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Entrevista a Francisco Espinosa

“Nunca he entendido por qué se decidió asociar el Día de


Extremadura a la Virgen de Guadalupe. El 25 de marzo ofrece otra
visión de la historia extremeña”.

Es uno de los principales manantiales de la memoria histórica en España, la


fuente más fiable para conocer la magnitud y el significado de la barbarie
franquista. Mientras los historiadores cortesanos fortificaban la cultura del
olvido y contribuían al relato tramposo de la transición modélica, él litigaba
por los archivos municipales de media España rescatando la verdad oculta
tras el miedo.

Su pasión por la verdad, su tesón metódico y su coraje le han convertido en


el investigador de referencia tanto para el movimiento de recuperación de
la memoria como para toda una nueva generación de historiadores. Obras
como La columna de la muerte o La primavera del Frente Popular se han
convertido en herramientas imprescindibles para entender nuestro pasado
reciente.

“Que sea el hombre el dueño de su historia”, escribía Jaime Gil de Biedma, a


mediados de los años setenta. En nuestro país, pocas personas han
trabajado tanto para ese objetivo, para que la historia no sea un relato
enajenado de los comunes, del pueblo. Conversamos con Paco Espinosa, un
combatiente por la memoria y por la historia, un espejo de rigor y dignidad
donde mirarse.

¿Cómo y por qué te hiciste historiador?

No resulta fácil buscar las raíces de ciertas decisiones. Creo que me llevaron
a la Historia las dos pasiones favoritas de mis años jóvenes: la literatura y el
cine. Ambas, en su vertiente histórica, resultaban enormemente atractivas y
permitían asomarse donde uno quisiera, tanto en lugar como en tiempo. Por
otra parte mientras cursaba la carrera de Historia en los setenta, años
dorados de los cine-clubs, me impliqué con otros amigos en la creación de
uno en mi pueblo, que además de llevar buen cine constituyó un foro de
debates en un momento clave (1974-1975). De hecho unos años después,
en los ochenta, tras visitar un instituto en Londres y ver que contaba con
una videoteca al servicio de los profesores, realicé un trabajo titulado «Cine
e Historia» en el que aborde diferentes épocas y hechos desde el cine pero
creando un dosier con materiales diversos para cada película. Recuerdo aún
algunos títulos: En busca del fuego, Faraón, Barry Lyndon, El Gatopardo,
Qué verde era mi valle, Las Hurdes, tierra sin pan, Missing... Intenté
publicarlo en Badajoz pero un informe negativo de un personajillo cortó esa
posibilidad, así que se quedó en el cajón para siempre.

Tu obra hasta el momento ha girado fundamentalmente sobre la II


República, la guerra civil y la represión franquista. ¿Por qué
elegiste esas temáticas, cuando prevalecía de modo abrumador la
cultura del olvido fraguada en la Transición?

En esto puede que influyera haberme criado en una familia franquista.


Aunque resulte extraño, se comprende que indagáramos más en esta
historia quienes veníamos de ahí que aquellos que procedían de familias
represaliadas. De hecho no creo exagerar si digo que buena parte de los
que hemos investigado las consecuencias del «18 de julio» procedemos de
entornos familiares franquistas. Por eso me hace gracia cuando el tal
Abascal de Vox afirma que ellos son la voz de aquellos que tuvieron padres
en el bando nacional. Qué mundo tan simple y feliz el suyo.

Mi padre, al que ya aludí en el libro que hice sobre mi pueblo, ingresó en


Falange a comienzos de 1936 y fue uno de los detenidos tras el 18 de julio
con 18 años. Luego se incorporó a las milicias y acabó participando en la
operación final de la Bolsa de la Serena. No es que le gustara hablar mucho
de aquellos años pero, al ser una experiencia clave en sus vidas, resultaba
inevitable que no saliera en numerosas conversaciones. Su mensaje final
solía ser siempre el mismo: «No sabéis lo que fue aquello; no podéis ni
imaginarlo». Siempre me gusta traer un recuerdo de pequeño: la entrada en
Badajoz en coche por Puerta Trinidad, cuya bóveda tachonada de disparos
permanecía intacta por decisión de los vencedores. Me impresionaba. Años
después, a fines de los setenta, vi en Toledo fachadas con idénticas señales
en recuerdo de la «Gloriosa Gesta del Alcázar». Las ruinas de Belchite, otra
ruina intacta por decisión militar, también impresionaban. Y es que el
franquismo también tenía su propia memoria histórica y sus lugares de
memoria.

