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TRABAJO PRÁCTICO 1

BAUMAN: SOCIOLOGÍA ¿PARA QUÉ?


Los cuerpos de conocimiento de la historia, derecho, economía, ciencias políticas, sociología tienen mucho en
común. Todas se ocupan del mundo hecho por el hombre: de la parte del mundo que lleva la huella de la
actividad humana (y que no existiría sin esta), discuten las acciones de los seres humanos y sus consecuencias.
Exploran el mismo territorio.
Las divisiones entre los diversos cuerpos de conocimiento deben reflejar las divisiones del mundo que
investigan. La sociología se concentra en las acciones actuales o en las cualidades generales de las acciones
que no cambian con el tiempo y centra su atención en las acciones que tienen lugar en nuestra sociedad o en
los aspectos de la acción que no varían de una sociedad a otra.
Las diferencias entre las disciplinas académicas no reflejan la división natural del mundo humano. Es, por el
contrario, la división del trabajo entre los académicos que se ocupan de las acciones humanas lo que se
proyecta sobre el mapa mental del mundo humano que llevamos en nuestras mentes y después desplegamos
en nuestros actos. Es esa división del trabajo la que da una estructura al mundo en que vivimos.
¿En qué difieren las prácticas de las diversas ramas de estudio? En primer lugar no hay prácticamente ninguna
diferencia entre sus actitudes hacia lo que seleccionan como objeto de estudio. Todas obedecen a las mismas
reglas de conducta frente a estos (se esfuerzan por reunir los hechos relevantes; tratan de asegurarse de que
sus hechos son correctos, de que han sido verificados y por lo tanto la info es confiable; intentan formular
propuestas claras y sin ambigüedades procurando eliminar las contradicciones entre ellas y que sean
confrontables con la evidencia de la que afirman derivar). Todas tratan de obtener y presentar resultados de
una manera responsable (de la manera que lleve a la verdad). Así que, no hay diferencia alguna en como la
tarea de los expertos y su marca (la responsabilidad académica) se entienden y se practican.
La posibilidad de hallar “la diferencia que hace la diferencia” está en el tipo de preguntas típicas de cada rama
de la investigación. Preguntas que determinan la perspectiva cognitiva desde la que las acciones humanas son
contempladas, exploradas y descriptas por los académicos pertenecientes a las diferentes disciplinas, y los
principios utilizados para ordenar la info generada y organizarla en un modelo determinado aspecto de la vida
humana.
Lo que identifica a la sociología y le otorga su rasgo distintivo es considerar las acciones humanas como
elementos de elaboraciones más amplias, es decir, de una disposición de los actores aprisionados en una red
de interdependencia mutua (estado en el que la probabilidad de que se realice una acción y su éxito
dependen de lo que los actores son, hacen o pueden hacer). Los sociólogos se preguntan qué consecuencias
tiene esa interdependencia para el comportamiento real y posible de los actores humanos.
Pregunta central de la sociología: En qué sentido tiene importancia que en cualquier cosa que hagan o puedan
hacer las personas dependan de otras personas; En qué sentido tiene importancia que vivan siempre e
inevitablemente en compañía de, en comunicación, en intercambio, en competencia, en cooperación con
otros seres humanos? Pregunta que constituye su dominio de discusión y la define como una rama autónoma
de las ciencias humanas y sociales.
Entre las diferentes formas de pensar de la que la sociología se diferencia, es especial la del llamado sentido
común (ese conocimiento rico pero desorganizado, asistemático e inarticulado del que nos valemos para la
vida diaria). Sin embargo, las relaciones entre sc y socio están llenas de problemas decisivos para su naturaleza
y su práctica.
Toda la experiencia que proporciona la materia prima para las conclusiones de la sociología (el material del
que está hecho el conocimiento sociológico) es la experiencia de la gente común, en la vida común y
cotidiana; una experiencia que, antes de ser analizada por el sociólogo ha sido vivida por alguien más: un no
