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El gigante bonachón

Sofía era una niña de apenas 9 años, llena de curiosidad pero muy tímida. Como
no tenía padres, vivía junto a otras niñas en un orfanato de Inglaterra. Le gustaba
estar sola y no tenía muchos amigos. Un día, o mejor dicho, una noche, algo le
llamó la atención. Esa noche Sofía no podía dormir, y se asomó a la ventana.
Entonces le vio: era grande, muy grande... era un ¡gigante!

Al principio Sofía tuvo miedo. Pensó que el gigante le haría daño. Pero el gigante
le trató desde el principio con dulzura. Resultó ser un gigante bonachón.

El gigante le llevó hasta el mundo en donde vivía. Le enseñó todos los secretos
sobre su país y su gente. Por ejemplo, le contó por qué los gigantes tienen esas
orejas tan grandes... ¿Quieres saberlo? Chsss.... pero es un secreto: Los gigantes
pueden oír gracias a sus enormes orejas... ¡todos los secretos de las personas! Sí,
los gigantes oyen sonidos que nadie puede escuchar. Escuchan los pensamientos
y son capaces de oír a los corazones hablar.

Los gigantes son capaces de volar, siempre que se toman Gasipum, una bebida
especial. Además, corren muy deprisa, gracias a sus larguísimas piernas.

El gigante bonachón no lee cuentos, sino sueños. Sus libros están escritos con
sueños que consiguen cazar al vuelo. Gracias a los sueños que lee el gigante
Bonachón, Sofía duerme tranquila y sin pesadillas, y por muy tontos que parezcan
esos sueños, siempre funcionan. De hecho, el gigante Bonachón narra los sueños
sobre los libros, unos libros mágicos. Cuando empieza a contarlos, ya no pueden
parar.

Pero no penséis que todos los gigantes son así de buenos. En el país de los
gigantes, también hay malos. De hecho, uno de ellos quería hacer daño a Sofía
y a todos los niños del planeta. El gigante bonachón decidió hacerles frente, con
ayuda de Sofía y de la mismísima reina de Inglaterra. Todos juntos (incluidos los
sueños atrapados por el gigante bonachón) pudieron parar a los gigantes malos.
Desde entonces, y par evitar nuevos problemas, los gigantes decidieron
esconderse en su mundo. Pero yo sé una cosa que muchos no saben: de vez en
cuando, dejan entrar a algún niño, para contarles todos sus secretos. Que
además, son muchos.

Uga la tortuga.

- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente Uga, la tortuga.

Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas,
casi nunca consigue premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.

- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus
tareas.

Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas
como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas
de camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.

- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.

- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es


hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo
mejor que sabes, pues siempre te quedará la recompensa de haberlo
conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de
lo que eres capaz.

- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba:


alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo
intentaré.

Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.

Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.

- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles


metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr
grandes fines.

FIN

El pajarito perezoso

Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los días, a la
hora de levantarse, había que estar llamándole mil veces hasta que por fin se
levantaba; y cuando había que hacer alguna tarea, lo retrasaba todo hasta que ya
casi no quedaba tiempo para hacerlo. Todos le advertían constantemente:

- ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para última hora...

- Bah, pero si no pasa nada.-respondía el pajarito- Sólo tardo un poquito más


que los demás en hacer las cosas.

Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y cuando comenzó el


otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron los preparativos para el gran
viaje a un país más cálido. Pero nuestro pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando
todo para más adelante, seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta
que un día, cuando se levantó, ya no quedaba nadie.

Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero él había
respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y había seguido
descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba comenzar el gran viaje, y las
normas eran claras y conocidas por todos: todo debía estar preparado, porque
eran miles de pájaros y no se podía esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no
sabría hacer sólo aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le
tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno.

Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual que había
hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien, y sin dejar tiempo a
la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para poder aguantar solito el frío
del invierno. Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí,
entre unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y
hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas, de forma que
no le faltase comida para aguantar todo el invierno, y finalmente hasta creó una
pequeña piscina dentro del nido para poder almacenar agua. Y cuando vio que el
nido estaba perfectamente preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin
apenas comer ni beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante
todo el tiempo que durasen las nieves más severas.

Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos permitieron al


pajarito sobrevivir al invierno. Eso sí, tuvo que sufrir muchísimo y no dejó ni un
día de arrepentirse por haber sido tan perezoso.

Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron de su gran
viaje, todos se alegraron sorprendidísimos de encontrar al pajarito vivo, y les
parecía mentira que aquel pajarito holgazán y perezoso hubiera podido preparar
aquel magnífico nido y resistir él solito. Y cuando comprobaron que ya no
quedaba ni un poquitín de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había
convertido en el más previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de
acuerdo en encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año.

Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron tiempo para
inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún pajarito, por muy
perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el invierno.
La estrella y sus nuevos amigos

Hace mucho tiempo una estrella se cayó del cielo en medio de un bosque. El
golpe fue tremendo y en el acto empezó a nacerle un chichón muy rojo.

Los animalitos que allí dormían pronto se despertaron con el ruido.

- ¿Qué ha pasado? -se preguntaban todos extrañados.

- Allí, en el medio del bosque, se ve una luz, pero la luz de las luciérnagas es más
pequeñita -dijo la señora Ardilla.

La señora Zorra, el señor Buho, el abuelo Pájaro Carpintero, la señora Comadreja


y la señora Ardilla se acercaron al momento para averiguar qué había pasado. La
estrella al despertarse vio que muchos ojos la estaban observando.

- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois vosotros? - dijo extrañada la estrella.

- Somos los amigos del bosque y estás en nuestra casa - contestó la señora
Comadreja.

- ¡Pero yo no puedo estar aquí!, debo colgar en el cielo junto a mi mamá la Luna y
mis hermanas las estrellas - explicó.

- ¡No te preocupes! nosotros te ayudaremos a subir al cielo - cantaron todos a la


vez -, pero primero te curaremos - añadió la señora Zorra.

Mientras celebraban una reunión bajo el viejo pino todos los animalitos del
bosque, para ver cómo podían subir a la estrella al cielo, la señora Ardilla vendó el
chichón de la estrella con un bonito lazo verde que había fabricado con las hojas
de un haya.
Unos apuntaban a que el abuelo Pájaro Carpintero la subiera a su lomo y volara
por encima de los árboles, pero ya estaba viejo y sabía que no podría subir tan
alto. Otros querían que la señora Ardilla trepara con la estrella entre las ramas de
los árboles más altos, pero temían que ésta se volviera a golpear.

Estuvieron horas pensando en posibles soluciones, pero nada parecía


funcionar.

El señor Buho, que había estado todo el tiempo callado, finalmente se atrevió a
hablar:

- Estornudaremos todos a la vez y provocaremos que la tierra se mueva y así


expulsará hacia arriba a la estrella. Pero debemos estornudar muy fuerte, para
que nuestro resoplido la impulse muy alto.

Todos aplaudieron la idea y acordaron estornudar muy, pero muy fuerte, al contar
hasta tres.

- Una, dos y tres -contó el señor Buho.

- ¡Achisssssssssssssssssssssssssssssssss! - estornudaron los animalitos del


bosque.

La estrella saltó por los aires y subió al cielo junto a sus hermanas gracias a la
ayuda de todos sus nuevos amigos del bosque.

Cuento corto que los niños dedican a los bisabuelos

Quedaban pocos kilómetros para llegar al pueblo. Guadalupe iba conocer a su


bisabuela. Estaba nerviosa. Había oído hablar de ella en casa y no podía creerse
todo lo que se decía de ella: que si había tenido que emigrar, que si había vivido la
guerra, que si se había enamorado de un mago... Al fin había llegado el gran
momento.
Al descender del coche, Guadalupe vio a una mujer muy arrugada y chiquitita.
Parecía muy frágil y a punto de descomponerse. Sin embargo, sus grandes ojos
azules demostraban que aún quedaba mucha vida en ella. El abrazo entre
ambas fue largo y acogedor. Los brazos de su bisabuela le recordaron a los de su
madre. Eran cálidos.

Su bisabuela cogió a Guadalupe de la mano y la llevó al jardín. Allí le regaló el que


sería el mejor de los regalos: una colcha hecha con retales de la ropa de su
bisabuela, su abuela, su madre y de ella cuando era bebé. Cada trozo contaba
una historia y al tocarlo, podía descubrir las aventuras que habían vivido las
mujeres de su familia y cómo habían hecho frente a los problemas que se les
presentaban.

Al llegar la noche, Guadalupe durmió en una pequeña cama cubierta por esa
colcha mágica. Desde ese día nunca más volvió a tener pesadillas y cada mañana
se levantaba sabiendo que podría hacer cuánto quisiera en la vida,
porque contaba con el apoyo y la fuerza de las mujeres de su familia. Si ellas
habían podido cumplir sus sueños, ella también lo lograría: deseaba ser escritora.

