Sei sulla pagina 1di 43

Cliometría

Alberto Baccini y
Renato Cianne":
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de
los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler
o préstamo públicos.

Título original:
STORIA DELLA CLIOMETRIA

Traducción de JUAN VTVANCO


Revisión de JOAN R. ROSÉS

Diseño de la cubierta: Luz de la Mora, Barcelona


O 1997: Alberto Baccini y Renato Giannetti, Florencia
O 1997 de la traducción castellana y de la presente edición para España y América:
CRITICA (Gnjalbo Mondadori, S. A.), Aragó, 385, 0801 3 Barcelona
ISBN: 84-7423-733-5
Depósito legal: B. 18.8 1 1-1997
Impreso en España
1997. - N O V A G ~ F I K S.
, L., Puigcerdh, 127,08019 Barcelona
1.1. LA CONFIANZA EN EL MÉTODO

El más antiguo de los cuatro estudios examinados es el de G. Wright,


publicado en 1971.' Wright define la Nueva Historia Económica como
((unCorpus bibliográfico que hace un uso exhaustivo de la cuantifica-
ción, la teoría económica y los instrumentos estadístico^)).^ Wright
valora los trabajos así seleccionados basándose en la noción de exac-
i itud. Con este término, Wright se refiere a las dos características de
los modelos: la verosimilitud de los supuestos y la ((sensibilidad))de
Ins conclusiones con respecto a los supuestos. En realidad, Wright no
(Icfine explícitamente hasta qué punto es exacto un modelo, lo que
Ii:ice pensar que su valoración depende de la discusión y el acuerdo
iiiterno de la comunidad de los especialista^.^ Así pues, la fundación
tlc la reflexión historiográfica es muy débil, casi al modo de McClos-
Liy. Parece que Wright supone que, mientras la ((fundación))del tra-
I I:Ijo cliométrico tiene lugar de acuerdo con el método neopositivista,
1.1 aplicación del mismo método a la valoración de los resultados no
111.i-mite distinguir los progresos y las diferencias entre las explicacio-
I 11,sdadas en trabajos distintos.

La exactitud sólo sirve, pues, para valorar la calidad de los tra-


11.1ios. Para clasificarlos Wright adopta, en cambio, el criterio del
1 I(*SO»y el papel desempeñado por la teoría económica y la cuantifi-
t .i~.iónen la investigación histórica. Sobre esta base distingue tres
S . I i<yorías.
ICn la primera Wright incluye los trabajos que utilizan el análisis
coste-beneficio, pero que no recurren a proposiciones cuantitativas
ni al uso de la econometría. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos
de Conrad y Meyer sobre la rentabilidad de la esclavitud y de Robert
Fogel sobre la contribución de los ferrocarriles a la industrialización
de los Estados unido^.^
En la segunda categoría, Wright incluye tres tipos de contribucio-
nes que tienen en común el uso, por así decirlo, anómalo)) de la teo-
ría económica. En efecto, éstas utilizan la teoría económica y la eco-
nometría en un sentido muy pragmático: la historia no es el campo
de verificación de teoremas económicos, la economía y la cuantifica-
ción sólo son instrumentos para el estudio de la historia. En este gru-
po, Wright sitúa en primer lugar los trabajos que utilizan instrumen-
tos estadísticos para reconstruir series históricas para las que no se
dispone de fuentes directas. Es el caso, por ejemplo, de la reconstruc-
ción que hace Fogel de la producción total de acero estadounidense
en los años 1840-1850, basándose en la serie completa de Pennsylva-
nia y en las relaciones, conocidas a lo largo de seis años, entre la pro-
ducción de Pennsylvania y la producción n a ~ i o n a lWright
.~ también
incluye en este grupo los trabajos en los que el análisis de regresión
sirve para identificar correlaciones y no para verificar modelos. Fish-
low, por ejemplo, ha «explicado»la tasa de escolaridad, la asistencia
media diaria y el gasto por estudiante en los estados de la Unión en
1900, basándose en la renta per cápita y la parte de la renta indivi-
dual procedente de la agricultura, sin utilizar una definición precisa
del modelo como función de demanda de e d ~ c a c i ó nDe . ~ forma aná-
loga, Davis y Legler estudiaron la política de gasto del gobierno esta-
dounidense evitando la definición de un modelo. Sencillamente, se li-
mitaron a hacer retroceder el gasto de los estados norteamericanos
con arreglo a unas variables exógenas como la renta regional, la ur-
banización y el tiempo.' Wright también sitúa en este grupo las apor-
taciones de Peter Temin y Paul A. D a ~ i drespectivamente
,~ sobre la
industria estadounidense del hierro y el vapor y sobre la introduc-
ción de la segadora mecánica en el Medio Oeste de los Estados Uni-
dos. En este caso, el «método»tampoco consiste en la verificación de
la teoría económica, y es una combinación de indagación indicativa
e hipótesis derivadas de la teoría económica. Temin aborda el pro-
blema de la disminución del precio del hierro elaborado en compara-
ción con el de la fundición, pese al aumento de consumo de fundi-
ción. Temin no es capaz de establecer, con los datos de que dispone,
si las causas del fenómeno dependen de variaciones de la demanda o
coste-beneficio, pero que no recurren a proposiciones cuantitativas
ni al uso de la econometría. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos
de Conrad y Meyer sobre la rentabilidad de la esclavitud y de Robert
Fogel sobre la contribución de los ferrocarriles a la industrialización
de los Estados unido^.^
En la segunda categoría, Wright incluye tres tipos de contribucio-
nes que tienen en común el uso, por así decirlo, «anómalo»de la teo-
ría económica. En efecto, éstas utilizan la teona económica y la eco-
nometría en un sentido muy pragmático: la historia no es el campo
de verificación de teoremas económicos, la economía y la cuantifica-
ción sólo son instrumentos para el estudio de la historia. En este gru-
po, Wright sitúa en primer lugar los trabajos que utilizan instrumen-
tos estadísticos para reconstruir series históricas para las que no se
dispone de fuentes directas. Es el caso, por ejemplo, de la reconstruc-
ción que hace Fogel de la producción total de acero estadounidense
en los años 1840-1850, basándose en la serie completa de Pennsylva-
nia y en las relaciones, conocidas a lo largo de seis años, entre la pro-
ducción de Pennsylvania y la producción nacional.* Wright también
incluye en este grupo los trabajos en los que el análisis de regresión
sirve para identificar correlaciones y no para verificar modelos. Fish-
low, por ejemplo, ha ((explicado))la tasa de escolaridad, la asistencia
media diaria y el gasto por estudiante en los estados de la Unión en
1900, basándose en la renta per cápita y la parte de la renta indivi-
dual procedente de la agricultura, sin utilizar una definición precisa
del modelo como función de demanda de e d ~ c a c i ó nDe. ~ forma aná-
loga, Davis y Legler estudiaron la política de gasto del gobierno esta-
dounidense evitando la definición de un modelo. Sencillamente, se li-
mitaron a hacer retroceder el gasto de los estados norteamericanos
con arreglo a unas variables exógenas como la renta regional, la ur-
banización y el tiempo.' Wright también sitúa en este grupo las apor-
taciones de Peter Temin y Paul A. David,' respectivamente sobre la
industria estadounidense del hierro y el vapor y sobre la introduc-
ción de la segadora mecánica en el Medio Oeste de los Estados Uni-
dos. En este caso, el «método»tampoco consiste en la verificación de
la teoría económica, y es una combinación de indagación indicativa
e hipótesis derivadas de la teoría económica. Temin aborda el pro-
blema de la disminución del precio del hierro elaborado en compara-
ción con el de la fundición, pese al aumento de consumo de fundi-
ción. Temin no es capaz de establecer, con los datos de que dispone,
si las causas del fenómeno dependen de variaciones de la demanda o
LA CONFIANZA EN EL MÉTODO 9
1

l de variaciones en la oferta de metal. Para resolver el problema, Te-


1 min asume que la curva de la oferta es elástica y la de la demanda no,
por lo que la bajada de los precios relativos sólo se atribuye (inevita-
blemente) al desplazamiento hacia arriba de la curva de la ~ f e r t a . ~
David razona del mismo modo y, basándose en fiientes de la época,
asume una curva de oferta de trabajo no elástica con respecto a la
oferta de segadoras mecánicas y una escala mínima de las propieda-
1
des agrícolas a partir de la cual resultaba ventajosa la compra de una
segadora. El aumento de la demanda de grano, al impulsar el alza de
los salarios, hacía que resultara ventajosa la sustitución de la fuerza
de trabajo por segadoras, por lo menos cuando la empresa alcanzaba
una dimensión mínima.
En el tercer grupo, Wright incluve los trabajos más rigurosos en
cuanto a la utilización de la teoría económica y la formulación de los
modelos y el análisis de regresión como instrumento de verificación.
Los estudios clasificados en esta categoría por Wright son seis: a) el
de la fijación de los precios de los ferrocarriles estadounidenses en
los primeros años del siglo xx;'"b) el del desarrollo de las ciudades en
el noroeste de los Estados Unidos durante los años 1820-1870;" c ) el
análisis de las inversiones en los ferrocarriles estadounidenses en el
período 1872-1941, realizado con arreglo a la teoría del aciclo de vida
del producto»;12d) el análisis de la demanda y la oferta de educación
en los estados de la Unión, en 1880, realizado de acuerdo con un mo-
delo de equilibrio general;13e ) el de las fluctuaciones del precio del
algodón en el mercado norteamericano durante los años treinta del
siglo pasado;14f ) por último, el análisis de la expansión de la indus-
tria del hierro de los Estados Unidos antes de la guerra civil, con
arreglo a una función de producción del tipo C o b b - ~ o u ~ 1 a s . I ~
En este último grupo los preceptos de la ortodoxia neoclásica son
explícitos. La historia económica, en este caso, es una forma de eco-
nomía aplicada. A la historia le corresponde verificar los modelos de
la teoría e indicar sus límites y las posibles vías de mejora. Los lími-
tes de la Nueva Historia Económica sólo responden, pues, a la inefi-
cacia provisional de la teoría económica y los métodos econométricos.
Por el contrario, también sus éxitos dependen del perfeccionamiento
de estos instrumentos y del desarrollo de otras disciplinas,, como la
teoría económica y la econometría. En general, pues, la pluralidad de
estrategias de investigación está subordinada a la imperfección pro-
visional de los modelos de la economía.
Las precauciones históricas sobre la contextualización de los mo-
delos son aspectos marginales en el desarrollo de Wright. Éste no ex-
cluye del todo que se pueda recurrir a las melladas armas de la vieja
historia económica, cuando provisionalmente resulten inadecuadas
ciertas explicaciones tomadas de la teoría' económica. Es posible,
concluye Wright, que el historiador no acepte incrementar los R2 de
sus regresiones añadiendo simplemente variables exógenas. Sólo en
este caso, concluye Wright, es posible que la investigación histórica
discurra por el camino de la tradición, por lo que «seguirá habiendo
un amplio margen para las especulaciones a la antigua usanza sobre
la historia, aunque nosotros los econórnetras n o nos creamos realmen-
te nada de eso (la cursiva es nuestra)».''

1.2. APARECE LA CONTEXTUALIZACI~N

Si para Wright la contextualización de la aplicación y la validez de


los modelos es una preocupación marginal, las dificultades que sur-
gen en la investigación histórica concreta por el uso inadecuado de la
teoría económica son el centro de las observaciones del trabajo de
Richard Sutch (1975).17Sutch considera que los ejes de la historia
cuantitativa, es decir, el rechazo programático de la tradición y la
utilización de datos históricos para someter a test la teoría econó-
mica, son causa de «graves desorientaciones metodológicas~.Sutch
pone como ejemplo de estas cdesorientaciones,, el trabajo de S. De-
Canio sobre la producción de algodón en el sur de los Estados Uni-
dos a finales del siglo XIX.'' Según Sutch, al trabajo de DeCanio le
falta un análisis crítico de las fuentes '' capaz de distinguir entre opi-
niones contemporáneas y observaciones contemporáneas. El histo-
riador interesado en el efecto de las instituciones económicas sobre
la prosperidad de los estados del sur, según Sutch, debe considerai-
con recelo las opiniones de sus contemporáneos al respecto, pero no
puede dar la espalda a las observaciones y descripciones que han he-
cho de esas instituciones. Según Sutch, DeCanio no presta la debida
atención a las instituciones, sobre todo al crop-lein system, que, se-
gún los contemporáneos, tenía gran importancia en la organización
de la producción del algodón. DeCanio utiliza sin un examen crítico
el concepto de producción óptima, y a partir de él define la noción
sobreproducción para explicar la crisis del sistema en cuestión. E s i ; ~
definición de sobreproducción se basa en la suposición de la exisiCii-
cia de un mercado perfectamente competitivo. Según Sutch, en c;iiii-
APARECE LA CONTEXTUALIZACIÓN 11

bio, no hay pruebas de que el mercado de algodón observado fuera


perfectamente competitivo, por lo que no es correcto partir de esta
hipótesis para obtener la explicación de un suceso histórico. Según
Sutch, hay que definir el concepto de producción óptima más bien
con arreglo a lo que los contemporáneos percibían y concebían como
, tal. En una palabra, el análisis de DeCanio no se puede considerar
una aportación «histórica» al análisis del mercado del algodón,
sino únicamente un intento de verificar la teoría neoclásica de la
producción con datos históricos referentes a la producción de al-
godón.''
Sutch considera que son más Fructíferas las aportaciones formu-
ladas explícitamente en términos de general equiíibriunz history (his-
toria basada en el equilibrio general) o de ex ante comparative statics
(estadística comparativa ex ante), que en cierta medida permiten te-
ner en cuenta la dimensión institucional de los fenómenos econó-
micos indagados. Para Sutch, la novedad introducida por la general
equilibriu~zhistory es el uso explícito de un «modelo de desarrollo
neo~lásicon.~' Aunque sus argumentos no son muy claros, Sutch con-
sidera ejemplar la aportación de WilliamsonZZsobre la economía es-
tadounidense, cuyos límites se deben exclusivamente a las dificulta-
des prácticas de aplicación, es decir, al coste excesivo de los recursos
cle cálculo necesarios. Según Sutch, ((los historiadores se interesan
por las causas de los cambios institucionales, no sólo por su efecto»23
v, para entender las causas de dichos cambios, hay que hacer re-
Icrencias explícitas a las motivaciones individuales de los agentes
i~conómicos.Esto es lo que hacen, según él, L. E. Davis y D. C. N ~ r t h , ' ~
c.iltre otros,25al explicar los cambios institucionaleS producidos du-
imte el proceso de desarrollo de los Estados Unidos por el compor-
1:imiento de individuos racionales que toman decisiones económicas
1 - 1 1 términos de costes-beneficios. Estas decisiones dependen, pues,

I Ic-I cálculo de los ingresos y de los costes futuros esperados del cam-

I)io en relación con una variable que cuide el riesgo, basada en el tipo
I I<. interé~.'~

Pero este análisis, según Sutch, también tiene sus riesgos. El pri-
(-1-0 es la simplificación excesiva del contexto en el que se toman
s decisiones, en el que confluyen muchos factores que no pueden
(Iiicirse directamente al cálculo de costes y beneficios (emocio-
..:\, opinión pública, intereses, debate político). El segundo es no
Ill.;rnr a entender todo el abanico de decisiones que pueden tomar
1 1 agentes económicos en un contexto determinado. Por último, el
tercero, y más importante, es el de reducir las decisiones de un con-
junto de agentes económicos a un solo modelo de comportamiento
racional.
En el trabajo de Sutch aparecen por primera vez dos observacio-
nes clásicas del debate historiográfico: la tensión entre ((modelosde
explicación» y ((modelos de comprensión», y la tensión entre ten-
dencias generalizadoras y tendencias individualizadoras. Mientras
que Wright y la mayoría de los «nuevos historiadores))de principios
de los sesenta hacen hincapié en las nociones de explicación y gene-
ralización, con Sutch el acento empieza a desplazarse a la com-
prensión de las motivaciones de los agentes económicos y a la deli-
mitación del campo de aplicación de las leyes que se obtienen. La
contextualización de las leyes económicas es la consecuencia del
esfuerzo de comprensión de las motivaciones individuales, que se
procura obtener a través del análisis crítico de las fuentes, capaz de
construir una relación de empatía entre el investigador y los agentes
económicos que toman las decisiones en un momento histórico de-
terminado.
Estas observaciones nos llevan al debate que en esos años empe-
zó a entablarse en la teoría económica entre ortodoxia neoclásica y
escuela austriaca. El programa de investigación neoclásico trataba
de reconducir al interior de la tradición walrasiana todo lo que sur-
gía de la observación empírica o histórica de resultados competiti-
vos no óptimos. Para ello postulaba la exclusión del análisis de toda
institución distinta del mercado perfectamente competitivo, y cen-
traba la atención en la demostración de que el mercado es la orga-
nización social óptima. Por lo tanto, la teoría debía centrarse sólo
en la definición de las condiciones formales de existencia2' de un
equilibrio que fuera el resultado de las acciones de agentes indivi-
duales, sin tomar en consideración los efectos de la interacción es-
tratégica de los comportamientos de los propios agentes econ0-
micos. Lo que quedaba fuera se consideraba bien ordinario y servía
para confirmar la validez de la teoría del equilibrio competitivo. EII
cambio, según la escuela austriaca la ciencia económica era la cx-
plicación de fenómenos económicos entendidos como resultados
inesperados de las acciones racionales de individuos que persigiicii
sus objetivos en situaciones específicas. Éstas forman el ambienic.
que estructura su comportamiento a través de las relaciones coi1
otros agentes racionales, incluyendo los vínculos naturales y lo,,
vínculos históricos e i n s t i t u ~ i o n a l e s . ~ ~
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITWISTA 13

1.3. CRISIS DE LA RAZÓNNEOPOSITMSTA

Las objeciones al paradigma neoclásico estándar en economía y a las


explicaciones causales en historia fueron más insistentes y generales
a comienzos de los años setenta, hasta el punto de que a mediados de
la década P. D. McClelland trató de hacer una nueva sistematización
metodológica de la teoría de la explicación causal y de la utilización
de los modelos no sólo en el campo de la historia económica, sino
también en el de la historia general y la e c ~ n o m í a . ' ~
McClelland trató de fundir metodología y análisis empírico en la
evaluación de los instrumentos y los resultados obtenidos por la Nue-
va Historia Económica. Su razonamiento se basa en tres puntos: i) el
l reconocimiento del carácter peculiarmente incompleto (finito) del
conocimiento que hace posibles las explicaciones de tipo nomológi-
co-deductivo. Por lo tanto, las ciencias sociales tienen que contentar-
se con explicaciones inductivo-probabilísticas;30 ii) el mantenimiento
de la idea de la unidad del método en las explicaciones causales de
todas las disciplinas;" iii) la formulación de un modelo psicológico
de tipo conductivista con el que se puedan incorporar a los modelos
los comportamientos de los sujeto^.'^
McClelland empieza reafirmando la noción de unidad del método
científico y, por lo tanto, rechaza una clasificación parecida a las que
adoptan Wright y Sutch, vinculadas al rigor teórico del método.33
Para McClelland, por el contrario, la única operación razonable es la
simple clasificación de los trabajos de acuerdo con las técnicas e ins-
trumentos utilizados. Indica una técnica propiamente matemática,
la de la interpolación-extrapolaciónpara la reconstrucción de series
incompletas, y «los modelos», divididos a su vez en cuatro grupos: a )
modelos input-output; b) los modelos de oferta y demanda; c) los mo-
delos de desarrollo, y d) los modelos de cambio institucional.
La clasificación utilizada por McClelland para distinguir los mo-
delos que se pueden utilizar en historia económica es sencilla y com-
pleta. Por eso completamos aquí, con una somera descripción, la re-
seña de las técnicas tal como eran en el momento de publicarse el
trabajo de McClelland con la de la evolución de los quince años pos-
teriores. Es preciso hacerlo porque con frecuencia las observaciones
i-ríticas sobre la evidencia empírica o sobre la relevancia teórica rea-
lizadas por McClelland han recibido, mientras tanto, respuestas ade-
c-tiadas,o han desplazado el problema a un nivel superior de comple-
!idad.
Según McClelland la valoración de las técnicas y los modelos tie-
ne que hacerse con arreglo a la prueba empírica de los supuestos
propios de las distintas técnicas y modelos.34El trabajo historiográfi-
co, pues, consiste en un procedimiento estándar: i) definir los su-
puestos del modelo o de la técnica adoptada en el estudio de un pro-
blema; ii) buscar y definir unos tests posibles para la verificación de
los supuestos; iii) aplicar empíricamente los tests a la situación histó-
rica concreta que se está analizando. El éxito de este procedimiento
garantiza no sólo la corrección lógica del razonamiento, sino tam-
bién su relevancia, o posibilidad de ser aplicado al problema en cues-
tión.

1.3.1. LAS TÉCNICAS D E I N T E R P O L A C I ~ N - E X T R A P O L A C I ~ N

En lo que respecta a las técnicas de interpolación-extrapolación,Mc-


Clelland señala que los resultados obtenidos dependen de una cláu-
sula ceteris paribus aplicada a todo el sistema de variables exógenas
que actúan causalmente sobre la variable dependiente. La particular
generalidad del supuesto hace que la valoración de las investigacio-
nes tenga que hacerse caso por caso,35aunque se puede afirmar que
las extrapolaciones para períodos de tiempo prolongados son muy
discutibles. Precisamente, la técnica de reconstrucción de las series
históricas ha experimentado cambios muy importantes a partir de
esa misma época, basados en nuevas visiones de la causalidad y en
unas técnicas de reconstrucción radicalmente nuevas (modelos Box-
Jenkins). Sobre esto remitimos al tercer capitulo, donde se ilustran
ampliamente tanto la nueva metodología como las técnicas.

El análisis input-output, por lo menos en su acepción l e ~ n t i e v i a n a


es un tipo de análisis del equilibrio general basado en la estructura
de los costes de los sectores productivos que forman un sistema eco-
nómico determinado. En historia económica el análisis input-output
se ha aplicado pocas veces y para abordar problemas específicos, a
causa de la dificultad para disponer de datos en el nivel de desagre-
gación necesario. J. R. Meyer, por ejemplo, estudió los efectos del «re-
t a r d o ~(lag) de las exportaciones sobre la moderación del desarrollo
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITIVISTA 15

ie- británico en los años 1875-1900,37mientras que W. G. Whitney utili-


OS zó las tablas input-output para estimar la cuota de cambios de la pro-
fi- ducción estadounidense entre 1879 y 1899, atribuyéndolos a movi-
U- mientos de la demanda.38
'0- Los supuestos en que se basan las tablas input-output son esen-
de cialmente dos: i) que todos los bienes se producen con costes cons-
:ó- tantes; ii) que cada bien puede ser producido con una y sólo una
.to combinación eficaz de inputs (coeficientes de producción constan-
n- tes). Dada la rigidez de los supuestos, McClelland considera que el
:S nálisis input-output es un instrumento útil para el análisis de las
iodificaciones del sistema económico determinadas por cambios
?dos de la demanda sólo a corto plazo.3YEn todo caso, según Mc-
Icllancl, tampoco a corto plazo el análisis input-output es capaz de
uplir-:ir los cambios de la composición y del volumen de la deman-
: l . i i i . sobre todo, de tener en cuenta el progreso tecnológico, que in-

[c- \ - 1 1 i:iIjlimente se considera exógeno con respecto a la estructura del

.u- llio~lc~lo.
as
.ar
io- 1.3.3. LOS MODELOS D E OFERTA Y D E M A N D A
ue
UY I o\ iiiodelos de oferta y demanda, junto con los de desarrollo, son
11 iii:is iitilizados por los cliómetras. McClelland atribuye su «buena
1 1 ) I I I I I I ; I » entre los historiadores económicos a la capacidad para ex-
1 ) l i i :II. los cambios tanto de la oferta como de la demanda, a diferen-
i : ~(11- lo que sucede con el análisis input-output, que se limita a la
I(.i.l:l.
En cuanto a la demanda,40el análisis se basa en unas curvas de
c.manda log-lineales del tipo:

1,
36 (.i i las que la cantidad pedida de una mercancía (Q) depende del pre-
ira io (P) y de la renta (Y).4'
-
.m- Los supuestos en que se basa la curva de demanda de tipo log-li-
,u1 iical como la anterior son dos: el primero es referente a la forma lineal
,a i Ic la relación entre precios, renta y cantidad demandada; el segundo

re- ,%c. refiere al comportamiento de los consumidores. En particular, se


re- 1 ) i-esupone que el comportamiento del consumidor es tal que la elas-
1 1 i i cidad a la renta de cada bien es igual a uno. Esto significa que las
variaciones de renta no alteran las relaciones entre las cantidades de-
mandadas de los distintos bienes. Según McClelland el primer su-
puesto se puede someter fácilmente a prueba, estimando con una re-
gresión lineal los parámetros log(n), b, c y prestando especial
atención a la facilidad de adaptación (RZ) de la propia regre~ión.~'Sin
embargo, el segundo supuesto se puede considerar válido a corto o
muy corto plazo, pero en cambio es muy discutible a largo plazo.43
En lo que respecta a la oferta, el análisis requiere dos tipos de su-
puestos sobre la forma de las ecuaciones y sobre las condiciones de
oferta, expresadas en forma de funciones de producción. El primer
grupo de supuestos prevé: i) un mercado perfectamente competitivo,
y ii) unos costes de producción constantes." Para que se puedan
adoptar estos supuestos en el análisis histórico es preciso que sean
verosímiles o coherentes con las condiciones históricamente obser-
vadas. Esta es la primera fase del trabajo que debe afrontar el clió-
metra. R. Fogel y S. Engerman, por ejemplo, sostienen que es verosí-
mil partir de la presuposición de mercado competitivo y de costes
constantes en la industria estadounidense del acero durante todo el
siglo xrx, de acuerdo con la estabilidad del número y de las empresas
del sector.45A su vez, McCloskey sostiene que la evidente preponde-
rancia de productos extranjeros en el mercado británico de la fundi-
ción durante los años 1870-1939 es una prueba convincente de la
verosimilitud de dichos supuesto^.^^ Pero a falta de una evidencia
empírica hay que poner en duda la posibilidad de aplicación del mo-
delo, como ha ocurrido, por ejemplo, en la discusión sobre la contri-
bución de los ferrocarriles al desarrollo de los Estados Unidos, plan-
teada por R. ~ o ~ e 1 . ~ '
En líneas generales, el mundo dominado por estos supuestos es
un mundo con curvas de oferta horizontales: una industria que pro-
duce a costes constantes produce cualquier cantidad de producto :I
un precio que es igual a su coste constante medio a largo plazo.""
Los únicos cambios posibles en un mundo con curvas de oferta hori
zontales son la sustitución de una curva de oferta por otra, es decii
dado un precio, sólo una modificación de los costes de produccitiii
puede determinar cambios de la cantidad ofrecida. Estas sustitucic~
nes entre curvas de oferta tienen su explicación en el cambio dc I;I..
((condiciones de oferta», o cambio de las combinaciones de factoi c...
de producción, y están representadas por funciones de produccic I I I
El segundo grupo de supuestos referentes al análisis desde el latlt I I 11
la oferta está relacionado con las funciones de producción. Una II i i I
I o
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSJTMSTA

de producción representa la relación entre los input y el output


I, I I I
17

I proceso productivo, e indica, para cada bien, los métodos pro-


a 11 I ~ivos I que implican una sustitución entre factores, por lo que, si se
l a lliice un input, el nivel del producto sólo puede permanecer sin

e .~iiibiossi se aumenta la cantidad empleada por lo menos en otro


i I ( ior. La elección de la combinación de factores adoptada efectiva-
-iite,que maximiza el resultado neto, depende de los precios relati-
, de los factores y de las relaciones de sustitución técnica descri-
por la función de producción. En el análisis económico de la
,clucción, la hipótesis de homogeneidad de la función de produc-
i l i ,

o i c ir1 -y sobre el grado de esta homogeneidad- tiene un papel muy


I iiiportante. En el caso en que la función de producción se refiera a

:I empresa en particular, normalmente se parte de la hipótesis de


t . dicha función, en una primera fase (cuando se emplean dosis li-

iadas de factores), es homogénea y de grado mayor que uno, y en


:I segunda fase (cuando se emplean mayores dosis de factores) es
iiiogénea y de grado menor que uno. Una función de este tipo se
ina homotética. Cuando la función de producción se refiere a toda
i-conomía,se suele partir de la hipótesis de que es una función ho-
génea de grado uno, o de que se caracteriza por unos rendimien-
, de escala constantes.
La función de producción más utilizada en historia económica, y
iínica tomada en consideración por McClelland, es la que formu-
i Cobb y Douglas, y se trata precisamente de una función homoté-
:i que tiene la forma siguiente:

log Y = log a, + a, log L + a, log K49


nde Y es la cantidad producida por un bien determinado, L la can-
nd de trabajo utilizada, K el capital y log a, mide el grado de efi-
:ia en la organización de la actividad p r o d u c t i ~ aLa
. ~ ~utilización
una función de producción Cobb-Douglas requiere cuatro supues-

1. que la producción sea función de dos factores (o tres, si se


añade la tierra), trabajo y capital, y de un residuo llamado
productividad;
2. que la forma de la función de producción sea log-lineal;
3. que la elasticidad de sustitución de los factores sea igual a uno;
4. que el mercado sea perfectamente competitivo.
En este caso, la comprobación de las condiciones de verosimilitud
también es previa al trabajo de indagación histórica concreta. Hay
dos tests de verosimilitud de los supuestos. El primero consiste en
medir la elasticidad de sustitución entre factores verificando la hipó-
tesis que no sea significativamente distinta de uno. El segundo deriva
de la asociación de condiciones de mercado perfectamente compe-
titivo con una función Cobb-Douglas. Esto implica que las corres-
pondientes remuneraciones (cuotas de producto) que van a los facto-
res de producción permanezcan con~tantes.~' D. McCloskey, por
ejemplo, justifica la utilización de una función Cobb-Douglas para el
estudio agregado de la economía inglesa en la época victoriana ba-
sándose en la obtención de remuneraciones constantes en el tiempo
de los factores de producción empleados.52
En general, según McClelland, los tests de verosimilitud para los
supuestos de los modelos de oferta y demanda son relativamente
sencillos, por lo que se pueden distinguir los contextos en los que son
eficaces los modelos de esta clase. Los problemas surgen, si acaso,
cuando se extienden los supuestos de sectores del corto plazo a sec-
tores del largo plazo y, sobre todo, a economías nacionales en el lar-
go plazo. Por ejemplo, P. A. David y P. Temin reprochan a R. Fogel y
S. Engerman el haber «extendido indebidamente*, en Time on the
Cross, una función Cobb-Douglas al estudio de todo el sector de la
agricultura de las plantaciones del A. K. Dixit hace la misma
observación, en desacuerdo con las argumentaciones de D. W. Jor-
genson sobre el desarrollo económico japonés. Este último, analizan-
do la correspondencia del modelo de desarrollo económico japonés
con los requisitos indicados por Lewis, sostiene que no cumple di-
chos requisitos típicos del desarrollo económico, a saber: i) hay una
oferta ilimitada de trabajo; ii) la acumulación sólo se produce en el
sector avanzado; iii) el ahorro sólo deriva del beneficio. Jorgenson
afirma que, por el contrario, se observa la maximización del benefi-
cio en ambos sectores y un mercado de trabajo c o r n p e t i t i v ~ . ~ ~
El problema más importante de estos instrumentos para la inves-
tigación empírica o histórica es la rigidez de los supuestos referentes
a la sustitución entre factores, o representación de la tecnología. L:i
función Cobb-Douglas sólo permite considerar el efecto del cambio
técnico cuando hay capitales de nueva formación.
Las observaciones de McClelland se limitan, como se ha dicho, ; i
la función Cobb-Douglas, por lo que se refieren esencialmente a esto\
problemas. En realidad, ya a partir de 1961 los economistas veníaii
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITIVISTA 19

lizando la función de producción de tipo CES5' (elasticidad cons-


i < . de sustitución),

c 4 la característica de que la elasticidad de sustitución no es necesa-


~ I I

iiicnte unitaria, por lo que permite obtener una representación


110s rígida del proceso de producción. La elasticidad de sustitu-
1 1 aparece como parámetro explícito, lo que posibilita, en el traba-
-inpírico, el supuesto (bastante más realista) de que distintos sec-
t.\ tienen distintas elasticidades de sustitución.
Sin embargo, las dos funciones que se acaban de describir com-
13.11 i c n un problema muy importante: dependen de supuestos dema-
~.itlorígidos cuando en el análisis de la producción hay que identifi-
, 1 1 las funciones de demanda de los factores de producción. En

1 1 lo, de las dos funciones no se pueden obtener funciones de la de-


(

I ii.iiicla de factores capaces de tener en cuenta: a ) la variabilidad de la

a I.I..I icidad de sustitución de los factores al variar los precios rela-


I ~i i I \ ; b) la presencia de factores de producción complementarios;

I I listintos grados de sustitución, para distintos pares de factores, en


I .iinbito de la misma función de producción.
I:,11 los años ochenta la aplicación del lema de Shephard - c o n
1 1 I (-;:loal cual se puede obtener la demanda de cada factor como de-

I I \ .,(la de la función de coste con respecto al precio del factor en

, I il.\iión- y de los resultados asimilables a él (teoría de la dualidad y


I $ I I I in de las formas funcionalcs flexibles) permitieron obviar estos
,l>lemasutilizando formas funcionales de flexibilidad mucho ma-
1 1 1 4

como la Leontief-Diewert y la Translog. La función Translog,


s 1 1 ,

1 1 1 ilizada en algunos trabajos histórico^,^^ se formula del siguiente


i 1, i t 10:~'
i

1 f1i8 O = a, + a, (IogK) + a, (logL) + a , ,(logk)' + a,, (logL)(logK) + a,, (logLJ2.


1 u este tipo de función es posible definir dos tipos de elasticidad:
111

iI . c.lasticidades de precio, que representan las variaciones de la de-


~ii.iiiclade un factor con respecto a los precios de los distintos facto-
Ia ... las elasticidades de sustit~ición,como en las más tradicionales
I I I I ii.iones Cobb-Douglas.
1'c.r.o estas últimas funciones tienen escasa aplicación en la dio-
i-ía, por lo difícil que resulta la comprensión de sus propiedades
D I ~ l , ~
matemáticas (no negatividad, monotonicidad, homogeneidad de pri-
mer grado, concavidad). La propia econometría señala, por ejemplo,
confusiones derivadas de la utilización de estas formas funcionales
flexibles en la investigación aplicada.58

1.3.3.1. Los modelos de oferta y demanda de eqtiilibrio


y el tiempo histórico

Las teorías modernas de la producción han avanzado mucho en


cuanto a rigor en la definición de las hipótesis y en la descripción de
los resultados. Pero este desarrollo ha estado acompañado de cre-
cientes dificultades para atribuir un claro significado económico a
los resultados obtenidos. En los esquemas de carácter walrasiano los
problemas reflejan unas cuestiones que se deben más bien a las exi-
gencias planteadas por los instrumentos matemáticos, y no al realis-
mo de los resultados. Este hecho es evidente en la forma de abordar
el tiempo. Los esquemas de equilibrio económico general se caracte-
rizan por la falta de desarrollo temporal, dado que la determinación
del equilibrio requiere necesariamente que todos los mercados y to-
dos los agentes económicos actúen simultáneamente.
Ha habido varios intentos ingeniosos de resolver este problema,
de especial importancia para el estudio de la historia económica.
Todos ellos tienen en cuenta el carácter de proceso de la actividad
económica. Por ejemplo, en vez de interpretar el proceso económico
como un fenómeno fuera del tiempo, se describe como un (cestado
estacionarion en el que las elecciones se realizan de una vez por to-
das en términos de flujos de bienes que permanecen invariables du-
rante un período de tiempo indefinido. Hay muchos períodos pro-
ductivos, todos idénticos. Arrow y Hahn presentaron modelos con
períodos temporales de distinta duración, obteniendo un esquema
intemporal. Hay «mercados presentes» en los que las mercancías se
intercambian en el momento en que se fijan los precios, y «mercados
a plazo», pero todos los precios, presentes y futuros, se determinan
en el momento presente. La determinación de todos los precios y de
todas las cantidades tiene lugar en el tiempo inicial, que es el único
por el que funcionan los mercados, en el sentido de que en ellos se
determinan los precios de todos los factores y todos los productos,
presentes y futuros. Los mercados futuros sólo son mercados en la
medida en que en ellos se efectúan las entregas y las compras con
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITMSTA 21

1 a i-11, ;I los contratos estipulados al principio. Sólo en ese momento


, o I Q . ,ii 1,. cuánto y cómo se produce, pero también cuándo se produ-
. i I IV , i I ilibrio
económico intertemporal requiere, además, algunas
i 1 11 ~ - . i spoco verosímiles. Por ejemplo, hay que suponer que los pro-
l

IIISI~II,.S conocen perfectamente no sólo las técnicas y los recursos


t I I 1 . III-.;, sino también todos los que estarán disponibles en las eta-
. . I I I c.sivas.
1

i :II-tificiosempleados para introducir el tiempo en los esque-


1 ,s.

11.r-quilibrio general resultan muy abstractos, porque la teoría


S t

.icn de la producción funciona bien como esquema de distri-


t lc unos recursos determinados, pero no tanto cuando se trata

lic::ir procesos que se desarrollan en el tiempo. En los esque-


m U <.cluilibriointertemporal la producción no es más que un des-
a t u ,

-rito en el tiempo de unos recursos determinados a través de


icación de sus características mercantiles. Los distintos pre-
1,. I ina misma mercancía en distintos períodos dependen del hecho

1. 1 1 .;tilo si existe un precio relativo entre uso presente y futuro de


11.

1 *i'.ri posible resolver el problema de distribución temporal.


1 . 1 1 1 <.so los precios se anuncian a un tasador, y los empresarios
I I ! . ~I I c.on arreglo a estos precios de referencia. Pero no se compran
,. i i i se venden bienes mientras no se determine el vector de los
I.,,/

l 1 tlc equilibrio. No hay provisiones de bienes sin vender, ni de


S 11 1 % .

iiitilizados, ni de bienes intermedios o productos elaborados.


iingún efecto de stock entre un período y otro, se trata de una
'a de flujos.
I .I iic-cesidad de que los modelos e hipótesis fueran más realistas
. I I 1.1-caranmás al comportamiento de los empresarios hizo que
S

i I iiiilnran unos esquemas de equilibrio temporal. En estos mo-


SI

1 . 1, Ii:iv varios períodos de tiempo, pero están en número limitado,


o..

eI;is las mercancías tienen mercados futuros en todos los peno-


c.cluilibrio temporal depende estrictamente de la forma de las
1.11 ivas, y no puede haber garantías a priori, por racionales que
11, 4

i- lo que podría ocurrir que en algunos mercados se den exce-


cmanda. Entonces hay que aventurar hipótesis sobre las ex-
I . i.lii\rns,para determinar el efecto en los precios futuros y en los
eIc las obligaciones y de los títulos financieros de las empre-
81 l...

i.1.1.oen los modelos teóricos siempre tiene que ser posible defi-
a

,.tI 1 1.. campresas en términos matemáticos, pues, de lo contrario, no


hacer ninguna afirmación sobre la existencia de un equili-
I , ique sea temporal.
Estos modelos también ponen en evidencia las dificultades que
surgen en la moderna teoría neoclásica para tener en cuenta la incer-
tidumbre típicamente vinculada al paso del tiempo. Se confirma así
que hay considerables dificultades a la hora de incluir algunas ca-
racterísticas importantes de los fenómenos económicos reales en los
modelos de equilibrio económico general, o en los que se derivan de
ellos: la duración en el tiempo, las continuas modificaciones relacio-
nadas con la producción y los fenómenos derivados de la incertidum-
bre sobre el futuro.
En cambio, como veremos en el apartado siguiente, estas tres carac-
terísticas están contempladas en los modelos de desarrollo económico.

Los modelos de desarrollo pertenecen al tercer grupo de McClelland.


Son los que utiliza más prohlsamente la historiografía ec~nómica.~'
El motivo de esta mayor difusión es que los modelos de desarrollo
son sustancialmente distintos de los que utilizan las técnicas tradi-
cionales de análisis económico, porque en ellos lo que cuenta es la
dinámica de la estructura. Para los economistas del desarrollo no sir-
ven los supuestos de continuidad y sustitución propios de la teoría
tradicional. En cambio, los hechos estructurales son componentes
fundamentales del desarrollo: el paso observado a lo largo del tiempo
del sector primario al secundario y de éste al terciario, de la exporta-
ción de materias primas a las exportaciones industriales, de las in-
dustrias tradicionales a las dinámicas y de las zonas rurales a las ciu-
dades. Además, los sectores difieren en elasticidad a la demanda,
ritmo del progreso técnico, grado de las economías de escala posibles
y amplitud de los efectos sobre otros sectores. En una palabra, tam-
bién cuentan la historia, la dimensión y la dotación de recursos. Y,
sobre todo, cuenta la política, en la medida en que reduce los costes y
las resistencias al cambio, asegurando los incentivos que llevan a la
vía de desarrollo prevista.
Los primeros trabajos con este enfoque se publicaron antes de la
segunda guerra mundial, y fueron escritos por C. Clark, A. G . B. Fi-
sher y sobre todo S. ~ u z n e t s , al
~ ' que se deben las síntesis más impor-
tantes de las informaciones disponibles sobre los distintos países.
Los modelos de desarrollo construidos desde principios de los
años sesenta son muy variados, aunque tienen en común, como he-
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITIVISTA 23

mos visto, una visión «estructural» e ((intervencionistan del proceso


de crecimiento.
Se basan en un esquema macroeconómico en el que el ahorro, la
demanda y la distribución de la renta generan el cambio. El funcio-
namiento suele ser el siguiente: un ahorro mayor contribuye a la tasa
de crecimiento requerida a través de mejores tasas de inversión en
bienes que incorporan nuevas tecnologías. Pero esta no es la única
formulación. Muchos modelos de desarrollo van de las inversiones al
ahorro, como ocurre con el modelo de two-gap disequilibrium, en el
que la inversión está determinada por la capacidad de importar.6'
Del mismo tipo es el conocido modelo de equilibrio general de Kal-
dor, en el que la distribución de la renta se adapta a los niveles de in-
versión determinados por la vitalidad de los inversores más que a los
tipos de interés.
Los modelos de desarrollo formulados en esta fase también desta-
can la retroacción entre distribución de la renta y demanda de bie-
n e ~ La. ~dimensión
~ y la composición del mercado interno son im-
portantes a la hora de determinar la escala de producción y la tec-
nología utilizada. La demanda exterior sólo interviene en una segun-
da fase. Este es, por ejemplo, el motivo por el que un sector agrícola
productivo con rentas elevadas puede contribuir a la industrializa-
ción y cierta protección es esencial para canalizar la demanda hacia
los productos internos. Y es el motivo por el que estos modelos hacen
hincapié en que el modelo de desarrollo está relacionado esencial-
mente con la sustitución de importaciones.
Los modelos de desarrollo se pueden dividir en dos grupos, según
den mayor importancia a la ((continuidad))del crecimiento o al ((em-
pujón)),el big push, localizado en el tiempo. El de H. Chenery sobre
las sendas de desarrollo pertenece al primer tipo, mientras que el de
Lewis-Rostow, así como los de Kindleberger y Gerschenkron perte-
necen al segundo.

