinda esta lógica. En el
transcurrir de su existencia deambula de un extremo a otro según como interprete su realidad:
sufre o no sufre, obtiene o no obtiene, pierde o gana, teme o no teme, ama o no ama. Quien
orienta su existencia en función de la ley de los contrarios vive la experiencia del ego. No ama ni se
encuentra en condiciones para hacerlo.

Principio de Certeza

Este principio reconoce la experiencia de amar como la confianza absoluta en la Presencia del
Espíritu y en el sincronismo perfecto con el cual fluye y se manifiesta. La certeza como experiencia
de amar es la convicción consciente en el Poder del Universo y sus Fuerzas Sutiles. La certeza no
equivale a una convicción o a la fe ciega que desarrollan muchos hacía aquello que no conocen. La
certeza es Sabiduría en acción, es Fe Consciente. La certeza no equivale a dar por cierto o negar
una realidad en función de la evidencia, equivale a entrar en contacto genuino con la realidad en
sus distintas manifestaciones. Es contrastar la finitud del hombre con la infinitud del Espíritu y
reconocer la nadidad del primero y la grandeza del segundo.

Quien vive la experiencia de amar percibe e interpreta el mundo de un modo distinto. La certeza y
la confianza con la cual vive su vida le permiten dar significados amplios a sus distintas
experiencias. No se deja limitar por la estrechez y la rigidez que suelen poseer las mentes
contaminadas con los contenidos del ego. Este modo de actuar le permite descubrir en cada
experiencia los indicios reveladores que han de orientar su vida hacía la trascendencia. Aprende a
percibir y a ver más allá de sus sentidos. Quien ha interiorizado este principio no percibe la
adversidad como fracaso, no percibe las rupturas en las relaciones como pérdidas, no se percibe
solo, no se percibe vulnerable, no se percibe incapaz, no se percibe confinado a las fuerzas del
azar, no se percibe sin control sobre su vida. Su certeza le permite reconocer en la aparente
adversidad el principio de oportunidad y prontamente entra en contacto con él.

Quien ama reconoce que la necesidad de control es tan solo una falacia del ego que el ser humano
ha desarrollado a lo largo de su proceso evolutivo como factor adaptativo y motivacional que
justifica su existencia. Reconoce que esta ansia de control surgió en él cuando perdió contacto con
su realidad interior y exterior. Quien comprende esto orienta su necesidad innata de control a

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satisfacer su Espíritu y no a satisfacer su ego. De esto surge que no intenta controlar a otros,
comprende que su mayor conquista consiste en controlar y trascender los aspectos no gratos de sí
mismo para de este modo acceder a la virtud y a la heredad reservada a quienes aman.

Quien ama construye confianza en sí mismo y desde sí mismo, desde su Sí Mismo Interior.
Comprende que el miedo es un producto del ego que aparta al ser humano de la experiencia de
amar. Comprende que el miedo encadena al ser humano al adherirlo a lo conocido, viejo y caduco
que habita en él, a sus “demonios internos”. Quien ama trasciende sus miedos y transita con
certeza la senda de lo desconocido. Sabe que lo desconocido genera incertidumbre y que ésta es
la tierra fértil en la cual germina el amor al ser el escenario espiritual en donde se pone a prueba la
confianza en sí mismo y en el Universo. Quien vive en la certeza hace lo que tiene que hacer
guiado por la sabiduría que habita en su corazón la cual se manifiesta a través de Intuiciones,
Señales y otras Revelaciones.

“Todos los seres nacen ya en la ilusión engañados por la división dual que produce el sentimiento de deseo y repulsa
frente a las cosas de este mundo” Bhagavad Gita

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“AMAR NO ES OTRA COSA QUE PERMITIR EL FLUIR DE LA DIVINIDAD EN TI”


Carlos A. Castellanos G.

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