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LA PINTURA DESAFIADA (1930)

ARAGON

Lo maravilloso se opone a lo que existe maquinalmente, a lo que es tan corriente que ni siquiera
se advierte, por eso se cree por regla general que lo maravilloso es la negación de la realidad.

Esta condición sumaria es condicionalmente aceptable: es cierto que lo maravilloso nace del
rechazo de la realidad, pero también del desarrollo de una nueva consecuencia, de una realidad
nueva que ha liberado ese rechazo.

Yo quisiera lanzar una hipótesis sobre la verdadera naturaleza de esta consecuencia […]. Me
atreveré, pues, a decir esto: la consecuencia que resulta de la negación de lo real por lo
maravilloso es esencialmente de carácter ético y lo maravillosos es siempre la materialización de
un símbolo moral en violenta oposición con la moral del mundo del que ha surgido […].

[…] Lo que caracteriza al milagro, lo que hace girar al milagro y su cualidad de maravilloso es, sin
duda, la sorpresa, como ya se ha querido señalar ligeramente. Pero lo que le caracteriza mucho
más, en todos los sentidos que quieran darse al ánimo, es su extraordinaria desorientación.

Los muertos desorientados en su tumba, los gigantes desorientados por su talla, las sílfides
desorientadas por su ligereza, las rosas desorientadas en su estación. El milagro es un desorden
inesperado, una desproporción sorprendente. Es la negación de los real que viene a ser, una vez
aceptada como milagro, la conciliación de lo real y lo maravilloso.

La nueva consecuencia definida de esta manera es la surrealidad, mil veces definida y siempre
distintamente definible, es esta línea real que reúne todas las imágenes virtuales que nos rodean
[…]

[…] Acaso resulte lamentable que la influencia esterilizante –y no puede ser calificada de mejor
manera-. De Marcel Duchamp no haya puesto fin, de la forma más pura y simple, a la pintura, y se
haya ejercido con mayor rigor sobre el propio Duchamp, pero así ha sido. A pesar del ejemplo de
Duchamp, ese silencio irritante para los que hablan habrá asustado a toda una generación y acaso
matado de vergüenza bastantes cuadros que pudieran haber sido pintados.

Así resultó que al regreso de ese recreo de lo bello que fue el cubismo, de una belleza tan especial,
tan definida y cuyos adelantados, Duchamp y Picabia, vieron cristalizar bajo sus oídos, habiendo
reflexionado sobre el mecanismo constante del gusto, de la instauración de un gusto, se
prendaron de un elemento fundamental del arte y, sobre todo, de la pintura, instruyendo al
proceso de la personalidad.

La etapas significativas de ese proceso: Duchamp adornando a la Gioconda con unos bigotes y
firmando una mancha de tinta y titulándola la Sainte Vierge, son a mi juicio las consecuencias
lógicas del gesto inicial del collage. Lo que ahora se sostiene es por una parte la negación de la
técnica, como en el collage, y, por otra, la de la personalidad técnica; el pintor, si aún se le puede
llamar así, ya no está ligado a su cuadro por un misterioso parentesco físico análogo al que une
padres e hijos, y de estas negaciones se siente nacer una idea afirmativa que es lo que se ha dado
en llamar personalidad de elección […].

[…] Sin duda, cuando Picabia hablara de la mancha de tinta que acababa de firmar no dejaría
llamar la atención sobre lo inimitable de las salpicaduras. Él se felicitaba de que nadie pudiera
copiar su mancha, ni que fuera un Renoir. Por ello es por lo que tales empresas aún se presentan
como una crítica esencial de la pintura desde su invención hasta nuestros días.

(Prólogo a una exposición de collages, París, José Corti, 1930.)

Ángel González García, Francisco Calvo Serraller, Simón Marchán Fiz. Escritos de arte de
vanguardia, 1900/1945. Akal: Madrid.Págs. 439-440.

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