Mis conversaciones con mi padre sobre estos asuntos, en que ya digo que
primaba la reserva, adquirieron más interés cuando pude leer las obras de
Hugh Thomas y Gerald Brenan por amigos que las traían de París. Con estas
lecturas mis planteamientos resultaban más afinados. A medida que tuve
más conocimientos las conversaciones fueron más interesantes y, al mismo
tiempo, más tensas. No en vano dichas obras, así como todas las de Ruedo
Ibérico, estaban prohibidas. Desgraciadamente mi padre murió joven y no
pude hablar con él cuando mi conocimiento daba ya para una conversación
más detallada.

Tampoco la carrera contribuía mucho a acercarte a esos temas. O digamos


que contribuía a su pesar. La situación era curiosa, ya que de forma natural
uno aprendía rápidamente que ciertas lecturas eran para aprobar y otras
eran para formarse. En Historia de España, por ejemplo, cualquiera sabía
que no había que mencionar en los exámenes ni a Fontana ni a Pierre Vilar
ni a Tuñón de Lara. Pero los leíamos.

Tu investigación sobre la represión se ha convertido en una


referencia fundamental para toda una generación de jóvenes
historiadores. La columna de la muerte, publicado en 2003,
constituye un libro de cabecera para entender el plan de exterminio
que animó el golpe militar y las proporciones estremecedoras de la
violencia del franquismo en toda España. ¿La represión tuvo
dimensiones o características específicas en Extremadura?

La columna de la muerte fue un proyecto de largo recorrido. Desde muchos


años antes fui archivando información relativa a la ocupación de Badajoz.
Antes he citado a Thomas y a Brenan, pero también podría mencionar a
Herbert Southworth, Antonio Bahamonde o el testimonio clave de Mario
Neves. De hecho cuando decidí hacer el libro a fines de los noventa llevaba
ya dos décadas acumulando materiales. Además, cuando investigué lo
ocurrido en Badajoz, contaba con la experiencia de tres investigaciones, una
sobre la sublevación en Sevilla (1990), otra de más calado sobre la provincia
de Huelva (1996) y una tercera sobre la justicia militar tras el golpe (2000),
lo cual resultó fundamental para abordar Badajoz. Mi idea inicial era tocar
los núcleos principales de la ruta Sevilla-Badajoz, pero poco a poco fui
ampliando y del proyecto inicial de unas 25 o 30 localidades pasé a ochenta
y seis, todas ellas de la zona central y occidental de la provincia, que es la
que cae en el avance inicial. Esto suponía más de la mitad de sus pueblos y
ciudades con más del 60% de la población. Todo ello supuso un largo
recorrido por archivos locales, regionales y nacionales. Finalmente tuve la
suerte de que lo publicara Crítica.

Un anticipo de este libro fue mi colaboración en Morir, matar, sobrevivir


(2001), titulada «Golpe militar y plan de exterminio», fruto de un ciclo de
conferencias organizado por Josep Fontana en la Universidad Pompeu Fabra.
Después de ver lo ocurrido en Sevilla, Huelva, Córdoba y Badajoz, y de
conocer el desarrollo y consecuencias del golpe en el resto del país por las
publicaciones que iban saliendo, era evidente que el avance del Ejército de
África al mando de Franco marcó la ruta hacia Madrid. El Suroeste tuvo la
desdicha de ser el camino elegido por los golpistas. El hecho de que en
vanguardia fueran moros y legionarios dio un carácter africanista a todas
aquellas operaciones por más que en vez de tener enfrente las cabilas del
Rif tuvieran a la población española. De ahí la brutalidad de su actuación,
que incluía actos violentos de todo tipo, saqueos, reparto y venta del botín,
violaciones y asesinatos. Todo ello con el visto bueno de los mandos
militares. Fue así como, ante una población mayoritariamente contraria al
golpe militar, se impusieron por el terror. Incluso la derecha moderada fue
desbordada por prácticas tan salvajes.

