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6. La transferencia

Muchas veces, tratando de responder preguntas sobre la última naturaleza del


psicoanálisis, he estado tentada a dar una respuesta parcial y finalmente he dicho: es un método,
una técnica particular. Pero qué significa todo lo dicho hasta ahora en estas páginas; ha sido en
su mayor parte teoría pero teoría psicoanalítica. Se ha hablado de la constitución sexual del
hombre, de su relación con la realidad mediatizada por su propia “realidad psíquica”, de la
importancia de la familia y los lazos parentales para toda la constitución simbólica del sujeto y,
de esta forma, de la instauración de un orden social. El contenido de lo expresado, me parece, no
ha sido para nada extraño a la vida misma, a lo íntimo, a lo que nos hace sentirnos felices,
molestos, extasiados, sufrientes, cuerdos o locos.

Todo lo que el psicoanálisis ha dicho, haciendo en ello una contribución al


hombre y a lo social, ha tenido un claro origen práctico : la c l í n i c a. La clínica significa, entre
otras cosas, un enfrentamiento con el dolor psíquico. Es por ello que el desarrollo de la teoría
requiere de una luz que, indudablemente, necesita para crecer, este es un fototropismo teórico, en
el cual la luz proviene de los datos tenues o enceguecedores, del hecho clínico. Entonces, no hay
teoría, si no hay observación clínica, pero tampoco hay clínica, si no poseemos ciertos conceptos
que nos la hagan inteligible. Como señala KANT respecto del conocimiento, los conceptos puros
sin contenido, sin materia, sin datos sensibles son vacíos y, a la vez, la sensibilidad sin conceptos
que la determinen es ciega. Entonces, la teoría y la praxis psicoanalíticas son distintas caras de
una misma moneda. Por ello es que el psicoanálisis ha tenido una evolución, un desarrollo
histórico en el cual algunas concepciones han ido modificándose a la luz de la experiencia. Lo
interesante de esto, y al mismo tiempo lo visionario del aporte freudiano, es que los pilares del
edificio psicoanalítico son los mismos. Como se expresó en el primer capítulo, el psicoanálisis
siempre dice lo mismo, pero en su decir no termina de decir.

Hay un concepto fundamental que define lo que hemos llamado la situación


analítica, el de la t r a n s f e r e n c i a, übertragung. Definición radical, porque la transferencia
fue un hallazgo, algo que apareció clínicamente y permitió comprender y dar cuenta del
movimiento y dinámica observada entre el paciente y el médico.

Fue posible verificarla en otros lugares tales como la hipnosis, la sugestión y en


las relaciones maestro-discípulo y director espiritual-penitente. En todas ellas lo que verificamos
son maneras de darse la transferencia o las transferencias. Muy conocido es el suceso de Breuer
que significó una interrupción del tratamiento que éste prodigaba a Ana O., su joven paciente.
BREUER a través del método catártico y de la hipnosis se vió involucrado en una situación
particular en que la realidad y la transferencia se mezclaron; no pudo entender lo que ocurrió y
tuvo dificultades en el tratamiento técnico de lo que acontecía. De los errores se aprende y no
sólo de BREUER sino del propio FREUD que al analizar su famoso caso de histeria, llamado Caso
Dora, cae en algunos equívocos transferenciales o mejor dicho contratransferenciales que, en
cierta medida, provocan que Dora abandone súbitamente el tratamiento. Lo que FREUD no pudo
ver, y por ello no intervino técnicamente, fue justamente lo que Dora mostraba claramente en sus
comportamientos transferenciales iniciales. A los años después, él, en el epílogo de dicho
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historial clínico, reconoce su error al no poder descubrir la corriente homosexual que yacía
implícita en las conductas y pensamientos de Dora.

Pero lo grueso de la transferencia aparece, en 1895, ya plasmada y confirmada por


las aclaraciones posteriores del Caso Dora. En el epílogo del libro Fragmento de análisis de un
caso de histeria, FREUD define las transferencias como:

“[...] reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que a medida que el análisis
avanza no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico de
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todo género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico”.

Él denomina a esto f a l s o e n l a c e. Algo ocurría desde el paciente hacia el


tratante, tenía que ver con su historia, con sus vivencias inconclusas. Algo que, como podemos
suponer, en la hipnosis era fundamental, esto es, ver en el médico alguien a quien “entregarse”,
poder perder la conciencia momentáneamente en manos de un “otro” a quien imaginariamente le
son asignadas ciertas características.

En el libro La interpretación de los sueños, publicado en 1900, FREUD utiliza el


término transferencia para referirse a lo que acontecía con el material onírico y con el trabajo del
sueño. El material onírico no podía llegar por sí solo a la conciencia en tanto era disruptivo o
simplemente prohibido para el control consciente; debía burlar los efectos de la censura para
adscribirse de manera disfrazada a un resto diurno de uso preconsciente. Era entonces esta
transferencia una suerte de desplazamiento en que el deseo inconsciente aparecía enmascarado
por un acontecimiento de la vigilia, este a modo de transporte hacía contable el sueño y
deducible entonces el deseo que portaba. El analista se convertía así, en cierto modo, en un resto
diurno en sí mismo indiferente, que soportaba, por el sólo hecho de la situación de escucha
analítica, ser el nuevo tranvía del deseo inconsciente y, a la vez, inconscientemente, un nuevo
objeto infantil para el paciente.

Hay sin duda una identidad conceptual entre la transferencia onírica y la analítica.
No son iguales, pero traen una igual fuerza de desplazamiento de investidura. Hay un traspaso de
afecto de una representación a otra.

En la transferencia, entonces, hay una repetición. En páginas posteriores


verificaremos la importancia de la palabra repetición. Hay, entonces, una repetición de
prototipos infantiles, que se vive de una manera muy particular, “como si” fuera presente y
actual. Es por ello que, cuando se habla de reimpresión, se dice casi literalmente que la
transferencia es la puesta en escena de sucesos y roles que el paciente ya ha vivido con
anterioridad, y al hablar de una nueva edición o nuevas ediciones, se quiere señalar que la
relación con el analista o terapeuta moviliza un pasado que se presentifica. No es que el sujeto
viva de nuevo lo mismo, sino que la realidad psíquica se muestra, se hace observable y está
compuesta, como sabemos, de deseo inconsciente y de la fantasía con él relacionada. La

40
Freud, Sigmund. 1985. “Fragmento de análisis de un caso de histeria”. En: Obras completas, op. cit., Vol. VII, p.
101.
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transferencia muestra una indestructibilidad de la fantasía inconsciente, aquella que constituye


silenciosamente nuestra dinámica psíquica. Estas no son repeticiones literales, sino equivalencias
simbólicas, las cuales requieren de una escucha y una traducción, de una interpretación operante
y atingente.

La transferencia está en el terreno de la cura analítica. La cura es un concepto muy


utilizado y de gran problematicidad, que involucra distintas modalidades de las nociones de
interpretación y de resolución de la transferencia.

Si la transferencia se sitúa en la relación del paciente con el analista, esto, a la vez,


implicará necesariamente la concepción que el tratante tenga acerca de la cura, de su objeto, de
la dinámica, de la táctica, de la estrategia, de las metas, etc. Esto implicará la larga sucesión, ya
clásica, de las diferentes escuelas psicoanalíticas.

Para FREUD, el tratamiento analítico no crea la transferencia sino que la descubre.


No todo es transferencia, claro, pero en toda relación hay transferencia. FERENCZI41 señalaba que
la neurosis es la pasión por la transferencia. Prueba de ello es la consulta a un clínico, pues ya
antes de verle tenemos una relación imaginaria con él; hay datos que van conformando nuestro
acercamiento a su consulta: el valor de sus honorarios, en qué lugar geográfico y social atiende,
referencias de personas cercanas, etc.

La transferencia acontece, sucede en toda relación humana, pero sin duda las
coordenadas de la situación analítica, la asimetría estructural de un análisis hacen que aquélla sea
analizable e interpretable.

Prosigamos con la historia de este concepto y su utilización técnica.


Primeramente, para FREUD, las transferencias paternas, maternas o filiales eran, al igual que los
síntomas, manifestaciones de la enfermedad; las transferencias debían ser disueltas rápidamente
para proseguir sobre la base de la c o o p e r a c i ó n t e r a p é u t i c a o la confianza en el
médico. Esta concepción cambia bastante cuando él descubre otros elementos a partir de sus
propios errores de interpretación cometidos en el famoso Caso Dora.

Paralelamente a esto el psicoanálisis descubría la importancia del complejo de


Edipo, lo estructurante que significaba para cada sujeto el paso por la situación dual, la cual
reporta la relación con la madre, y luego por la triangular, con la inclusión del padre. Esto
demostró que no sólo de amor se trata, sino que también existen componentes de rivalidad, de
odio, en fin, lo característico de las relaciones humanas: la ambivalencia. Se verificó, entonces,
la semejanza, en las fases positivas y negativas del Edipo, entre una transferencia positiva y otra
negativa.

Para FREUD, la gran tarea del análisis era hacer consciente lo inconsciente, poder
recordar elaborativamente; dicho de otra forma, era necesario reconocer y volver a recorrer la
historicidad de nuestra existencia, en cierto modo apropiarse de la propia historia, abandonar esa

41
Véase lo expresado por Ferenczi en Etchegoyen, Horacio. 1986. Los fundamentos de la técnica analítica, Buenos
Aires, Amorrortu editores, p. 100.
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sensación de enajenamiento que el mundo agitado impone a nuestra vida íntima, a lo corporal,
por el ingreso a la cultura, por la conformación de lo social.

FREUD pensaba que la gran tarea era lograr recordar cabalmente; verificó que,
cada vez que se estaba llegando al núcleo patógeno del paciente, le costaba a este más recordar y
comenzaba más bien a vivir lo que no podía recordar. Entonces, surgió algo que él llamó
e n f e r m e d a d a r t i f i c i a l o falso enlace, como mencioné hace un momento. Es lo
conocido como neurosis transferencial. A él no lo dejaba de extrañar esa aparición. Al tratarlo
primeramente como un síntoma, él intentaba despejar el camino para proseguir la trama del
recuerdo completo. Él pensó, en un primer momento, que la transferencia impedía el recuerdo.
Cada vez que se aproximaba un contenido importante, el paciente actuaba, no recordaba; por
esto él creyó, en ese momento, que la trasferencia se convertía en una resistencia por la
proximidad del conflicto inconsciente. Él señaló a la transferencia, entonces, como el máximo
escollo que se debía superar en el tratamiento. Sin duda era un obstáculo en esta primera
concepción freudiana. Fue gracias a la clínica que él se percató que, si bien, en cierto modo, la
transferencia era un repetir resistente sin recuerdo consciente y r e s p o n s a b l e por parte del
paciente, era allí, en ese escenario del desconocimiento, donde la transferencia y su análisis se
convertían en agentes de una posible cura.

El paciente se presenta inconscientemente como es, como ha sido o, quizás,


resulte más justo decir, como ha sido hecho por su historia. La figura del médico se convierte,
entonces, en un “catalizador” que permite descubrir y entender al paciente en toda su dimensión.
La situación analítica es el terreno propicio, o el discurso analítico como dicen los lacanianos,
que posibilita el in statu nascendi de la transferencia, lo que no es posible si no hay un otro, lo in
absentia o in effigie, como dice FREUD.