sociólogo. Todo aquello de lo que la sociología habla estuvo ya en nuestras vidas, puesto que de otro modo
seriamos incapaces de manejar nuestros asuntos. Vivir en compañía es de otras personas requiere una gran
cantidad de conocimiento; y ese conocimiento se llama “sentido común”.
Lo que la sociología hace es mostrarnos el significado de lo que hacemos, cómo nuestras biografías
individuales se entretejen con la historia que compartimos con los nuestros, lo social en lo individual. De todas
formas, el punto de partida siempre será la experiencia vital de todos los días que las personas compartimos,
el conocimiento puro que satura la vida cotidiana de todos nosotros. Por esta razón, los sociólogos, no pueden
apartarse completamente de su conocimiento íntimo de la experiencia que tratan de comprender.
La soberanía de la sociología sobre el conocimiento social, su derecho a pronunciarse con autoridad sobre el
tema, siempre puede ser cuestionada. Por eso, para la identidad de la sociología como cuerpo coherente de
conocimiento, es importante trazar un límite entre el conocimiento sociológico propiamente dicho y el sentido
común. Pueden identificarse por lo menos cuatro diferencias fundamentales entre ambos:
1) La sociología (a dif del sc) hace un esfuerzo por subordinarse a las rigurosas reglas del discurso
responsable que se supone que es un atributo de la ciencia. Los sociólogos deben abstenerse de
formular ideas que solo se sustentan en sus creencias como si se tratara de conclusiones verificadas y
que implican la autoridad de la ciencia. Las reglas del discurso responsable exigen que el
procedimiento que llevo a las conclusiones finales y que garantiza su credibilidad esté abierto a un
examen público ilimitado.
2) El tamaño del campo del que se extrae el material para el juicio. El hecho de que los sociólogos
adopten una perspectiva más amplia que la que ofrece el mundo de los individuos significa una gran
diferencia; no solo cuantitativa (más datos, más hechos, estadísticas en lugar de casos aislados), sino
una diferencia en la calidad y los usos del conocimiento.
3) Modo en que cada uno procede para explicar la realidad humana. La sociología se opone a la visión
personalizada del mundo (sc). Como sus observaciones parten de abstracciones (redes de
dependencia) y no de actores individuales puede demostrar que la metáfora del individuo motivado
como clave para la comprensión del mundo humano (incluyendo nuestros pensamientos y actos más
personales) es incorrecta. Cuando pensamos sociológicamente intentamos explicar la condición
humana a través del análisis de las múltiples interdependencias humanas, esa dura realidad que
explica tanto nuestras motivaciones como los efectos de su realización.
El poder del sc sobre la manera en que entendemos el mundo y a nosotros mismos depende del
aspecto aparentemente autoevidente de sus preceptos. Esto descansa también en la naturaleza
rutinaria y monótona de la vida cotidiana que informa a nuestro sc (y es informada por él). Cuando se
las repite mucho, las cosas se tornan familiares y lo familiar es auto-explicativo (invisibles). No hay
lugar para las preguntas porque las cosas y personas “son como son”. La familiaridad es enemiga de la
curiosidad y la crítica, y por ende de la innovación y el cambio.
4) La sociología actúa como un intruso en ese mundo familiar regido por habitas y por creencias que se
realimentan recíprocamente, perturba nuestra tranquila forma de vida con preguntas. Esas preguntas
des-familiarizan lo familiar. Ponen en tela de juicio la forma de vida habitual, y aparece como solo una
de las formas de vida posible y no la natural ni la única.
Al cuestionar nuestro conocimiento del sc, la socio nos impulsa a reevaluar nuestra experiencia, a descubrir
más interpretaciones posibles y a tornarnos algo más críticos, a aceptar cada vez menos las cosas como
actualmente son o como creemos que son.
El principal servicio de pensar sociológicamente es hacernos más sensibles (entender que los aspectos de
nuestras vidas fueron creados por medio del ejercicio del poder y los recursos hum). El pensamiento
sociológico tiene el poder de antifijador. Favorece la solidaridad fundada en la comprensión y el respeto
mutuos.

DURKHEIM: LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLÓGICO


El método no tiene nada de revolucionario, es en cierto sentido conservador, considera los hechos sociales
como cosas cuya naturaleza no podemos modificar a voluntad. Denominación racionalista (ni materialista ni
espiritualista): el objetivo principal es extender a la conducta humana el racionalismo científico.
Proposición básica del método según la cual los hechos sociales deben tratarse como si fueran cosas. No
quiere decir que los hechos sociales son cosas materiales, sino que son cosas como las cosas materiales,
aunque de otra manera. Es mantener frente a ellos una actitud mental determinada; abordar su estudio
partiendo del principio de que ignoramos por completo lo que son, y que no podemos descubrir sus
propiedades características ni siquiera desde la introspección más atenta. Es preciso que, al penetrar en el
mundo social, el sociólogo tenga conciencia de que penetra a lo desconocido.
Otra proposición presenta los fenómenos sociales como exteriores a los individuos. Siempre que se combinan
elementos diferentes y de ellos resultan, por el hecho mismo de su combinación, otros elementos nuevos, es
preciso comprender que estos últimos pertenecen, no al ámbito de los elementos, sino al del todo formado
por su unión. Aplicando este principio a la sociología, se admite que, la síntesis sui generis que constituye toda
sociedad produce fenómenos nuevos, distintos a los que acontecen en las conciencias solitarias, tales hechos
específicos residen en la sociedad misma que los produce y no en sus miembros. Es en este sentido que son
exteriores a las cc individuales.
Así queda justificada la separación establecida entre la psicología y la sociología. Los hechos sociales se
diferencian de los hechos psíquicos porque tienen otro sustrato, no evolucionan en el mismo medio ni
dependen de las mismas condiciones. Los estados de la cc colectiva son de una naturaleza diferente a la de los
estados de cc individuales. Y la mentalidad de los grupos no es la de los individuos, tiene sus propias leyes.
Para comprender como la sociedad se representa a sí misma y al mundo que la rodea, es necesario considerar
la naturaleza de la sociedad y no la de los individuos particulares. Los símbolos bajo los cuales piensa cambian
según ella es. En ningún caso puede la sociología tomar prestada de la psicología alguna de sus proposiciones
para aplicarla a alguno de los hechos sociales. El pensamiento colectivo en su totalidad, debe ser estudiado en
sí mismo y por sí mismo.
Hechos sociales: consisten en maneras de hacer o de pensar, y se los reconoce por la particularidad de que
son susceptibles de ejercer influencia coercitiva sobre las conciencias individuales. Lo extraordinario de la
coacción social se debe al prestigio del que están investidas ciertas representaciones. Las creencias y las
prácticas sociales actúan sobre nosotros desde afuera. Todo lo que es real tiene una naturaleza definida que
se impone y en el fono esto es lo que tiene de singular el concepto de la coerción social, pues implica que las
maneras colectivas de actuar o de pensar tienen una existencia propia. El individuo las encuentra ya formadas
y no puede modificarlas a su voluntad.
No hay duda de que el individuo participa en su formación. Pero, para que haya un hecho social, es preciso
que varios individuos hayan combinado su acción y que de esa combinación resulte un producto nuevo. Y
como esa síntesis tiene lugar fuera de cada uno de nosotros, tiene necesariamente como efecto el fijar,
instituir fuera de nosotros ciertas maneras de obrar y ciertos juicios que no dependen de cada voluntad
particular.
La palabra institución refiere a todas las creencias y todos los modos de conducta instituidos por la
comunidad; puede entonces definirse la sociología como la ciencia de las instituciones, su génesis y su
funcionamiento.

La sociología solo pudo nacer cuando se presintió que los fenómenos sociales, pese a no ser materiales, no
dejan de ser cosas reales que ameritan estudio. Hubo que entender que existen de manera definida, que
tienen una manera de ser constante, una naturaleza que no depende de lo arbitrario individual y que de ella
derivan relaciones que son necesarias.
Principio fundamental: la realidad objetiva de los hechos sociales.

DURKHEIM: EL SUICIDIO

La sociedad es un poder que regula los sentimientos y la actividad de los individuos. Existe una relación entre
la manera de ejercer esta acción reguladora y el porcentaje social de los suicidios.

Es conocida la influencia agravante que tienen las crisis económicas sobre la tendencia al suicidio, y aun mas,
crece sobre todo en el momento en que la crisis se agudiza.

En efecto, si las muertes voluntarias aumentan cuando la vida se hace más ruda, deberían disminuir
sensiblemente cuando el bienestar aumenta. Ahora bien: si cuando el precio de los artículos de primera
necesidad se eleva con exceso (crisis eco), los suicidios, generalmente, hacen lo mismo, no se comprueba que
desciendan por debajo del término medio en el caso contrario. Los tiempos dichosos, que acrecientan
bruscamente la prosperidad de un país, influyen lo mismo en el suicidio que los desastres económicos.
Tampoco contribuye el crecimiento de la miseria al de los suicidios.

Se encuentran casos que demuestran que el desastre económico no tiene la influencia agravante que se le ha
atribuido a menudo, y demuestran el efecto contrario. Hasta se podría decir que la miseria protege.

