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Alain Lipietz
(Fuente: https://www.cddc.vt.edu/digitalfordism/fordism_materials/lipietz-espanol2.htm)
En un ensayo provocador, Jean-Christophe Rufin (1991) comparaba el nuevo aspecto del globo (el de
después de la guerra fría) con el del imperio romano del siglo IV: una zona de prosperidad organizada en
tetrarquía, aislada de las desconocidas tierras bárbaras por un cinturón de reinos feudales. El mundo
actual parece oponer, en efecto:
Esta descripción es bastante ajustada y el texto presente intenta explicar uno de sus fundamentos: Las
transformaciones de la relación capital-trabajo.
En una primera sección, estudiaremos las vías de salida de la crisis del fordismo de las economías
dominantes. Después ampliaremos el análisis a las otras economías. En una tercera parte, esbozaremos
la hipótesis de una nueva división internacional del trabajo (¡la tercera!). En las partes cuarta, quinta y
sexta, volveremos a los caracteres contrastados de los tres bloques. En la sexta sección, examinaremos
una consecuencia inesperada de esta nueva jerarquía desde el punto focal en que se juega el porvenir
del globo: la actitud de cara a las crisis ecológicas globales .
Recordemos antes brevemente lo que fue el fordismo. Como todo modelo de desarrollo, se puede
analizar desde tres planos:
La demanda, en el modelo fordista, era, pues, atraída por los salarios del mercado interior de cada país
capitalista avanzado, tomado separadamente. El apremio exterior estaba limitado por la coincidencia
del crecimiento en los diferentes países, por la importancia limitada del crecimiento del comercio
internacional en relación al crecimiento de los mercados internos y por la hegemonía de la economía de
EE.UU.
La primera y más evidente razón de la crisis apareció "del lado de la demanda". La competitividad se
iguala entre EE.UU., Europa y Japón. La búsqueda de economías de escala inducía a una
internacionalización de los procesos productivos y de los mercados entre países desarrollados. El
crecimiento del precio de las materias primas importadas del Sur (sobre todo el petróleo) animó la
competencia en las exportaciones a comienzos de los años setenta. En fin, las empresas de los países
fordistas buscaron cada vez más evitar las reglas salariales subcontratando la produccion en los países
no fordistas, "socialistas" o "en vías de desarrollo". La regulación del crecimiento de los mercados
interiores a través de la política salarial quedaba entonces comprometida por la necesidad de equilibrar
el comercio exterior.
Frente a esta crisis del "lado de la demanda", la primera reacción de las élites internacionales fue
claramente keynesiana. La idea principal era coordinar el mantenimiento de la demanda mundial. Sin
embargo, a finales de los años setenta, aparece un límite mayor: la caída de los beneficios. Se debió a
una pluralidad de causas del "lado de la oferta": disminución de la productividad, crecimiento del precio
total del trabajo (incluido el salarlo directo del Estado de Bienestar), crecimiento de la relación
capital/producto, crecimiento del precio relativo de las materias primas. De donde se deriva el giro hacia
las políticas de la oferta... es decir, hacia las relaciones capital/trabajo.
Estos problemas del "lado de la oferta" están sujetos a dos interpretaciones. Unos consideran el
crecimiento del precio relativo del trabajo como resultado del gran boom de la edad de oro (profit
squeeze: Itoh (19901, Armstrong, Glyn, Harrison [19841) y este análisis se convierte en la explicación
oficial a finales de los años setenta. Los beneficios eran demasiado bajos porque los trabajadores eran
demasiado fuertes; era así porque las reglas del juego se mantenían demasiado "rígidas". Se pusieron en
marcha políticas de flexibilidad iaboral por parte de los gobiernos del Reino Unido y después por EE.UU.,
y finalmente fueron seguidas por muchos países de la OCDE. El rechazo de los antiguos compromisos
sociales alcanzó diferentes grados y se llevó a distintos frentes: desde las reglas de aumento salarial
hasta el alcance y profundidad de la cobertura social, desde la liberalización de los procedimientos. de
despido hasta la proliferación de empleos precarios.
Pero la experiencia de los años ochenta no giró en favor de las tentativas más consecuentes de la
flexibilización: EE.UU., Reino Unido, Francia,... Por el contrario, estos países conocieron al mismo tiempo
la desindustrialización y el incremento del déficit de su balanza comercial en bienes manufacturados. A
finales de los años ochenta, los vencedores en la competición (Japón, Alemania occidental) parecen
caracterizarse por otra solución a la crisis de la oferta.
Volvamos a la explicación teórica de la crisis del fordismo del "lado de la oferta". Una explicación
alternativa se basa en la erosión de la eficacia de los principios taylorianos. El pleno empleo puede dar
cuenta del declive del beneficio a finales de los años sesenta, pero no ha habido continuidad en esta
tendencia desde entonces. Más en detalle, la eliminación de toda implicación de los trabajadores
directos en la puesta en marcha de los procesos de producción parece hoy día irracional. Es un buen
método para asegurar a los directivos el control directo sobre la intensidad del trabaj o (Friedman,
1977). Pero más autonomía responsable por parte de los trabajadores directos puede conducir a un
principio de organización superior, sobre todo cuando se trata de poner en marcha nuevas tecnologías o
métodos de gestión del circuito productivo de "flujo tenso", lo que supone la implicación de toda la
inteligencia de los productores directos y su cooperación benévola con los directivos y los ingenieros. Y
tal fue precisamente la vía alternativa escogida por numerosas grandes empresas de Japón, Alemania y
Escandinavia. Allí, la presión de los sindicatos y otras tradiciones organizativas promovieron la elección
de la solución por implicación negociada a la crisis del fordismo (Mahón [19871).
A finales de los años ochenta, la superioridad de esta elección es cada vez más reconocida. Sin embargo,
en este punto de nuestra reflexión, la flexibilidad laboral y la implicación negociada parecen ser
prácticas que podrían combinarse a la carta. Esta idea está en la base de una concepción del
postfordismo como especialización flexible en Piore & Sabel [19841. Veremos que en la realidad estas
opciones no son compatibles.
De hecho, las dos doctrinas para salir de la crisis de la oferta pueden ser consideradas como dos ejes de
huida con referencia a las dos características de las relaciones profesionales fordistas: por una parte, la
rigidez del contrato de trabajo; por otra parte, el taylorismo como forma de control directo de los
directivos sobre la actividad de los trabajadores (ver figura 1). La primera doctrina propone una
evolución de la "rigidez" hacia la "flexibilidad" del contrato salarial; la segunda doctrina, una evolución
del "control directo" hacía la "autonomía responsable". El primer eje se dirige a los aspectos "externos"
de la relación salarial, al vínculo entre las empresas y la mano de obra que busca ser contratada y recibir
una renta. El segundo eje se refiere a los aspectos "internos", a las formas de organización y de
cooperación/jerarquía en el interior de las empresas .
Resulta de ello que el "mercado externo del trabajo" tiene la gran suerte de estar él mismo más
organizado, o sea, a grosso modo, más "rígido".
Por el contrario, la implicación colectiva de los trabajadores no puede aparecer sin solidaridad de
destino entre las empresas y su personal, es decir, en un contexto de "flexibilidad externa", y eso a
cualquier nivel (empresas individuales, de un sector o de un territorio).
Así, el límite de coherencia entre "flexibilidad e implicación" aparece como una curva que une nuestros
dos ejes, resultando un triángulo de incoherencia que combinaría flexibilidad e implicación colectiva
negociada. Esta combinación es evidentemente posible si concierne, en la misma sociedad, a varios
segmentos diferentes del mercado de trabajo. Lo que en general está excluido es la implicación
negociada de un colectivo de trabajadores flexibles... es decir, el modelo de Piore & Sabel.
