Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
1. LA HISTORIA DE LA PENITENCIA
(4) Véase, p. ej., G. VAN Roo, S. J., De sacramentis in genere, Univ. Gregoriana, Roma,
ed 2", 1960, pp. 128 ss.
(5) Ver CONCILIODE TRENTO,Sesión XXI, cap. 2: "Además, declara el Santo Concilio,
que perpetuamente tuvo la Iglesia poder para estatuir o mudar en la administra-
ción de los sacramentos, salva la sustancia de ellos, aquello que según la variedad
de las circunstancias, tiempos y lugares, juzgara que convenía más a la utilidad
de los que los reciben o a la veneración de los mismos sacramentos", Denz-Sch. 1728
(931). (El número entre paréntesis corresponde a las ediciones anteriores a la úl-
tima, y especialmente a la que publicó Herder en castellano). Ver también la Cons-
titución Apostólica de Pro XII, Sacramentum Ordinis, del 30 de noviembre de
1947, DS 3857 (2301) s.
(6) Ver S. HIPOLITODE ROMA, Tradición Apost6líca (ca. 215), oo. Sources chrétien-
nes, n. 11 bis, 21. También S. AMBROSIO,De Sacramentis, 11, 7.
EL NUEVO "ORDEN DE LA PENITENCIA" 197
San Juan Crisóstomo, por ejemplo; ni un sacerdote de rito bizantino puede ce-
lebrar utilizando la anáfora del rito caldeo. Es sabido que dentro de la misma
liturgia latina hay variedad de ritos regionales para la celebración del ma-
trimonio (7). Los ejemplos pueden multiplicarse con sorprendente abundan-
cia.
Este preámbulo titc'lle por objeto disipar una primera dificultad, consis-
tente en suponer que el rito de los sacramentos es algo intangible y que, por ,lo
tanto, no es susceptible de cambios, ni siquieret por parte de la autoridad de
la Iglesia. Hay grupos de católicos, fuertemente tradicionalistas y que no hay
derecho para suponer que sean mal intencionados, que hacen de la invariabi-
lidad de la liturgia un criterio de fidelidad a la Iglesia. Tal postura es insos-
tenible para (luien sea, aunque no en grado de especialista, un poco conoce-
dor de la historia de la Liturgia. Sin embargo, no hay que confundir esa posi-
ción, a veces muy rígida y que en ocasiones puede entrañar hasta un cierto
menosprecio o desafío a la legítima autoridad de la Iglesia, con la más que
justificada preocupación de muchos católicos, obispos, sacerdotes y laicos, al
ver que algunos sacerdotes hacen caso omiso de las leyes litúrgicas de la Igle-
sia, sustituyéndolas por usos o formas arbitrarias, o que a ellos les parecen
adaptadas, pero que en la realidad crean confusión y predisponen a quienes
en ellas participan a no aceptar ni sentirse a gusto en las celebraciones que se
realizan conforme a los ritos auténticos de la Iglesia (8).
Aplicando lo anterior al caso particular del sacramento de la Penitencia,
no debería extrañar que la Iglesia haya creído oportuno revisar su rito como
consecuencia de las directivas del reciente Concilio.
La antigüedad conoció formas muy diferentes de las actuales de celebrar
la Penitencia. Recordemos que durante muchos siglos ,la norma fue la "Peni-
tencia pública", a la cual se admitía a los reos de graves faltas, y que compor-
taba un largo período de ejercicios penitenciales antes de que pudiera obte-
nerse la reconciliación. En muchas regiones esta Penitencia pública podía ha-
(7) Esta variedad está reconocida, y aún en cierta medida sugerida y recomendada.
Ver, p. ej., Sacrosanctum Concilium, nn. 4 y 77. Entre nosotr05, y sin que de ello
pueda culparse al Concilio o a la S. Sede, el tradicional Ritual Toledano, en uso
hasta 1962, ha caído totalmente en desuso; aunque es cierto que, de haberse con-
servado, debiera haber sido revisado confonne a las normas conciliares.
(8) Es oportuno recordar la disposición de la Constitución Sacrosanctum Concilium, del
VATICANOJI, ('u su n. 22. "1. La reglamentación de la sagrada liturgia es de la
competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostó-
lica y, en la medida que detennine el derecho, en el obispo. 2. En virtud del po-
der concedido por el derecho, la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corres-
ponden también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas
territoriales de obispos de distintas clases legítimamente constituidas. 3. Por lo
mismo, que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por
iniciativa propia en la liturgia", Recientemente, el 27 de abril de 1973, la S. CON-
GHEGACION PARA EL CUL'I1ODIVINO,en una circular Eucharistiae participationem,
aprobada y confirmada por el papa PAULOVI, ha reiterado la mencionada disposi.
ción conciliar.
198 TORGE MEDlNA E.
cerse sólo una vez en la vida, y no faltaron iglesias que denegaban la reconci-
liación a los culpables de pecados de excepcional gravedad, a no ser tal vez
en peligro de muerte (9).
Cada vez que la Iglesia ha atenuado el rigor de la penitencia, ha habido
también airadas protestas. Tertuliano, ya rigorista (comienzos del S. 111), hizo
objeto de su crítica al obispo que tuvo la audacia de conceder la reconciliación
a los adúlteros (10). Cuando los monjes celtas, hacia los siglos VI Y VII, intro-
dujeron en el continente europeo el uso de la "penitencia privada", única cono-
cida en sus regiones pero desconocida en Europa, provocaron reacciones por
parte de Obispos y Sínodos continentales (11). Poco a poco la "penitencia pri-
vada" fue practicándose paralelamente con la pública, pero al fin la desplazó
y hacia el siglo XII la antigua forma desapareció.
De todos estos datos, científicamente comprobables y comprobados, flu-
ye una conclusión clara: ningún católico debe extraí'íarse de que la Iglesia,
atendiendo a nuevas situaciones, y sobre todo al bien de los fieles, introduzca
cambios en la disciplina y rito de los sacramentos, y, en nuestro caso, de la
Penitencia, conservando, eso sí, los elementos fundamentales establecidos por
el mismo Señor Jesús y reconocidos como tales por la tradición católica. Al
proceder así, la autoridad de la Iglesia no hace sino realizar un esfuerzo para
que la Iglesia misma cumpla su misión de ser "sacramento universal de salva-
ción" (12), adaptando los instrumentos de salvación a la finalidad que persi-
guen, a fin de poder conseguir mejor, en una época y circunstancia deter-
minadas, diferente de otras épocas y circunstancias, el fruto del misterio pas-
cual de Cristo.
(9) Sobre la cuestión histórica puede verse, p. ej.: M. RIGHETrI, Historia de la Liturgia,
ed. BAC, 1956, vol. II, pp. 741-861; P. M.-GY, La Penitencia, en A.-G. MARTIMORT,
La Iglesia en oración, Herder, Barcelona, 1965, pp. 609-620; P. GALTIER,De Pae-
nitentia, Univ. Gregoriana, Roma, 1956, pp. 181-273; P. ANCIAUX,Histoire de la
discipline pénitentielle et théologie du sacrement de pénitence, en Cahiers de la Ro-
seraie, Bruxelles-Bruges, 1953, pp. 81-121; ID, Le sacrement de la Pénitence, ed.
Nauwelaerts, Lovaina, Paris, 1963, pp. 55-93; etc.
(lO) De pudicitia, I.
(11) Ver P.-M. Gy, o. c., pp. 103 ss.
(12) Ver Lumen Gentium, n. 48.
EL NUEVO "ORDEN DE LA PENITENCIA" 199
pueden darse en ciertos casos sin confesión individual e íntegra por parte de
los penitentes. En efecto, la promulgación de este rito no es más que el cum-
plimiento de un mandato contenido en el n. X de las "Normas pastorales acer-
ca de la concesión de la absolución sacramental de modo general", Normas
que fueron aprobadas y publicadas en forma especial por el Papa Paulo VI
con fecha 16 de junio de 1972 (22). y conviene recordar que este modo extra-
ordinario de celebrar el sacramento de la penitencia había sido explícitamente
reconocido como legítimo, aún fuera de los casos de guerra o peligro de muerte,
por una Instrucción de la S. Penitenciaría Apostólica, de fecha 25 de marzo
de 1944, aprobada por el Papa Pío XII (23).
ciones religiosas personales eon Dios. Eso es verdad, pero no es toda la verdad:
el pecado hiere también a la Iglesia, demuele la comunidad cristiana (25). Por
eso el sacramento de la penitencia incluye una doble reconciliación: con Dios
y con la Iglesia. 0, como piensan algunos te610gos católicos, la reconciliación
con la Iglesia es el g:¡edio de la reconeiliación con Dios (26). Que la Iglesia
sea perjudicada por el pecado dc sus miembros, es algo que no sólo se verifica
en aquellas faltas que ostensiblemente producen daño material o espiritual, el
robo o el escándalo, por ejemplo, sino que también tiene vigencia aún en los
pecados más ocultos, como podría ser el caso de un acto interno de soberbia
o de odio. Tales pecados reducen la vitalidad espiritual de quienes los cometen,
y ese debilitamiento se proyecta necesariamente en una atenuación de su tes-
timonio evangélico y de su acción apostólica, lo que es un perjuicio para la
Iglesia, cuyo testimonio y vigor se ven así disminuidos.
Así como toda la Iglesia es lesionada por el pecado, así también toda
ella tiene un papel en la conversión del pecador. Dejando por el momento a
un lado la eficacia del anuncio de la Palabra de Dios, anuncio en el cual todos
toman o deberían tomar parte como miembros de la comunidad cristiana, aun-
que cada uno según su propia condición, hay que subrayar el papel de la
oración por los pecadores. La conversión no es algo fácil, ni puede llevarse a
cabo por las solas fuerzas humanas: requiere la gracia de Dios que mueva al
pecador a un cambio tan hondo como es el que implica la conversión. Y dentro
de la economía de la salvación, la oración entra en el plan de Dios, que quie-
re conceder sus dones a quienes humildemente reconocen que los necesitan,
y se los piden. Es obvio que si la Iglesia es herida por el pecado de sus hijos,
a ella le compete orar para que Dios les oonceda la gracia de la conversión.
Pero sería incompleto pensar que la Iglesia ora por los pecadores pensando
obtener solamente un "beneficio": el hombre que se convierte se incorpora en
la alabanza a Dios, lo glorifica al experimentar y reconocer su misericordia, se
suma, por así decirlo, a la vida teologal.
El nuevo "Orden" reafirma estas ideas en las instrucciones preliminares
que inculcan el espíritu de la pastoral de la penitencia (27). Hubiera sido de-
seable que estas ideas hubieran aparecido en forma más explícita aún en los
formularios, pero nada impide que el confesor las aproveche en la exhortación
que dirige al penitente individual, o en la homilía que se dirige al grupo de
penitentes.
(25) Uno de los más claros documentos del magisterio sobre el tema es !a Constitución
Apostólica Indulgentiarum doctrino, del papa PAULOVI, fechada el 1\>de enero de
1967. En su n. 4 dice: "Por un oculto misterio de la disposición divina, los hombres
están unidos entre sí con un vínculo sobrenatural, por el cual el pecado de uno
perjudica también a los demás, como también la santidad de uno reporta beneficio
a los otros", y cita a S. AGUSTIN, De baptismo, contra donatistas, 1, 28: PL 43, 124.
(26) Uno de los más conocidos es B. XIBERTA,Clovis Ecclesiae, Roma, 1922.
(27) Ver OP, nn. 3-5.
202 JORCE MEDINA E.
general, los buenos confesores no han omitido una exhortación evangélica que
moviera a la conversión o la robusteciera, antes de conceder la absolución sa-
cramental.
El nuevo "Orden" no sólo reconoce en sus orientaciones preliminares el
valor de la predicación para mover a la conversión (35), sino que prevé en
el mismo rito del sacramento, una lectura o recitación, breve o más extensa,
ele la S. Escritura, acomodada a los casos de celebraciones individuales o comu-
nitarias, y, en su oportunidad, de la correspondiente homilía (36). No cabe
duda que es más difícil integrar este elemento de lectura bíblica en el rito de
la penitencia individual que en las celebraciones comunitarias, pero ello no dis-
pensa de hacer aun allí un esfuerzo, sin tomar como excusa para no hacerlo el
que no se trate de una exigencia rigurosa o preceptiva.
(35) Ver OP, n. 17: "Por la Palabra de Dios el fiel es iluminado para discernir sus pe-
cados, y es llamado a la conversión y a confiar en la misericordia de Dios".
(36) Ver OP, nn. 43, 51, 52, 60.
(37) Ver OP, no sólo en el título, Ordo Paenitentiae, y en el Decreto de Promulgación,
sino también, p. ej., en los nn. 6 (título), 7, 9, 12, IV (título), 38a y b, etc.
(38) Ver A.-C. MARTlMORT, o. e., pp. 287-282; también J. MEDINA, Profundizando mi Fe,
ed. Onac, 1973, p. 56 s.
(39) Ver OP, p. ej., Decreto de Promulgación, el titulo de cada uno de los ritos; además
11 (título), 5 (titulo), 13, 27 (título), etc. En la presentación publicada por el
Osseroatore Romano (ver nota 13), hay un párrafo especialmente dedicado a la de-
nominación del sacramento, en el que se trasluce una manifiesta preferencia por el
nombre de "reconciliación", pero hay que tener en cuenta que dicha p:esentación no
es documento oficial.
(40) Puede verse Profundizando mi Fe, p. 8, y aplicaciones en cada uno de los capítulos
sobre los sacramentos.
204 JORGE MEDlNA E.
generales sigue la forma del antiguo Ritual, pero contiene varios elementos
que corresponden al género literario que hoy se denominaría como un "Direc-
torio litúrgico".
Desde luego, hay que tener presente, como elemento novedoso, que la
reforma litúrgica ha tendido a proponer textos opcionales para las diversas
celebraciones del culto, conservando solamente una fórmula única en ciertas
partes muy importantes de los ritos y, naturalmente, en las palabras esencia-
les, llamadas en la teología sacramental "forma" de los sacramentos (45). Ade-
más, <losnuevos ritos admiten una cierta flexibilidad a fin de permitir su adap-
tación a circunstancias que pueden ser muy diVersas. Dentro de estos márgenes,
y considerando el bien de la comunidad de la Iglesia no menos que el indivi-
dual de los fieles o ciertas categorías de ellos, el ministro puede escoger los
textos que parezcan más apropiados. Deberá tener especial cuidado de no im-
poner a los fieles sus preferencias personales, ni, lo que sería peor, formas no
autorizadas por la Iglesia, lo que bien podría ser considerado un abuso de po-
der, no exento de clericalismo (46).
El "Orden de la Penitencia" contiene dos partes: una oficial y otra extra-
oficial.
El contenido de la parte oficial es el siguiente:
1) "Anotaciones preliminares", que contienen varias orientaciones doc-
trinales, canónicas y pastorales sobre la materia (47).
2) "Capítulo l. Orden (o rito) para la recon.ciliaci6n de penitentes indivi-
duales" (48). Es la parte que corresponde a la forma más común de adminis-
trar este sacramento.
3) "Capítulo II. Orden (o rito) para la reconciliaci6n de varios peniten-
tes con confesi6n y absoluci6n individuales" (49). Se refiere al caso de una ce-
lebraci6n penitencial en que hay varios elementos que se realizan en común
(oraci6n, lecturas bíblicas, homilía, etc.), pero en que cada penitente se acer-
ca al sacerdote para manifestar sus pecados y recibe de él la absoluci6n. Es
una forma más comunitaria del modo ordinario de celebrar el sacramento de
la Penitencia.
4) "Capítulo 1I1. Orden (o rito) para la reconciliaci6n de varios peni-
tentes con confesi6n y absoluci6n generales" (50). Corresponde al modo extra-
ordinario de administrar la penitencia, autorizado por las normas ya citadas
(45) Este principio se aplica aún a la eucaristía, para cuya celebración se han introdu-
cido, en el rito latino, tres cánones o anáforas, fuera del romano. Por desgracia
observamos que en la práctica prevalece ampliamente el empleo casi exclusivo a
veces del 2\> canon, inspirado en la venerable anáfora de S. HIPÓLITO(ver la Tradi-
ción Apostólica, ed. SC, n. 4), con evidente desmedro no sólo del canon romano,
sino también de las otras dos. ¿Habrá que atribuir este hecho a que la 2" anáfora
es la más breve? Podría ser aventurado afirmarlo ...
(46) Ver la nota 8.
(47) Ver OP, nn. 1-40.
(48) Ver OP, nn. 41-47.
(49) Ver OP, nn. 48-59.
(50) Ver OP, nn. 60-66.
206 TORGE MEDlNA E.
(51), en el cual no hay confesión individual de los pecados, sino sólo el reco-
nocimiento genérico de ser pecador y estar arrepentido, y en el que la absolu-
ción se da a todos los presentes en la celebración.
5) "Capítulo IV. Textos diversos que pueden usarse en la celebración
de la reconciliación, ji)) para la reconciliación de un penitente; 29) para la re-
conciliación de varios penitentes" (52). Hay indicaciones para las lecturas bíbli-
cas y oraciones del ministro y del o de los penitentes.
6) "Apéndice l. De la absolución de las censuras" y "De la dispensa de
la irregularidad" (53). Son textos muy breves sobre estas materias.