En conclusión, Extremadura forma parte de la zona más afectada por los


planes golpistas, si bien hay que decir que hay grandes diferencias entre
ambas provincias. Con los datos con que contamos actualmente Cáceres no
llega a los dos mil represaliados y Badajoz pasa de nueve mil quinientos.
Cuando contemos con la documentación que hasta ahora se nos niega,
Badajoz superará ampliamente esa cifra y en cuanto a Cáceres creo que
hace ya años que necesita de una revisión a fondo que complete y actualice
las cifras que dio Julián Chaves hace más de veinte años.
No deja de llamar la atención el reducido número de investigaciones
realizadas en esa provincia frente a lo ocurrido en Badajoz. Lo cual resulta
llamativo si pensamos que el departamento de Historia está en Cáceres.
Otra calificación merece el hecho de que desde ahí mismo se haya querido
cerrar la investigación de la represión en Badajoz con un trabajo limitado a
los pueblos que faltaban de la zona oriental que ha tenido la desfachatez de
«repetir» lo que ya estaba hecho en el resto de la provincia, como si décadas
de investigaciones no hubieran servido para nada, pero eso sí, tomando de
los demás lo que interesaba. Estoy seguro de que en Cáceres no pasará
eso... Supongo que hay quien no ha superado que la investigación del golpe
militar en Badajoz se haya hecho casi por completo al margen de la
Universidad.

En diversas ocasiones has señalado el contraste entre el


tratamiento de la Plaza de Toros de Badajoz y “los dos otros dos
grandes símbolos del terror fascista que la memoria democrática
conserva: Víznar y Guernica”. Y recientemente escribías un artículo
en el que tildabas de memoricidio lo ocurrido con ese espacio
emblemático pacense. ¿Cómo es posible que se haya convertido en
un lugar de olvido?
Badajoz, Víznar y Guernica constituyen tres lugares simbólicos de la
destrucción de la República y por tanto de la memoria democrática de
nuestro país. Euskadi, aun siendo de las regiones menos afectadas por la
represión, ha guardado memoria de aquellos hechos y se ha cuidado de
investigarlos a fondo y de que quede memoria de ellos. Andalucía, pese al
abandono en que estuvo Víznar y su entorno durante un tiempo, acabó
protegiéndolo y, sobre todo, tuvo la inmensa suerte de que Ian Gibson
decidiera ver qué pasó con García Lorca. Extremadura, por el contrario,
siempre ha parecido que no sabía qué hacer con la plaza de toros, símbolo
de una de las mayores matanzas realizadas por los sublevados en su avance
hacia Madrid. Partiendo de que lo raro es que no fuera la dictadura la que la
destruyera, lo cierto es que cuando llegó el PSOE al poder nadie sabía qué
hacer con aquello. A algunos les molestaba verlo allí; era una presencia
inquietante.

Existían muchas posibilidades para aquel espacio, pero finalmente se eligió


la peor: meter allí un palacio de congresos que hubiera estado mucho mejor
en otras zonas de la ciudad. La decisión de destruir la plaza de toros era tan
extrema e incomprensible que el responsable de aquel destrozo debió
pensar que la única forma de compensarla era suplirla por algo tan
espectacular que hiciera olvidar lo que allí había antes. Por no haber no
hubo ni debate público, solo quejas individuales lamentando el hecho.
Según parece no había nada que discutir. El jefe había hablado y punto. Una
vez fuera del poder, Felipe González dejó dos frases para la posteridad:
«Nosotros decidimos no hablar de pasado» y «Nosotros decidimos no mirar atrás».
En el caso de Extremadura se llegó a más, ya que se decidió destruir aquello que recordaba el
pasado y era memoria del genocidio. No es de extrañar dada la visión que de la guerra civil
tenía y tiene Rodríguez Ibarra, con esas ideas de que la guerra la perdieron todos o de que
muchos soldados al servicio de Franco fueron sufridores de la guerra que ganaron. Desde este
punto de vista la plaza de toros no era sino un mal recuerdo que debía ser borrado. Un estorbo.
Para Ibarra aquel monumento, al contrario que el dedicado a la Legión en el décimo aniversario
del final de la guerra, dividía e imposibilitaba la reconciliación definitiva. Era un lugar de
memoria que debería haber formado parte de la historia de Badajoz y de la de España, pero
alguien decidió desaparecerlo. De ahí el memoricidio.