Los dos ejes constituyen, por tanto, dos líneas privilegiadas de evolución, es decir, dos paradigmas
reales (ver figura 1):
Si volvemos a la experiencia reciente de los países de la OCDE, éstos parecen diferenciarse en un haz de
trayectorias que se proyectan a lo largo de la curva de coherencia entre los dos ejes, con Estados Unidos
y Gran Bretaña privilegiando la flexibilidad e ignorando la implicación; ciertos países, introduciendo la
implicación negociada individualmente (Francia); Japón practicando la implicación negociada a nivel de
las (grandes) empresas; Alemania practicándola a nivel de sectores y Suecia encontrándose más próxima
del eje kalmariano. Japón parece ocupar una situación intermedia, que podríamos llamar toyotismo, con
una fuerte dualidad (rígida/flexible) de su mercado externo de trabajo .
Una vez que el Estado hubo desarrollado formas totalmente originales de relaciones profesionales
(autodesignadas de forma contradictoria "socialistas") se pudo definir el Sur exactamente como el
conjunto de los países que no han llegado a imitar ni los modelos occidentales ni el modelo del Este. Por
tanto, los modelos "heterodoxos" (es decir, que incluyen ciertos aspectos de los modelos de los países
del Este) aparecían como una vía de acceso al Oeste, incluso en los países del Sur no socialistas. Por eso,
a pesar del carácter arqueológico del estudio del socialismo real de hoy en día, es interesante recordar
de él los rasgos cuyos vestigios marcan aún numerosos países de la nueva periferia.
China y la India representan dos inmensos países del Sur que han adoptado más de cerca el modelo de
desarrollo de la Unión Soviética. La mayor diferencia con los países del Este europeo es la inmensidad de
su campesinado.
En la India no hubo, por así decirlo, reforma de haciendas: el país nunca fue un "socialismo de Estado";
no ha conocido una verdadera planificación centralizada. Y sin embargo muchos rasgos del modelo
soviético son visibles en su historia industrial después de la independencia. La política de sustitución de
importaciones dirigida por el Estado estimuló el desarrollo de una estructura terciaria e industrial
importante orientada hacia el mercado interior, cuyos salarlos se han beneficiado, como en los países
del Este, del principio de la "dependencia", es decir, de una estabilidad del empleo, marcada y fundada
sobre consideraciones políticas (el sector 1 según Mohan-Rao [1990]). Estos trabajadores estaban poco
implicados, como en los países socialistas, y, sin embargo, no estaban exactamente taylorizados.
La corriente de liberalización económica de los años ochenta impulsará, probablemente, las relaciones
profesionales, tanto en la India como en China, hacia las formas clásicas de la taylorización primitiva.
Con la apertura a la competencia internacional, el sector II conducirá a formas más profundas de control
directo sin mejoría notable del salario real ni de la legislación social. El principio de dependencia debería
ser abandonado en el sector 1 y, sin embargo, quedan posibilidades para que la fracción privilegiada de
la fuerza de trabajo pueda negociar una flexibilidad limitada y haya contrapartidas sociales de tipo
fordista en la racionalización del proceso de trabajo.
Este modelo indio es extremadamente interesante, porque permite tomar de modo caricaturesco
ciertas evoluciones de los países latinoamericanos de tipo "Cepalino", es decir, los que, conforme a las
teorías de la CEPAL, combinaban:
• la construcción, por sustitución de importaciones, de un sector
industrial moderno, a menudo bajo la égida de un Estado populista,
• la subsistencia de una agricultura más bien arcaica en sus referencias
sociales y que engendraba un flujo continuo de éxodo rural.
Esta industrialización periférica de nuevo tipo (referente a los modelos indio, chino o cepalino, de
sustitución de importaciones) debe ahora ser examinada por sí misma.
En los años setenta aparecen los "Nuevos Países Industrializados" (NPl). Brasil y Corea del Sur son los
ejemplos más importantes. Aspectos de sus modelos de desarrollo han sido examinados anteriormente
bajo dos títulos: la "taylorización primitiva" y el "fordismo periférico" (Lipietz [1985a]).
En comparación, la revolución de 1985-1987 en Corea del Sur ha heredado una situación mucho mejor.