Las sendas de desarrollo de H. B. Chenery. En un artículo de 1960, Ho-


llis B. C h e n e ~ ysostiene
~~ que hay una correlación sistemática entre
las características estructurales de los sistemas económicos y un nú-
mero limitado de variables económicas, y sobre todo la renta per cá-
pita. Esta reacción se puede observar tanto en el desarrollo histórico
de las economías en fase de crecimiento como en el análisis compa-
rado de economías en los distintos niveles de renta, consideradas en
un momento particular. Chenery atribuye estas reacciones a un nú-
mero limitado de factores de semejanza que sitúan a los países en
unas «sendas de desarrollo» precisas. Se trata de: a ) conocimientos
técnicos comunes; b) necesidades humanas parecidas; c ) acceso a los
mismos mercados de importación y exportación; d) mayor acumula-
ción de capital con el aumento de la renta; e ) aumento de las capaci-
dades profesionales, en sentido amplio, al crecer la renta. Los resul-
tados así obtenidos dependen de estudios transversales, por lo que
son estáticos. Sin embargo, Chenery considera que se pueden exten-
der a los resultados obtenidos de las series históricas.
P. Temin fue el primero en someter a verificación la teoría de las
«sendas de desarrollo» de Chenery con material histórico, comparan-
do las <(sendas»con los datos de largo plazo correspondientes a nue-
ve países, sacados de los trabajos de Kuznets. Temin sólo encontró
una modesta confirmación de la hipótesis de C h e n e ~ . 'El ~ propio
Chenery volvió a revisar varias veces sus e s t i m a ~ i o n e sEstimó
.~~ las
sendas de desarrollo de los nueve países con arreglo a la evolución de
las siguientes magnitudes: renta por habitante, población, tasa de in-
versión y exportaciones, y descubrió que estos nueve países habían
experimentado cambios estructurales bastante parecidos en su desa-
rrollo económico, debidos, además, a unas pocas variables comunes.
En época más reciente, Chenerybby otros volvieron a abordar esta
cuestión en un abanico de países más amplio, en el período de la últi-
ma posguerra, llegando a unas conclusiones más matizadas sobre las
causas del desarrollo económico y sobre el parecido de los recorri-
dos. Por ejemplo, los nuevos datos6' señalan que los países que han
apostado por las exportaciones, en vez de por la sustitución de im-
portaciones, por lo general han logrado tasas de crecimiento más ele-
vadas, una mayor industrialización, una tasa de crecimiento de la
productividad total más elevada y una estructura del input-output
más parecida a la de los países más avanzados. Pero, si se analiza con
más detalle la cronología del crecimiento, se ve que esta conclusión
debe ser matizada. Por ejemplo, la experiencia histórica revela que
un país tiene que desarrollar cierta base industrial y un conjunto pre-
ciso de capacidades técnicas antes de estar en condiciones de expor-
tar. Esto puede significar, por ejemplo, que es necesario disponer de
unos flujos de capital adecuados en ciertos sectores destinados a la
sustitución de importaciones en las primeras fases del desarrollo, lo
que también implica una tasa de crecimiento más baja de la produc-
tividad total. La conclusión, común a muchos estudios sobre el creci-
miento económico realizados en los años ochenta, es que la variable
CRISIS DE LA R A Z ~ N
NEOPOSITNISTA 25

más importante para explicar el desarrollo es la organización política


y la capacidad administrativa de los gobierno^.^'

El modelo Lewis. Entre los modelos para los que la discontinuidad


es una característica del desarrollo económico se encuentran todas
las investigaciones comparadas acerca del desarrollo económico eu-
ropeo del siglo xrx, desde los modelos inductivos de Kuznets hasta los
trabajos de Lewis y Kindleberger, basados en la redistribución de los
recursos, desde la teoría de las etapas de crecimiento elaborada por
Rostow hasta los modelos que la criticaban, como el de Gerschen-
kron, basado en la noción de atraso relativo.
Según ~ e w i slos
, ~beneficios
~ son la fuente principal de los recur-
sos para la inversión, por lo que su crecimiento es lo que sostiene el
desarrollo. Lewis indica, además, que la disponibilidad de mano de
obra agrícola es el factor estratégico del desarrollo. Esto permite que
los empresarios tengan una oferta de trabajo muy elástica a cambio
de un salario apenas superior al de subsistencia, por lo que pueden
expandir la producción sin que se produzcan estrangulamientos por
el lado de la oferta de trabajo y sin que los salarios erosionen los be-
neficios que, komo se ha dicho, son la base del ahorro y la inversión.
Esta tesis ha sido utilizada en clave histórica por Kind1eberger7Opara
explicar el excepcional desarrollo económico de Europa y Japón en
la última posguerra. Pero sus resultados han sido objeto de críticas
desde la vertiente empírica. Por ejemplo, Denison ha observado que
la «distribución de recursos» derivada de la contracción de los inputs
agncolas sólo explica el 6 por 100 (Gran Bretaña) y el 24 por 100
(Italia) del crecimiento de la renta nacional." En conjunto, el mo-
delo Lewis-Kindleberger es demasiado general para ser utilizado en
el análisis histórico concreto. En este sentido ha dado origen a unos
modelos más detallados, realizados por comparación entre modelo y
sucesos históricos. Por ejemplo, Fei y R a n i ~al , ~estudiar
~ el caso de
Japón, hallaron que para explicar el desarrollo también había que te-
ner en cuenta los cambios que se producen en el interior del sector
agrícola y que incrementan la productividad. Ésta constituye una im-
portante fuente de ahorro que se puede canalizar en el sector indus-
trial a través de una fiscalidad eficaz. Es lo que habría ocurrido, por
ejemplo, con el desarrollo económico japonés en la época de los Mei-
ji, después de 1868. El mismo R a n i ha ~ ~insistido
~ en la necesidad de
hacer un repaso histórico más detallado de los modelos tomando
como referencia la experiencia de la rápida industrialización soviéti-
ca durante los primeros planes quinquenales. En este caso, la reduc-
ción del valor absoluto de la población agrícola como consecuencia
de la mecanización y la colectivización no facilitó la industrializa-
ción con tasas salariales estables. Los campesinos que abandonaron
la agricultura resultaron ser inadecuados para el trabajo de fábrica,
empujando al alza los salarios y generando inflación a gran escala.
Además, pese a la abundancia de oferta, ésta carecía de la cualifica-
ción necesaria, por lo que no se pudieron realizar los aumentos poten-
ciales de productividad, y la industria se orientó hacia las grandes di-
mensiones para sustituir con capital la escasez de trabajo cualificado.

Las etapas de crecimiento económico de Rostow. El trabajo más co-


nocido y discutido en el ámbito de la teoría del desarrollo económico
es sin duda el de W. W. R o s t o ~ , que,
' ~ entre otras cosas, es el único
modelo de desarrollo que toma en consideración McClelland. Como
es sabido, Rostow recupera una clasificación de HoffmannY5cuyo fin
principal es presentar una taxonomía general de la historia moderna.
Según Rostow, ésta se puede dividir en cinco etapas (sociedad tradi-
cional, condiciones previas al despegue, despegue, madurez, era del
consumo en masa). La más importante y discutida es la tercera, el
despegue. El mecanismo propuesto por Rostow es el siguiente: la
tasa de crecimiento de un país cualquiera depende de la relación en-
tre la cuota de las inversiones sobre el producto nacional bruto y la
relación marginal capital/producto de toda la economía. El despegue
se realiza cuando la tasa de crecimiento del producto nacional bruto
supera la tasa de crecimiento de la población.
Como vemos, es muy sencillo. Pero sólo se trata del esqueleto del
razonamiento. Es la definición de las condiciones necesarias, de los
requisitos básicos del desarrollo: haber alcanzado un nivel adecuado
de demanda agregada y de ahorro, y su canalización hacia la inver-
sión. La investigación histórica concreta es lo que proporciona las in-
dicaciones acerca del modo en que se dan estas condiciones, que va-
rían según los casos de acuerdo con las diferencias cronológicas, de
mercado, de dotación de recursos, etc.
Se han hecho muchísimas objeciones a esta visión de Rostow del
crecimiento económico, tanto desde el lado teórico como, sobre todo,
desde el histórico. La más importante es la falta de correspondencia
entre la aceleración de la inversión y la periodización del despegue
de los distintos países. Por ejemplo, P. David y R. G a l l m a ~ han
~ ' ~ nega-
do la existencia misma de un despegue estadounidense, que Rostow
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITMSTA 27

sitúa en el período 1843-1860. Estos autores consideran que se trata


más bien de la fase de expansión de un ciclo largo de tipo Kuznets
que, como tal, estuvo precedida de movimientos similares y de una
magnitud casi igual.

A. Gerschenkron" también pertenece a la escuela discontinuista


del crecimiento, pero utiliza una categoría de explicación algo más
compleja que la inversión rostowiana. Gerschenkron trata de explicar
algunas de las diferencias que se encuentran en las experiencias de
crecimiento económico como derivaciones de un modelo común
producidas por la distinta incidencia de una condición inicial: el gra-
do de atraso. La hipótesis de Gerschenkron es que el nivel de atraso
relativo de un país en el momento en que empieza su proceso de in-
dustrialización (en comparación con los países avanzados en ese mo-
mento histórico) es un factor determinante del tipo de desarrollo in-
dustrial que se irá poniendo de manifiesto concretamente. A unos
niveles más elevados de atraso relativo les corresponden unas dife-
rencias tecnológicas mayores entre las técnicas productivas del país
atrasado y las de los países (por entonces) más avanzados y, por lo
tanto, una discontinuidad mayor entre sus técnicas y las formas de
organización industrial tradicionales y las del sector moderno en
fase de crecimiento -si este último adopta las técnicas más avan-
zadas que se conocen en otros lugares. Gerschenkron considera que
es probable que dichas técnicas avanzadas sean adoptadas tanto por
el estímulo de la competencia internacional como por el hecho de
que en los países más atrasados la insuficiencia de mano de obra
cualificada y acostumbrada a la disciplina de fábrica obliga a recu-
rrir a métodos de ahorro de trabajo, con una elevada intensidad de
capital -paradójicamente para estos países, y en claro contraste con
las hipótesis del modelo de Lewis basado en la oferta abundante de
trabajo. La consecuencia de todo ello es que en estos países el atra-
so. relativo dificulta el comienzo del proceso de industrialización.
Cuando por fin se pone en marcha, suele ser rápido e implica una
ruptura con la continuidad histórica mayor que la que experimentan
los países que parten de posiciones menos desfavorables, y está más
caracterizado por la adopción de plantas de grandes dimensiones.
Además, el bajo nivel de rentas familiares hace que la demanda de
bienes de consumo resulte bastante limitada, por lo que no son ade-
cuadas las fuentes de capital en las que basaban su desarrollo los paí-
ses más avanzados -bancos comerciales, autofinanciación y merca-
do financiero. La función es asumida por unas formas de interven-
ción financiera, como los bancos de inversión, o, si el país es muy
atrasado, el Estado.
De los tres efectos Gerschenkron, sólo uno ha sido demostrado de
forma inequívoca, el que implica una relación positiva entre las esti-
maciones del atraso relativo y la tasa de crecimiento industrial. Una se-
gunda relación, entre el atraso relativo y la cuota de las industrias de
bienes de producción sobre el producto total, resulta muy significati-
va sólo si se interpreta la concentración de las industrias de bienes de
producción como cuota alcanzada, durante el salto industrial, sobre
la producción manufacturera, pero no si se interpreta como tasa de
crecimiento de dichas industrias. El test no confirma, aunque tam-
poco invalida, la tercera de las relaciones admitidas como hipótesis,
entre el atraso y el aumento de la productividad en agricultura.

Volviendo a McClelland, después de este breve excursus sobre las


teorías del desarrollo, se advierte que no le satisfacen los modelos de
desarrollo, pues los considera demasiado rígidos, sobre todo en la va-
riante Lewis-Rostow. En el modelo de Rostow se supone, como es sa-
bido, que la relación entre cualquier tipo de inversión, en cualquier
forma, siempre produce un incremento del producto igual a un ter-
cio del valor de la inver~ión.'~ Una insatisfacción que se suma a la
que le producen los modelos neoclásicos, a los que también conside-
ra demasiado rígidos e incapaces de captar la dimensión de proceso
del crecimiento económico. Parece que McClelland busca una re-
ferencia teórica más adecuada a las necesidades de la investigación
histórica en la «visión»austriaca del crecimiento, según la cual la efi-
cacia deriva del comportamiento maximizador de los individuos en
el mercado, pero las instituciones históricas en las que tiene lugar
este proceso también son importantes para indicar la dirección efec-
tiva del cambio.

Si McClelland considera crítica la dimensión institucional del cambio


económico para entender los procesos históricos del desarrollo, es na-
tural que la cuarta clase de modelos que toma en consideración, la de
los modelos de cambio institucional, sea muy amplia. La economía
institucional incluye varias aportaciones, que se diferencian en la vi-
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITIVISTA 29

sión del proceso económico. Tienen en común el hecho de reconocer


que el mercado puede fallar y que otros sujetos, las instituciones, pue-
tlen reemplazarlo en sus funcione^.^' En su estudio, McClelland sólo
aborda el modelo de cambio institucional de ~ a v i s - ~ o r t hya
,'~
men-
cionado a propósito del trabajo de Sutch. Aquí, como se ha hecho en
cl caso de los dos estudios anteriores, vamos a incluir las versiones
más recientes del institucionalismo.
Sutch consideraba que el modelo Davis-North era un instrumento
;idecuado para tener en cuenta las instituciones y las motivaciones
individuales en la explicación del cambio. Como hemos visto, North
define el cambio institucional como el estudio de las adaptaciones
entre las unidades económicas y de sus relaciones de acuerdo con el
modelo estímt~lo-disposición-respuesta. Parte de la fase de la respues-
La, es decir, el conjunto de los cambios observados, postula la dis-
posición -la maximización del beneficio- y trata de deducir del
postulado cuáles son los estímulos que provocan una determina-
cla respuesta, o sea, qué nivel de cambio institucional es determinado
tanto a escala individual como de grupo. Toma prestado el postulado
maximizador de la microeconomía tradicional.
La teoría de la inversión es un buen ejemplo del funcionamiento
de este tipo de modelos. La regla es sencilla: los inversores eligen
siempre las inversiones que prometen un beneficio neto más elevado.
Según las hipótesis neoclásicas, los beneficios netos que puede obte-
ner un determinado sistema institucional son:

a ) tanto mayores cuanto mayores y ciertos sean los beneficios


esperados,
b ) cuanto menores e inciertos sean los costes esperados,
c ) cuanto menor sea la tasa con la que se descuentan los benefi-
cios netos.

Del postulado de la maximización del beneficio y del mecanismo


de inversión así esbozado North extrae la noción de costes de tran-
sacción, que son todos los que favorecen o impiden, como institucio-
nes (policía, tribunales, defensa, seguros, comercio al por menor y
al por mayor, sistema bancario, etc.), el logro de los objetivos previstos
por las hipótesis maximizadoras de la teoría. El modelo de North se
ha utilizado en clave histórica para explicar varios aspectos del desa-
rrollo económico moderno, incluyendo una «teoría general)) del
desarrollo en Occidente, desde el siglo XVI hasta la era industrial con-
temporánea, basada precisamente en la noción de costes de transac-
ción. Pero el modelo más interesante para ejemplificar su compor-
tamiento es el de la segunda revolución industrial en los Estados
nidos s." El punto de partida de esta nueva fase del proceso de de-
sarrollo capitalista eran las nuevas tecnologías aparecidas en los
campos de la electricidad, la química y la siderurgia, caracterizadas
por su gran especialización y división del trabajo, que permitían
enormes aumentos de productividad, los cuales, a su vez, genera-
ban crecientes costes de transacción. Éstos se originaban en diver-
sos estrangulamientos del proceso productivo: en el proceso de la
sustitución del capital por trabajo, en la reducción del grado de
libertad de la fuerza de trabajo en la industria, en la mejora de los
estándares para la estimación de la circulación de bienes intermedios,
y en diversos obstáculos que aparecían en la circulación de bienes.
Las elevadas cifras de capital fijo que requerían las nuevas tecnolo-
gías necesitaban un período largo de amortización, que a su vez
requería certidumbre y duración en las relaciones contractuales.
Pero durante este período los precios y los costes eran inseguros, y
el sistema social e institucional ponía obstáculos a la transforma-
ción. Las nuevas condiciones también daban pie a comportamien-
tos oportunistas de nuevo signo, sobre todo en la burocracia que se
desarrollaba para aplicar la creciente cantidad de reglas impuestas
por el progreso de la especialización y de la división del trabajo. La
aparición de estos rasgos nuevos también implicaba unos cambios
importantes en el papel del Estado, convertido cada vez más en un
instrumento favorecedor de la distribución de los recursos distinto
del mercado, tanto mediante la formación de grupos de interés en
el campo económico, como mediante la formación de movimientos
ideológicos contrarios a esta forma de organización de la produc-
ción: los movimientos socialistas y laboristas y las varias formas de
movimientos campesinos que aparecieron a finales de siglo. La com-
binación de estas presiones, según North, tuvo un efecto negativo
en la estructura de los derechos de propiedad, reemplazándola por
la lucha política para redistribuir la renta y la riqueza, a expensas
de la eficacia potencial de las tecnologías disponibles. Para Mc-
Clelland el modelo Davies-North no es muy original. Los agentes
económicos que operan en contextos históricos específicos siguen
teniendo un comportamiento racional, de acuerdo con las hipótesis
tradicionales de la teoría neoclásica que excluyen la intencionali-
dad de las actuaciones de los sujetos históricamente determinados,
CRISIS DE LA R A Z ~ NNEOPOSITIVISTA 31

como sostienen, por ejemplo, los institucionalistas más radicales


como Veblen y su escuela.82
Las observaciones de North sobre el papel negativo de las institu-
ciones en la distribución de los recursos ganaron terreno en los años
ochenta, en contraste con una opinión generalizada que consideraba
positiva la intervención pública, propia de las teorías más tradiciona-
les del desarrollo económico. En líneas generales, se indican tres
causas específicas de mala distribución de los recursos por parte de
la intervención pública:

a ) La intervención pública a menudo es muy costosa y difícil de


aplicar. Los costes superan a los beneficios, o los resultados
no concuerdan con las decisiones originarias.
b ) Los grupos de intereses que organizan la intervención pública
pueden dar lugar a ineficacias a través de la búsqueda de po-
siciones de renta.
c ) Las estructuras burocráticas favorecen a los intereses particu-
lares, en detrimento de los nacionales.

