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INTRODUCCIÓN

Una de las discapacidades que más trastorna a la humanidad, es la incapacidad


para perdonar. Esta deficiencia del ser humano provoca problemas graves en su
salud y en sus relaciones interpersonales, ya se trate del matrimonio, la familia,
o el trabajo.
Según el estudio de la inteligencia emocional, una mala gestión de nuestras
emociones, puede ser causa principal de un bajo rendimiento académico,
psicológico o laboral. Y causa importante del descontrol emocional se debe a no
saber perdonar.

Aun entre aquellos que aparentemente perdonamos, puede existir algún tipo de
ignorancia que nos impida perdonar realmente, estorbándonos a su vez para
trabajar con el pleno control de nuestras emociones y al más alto nivel de
concentración.

QUÉ NO ES EL PERDÓN
Existe la falsa creencia de que el perdón es un acto formal en el cual una persona
acepta las disculpas de otra y le dice ciertas palabras en descargo de su falta.
Pero esto no es el significado del perdón. Tan es así, que en la mayoría de los
casos sigue existiendo enfado, rencor, dolor, desconfianza y sobre todo fractura
de la relación.
Hay personas que dicen: „„te perdono pero no me vuelvas a hablar, te perdono
pero hasta aquí llegamos, te perdono pero págame todo lo que me debes, lo
perdono pero primero me voy a desquitar‟‟, y la frase más famosa y odiosa de
todas: “yo perdono, pero no olvido”. Esto es una imposibilidad.
A veces se ha llegado al colmo de exigir al ofensor que se disculpe públicamente.
Eso en realidad es un teatro, en el que se busca la humillación del ofensor y no el
resarcimiento del daño ni la restauración de la relación. Solo es poner en boca de
una persona ciertas cosas y palabras que en realidad no siente. Ni ella está
realmente pidiendo perdón, ni la otra persona la está realmente perdonando;
más bien se está intensificando el problema añadiendo una nueva injusticia.

Existe un tiempo propicio para perdonar, y es antes de la venganza. Si usted se


desquita del ofensor, pierde para siempre la oportunidad de perdonarlo. La
persona que no perdona, se enferma a sí misma, enferma su mente y su cuerpo,
enferma su entorno, su trabajo y a los demás.

La persona que verdaderamente pide perdón, se hace consciente de su falta, se


duele sinceramente por haberla cometido, se avergüenza a sí misma, está
arrepentida y por ello dispuesta a no volverlo a hacer. Esto es lo que la mueve y
lleva a pedir perdón sinceramente.

Por cuestión de tiempo, no me es posible explicar a fondo el origen y la


etimología de esta palabra en su historia. Baste con decir que la palabra
perdonar, traducida del vocablo griego afiemi significa, según el Diccionario
Vine de Palabras Griegas, “enviar afuera”, “despedir”.
Siendo así, una persona que perdona a otra, echa fuera su dolor, se descarga de
pensamientos y sentimientos negativos; esto le permite asimismo sanar su
corazón, eliminando el rencor y evitando así una cadena de problemas mayores.
Quien no perdona sufre y pierde más. Cuando existe el verdadero perdón, la
relación vuelve exactamente al punto en el que estaba antes del conflicto.

Cuando usted perdona verdaderamente, eso que le hicieron ya no le sigue


dañando, lo que le quitaron ya no le importa, el golpe que le dieron tal vez le siga
doliendo un poco, pero ya no lo hace sufrir, ya no es prisionero ni lo siguen
torturando.
El evento sigue en su mente porque es un registro de hechos, pero ya no le afecta
en el presente, ya no afecta a sus emociones, ni a sus relaciones, ni a su trabajo.
Debemos entender la gran verdad de que el dolor puede deberse a varios
factores, pero el sufrimiento es siempre opcional. No es lo que le hicieron, no
es lo que le quitaron, no es lo que le dijo su ser más amado. Es cómo lo
interpreta, cómo lo maneja y el grado de sufrimiento que decide experimentar.
El dolor puede ser interno o externo, e inevitable, pero el sufrimiento es siempre
mental. Es cuestión de enfoque. ¿No lo cree, le parece que exagero? Una persona
pierde a su pareja y se suicida, otra nace sin piernas ni brazos, y da conferencias
de superación personal a los demás. Usted decide la intensidad del sufrimiento.

No propongo que se minimice el daño causado. No diga: “en realidad no me


afectó”, o cosas por el estilo. Asimile verdaderamente lo que le quitaron, y luego
tenga la fortaleza interior de decir: “yo te lo obsequio voluntariamente”.
¿Por qué cree que Dios manda: “al que quiera ponerte a pleito y quitarte la
túnica, déjale también la capa”? (Mateo 5.40). El problema con lo que le hacen,
no es lo que le quitan, es lo que dejan en su corazón.

DERRIBANDO BARRERAS
Existen algunos obstáculos que nos impiden o nos dificultan el perdonar. Tal vez
el mayor impedimento para perdonar verdaderamente, es creer que la persona
que nos dañó no merece nuestro perdón. ¡Por supuesto que no lo merece!
Pero debemos de entender, aunque nos cueste, que el perdón no es un premio,
no es algo que le damos a la otra parte; más bien es algo que sacamos de nuestro
interior, es algo que nos damos a nosotros mismos.
Perdonar a alguien no es solo hacerle un bien a él, es hacernos un bien supremo
a nosotros mismos. Es tan importante perdonar, que Cristo dice: “Si ustedes
perdonan a los hombres sus ofensas, Dios también los perdonará a ustedes”.

Otros creen que perdonar es de débiles o tontos. Pero es todo lo contrario:


solamente las personas sanas y poderosas pueden perdonar. Dios entregó la vida
de su único Hijo para perdonar los pecados del mundo. ¿En qué lugar se pone o
quién se cree que es usted para no querer perdonar? Lo que usted dice: “esto no
lo puedo perdonar”, es precisamente lo que debe y tiene que perdonar. Porque
es lo que más daño le hace, y es lo que más mérito tiene perdonar. No tiene
importancia perdonar cosas sin importancia. ¿Para qué sirve aparentar fortaleza
externa? El perdón es la marca de la fortaleza mental y la grandeza del alma.
Por cierto, debemos también de aprender a perdonarnos a nosotros mismos. La
falla más grande que tuvo, ese recuerdo que lo hace llorar por las noches, si no
atendió a sus padres, si maltrató a su hijo. Recoja la lección para que no cometa
el mismo error con los seres que aún quedan. Pida perdón a quien corresponda,
perdónese usted mismo, levántese y siga adelante. (También, una vez pidiendo
perdón, jamás permita ser chantajeado por cosas o errores del pasado).
No podrá perdonar a otros si no se sabe perdonar a usted mismo. Y cuando se
perdone, entienda las circunstancias por las que han pasado las personas que lo
han dañado a usted, para que pueda perdonarlas también. Si usted acepta que
ha fallado, ¿Por qué no puede aceptar las fallas de otros?

Yo no lo invito a que se lleve y medite en esta información. Lo desafío a que en


este preciso momento, piense en la persona que más daño le ha hecho, valore
realmente el daño, y sea capaz de perdonarlo de una vez y para siempre.

Dice la Palabra de Dios: “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque
de él mana la vida”. Su corazón es más valioso que lo que le quitaron; la paz de
su corazón es más importante que su orgullo, que su dignidad o que su dolor.
Hágale en este momento uno de los mejores regalos: saque toda la basura que no
merece estar en él, límpielo, sánelo, hágalo feliz, aprendiendo a perdonar.

Gracias por su atención. Con aprecio sincero:

Jesús Briseño Sanchez


Tonalá, Jalisco – Octubre de 2018

Material extra:

Veamos tres ejemplos bíblicos del verdadero perdón. El de Jesús en la cruz:


„„Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen‟‟ (Lucas
23.34). El de Esteban siendo apedreado: „„Y puesto de rodillas, clamó a
gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado‟‟ (Hechos 7.60). Y el de
Pablo siendo abandonado por sus colaboradores: „„En mi primera defensa
ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea
tomado en cuenta‟‟ (2Timoteo 4.16).
Ninguno de ellos esperó a que el pecador se arrepintiera, viniera a él y le
pidiera perdón. ¿Sabe por qué? Porque tenían el carácter de Dios. Eran
hombres que pertenecían a Dios y actuaban conforme a su corazón. Cuando
no perdonamos, o si decimos que no podemos perdonar como Dios lo hace,
nos presumimos superiores a Dios.

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