En la raíz de todo está la reforma agraria de los años cincuenta seguida por un apoyo a la rentabilidad
campesina. La taylorización primitiva en Corea no estuvo bajo la presión constante de un ejército de
reserva Iewisiano. Toda la fuerza de trabajo fue contratada con un contrato de trabajo flexible, pero fue
contratada formalmente. Además, el Estado se encargó de planificar cuidadosamente las capacidades
exportadoras de modo que se asegurara la devolución de la deuda. Las mujeres vivieron una terrible
sobreexplotación, sobre todo en el sector exportador, pero la renta de las familias modestas se
acrecentó a lo largo de los años setenta y se aceleró en los años ochenta. Así, Corea conoció una
transición de la taylorización primitiva al fordismo periférico. Además, en la fracción masculina de la
clase obrera, el patriotismo de empresa se desarrolló de una forma que preparó la imitación de ciertos
aspectos de la implicación negociada a nivel de la empresa, a la japonesa (You [1990]).
Así pues, Brasil y Corea conocen trayectorias casi opuestas en los años ochenta. Esta diferenciación de
los NPI es tan importante como la de los países fordistas figura 2.
Desde el momento en que surgen en Inglaterra la manufactura y, con mayor fuerza, la gran industria, la
mayor parte de las producciones manufactureras del mundo se concentraron en este país y en algunos
otros que pudieron adoptar el mismo paradigma industrial, con mayor o menor protección. Los demás
sólo pudieron inscribirse en el comercio mundial haciendo "otra cosa", es decir, otros productos,
especializándose en aquellos sectores en los que dichos países disponían de ventajas absolutas (a
menudo geográficas) respecto de Inglaterra. La primera división internacional del trabajo (exportaciones
manufactureras/exportaciones de bienes primarios, agrícolas o mineros) es una división intersectorial.
Con los NPI, la taylorización primitiva y, sobre todo, el fordismo periférico, surge una nueva división del
trabajo. Hoy en día, un paradigma tecnológico es algo parcialmente transferible, y con bajo coste, de un
país a otro. Desde ese momento, los segmentos menos cualificados y mecanizados del proceso de
trabajo fordista pueden ser localizados de manera mucho más competitiva en las regiones o los países
con bajos salarlos. ) Desquite de la teoría ricardiana de las ventajas comparativas?
La taylorización primitiva corresponderá así a la localización de segmentos del "tipo 3" en los países con
salarios muy bajos y el fordismo periférico a la localización de segmentos 1 y sobre todo 2 en los países
con rentas bajas pero que dispongan ya de una mano de obra cualificada y de capacidades técnicas más
desarrolladas. Tal es el esquema "economista" de la segunda división internacional del trabajo.
Sobre todo, e incluso ateniéndose al "lado de la oferta", el factor discriminatorio (aquí, el trabajo) es una
construcción social. No basta que la mano de obra sea abundante ("lewlsiana"), si no todos los países
del Tercer Mundo se habrían convertido en NPl. Hace falta que esté libre a la vez de otras ataduras
(rurales, familiares, religiosas), desorganizada por la represión o por la tradición (mano de obra
femenina) y, por lo tanto, acostumbrada a la disciplina del trabajo de tipo industrial. En fin, la "dotación
en factor trabajo" buscada es, de hecho, una característica socialmente construida de la sociedad local:
su adecuación al paradigma taylorista-flexible que hemos identificado en la primera parte de este
texto NOTA 10.
Cuando a principios de los años ochenta el compromiso fordista fue criticado abiertamente y juzgado
caduco, la tendencia espontánea fue, una vez más y de conformidad con las lecciones de la historia,
buscar cuál sería "la" nueva forma hegemónica de la relación capital-trabajo. La primera mitad del
decenio, marcada por el éxito del reaganismo, vio triunfar la idea de que "la" salida de la crisis del
fordismo sería la flexibilización (externa) del contrato salarial. Se criticaba entonces la "euro-esclerosis",
atribuida a la "rigidez" de las relaciones salariales. Después, cuando, tras el crack de 1987, el declive de
EE.UU y el atolladero al cual les había llevado la "desregulación" reaganista se hicieron evidentes,
cuando se afirmó la supremacía tecnológica y financiera de Japón y Alemania, se reconoció que los
modelos de la salida a la crisis por la "movilización de los recursos humanos" se colocaba por encima de
los modelos basados en la flexibilidad.
Que no se haya podido todavía decir cuál debería hacernos reflexionar. Primero, es evidente que
nuestros dos paradigmas no son suficientes para definir un modelo de desarrollo coherente a escala
mundial. Falta, por lo menos, un modo de regulación de la demanda efectiva internacional. El mercado
mundial se ha vuelto, como antes de los años cincuenta, globalmente competencial y, por tanto, cíclico.
Los ciclos no tienen ninguna razón para impedir el modelo dominante (ya sea EE.UU, Alemania o Japón).
Luego, acontecimientos tan excepcionales como la disolución del bloque "socialista" y su reconversión al
capitalismo de mercado, provisionalmente lograda en China y provisionalmente fallida en Europa, no
pueden dejar de influir en la coyuntura e incluso en la estructura de los países vecinos (sobre todo en el
caso de la unificación de las dos Alemanias).
Pero más allá de estas consideraciones coyunturales, plantearemos hipótesis más estructurales.
En el interior de estos bloques hay, evidentemente, países de desarrollo muy desigual, con relaciones de
tipo centro-periferia, ya sea dentro de la primera, la segunda o la tercera división del trabajo. Estas
jerarquías son móviles: países "periféricos" progresan, países dominantes salen mejor o peor de la crisis
del fordismo y, sobre todo, salen de manera diferente, privilegiando uno de los dos ejes paradigmaticos
definidos anteriormente.
Nuestra segunda hipótesis lleva precisamente a la posibilidad de la coexistencia de los dos paradigmas
en el seno de un mismo espacio de integración continental, con una división internacional del trabajo de
un tercer tipo entre países adictos más bien a uno u otro paradigma. Precisemos más: no se trata de
producir, de diferentes maneras, bienes muy diferentes, como en la primera DIT, ni de especializarse,
como en la segunda DIT, en diferentes tipos de tareas en el seno del mismo paradigma taylorista y
compitiendo en la misma rama, sino de producir productos similares, pero de manera distinta.
Esto sólo es posible si ninguno de los dos paradigmas desplaza al otro de manera absoluta, sino sólo
comparativamente, según las ramas y las subramas. Así, el formalismo ricardiano vuelve a encontrar su
virtud heurística, a condición de reemplazar la noción de "dotación inicial de factores" por la de
"construcción social de la adaptación a un paradigma". Esta construcción social es un hecho secretario
complejo que no vamos a tratar aquí (ver Leborgne & Lipietz [19881). Digamos simplemente que la
adopción de los paradigmas "flexible" y "con implicación negociada" corresponde a estrategias de salida
a la crisis "defensiva y ofensiva" respectivamente por parte de las élites de la nación o región
considerada.
Una manera cómoda de formalizar las diferencias de adaptación social es el recurso a una concepción
renovada de la teoría de la agencia. Los organizadores de la producción (principales), ya se trate de
empleadores o de los que dan órdenes, tienen la elección entre dos actitudes respecto a sus
subordinados (agentes), ya sean asalariados o subcontratados.
• O la confianza (y su recíproca, la autonomía responsable), que
permite maximizar la cuasi-renta relativa a otros competidores, pero
implica una partición más igualitaria de esta cuasi-renta.
• O la desconfianza, que implica un control directo de los agentes
subordinados. Permite, de forma segura, maximizar la parte del
producto del que se apropia el principal, pero no de modo evidente
el producto total de este tipo de asociación.