Obviamente, las explicaciones difieren, aunque las aportaciones


más importantes derivan sobre todo: a ) de la moderna macroecono-
mía de los países subdesarrollados; b ) de la teoría de los costes de
transacción, de la nueva microeconomía de la información y de la
organización, y c ) de enfoques más claramente institucionalistas,
como las teorías de los grupos de interés y la búsqueda de rentas (rent
seeking).
En lo que se refiere a las teorías macroeconómicas del desarrollo,
lo que las une y hace que también sean interesantes para la investiga-
ción de las experiencias pasadas de industrialización, es la constata-
ción de que algunos de los principales supuestos sobre la relación en-
tre fisco, moneda y tipos de cambio no son válidos y, por lo tanto,
que las afirmaciones tradicionales sobre el papel del tipo de interés o
del tipo de cambio en el reajuste de los desequilibrios tampoco son
válidas. Por ejemplo, un modelo como el de Bond destaca que las ex-
portaciones no son elásticas a corto plazo en relación con el tipo de
cambio, y son más elásticas a largo plazo como consecuencia de las
transformaciones estruct~irales.~~ Se trata de una hipótesis totalmen-
te contraria a la de la macroeconomía tradicional, que en líneas ge-
nerales es más favorable a la devaluación como instrumento para au-
mentar la competitividad.
También ha presentado interesantes perspectivas la nueva micro-
economía de la información y la organización, que investiga las rela-
ciones entre agentes racionales, información imperfecta y mercados
incompletos. Se trata de la aplicación de la teoría de la agencia (prin-
cipal ~ g e n t )Esta
. ~ ~ teoría analiza los resultados económicos desde el
punto de vista de la relación entre un operador (agente) que actúa
por cuenta de otro (principal). Si el agente tiene un incentivo para
perseguir intereses en conflicto con los del principal, y éste no puede
vigilar el comportamiento del primero, el contrato entre ambos tiene
que identificar los incentivos que garanticen la compatibilidad de sus
respectivos intereses. La investigación histórica de las instituciones y
las reglas adoptadas por las instituciones públicas en este sentido ha
abierto interesantes perspectivas sobre las distintas trayectorias ins-
titucionales más eficaces históricamente para el desarrollo econó-
mico. Se ha aplicado sobre todo al campo del estudio de las institu-
ciones de crédito, que se consideran centrales en muchos modelos,
especialmente en el de Gerschenkron. Si hay información imperfecta
de manera estructural y sistemática, la relación entre acreedores, ac-
cionistas y gerentes de empresa puede provocar casos de selección
adversa de los proyectos. Como las decisiones de inversión que toma
el gerente se basan en informaciones e intereses personales descono-
cidos por el que financia la inversión, unos proyectos válidos pueden
quedarse sin financiación exterior, en la medida en que los mercados
no son capaces de distinguir entre los proyectos con rendimientos
elevados y los proyectos con bajos rendimientos. Existen costes sig-
nificativos vinculados al control de la relación entre el que concede la
financiación y el que decide la forma de emplearla. Diamond, por
ejemplo, señala que los intermediarios tienen unos costes de vigilan-
cia inferiores a aquellos de los que poseen obligaciones o acciones.
La vigilancia de los intermediarios se beneficia de economías de es-
cala y de costes de información inferiores, porque la relación entre
los intermediarios y los ahorradores es sustancialmente inmune a los
problemas de información a~imétrica.~' Esta teoría ha acompañado,
en la investigación histórica, a la reconsideración del ((bancomixto»
como intermediario financiero eficaz distinto del mercado, frente a
un enfoque que sólo la veía como un sucedáneo provisional en el ca-
mino hacia el mercado.86
La teoría de los costes de transacción se basa en estas mismas
presupogiciones. Segun esta teoría, el mercado o la jerarquía repre-
sentan dos modos igual de eficaces de hacer realidad la hipótesis
CRISIS DE LA RAZÓN NEOPOSITIVISTA 33

neoclásica de maximización del beneficio o, al menos, de reducción


de los costes fijos unitarios. Si el mercado falla, unas formas institu-
cionales adecuadas pueden obtener los mismos resultados. La teoría
de los costes de transacción8' en realidad abarca toda la moderna
historia empresarial, que investiga el desarrollo y el éxito de la gran
empresa moderna, aunque es posterior al trabajo de A. Chandler so-
bre el origen del capitalismo corporativo estadounidense." El capita-
lismo gerencial, que confía al gerente más que al mercado la activi-
dad industrial y a las economías interiores más que a las exteriores la
coordinación de la actividad económica, demostró ser más adecuado
para afrontar la complejidad tecnológica y los altos costes fijos de la
nueva era industrial que empezó a finales del siglo xrx.
Las teorías de los grupos de interés, de la búsqueda de rentas y
de la burocracia se distinguen de las teorías institucionalistas antes
mencionadas en la identificación de ineficacias específicas causadas
por la intervención i n s t i t u ~ i o n a lEn
. ~ ~ellas no es el fallo del mercado
lo que ocasiona la aparición de instituciones que lo sustituyen, son
ellas mismas las que representan un obstáculo para la eficacia eco-
nómica. Un locus classicus de las teorías de la búsqueda de rentas es
el papel de las restricciones de las importaciones para promover la
sustitución de bienes producidos en el interior en vez de la importa-
ción. Estas teorías sostienen que las restricciones de las importacio-
nes tienen efectos negativos en la eficacia, además de altos costes
administrativos para cobrar los derechos, y que además crean condi-
ciones de privilegio, que empeoran la eficacia del sistema, pues estos
grupos, creados por intervención pública, miran por sus intereses
cuando la intervención pública elige otras direcciones. Se realizan
las mismas observaciones acerca de las burocracias creadas para
gestionar estos incentivos. Tienden a defenderse a sí mismas, en vez
de desempeñar las funciones para las que han sido creadas. Esta es-
cuela se desarrolló mucho en los años ochenta, especialmente en los
campos de la historia social y de la historia administrativa para
reconstruir los comportamientos de estos grupos sociales, tanto en la
fase de su creación como en la de su evolución. A menudo los resul-
tados obtenidos son menos críticos de lo que cabria esperar por los
supuestos teóricos, y por lo general han servido para distinguir
los recorridos concretos y los sucesos concretos a través de los cuales
una experiencia se ve coronada por el éxito o la rentabilidad. Tal es el
caso del debate sobre el papel de la burocracia pública en Alemania o
Japón, comparada con la de España o Italia, donde las mismas for-
mas funcionales y organizativas dan unos resultados completamente
distintos, precisamente por la existencia de los efectos perversos an-
tes mencionado^.^^

A pesar de las precauciones y las observaciones referentes a los


instrumentos propuestos por la cliometría, las conclusiones de Mc-
Clelland no son muy distintas de las de Wright. Según McClelland los
malos resultados en la utilización de uno u otro modelo económico
para explicar sucesos dependen de circunstancias contingentes (falta
de verificación de los supuestos, problemas en la obtención de datos)
o de que el modelo no se adapta a las preguntas que plantea el histo-
riador, y no del uso de modelos en sí rnisl?zo. La fuerza y los límites
de las explicaciones de los cliómetras dependen de la fuerza y los 1í-
mites de la teoría económica, y de los instrumentos estadísticos utili-
zados. Por eso <(loseconomistas del desarrollo y los historiadores
económicos dan la bienvenida a nuevas construcciones teóricas que
les facilitarán sus análisis del cambio a largo plazo^.^' Pero hay una
diferencia entre Wright y McClelland, debida a la «predisposición»
de sus respectivas teorías. Wright pertenece al ((ejércitopositivista),
que revolucionó la historia económica durante los años sesenta, y
comparte totalmente sus expectativas v su metodología. En cambio,
McClelland necesita nada menos que 243 páginas para hacerse la
pregunta de si existe un término medio entre cliometría e historia
económica tradicional." Y para llegar a esto tiene que pasar por una
completa refundación de la teoría económica y de la historia, que
tenga en cuenta las críticas que surgieron sobre todo i) acerca de la
suposición de que los agentes económicos tienen un comportamien-
to racional maximizador, y ii) sobre la forma de las explicaciones en
historia y economía.
McClelland aborda ambas cuestiones. La introducción de la no-
ción de d i ~ p o s i c i ó nle~ sirve
~ para superar el primer problema, refi-
riéndose a un nivel (psicológico) «más fundamental)) que apoyaría la
hipótesis de la racionalidad de las decisiones, aunque ésta ya no tie-
ne el carácter de hndamento. En cuanto a la forma de las explica-
ciones en historia y economía (y, en general, en las ciencias sociales),
McClelland rechaza el modelo nomológico-deductivo y opta por la
inducción pr~babilística.'~ Esto implica el <(debilitamiento»del su-
puesto, relacionado con las disposiciones, de que a los mismos es-
tímulos, ceteris paribus, les corresponden las mismas respuestas por
parte del agente. El problema es que, pese a todas estas precaucio-
nes, la posición de McClelland todavía deja un amplio margen a las
críticas tanto de los detractores como de los defensores de la clio-
metría. Por un lado, aunque debilita el fundamento individualista de
las explicaciones, McClelland no contesta adecuadamente a las críti-
cas de los que invocan el concepto de comprensión para el análisis de
las acciones de individuos en contextos históricos. Por otro, la afir-
mación de que todas las leyes de las ciencias sociales son inductivo-
probabilísticas choca con una opinión consolidada de la construc-
ción neopo~itivista.~~

La segunda mitad de los años setenta marca una pausa en la refle-


xión metodológica de la Nueva Historia Económica. Probablemente
hay que atribuirla al vivo debate que surgió esos mismos años en la
disciplina económica en torno a su estatus epistemológico y a algu-
nos temas cruciales: la racionalidad de la actuación económica, la
naturaleza del mercado contrapuesto a las estrategias, etc. Hay que
esperar a la segunda mitad de los ochenta para que aparezca una
perspectiva historiográfica radicalmente nueva en el análisis y la va-
loración de los trabajos cliométricos, gracias a Donald McCloskey,
que introdujo la noción de retórica en la discusión epistemológica, y
luego la extendió al campo de la historia económica." Para entender
su argumentación podemos partir precisamente de la retórica de la
economía. Aunque en el trabajo de McCloskey no hay una definición
unívoca de la misma, consiste en el conjunto de las técnicas utiliza-
das por el economista para convencer a los demás economistas de lo
acertado de su trabajo. El carácter intrínsecamente retórico de la
economía (en realidad, de las ciencias en general) reside en el hecho
de que su fin es convencer a los que la practican, más que demostrar
nada. La retórica tiene que ver con una ((comunidad de conoce-
dores))" que se expresan en un lenguaje y lo comprenden. Esta «co-
munidad de conocedores)) coincide con los especialistas de una dis-
ciplina determinada, que se expresan en el lenguaje (y utilizan las
técnicas) de dicha disciplina (economistas, biólogos, físicos, historia-
dores, etc.). La retórica consiste en el intento de convencer a los
«otros» conocedores de que los resultados de nuestro trabajo son
acertados. Inevitablemente, el modelo de ciencia apropiado para la
economía (y también para las ciencias «duras»)es la lingüística y el
análisis literario, capaz de desvelar los procedimientos retóricos adop-
tados en el seno de las ((comunidadesprofesionales)). Y capaces tam-
bién de desvelar el éxito o el fracaso, en términos de audiencia, de
una teoría.
En general, la retórica se plantea como perspectiva antimetodoló-
gica. El éxito de una teoría depende sobre todo de la eficacia de su
retórica. Por eso no tiene sentido plantearse el problema de la verosi-
militud empfrica o de la eficacia explicativa de un modelo. El único
criterio de verdad reside en la conversación y el acuerdo de los cientí-
ficos. En otras palabras, se abandona cualquier noción de objetivi-
dad de la empresa científica. No es posible sostener que «las cosas
son de otra manera,), porque ya no es posible referirse a una noción
de verdad que de algún modo se refiera a una realidad exterior. El
mundo objetivo ha desaparecido por completo del plano cognos-
citivo. Todos los enunciados se refieren a otros enunciados, y son
los propios enunciados los que pasan a ser el objeto de la empresa
científica.
La aplicación a la historia económica de esta antimetodología, de
esta «filosofía de salón», según la cáustica expresión de R. Bellofio-
re,98le sirve a McCloskey para afirmar, en sustancia, que en la histo-
ria económica ((todovale», basta con que los historiadores se pongan
de acuerdo. El problema no es encontrar un modelo que describa o
explique «bien»los hechos, sino la construcción de argumentaciones
que convenzan a la comunidad de los historiadores. A su vez, la refle-
xión historiográfica debe limitarse a la exposición y a la valoración,
con la ayuda de instrumentos literarios, de las ((cualidadesretóricas))
de los historiadores económico^.^^ Así pues, el estudio de McCloskey
pretende exponer las cualidades retóricas de los cliómetras. Lo que
ocurre es que en el análisis historiográfico concreto la retórica se
reduce sobre todo a lemas antimetod~lógicos'~~ y los instrumentos
de clasificación se toman sencillamente del debate historiográfico
anterior.
En concreto, el análisis de McCloskey se desarrolla en cinco pun-
tos, que corresponden a otros tantos breves capítulos. El primero es
una introducción terminológica, en el segundo se aborda la cuestión
de la aplicación de la teoría económica a la investigación histórica, el
tercero trata del uso de la estadística, mientras que el cuarto y el quin-
to tratan de cuestiones más contingentes: la nueva interpretación de
la historia económica estadounidense realizada por los cliómetras,
y la difusión de la historia econométrica fuera de los Estados Unidos.
De modo que McCloskey, al igual que McClelland, no propone ningu-
na «taxonomía» historiográfica. La retórica es única, lo que impide
que se proponga cualquier tipo de clasificación. La única distinción
posible que se puede augurar es la que existe entre dos lenguajes dis-
tintos utilizados por los cliómetras, la retórica de la economía y la re-
tórica de la estadística.
En lo que respecta a la retórica de la economía en historia econó-
mica, McCloskey se ocupa, en primer lugar, de los errores que intro-
duce un uso «ingenieril» de la teoría económica en el análisis his-
tórico. Por uso de ingenieros, McCloskey entiende la aplicación sin
condiciones (no contextualizada) de la teoría al suceso que se quiere
explicar. Por ejemplo, el estudio de la supervivencia de vagonetas de
carbón en el sistema inglés en torno a 1915, realizado aplicando de for-
ma incondicional la teoría neoclásica, puede dar la idea de que la
gestión de los ferrocarriles ingleses era irracional. La explicación
de este ((comportamientoirracional)) es que estas vagonetas estaban
acompañadas de unas infraestructuras (terminales, líneas, apartade-
ros) que hacían muy costosa su sustitución por vagones más gran-
des. La cosa se complicaba, además, porque la propiedad de los va-
gones de carbón y la de las infraestructuras ferroviarias estaba
dividida, lo que impedía (o dificultaba sobremanera) poner en mar-
cha estrategias productivas unitarias."'
Paul A. ~ a v i d " *hace un razonamiento similar para explicar el re-
traso (de unos 10 años) de la mecanización de la cosecha de trigo en
Inglaterra, con respecto a los Estados Unidos. El caso es que la sega-
dora de caballos, inventada en los años treinta del siglo XIX, requería
parcelas de cierto tamaño y ciertas características del suelo (falta de
hoyos, falta de sistemas de regadío que entorpecieran los movimien-
tos) para que su empleo resultara económico. Estas condiciones no
se daban en Inglaterra,'03 y esta sería la explicación del mencionado
retraso, que choca con las hipótesis planteadas por otros autores
(Landes, Lazonick y Elbaum)lo4cuyas explicaciones giran en torno a
la ausencia de factores institucionales específicos: empresariado, re-
laciones sociales de producción, etc. También en este caso la aplica-
ción de un modelo económico puro, sin las necesarias concreciones
geográficas (características de los suelos, etc.) y sociológicas (posibi-
lidad de formar cooperativas), habría llevado a la incomprensión de
los términos del problema.'05
De hecho, como se puede ver por estos dos ejemplos, los proble-
mas que aborda McCloskey a propósito del uso de la teoría económi-
ca no son más que repeticiones de observaciones críticas sobre la
contextualización de la teoría, y sobre la localización de los modelos,
que ya había planteado Richard Sutch en un contexto teórico com-
pletamente distinto. Lo que no aclara McCloskey es cómo unas críti-
cas dirigidas al carácter no localizado de la validez de teorías se in-
cluyen en el modelo retórico, más general.
McCloskey identifica varios ((dialectos»dentro de la retórica de la
ecoizomía aplicada por los cliórnetras: ((todosesos dialectos descien-
den del lenguaje de Adam Smith, tanto si son marxistas como men-
gerianos o m a r s h a l i a n o ~ n .Pero
' ~ ~ el hecho de reconocer la existen-
cia de varios dialectos no pone en duda la unidad el lenguaje:''' la
«reducción» (de la pluralidad de dialectos a la unidad del lenguaje)
se basa simplemente en el hecho de que el público al que se hace
referencia siempre es el mismo: la comunidad de los historiadores
económicos.
Adem6s de una retórica de la economía, McCloskey identifica en
la tradición cliométrica una retórica de la estadística. Pero también
en este caso la noción de retórica se expresa en la distinción, adopta-
da tradicionalmente en las reseñas sobre los trabajos cliométricos,
entre i) uso de la estadística sin teoría económica, y ii) uso de la esta-
dística asociada al uso de la teoría económica. Para McCloskey sólo
una pequeña parte de los trabajos pertenece al grupo que no usa la
teoría económica, principalmente los trabajos de aquellos a quienes
llama precursores de los cli~metras.'~' En el segundo grupo, el que
utiliza la teoría económica, McCloskey hace por lo menos cuatro dis-
tinciones: a) los que utilizan la teoría económica y la teoría de los
números índice para la construcción de series de la producción sec-
torial o nacional. En este grupo incluye los early monunzents de Wal-
ther H o h a n n sobre la producción industrial inglesaIn9y de Alexan-
der Gerschenkron sobre la producción industrial italiana;"' b) los
que han utilizado la estadística para reconstruir, en el marco de la
teoría de la contabilidad nacional, los principales agregados de la pro-
pia contabilidad nacional. El pionero de estos trabajos fue el grupo
de la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia) encabezado por Simon
~ u z n e t s ; ' "c) los que utilizan la teoría de la regresión lineal, «el ami-
go de confianza del economista en este mundo oscuro y ancho»,'I2y
d) los que recurren a técnicas de simulación, cuya variante más sen-
cilla es el análisis coste-beneficio.Il3 Esta distinción está en contra-
dicción con la que se introduce para la retórica de la economía, basa-
da en la identificación de ((dialectos))distintos. En el caso de la retórica
NOTAS 39

