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Amar a Dios:

"El Señor nuestro Dios, el Señor, uno es"


Como era habitual en Jesús, él volvió a usar las Escrituras para dar
su respuesta. En esta ocasión citó el resumen que Moisés había
hecho de la Ley:

(Dt 6:4-5) "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y
amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y
con todas tus fuerzas."

Notemos que el primer punto de este resumen consistía en una


declaración del monoteísmo que caracterizó a la revelación de Dios
y que lo distinguió durante milenios de todas las demás religiones
de la antigüedad.

La Palabra afirma que hay un sólo Dios que se identifica con el


nombre de Jehová. Él es el Creador y Sustentador de todo cuanto
existe y fuera de él no hay ningún otro. Sólo él ha intervenido en la
historia de los hombres para salvarlos y se ha revelado a través de
su Palabra:

(Is 44:6-8) "Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová


de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de
mí no hay Dios. ¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo
pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí
el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir.
No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad,
y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo.
No hay Fuerte; no conozco ninguno."

Pero el hombre no ha querido servir al único Dios verdadero y


constantemente se ha inventado otros. Y la verdad es que aunque
han pasado muchos siglos, el hombre sigue dando culto a las
mismas divinidades paganas del pasado. En la actualidad, uno de
los dioses al que la sociedad rinde su culto en todas partes es el
sexo, al que los antiguos griegos llamaban "Afrodita". Y lo mismo
ocurre con otras muchas viejas divinidades paganas, como por
ejemplo el alcohol, al que muchos siguen entregando sus vidas
como si de un dios se tratara, y al que los griegos ya habían puesto
el nombre de "Dionisio" o "Baco"; y lo mismo podríamos decir del
dios de la guerra, el dinero, el placer, la fama, el Estado... Cada vez
que el hombre incrédulo se enfrenta con circunstancias en su vida
que escapan de su control, las atribuye al "Azar", la misma diosa a
la que los griegos denominaron "Tique". Y muchos evolucionistas
de la antigüedad, y también modernos, creen que este dios del
"Azar" es el responsable último de la aparición de los seres
humanos sobre la tierra.
Por lo tanto, la primera cuestión con la que nos tenemos que
enfrentar, no es si creeremos en Dios o no, porque como la
experiencia de siglos ha demostrado, el hombre siempre ha creído
en algo. El punto fundamental es si creeremos en el único Dios
verdadero o nos crearemos otros dioses que ocupen su lugar en
nuestras vidas.

"El primer mandamiento de todos es..."


Una vez establecido el hecho fundamental de que hay un sólo Dios
verdadero, Jesús pasó a afirmar que éste debía ocupar el lugar
supremo en la vida del hombre.

Esto es algo que debemos recordar constantemente en nuestras


vidas, porque con frecuencia gastamos todas nuestras energías en
otras muchas cosas, dejando a Dios en el último lugar. Atendemos
a las demandas y presiones de otros y nos olvidamos de lo que Dios
quiere de nosotros. Y en otras muchas ocasiones, cuando por fin
tenemos en cuenta a Dios, creemos que él tiene que estar a nuestra
entera disposición para librarnos de cualquier inconveniente o
molestia que nos pudiera surgir, como si nosotros y nuestras
circunstancias fuéramos lo más importante en este mundo. Pero
con su contestación, el Señor Jesucristo nos recuerda que Dios
debe ocupar la prioridad en todo.

A continuación explica que la actitud correcta del hombre ante su


Creador debe ser de amor. El hombre debe amar a Dios sobre todo
su ser y con todas sus facultades.

(Mr 12:30) "Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es
el principal mandamiento."

Sin lugar a dudas, este es el mandamiento más difícil de cumplir


para el hombre. Las razones son varias:

1. "Amarás a Dios con toda tu mente"

El Maestro añadió "la mente" entre aquellas facultades que le han


sido dadas al hombre y que deben estar involucradas en su amor a
Dios. Tal vez a muchos les parezca extraña esta inclusión, porque
identifican el "amor" con las emociones y no con el intelecto. Algo
de esto parece estar ocurriendo en la actualidad en algunas iglesias
evangélicas, donde lo importante parece ser lo que se siente en los
cultos y no lo que se aprende de la Palabra. Parece como si para
poder participar en ciertos encuentros fuera necesario primero
apagar la mente y después dejarse llevar por el ambiente. También
la música cristiana moderna parece estar diseñada con ese mismo
fin. Es triste observar como las letras de las canciones cada vez son
más pobres en contenidos y agotadoramente repetitivas.
Pero el Señor Jesucristo dijo que para amar a Dios es
imprescindible usar también la mente. ¿Cómo podemos amar a
alguien a quien no conocemos? ¿Y cómo podemos adorarle
correctamente? La única forma de conocerle es a través de su
Palabra, y si la desconocemos, tendremos que escuchar la misma
reprensión que Jesús hizo a la mujer samaritana: "Vosotros adoráis
lo que no sabéis" (Jn 4:22). Tal vez nuestras intenciones sean
buenas, pero lo estaremos haciendo mal. No se puede amar ni
adorar a un Dios al que no conocemos. Al apóstol Pablo le
sorprendió la religiosidad de los antiguos atenienses, que habían
llegado incluso a construir un altar "al Dios no conocido" (Hch
17:23). Inmediatamente comenzó a explicarles quién era ese Dios
al que ellos desconocían para que pudieran adorarle de verdad.

Si no conocemos a Dios, nuestro amor por él no pasará de ser un


sentimiento momentáneo, una atracción vaga y fácilmente
pasajera.

2. ¿Cómo es posible amar a un Dios santo?

Pero si en nuestra lucha por amar a Dios tenemos que reconocer


dificultades intelectuales, no son éstas las más difíciles que
tenemos que superar. ¿Cómo puede un hombre pecador llegar a
amar a un Dios santo que aborrece el pecado?
El evangelista Lucas nos relata la visita que Jesús hizo a casa de un
fariseo llamado Simón (Lc 7:36-50). Durante la comida, el Señor le
contó una parábola en la que presentó el pecado como una deuda
que no se puede pagar: "Un acreedor tenía dos deudores: el uno le
debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos
con qué pagar, perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará
más?". Todos podemos entender sin dificultades que mientras la
deuda estaba sin saldar, era muy difícil, por no decir imposible, que
el deudor amara a su acreedor que constantemente le amenazaba
con llevarle a los tribunales. Y una vez más, la sencilla parábola que
Jesús contó, ilustraba de una forma exacta las grandes dificultades
que el hombre pecador tiene para amar a un Dios santo. Pero en un
momento del relato, la parábola dio un giro inesperado: el acreedor
perdonó a los dos deudores. Sin lugar a dudas, en la sociedad es
muy difícil encontrar a un acreedor tan generoso y compasivo que
esté dispuesto a perdonar la deuda por completo, borrándola sin
más. Pero el hecho es que esto es precisamente lo que Dios ha
hecho con nosotros. Entonces es cuando tiene sentido la pregunta
que Jesús hizo para terminar: ¿Cuál de los dos deudores que habían
sido perdonados le amaría más? De repente todo había cambiado,
el acreedor ya no inspiraba temor, sino todo lo contrario. Y lo
mismo ocurre con todo aquel que ha visto cancelada su deuda con
Dios; inmediatamente surge dentro de él un profundo amor y
gratitud hacia quien le ha tratado de forma tan generosa y buena.
De hecho, si una vez que hemos sido perdonados por Dios
mantenemos una actitud fría y distante con él, sería más que
razonable dudar de si realmente hemos experimentado
genuinamente el perdón de Dios. Esto era precisamente lo que
Jesús quería enseñar al frío y calculador Simón.