Entonces, si las crisis industriales o financieras aumentan los suicidios, no es por lo que empobrecen, ya que
las crisis de prosperidad tienen el mismo resultado: es porque son crisis, es decir, perturbaciones de orden
colectivo.
Toda rotura de equilibrio, aun cuando de ella resulte un bienestar más grande y un alza de la vitalidad general,
empuja a la muerte voluntaria.
Cuando se producen en el cuerpo social graves reorganizaciones, ya sean debidas a un súbito movimiento de
crecimiento o a una catástrofe inesperada, el hombre se mata más fácilmente.

En el hombre la naturaleza no asigna a las necesidades el límite que les sería preciso. Por consecuencia, en
cuanto dependen del individuo solamente, son ilimitadas. Entonces, si nada viene a contenerla desde afuera,
los deseos ilimitados son insaciables por definición, sobrepasan siempre e indefinidamente los medios de que
disponen.
Cuanto más se tenga, más se querrá tener, porque las satisfacciones recibidas no hacen más que estimular las
necesidades, en lugar de calmarlas.

Es preciso que un poder regulador desempeñe para las necesidades morales el mismo papel que el organismo
para las necesidades físicas. Este poder no puede ser más que moral. Es la conciencia, solamente, la que
puede proporcionar los medios para reestablecer el equilibrio. La coacción natural no produce efectos en el
hombre, estos deben recibir la ley de justicia de una autoridad que respeten. La sociedad, entonces,
desempeña el papel moderador, es el único poder moral superior al individuo y cuya superioridad este acepta.
Hay una verdadera reglamentación que fija, con una precisión relativa, el máximo bienestar que cada sociedad
puede buscar o alcanzar. La escala no es inmutable, cambiará según la renta colectiva crezca o disminuya, y
según los cambios que experimenten las ideas morales de la sociedad.
El ideal económico asignado a cada categoría de ciudadanos está comprendido entre ciertos límites, dentro de
los cuales los deseos pueden moverse con libertad. Pero no es ilimitado, esta limitación relativa es la que hace
que los hombres estén conformes con su suerte, a la vez que los estimula a mejorarla; y este grado de
satisfacción es el que produce ese sentimiento de goce tranquilo y activo, que es la característica de la salud.

Solamente cuando la sociedad esta perturbada, ya sea por crisis dolorosas o felices, por demasiadas
repentinas transformaciones, se vuelve transitoriamente incapaz de ejercer su acción reguladora, y es aquí
donde vienen las bruscas ascensiones de la curva de los suicidios.
Los desastres económicos arrojan a muchos individuos a una situación inferior, es preciso que rebajen sus
exigencias y que restrinjan sus necesidades, debe rehacerse su educación moral. La sociedad no puede
someterlos en un instante a la vida nueva, al aumento de continencia al que no estaban acostumbrados. De
esto resulta que no están ajustados a la condición que se les crea, y que hasta su perspectiva les es intolerable.
Lo mismo ocurre si la crisis tiene por origen un brusco acrecentamiento del poderío y de la fortuna. Como las
condiciones de vida cambian, la escala que regula las neces. debe variar para determinar la parte que le
corresponde a cada categoría de productores.
Hace falta tiempo para que los hombres y las cosas sean de nuevo clasificados por la cc pública. Hasta que las
fuerzas sociales no encuentren el equilibrio, roda reglamentación será defectuosa por algún tiempo.

El estado de irregularidad (o anomalía) esta reforzado por el hecho de que las neces./pasiones se encuentran
menos disciplinadas en el momento en que necesitarían una disciplina más fuerte. Sus mismas exigencias las
hacen imposibles de satisfacer, van siempre más allá de los resultados.
Al mismo tiempo, la lucha se hace más violenta y más dolorosa, a la vez que esta menos regulada y que las
competencias son más ardientes. Todas las clases están en lucha, porque ya no hay clasificación establecida.

Si la pobreza protege contra los suicidios, es porque, en sí misma es un dreno. Cuanto menos se posee, menos
extiende el círculo de necesidades. La impotencia, que constriñe a la moderación, a la vez nos acostumbra a
ella.
La riqueza, al contrario, por los poderes que confiérenos da la ilusión de que engrandecemos por nosotros
mismos. Se disminuye la resistencia que oponen las cosas. Cuanto menos limitado se siente el individuo, más
insoportable le parece toda limitación.