Veamos ahora, qué significa ese "otro". El autoanálisis no posibilita la


transferencia porque no hay un otro, así, sin duda, podemos pensar en el valor que tuvo en
FREUD su propio autoanálisis, en fin, es el riesgo de ser el pionero y el maestro en una disciplina.
Esta o t r e d a d se explicita, por ejemplo, a través de la segunda teoría freudiana del aparato
mental (ello, yo, superyó), en la cual la transferencia requiere de otro para poner en juego las
identificaciones, así ellas se desatan, se despliegan y los conflictos psíquicos encuentran un
interlocutor imaginariamente válido.

La transferencia, para la escuela inglesa, es el lugar de la escenificación de las


relaciones de objeto. Allí se verifican los tipos y calidad de las relaciones objetales del sujeto en
términos de parcialidad o totalidad.42 La transferencia es fundamentalmente el lugar de la palabra
del paciente y de la escucha del analista. Anna O. llamaba talking cure, ‘cura de palabras’, al
tratamiento de su médico BREUER: es el hecho de verbalizar los afectos, más que la abreacción
misma, lo que produce el alivio. Es, en suma, la actualización del pasado y el desplazamiento de
otroras pautas de comportamiento sobre la figura del analista.

Hay factores que, sin duda, favorecen nuestra relación con ese otro, como el
encuadre, la posición infantil y paciente del paciente, la situación de demanda que el análisis

42
Véase Balint, Michael. 1993. La falta básica, Barcelona, Paidós, Parte I.
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instaura con la regla fundamental diga todo lo que le venga a la mente. LACAN43 nos dice,
respecto de la regresión que operaría en el tratamiento analítico, que ella muestra únicamente el
retorno al presente de significantes usados en demandas para las cuales existe interdicción.

El paciente llega teniendo una relación relativamente clara con la realidad,


conocimiento que es consciente, y remitiéndose a un presente. La transferencia nos muestra
paradojalmente no la realidad sino la fantasía, no lo consciente sino lo inconsciente, no el
presente sino el pasado. Podemos caracterizar la transferencia, siguiendo a ETCHEGOYEN, como:

“un fenómeno general universal y espontáneo que consiste en unir el pasado con el presente
mediante un enlace falso que superpone el objeto originario con el actual. Esta superposición
del pasado con el presente está vinculado a objetos y deseos pretéritos que no son
conscientes para el sujeto y que le dan a la conducta un sello irracional, donde el afecto no
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aparece ajustado ni en calidad ni en cantidad a la situación real, actual”.

FERENCZI45 señala que la transferencia busca objetos en el mundo exterior para


cargarlos de impulsos y fantasías. En ese sentido, es una corriente que introyecta y asimila una
relación libidinal con el mundo, a diferencia de la demencia precoz o la esquizofrenia de
nuestros días que retira su libido del mundo no reconociendo sus objetos. En la neurosis, en
cambio, por medio de la introyección, es posible incorporar objetos en el yo para transferirles
afectos.

Pues bien, la transferencia se origina en modelos y en estereotipos de la infancia


que son reactualizados necesariamente en el análisis profundo. Estos modelos tienen que ver
con el e r o s y también con el t a n a t o s presentes en cada sujeto. Los impulsos que participan
de estos modelos son en parte lógicos, reales, es decir, son conscientes, están a disposición de la
persona y son apartados de lo consciente, prescritos de abandonar el territorio de la fantasía y del
gobierno del proceso primario.

En los primeros trabajos de FREUD sobre la transferencia, veíamos que ella fue
vista como una forma de resistencia, algo que se oponía a la tarea de recordar. Pero se hace
necesario señalar la similitud y la diferencia entre el recuerdo y el deseo. Se puede recordar el
enojo experimentado hacia el padre y se lo puede revivir en la persona del analista. Cuando se
trata del deseo hacia el analista, las cosas son un poco más difíciles, ya que hay que reconocer
ese deseo hacia un otro presente allí en la relación. Entonces, el problema de ver la transferencia
como una resistencia se soluciona señalando la participación de lo resistido como el contenido
inconsciente de la resistencia. Ha de ser la transferencia, entonces, como lo señala ANNA
FREUD,46 la resistencia y lo resistido, defensa y contenido inconsciente a la vez.