El resto del volumen, o sean los Apéndices II y III, está constituido por
publicaciones oficiosas de la S. Congregación para el Culto divino, y son una
ayuda para las Conferencias Episcopales y para los sacerdotes en el ejercicio
del ministerio de la reconciliación.
1) El "Apéndice II" (54) contiene indicaciones para las celebraciones
penitenciales sin absolución, las que es preciso distinguir cuidadosamente de
las formas del sacramento de la penitencia indicadas en los números 3 y 4 an-
teriores (Capítulos II y III), correspondientes a la parte oficial. Hay, además,
esquemas para celebraciones de este tipo en tiempos de Cuaresma y Adviento,
para celebraciones comunes, y para ciertas categorías de penitentes (55).
2) El "Apéndice III" presenta un esquema de examen de conciencia,
o reflexión sobre la propia vida, a la luz del Evangelio, cuya finalidad es des-
cubrir los campos o materias en que debe concretarse la conversión (56).
Cada una de las partes del "Orden de la Penitencia" merece atención
y debe ser objeto de estudio especialmente por parte de los sacerdotes, minis-
tros del sacramento. Es indudable que el aprovechamiento de este texto litúr-
gico supone un esfuerzo, como lo requiere cualquier acción pastoral seria y
responsable. La libertad de opción que se entrega con frecuencia al ministro
exige de éste que no se contente con un modelo único y estereotipado, sino que
utilice la variedad de que dispone, para el mejor servicio de los fieles. Hoy,
como siempre, es preciso atender a la pastoral de la penitencia, basada en una
formación doctrinal sólida acerca de este sacramento.
siempre debe conservarse en su integridad. Los nuevos textos que las Confe-
rencias compongan, deben ser sometidos a la aprobación de la S. Sede (64).
TeolO!lla - 9
210 JORGE MEDlNA E.
absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espí-
ritu Santo" (77).
tud externa, como podría ser arrodillándose, y luego los penitentes recitan la
"confesión general" (95).
c) Absolución general. El sacerdote pronuncia la fórmula de la abso-
lución, para la cual hay dos textos opcionales, el primero más amplio y el
segundo igual al de la ahsolución, pero en plural (96).
El resto del rito es como en las letras h), i) Y j) del número anterior.
Obviamente, también en este lihro hay posibilidad de abreviar varios
elementos, conservando alguna lectura bíblica, la instrucción señalada en a),
la imposición de obras penitenciales, la confesión general y la absolución ge-
neral (97). Si el peligro de muerte fuera inminente (recordemos que tal ra-
zón es sólo una de las legítimas, no la única), el rito se reduce a la fórmula
esencial (98).
parte de sacerdotes y fieles. Hay que hacerse el ánimo para realizar un es-
fuerzo pastoral serio si se quiere que dé los frutos que de él se esperan. Si
se le recibe como un simple cambio de rúbricas, podría mirárselo con des-
agrado y llegarse lastimosamente a un cambio puramente externo y no a la
profundización en el sentido y valor de la penitencia en la vida cristiana.
Sería muy deseable que los Obispos dieran un apoyo sólido al trabajo
de información y reflexión pastoral del clero sobre los nuevos ritos de los sa-
cramentos. Sólo así podrá evitarse un doble escollo: el de no percibir sino un
cambio de formas externas y el de considerar los nuevos ritos como indepen-
dientes de toda tradición (101). El Año Santo de 1974, orientado por el San-
to Padre Paulo VI hacia la reconciliación, es una oportunidad excelente en lo
<Iue se refiere a la Penitencia, el sacramento de la reconciliación.
Por desgracia, muchas de las reformas litúrgicas realizadas a partir del
Concilio Vaticano I1, y en obedecimiento a sus decisiones, no han sido aún
pastoralmente asimiladas. La pastoral litúrgica, clave en la vida de la Iglesia,
no logra aún superar un cierto pragmatismo rubricista.
Con la publicación de los nuevos ritos de la Penitencia, que completan
la revisión del ritual de los sacramentos, sería llegado tal vez el momento de
centrar el esfuerzo pastoral en este campo, que es como el corazón de la
Iglesia.
La actual variedad y los numerosos textos opcionales son un verdadero
desafío a los Pastores del pueblo de Dios para reflexionar repetidamente sobre
el bien espiritual de los fieles y para adaptarse a él con toda la agilidad y
sensibilidad que él requiere.
Como siempre, un cambio en la letra no traerá mágicamente ventajas
sorprendentcs; siempre habrá (Iue recordar que es el espíritu el que vivifica.