Relacionando lo que acabamos de considerar con el mandamiento


de amar a Dios, tenemos que concluir que es imposible que el
hombre llegue a amar a Dios en tanto que no haya experimentado
primero el perdón y el amor de Dios en su propia vida. El apóstol
Juan lo expresó de la siguiente manera:

(1 Jn 4:10,19) "En esto consiste el amor: no en que nosotros


hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió
a su Hijo en propiciación por nuestros pecados... Nosotros le
amamos a él, porque él nos amó primero."

El amor hacia Dios sólo puede surgir como una consecuencia del
perdón recibido, y la falta de este amor, demuestra inevitablemente
la falta de él.

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón"


Amar a Dios le proporciona al hombre la única meta que, en último
término, es lo suficientemente grande como para satisfacer su
intelecto, sus emociones y sus esfuerzos. Cualquier otra alternativa
le dejará con una profunda sensación de insatisfacción, y siempre
terminará degradando y esclavizando su espíritu. Y esta es la razón
por la que el hombre moderno busca frenéticamente nuevas
sensaciones y experiencias con el fin de llenar de alguna manera el
vacío que la ausencia de Dios deja en su ser.

Sin embargo, el diablo ha logrado introducir en la mente y el


corazón del hombre la idea opuesta: Dios es un tirano
todopoderoso, decidido a quitarle toda libertad y a negarle los
grandes placeres de la vida. Por eso, el hombre lucha
constantemente por liberarse de un Dios así. No olvidemos que esta
fue la tentación que la serpiente presentó a Adán y Evan en el
huerto del Edén:

(Gn 3:1-6) "Pero la serpiente era astuta, más que todos los
animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la
mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del
huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles
del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en
medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para
que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio
la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a
los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su
fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como
ella."

Adán y Eva decidieron que querían ser independientes de Dios,


decidir por ellos mismos lo que era bueno y lo que era malo. De
hecho, llegaron a imaginar que podían ser sus propios dioses:
"Seréis como Dios". Esto les condujo inmediatamente a la
separación de Dios, y a un sentimiento de culpa y de vergüenza que
les hizo huir y esconderse de Dios. Y todos nosotros les hemos
seguido en ese mismo camino de desobediencia e independencia.

Por esta razón, cuando Jesús fue interrogado por el escriba acerca
de cuál era el principal mandamiento de la ley de Dios, él volvió al
propósito inicial por el que el hombre había sido creado, y que no
era otro que el de disfrutar de todas las cosas en una relación plena
de amor con Dios.
Precisamente ese era el propósito de su venida a este mundo:
volver a reconducir al hombre a esta relación perdida con Dios.
¿Pero cómo podría convencer a los hombres de que Dios no es un
tirano todopoderoso, tal como el diablo les ha hecho creer? Sin
lugar a dudas, éste era uno de los grandes retos que tenía por
delante.

 Para ello, una de las primeras cosas que hizo fue desenmascarar al diablo.
Habló con total claridad acerca de él: "El ha sido homicida desde el
principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de
mentira" (Jn 8:44). La acusación de Cristo quedaba demostrada por lo que
ocurrió al principio de la creación: el diablo aseguró a Eva que no morirían
si comían del árbol, y fue mentira. De hecho, quedó constancia de que el
diablo es un homicida, ya que con sus mentiras condujo a nuestros padres
por el camino que les llevaría a la muerte.

 Pero aún había algo más que Cristo iba a hacer para ganar el amor de los
hombres para Dios. Como él dijo en repetidas ocasiones, había sido enviado
por su Padre para dar su propia vida para salvar a los hombres. Este sería
un argumento incontestable. ¿Cómo podría el diablo seguir haciendo creer
a los hombres que Dios no los ama si ha estado dispuesto a dar por ellos a
su Hijo amado? ¿Y cómo podrían los hombres permanecer indiferentes ante
esta prueba tan grande de amor?

Después de considerar todo esto, debemos concluir que el mayor


pecado del hombre es que no ama a Dios con todo su corazón, con
toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas. Por
supuesto, si preguntamos a la gente, nadie dirá que el mayor
pecado es este, tal vez incluirán el asesinato, la violación, el robo u
otras cosas similares. Pero esta no es la forma en la que lo ve Dios.
En este sentido, hay muchas personas que socialmente son
consideradas buenas y decentes, que jamás se les pasaría por su
mente la idea de cometer homicidio o adulterio, pero que sin
embargo, a los ojos de Dios son grandes pecadores debido a que
han desplazado a Dios del centro de sus vidas.

"Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como


a ti mismo"
Aunque el escriba sólo había preguntado cuál era el principal
mandamiento, Jesús fue más allá en su contestación y también le
indicó cuál era el segundo mandamiento en importancia. Para ello,
nuevamente volvió a citar las Escrituras:

(Lv 19:18) "No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu


pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová."

1. Ambos mandamientos son semejantes

Notemos que Jesús dijo que este segundo mandamiento era


semejante al anterior. Con esto estaba dando a entender que
ambos estaban íntimamente ligados. Si amamos a Dios,
necesariamente debemos amar a nuestro prójimo que lleva la
imagen de Dios. El apóstol Juan explicó que era imposible amar a
Dios y no amar a nuestro prójimo:

(1 Jn 4:20-21) "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su


hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien
ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros
tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también
a su hermano."

Además, el Señor señaló que este segundo mandamiento era


"semejante" al anterior porque sólo el amor puede ordenar
correctamente nuestra relación con Dios y también con nuestro
prójimo.

2. El segundo mandamiento depende del primero

No debemos olvidar que si primeramente no amamos a Dios,


tampoco podremos amar correctamente a nuestro prójimo, porque
la fuente del amor verdadero no se encuentra en nosotros mismos,
sino que proviene de Dios y fluye a través de nosotros.

Esta es la razón última por la que el ser humano no logra hacer que
este mundo sea un lugar donde se respire paz y amor. Un mundo
que ha dejado a Dios fuera de su sociedad, nunca tendrá los
recursos necesarios para manifestar amor y traer paz en la relación
con sus semejantes, aunque irónicamente, seguirá culpando a Dios
de todo lo que le ocurre. ¿Quién no ha escuchado infinidad de veces
comentarios del tipo de, "si Dios existe, por qué hay guerras... por
qué permite..."?

Sólo cuando amamos a Dios estamos preparados para atender las


dificultades que nos puedan surgir en nuestras relaciones
personales, ya sea con nuestra esposa o esposo, con nuestros hijos,
con el vecino, el amigo o el jefe...

3. ¿Quién es nuestro prójimo?


Esta fue la pregunta que otro interprete de la ley le hizo a Jesús con
el fin de justificarse (Lc 10:29). Según su interpretación, el
"prójimo" sólo incluía a aquellos que eran judíos como ellos, pero
Jesús le contó la conocida parábola del "buen samaritano" con la
intención de explicarle que el deber de amar a su prójimo incluía
también a aquellos que no eran judíos. Y en otra ocasión indicó que
esto incluía también a nuestros enemigos:

(Mt 5:43-47) "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y


aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir
su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa
tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis
a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen
también así los gentiles?"

4. ¿Cómo debemos amar a nuestro prójimo?

Tal como hemos señalado anteriormente, sólo podremos amar a


nuestro prójimo como un resultado de haber experimentado
primeramente el amor de Dios en nuestras vidas, y este mismo
amor es el que tenemos que hacer llegar hasta nuestro prójimo:

(Jn 13:34) "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a


otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros."

Ahora bien, para muchos, el amor no es nada más que una palabra
bonita que les gusta usar con frecuencia. Pero si hemos de
concederle el valor que Dios le da, tenemos que decir que es mucho
más que un bello concepto. El apóstol Pablo nos ha dejado un
hermoso resumen del tipo de amor que Dios espera de nosotros:

(1 Co 13:4-7) "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene


envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se
goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."

Como vemos, el amor del que Cristo nos habla es ante todo activo
y capaz de sacrificarse. Nada tiene que ver con el concepto pasivo
que algunos han expresado: "no hagas a los demás lo que no
quieras que te hagan a ti". Por supuesto, este principio está bien,
pero el Señor Jesucristo fue mucho más lejos al expresar de una
forma positiva y activa cómo debe ser nuestro amor por el prójimo:
(Mt 7:12) "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres
hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos."

Y por último, en este breve resumen de algunas de las


características del amor que Dios espera de nosotros hacia él y
también hacia nuestro prójimo, tenemos que incluir que este amor
está íntimamente ligado con la obediencia a su Palabra.

(Jn 14:15) "Si me amáis, guardad mis mandamientos."

Cómo decíamos, el amor es mucho más que palabras, implica


acciones concretas. Cualquier madre dudaría si su hija le dijera una
y otra vez cuánto le ama, pero al mismo tiempo le desobedeciera
constantemente. Y por supuesto, lo mismo ocurre en nuestra
relación con Dios. El Señor Jesucristo dijo que la obediencia a su
Palabra era una demostración clara de nuestro amor por él.

Y no sólo esto, también debemos dejarnos guiar por su Palabra para


expresar correctamente nuestro amor. Decimos esto porque con
facilidad expresamos el amor "a nuestra manera", que no es otra
cosa que una forma de encubrir nuestro egoísmo. Por el contrario,
la Palabra nos muestra de qué manera podemos amar
auténticamente a Dios y a nuestro prójimo. Ni aún para esto
podemos confiar en nuestro propio corazón.

El propósito de la ley
Al llegar a este punto, si somos honestos, tendremos que reconocer
que ninguno de estos dos mandamientos de la ley son fáciles de
cumplir. De hecho, para nuestra propia vergüenza tendremos que
admitir que los hemos quebrantado innumerables veces.

¡Con cuanta facilidad ponemos por delante nuestras aficiones,


trabajo, estudios y dejamos en el último lugar a Dios! ¡Cuántas
veces hemos sido egoístas en nuestras relaciones con nuestro
prójimo!

Por lo tanto, aquellas personas que interpretan estos pasajes como


la forma que estableció el Señor Jesucristo para nuestra salvación
están completamente equivocados. Nadie ha cumplido estos
mandamientos, y nadie se salvará por ello.

¿Cuál es entonces el propósito de la Ley?

1. Manifestar nuestro pecado y llevarnos a Cristo

Este fue el tema de una de las grandes controversias que Pablo tuvo
con los gálatas. Ellos habían empezado a pensar que podían
salvarse por cumplir algunos mandamientos "principales", pero
Pablo les explicó que el propósito de la Ley era "sacar a la luz" el
pecado para que de esa forma fuéramos a Cristo en busca de
salvación.

(Ga 3:24) "De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos
a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe."

O como lo explicó en su carta a los Romanos:

(Ro 3:20) "Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será
justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado."

2. Manifiesta el carácter de Dios

Para todos aquellos que hemos reconocido nuestra incapacidad de


salvarnos por nosotros mismos y hemos acudido a Cristo, la ley
sigue teniendo mucho valor. En ella encontramos manifestado el
carácter de Dios, y de esta manera también aprendemos a amarle.

Además, ahora por medio de su Espíritu Santo hemos recibido el


poder para cumplir aquellos mandamientos que antes nos
resultaban inalcanzables. No olvidemos que "el fruto del Espíritu es
amor" (Ga 5:22).

"El amor es más que todos los holocaustos y sacrificios"


El escriba quedó admirado por la respuesta de Jesús y sin ninguna
reserva manifestó la honda impresión que sus palabras le había
causado. Esto le diferenciaba claramente de sus otros
correligionarios que nunca llegarían a admitir nada bueno en Jesús.

Pero en su confesión, no sólo volvió a repetir lo que Jesús ya había


dicho, sino que dio un gran paso hacia delante cuando afirmó que
el amor a Dios y al prójimo era "más que todos los holocaustos y
sacrificios".

Quizá para nosotros esta declaración no tenga mucha importancia,


pero no olvidemos que él era un escriba del judaísmo, muy
probablemente fariseo, y que para ellos los rituales del templo y las
formas externas de la religión lo eran todo. Para entender esto
mejor deberíamos considerar algunas de las serias reprensiones
que el Señor les hizo en otras ocasiones:

(Mt 23:23-26) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!


porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más
importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era
necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. ¡Guías ciegos, que
coláis el mosquito, y tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato
pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego!
Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también
lo de fuera sea limpio."

En estas circunstancias, su confesión de la necesidad de una obra


interna, vital y espiritual para poder agradar a Dios, se revestía de
mucha importancia. No era fácil que un hombre como él llegara a
manifestar de esta forma tan espontánea y sincera su acuerdo con
Jesús en que el formalismo religioso por sí solo no puede agradar a
Dios.