43
Lacan, Jacques. 1975. “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En: Escritos II, México, Siglo XXI
editores.
44
Etchegoyen, Horacio. 1986. Los fundamentos de la técnica analítica, op. cit., p. 98.
45
Sandor Ferenczi es el creador del concepto de introyección y es uno de sus mejores desarrolladores; él influyó
posteriormente en la obra de Klein. Véase su texto “El concepto de introyección”, en: Obras completas, Madrid,
Editorial Espasa-Calpe, 1981, Vol. 1, pp. 217-219.
46
Freud, Anna. 1936. El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Paidós, Capítulo II.
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Es que la transferencia, al fin de cuentas, es el saber de lo inconsciente que opera


en la relación, es el saber de la repetición. FREUD dio cuenta de un particular fenómeno: cesaban
los síntomas en un momento del análisis, era como una cura momentánea y con los silencios del
paciente ya no había nada que contar; aparecía en escena la neurosis transferencial; era e s o
o t r o lo que comenzaba a llenar el espacio mental del paciente, eso otro que se metaforiza en el
uso de la sesión que comienza hacer el paciente. Allí se producía la instalación más clara de la
transferencia. Como dice LACAN, el síntoma es ahora la transferencia, el analista se hace parte
del síntoma, el analista se convertirá en el destinatario del síntoma.

Podríamos decir que el psicoanálisis utiliza la transferencia para recuperar el


pasado y que se recurre al pasado para explicar la transferencia. ¿Qué se hace con la
transferencia? Es algo que tomará tiempo de explicar, detallaremos más in extenso lo que esto
involucra y hablaremos más adelante de la interpretación y de las vicisitudes del tratamiento.

La tarea que ahora nos ocupa es entender qué se pone en juego en la dinámica de
la transferencia.

El pensamiento lacaniano, en este aspecto, entrega importantes aportes.


Señalábamos anteriormente que la cura analítica es un camino, un proceso, y que la experiencia
analítica son los hitos de ese camino; momentos ideales y sensibles, donde el paciente dice y no
sabe que dice, ni desde donde y hacia donde habla, cuando balbucea, cuando falla el lenguaje.
Allí, dirá LACAN, aparece la dimensión del goce.

En la experiencia analítica apreciamos síntomas en los que debemos reparar el


cómo dice el paciente, reparar en aquellos momentos en que no sabe decir, reparar en la teoría
explicativa que presenta para explicar lo que le ocurre. Cuando decimos que el analista se
convierte en el destinatario del síntoma, decimos que ese síntoma conlleva la presencia del
analista; esa es la transferencia, cuando el otro, el analista, se convierte, para LACAN, en el
sujeto-supuesto-saber.

Un síntoma es, entonces, un signo y, a la vez, un acontecimiento de una repetición


que aparece en el momento justo; el que sabe en qué momento ese síntoma aparecerá es el
inconsciente del paciente, por eso que LACAN habla del inconsciente como un saber que el sujeto
ignora y, a la vez, ese saber se transforma en el saber de la repetición. Lo que el paciente dice sin
saber que dice es el retorno de lo reprimido en la cadena de todos sus posibles decires.

El proceso analítico, para LACAN, es, en términos hegelianos, esencialmente


dialéctico, es decir, es un proceso de tesis y antítesis que conduce a una nueva síntesis, la cual
vuelve a abrir el proceso. El paciente ofrece una tesis con su material, con su discurso; frente a
este material, el analista deberá operar en una inversión dialéctica, proponiendo una antítesis que
haga enfrentarse al analizado con una verdad que rehúye. Para LACAN, este proceso dialéctico se
ve reflejado claramente en el Caso Dora. Revisando este trabajo clínico de FREUD, vemos que la
queja de Dora consistía en las relaciones ilegítimas que su padre mantenía con la Sra. K. Lo que
más atormentaba a Dora era justamente que para mantener encubiertas dichas relaciones el padre
no reparaba, ni admitía los avances eróticos que el marido de la amante de su padre, el Sr. K.,
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hacía sobre ella. Dora se sentía, entonces, como un objeto indirecto de intercambio con el que el
padre jugaba para mantener oculta su relación extramarital con la Sra. KK.