de la estadística parece que McCloskey se refiere a una diversidad de


método, que precisamente la retórica había excluido para la teoría
económica.

NOTAS
1 . Gavin Wright, «Econometric st~idiesof his- the Antebellum Midwest~,en Henry Rosovskv, ed.,
t o r y ~ en, Michael D. Intriligator, ed., Froiztiers o f Iizdustrinlizatioi~ ir2 Two Systerns, Wiley and Sons,
Quar~titatii~e Ecoiiornics, North Holland, Amster- Nueva York, 1966.
dam, 1971, pp. 4 12-459. 9. P. Temin, Iron and Steel ir1 Nineteetltlz Ceri-
2. G. Wright, art. cit., p. 412. t u y Americn, pp. 29-34.
3 . Ibid., p. 414: a , . . En la historia no tenemos 10. P. McAvov, Tlze Ecorzomics Effects of Regu-
una referencia clara respecto a qué constituye un latior~:Trunkline Railrond Cartels and tlie Interstate
grado aceptable de exactitud ... Mi única justifica- Corizmerce Cour~missionbefore 1900, The MIT Press,
ción para proceder ... es que creo que la mayor par- Carnbridge, 1965.
te de nosotros compartimos suficientes referencias 11. J. G. Williamson y J. A. Swanson, «The
subjetivas al menos para comunicamos e n estas growth of cities in the American Northeast, 1820-
materias. Con frecuencia somos capaces d e poner- 1870)),Explorations i i ~Entrepreneurial History, Se-
nos de acuerdo e n que ciertos modelos están muy cond Series, IV ( 1966).
mal especificados en cierta situación, y habitual- 12. J. Kmenta y J. C. Williamson, «Determi-
mente reconocemos un grado mayor o menor d e nants of investment behaviour: United States rail-
csmero al poner a prueba la adecuación d e la con- roads 1872-1941 D, Review of Econornics arzd Statis-
clusión respecto a supuestos menos plausibles». tics, 48 (1966).
4. A. Conrad y J. Mever, «The Econornics of 13. L. C. Solmon, ~Opportunitycosts and mo-
Slavery»; R. W. Fogel, Railroads aizd Antevican Eco- dels of schooling in the nineteenth century)), Sou-
rioiwic Gro~)tlz,Johns Hopkins Press, Baltimore, thern Ecorzoinic Journal, 37 (1967).
1964; hay un un ensayo preparatorio de este últi- 14. P. Temin, «The cause of cotton pnce fluc-
mo: R. W. Fogel, «A quantitative approach t o the tuations in the 1830's», Review oJ Ecorzornics atzd
s t ~ i d yof railroads in American economic growth, a Statistics, 49 ( 1967).
I-eport of some preliminary findings)), Jottn~alo f 15. R. W. Fogel y S. L. Engerrnan, «A model
Economic History, 22 (1962), pp. 163-197. for the explanation of ind~istrialexpansion during
5. R. W. Fogel, Railroads, en particular las pp. nineteenth century with an application to the Ame-
162-163. rican iron industryn, Jourizal of Political Economy,
6. Albert Fishlow, ((Levels of nineteenth cen- 77 (1 969).
tury American investment in education»,Joun~alof 16. Gavin Wright, «Econometric st~idiesof histo-
Ecor?omic History, 26 ( 1966). n j P , p. 455.

7. L. Davis y J. Legler, ( ~ T hgovernrnent


e in the 17. Richard Sutch, ~ F r o n t i e r sof q~iantitative
American economy. 185 1-1902»,Jour17al o f Ecorzo- economic historv, circa 1975», en M. D. Intriliga-
inic Histoty, 26 ( 1966). tor, ed., Frorztiers ofQuarztitntii~eEcononiics, vol. A.,
8. P. Temin, Iron and Steel itz Nitleteerztli Ceiq- pp. 399-4 16.
t ~ l i yAnzerica, The MIT Press, Cambridge. 1964; 18. S. DeCanio. ~ C o t t o n"ovemi-oduction" in
Paul A. David, «The mechanization of reaping in late nineteenth century southern agriculturen, Jour-
iial o f Ecorioi~iicHisronl, 33 (septiembre de 1973); la New Deal es el resultado de las decisiones indivi-
realización de las críticas teóricas de Sutch se en- duales de los políticos que tienden a obtener el má-
cuentra en R. Ransom y R. Sutch, «The "Lock-in" ximo número de votos de sus electores. Cf. también
mechanism and overproduction of cotton in the G. Gunderson, «The origin of the American Civil
postbelluin Southn, Agricultura1 Histow, 49 (1975). War,,, Jourtinl of Eco~iornicHistow, 34 (1974), pp.
PP. 405-425. 91 5-950.
19. R. S ~ i t c h~, F r o n t i e r sof q~iantitativeecono- 26. La forma reducida de la ecuación decisiva
mic hisiory>,,p. 403: «Lo que él no reconoce, sin
embargo, es que no se puede proyectar un análisis
estadístico apropiado sin pruebas de primera mano
acerca de la instit~icióndentro de la cual ha tenido
lugar el comportamiento objeto del estudio. Estas
pruebas sólo pueden proceder de un testimonio
contemporáneo». donde PV, que es el valor presente de todas las vcn-
20. Utilizando un modelo neoclásico, De Ca- tajas futuras asociadas a un cambio, depende de la
nio descubre una prod~icciúncompetitiva v deduce sumatoria, dado el paso de i i intervalos de tiempo t ,
que tanto las instituciones como las motivaciones de la relación entre dos magnitudes calculadas
de los individuos son las que presupone la teoría para cada intervalo de tiempo. En el numerador
neoclásica: según Sutch, «ni la estructura de las está la diferencia enti-e la probabilidad (p,) de obtc-
instituciones económicas ni las motivaciones de los ner «ganancias» multiplicada por el valor de las
individuos sc pueden deducir del resiiltado de Lin ((ganancias))(R,) v la probabilidad de ((pagar»de
proceso económico», R. Sutch, ~ F r o n t i e r soF quan- los costcs (y,) multiplicada por el valor de los costes
titative econoinic historyn, p. 406. (C,). E n el denominador se encuentra la magnitud
21. P. Temin, «Labour scarcity and the pro- ( 1 + r)', donde r es el tipo de descuento, igualado al
blem of American industrial efficiei-icy in thc tipo de interés accesible a la unidad de decisiún en
1 8501s»,Jo~rri~al of- Ecor?oi?lic Hisrory, 26 ( 1966), el tiempo cero.
pp. 277-298; P. Passcl v M. Schmundt, oPrccivil 27. Para una rcconstrucci6n histórico-crítica
war land policv and thc growth of manufact~iringn. de la función de producciOn, véase G. Vaggi, «Pro-
Exploratiorts iii Ecoriori?ic Histop, 9 (1971), pp. 35- duzionen, en G. Lunghini, ed., Dizioiiario di Eco-
48; P. Temin, ((General eq~iilibriummodels in eco- itoniia Politica, ~ o r i n g h i e r (1
i 987). vol. 12, pp. 165-
nomic h i s t o r y ~ ,Jouri?al oJ' Ecor7orriic Histoy, 31 256.
(1971). pp. 58-75; C. Pope, ~ T h impact e of the Ante- 28. Cf., por ejcmplo, la discusión sobre la po-
Bellum tariff on income distribution*, Exploratioils sibilidad de incluir en el enplanaizs d e la acción eco-
ii? Ecoiiomic History, 9 (1972), pp. 375-421 ; J. Wi- nómica unos enunciados referentes a fenómenos
Iliamson, Late Niizeteeiitk Ceiltuq) Ainerican Deve- sociales. S. Lukes, ~~Methodological Individualism
lopinerzt: Gerleral Ey~rilibrirri71Historv, Cambridge reconsidered., British Journal o f Sociologv, 19
University Press, Nueva York, 1974. (1968); J . W. N. Watkins, eHistorical Explanation
22. J. Williamson, Late Nii~eteer~th Cei?tclry. in the Social Sciencen, en 1. Krimerman, ed., Tlze
23. R. Sutch, <<Frontiers of quantitative econo- Nature arzd Scope of Social Sciei7ces. A critica1 Aiiro-
mic history., p. 410. 1og.y. Meredith, Nueva York, 1969 (1952). Para la vi-
24. L. Davis y D. Nortb, Instit~ttioiialClzarrge sión estándar de la teoría se puede ver K. J. Arrow,
aild Ainericaii Ecoiior~ricG r o ~ ~ lCambridge k, Uni- ~ E c o n o m i cEquilibriumn, en Iiiten~atior~al Eiic.ycfo-
versitv Press, Nueva York, 1971. pedia of'the Social Scieiices, McMillan and the Free
25. R. Freeman, ((Black-White Income Diffe- Press, 1968.
rencesx, habla de .los políticosn como clecisioii-nta- 29. Peter D. McClelland, Cacisal Explaiiation
kers vinculados a los intereses de sus electores en el aiid Model B~iildingi ~ lEconomics. Histoy aild the
análisis de la discriminación racial en las escuelas Necv Ecoizornic H i s t o y , Cornell Universitv Press,
del sur. De forma análoga, G. Wright, ~ T h political e Ithaca y Londres. 1975. McClelland es el autor de
economy of governrnent spendingn, sostiene que el la formulación más famosa de «lo que es nuevo)) en
NOTAS 41

