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Resumen
Bartoli, Laura
Guerrero Patricio
Una segunda acusación contra la antropología aplicada, deriva de que el propio término
nace para definir el ámbito de aplicación de las ciencias antropológicas para los fines de
la administración colonial. El término conservó por largo tiempo un sabor colonialista.
A la antropología aplicada se le reprochó por ser cómplice de políticas colonialistas o
neo colonialistas, de someter el conocimiento y la práctica antropológica a grandes
centros de interés político y económico en menoscabo de las poblaciones indígenas
contribuyendo a su aculturación y modernización forzada.
Las diferencias entre antropología pura y aplicada son formales más que sustanciales y
la distancia que las separa en realidad no es mucha.
Podemos notar que la antropología en sí, como parte del sistema de pensamiento
occidental, puede ser involucrada en una acusación de complicidad con políticas
colonialistas o neocolonialistas. Las técnicas de investigación de la antropología pura
no son, a priori, una garantía de seriedad y carácter científico. Las diferencias son
formales y no cualitativas, sino, sobre todo, nada quitan al hecho de que la antropología
aplicada, profundamente relacionada con las bases teóricas de la disciplina
antropológica, pueda aportar contribuciones realmente válidas a las estructuras
teóricas de la disciplina y al conocimiento científico.
El choque entre antropólogos puros y aplicados duró al menos hasta los años 60, cuando
la visión teórica sobre la ´naturaleza´ de la antropología cambió profundamente. Se
demostró que las investigaciones y todas las intervenciones antropológicas están,
implícita o explícitamente, basadas en criterios ideológicos y políticos, no sólo en los
declaradamente aplicativos.
La antropología aplicada está en posibilidad de proporcionar importantes
contribuciones teóricas.
En 1963 David Mandelbaum, reflexionando sobre la importancia de la enseñanza de la
Antropología Aplicada, sostiene que debería ser mínima la diferencia entre la formación
del antropólogo que debe ´ocupar´ un puesto académico y la de un antropólogo que se
está preparando para un trabajo aplicado en el campo.
Robert Rapaport evidencia el hecho de que el verdadero desafío de un curso de
antropología aplicada es el desarrollar en los estudiantes la capacidad de traducir el
conocimiento científico en aplicaciones específicas y concretas.
La actitud asumida por algunos antropólogos en los años ´60, desean e intentan, en
varios ámbitos, realizar un acercamiento entre las dos dimensiones de la disciplina, la
teórica y la aplicada. Rapaport, Thompson, Barnett y Little, detectan en los cursos
universitarios de antropología el ´lugar´ adecuado para reducir la distancia entre
antropología pura y antropología aplicada y para formar una nueva generación de
antropólogos que tengan la capacidad de aplicar los conocimientos científicos en
situaciones de acciones prácticas, dominando igualmente ambas fases del trabajo.
A partir de finales de los años ´60, las disciplinas antropológicas entran en una profunda
crisis, desde la ética de la relación personal entre etnógrafo e informador, hasta las
relaciones entre investigación en el campo y situaciones políticas, y desemboca, entre
otras cosas, en un famosos y ´candente´ relato (conocido como “Beals Report”) de una
comisión, nombrada en 1966 por la American Anthropological Association y publicado
en 1967. Ahí se critican las intolerables injerencias e imposiciones de censura hechas
por el gobierno estadounidense sobre las investigaciones etnográficas promovidas con
fondos públicos, y se denuncian a las agencias gubernamentales americanas por el uso
que éstas hacen de las documentaciones obtenidas en otros países, especialmente en
los latinoamericanos. El clima se hizo más candente por las revelaciones que se
obtuvieron, en 1956, sobre el llamado “Proyecto Camelot”, un proyecto de investigación
etnográfica, auspiciado y costeado por el ejército de los EEUU, tendiente a conocer la
existencia de precondiciones de conflictos internos en algunos países de América Latina.
Son muchas las propuestas para oponerse a este estado de cosas: desde el pedido de
los investigadores de ocultar a las autoridades los datos etnográficos, con el fin de evitar
un uso incorrecto de los mismos, hasta los llamados a los antropólogos para que actúen,
protegiendo a los grupos minoritarios amenazados en tantas partes del mundo.