Está claro que la opción entre "confianza" y "desconfianza" depende de determinantes sociopolíticos,
extraeconómicos, ya que parece que, en el postfordismo, estas diferencias tengan efectos diferenciados
según las ramas, lo que hace pertinente la teoría de las ventajas comparativas. Así, según un
razonamiento presentado en el "Anexo":
Teorema de Ricardo transportado: Las ramas más sensibles a la implicación de los productores directos
tenderán a buscar regiones o segmentos del mercado de trabajo relativamente más cualificados y
menos flexibles; las ramas más sensibles al bajo coste de la mano de obra tenderán a buscar regiones o
segmentos del mercado de trabajo más flexibles.
Se comprende así el éxito del modelo toyotista: si, en el seno de una misma sociedad, se pueden
encontrar los dos tipos del mercado de trabajo, entonces la posibilidad de negociar compromisos
salariales al nivel de la empresa permitirá una adaptación óptima del conjunto de las ramas. Los
modelos nacionales más kalmaristas quedarán cojos por la rigidez y los excesivos costes del trabajo en
las ramas más banales. Los modelos nacionales más flexibles (neotaylorianos) quedarán cojos por las
ramas que requieran una mayor cualificación. Por contra, los países que se atengan a una relación
salarial fordista clásica (rigidez +taylorismo) serán poco a poco desplazados "por arriba y por abajo".
Corolario I. Los países que practican la implicación negociada van a atraer industrias de mayor valor
añadido (por trabajador) y con mayor contenido de trabajo intelectual.
Corolario II. Entre esos países, los más competitivos serán aquellos donde la implicación sea negociada
al más bajo nivel (de manera óptima: según el modelo toyotista).
Corolario III. Existen países que han permanecido demasiado fordistas (demasiado rígidos para una
implicación tan débil) o países demasiado poco cualificados a pesar del coste extremadamente bajo de
su mano de obra. En estos países se desarrolla la exclusión, es decir, situaciones donde la oferta de
trabajo no interesa de ningún modo al capital.
La figura 4 está ilustrada por los ejemplos de los países del bloque europeo. Es bastante evidente que
esta jerarquía no se da, de forma tan clara en Asia y América. La primera explicación es evidente: el
bloque americano está dominado por un solo país, Estados Unidos, que no se suma al paradigma
tecnológico dominante. Por lo tanto, el bloque americano sufre una doble debilidad:
El PNB per cápita es un índice cómodo que mide la productividad de una sociedad y el poder adquisitivo
medio de los miembros que la componen. Para las comparaciones internacionales, hay dos formas de
comparar el valor de este índice.
Este segundo índice parece corregir la incapacidad de las tasas de cambio de compensar los
diferenciales de la inflación. En la medida en que los consumidores gasten sus rentas en sus propios
países, este índice permite comparar los niveles de vida media de los diferentes paises. Podríamos
hablar de un "índice de volumen internacional". Si todos los países produjeran la misma cosa, de la
misma forma, jugarían efectivamente este papel y, además, es probable que las tasas de intercambio se
encuentren efectivamente sobre la paridad del poder adquisitivo.
Pero ello no es así, incluso en la propia OCDE Cuadro 1. Los diferentes países están localizados en
diferentes niveles en las tres divisiones internacionales del trabajo. Los países productores de bienes y
servicios de alta "calidad" y según el paradigma dominante son no sólo más productivos (producen
"más", o sea, su PNB per cápita es superior "en volumen"), sino que además el producto de su trabajo es
mejor valorado en el mercado internacional (lo venden "más caro"). Este segundo aspecto es captado
por la relación de su PNB per cápita "en la tasa de cambio corriente" sobre el mismo índice "según la
PPA". Este ratio puede denominarse "índice de valor internacional". El índice de valor internacional
interpreta parcialmente una política de cambio. Pero la experiencia nos enseña que no es posible
conservar durante mucho tiempo un cambio sobrevalorado. El índice tiene un carácter estructural.
En el Cuadro 1, el PNB per cápita se expresa en dólares según las dos formas de conversión: el valor
internacional del trabajo en Estados Unidos es pues 1 por convención. Inmediatamente nos damos
cuenta de que:
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