Hay una esfera de la vida social que está actualmente en estado crónico: la del mundo del comercio y de la
industria.
La religión ha perdido la parte más grande de su imperio. La industria, en vez de continuar siendo considerada
como un medio al servicio de un fin que sobrepasa, se ha convertido en el fin supremo de los individuos y de
las sociedades y los apetitos que puso en juego se encuentran liberados de toda autoridad que los limite.
Este desencadenamiento de los deseos ha sido agravado por el desarrollo mismo de la industria y la extensión
casi indefinida del mercado. El estado de crisis y de anomalía es constante y normal. Las pasiones se han
elevado sin saber dónde posarse y nada puede calmarlas porque su objetivo está infinitamente más allá de lo
que pueden alcanzar. Cuando ningún límite es aceptado, cuando no se tiene otro objetivo que sobrepasar
continuamente el lugar que se ha alcanzado, esta misma desorganización vuelve más vulnerables a los
hombres.
Las funciones industriales y comerciales están entre las profesiones que proporcionan más suicidios y si entre
los suicidas de la industria se distinguiera a los patrones de los obreros, son los primeros los que están más
afectados por el estado de la anomia. Son los de mayor fortuna quienes más sufren. Es porque todo lo que
obliga a la subordinación atenúa a los efectos de este estado de anomia. Las clases inferiores tienen al menos
su horizonte limitado por aquellas que les están superpuestas, y por eso mismo, sus deseos son más definidos.

La anomia es un factor regular y especifico de suicidios. Es un nuevo tipo de suicidios que debe distinguirse de
los otros, difiere de ellos en cuanto depende, no de la manera de estar ligados los individuos a la sociedad,
sino del modo como ella los reglamenta:
El suicidio egoísta procede de que los hombres no perciben ya la razón de estar en la vida.
El suicidio altruista de que esta razón les parece estar fuera de la vida misma.
El suicidio anómico procede de que su vida ha sido alterada y por esta razón sufren.
El egoísta y el anómico no dejan de tener relaciones de parentesco, ambos se producen por no estar la
sociedad lo suficientemente presente en la vida de los individuos. Pero la esfera donde está ausente no es la
misma: en el egoísta es a la actividad propiamente colectiva a quien hace falta, dejándola desprovista de freno
y significación. En el anómico son las pasiones propiamente individuales las que la necesitan y quedan sin
norma que las regule.

Pero no solo la anomia económica puede engendrar el suicidio. Existen suicidios que tienen lugar cuando se
inicia la crisis de la viudez y que se deben, en efecto, a la anomia domestica que resulta de la muerte de uno
de los esposos. Se origina, entonces, un trastorno en la familia y el superviviente sufre la influencia. No está
adaptado a la nueva situación que le acontece y por eso se mata más fácilmente.
Hay otra variedad de suicidio anómico que es aún más crónico y sirve para aclarar la naturaleza y las funciones
del matrimonio. El número de suicidios varía con el de los divorcios y las separaciones. Los suicidios de
divorciados son incomparablemente superiores en número a los que proporcionan otras partes de la
población. Así, los divorciados de ambos sexos se matan tres veces más que los casados (aunque sean más
jóvenes) y más que los viudos (a pesar de la agravación que les supone a estos la edad avanzada.
El número elevado de los suicidios en los países donde el divorcio está extendido, es porque el origen del mal
se encuentra, en alguna particularidad del matrimonio o de la familia.
Tanto más favorece el matrimonio a la mujer con respecto al suicidio, cuanto más practicado es el divorcio, y
viceversa (cuanto menos divorcio, más suicidio de mujeres). Consecuencias:
Solamente los esposos contribuyen a esta elevación del porcentaje de los suicidios, que se observa en las soc
donde los divorcios son frecuentes. Es en el estado del matrimonio y no en la constitución de la familia donde
se encuentra la causa del fenómeno. Es muy posible que el matrimonio obre en sentido inverso sobre el
marido que sobre la mujer, sus intereses son diferentes y a menudo antagónicos.
Matrimonio: reglamentación de las relaciones de los sexos, que se extiende no solo a los instintos físicos, sino
también a los sentimientos estéticos y morales. Como las pasiones no dependen directamente de las
necesidades orgánicas es necesarios una reglamentación social. Como no hay nada en el organismo que las
contenga, es preciso que sean contenidas por la sociedad, y esta es la función del matrimonio. Regula toda
esta vida pasional.
Ahora bien, el divorcio implica un debilitamiento de la reglamentación matrimonial. Donde está establecido, y
donde el derecho y las costumbres facilitan su práctica, el matrimonio solo es una forma debilitada de sí
mismo. Tendrá menor utilidad. El límite que pone al placer no tiene la misma solidez; si es fácilmente
quebrantado, contiene menos enérgicamente la pasión.
En la mujer las necesidades sexuales tienen un carácter menos intelectual, ya que es un ser más instintivo (su
vida psíquica esta menos desarrollada). Entonces, una reglamentación social tan estrecha como el matrimonio
no le es necesaria. Para ella, el matrimonio no es útil para limitar sus deseos que son naturalmente limitados,
pero le impide cambiarlos y esto le resulta intolerable. La regla, es una molestia sin grandes ventajas. Y por eso
el divorcio la protege.