Seguramente esta confesión tan explícita del escriba fue la causa


directa por la que Jesús le dijo que no estaba lejos del reino de Dios.

Pero llegados a este punto, no debemos pensar sólo en el escriba.


Nosotros mismos tenemos que reconocer que nos resulta fácil dejar
que el "ritual" ocupe el lugar del amor. Podemos participar en
cultos y hasta exhibir cierta piedad en público sin que se
corresponda con una santidad interior y personal. De hecho, la
religión es un buen lugar donde esconderse para no tener que amar
a Dios.

El escriba se dio cuenta, y nosotros también debemos hacerlo, que


Dios no está interesado en la mera actividad religiosa, lo que él está
buscando es nuestro corazón. El culto sólo tiene valor cuando está
ligado al amor a Dios y al prójimo.
"No estás lejos del reino de Dios"
Nuestro Señor ensalzó la actitud de este escriba y reconoció que
estaba cerca del reino de Dios. Sin embargo, notamos que no dijo
que ya estaba "dentro" del reino de Dios, sino que "no estaba
lejos". Esta diferencia es vital. ¿Qué le faltaba?

La contestación la encontraremos en el siguiente párrafo. Allí


veremos que el Señor vuelve a referirse a los escribas, y notaremos
que lo que le faltaba era creer en Jesús como el legítimo
descendiente de David, como su Dios, Señor y Salvador. Sólo
entonces podría entrar en el reino de Dios.

Amar a Dios con todo nuestro corazón:


¿Qué significa?

Los fariseos y los escribas muchas veces trataron de


tentar a Jesús con varias preguntas. Sin embargo otros le
hacían preguntas genuinas porque buscaban respuestas.
Hay una pregunta la cual fue hecha dos veces por dos
personas diferentes, una que quería aprender y otra que
quería tentarle. Se trata de la pregunta de que cuál
mandamiento es el más grande de todos. Vamos a leer
los pasajes relacionados:

Mateo 22:35-38
“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por
tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran
mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda
tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.”

Marcos 12:28-30
“Acercándose uno de los escribas, que los había oído
disputar, y sabía que les había respondido bien, le
preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es:
Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento.”

1. Amar a Dios: ¿Qué significa?

Como leemos: amar a Dios con todo nuestro


corazón es el mandamiento más importante. Pero, ¿qué
significa? Desafortunadamente vivimos en una época
donde la palabra amor a terminado significando solo un
sentimiento. Amar a alguien se confunde con “me cae
bien”. Sin embargo, que alguien “me caiga bien” no
necesariamente constituye el amor en términos bíblicos.
Porque en términos bíblicos el amor esta estrechamente
conectado con hacer y específicamente el amar a Dios
con hacer lo que Dios quiere, esto es, Sus mandamientos,
Su voluntad. Jesús puso esto muy en claro cuando dijo:

Juan 14:15
“Si me amáis, guardad mis mandamientos.”

Y Juan 14:21-24
“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el
que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre,
y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el
Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a
nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El
que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no
me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis
oído no es mía, sino del Padre que me envió.”

También en Deuteronomio 5:8-10 (ver también Éxodo


20:5-6) leemos:
“No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que
está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las
servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso,
que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y
que hago misericordia a millares, a los que me aman y
guardan mis mandamientos.”

Amar a Dios y guardar Sus mandamientos: la Palabra


de Dios, los cuales son cosas inseparables una de la otra.
Jesús lo puso absolutamente claro. ¡El que lo ama guarda
la Palabra de Dios y aquel que no guarda la Palabra de
Dios no le ama! Entonces amar a Dios, el principal
mandamiento, no significa que siento bonito sentado en
la banca de la iglesia el domingo en la mañana. Más bien
lo que significa es que trato de hacer lo que complace a
Dios, lo que hace feliz a Dios. Y eso es una cuestión diaria.

1 Juan contiene más pasajes que establecen


claramente lo que significa amar a Dios.

1 Juan 4:19-21
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha
visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y
nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a
Dios, ame también a su hermano.”

1 Juan 5:2-3
“En esto conocemos que amamos a los hijos de
Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que
guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no
son gravosos.”

1 Juan 3:22-23
“y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de
él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las
cosas que son agradables delante de él. Y este es su
mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha
mandado. Y el que guarda sus mandamientos,
permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que
él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha
dado.”

Hay varias falacias corriendo por el cristianismo de


hoy. Una muy seria es la falsa idea de que a Dios no le
importa si hacemos o no Sus mandamientos, Su
voluntad. De acuerdo a esta falacia, todo lo que a Dios le
importa es ese único momento cuando comenzamos en
la “fe”. “Fe” y “amar a Dios” han sido separados de
cuestiones prácticas y son consideradas ciertas nociones
de tipo teórico, estados mentales, los cuales existen
separadamente de lo que uno vive. ¡Pero la fe significa
ser fiel! Y el fiel cuida de complacer a aquel al cual le es
fiel, esto es, se ocupa de hacer Su voluntad, Sus
mandamientos.

Algo más que se vuelve evidente con lo anterior es


que el amor y el favor de Dios no son verdaderamente
condicionales, así como algunos nos han hecho creer.
Esto también lo vemos en los pasajes anteriores.
Entonces en Juan 14:23 leemos:

Juan 14:23 La Biblia de las Américas (LBLA)


"Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará
mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y
haremos con él morada."

Y 1 Juan 3:22
“y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de
él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las
cosas que son agradables delante de él.”

Y en Deuteronomio 5:9-10
“No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy
Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los
padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de los que me aborrecen, y que hago
misericordia a millares, a los que me aman y guardan
mis mandamientos.”

En Juan 14:23 hay un “si” y una “y”. Si alguien ama a


Jesús, guardará Su Palabra, Y, como resultado, el Padre
lo amará y Él junto con Su Hijo vendrán y morarán en él.
También en 1 Juan, recibimos cualquier cosa que le
pidamos, porque guardamos Sus mandamientos y
hacemos lo que le complace. También en Deuteronomio,
el misericordioso amor de Dios se demuestra a aquellos
que le aman y guardan Sus mandamientos . Hay un claro
ligamento entre el amor y el favor de Dios con el hacer
Su voluntad. Por decirlo de otro modo, no pensemos que
desobedecer a Dios, descuidando Su Palabra y Sus
mandamientos, no importan de verdad, porque como
quiera Dios nos ama. No pensemos de ese modo, cuando
decimos que amamos a Dios en verdad lo amamos. Yo
creo que si amamos a Dios o no se demuestra mediante
la respuesta a la siguiente pregunta simple: ¿Hacemos lo
que complace a Dios, Su Palabra, Sus mandamientos? Si
la respuesta es sí, entonces amamos a Dios. Si la
respuesta es no, entonces no lo amamos. Así de simple.

Juan 14:23-24
“Si alguno me ama, guardará mi palabra; …. El que no
me ama, no guarda mis palabras...”

2. “Pero no siento hacer la voluntad


de Dios”: El caso de los dos hermanos

Otra área de confusión, cuando se trata de hacer la


voluntad de Dios, es la idea de que deberíamos hacer la
voluntad de Dios solo si sentimos hacerla. Pero si no lo
sentimos entonces estamos disculpados porque,
supuestamente, Dios no querría que hiciéramos algo que
no sentimos hacer. Pero dime algo: ¿vas a trabajar
porque lo sientes? ¿Te levantas en la mañana pensando
en cómo te sientes para ir a trabajar y dependiendo de si
lo sientes o no te paras de la cama o te volteas y te tapas
con la colcha? ¿Así es cómo lo haces? No lo creo. HACES
tu trabajo independientemente de cómo te sientas al
respecto. Pero cuando se trata de hacer la voluntad de
Dios le hemos dado mucho lugar a los sentimientos. Por
supuesto que Dios quiere que hagamos Su voluntad y
que sintamos hacerla, pero aun si no lo sentimos, es
mucho mejor hacerla comoquiera. Un ejemplo de lo que
el Señor nos dijo: “ Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo
y échalo de ti...” (Mateo 18:9). No dijo: “Y si tu ojo te es
ocasión de caer y sientes sacarlo entonces hazlo. Pero si
no sientes sacarlo entonces estás disculpado -puesto que
no sientes hacerlo, lo puedes dejar ahí produciendo que
sigas pecando”. ¡El ojo podrido debe de ser sacado,
aunque lo sintamos o no, hazlo como quiera, en vez de
desobedecerle a Él!

Pero veamos otro ejemplo en Mateo. En Mateo 21,


los sumos sacerdotes cuestionaron a Jesús una vez más.
Para responder una de esas preguntas Jesús dio la
siguiente parábola:

Mateo 21:28-31
“Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y
acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en
mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después,
arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la
misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y
no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?
Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo,
que los publicanos y las rameras van delante de vosotros
al reino de Dios.”

Su respuesta era correcta. El primero hijo no sentía


hacer la voluntad de su padre. Claramente se lo dijo: No
quiero ir hoy a la viñedo. Pero luego lo pensó y cambió
de opinión. No se sabe lo que causó ese cambio.. Yo creo
que le importaba su padre. Escuchó a su padre pedirle
que hiciera su voluntad, pero no sentía hacerla. Quería
dormir un rato más, tomar su café despacio o tal vez salir
con sus amigos. Entonces su primer reacción, tal vez
desde la cama, fue “no voy a ir”. Pero luego pensó en su
padre y porque lo ama, cambió de opinión, se paró de la
cama y fue e hizo lo que su padre quería que hiciera.

El segundo hijo, por otra parte, le dijo a su padre -tal


vez también ya levantado de la cama- “Papá, voy a ir”.
Pero luego no fue, tal vez se volvió a dormir, luego llamó
a un amigo y se desapareció haciendo lo que él quería.
Tal vez por un momento “sintió” hacer la voluntad de su
padre, pero los sentimiento van y vienen. Entonces ese
“sentimiento” de hacer la voluntad de Dios fue
reemplazado por otro “sentimiento” de algo diferente y
ya no fue.

¿Cuál de estos dos hijos hizo la voluntad de su


padre? ¿El que no lo sentía al principio pero que la hizo
como quiera o el que al principio sentía hacerla pero en
realidad no la hizo? La respuesta es obvia. Ahora, ya
vimos que amar al Padre significa hacer Su voluntad. Por
lo tanto, podríamos preguntar lo siguiente: ¿Cuál de los
dos amaba a su padre? o ¿Con cuál de los dos estaba el
padre complacido? ¿Con el que al principio le dijo que iba
a hacer Su voluntad y luego no la hizo o con el que en
realidad hizo Su voluntad? La respuesta es obviamente la
misma: con el que hizo Su voluntad. Entonces
concluyendo: Haz la voluntad de Dios,
independientemente de los sentimientos. Incluso si la
primer respuesta es “No siento hacerla”, cambia de
opinión y hazla. Por supuesto que es mucho mejor sentir
hacer la voluntad de Dios y hacerla, pero entre no hacer
la voluntad de Padre y hacerla sin querer necesariamente
hacerla, la opinión a escoger aquí es: Como quiera voy a
hacer la voluntad de mi Padre, porque lo amo y quiero
complacerlo.

3. La noche en Getsemaní

Ahora, lo anterior no significa que no podemos o no


deberíamos hablarle al Padre y pedirle otras opciones
posibles. Nuestra relación con el Padre es una RELACIÓN
real. El Señor quiere los canales de comunicación con Sus
hijos-siervos siempre abiertos. Lo que sucedió en
Getsemaní la noche que Jesús fue entregado para ser
crucificado fue característico. Jesús estaba en el jardín
con Sus discípulos y Judas el traidor venía junto con los
sirvientes de los sumos sacerdotes y los ancianos, a
arrestar a Jesús y crucificarlo. Jesús estaba en agonía.
Hubiera querido dejar pasar esa copa de Él. Y se lo pidió
al Padre:

Lucas 22:41-44
“Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de
piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo
para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más
intensamente; y era su sudor como grandes gotas de
sangre que caían hasta la tierra.”

No hay nada de malo en preguntar al Padre si hay


alguna salida. No hay nada de malo en preguntarle al
Padre si hoy puedes quedarte en casa y no ir al viñedo.
Lo que está mal es quedarse en casa comoquiera y sin
preguntarle. Eso es desobediencia. Pero no está mal
preguntarle por una excepción o por otra alternativa. De
hecho, si no hay otra forma, puede que obtengas una
motivación especial para avanzar y hacer Su voluntad,
Jesús obtuvo tal motivación: “Y se le apareció un ángel
del cielo para fortalecerle”.

Jesús hubiera querido que pasara de Él la copa,


PERO solo si esa era la voluntad de Dios. Y en ese caso no
lo era. Y Jesús la aceptó. Como le dijo a Pedro después de
que llegó Judas con la compañía de guardias:

Juan 18:11
“Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina;
la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”

Jesús siempre hizo lo que complacía al Padre, incluso


si no sentía hacerlo. Y por eso, porque siempre hizo lo
que complacía al Padre, el Padre nunca lo dejó solo.
Como Él dijo:

Juan 8:29
“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado
solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.”
Él es nuestro ejemplo. Como el apóstol Pablo
también nos dice en Filipenses:

Filipenses 2:5-11
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también
en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual
Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre, para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos,
y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

Jesús se humilló a sí mismo. Dijo: “que se haga Tu


voluntad y no la mía”. ¡Jesús obedeció!

Y lo mismo debemos de hacer nosotros también. El


mismo pensar, la misma obediencia, la mente que dice
no mi voluntad sino la Tuya esté en nosotros también.
Como Pablo continúa:

Filipenses 2:12-13
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis
obedecido, no como en mi presencia solamente, sino
mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad.”
“Por lo tanto, amados míos” esto es, porque
tenemos tal ejemplo de obediencia, Jesucristo nuestro
Señor, obedezcamos también cuidando nuestra
salvación con temor y temblor de Dios, es el obrar en
nosotros el querer como el hacer por Su buena voluntad.
Como Santiago dice:

Santiago 4:6-10
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a
Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a
Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las
manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros
corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se
convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos
delante del Señor, y él os exaltará.”

Conclusión

Amar al Señor con todo nuestro corazón es el


mandamiento más importante. Pero amar a Dios no es
un estado de la mente, donde “sentimos bonito”
respecto a Dios. Amar a Dios es lo mismo que hacer lo
que Dios quiere. No hay tal cosa de amar a Dios mientras
que al mismo tiempo le desobedezco. No existe eso de
tener fe y ser infiel. La fe no es un estado mental. La fe
en Dios y Su Palabra es serle fiel a Dios y a Su Palabra. No
creamos la falacia que trata de separar una cosa de la
otra. También el amor de Dios y Su favor vuelve a
aquellos que le aman, esto es, a aquellos que hacen lo
que a Él le place, Su voluntad. Además, también vimos
que es mejor continuar y hacer la voluntad de Dios
aunque no lo sintamos, que desobedecerle. Esto no nos
hace robots sin sentimientos. Podemos (deberíamos)
hablarle al Señor y pedirle otra alternativa para que nos
la provea. Él es el Maestro más maravilloso de todos,
misericordioso y bueno con sus hijos. Y si no hay otra
alternativa Él nos fortalecerá para hacer lo que parece
muy difícil para nosotros, exactamente como lo hizo con
Jesús aquella noche.

Aquel joven le preguntó a Jesús: ¿Maestro que he de hacer yo para conseguir


la vida eterna? y El le contestó: “Si quieres entrar en la vida eterna, cumple los
Mandamientos” (Mt.19,16.19). Pero el joven insistió. ¿Cuál es el Mandamiento
más importante de la Ley?. Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y
más importante. Pero hay otro semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Toda la Ley se fundamenta en estos dos Mandamientos” (Mt.22,36.38).

Y esto, me recuerda mi noble y sincera pregunta, a aquel hombre de Dios, en


una sesión de catequesis para adultos. ¿Cómo es posible amar a Dios, al que
no vemos, si nos resulta tan difícil, amar a los que viven a nuestro alrededor?.
La respuesta fue tan contundente y definitiva, que me hizo reflexionar.

Si no amas a Dios, porque no lo ves, es que tu amor a El es frágil. Porque


amarle, es seguirle y reconocerlo como creador y salvador. Como dueño y
señor de todo lo que existe. Como destino de nuestro espíritu, para
agradecerle, todo lo que ha hecho y hace día a día por nosotros.

Es, profesarle libremente nuestro amor en público y en privado. Es, pedirle ser
el último en todo, y aceptar ser el primero en amarle sin peso ni medida.

Amar a Dios, es verlo y sentirlo, no allá lejos, donde brillan las estrellas, si no a
nuestro lado, caminando por nuestras mismas calles.
Amarle, es contemplar todos los tesoros de bondad y ternura, que nos ha
dejado, y cumplir su nuevo Mandamiento: “Que os améis los unos a los otros
como yo os he amado” (Jn.15,12).
No sé, pero me parece a mí, después de escuchar al catequista, que el amor a
Dios, se refleja en esa lección de pequeños detalles que la vida diaria nos
enseña.

Y es amar a Dios, cumpliendo con el primer Mandamiento, amando a los


inmigrantes, que desesperados por diversas causas, abandonan sus pueblos y
no encuentran acomodo entre nosotros. Y comprendiendo a los que sufren
pérdida de libertad, siendo inocentes o presuntos culpables. Amando y
respetando a los desvalidos o indigentes; a los que nos importunan en el tráfico
diario, y a los que nos superan en el mundo laboral.

Y es amar a Dios, amando, a los que nos atienden en los hospitales, a veces,
salvando nuestras propias vidas. Y visitando a nuestros mayores, que en
residencias o en sus propios hogares, se encuentran abandonados,
consumiendo sus últimos días en esta vida. Y consolando a los que sufren el
azote de la enfermedad incurable y esperan en la soledad de cualquier centro
sanitario.

También se ama a Dios, no volviendo la cara hacia esos africanos –en su


mayoría jóvenes- que viven en la frontera entre Uganda y Kenia, sufriendo una
gran epidemia de sida y tuberculosis y que nos gritan sin esperanza, que
quieren vivir, pero no tienen comida para alimentarse ni medicamentos que les
evite ese holocausto.

Y se puede amar a Dios, convenciendo a los que piensan equivocadamente


que por envejecer dejan de amar, sin saber que, por dejar de amar, empiezan a
envejecer y hablando con aquellos que amamos y sin embargo no nos
atrevemos a decírselo. Y, ayudando a los niños explotados, marginados,
incipientes delincuentes que buscan en los basureros, la comida que nosotros
desechamos.

Amar a Dios es amando al Padre Vicente Ferrer, misionero, que lo abandonó


todo por amor a los que sufren en la India, donde desarrolla una labor inmensa.
O, reflejándonos en el espejo de Monseñor Romero, que en pleno siglo XX, dio
su vida por amor a Dios y a los hombres.
Y entendiendo a los misioneros, que dejando sus países, familias y
comodidades, se marcharon lejos por amor a los que los necesitan,
regalándoles hasta su propia vida.

Igualmente, se ama a Dios, amando y perdonando a los incrédulos y no


creyentes, porque tal vez, por nuestros raquíticos ejemplos en la vida espiritual,
moral y social, hayamos sido culpables de su falta de amor y conocimiento de
Dios.
Amar al prójimo
Un día un hombre preguntó a Jesús: Maestro, ¿
cuál es el mandamiento mayor de la ley ?
Él le dijo:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu mente y AMARÁS A TU
PRÓJIMO COMO A TI MISMO. No existe otro
mandato mayor que éste.
En este folleto queremos platicarte lo que significa
amar a tu prójimo en la vida práctica

Lo primero que tienes que preguntarte es:

¿ QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

Mi prójimo es toda la gente del mundo.


Mi prójimo es mi esposo, mi esposa, mis hijos, los suegros, los parientes, los amigos, los
vecinos, los de mi pueblo, los del pueblo de junto, mis compañeros de trabajo, mis empleados,
mi jefe. Mi prójimo es también, los que no me caen bien, los que me han hecho alguna maldad,
los que hablan mal de mi.

