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Tipo de viaje:
Texto 2
El llamado de Moisés
(…)Dios habló a Moisés para decirle. "Yo soy Yavé, que me aparecí a Abraham, a Isaac y a
Jacob como Dios de las Alturas, pues no quise revelarles este nombre mío: Yavé. También
pacté mi alianza con ellos para darles la tierra de Canaán, la tierra en donde estuvieron
como peregrinos. Y ahora me acuerdo de mi alianza al oír los gemidos de los hijos de Israel
oprimidos por los egipcios. Por lo tanto, diles de mi parte: Yo soy Yavé, que quitaré de sus
espaldas los duros trabajos de Egipto y los liberaré de la esclavitud.
Yo les devolveré la libertad con golpes tremendos de mi mano y con intervenciones
manifiestas.
A ustedes los tomaré para pueblo mío, y seré Dios para ustedes. Y. en adelante, conocerán
que yo soy Yavé, Dios de ustedes, que quité de sus espaldas el yugo de Egipto. Yo los
introduciré en la tierra que con juramento prometí darle a Abraham, a Isaac y a Jacob; y
se la daré como herencia propia". (…)
Aún faltaban tres horas de viaje para llegar a la capital de Dinamarca. Mi tío no había pegado los
ojos en toda la noche. Creo que, en su impaciencia, empujaba el vagón con los pies.
TRATADO SEXTO
Cómo Lázaro se asentó con un capellán, y lo que con él pasó ESPUÉS DESTO, ASENTÉ con
un maestro de pintar panderos para molelle los colores, y también sufrí mil males. Siendo
ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la iglesia mayor, un capellán della
me recibió por suyo, y púsome en poder un asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé
a echar agua por la ciudad. Éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar
buena vida, porque mi boca era medida. Daba cada día a mi amo treinta maravedís
ganados, y los sábados ganaba para mí, y todo lo demás, entre semana, de treinta
maravedís. Fueme tan bien en el oficio que al cabo de cuatro años que lo usé, con poner
en la ganancia buen recaudo, ahorré para me vestir muy honradamente de la ropa vieja,
de la cual compré un jubón de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y puerta, y
una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar. Desque
me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más
seguir aquel oficio.
- Con tu permiso, padre. He venido a comunicarte que deseo abandonar mañana tu casa para irme
con los ascetas. Mi deseo es convertirme en un samana. Espero que mi padre no se oponga.
Creo que el principito aprovechó la emigración de una bandada de pájaros silvestres para
su fuga. Aquella mañana, antes de la partida, se cuidó de dejar arreglado el planeta.
Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad, de los cuales poseía dos, que le
eran muy útiles para calentar el desayuno todas las mañanas (...). Se encontraba en la
región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Para ocuparse en algo e instruirse
al mismo tiempo decidió visitarlos.
(...) Al principio, los sueños eran caóticos (...) Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El
hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso (...)
No puedo conservar el Anillo y quedarme aquí. Tengo que salir de Bolsón Cerrado,
abandonar la Comarca, abandonarlo todo e irme.
Esto, en cambio, significa exiliarse, escapar de un peligro a otro, y ellos siempre detrás,
mordiéndome los talones. Supongo que he de partir solo si decido irme y salvar la
Comarca, pero me siento pequeño, y desarraigado... y desesperado.
El enemigo es tan fuerte y terrible.
—¿Tú? ¿Cuándo?
Texto 3
(...) "Debe estar sufriendo mucho", le decía a Úrsula. "Se ve que está muy solo." Ella estaba tan
conmovida que la próxima vez que vio al muerto destapando las ollas de la hornilla comprendió lo
que buscaba, y desde entonces le puso tazones de agua por toda la casa. Una noche en que lo
encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no pudo resistir más.
-Está bien, Prudencio -le dijo-. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no
regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo.
Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía,
jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres
y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido. Antes de partir, José Arcadio Buendía
enterró la lanza patio y degolló uno tras otro sus magníficos gallos de pelea, confiando en que en
esa forma le daba un poco de paz a Prudencio Aguilar. Lo único que se llevó Úrsula fue un baúl con
sus ropas de recién casada, unos pocos útiles domésticos y el cofrecito con las piezas de oro que
heredó de su padre. No se trazaron un itinerario definido. Solamente procuraban viajar en sentido
contrario al camino de Riohacha para no dejar ningún rastro ni encontrar gente conocida. Fue un
viaje absurdo. A los catorce meses, con el estómago estragado por la carne de mico y el caldo de
culebras, Úrsula dio a luz un hijo con todas sus partes humanas. Había hecho la mitad del camino
en una hamaca colgada de un palo que dos hombres llevaban en hombros, porque la hinchazón le
desfiguró las piernas, y las várices se le reventaban como burbujas.
Aunque daba lástima verlos con los vientres templados y los ojos lánguidos, los niños resistieron
el viaje mejor que sus padres, y la mayor parte del tiempo les resultó divertido. Una mañana,
después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente
occidental de la sierra.
Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande
explayada hasta el otro lado del mundo. Pero nunca encontraron el mar. Una noche, después de
varios meses de andar perdidos por entre los pantanos, lejos ya de los últimos indígenas que
encontraron en el camino, acamparon a la orilla de un río pedregoso cuyas aguas parecían un
torrente de vidrio helado. Años después, durante la segunda guerra civil, el coronel Aureliano
Buendía trató de hacer aquella misma ruta para tomarse Riohacha por sorpresa, y a los seis días
de viaje comprendió que era una locura. Sin embargo, la noche en que acamparon junto al río, las
huestes de su padre tenían un aspecto de náufragos sin escapatoria, pero su número había
aumentado durante la travesía y todos estaban dispuestos (y lo consiguieron) a morirse de viejos.
José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con
casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que
nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia
sobrenatural: Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el
mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la
orilla, y allí fundaron la aldea. (…)
4. El texto anterior presenta el viaje mítico de José Arcadio Buendía y su familia porque: