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ZUSAMMENFASSUNG
Die Betrachtung des Themas Menschenrechte folgt häufig einem unhistorischen Ansatz, wonach sie das
Ergebnis einer natürlichen Weiterentwicklung des menschlichen Wesens zu sein scheinen. Im vorliegenden
Artikel soll dargelegt werden, dass ihre Entwicklung Teil der menschlichen Geschichte ist. Damit verdeut-
licht sie auch die Vielschichtigkeit des Prozesses der Ausbildung von Werten in unserer Gesellschaft.
ABSTRACT
The human rights issue has been presented as if did not belong to history, as if it were the result of the
natural development of human nature. This paper intends to show that building human rights is a part of
the history of humanity and evidences the complex construction of values within our society.
1. Introducción
La tribu, como la familia y la fratría, estaba constituida para ser un cuerpo indepen-
diente, ya que tenía un culto especial del cual se excluía a los extraños; o sea, una
vez formada, ninguna nueva familia podría ser admitida en ella. Dos tribus tampoco
podían fundirse en una sola: la religión estaba en contra de eso. Pero, así como varias
fratrías se habían unido en una tribu, varias tribus pudieron asociarse entre sí con la
condición de que se respetara el culto de cada una. En el momento en que se hizo tal
alianza empezó a existir la ciudad.2
La ciudad no era una aglomeración de individuos sino una confederación de gru-
pos, constituidos antes de ella y que ella permitía que subsistieran. Los oradores clási-
cos informan que cada ateniense formaba parte, al mismo tiempo, de cuatro socieda-
des distintas: era miembro de una familia, de una fratría, de una tribu y de una ciudad.
Pero la sociedad humana no creció como un círculo que se extendía progresivamente.
Al revés: eran pequeños grupos constituidos desde hacía mucho y que se fueron agre-
gando los unos a los otros. Varias familias formaron la fratría, varias fratrías forma-
ron la tribu, varias tribus formaron la ciudad. Familia, fratría, tribu y ciudad eran,
por lo tanto, sociedades muy similares, nacidas las unas de las otras por una serie de
federaciones.
1
Epístola a los Gálatas 3, 28.
2
Fustel de Coulanges: A cidade antiga. São Paulo: Edameris, 1966, p. 177.
892 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS / RENATO SELAYARAM
Al principio el niño era admitido en la familia por una ceremonia religiosa cele-
brada diez días tras el nacimiento. Algunos años después ingresaba en la fratría por
una nueva ceremonia. Finalmente, a la edad de dieciocho años se presentaba para ser
admitido en la ciudad. Ese día, en la presencia del altar y ante las carnes humeantes de
un sacrificio, hacía un juramento por el cual se obligaba, entre otras cosas, a respetar
para siempre la religión de la ciudad. A partir de ese instante se iniciaba en el culto
público y se volvía ciudadano.3
En la Atenas de Pericles, en el siglo v a. C., o de Demóstenes, en el siglo iv, en una
ciudad vista como un centro de libertad y un modelo de democracia, la organización
política y social estaba muy lejos de fundarse sobre los principios de la igualdad y la
fraternidad. Si bien las reformas introducidas por Clístenes se habían dirigido, induda-
blemente, a establecer una igualdad ante la ley, hay que recordar que también la socie-
dad ateniense se estructuraba en categorías bastante cerradas, entre las cuales solo la
de los ciudadanos poseía derechos comparables a los actuales, en particular el derecho
de igualdad. Los ciudadanos eran minoritarios en el conjunto de la población, la cual
comprendía un número importante de esclavos, desprovistos de cualquier libertad y
de cualquier personalidad cívica o jurídica, y de metecos o extranjeros residentes, que
eran hombres libres pero estaban coaccionados a cumplir muchos deberes mientras se
beneficiaban de muy pocos derechos. Por lo tanto, solamente aquellos que poseían el
título de ciudadano podían pretender la plenitud de una vida teóricamente libre y res-
ponsable, la igualdad ante la ley y la participación en los asuntos políticos. Pero ¿quién
pertenecía a tal categoría en la Atenas clásica?