Todos los hombres somos HIJOS DE DIOS: los buenos, los malvados, los simpáticos, los
pesados, los pobres, los ricos, los que creen lo que yo, los que tienen otras ideas. ¡Todos!

¨TODOS LOS HOMBRES SOMOS HERMANOS¨ y Cristo nos enseña que debemos amarnos
unos a otros y nunca hacernos el mal.

¿ Y POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE AMARNOS


UNOS A OTROS ?

Hubo un hombre muy bueno llamado PABLO, que fue Santo y que nos dejó grandes enseñan
zas sobre el amor en sus cartas. El decía:

¨Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los Ángeles, aunque fuera sabio,
aunque tuviera una gran fe, SI NO TENGO AMOR , NADA SOY ¨.

¨Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, SI NO TENGO
AMOR, DE NADA ME APROVECHA ¨.

Recuerda que el AMOR con que trates a tus hermanos y conque hagas las cosas, es lo más
importante para Dios.

Cuando mueras y llegues a Dios, El te preguntará:


¿ Cuánto amaste a tus hermanos?
Sólo viviendo en el amor podrás
tener PAZ en tu alma, podrás tener esa
tranquilidad interior que da la única y
verdadera FELICIDAD al hombre.

¡ Aunque logres muchas cosas materiales,


si no tienes AMOR, no podrás ser feliz !

Además, sólo si todos cumplimos este


mandamiento, podremos tener una familia
en paz, un país en paz, un mundo en paz.

¿ QUÉ ES AMAR A MÍ
PRÓJIMO COMO A MÍ MISMO ?

Amar al prójimo como a mí mismo, es ¨TRATARLO COMO A MI ME GUSTARÍA QUE ME


TRATARAN.

El Evangelio nos dice lo siguiente:


¨Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos¨.

- AMAR al prójimo es ¨RESPETARLO¨, o sea, no querer que todos sean o piensen como yo.
Por ejemplo: si mi compadre quiere libremente votar por otro partido, debo respetarlo. Si mi
vecino tiene otra religión y no desea cambiar, debo respetarlo y pedirle a él que me respete.
Fíjate bien, aunque los hombres piensen de manera diferente, pueden y deben amarse y vivir
en paz.

- AMAR al prójimo es SERVIRLE, es decir,


olvidarme de lo que yo quiero hacer o lo
que yo necesito, para dar gusto
y AYUDAR a los demás: a mi esposo, a mi
esposa, a mis hijos, a todos mis hermanos.
Servir es hacer un favor antes de que me lo
pidan.
Si hiciéramos esto solamente en nuestra
familia, ¡qué diferente sería nuestra vida
familiar!

- Amar al prójimo es también preocuparme por los que están más amolados que yo, por los que
tienen hambre, por los que se quedaron sin casa, por mi compañero que se le atrasó la
chamba, por aquel amigo que tuvo un problema. ¡Hay tantas personas que podemos ayudar!
Podemos también ayudar con nuestro tiempo o con nuestro cariño.
Amar es acompañar y escuchar un rato al viejito del que todos se han olvidado.
Amar es visitar al enfermo que no puede salir.
- Amar al prójimo es SER AMABLE, es
hablar bien y tratar a las personas con
cariño, y no a gritos y sombrerazos.

- Amar al prójimo es tener PACIENCIA con


las personas. ¿Qué significa esto?
Significa acep-tar a los otros como son,
aguantar sus errores o sus equivocaciones
y corregirlos con amor.
¡Qué importante es tener paciencia por
ejemplo, con nuestros hijos, para irles
enseñando lo que está bien y lo que està
mal!

- Amar al prójimo es hacer mi trabajo ( en la casa con mi familia, en el campo o en la fábrica


con mis compañeros) lo mejor que pueda y con alegría.
- Amar al prójimo es NO JUZGAR a nadie, no pensar o hablar mal de otras personas.

El verdadero amor todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no acaba nunca.

Los primeros cristianos, se distinguían por-que siempre se veía que se amaban mucho unos a
otros. Dios quiere que hoy también nos amemos y convivamos todos los hombres en paz.

Debemos ver en cada uno de nuestros hermanos a CRISTO MISMO. Jesús nos dijo, que todo
cuanto hagamos con cualquier perso - na, es como si lo hiciéramos con El mismo.

Recuerda, Cristo nos enseña:


¡ Amarás a tu prójimo como a ti mismo!

PROPÓSITO DEL MES :


Este mes pensarás todas las noches: ¿cómo he amado hoy a mi prójimo? Y rezarás un Padre
Nuestro a Dios, para pedirle que todos los hombres se amen y haya paz en nuestro país y en el
mundo entero.

¿Qué significa amar a Dios


con todo tu corazón?
14 de septiembre del 2014 13 comentarios

Recientemente, uno de los lectores del blog nos preguntó: “¿Qué significa amar
a Dios con todo tu corazón?” Debido a que esta es una pregunta excelente e
importante y tal vez una de las preguntas que muchos de nosotros nos
hacemos, la responderemos con una entrada completa.

Marcos 12:30 dice:


“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas”.
En pocas palabras, este versículo significa que Dios quiere que le amemos con
todo nuestro ser.

Así que, ¿a qué nos referimos cuando


decimos todo nuestro ser?
En una entrada anterior del blog, ¿En qué son diferentes el alma del espíritu?,
señalamos que 1 Tesalonicenses 5:23 nos muestra las tres partes de nuestro
ser: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y
vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para
la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Nuestro espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, la parte que usamos
para recibir a Dios y contactarlo. Cuando recibimos al Señor Jesús como
nuestro Salvador, éste fue el lugar donde Él vino a vivir. En nuestro espíritu
podemos tener comunión con el Señor y pasar tiempo en Su presencia.

Nuestra alma se compone de nuestra mente, emoción y voluntad. Es nuestra


persona, nuestra parte psicológica.

Nuestro cuerpo, naturalmente, es nuestra parte física, con la cual contactamos


las cosas físicas por medio de nuestros cinco sentidos y expresamos nuestras
partes internas.

El Señor Jesús dijo que debemos amar a Dios con estas tres partes, es decir,
con todo nuestro ser. Este es un mandamiento fuerte y a la vez misterioso. En
1 Pedro 1:8 dice: “A quien amáis sin haberle visto, *en quien creyendo, aunque
ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y colmado de gloria”. ¿Cómo
es posible amar a alguien que no hemos visto? ¿Y cómo podemos amar a Dios
con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y toda nuestra mente
y todas nuestras fuerzas? ¿Acaso tenemos la capacidad de hacerlo?