Y es que Guadalupe no solo recibió ese día una colcha, sino que adquirió un
pasado, el pasado de su familia. Fue así como su primer libro narró la vida de
cuatro mujeres que se llamaban Guadalupe. Cada una había vivido un momento
histórico, una situación económica diferente, distintos problemas; pero todas ellas
habían tenido la misma alegría: tener una hija a la que llamaban Guadalupe. El
libro fue todo un éxito y Guadalupe no olvidaba darle las gracias todos los días a
su bisabuela por haber sido siempre la memoria de su familia.

Carrera de zapatillas

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya
estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los demás animales.

La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:

- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas
con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.

La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a
punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.

Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!

- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.

Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y
le dijo:

- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos


somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y
ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!

Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva
amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.

Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.

FIN
Daniel y las palabras mágicas

Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy


aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su
cumpleaños, un regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes.

En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si
las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas
cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no
entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.

Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin


cesar. Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas,
imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.

Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más
quiere. Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la
mañana un buenos días, preciosadebajo de la almohada; o cuando papá
encuentra en su coche un te quiero de color azul.

Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen
sentir bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.

Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la
cara de felicidad de la gente cuando las oye. Sabe bien que las palabras amables
son mágicas, son como llaves que te abren la puerta de los demás.

Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta:


¿quieres intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?

FIN
Sara y Lucía

Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde
que eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.

Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a
su amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba
cómo le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.

Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a


su amiga.

Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.

No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.

Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que
su amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.

Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.

Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de


inmediato con una gran sonrisa.

Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en
la sinceridad.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará


sentado.

FIN
Cuento corto para que los niños aprendan valores

Presumida y coqueta era la señorita Camiseta Rosa. Y, para mal de males, unas
flores la adornaban, con lo que alimentaba su soberbia. No quería que
ninguna otra prenda le rozara ni se pegara a ella, ya que no soportaba tener
arrugas. Se sentía la preferida de Carla y le gustaba presumir de ello. Dentro del
armario era un verdadero tormento.

A la señorita Camiseta Rosa le gustaba despreciar al señor Jersey Verde por su


aspecto áspero y gordo. Se reía de la señora Camisa a Cuadros por estar pasada
de moda. Le irritaba el señor Chándal Gris por acabar siempre con manchas de
barro. Y al pobre y viejo señor Pijama Amarillo le entristecía diciéndole que nunca
vería la calle, que su sitio siempre sería estar entre las sábanas.

Pero lo que la señorita Camiseta Rosa no sabía es que el señor Jersey Verde
conocía la nieve, la señora Camisa a Cuadros siempre estaría con Carla porque
era la favorita de su mamá, el señor Chándal Gris sabía montar en bicicleta y el
viejo Pijama Amarillo vivía grandes aventuras con la pequeña en sus sueños. Así
que ellos eran felices y decidieron no hacer caso a los comentarios de la señorita
Camiseta Rosa.

Con el paso del tiempo, la señorita Camiseta Rosa empezó a palidecer. Tantas
puestas y lavados estaban acabando con su color. Además, empezaba a nacerle
en las mangas una pequeña pelusilla que con los días acabaría convertida en
pelotillas. ¡Horrorrrrrr! Fue así como la siempre alegre señorita Camiseta Rosa
acabó sus días triste en el fondo de un cajón.

El resto de la ropa dejó de oír sus desprecios, ahora era el sonido del llanto el que
inundaba el armario. Como el resto eran buenas prendas, quisieron animar a la
señorita Camiseta Rosa. Le recordaron todos los momentos buenos que había
pasado con Carla y la cantidad de fotografías en las que ella era la protagonista.
Le enseñaron a quedarse con las cosas buenas y a no darle importancia a las
malas. Así fue como la señorita Camiseta Rosa descubrió que no se debe
despreciar a nadie y que toda la ropa es importante y tiene su función. La
armonía y la paz, desde entonces, reinó en el armario de Carla.

Un conejo en la via. Educar en valores

Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor,
Carlos. Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus
tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable.
De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre
exclamar con voz ronca:

- ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!

- ¿A quién, a quién?, le preguntó Daniel.

- No se preocupen, respondió su padre-. No es nada.

El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio,


empezó a sonar una canción de moda en los altavoces.

- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá
comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo.

- Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente.

- ¿Para qué?, responde su padre.

- ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido!

- Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal.

- No, no, para, para.


- Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de
animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes.

- Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta
recogieron al conejo herido.

Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla
de la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera
por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron
a los policías a retirar la roca.

Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al


veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a
llevarlo a su casa hasta que se curara

Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el


bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más
feliz en libertad.

FIN

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