Los antropólogos responden con un intenso proceso de autocrítica, preparando el
camino para el nacimiento de una antropología ´crítica´. Comienzan a preguntarse de
la naturaleza ética, poniendo en discusión el carácter etnocéntrico y universal de las
intervenciones realizadas en los países en vías de desarrollo y en las cuales se constata
una complicación activa de los mismos. Reflexionan sobre relatividad y pluralidad de
os requerimientos y valores de los grupos locales. La antropología crítica cusa a la
antropología estadounidense, demasiado comprometida con políticas
gubernamentales, que contribuyeran a la pérdida de la cultura de las poblaciones
indígenas. Se acusa también la actitud de aparente ingenuidad de muchos antropólogos
que toman parte en iniciativas o asumen colaboraciones decididamente
comprometedoras en el sentido de la moralidad profesional y científica. Para muchos
antropólogos, a finales de los años ´60, una antropología que no se preocupe de
salvaguardar y mejorar las condiciones de la humanidad es una disciplina irresponsable.
Los resultados brindados por las investigaciones antropológicas deben dar su
contribución sobre todo a la solución de los grandes problemas humanos.
¿Qué nos pueden ofrecer los antropólogos que hacen antropología aplicada?
3) preocupación por los acontecimientos conductuales de tipo etic ordinarios así como
con los de tipo emic de la vida mental.
2. Una visión holística. A medida que una sociedad industrial se hace cada vez más
especializada y tecnocrática (esto es, se ve dominada por expertos precisamente
formados que tienen técnicas perfeccionadas y el uso de máquinas que otros no
comprenden) la necesidad de una visión holística de la vida social se hace más urgente.
En diversos campos (por ejemplo: educación, salud, desarrollo económico), ha existido
una convergencia hacia la utilización de conjuntos estrechos de variables fácilmente
cuantificables para verificar objetivamente la consecución o falta de consecución de los
objetivos de una organización.
Los antropólogos que están educados pra enfocar la vida social desde las <<bases>> de
su ciencia y que se preocupan de los acontecimientos diarios tal y como se
desenvuelven realmente, pueden proporcionar a menudo una visión de las
organizaciones y situaciones que le falta a la burocracia. Los hospitales, tal y como son
estudiados por los antropólogos aplicados, por ejemplo, constituyen una rica fuente de
irreconciliables discrepancias entre las conductas de tipo emic de diversos especialistas
del staff y las de tipo etic relativas a la atención al paciente.
Desde el punto de vista de la burocracia del hospital, sus diversas normas y regulaciones
están destinadas a promover la salud y el bienestar de los pacientes.
La defensa de unas conclusiones como antropología de acción
El hecho de que la fase de implementación de un proyecto esté a menudo controlada
por administradores o políticos que no aceptan el análisis o sugerencias del antropólogo,
ha conducido a cierto número de antropólogos aplicados como Delmos Jones a adoptar
el papel de defensores. Los antropólogos defensores han luchado para mejorar las
condiciones de las cárdeles de mujeres. Han ejercido presiones en los parlamentos
estatales para elevar las asignaciones de bienestar; han prestado testimonios ante
comités del Congreso en apoyo de programas de atención médica a niños; han
presionado contra la construcción de diques y autopistas que pudieran tener un efecto
negativo sobre las comunidades locales; y se han dedicado a muchas otras actividades
políticas y de toma de conciencia.
Contra este punto de vista, los antropólogos defensores insisten en que la objetividad de
la antropología y las demás ciencias sociales es ilusoria y que el fracaso de impulsar la
implementación del objetivo es, en sí mismo, una toma de postura. La objetividad es
ilusoria, aducen, porque los sesgos políticos y personales controlan el compromiso de
estudiar una situación en lugar de otra (estudiar a los pobres en lugar de a los ricos, por
ejemplo; ver p. 609). Y abstenerse de una acción es, en sí mismo, una forma de acción y,
por consiguiente, una toma de postura, porque la pasividad de uno asegura que las
acciones de otro pesan más en el resultado final. Los antropólogos que no utilizan sus
habilidades y conocimientos de forma activa para conseguir aquello que creen que es la
solución de un problema, simplemente hacen más fácil que los que tienen creencias
opuestas consigan lo que quieren. Estos antropólogos son, en sí mismos, parte del
problema (R. Cohen, 1985).