Veamos cómo podemos amar a Dios plena y absolutamente con cada una de
las partes de nuestro ser.
Todo comienza con el corazón
Es probable que creamos que nuestro corazón es simplemente la sede de
nuestras emociones. Sin embargo, en la Biblia nuestro corazón es mucho más
que eso. Es cierto que el corazón esta compuesto de nuestras emociones, pero
también de nuestra mente, voluntad y conciencia. Nuestro corazón es la fuente
de nuestros sentimientos, pensamientos, intenciones y nuestro sentido de
condenación o culpabilidad cuando hacemos algo que no está bien.

Dios nos creó con un corazón a fin de que lo amaramos plena y absolutamente.
Hoy en día, sin embargo, nuestros corazones aman muchas otras cosas aparte
de Dios. Se nos hace difícil orar con el salmista: “¿A quién tengo en los cielos
sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25). Debemos
admitir que aunque amamos a Dios hasta cierto punto, Muchas veces, Él no es
nuestro único o primer amor. Las cosas del mundo capturan nuestro corazón.
Así que, ¿cómo podemos obedecer el mandamiento del Señor de amar “al
Señor tu Dios con todo tu corazón”?

En 1 Juan 4:19 dice: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. La nota
en este versículo del Nuevo Testamento Versión Recobro dice: “Dios nos amó
primero porque Él nos infundió Su amor y generó en nosotros el amor con el
cual lo amamos a Él y a los hermanos (vs. 20-21)”.

Dios nos ordenó a que le amaremos absolutamente, pero Su intención nunca


fue que produjéramos este amor hacia Él con nuestro propio esfuerzo. De
hecho, Él está muy consciente que en nosotros mismos, somos incapaces de
tal amor. Es necesario que nos demos cuenta que cuando Dios demanda algo,
Su intención es que Él mismo ha de cumplir esa demanda por nosotros.
Nuestro amor por Dios de hecho, tiene su origen en Dios mismo. Proviene de
Su amor en nuestro ser, el cual es más elevado que cualquier otra cosa que
seamos capaces de producir.

Dios es amor y Él se hizo un hombre llamado Jesucristo. Cuando recibimos al


Señor Jesús, recibimos todo lo que Él es en nuestro espíritu. Las buenas
nuevas para nosotros los cristianos es que podemos volver nuestro corazón a
Él donde Él habita: en nuestro espíritu. En 2 Corintios 3:16 dice: “Pero cuando
su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. Luego el versículo 18 dice:
“Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo
la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Señor Espíritu”. Estos versículos igualan a los seres
humanos con espejos que reflejan lo que miran. Cuando nuestro corazón se
desvía del Señor por cosas como el pecado, preocupaciones y el amor a las
cosas del mundo, nuestro corazón está cubierto por un velo y no podemos
mirar o reflejar al Señor. Sin embargo, cuando volvemos el corazón al Señor, el
velo en nosotros es quitado y podemos ver al Cristo glorioso. Vemos Su
belleza, Sus virtudes y cuán maravilloso Él es, y Él imparte en nuestro ser lo
que Él es, incluyendo Su amor y nuestro amor por Él crece.

Podemos volver nuestro corazón al Señor Jesús al orar, invocar Su


nombre, confesarle y aplicar Su sangre preciosa y al pasar tiempo con Él en Su
Palabra. Estas prácticas sencillas pueden quitar los velos de nuestro corazón,
restaurar nuestra comunión con el Señor y reavivar nuestro amor por Él. No es
necesario permanecer fríos o indiferentes hacia el Señor. Podemos volver
nuestro corazón a Él en cualquier momento. Él nos reavivará y nos traerá de
nuevo a Él como nuestro primer amor.

Nuestra alma
Nuestra alma—mente, emoción y voluntad—es una gran parte de nuestro
corazón. Dios creó nuestra alma para que le expresáramos, pero debido a la
caída, solemos expresarnos a nosotros mismos. Tenemos nuestras propias
opiniones, sentimientos y decisiones aparte de Dios.

No obstante, cuando volvemos nuestro corazón al Señor, nuestro amor por Él


crece. Lo amamos con nuestro corazón y específicamente, comenzamos a
amarlo con nuestra alma. Sus pensamientos llegan a ser nuestros
pensamientos, Sus sentimientos llegan a ser nuestros sentimientos y Sus
decisiones llegan a ser nuestras decisiones. A medida que Él realiza Su obra
transformadora en nosotros, espontáneamente expresamos a Dios y le
glorificamos. Otros ven a Cristo expresado en nosotros en nuestro amor hacia
Él con toda nuestra alma.

Nuestra mente
Nuestra mente es la parte principal de nuestra alma, la cual dirige el resto de
nuestro ser. Ponemos nuestra mente en muchas cosas, pero Dios quiere que la
pongamos en el espíritu, donde está Cristo. Romanos 8:6 dice: “Porque la
mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida
y paz”. Cuando ponemos nuestra mente en la carne o las cosas de la carne,
nos sentimos sin vida e inquietos porque nos apartamos de Cristo en nuestro
espíritu. No obstante, cuando ponemos nuestra mente en el espíritu, estamos
en paz y llenos de vida. Al poner nuestra mente en nuestro espíritu todo
nuestro ser está enfocado en Dios.

Una de las maneras de poner la mente en el espíritu es por medio de leer la


Biblia con un corazón abierto. Mientras leemos, nuestra mente es alumbrada y
renovada, y somos lavados en el agua de la Palabra. Leer la Palabra de Dios a
diario beneficia enormemente nuestra mente y nuestra alma.

Nuestras fuerzas
Nuestras fuerzas aluden a nuestras fuerzas físicas. Cuando volvemos nuestro
corazón al Señor, le expresamos en nuestra alma y ponemos nuestra mente en
Él, nuestro cuerpo le seguirá. Anteriormente, usábamos nuestras fuerzas para
servirnos a nosotros mismos o al mundo, pero conforme el amor por el Señor
se extiende a todas nuestras partes internas, nuestras acciones externas
comenzarán a cambiar. Las cosas que antes ocupaban nuestro tiempo y
energía cederán debido a que lo que amamos ha cambiado. Tenemos un
nuevo objetivo, una nueva meta y un nuevo reto. Nuestras fuerzas físicas ahora
son para Su propósito.

Comience hoy mismo


Amar a Dios con todo nuestro ser es un ejercicio. No siempre nos levantamos
en la mañana con un corazón amoroso hacia el Señor. No obstante, podemos
comenzar el día volviendo nuestro corazón a nuestro querido Señor Jesús.
Podemos decir: “Señor Jesús, vuelvo mi corazón a Ti esta mañana. ¡Te amo!”
Podemos practicar decirle al Señor que lo amamos todos los días. También
podemos orar: “Señor Jesús, haz que te ame más el día de hoy de lo que te
ame ayer”. Conforme oramos al Señor Su propio deseo de amarlo
absolutamente, ¡Él tendrá la manera de forjarse en nosotros a fin de que lo
amemos con todo nuestro ser!

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