FREUD aquí opera con una primera inversión dialéctica cuando pide a Dora que
verifique cuál es su participación en estos hechos, o dicho de otro modo, qué hace ella para
seguir o dejar de participar en ello, Dora ya no puede seguir viéndose como víctima sino como
protagonista enmascarada de toda la historia. Dora debe enfrentarse a esta verdad, ella recibe los
regalos del Sr. K. y sale de paseo al lago con él. Dora propone, entonces, una segunda tesis:
señala que cómo no va a estar molesta, llena de celos, si cualquier hija que quiere a su madre
estaría celosa de una relación amorosa que su padre entable con otra mujer. FREUD no se deja
engañar y, nuevamente, propone una segunda inversión dialéctica. Los celos son por otras
razones, la rivalidad por el padre no es con la Sra. K., sino, supuestamente, por el Sr. K. Ya hay
allí un interés secreto por lo que esa mujer representa para esos hombres. El amor infantil por el
padre se ha reactivado para reprimir otros contenidos.

Según LACAN, FREUD falla al no operar una tercera inversión dialéctica, que
habría hecho reconocer a Dora que su pasión secreta era por la Sra. K., lo cual era, en cierta
medida, reconocer una corriente homosexual y, al mismo tiempo, delatar todos los problemas
identificatorios con lo femenino que Dora mostraba tanto en su relación con la Sra. K. como con
su madre. FREUD mismo, en una nota al pie de página del epílogo del libro Fragmento de
análisis de un caso de histeria, reconoce que no fue capaz de identificar esta situación de
homosexualidad. ¿Por qué ocurre esto? Por la contratransferencia, es decir, por el hecho que él,
como hombre, se pone en el lugar del Sr. K., o sea, Dora debía amar a un hombre y, en ese
sentido, transferencialmente amarle a él también. Eso era precisamente lo que la libido de Dora
no mostraba en esos momentos. Tal faltante tercera inversión dialéctica habría enfrentado a Dora
a un misterio de su propio ser, de su sexualidad, de su femineidad. Dora no puede aceptarse
como objeto de deseo de un hombre, es decir, ella todavía permanece atada a la relación oral con
la madre, donde, como muestra el estadio del espejo, el sujeto reconoce su yo en otro.

Recordemos que el estadio del espejo es, para LACAN, la constitución del yo y una
fase anterior del Edipo. El estadio del espejo es caracterizado por una situación diádica entre
madre y niño, la madre permitiría el origen narcisista del yo y la noción primera del yo vendría
del otro.

El yo es excéntrico, no es sustancial al sujeto, es un “otro” que precede al “otro”,


el cual será metaforizado por el padre cuando se dé la situación triangular. Para mantener la
estructura diádica y ser querido por la madre en forma narcisista, el niño se identifica con el
deseo de la madre y pretende ser el deseo del deseo de su madre, colmar ese deseo es llenar la
falta de la madre. Cuando el padre aparece, irrumpe y corta este vínculo imaginario y narcisístico
con la madre, impone la ley, el orden simbólico en que el niño deberá aceptar el falo como
significante que ordena la relación y diferencia los sexos. Es necesario el advenimiento del padre
para que el niño desee y pueda reconocer el mundo como algo donde hay que buscar y encontrar.