Para Baker,4 en Grecia, la unidad de la vida política durante toda la época clásica fue
ofrecida por la ciudad. El hombre era un animal político en la medida en que partici-
paba en una polis. Y aunque en algunas ocasiones la ciudad pudiera ser abarcada por
una unidad más amplia, no era absorbida por ella, sino que se mantenía como núcleo
de lealtad y centro de un sistema de gobierno, atrayendo la devoción e inspirando la
munificencia de los ciudadanos. Además, en muchas regiones de Grecia la ciudad era
una institución exótica. En Aetolia, por ejemplo, en los días de Aristóteles todavía se
vivía una vida tribal, en aldeas no fortificadas. No obstante, la vida normal de los grie-
gos era la urbana, lo que les permitía trazar la distinción entre su civilización, citadina,
y las de los celtas y de los germanos, que vivían en el campo. La distinción entre la vida
urbana de los griegos y la vida rural del norte de Europa en los tiempos clásicos tiene
paralelo, en la Edad Media, en la diferencia entre la vida urbana de Italia —que seguía
siendo, como en la Edad Clásica, un país de ciudades— y la vida predominantemente
rural de Inglaterra, Francia y Alemania.
Al igual que la ciudad medieval italiana, la ciudad griega era la unidad de la vida so-
cial. Centralizaba todas las ocupaciones: combinaba el cultivo de olivos con la manu-
factura de vasijas y la preparación de cueros. Además, era el centro de todas las clases:
unió a la nobleza fundada en la propiedad de la tierra con los artífices y comerciantes.
3
Ibídem, pp. 178-179.
4
Sir Ernest Baker: Teoria política grega: Platão e seus predecessores, trad. de Sergio Fernando
G. Bath, Brasilia: Universidade de Brasília, 1978, p. 39.
ANUARIO DE DERECHO CONSTITUCIONAL LATINOAMERICANO 893
5
Ibídem, pp. 39-40.
6
Ibídem, p. 21.
894 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS / RENATO SELAYARAM
y al osar especular acerca de las cosas visibles buscaron concebir al universo desde el
punto de vista de la razón.
El sentido del valor del individuo fue elemento primordial en el desarrollo del pen-
samiento político helénico. Ese sentido se manifestaba tanto en la teoría como en la
práctica y se transformaba en acción bajo la forma de un concepto práctico de libre
ciudadanía —dentro de la comunidad autogobernada—, concepto que es la esencia
de la ciudad-Estado griega. Por más que se hable del sacrificio del individuo al Estado
en la política o en la teoría griegas, el hecho es que en Grecia el hombre estaba menos
sujeto a tal sacrificio que en cualquier otra parte del mundo antiguo. Los griegos no
se cansaban de repetir que, mientras en su país cada uno importaba por lo que valía,
y todos podían ejercer alguna influencia en la vida de la comunidad, en los estados
despóticos del Oriente solo tenía importancia la voluntad del déspota, y no había pro-
piamente un interés común.
Eran las leyes las que daban consistencia a los estados griegos, y no un lazo personal
de sujeción a la voluntad caprichosa de un gobernante. Esos estados eran asociaciones
con una sustancia común de opinión social y ética, y no la simple unión de señores
y esclavos sin un interés compartido. En ellos, los hombres semejantes (aunque no
siempre iguales) se asociaban en busca de un objetivo común; había, así, un terre-
no apropiado para el desarrollo del pensamiento político. Eran individuos distintos
del Estado, que por su comunión lo formaban. La separación entre el individuo y el
Estado, que teóricamente es condición necesaria para la ciencia política, ya había sido
lograda en la práctica en la polis, y el ciudadano griego, si bien completamente identi-
ficado con su ciudad, tenía suficiente independencia y un momento de acción propia
en la vida comunitaria que le permitía compararse con ella y, de esa forma, llegar a una
filosofía de su valor.
En ese sentido, de una conciencia colectiva que experimentaron los griegos acer-
ca del lugar que ocupaban en la humanidad, Jager7 afirma que el helenismo gozó de
una posición singular. Grecia representaba, frente a los grandes pueblos del Oriente,
un progreso fundamental, un nuevo paradigma en todo lo que se refería a la vida de
los hombres en comunidad. Esta pasa a fundamentarse en principios completamente
nuevos. Por más elevadas que se consideren las realizaciones artísticas, religiosas y po-
líticas de los pueblos anteriores, la historia de lo que se puede llamar cultura, con plena
conciencia, solo empieza con los griegos.
También en ese sentido escribe Glotz,8 al aseverar que los atenienses percibían per-
fectamente que el establecimiento de la democracia en una urbe tan poblada como la
suya era una gran novedad. De los tres regímenes que conocían los griegos, solamente
uno parecía convenir a la dignidad humana: el que oponía el principio de igualdad al
principio oligárquico, y contra la tiranía mantenía el derecho a la libertad.
7
Werner Jager: Paidéia: A formação do homem grego, trad. de Artur M. Parreira. 4.a ed., San
Pablo: Martins Fontes, 2001, p. 5.
8
Gustave Glotz: A cidade grega, trad. de Henrique de Araújo Mesquita e Roberto Cortes de
Lacerda. 2.a ed., Río de Janeiro: Bertrand Brasil, 1988, p. 118.
ANUARIO DE DERECHO CONSTITUCIONAL LATINOAMERICANO 895
Lima Filho9 expresa una importante reflexión respecto de este tema cuando dice
que, si bien todos los ciudadanos podían vanagloriarse de obedecer a las mismas leyes,
esas mismas leyes se encargaban de dividir a los ciudadanos en distintas clases. De ahí
resulta la síntesis formulada por el autor: la ley era igual para todos, pero todos no eran
iguales para la ley.
A tenor de las reformas llevadas a cabo por Clístenes, sigue Lima Filho,10 todos
los pueblos existentes en el Ática pasaron a ser unidades independientes, dotadas de
administración propia. Varias pequeñas aldeas constituían, juntas, un demo, lo equiva-
lente al actual municipio. A la cabeza del demo se hallaba un demarca, que era elegido
por el período de un año y tenía a su cargo llevar el registro de los ciudadanos y el
catastro del territorio comunal. Ayudado por uno o dos funcionarios, administraba los
fondos públicos, presidía las asambleas de los miembros de la comunidad, mandaba
ejecutar las resoluciones de la asamblea y era el hombre de confianza que redactaba
las listas locales de inscripción de soldados de infantería y de remadores, atribuciones
nítidamente militares. Al demarca le tocaba además el registro civil, cuya inscripción
asignaba el lugar de nacimiento en el respectivo distrito, y, lo principal, concedía la
ciudadanía del Estado. Por ello, y desde entonces, la cualificación oficial de un legíti-
mo ciudadano de Atenas era ofrecida por su nombre propio, el nombre de su padre
(patronímico) y la indicación demótica, que aludía al pueblo de origen. El pertenecer el
ciudadano a una determinada circunscripción territorial era algo que pasaba, por vía
hereditaria, a los sucesores del que primero había sido inscrito en el registro civil. Era
algo que no se perdía por la ausencia del pueblo de origen.
De todas formas, enseña Mossé,11 es muy difícil considerar la vida del ciudadano
griego de modo uniforme, como se puede intentar con relación al ciudadano de cual-
quier país contemporáneo. Sin embargo, había instituciones que propiciaban la par-
ticipación del individuo en la vida comunitaria. Era un ejemplo la eclesia, o el pueblo
reunido, a cuyas sesiones todos los ciudadanos atenienses tenían teóricamente no solo
el derecho sino el deber de asistir. Estas empezaban con un sacrificio religioso, tras
el cual se realizaba la lectura del informe presentado en el orden del día. Luego de la
lectura había una votación destinada a saber si el proyecto sería votado sin discusión o
si sería discutido, lo que sucedía más frecuentemente.
Según entiende Gilissen,12 la principal contribución de los griegos a la cultura ju-
rídica se debe a sus trabajos sobre el gobierno ideal de la ciudad. Fueron los inven-
tores de la ciencia política, la ciencia del gobierno de la polis. Sus mejores escritores
y filósofos analizaron las instituciones de las ciudades griegas para hacer su crítica y
contraponerle formas ideales de gobierno. Para los pensadores griegos, la fuente del
derecho era la ley.
9
Acácio Vaz de Lima Filho: O poder na Antigüidade: Aspectos históricos e jurídicos, San
Pablo: Ícone, 1999, p. 79.
10
Ibídem, pp. 80-81.
11
Claude Mossé: As instituições gregas, trad. de António Imanuel Dias Diogo. Lisboa: Edições
70, 1985, p. 49.
12
John Gilissen: Introdução histórica ao Direito, trad. de A. M. Hespanha e L. M. Macaísta
Malheiros. Lisboa: Fundação Calouste Gulbenkian, 1986.
896 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS / RENATO SELAYARAM
13
José Reinaldo de Lima Lopes: O Direito na história: Lições introdutórias, San Pablo: Max
Limonad, 2000.
14
Jean-Jacques Maffre: A vida na Grécia antiga, Río de Janeiro: Jorge Zahar, 1989, p. 111.
15
Ibídem.
ANUARIO DE DERECHO CONSTITUCIONAL LATINOAMERICANO 897
Las actividades eran también muy diversas según el lugar en que se viviera —en la
Atenas intramuros, en un gran puerto como El Pireo, en el campo o en la montaña—,
ya que la ciudadanía ateniense no era un atributo de los habitantes de la ciudad de
Atenas, sino de toda el Ática, es decir, la región de Atenas. Lo que todos los ciudada-
nos poseían era un mínimo de derechos civiles, políticos, jurídicos y religiosos, casi
siempre confundidos en un contexto en el que la religión era esencialmente cívica, es
decir, celebrada oficialmente por el Estado, en el ámbito de las fiestas, las ceremonias,
los juegos organizados con y para los ciudadanos. Estos, por su parte, compartían de-
beres que, salvo por discapacidad física, incluían participar en la defensa de la patria,
garantizar los encargos financieros de la ciudad-Estado pagando impuestos en diversas
formas, según sus posesiones, y respetar ciertos usos, ritos y prohibiciones, de confor-
midad con la tradición de la ciudad, sobre todo en la esfera religiosa, bajo la amenaza
de sanciones que podrían llegar a ser muy graves.
La idea de gobierno de los ciudadanos desapareció con el ocaso del mundo clásico y
volvió a surgir a fines de la Edad Media, sobre todo en el Renacimiento, en las ciuda-
des-república italianas, según Rivero.16
Con el paso de los tiempos fueron surgiendo otros poderes, el del emperador y el
del papado, tras los cuales nacería el mundo de los estados nacionales. En ese mundo,
de forma gradual, fue cobrando vida la concepción moderna de ciudadanía. El Estado-
nación también presentaba necesidades que debían ser satisfechas por los ciudadanos:
su manutención por medio de la contribución impositiva y la defensa militar. Pero
ahora ya no era el Estado el que hacía a los ciudadanos: estos precedían al Estado en
sus derechos y prerrogativas y construían un Estado para proteger aquello que ya po-
seían individualmente. Tal es la idea de contrato social.
Marshall 17 identifica tres elementos como componentes de la ciudadanía, aunque
advierte que tal división obedece más a la historia que a la lógica: un elemento civil,
relativo a los derechos necesarios para la libertad individual; un elemento político, ati-
nente al derecho de participar en el ejercicio del poder político, y un elemento social,
que va desde el derecho mínimo de bienestar económico y seguridad hasta el derecho
a participar por completo de la herencia social.
El elemento civil prevé la libertad de ir y venir, la libertad de prensa, pensamiento y
fe, el derecho a poseer propiedad y a concluir contratos válidos, y el derecho a la justi-
cia. Este último difiere de los demás porque es el derecho a defenderse y afirmar todos
los derechos en términos de igualdad con los otros y por el debido camino procesal.
16
Ángel Rivero: Construcción de Europa, democracia y globalización, edición a cargo de
Ramón Máiz, Santiago de Compostela: Universidad, Servicio de Publicaciones e Intercambio
Científico, 2001, p. 696.
17
T. H. Marshall: Cidadania e classe social, 2.a ed., atual. e rev., Brasilia: Senado Federal,
Centro de Estudos Estratégicos, Ministério da Ciência e Tecnologia, 2002, p. 9.
898 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS / RENATO SELAYARAM
Ello, dice Marshall, enseña que las instituciones más estrictamente asociadas con los
derechos civiles son los tribunales de justicia.
Mediante el elemento político, el individuo participa como miembro de un orga-
nismo investido de autoridad política o como elector de los miembros de tal organis-
mo. Las instituciones correspondientes son el parlamento y los consejos de gobierno
local.
El elemento social se refiere a llevar la vida de un ser civilizado con arreglo a los pa-
trones prevalecientes en la sociedad. Las instituciones más íntimamente relacionadas
con él son el sistema educacional y los servicios sociales. En los viejos tiempos, esos
tres derechos estaban fundidos en uno solo. Los derechos se confundían porque las
instituciones estaban amalgamadas.
Cuando los tres elementos de la ciudadanía se alejaron los unos de los otros, pasa-
ron a parecer extraños entre sí. El divorcio entre ellos era tan completo que es posible,
sin distorsionar los hechos históricos, asignar el período de formación de la vida de
cada uno a un siglo diferente —los derechos civiles al siglo xviii, los políticos al xix y
los sociales al xx—. Estos períodos deben ser tratados con una razonable elasticidad,
por cuanto hay algún solapamiento, en especial entre los dos últimos.18
El resultado de esa atomización acabó por suscitar la indignación de los espíritus
bien formados y por provocar la organización de la clase trabajadora. La Constitución
francesa de 1848 reconoció algunos requerimientos económicos y sociales, pero la ple-
na afirmación de esos derechos solo vino a ocurrir en el siglo xx, con la Constitución
mexicana de 1917 y la Constitución de Weimar, de 1919.
18
Ibídem, p. 12.
19
Rodrigo Stumpf González, en Ivete Keil, Paulo Albuquerque y Solon Viola (orgs.): Direitos
humanos: alternativas de justiça social na América Latina, São Leopoldo: Unisinos, 2002.
20
¿Derechos del hombre o derechos humanos? El uso del término derechos humanos es re-
lativamente reciente. Habría sido creado por Eleanor Roosevelt en los años cuarenta, durante el
trabajo desarrollado en la ONU, a partir de la constatación de que, en algunas partes del mundo,
la idea de derechos del hombre era concebida en forma restrictiva, excluyendo los derechos de la
mujer.
ANUARIO DE DERECHO CONSTITUCIONAL LATINOAMERICANO 899
las vertientes del pensamiento occidental es el jusnaturalismo, que posee dos ramifi-
caciones: la de los adeptos del derecho natural como derecho divino, por encima del
poder de los hombres, basada en santo Tomás de Aquino, y la racional, que concibe el
origen del derecho natural a partir del pensamiento humano. Otra concepción, más
moderna, es la de los derechos humanos como construcción histórica, los cuales se-
rían fruto del consenso de la sociedad en un momento dado.
La idea que aquí se procura plantear es la de que los derechos humanos son una
construcción histórica, según la concepción desarrollada por Norberto Bobbio, quien
afirma que no existen derechos determinados en forma inmutable, por encima de la
historia concreta de cada sociedad. Los derechos que se reconocen en cada momento,
aunque este les asigne alguna característica suprahistórica, son fruto de ese contexto
específico y del reconocimiento que les otorgue una determinada sociedad.
Para Altavila,21 los derechos de los pueblos corresponden a su tiempo. Absurdos,
dogmáticos, rígidos, lúcidos o liberales representan, sin embargo, los anhelos y las
conquistas de seres humanos que les alzaron las manos en un gesto de súplica o de
enternecido reconocimiento. En el mismo sentido, Comparato22 asevera que nada
garantiza que falsos derechos humanos —es decir, ciertos privilegios de la mayoría
dominante— no sean asimismo incluidos en la Constitución o consagrados en una
convención internacional bajo la denominación derechos fundamentales.
En los primeros días de 1689, el Parlamento inglés discutió y aprobó el Bill of
Rights, acto que puso nuevos límites a la autoridad de la Corona, aseguró garantías al
Parlamento y nuevas libertades individuales a todos los ciudadanos ingleses.23
En el continente americano, la independencia de las antiguas trece colonias britá-
nicas en 1776, reunidas primero en forma de confederación y enseguida constituidas
en Estado federal, en 1787, representó el acto inaugural de la democracia moderna, que
bajo el régimen constitucional combinó la representación popular con la limitación de
poderes gubernamentales y el respeto a los derechos humanos.
En el análisis de Comparato,24 la propia idea de publicar una declaración de las
razones del acto de independencia, por un respeto debido a las opiniones de la huma-
nidad, constituye una novedad absoluta. Desde ese momento, los jueces supremos de
los actos políticos dejaron de ser los monarcas o los jefes religiosos, para pasar a ser
todos los hombres, indiscriminadamente. En realidad, la idea de una declaración a la
humanidad está estrictamente relacionada con el principio de la nueva legitimidad
política: la soberanía popular.
En la concepción de los fundadores de los Estados Unidos, la soberanía popular se
halla, de ese modo, estrictamente unida al reconocimiento de derechos inalienables
de todos los hombres, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La
Declaración de Derechos de Virginia asevera que todos los seres humanos son, por
21
Jayme Altavila: Origem dos direitos dos povos, 5.a ed., San Pablo: Ícone, 1989.
22
Fábio Konder Comparato: A afirmação histórica dos direitos humanos, 3.a ed. rev. y ampl.,
San Pablo: Saraiva, 2003.
23
Ibídem, p. 177.
24
Comparato: o. cit., p. 102.
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25
Marshall: o. cit., p. 32.
26
Ibídem, pp. 39-40.
ANUARIO DE DERECHO CONSTITUCIONAL LATINOAMERICANO 901
5. Conclusión
En el embrión de los derechos humanos se puede vislumbrar, antes que nada, el na-
cimiento del valor libertad. Sin embargo, no se trataba de la libertad en beneficio de
todos, sin distinciones de condición social, lo que solamente vendría a declararse a
fines del siglo xviii, sino de las libertades específicas, en favor principalmente de los
estamentos superiores de la sociedad, el clero y la nobleza.
Con el establecimiento de los Estados nacionales, el vínculo antes existente con la ciu-
dad pasó a darse con este nuevo ente, y sus relaciones han continuado desarrollándose. A
lo largo de ese desarrollo, los derechos humanos se fueron incorporando a una política
de gobierno. No obstante, hubo momentos en los que la relación ciudadano-Estado pre-
sentó grietas, cuando este no consiguió ofrecer las garantías necesarias para la preserva-
ción de la integridad física o psicológica de aquellos a quien debía proteger.
Dicha protección pasó, entonces, a otra esfera, la del derecho internacional, llevada
a cabo por organizaciones internacionales. La Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 fue el inicio de un movimiento que ha proseguido hasta hoy, en la lí-
nea de su protección más allá de las fronteras de los Estados. Desde esa fecha hasta nues-
tros días, los instrumentos dirigidos al propósito común de salvaguardar los derechos
humanos han formado un corpus juri muy complejo, con reglas de distintos orígenes
(Naciones Unidas, agencias especializadas, organizaciones regionales), diferentes ámbi-
tos (global y regional), asimismo distintos en cuanto a sus destinatarios o beneficiarios
y significativamente en cuanto a su contenido, fuerza y efectos jurídicos desiguales o
variables (desde simples declaraciones hasta convenciones debidamente ratificadas).
La última gran concentración de ultrajes a los derechos humanos ocurrió entre 1930
y el término de la segunda guerra mundial, con la institución del Estado totalitario y
la avalancha de masacres bélicas. Una vez cesadas las hostilidades, las conciencias se
abrieron, por fin, al hecho de que la supervivencia de la humanidad requería que la
vida en sociedad se reorganizara sobre la base del respeto absoluto a la persona huma-
na. El término del conflicto bélico en la mitad del siglo pasado es un divisor de aguas
en lo que concierne a los derechos humanos. Los Estados se posicionaron aspirando al
respeto de la dignidad humana, y lo hicieron mediante la creación de organizaciones
internacionales, tratados y convenciones.
Es incontestable que se debe encontrar un fundamento para la vigencia de los de-
rechos humanos más allá de la organización estatal. Tal fundamento, en última ins-
tancia, solo puede ser representado por la conciencia ética colectiva, la convicción,
larga y ampliamente establecida en la colectividad, de que la dignidad de la condición
humana requiere el respeto de ciertos bienes o valores en cualquier circunstancia, aun-
que no estén reconocidos en el ordenamiento estatal o en documentos normativos
internacionales.
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