¿Se ha avanzado significativamente en el acceso a los archivos y fuentes documentales?


¿Quedan todavía parcelas importantes por investigar en cuanto a la represión franquista?

Desde los ochenta para acá se ha avanzado mucho pero muy lentamente y con muchas
dificultades. He hablado en más de una ocasión de combate por la historia. Nada ha sido fácil:
ni acceder a los registros de defunciones, ni a los archivos militares, ni a los municipales, ni a
los judiciales, ni a los eclesiásticos, etc. Durante los años ochenta y noventa era muy frecuente
encontrarse con funcionarios formados en el franquismo que se mostraban reacios a cualquier
consulta sobre esos años. Se veían favorecidos por una legislación ambigua que manejaba
conceptos como el derecho al honor o a la intimidad. Esos funcionarios no estaban al servicio de
la sociedad sino del poder, al que servían y debían proteger. El usuario estaba totalmente
desprotegido.

Hay importantes fondos documentales tanto del Ejército como de la Policía a los que aún no se
nos ha permitido acceder. En la legislatura de Rodríguez Zapatero la ministra de Defensa,
Carme Chacón, anunció en 2008 que iban a hacer públicos diez mil documentos militares hasta
entonces secretos. Finalmente, dos años después, comunicó que a falta de algunos trámites
parlamentarios, el acceso a la documentación era inminente. Pues bien, aún seguimos
esperando. Luego supimos que dichos fondos, que en realidad contenían muchos más de diez
mil documentos y que abarcaban desde principios de siglo hasta los años ochenta, estaban
catalogados desde los años noventa y que un intento previo de desclasificación había fracasado.

En algún momento se supo también que había existido un acuerdo secreto tomado en consejo de
ministros en noviembre de 1986 por el que una importante masa documental pasó de tener
carácter reservado a tener carácter secreto, lo cual repercutió directa y negativamente en que
dichos documentos mantuviesen sine die la condición de material clasificado. Todo parece
indicar que el proyecto de desclasificación de los “10.000 documentos” no fue más que un
espectáculo de cara a la galería realizado solo a unos meses de las elecciones que se
aproximaban. Del fondo clave de la 2ª Sección del Estado Mayor del Ejército solo se incluyeron
los boletines de información, una mínima parte de lo que contenía. Una vez más los políticos
permitían que los militares impusieran su criterio y una vez más la investigación histórica
quedaba supeditada al capricho de unos y otros. Mientras tanto seguimos sin ley de archivos.

Otro libro primordial para entender la historia de España y especialmente de


Extremadura es La primavera del Frente Popular, obra en la que tratas las ocupaciones de
fincas tras la victoria del bloque popular en febrero de 1936. ¿Está ese proceso de
aceleración de la reforma agraria en el origen de la guerra civil? La fecha clave durante
esa primavera de empoderamiento campesino fue el 25 de marzo. ¿Cómo caracterizarías
esa jornada, crees que tiene tanto relieve como la Asociación 25 de marzo le vienen
otorgando? ¿Qué opinión te merece la propuesta de designar la fecha como el Día de
Extremadura?

Cuando hice La columna de la muerte (2003) se mostró tal panorama que surgía de manera
insistente una pregunta: ¿cómo se pudo llegar a esta masacre en una provincia donde los
conflictos sociopolíticos no habían tenido especial relevancia durante la República? El impulso
para investigar las consecuencias políticas de la reforma agraria me vino del profesor de
Historia Económica Antonio Miguel Bernal. Dado que en el primer bienio republicano la Ley de
Reforma Agraria avanzó muy lentamente y con enormes limitaciones y que en el bienio negro la
derecha frenó el proceso, mi idea era centrarme en los cinco meses del Frente Popular, etapa
maldita que en numerosas investigaciones desaparece subsumida entre las elecciones del 16 de
febrero y la sublevación del 18 de julio.
Sin embargo ese fue el momento en que tuvo lugar el despegue de la verdadera reforma agraria
de la II República, que de haber tenido continuidad hubiera producido en pocos años cambios
importantes y positivos en la sociedad española. Pensemos que estamos hablando de un
proyecto reformista, no de una revolución al estilo mexicano o soviético. Pese al lamentable
estado en que nos han llegado los archivos municipales pude localizar alguna documentación
que mostraba paso a paso cómo se llevó a cabo la selección de las personas que fueron
asignadas a las tierras seleccionadas por el Instituto de Reforma Agraria y cómo se organizaron.
Y puesto que ya conocía previamente las consecuencias de la represión fascista pude ver la
relación directa que existió en un proceso y otro. La contrarreforma agraria fue brutal y allí
donde antes no hubo revolución ahora sí se pudo hablar de contrarrevolución.