I:i Nueva Historia Económica: «La nueva historia Ili, la Nueva Historia Económica nace el año d e la
t.c.onómica, a menudo llamada cliométrica, supone publicación del ensayo d e Mever: P. A. Toninelli,
iinri revolución tanto en la clase d e generaliza- «Origine e prospettive metodologiche della "new
i.iones empleadas como en la manera en que se for- economic history"», en Pietro Rossi, ed., Ln storio-
iii~ilany aplican al análisis histórico dichas genera- grafia contenporai?ea. Ii~diritzie problen~i.11 Saggia-
liiaciones), (p. 15). tore, Milán, 1987, pp. 175-206, en especial p. 176.
30. Cf. el apartado 2.1 del capít~ilo2. 38. W. G. Whitney, ~ T h structure
e of the Ame-
31. P. D. McCleUand, Carisal Explar~atioii,p. rican economy in the late nineteenth centuryn, Di.7-
63: «La unidad del método de la explicación causal crlssion paper n." 80, Department of Economics,
tlc todas las disciplinas ... gira en torno a dos afir- University of Pennsvlvania, 1968. CF. apartado 2.2
maciones. La primera cs que la explicación causal dcl capítulo 2. En los dos ejemplos citados se acl-
consiste en subsumir hechos bajo generalizaciones vierte que la utilización d e tablas 1 0 se ha aplicado
(Ic la forma en contextos d e análisis contrafactual.
Si (Ci , ..., Cn), entonces E. 39. P. D. McClelland, Casual Expkanation aild
La segunda es que, debido a que el conocimiento Model Building, p. 228. El método del Social Ac-
incierto, todas esas generalizaciones causales de- counting Matrices (SAM), que amplía el análisis d e
ben ir precedidas de la palabra "probablemente"». los flujos intersectoriales de las cuentas de la pro-
32. Cf. C. Cornolcli, «I1 comportamentismo~>, ducción a los sectores del gobierno, financiero y
cn P. Legrenzi, ed., Sioria della psicologia, 11 Muli- personal, tiene un notable interés histórico, aunque
no, Bolonia, 1982, pp. 147-176, en especial pp. 163- no se utilice para el análisis histórico. Por ejemplo,
164; C. Mecacci, «La nflessologia e la scuola storico describe los flujos d e renta para los factores en
culturalen, en ibid., pp. 97-109, en especial pp. 98- cada industria v la evolución d e los fluios de fondos
103; J. Langer, Teorie dello siiilzippo r?~er~tale, Gi~inti entre los sectoi-es clel gobierno, las empresas y los
Barbera, Florencia, 1973, pp. 72-122; M. W. Battac- individuos. Cf. F. G. Pyatt, «A SAM approach to
chi, ((Metodologiagenei-ale della ricercan, e n M. W. moclelling~~, Jounial of Policy Modelling, 10 (3). pp.
Battacchi, ed., Tratiato er~ciclopedicodi psicologia 327-352.
clellét& evolr~iii~a, vol. 1, tomo 1 , pp. 35-5 1 , en espe- 40. Este tipo de cuivas de demanda han sido
cial p. 48. utilizadas por R. W. Fogel y S. L. Engerman, Tlie
33. Una clasificación es una operación lógica Reinietpretation of'ilnzericaiz Eco}iornic Hisroty, Har-
más compleja que el agiupamiento. Para este as- per & Row, Nueva York, 197 1 , pp. 150-153; P. Passel
pecto cf. R. S. Rudner, Pliilosophy of' the Social y M. Schmundt, ~Pre-CivilWar land policv and the
Scieizce, Prentice-Hall, Nueva Jersey, 1966. growth of manufacturingn. Exploratioi~sin Ecorzo-
34. «Un oosible olanteamiento consiste en nzic History, 9 (1971). pp. 35-48; C. Pope, «The im-
compai-ar los supuestos de un modelo determinado pact oF the Ante-Bellum tariff», ibid., IX (1972), pp.
con otra prueba de la experiencia histórica, a la 375-422; P. Temin, «The cause of cotton-price fluc-
cual se aplica el n-iodelom; P. D. McClelland, Catrsal tuations in the 1830's)), Revieiv of' Ecoiiornic a i ~ d
Explai~atioi~, pp. 2-24. Statistics, XLIX (1967), pp. 463-470; G. Wright, «An
35. Para alg~inosejemplos y la correspondiente Econometric Study oF Cotton Production and Trade,
bibliografía cf. el apartado 2.1 del capítulo 2. 1830-1860»,ibid.. LIII, pp. 1 1 1-120.
36. Cf., por ejen~plo,P. Samuelson, R. Doríman 41. Una curva de demanda d e este tipo hace
y R. M. Solow, Liiieor prograrniniizg arzd Econornic que la cantidad pedida (Q) de una mercancía de-
Ai~alysis,McGraw-Hill, Nueva York, 1958. penda del precio (P) d e la mercancía y d e la renta
37. J. R. Mever, «An input-output approach to (Y) según la ecuación:
evaluating the influence oF exports on British indus-
trial production in the late nineteenth c e n t u r y , Ex-
p/or.atioi~siii Ei~trepreize~trial Hi.~toty.8 (1955), pp. cuya transformación logarítmica es la ecuación li-
12-34: para la crítica cf. D. N. McCloskev, ~ D i dVic- neal
torian Britain fail?,,, Econonlic History Revietr],
XXIII (1970), pp. 446-459. Para Pier Angelo Tonine- logQ = l o g a + b l o g P + c l o g Y.
En partic~ilar,se dem~iestraque b es la elastici- 1869-1909. Discussioni>,Jounial of' Ecorioniic His-
dad al precio y c la elasticidad a la renta d e la de- rory, XXIII (1963), pp. 472-476.
manda, es decir: 48. Cf. cualquier manual d e microeconomía,
como R. D o r h a n , Prezzi e nlercnti, 11 Mulino, Bolo-
nia. 1968, pp. 50-89, en especial p. 77.
49. La fiinción d e producción Cobb-Douglas
describe la cantidad producida d e una mercancía
con la ecuación

42. J. G. Williamson, «Consumer behaviour in en la que el parámetro a0 mide el grado d e eficacia


the ninetcenth century: Carroll D. Wright's Massa- de la actividad procluctiva e n la organización, L y K
chusetts workers in 1875», Explorntioiis ir1 Ecorro- las cantidades empleadas d e trabajo y capital. La
niic Hisfory, 4, pp. 98-135, recurre a esta técnica transformación logarítmica da una ecuación lineal
para someter a test tres ecuaciones d e demanda dis- de tipo:
tintas. Cf. también para los modelos alternativos: S.
Kuznets, Moderri Ecorior?iic G r o ~ ~ tRafe,h : Structlrre log y = log a. + a l log L + a* log K
arid Spread. Yale Universiiy Press, New Haven, 1966,
en especial pp. 98-99. Para una actualización se en este caso a , y a2 son las elasticidades de la oferta
puede consultar cualquier manual d e estadística de Y con respecto al factor trabajo y al capital. Cf.,
económica, como R. Guarini, Stati.~ricaEcorioniica, por ejemplo, S. Zamagni, Econoniin polirica. Teoria
La Goliardica, Roma, pp. 251-260. En el capítulo si- rlei prezzi, dei rriercati e della distrihuzioize, NIS,
guiente se habla d e la perple,jidad de los cliómetras Roma, 1 9874, pp. 291 SS.
ante la potencia de este tipo d e test. 50. Partiendo d e la escritura n o logarítmica d e
43. P. D. McClelland, Co.scrnl Erpka17atiori, pp. la Cohb-Douglas se ve que a es la relación entre
189-193 y 228-230. cantidad producida e iriputs empleados:
44. McClelland señala que el supuesto de que
el mercaclo es perfectamente competitivo, en reali-
dad implica tres supuestos: a ) que los productos es-
tén estandarizados; b) que todos los operadores co-
nozcan perfectamente el mercado, y c ) que la 51. Ci. R. Guarini, Statistica ecoiioniica, pp.
producción d e cacla empresa sea una pequeña frac- 179-180.
ción d e la total. P. D. McClelland, Causal Explnr7a- 52. D. McCloskey, «Did Victorian Britain
¡ion, pp. 193-194. fail?,,, en especial p. 450. Para una bibliografía ex-
45. R. W. Fogel y S. L. Engerman, Reirirerpre- haustiva cf. P. D. McClelland, Cnusnl Explariatioii,
tatioii o f t h e Ar?iericaii Ecoiiornic History, p. 156. pp. 193-201 y 230-237. La argumentación de Mc-
46. D. N. McCloskey, ~Productivitychange in Closkey se basa en la obtención d e remuneraciones
British pig iron, 1870-1939,, Qrrarterly Joi.lnia1 of constantes en el tiempo de los factores d e produc-
Ecoiiomics, LXXXII ( 1968), pp. 28 1-296. ción empleados.
47. R. W. Fogel, Railroads arid America17 Econo- 53. P. A. David y P. Temin. ~ S l a v e r ythe
: pro-
rnic Grou~th,criticado por P. D. McClelland, ~ R a i l - gressive institution?», Joirrrial of Ecoiior~iic His-
roads, american growth and the New Economic tory, XXIV (1974), pp. 739-783; R. W. Fogel y S. L.
History: a critiquen, Jocrninl o/' Ecor~omicHi.rtory, Engerman, Tirne ori tlie Cross: flie Ecor~omicso f
XXVIII (1 968), pp. 102-123. Otros ejemplos son P. Aii~ericai~ Negro Slniley, Little, Brown, Boston,
Temin. «The composition of iron and steel pi-o- 1974.
ducts, 1869-19 0 9 ~ Jorlnial
, o f Eco17or??icHisiory, 54. Cf. A. K. Dixit, ~ M o d e l sof dual ccono-
XXIII (1963), pp. 447-471, criticado por E. Smo- mies», en Mirrlces, Stern n.H, cds., Models of
lensky, ~Compositionof iron and steel prod~icts, Eco17oniic Grort~th,McMillan, Londres, 1973; D. W.
NOTAS 43

.Iorgenson, «The Development of a dual Economym, duction Stntcture, Harvard University Press, Cam-
I~coiiomicJournal, vol. 71 (282) (1961 ), pp. 309-334. bridge, Mass., 197 1.
55. Véase, por e.jemplo, K. J. Arrow, H. B. Che- 61. Cf. H. B. Chenery y M. Bruno, <<Develop-
iiery, B. S. Minhas y R. Solow, «Capital-Labor Subs- ment altematives in a n open economyn, Ecoliomic
iitution and Economic Efficiency~,Review of Eco- Jounlal, vol. 72 (1 962), pp. 79-1 03.
riomics aiid Statistics, 3 ( 196 1). 62. Este es el enfoque de la obra de Rosenstein-
56. E. R. Brendt y L. R. Christensen, ~ T h e Rodan, que combina la demanda efectiva keynesia-
iranslog function and the substitution of equip- na con la dimensión del mercado de Smith para
inent, structures and labor in U.S. manufacturing afirmar que si, en condiciones de desempleo, una
1928-1968~.Jotimal o f Econometrics, 1 (1973); A. fhbrica de zapatos ya n o es rentable a causa de la es-
G. Woolf, ((Electricity, productivity and labor sa- case7, de demanda en las actuales condiciones del
ving. American Manufacturing 1900-1929~,Explo- consumo, si al mismo tiempo se realizan las inver-
intions in Ecoiiomic Hi.~toty,21 (1984); W. H. Phi- siones en bienes de consumo, estas últimas pueden
Ilips, «The Economic Performance of late Victorian ser todas rentables, garantizando un mercado para
13ritain: traditional historians and growth,,, Jorrnlal todos los productos. Cf. P. ~ o s e n s t e i n - ~ o d a «Pro-
n,
o/'Eciropeai?Econoniic History (1989), pp. 393-414. blems of industrialisation in Eastein and Southern
57. Sobre estas c~iestionescf., por ejemplo, G. Europe),, Ecoilonzic Joiinial, vol. 53 ( 1 943), pp. 202-
Vaggi, <<Produzione», en G. Lunghini, ed., Dizioila- 212. En el mismo sentido se puede ver el reciente y
rio di Economia Politica; P. Tani, Aiialisi n7icroeco- riguroso K. M. Murphy, A. Shleifer y R. Vishnv, «In-
rroinica della produzione, Nis, Roma, 1987. dustrialization and the big push», Jotin1al of Politi-
58. Véanse al respecto, entre otros, C. Gianni- cal E c o n o m , ~(entre 1989 v 1991).
i i i , «Modellistica energetica, teoria del pi-oduttore e 63. H. Chenery, ~ P a t t e i n soF Industrial Growthn,
1i)rmulazioni dinamiche),, en C. M. G~ierciy G. Za- An?ericnn Ecoilomic Rei~ieiu,L (septiembre de 1960),
iictti, Si~iluppoeconoinico e i~iiicoloenergetico, 11 pp. 624-654.
Mulino, Bolonia, 1988, pp. 55-66. 64. La forma de indicadores indirectos emplea-
59. Para una reseña de los .clásicos» del desa- da para eliminar algunos elementos de falta de
1.1-olloeconómico se puede ver G. Meier, ed., Pioiie- comparación en los datos de la renta hace que las
CI.F iii Developinei~t,Oxford University Press, Oxford, conclusiones de Temin n o parezcan del todo defini-
Ic)87.Para los trabajos más recientes se pueden ver, tivas, sobre todo si se tiene en cuenta lo inadecuado
1101- e,jemplo, D. Bevan, P. Collier y J. Gunning, Con- de los datos del siglo xix, que el propio Temin co-
~rolled Open Economies, Oxford University Press, menta.
Oxford, 1988; N. Gemmel, Sun~e.ysin Dei~elopnienf 65. H. B. Chenery y M. Syrquin, Patterns ofDe-
I~¿~oizomics, Blackwell, Oxford. 1987; M. Scott, A velopment 1950-1970, Oxford Universi ty Press, Ox-
N(,iij View o f Ecor~omicGrowth, Oxford University ford, 1975: H. B. Chenery, Structciral Chai~gea i ~ d
1'i.c-SS,Oxford, 1989; T. Ranis y T. P. Schultz, n i e Deiieloprneiit Policy, Oxford Universitv Press, Ox-
.S//rteof'Developmei~tEcoi?omics, Blackwell, Oxford, ford, 1979.
1')88; H. Chenery y T. N. Srnivasan, eds., Haiidbook 66. H. Chenery, S. Robinson y M . Svrquin, In-
o/ DeiJelopment Economics, Handbooks in Econo- dustrialization and Grou~th:A Coinparatii~eStudy,
iiiics, 9, vols. 1-2, North Holland, Amsterdam, 1988- World Bank, Washington, 1986.
1089; N. Stern, «The Economics of Developmentv, 67. Cf. R. Summers y A. Heston, «A New set of
1'1.orzomicJoun~al,99 (1989), pp. 597-685: W. T. international comparisons of real procluct and pri-
Woo, «The Art of Economic Development~,Intemn- ce levels estimates for 130 countries 1950-1985*,
~rorralOrganizatior~,44 (1990), pp. 403-429; A. Fish- Reifiei4~of Iilcorne arid Wealtk (1 988), pp. 1-25.
1 1 IXV, «Review of Handbook of Development Econo- 68. Cf. J. Reynolds, [ ~ T h Spread
e of economic
I I iicsr, Jocrn7al o f Ecoiiomic Literature, XXIX (1 99 l ) , growth to the Third World: 1850-1980»,Jounial of
1111.1.728-1.737. Ecoi1omic Literature. 2 1 (1 983), pp. 941-980.
60. Cf. C. Clark, The coi?ditioizs o f Ecotiomic 69. W. A. Lewis, Tlle T h e o ~o~f Ecoi~omic
I'~ogress,McMillan, Londres, 1940, y S. Kuznets, G r o ~ ~ t lIrwin,
i, Homewood, Ill., 1954; una versión
1 r,oitomic Groii)tli o f Nations: Total outprit aild Pro- mAs reciente es Gro~vtlza i ~ dFlticttiatiorls. 1870-
1913, Allen 6r Unwin, Londres, 1978. El mismo au- North y P. T. Thomas, «The rise and fall of the ma-
tor ha publicado un estudio crítico: (<TheState of noria1 system. A theoretical model,,, Joürizal o f E c o -
Development Theoryn, Aniericaiz Economic R e v i e ~ ~ ,1zor71icHistory, XXXI (1971), pp. 777-803; D. North
74(1)(1984),pp. 1-10, y P. T. Thomas, The Rise o f tl?e Western World: a
70. C. Kindleberger, Foreigii Trade arid tlie Na- New Ecoriomic History, Cambridge University Press,
tional E c o i i o m ~ Yale
~ , University Press, Yale, 1962. Cambridge, 1973.
71. E. F. Denison, WIzy Growtli Rates Difer: 81. D. C. North, La rii~oluziorieir7dustriale riel
Post War Experierzce i i ~ Nirie Westenz couiitries, Broo- 700 e iie11'800, Mondadori, Milán, 1983.
king Institution, Washington, 1967. 82. T. Veblen, Tlze Irzstirict of' Workrnariship,
72. J. C. Fei y G. Ranis, «Innovation, Capital Augustus M. Kelley, Nueva York, 1904; más en ge-
Accumulation and Economic Development-, Anze- neral, cf. W. Gordon, Instit~4tioi1nlEcoi~omics,Uni-
rica11 Ecoizor?iic Revieiw, LIII (junio de 1963), pp. versity of Texas, Austin, 1980.
283-31 3. 83. M. E. Bond, <<An Econometric study of pri-
73. G. Ranis, sThe Financing of Japanese Eco- mary pcoducts exports tí-om developing country re-
nomic Development~,~coiior?zicHistoty Review, 2.;' gions to the worldn, IFM Sta# Papers, vol. 34 (2).
serie, X I (abril de 1959), pp. 440-454. pp. 191-227. Sobre la elasticidad del precio, vCase
74. W. Rostow, Tlie Stages of ecorzgniic también M. Lipton y R. Longhurst, New Seeds arid
Growtlz. A rion cornn?coiist Mni?ifesto, Cambridge Poor People, Hutchinson and Johns Hopkins Uni-
University Press, Cambridge, 1960. versity Press, Londres, 1989.
75. W. G. Hoffmann, Stadien uiid Typeri der 111- 84. J. Stiglitz, «The New Development Econo-
drrstrialisieruri,g, Institut fur Welwirtschaft, 193 1. mies,,, World Developmerir, Special Iss~ie(1986),
76. P. David y R. E. Gallman, «La formazione pp. 257-265.
del capitale negli Stati Uniti durante il secolo XIXD, 85. D. Diamond, «Financia1 Intermediation
Storia ecor~oniicadi Camhridge, vol. 7, t. 11, Turín, and Delegated Monitoringn, Reijiew o f Ecorzornic
1980. Studies, 1984.
77. A. Gerschenkron, Ecoizornic Backwardriess 86. Cf. al respecto J. Gurley y E. Shaw, Morrey
iii Historical Perspectii~e,Harvard University Press, in a Tlzeory of Firiaiice, Brooking Institutions, Nue-
Cambridge, Mass., y Harvard, 1962. va York. Para una interpretación hist6rica que con-
78. «¿Cómo juzgar ... la legitimidad del su- sidera los Drocesos de desarrollo económico acom-
puesto, según el cual cada S 3 investigado siempre pañados de la tendencia a la perfección de los
producirá un incremento anual de la producción mercados financieros, cf. R. W. Goldsmith, Finail-
total S I , cualquiera que sea el tamaño y la compo- cial Structure nnd Dei~elopmer?t,Yale University
sición del stock de capital., P. D. McClelland, C a ~ t - Press, New Haven, 1969.
sal Explanation, p. 205. 87. Cf. O . Williamson, Markets aizd Hierar-
79. Sobre la diversidad y las Formas de econo- clzies: Aiinlysis aiid Aiititrr1st Consiclerations, The
mía institucional. cf. M. Corti, «La Nuova econo- Free Press, Nueva York, 1975.
mia istituzionale: alcune considerazioni su un pro- 88. A. Chandler, Srrategv aizd Strzrcture, MIT
gramma di ricerca neoclassicon, Storia del peizsiero Press, Cambridge, 1962; id., TIze Visible Hand, Har-
ecorionrico, 1990, pp. 20-40. vard University Press, Cambridge, 1977; id., Scale
80. L. E. Davis v D. C. North. ~Institutional ai7d Scope: TIze D.yr7nnzics o f Iizd~~strinl Enterprise,
change and Amencan economic growth: a first step Hatvard University Press, Cambridge, Mass.
towards a theory of institutional change», Jouuiial 89. Cf. R. K. Rowley, R. D. Tollison y G. Tu-
o f Ecoiiowzic Hzstoty, XXX (1 970), pp. 131-149; L. Ilock, eds., Tlze political Ecor7oiny of' Rerzt Seekirzg,
E. Davis v D. C. North, Ii~stitutior~al Clrarige aizd Kluwe,r ,Acádemic, Boston, 1988.
Americaii Ecoiion~icGroirjtlz, Cambridge ~ G v e r s i t y 90. ,Cf., !para Alemania, J. Kocka, ed., Burger-
Press, Cambridge, 197 1. Cf. también para aplica- vol. 2, M~inich,1988; H. V.
tun7 im. 19'Jal~rIz~iiidert,
ciones concretas D. North y P. T. Thomas, *An eco- Wehler, ed., Europaischer AdelI750-1950, Gotinga,
nomic theory of the growth of the western world», 1990. Para Japón, M. Morishima, Cultura e tecrzolo-
Econoinic Histoty Reijieu~,XXIII (1970), p. 117; D. gia riel sctccesso giapporzese, 11 Mulino, Bolonia, 1984.
NOTAS 45