En su seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, del año


1964, LACAN expone su punto de vista sobre la transferencia, la plantea como la posibilidad de
ser ella parte del orden simbólico. Esta es la teoría del sujeto-supuesto-saber, que, en cierta
medida, supera y completa su teoría anterior de la dialéctica en la transferencia. En este segundo
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momento él se pregunta cuál es la función del analista. Él como buen estudioso de la filosofía,
solía formular muchas preguntas, entre ellas, qué es ser un padre, qué es ser una mujer,
interrogantes que por cierto hacen muy reflexiva y lúcida su teoría. Señala que cuando comienza
a constituirse la maquinaria analítica en las sesiones, el analista es visto por el paciente como un
l u g a r donde, supuestamente, emana un saber: en los paranoides el analista adivina el
pensamiento, en los neuróticos el analista puede ser engañado, seducido, abandonado,
abandonador, etc.

El analista deberá callar cuando se está en una relación imaginaria donde todo se
estipula en base a lo dual. Deberá, entonces, señalar, o más bien subrayar, el aparecer del sujeto
del inconsciente. Deberá, como dice LACAN, ubicarse en el lugar del g r a n O t r o, del tercero,
del código puro, del lado del significante.

El lugar del sujeto-supuesto-saber representa la metaforización de un orden otro,


pero en sí el analista no es nada, es puro juego de identificaciones del analizado. El artefacto de
la transferencia instaura el lugar del sujeto-supuesto-saber; al final, esta imagen deberá ser
evacuada, erradicada. Cuando el analizado reconoce realmente hacia donde se han dirigido sus
pasos, sabiéndolo y no sabiéndolo, se dará cuenta que en ese lugar asignado no hay nada de lo
que pensaba, es el lugar del muerto, como reitera LACAN. Sólo destruyendo esta otorgación de
espejismo al saber del analista, digamos metafóricamente matando al analista, el proceso
termina y el sujeto puede partir sabiendo más de sí.

Tengo la impresión de que todos los autores parecen coincidir en la apreciación de


lo fructífero que es el momento en que el paciente emerge de la relación transferencial,
abandonándola por una relación en cierto sentido más real, menos determinada por la fantasía y
la repetición. Desechando la posición de poder subjetivo que el analista posee, dirán algunos, o
bien, dirán otros, recuperando cognitiva y emocionalmente el pasado, de tal forma, que el
presente puede ser vivido con mayor espontaneidad.

Ahora bien, este desenlace o comienzo de fin, por ello la pregunta freudiana de
cuando termina en rigor y definitivamente la transferencia, requiere de muchas otras
consideraciones. Pero detengámonos no en el fin, sino en el desarrollo y naturaleza de este
proceso, porque aquí existen diferencias teóricas bastante decisivas. Hemos aceptado que el
inconsciente se rige por una lógica y temporalidad muy propias, las que no se compadecen de la
realidad, sino que más bien apelan a la escena infantil, a esa otra escena que transcurre paralela
en nuestro actuar en el mundo. Si el inconsciente puede ser expresado a través de los lugares y
roles en los que el analista es ubicado, las interacciones de la sesión analítica no sólo remiten a
un discurso, también hablan de la corriente emocional que poderosamente mueve al sujeto, por
lo demás, es la razón por la que los sujetos consultan, ya que sufren y no entienden. Entonces, el
trabajo con lo afectivo, con los sinsabores incomprensibles de la vida tiene una utilidad potente
de cambio, de reconocimiento de sí mismo. Creo, sin duda, que esto no significa cambios en la
estructura, porque la historia que nos constituye sólo puede ser recorrida y asimilada en un nuevo
acto de reconocimiento que acepte lo que se es y lo que se ha sido.

Ahora bien, hay algunos puntos que son sin duda dignos de seguir siendo
pensados, pues son altamente sugerentes: por ejemplo, es necesario indagar la relación existente
entre transferencia y realidad, ¿es no real lo transferencial o hablaremos de realidad
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transferencial? ¿qué papel juega en la adaptación del sujeto? ¿servirá hablar de adaptación en
psicoanálisis? ¿se transfieren fantasmas o realidades psíquicas, cambiables, modificables o sólo
reconocibles? Todo esto requiere no de oráculos, sino de p a c i e n t e s a n a l i s t a s y de a n a
listas p a c i e n t e s, los cuales interroguen su práctica y la teoría que la posibilita.

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