En cuanto al Día de Extremadura nunca he entendido por qué se decidió asociarlo a la Virgen de
Guadalupe y si lo entiendo es peor. El 25 de marzo de 1936, con la gran movilización agraria,
ofrece otra visión de la historia extremeña más comprometida con su historia. En esa fecha
estarían incluidas todas aquellas personas que por uno u otro motivo se quedaron en el camino,
los que tuvieron que irse para buscar lo que su tierra les negó y los que se quedaron.

Todavía en 1996, uno de los historiadores de cabecera de la socialdemocracia española,


Santos Juliá, escribía un artículo titulado “Saturados de memoria”. ¿Crees que se ha
producido un cambio sustancial en la orientación en el campo político y académico que
comparte esa orientación?

En cuanto a Juliá ya hay que tener percepción histórica para escribir un artículo titulado
“Saturados de memoria” nada menos que en 1996, precisamente el año en que despegó el
movimiento en pro de la memoria. Cabe recordar que fue precisamente este hecho, que
coincidió con la primera legislatura de Aznar, el que movió a poner en marcha el neofranquismo
revisionista de los Moas, que tuvo su apogeo entre finales de los noventa y mediados de la
década siguiente. Zapatero llegó al poder en 2004 con la promesa de una política de memoria
que supuso una inyección para el mundo memorialista pero que finalmente no supo consolidar
con una ley de memoria a la que ni se atrevieron a llamar así.

Para buena parte del mundo académico todo este asunto de la memoria vino a ser como una
pesadilla. Sintieron su castillo asaltado. Lo expresó bien uno de los adelantados de esa
historiografía que trata de hacer comprensible el «18 de julio», Fernando del Rey Reguillo,
quien llegó a escribir que «la llamada memoria histórica derivada del franquismo y de la guerra
civil ha caído como una losa sobre los historiadores profesionales». La única manera de
fomentar un pensamiento crítico sobre nuestro pasado reciente, tal como había ocurrido en otros
países como Alemania, debería haber tenido por base tres hechos: la existencia de un debate
académico sobre el tema, la implicación no partidista de las instituciones y la socialización del
debate. En nuestro país no existió tal debate por la actitud cerril de los que tenían por dogma
que la historia no debía mancharse de memoria; la implicación de las instituciones existió solo
en algunas regiones, y el debate nunca llegó a socializarse.

El año pasado falleció Josep Fontana, un historiador con el que te unía una estrecha
relación. ¿Qué destacarías del legado de Fontana?