Es, el estado de anomia conyugal, producido por la institución del divorcio, el que explica el desarrollo paralelo
de los divorcios y los suicidios. Por consiguiente, estos suicidios de esposos que, en los países donde hay
muchos divorcios, elevan el número de las muertes voluntarias, constituyen una variante de suicidio anómico.
Resultan de una constitución moral sui generis que tiene por causa el debilitamiento de la reglamentación
matrimonial.
SEMINARIO DE FUNDAMENTOS CLÁSICOS DE LA SOCIOLOGÍA: CENTENARIO DE “EL SUICIDIO”,
DE DURKHEIM

Relación entre individuo y sociedad: el ser humano se ve continuamente desbordado por la realidad colectiva.
Durkheim pretende demostrar que la sociedad existe, y que si las personas no se matan es porque
pertenecen a una sociedad que las protege. Y con esto da pie a la institucionalización de la sociología (su
objetivo).

Cada tipo de sociedad marca su propio ritmo, esta desarrolla fuerzas reales que determinan la conducta del
ser humano. La estructura de la sociedad obliga a los seres humanos a actuar de una forma determinada,
incluso a pensar ideas fijas. Lo que importa es que existen leyes sociales y la sociología es una ciencia que
puede y debe ser objetiva, que puede y debe analizar las leyes de la soc. Quiere demostrar que existe la
sociedad como una realidad supraindividual, y que es posible definir sus leyes. El suicidio no es más que una
excusa para demostrar ambas hipótesis.
El estudio de D sobre el suicidio es el mejor ejemplo del método de análisis de la sociedad que propone en “las
reglas del método sociológico”, se interesa por variaciones en las tasas de suicidios en grupos sociales
diferentes. Utiliza la estadística y el método comparativo. Es el primer estudio metodológicamente
cuantitativo que analiza socialmente eventos históricos.
Define al suicidio como “todo caso de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto positivo o
negativo, ejecutado por la propia víctima, a sabiendas de que habría de producir ese resultado”. Al ser un acto
individual y afectar únicamente al individuo, parecería que dependiera solo de factores individuales y por ende
a la incumbencia psicológica. Sin embargo, si se consideran los suicidios en conjunto ocurridos en una
sociedad y momento dado, se comprueba que el total así obtenido constituye por sí mismo a un hecho nuevo
y sui generis que tiene su unidad y su individualidad y, por consiguiente, su naturaleza propia, y que, esta es
eminentemente social.
Define al suicidio y sus causas como hechos sociales. Solo se explican de forma sociológica ya que se produce
en función de condiciones sociales. La unidad de análisis es la sociedad. Según D la soc. es una realidad
ambigua, esta y los fenómenos sociales no pueden reducirse a fenómenos individuales. Sin embargo es algo
más que la suma de un grupo de seres hum., es un todo dinámico que debe ser entendido de manera
autónoma y que tiene existencia propia. El servicio más importante que presta a sus miembros es desarrollar e
imponer una definición particular de realidad, así como una organización moral del mundo.
El autor propone el concepto de sociedad como una institución que regula por naturaleza a los hechos
sociales (como el suicidio). Es quien transmite la autoridad necesaria a la hora de impartir las reglas morales,
estando compuesta por los elementos supraindividuales de la vida social. A la vez que sobrepasa al ser
humano también forma parte de él, de manera que los valores que conforman el sentir social configuran su
personalidad.
La conciencia común es un sistema de creencias y sentimientos compartidos por todas las personas de la soc.
que define el conjunto de sus relaciones. Cada persona está sometida a una realidad que la desborda, que es
la realidad colectiva, en esta última se encuentra la conciencia común. La cc colectiva dirige los destinos de las
personas que integran la soc. imponiendo normas morales a cada una de ellas.
La sociedad es un sistema de orden, de disciplina. Se incluye un aspecto regulador, tanto sobre el complejo de
normas como sobre los mecanismos que obligan a cumplirlas. La sociedad es un estado de nomía, de control.
El orden social es disciplinario y limitador. De esta y no de la naturaleza se reciben las condiciones necesarias
para el desarrollo individual.

