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Aun entre aquellos que aparentemente perdonamos, puede existir algún tipo de
ignorancia que nos impida perdonar realmente, estorbándonos a su vez para
trabajar con el pleno control de nuestras emociones y al más alto nivel de
concentración.
QUÉ NO ES EL PERDÓN
Existe la falsa creencia de que el perdón es un acto formal en el cual una persona
acepta las disculpas de otra y le dice ciertas palabras en descargo de su falta.
Pero esto no es el significado del perdón. Tan es así, que en la mayoría de los
casos sigue existiendo enfado, rencor, dolor, desconfianza y sobre todo fractura
de la relación.
Hay personas que dicen: „„te perdono pero no me vuelvas a hablar, te perdono
pero hasta aquí llegamos, te perdono pero págame todo lo que me debes, lo
perdono pero primero me voy a desquitar‟‟, y la frase más famosa y odiosa de
todas: “yo perdono, pero no olvido”. Esto es una imposibilidad.
A veces se ha llegado al colmo de exigir al ofensor que se disculpe públicamente.
Eso en realidad es un teatro, en el que se busca la humillación del ofensor y no el
resarcimiento del daño ni la restauración de la relación. Solo es poner en boca de
una persona ciertas cosas y palabras que en realidad no siente. Ni ella está
realmente pidiendo perdón, ni la otra persona la está realmente perdonando;
más bien se está intensificando el problema añadiendo una nueva injusticia.
DERRIBANDO BARRERAS
Existen algunos obstáculos que nos impiden o nos dificultan el perdonar. Tal vez
el mayor impedimento para perdonar verdaderamente, es creer que la persona
que nos dañó no merece nuestro perdón. ¡Por supuesto que no lo merece!
Pero debemos de entender, aunque nos cueste, que el perdón no es un premio,
no es algo que le damos a la otra parte; más bien es algo que sacamos de nuestro
interior, es algo que nos damos a nosotros mismos.
Perdonar a alguien no es solo hacerle un bien a él, es hacernos un bien supremo
a nosotros mismos. Es tan importante perdonar, que Cristo dice: “Si ustedes
perdonan a los hombres sus ofensas, Dios también los perdonará a ustedes”.
Dice la Palabra de Dios: “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque
de él mana la vida”. Su corazón es más valioso que lo que le quitaron; la paz de
su corazón es más importante que su orgullo, que su dignidad o que su dolor.
Hágale en este momento uno de los mejores regalos: saque toda la basura que no
merece estar en él, límpielo, sánelo, hágalo feliz, aprendiendo a perdonar.
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