Fontana era el historiador vivo más importante de nuestro país. Sus referentes, además de
españoles como Vicens, Soldevila o Vilar eran los grandes historiadores de tradición marxista
tanto franceses (la escuela de Annales: Bloch, Febvre, Braudel…) como británicos (J.P.
Thompson o E. Hobsbawm) y también pensadores de la talla de W. Benjamin o Antonio
Gramsci. Su obra es diversa. Investigó a fondo la crisis del Antiguo Régimen, realizó grandes
obras de síntesis, estudió la teoría y metodología de la historia, propulsó y coordinó grandes
trabajos de historia de España y además tuvo tiempo para asesorar a la editorial Crítica y para
escribir numerosos artículos en prensa. Por otra parte, como persona incapaz de negarse a nada,
fue autor de innumerables prólogos y conferencias que lo implicaban permanentemente con la
realidad. Su idea de la historia queda bien reflejada en esta frase: “El trabajo del historiador
debe servir fundamentalmente para combatir todo aquello que atenta contra los derechos que
cada hombre y cada mujer tienen a su vida, a su libertad y a su dignidad”.
He aquí un detalle poco conocido. Durante años, un sábado al mes por la mañana, consciente
del distanciamiento existente entre la investigación más avanzada (académica o no) y la
formación del profesorado, organizó actividades en las que reunió a los autores de obras que
consideraba de interés con profesores de Historia de Secundaria de Barcelona y su área de
influencia. En este mismo sentido, como asesor de la editorial Crítica, favoreció la publicación
de numerosos trabajos de investigadores en cuya valoración primaba el interés de la obra sobre
el estatus académico del autor. De ahí se nutrió la serie Contrastes, que durante la década
pasada renovó nuestro conocimiento del golpe militar de 1936 y de la represión franquista. En
cuanto a la editorial Crítica solo cabe decir que su papel en la formación tanto de historiadores
como de simples ciudadanos interesados por la historia ha sido fundamental. Para Fontana era
muy importante la dimensión social de la historia, sin la cual se convertía en un mero producto
de consumo interno al servicio exclusivo del currículum. Según decía: “Hay que escribir con
seriedad y rigor metodológico para todos aquellos a quienes les importa o les gusta la historia”.
¿Qué relación se debe establecer entre historia y memoria? ¿Qué historiadores
recomendarías a alguien que quiera iniciarse en el conocimiento de la historia
contemporánea?

La memoria es un recurso más de la historia, un complemento que tiene sus propias reglas. El
historiador británico Ronald Fraser sigue siendo un referente sobre la historia oral. En su clásico
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, publicado por Crítica, Fraser hizo un gran esfuerzo por
recoger la memoria oral de la guerra civil. Los que comenzamos a investigar estas cuestiones en
los ochenta pudimos comprobar las enormes dificultades que tenía entrevistar a alguien sobre
los hechos relacionados con el 36. La gente tenía miedo a hablar. El mundo de los vencidos aún
no se sentía seguro como para contar su experiencia. También ocurrían hechos muy llamativos:
la gente se abría mejor a un investigador extranjero, al que incluso le dejaban grabar la
conversación, que a un español. Además la reticencia a hablar venía tanto de personas de
derechas como de izquierdas. Todo ello fue fruto de la transición, cuando la memoria se
convirtió en un estorbo. El escritor Agustín Gómez Arcos lo decía bien: “La dictadura imponía
el silencio, la democracia impide la memoria”.

La transición rechazó aquellos testimonios que venían a enturbiar el supuesto espíritu de la


reconciliación que se pregonaba. Lo expresa bien Pedro Piedras Monroy en La siega del olvido.
Historias y presencia de la represión: “...la imagen del abuelo insoportablemente pesado, que
habla de guerras del pasado que nadie quiere oír. Del abuelo Cebolleta todo el mundo huye.
(…). Ese modelo del abuelo insufrible, que no sabe otra cosa que recordar y está al margen de
los problemas cotidianos de su familia, es uno de los personajes de más éxito en el cómic de los
años de la Transición. La figura del viejo que recuerda se representará siempre como demodé,
conservadora y falta de cualquier atractivo, con su pierna gotosa siempre vendada. La gente
tenía que mirar adelante y no al pasado. Cualquier viejo que recordara el pasado y tratase de
hablar de él sería tachado, (…), con el escarnecedor título de abuelo Cebolleta”.

En cuanto a los historiadores que podría recomendar soy muy poco original. Al igual que en
literatura siempre es bueno leer a los clásicos: desde Marx y Engels, tanto por el contenido de
algunos de sus escritos como por la manera de enfrentarse a la realidad; los que ya he
mencionado antes: Marc Bloch y sus compañeros de Annales, o los británicos, desde J.P.
Thompson a Paul Preston. Otro autor al que admiro y que siempre he leído con gran interés es
Herbert Southworth, un historiador peculiar que escribió joyas como El mito de la Cruzada de
Franco o Guernica. Y entre los españoles siempre será enriquecedor leer a Jaume Vicens,
Ramón Carande, Miguel Artola o Josep Fontana, de cuya obra recomiendo Por el bien del
Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011) y El siglo de la revolución. Una historia
del mundo desde 1914 (2017). Se trata de lecturas para entender el mundo que vivimos.
Tampoco habrá que perderse su obra póstuma, que saldrá en breve: Capitalismo y democracia,
1756-1848. Cómo empezó este engaño.