91. Aunque «hasta la fecha, ambos esperan en no es el mero cálculo ni las Matemáticas superiores.
I .tiicin, P. D. McClelland, Causal Explnizatioiz, p. 240. Es la discusión a través de la analogía, el ejemplo, el
92. dos campos de lucha se enfrentan con diálogo, los argumentos a forriori, a coirtrariis, a clefi-
~l~-.~.onfianza, a veces hostilidad y una mínima co- nitiorie ... Como medio para discutir acerca de la so-
i~iiiriicación.Por otra parte, hay un pequeño grupo ciedad, la auténtica economía es similar a las mate-
, I t . competentes economistas, rigurosos en su mé- máticas (una forma de discutir sobre los números) o
I 8, lo, preocupados por las generalizaciones y acusa- la crítica literaria (una forma de discutir sobre las
#I,P, de disgregar el sutil tejido de la historia me- novelas)., p. 22; «Como cualquier conjunto de ideas
~ii.iiiicdespiadados procedimientos dictados por vivas, por tanto, la investigación económica es rin
1 1 . . modelos teóricos, los datos disponibles v las tema de discusión en una conversación», p. 27; «La
1 0 iiicas estadísticas. En el otro bando se agrupa la figura 1 aclara, por lo menos, que la lógica es correc-
tiiiiicnsa mayoría de los historjadores cuyas pre- ta, añadiendo convicción al argumento verbal. Es
iq.t~.iicias y erudición denotan un olfato de anticua- una figura de lenguaje. Como cualquier buena figu-
I I C 1 por lo sing~ilar y una humana desconfianza ha- ra de lengua,ie, el diagrama sugiere extensiones de la
, 1 . 1 los enunciados universales ... Por consiguiente, discusión», p. 32; «Y buena parte de la teona habla
. . I i tuloque se plantea a la actual generación podría del dialecto "neoclásico" de la economía, del dialec-
I ~~..ciii>irse en una pregunta: ¿Existe un terreno in- to de prestigio del mundo de habla inglesa en el siglo
1 , i iiiidio?», P. D. McClelland, Ca~lsalExplaizatioii, xxr, p. 39; «... Mide los ingresos de un país como si
1 4 ',13. el país fuera una familia o un negocio, una atrevida
')7. P. D. McClelland, Cairsal Explairatioir, en metáfora magistral envuelta en otras varias m e t á f e
1 ti Iic~ilar
pp. 66-7 1 y 1 10-1 13. ras de la teoría económicas, p. 46; «... a fin de cuen-
'14. Cf. más adelante, capít~ilo2, apartado 2.3.1. tas, {qué es la formación de capital fijo neto sino la
')5. Cf. E. Nagel, La stmttLtra della scienza, Fel- excrecencia del cerebro de un economista?^, p. 47;
1 1 i i i t . l l i , Milán, 1968, pp. 517 SS.; R. S. Rudner, Filo- «Su [de los economistas] conversación está siempre
, , / i c ~ (Iclle Scieizze Sociali, II Mulino, Bolonia, 1968, determinada al menos por la teoría de las cuentas,
I * l * 1 0 1 SS. que es la estadística)),p. 49; «La herramienta cuanti-
'16. D. N. McCloskev, The Rethoric of Ecorro- tativa más impresionante del economista histórico y
,,,rt .., Universitv of Winsconsin Press, Madison, la que en mayor medida acalla probablemente a los
i'~:i'i; D. N. McCloskey, Ecorzornetric History, Mc- literatos, ostenta el curioso nombre de "regresión")>,
i\iiII:iii. Londres. 1987. p. 54; ([Eljoven erudito que adopta la retórica de Fo-
'17. La noción de «comunidad de conocedo- gel podría hacer una estimación que atañería a una
n, , . que en realidad no está presente en McClos- verdadera conversación erudita. Reconociendo que
l . t . <.\tá tomada de S. Veca, Ui7a filosofin pilbhlica, la "exactitud" depende de la cantidad de exactitud
1 111-inclli,Milán, 1986, pp. 112-124. La referencia
m precisa para fomentar el desarrollo de la conversa-
t i Wittgenstein, Investigaciones filosóficas (trad. ción, desarrollando un argumento acerca de la esti-
I
t .Crítica, Barcelona, 1988) es evidente. Pero mación necesariamente "imprecisa" ... No es extra-
.
ast\,icneseñalar que en la obra de McCloskev nun- ño que los libros de Fogel deslumbraran a los
, i . i l ':\rece citado Wittgenstein. Su referente teóri- jóvenes», p. 70; aEscrito en el duro estilo de la eco-
e O-.
0 liichard Rorty. nomía moderna por dos profesores auxiliares de
'IH. R. Bellofiore, «Retorica ed economia. Su Economia de la Universidad de Hanlard (Conrad y
81, i i i i i sviluppi recenti della filosofia della scienza Meyer n.d.r.)», p. 72.
. . ~ ~ i i o m i ce ail loro rappoi-to con i l metodo di Key- 101. M. Frankel, «Obsolescence and technologi-
0 B. . .-.cn Econoniia Politica, 1988, V, 3, pp. 41 7-463. cal change in a matunng economyv, Aunerican Eco-
'1'). D. N. McCloskey, Ln Retorica c1ell'Ecoizo- noniic Revieiv, 45 (1955), pp. 269-319; C. P. Kind-
, . I I , , . ['p. 175-210. leberger, Econornic Grotvtlz in France arzd Britaiir
IUO. He aquí la lista completa: s... Todo eso son 1851-1950, Cambridge University Press, Cambridge,
1 .O i i I I I IS íilosóficos que en buena parte carecen de im- 1964, pp. 141-145.
1 - 0 1 1.1iiciapara la escritura de una historia convin- 102. P. A. David, aThe landscape and the ma-
III,..,, p. 17; «El método de la economía histórica chine: technical interrelatedness. land tenure and
the mechanization ot the corn harvest in Victorian Longmans, Londres. 1975', pp. 13-54 (hay trad.
Britain-, en D. N. McCloskey, Essays iii a Mature cast.: Crítica cle la división del trabajo, Laia, Barcelo-
Ecoi~oin.~: Britaiiz after 1940, Methuen, Londres, na, 1977, pp. 45-96), y los trabajos de William Lazo-
1971, cap. 5, pp. 145-205; P. A. David, Teclzizical nick: «Factor costs and thc diffusion of ring spinn-
Clqoice, Iniloijatioiz, aiid Ecoi~oniicGrowtli: Essays ing in Britain prior to Worl War I n , Qclnrterly
oii Ainericaii arzd Britisk Experieiice in the Niize- lountal of'Ecoi~ornics,96 (1981). pp. 89-109; W. La-
teeiztlz Ceiituu, Cambridge University Press, Cam- zonik, ~Production relations, labor productivity,
bridge, 1975, cap. 5. and choice of technique: British ancl U.S. cotton
103. Para la disc~isiónsobre la posibilidad de spinningn, J o u n ~ a lof Economic History, 41 (198 1).
formar asociaciones cooperativas de campesinos pp. 49 1-516. En dialecto austriaco hablan M. Roth-
para la compra de cosechadoras y sobre la posibili- bard, Anzericn's Grent Depressiorl. Sheed and Ward,
dad de arriendo, cf. D. N. McCloskey, Essays iir a Kansas City, 1975, y L. White, Free Baizkiiig ir1 Bri-
Mat~rreEcoiion~y,pp. 206-214; 1. W. McLean, «The taiii, Cambriclge Univcrsity Press, Cambridge, 1984.
adoption of harvest machinery in Victoria in the 107. E n efecto, ~cuanclohablan de la misma
late nineteenth century),, A~istrníiniiEcoi7onric His- historia, a menudo usan las mismas herramientas,>,
toty Rei~ieiv,13 (1973), pp. 41-56; A. L. Olmstead, D. N. McCloskey, Ecorzornetric History, p. 39.
aThe mechanization of reaping and mowing in 108. Cf. las primeras páginas del segundo ca-
American agriculture, 1833-1870», Jounzal of' Eco- pítulo para las referencias bibliográficas esenciales.
noniic Hisfory, 35 (1975). pp. 327-352. 109. W. G . Hoffmann, British Industty 1700-
104. D. S. Landes, Tlre Uizbociiid Prometlzeus. 1950, Oxford University Press, Oxford, 1955; ed. en
Technological Clzai~geaird Ii~dustrialL)eveiopniei?t alemán 1939.
iri Westerr? Europe fronz 1750 t o the Present, Cam- 1 10. A. Gerschenkron. ~Descriptionof a n inclex
bridge, 1969 (hay trad. cast: Progreso tecnológico y of italian industrial development, 1881-1913», en
revolcrciúii i71dustrial. Tecnos, Madrid, 1979); B. El- Ecoiiomic Backiwardiiess ir? Historical Perspective,
baum y W. Lazonik, «The decline of the British Harvarcl University Press, Cambridge, 1962, pp.
economy: a n institutional perspective,,, Jounzal of' 367-42 1.
Ecoiiomic History, 44 (1 984), pp. 467-484. 1 1 1. NBER (National Bureau of Economic Re-
105. Es lo que ocurre en el primer ensayo de- search), Treizds ii? tlze America11 Ecoiioinic Growth,
dicado poi- David a la cuestión: Paul A. David, «Tlie Princeton, 1960, y O ~ i t p u t Erriployemeizt
, aild Pro-
mechanization of reaping in the antebellum Mid- drrctivity iiz rhe Ui7ited Stntes afier 1860, Nueva
westn, en Henry Rostovsky, ed., Iizdcistrializatior~iiz York, 1960.
two systerns, Wiley and Sons, Nueva York, 1966; 1 12. D. N. McCloskey, Ecoiionietric History,
para una crítica, L. E. Davis, s"And it will never be p. 56; para la bibliografía, cf. el apartado 2.4, capí-
literature": the New Economic History: a critiquen, tulo 2.
Exploratioizs iiz Eiztreprei~eurial History, VI (1968), 113. L. J. Sandberg, Lnircashire ir? Declii?e: A
pp. 75-92. Study iiz Etiteri~~rei~eursliip,Tecl~nologyai?d I i ~ t e n ~ a -
106. D. N. McCloskey, Ecoilowietric Histoty, p. tioi~alTrade, Ohio State University Press, Colum-
39. McCloskey incluye entre los econúmetras que bus, 1974; L. Cain, Sailitation Strategy for a Lnlce-
hablan dialecto marxista a Stephen Marglin, ~ W h a t froiit Metropolis: tlze Case of' Chicago, Northern
d o bosses do?,,, A. Gorz, ed., The divisioir o f ' h b o u r , Illinois Press, Dekalb, III., 1979.

Potrebbero piacerti anche