Has participado muy activamente en la puesta en marcha y desarrollo del movimiento de


recuperación de la Memoria Histórica, en iniciativas como Todos los Nombres y en el
grupo de expertos que sustentó el sumario promovido por Baltasar Garzón. ¿En tu
opinión, en qué estado se encuentra actualmente el movimiento de la memoria histórica?

Me impliqué en el proyecto Todos los Nombres porque lo creí necesario. Fui coordinador
científico entre 2005 y 2010. Me atrajo el hecho de que TLN surgió al margen de cualquier
institución. Contaba con el respaldo de CGT pero los que integramos aquello estábamos allí
exclusivamente por la relación que teníamos con la investigación de la represión o por los
conocimientos de informática. Surgieron otros proyectos relacionados con organismos
autonómicos o con el mundo académico, pero creo que el más eficaz y económico fue TLN.

Creí también que la iniciativa del juez Garzón podía suponer un avance importante en el sentido
de que lo que hasta ese momento era Historia o Memoria iba por fin a adquirir una dimensión
jurídica. Estaba convencido, en consonancia con la experiencia latinoamericana, de que la
justicia es la parte más sólida de la memoria. Fue una gran oportunidad perdida para determinar
la realidad del golpe militar y de la represión, pero distintos poderes (políticos, judicial,
mediático…) se unieron para que tal cosa no ocurriera.

Tras esto y la llegada de la derecha al poder el movimiento volvió a una fase anterior basada en
el esfuerzo de las asociaciones y muy volcada en las exhumaciones. La única puerta que quedó
abierta fue la de la querella argentina. De la derecha ya sabemos lo que podemos esperar: nada.
Recientemente, en los presupuestos que el PSOE no pudo sacar adelante, había una partida
importante para memoria histórica, pero aquello acabó. Lo cierto es que no hay modo de
entender que a más de ochenta años de los hechos los partidos ni siquiera se hayan puesto de
acuerdo para dar sepultura digna a las miles de personas cuyos restos yacen en fosas comunes.

¿Subsisten aún señas de identidad del franquismo? ¿Cómo se puede explicar la irrupción
de Vox y la emergencia internacional del neofascismo?

Antes pensábamos que pervivía lo que algunos estudiosos llamaron el franquismo sociológico.
Ahora, tras los últimos acontecimientos, algunos pensamos que esa fase se ha superado para
entrar en otra mucho peor. El mundo que vivimos se empezó a gestar en los años ochenta y
recibió el golpe definitivo con la gran crisis económica de estos años pasados. En ese proceso se
hundió la socialdemocracia surgida en Europa occidental tras la segunda guerra mundial con sus
grandes logros sociales, se quebró el movimiento obrero, y el capitalismo, a toda máquina, fue
conformando un mundo afín a sus intereses inmediatos. Este ha sido el caldo de cultivo de los
populismos y del resurgimiento de la extrema derecha en todo el mundo.

El caso español tiene sus peculiaridades. La derecha procede del franquismo, con el que nunca
ha roto. Antes del PP fue AP. El partido de Fraga y Aznar contenía a todas las derechas y les ha
ido bien hasta que surgió el problema catalán. Ciudadanos surge de ahí y Vox pretende contener
el tarro de las esencias del pensamiento reaccionario español. Les oyes recurrir a Lepanto y a las
Navas de Tolosa para explicar la Europa actual y te preguntas si no será de cachondeo. Sería de
risa si no fuera preocupante. Vox es hijo del PP. ¿Cómo olvidar la foto de Aznar vestido de Cid
Campeador mirando la llanura castellana desde lo alto de un castillo años antes de llegar al
poder? Los referentes del PP y Vox son los de la España que reflejaban los manuales de historia
del Franquismo.

No quieren saber que solo bajo la bota militar ha habido en España eso que llaman unidad de
España. Y eso olvidando que el régimen foral de algunos territorios impide hablar de esa unidad
homogénea con que sueñan. En origen España constituye un país formado por distintas
naciones. El estado de las autonomías surge para diluir esa realidad histórica. Su régimen
político ideal sería el que dejó trazado la República: un Estado federal. Pero la derecha cerril ha
impedido siempre esa posibilidad delegando en el Ejército la misión de mantener por encima de
todo la sagrada unidad de España. Con ello están creando permanentemente problemas que no
existen. El peso de la dictadura sigue siendo enorme y el reto que tiene la democracia española
es crear una mayoría social favorable al progreso de todos.

Dos cuestiones de actualidad sobre las que nos gustaría conocer tu opinión. Qué
trascendencia puede tener el hecho de que la Comisión de Memoria Histórica en
Andalucía sea presidida por VOX y qué opinas del proceso de exhumación de Franco del
Valle de los Caídos.
Volvemos a lo anterior. Solo hace meses hubiéramos considerado un chiste que la Comisión de
Memoria Histórica de Andalucía se entregara a un partido de extrema derecha. Si en su
momento el PP declaró con orgullo que no habría ni un euro para las políticas de memoria,
podemos imaginar lo que harán ahora estos. Cualquier cosa puede pasar, desde que organicen
rutas para dar a conocer la verdadera historia de España, a que metan en Canal Sur un programa
sobre las grandes batallas celebradas en suelo andaluz o que un buen día decidan recuperar un
personaje como Queipo. Todas ellas ocurrencias que empezarán a resultar preocupantes si el
partido se convierte en pieza clave para el triunfo de la derecha y alcanza una presencia
importante en el parlamento.
Lo de Franco y el Valle de los Caídos es una pesadilla típicamente española. Deprime el
lamentable espectáculo de ver a la familia del dictador consiguiendo paralizar la iniciativa del
gobierno. Y llama la atención la ingenuidad de Pedro Sánchez al pensar que eso se podía hacer
en un par de meses. Surge preguntarse qué pinta eso ahí a cuatro décadas del final de la
dictadura y cuándo el Estado se decidirá por fin a recuperar y devolver los restos de los miles de
republicanos allí enterrados a sus descendientes. Este asunto lo debió resolver el PSOE en sus
tiempos de mayoría absoluta, cuando la derecha aún no se atrevía a mostrar abiertamente su
fondo franquista, pero no lo hizo. Ya se sabe que para PP y PSOE en nuestra historia reciente
hay un agujero negro entre 1931 y 1977. Todo empieza en 1978. Ahora es un problema que
acabará en manos del Supremo, con lo que puede pasar de todo. Ya lo dice el proverbio alemán:
“En alta mar y ante un juez todo depende de dios”.

Una última pregunta relacionada con nuestra tierra. Aunque vives en Sevilla, has
mantenido siempre el vínculo con Extremadura. ¿Podrías hacernos un breve diagnóstico
sobre la situación económica, política y cultural de Extremadura y apuntar algunas de las
posibles líneas de trabajo para transformar la región?

Esa pregunta daría para un tratado y desborda mis posibilidades. Solo diré que la historia
contemporánea de Extremadura, para no irnos más allá, constituye la historia de un gran fracaso
colectivo. Y no por culpa de los extremeños en general, que han aguantado y aguantan todo
pacientemente, sino por culpa de las élites regionales y nacionales, que convirtieron la región en
una zona de extracción de rentas. Esa paciencia solo estalló, y de ahí su valor simbólico, el 25
de marzo de 1936, inicio de un gran proyecto que puso a Badajoz en la vanguardia del país
inmediatamente antes de entrar a causa del golpe militar en la etapa más negra de nuestra
historia. Lo que vino después ya lo sabemos: hambre, miseria y emigración. En esta situación la
democracia y la integración en Europa solo podían traer un mundo mejor. En estos cuarenta
años los cambios han sido importantes, pero la realidad es que Extremadura no acaba de
despegar. La ampliación de la Unión Europea supuso al desvío de fondos europeos hacia otras
regiones y el intento de instalar una refinería en la Tierra de Barros llevó a un callejón sin salida
que dejó a todos, partidarios y contrarios, exhaustos. Las malas noticias que llegan sobre las
comunicaciones y la triste realidad de que la gente joven tiene que buscar su futuro fuera de la
región son solo dos indicadores de una realidad difícil de asumir. Plantear soluciones requeriría
un conocimiento en profundidad del estado de la región desde la transición para acá.

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