TRABAJO PRÁCTICO 2
GUTIÉRREZ: LAS PRÁCTICAS SOCIALES INTERNALIZADAS O LO SOCIAL HECHO CUERPO.
1- El hábitus: principio de generación y de percepción de las prácticas.
Bourdieu retoma la noción de hábitus de la filosofía clásica, conservando el sentido fundamental de condición,
manera de ser, estado de cuerpo, disposición duradera, pero integrando este concepto a una teoría original de
las relaciones entre las estructuras objetivas y subjetivas.
En efecto, el concepto de hábitus permite articular lo individual y lo social, las estructuras internas de la
subjetividad y las estructuras externas, y comprender que ambas son dos estados de la misma realidad, de la
misma historia colectiva que se inscribe a la vez en los cuerpos y en las cosas.
El H como función de reproducción social: es principio de la producción de diferencias sociales, generador y
unificador de las conductas y de las opiniones, porque tiende a reproducir el sistema de las condiciones
objetivas de las que es producto.
Acción pedagógica (trabajo de inculcación, socialización): el H es producto de la interiorización de los
principios de una arbitrariedad cultural capaz de perpetuarse una vez terminada la socialización y de este
modo, perpetuar en las prácticas estos principios de arbitrariedad interiorizada.
El trabajo pedagógico tiende a reproducir las condiciones sociales de la producción de la arbitrariedad cultural,
por la mediación del H como principio generador de las prácticas reproductoras de las estructuras objetivas.
Hábitus como:

sistema de disposiciones duraderas y transferibles


estructura estructurada
predispuesta a funcionar como estructura estructurante, es decir, como principio generador y
organizador de prácticas y representaciones
que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines
ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos
objetivamente “regladas” y “regulares” sin ser en nada el producto de obediencia a reglas
y, siendo todo esto, colectivamente orquestado, sin ser el producto de la acción organizadora de un
director de orquesta.
Se trata de aquellas disposiciones a actuar, percibir, valorar, sentir y pensar de una manera que han sido
interiorizadas por el individuo en el curso de su historia. El H es la historia hecha cuerpo.
Es estructura estructurada, producto de la historia, es lo social incorporado, que se ha encarnado de manera
duradera en el cuerpo, como una naturaleza socialmente construida.
Es un estado del cuerpo que adoptan las condiciones objetivas incorporadas convertidas así en disposiciones
duraderas, maneras de moverse, hablar, pensar, sentir que se presentan con todas las apariencias de una
naturaleza.
Por otro lado, al ser inculcado dentro de las posibilidades y las imposibilidades, las libertades y las
necesidades, las facilidades y las prohibiciones, inscritas en las condiciones objetivas, estas disposiciones
objetivas (lo pensable y lo no, lo que es para nosotros y lo que no lo posible y lo no) son objetivamente
compatibles con esas condiciones, y de alguna manera, preadaptadas a sus exigencias.
Siendo el producto de una clase determinada de regularidades objetivas, el H tiende a engendrar conductas de
“sentido común”, que son posibles en los límites de esas regularidades y tiende al mismo tiempo a excluir
rodas las conductas condenadas a ser negativamente sancionadas por incompatibles con las condiciones
objetivas.
En consecuencia, el H es, por un lado objetivación de condiciones objetivas y, por otro, es principio a partir del
cual la persona define su acción en las nuevas situaciones que se le presentan, según las representaciones que
ya tiene. Es recurso y limitación.
En tanto estructura estructurante el H se constituye en un esquema generador y organizador, tanto de las
prácticas sociales como de las percepciones y apreciaciones de las propias prácticas y de las de los demás.
2- Hábitus y práctica: el sentido práctico y la práctica como estrategia
Las prácticas y las representaciones generadas por el H son el producto de un sentido práctico, es decir, de
una aptitud para moverse, actuar y orientarse según la posición ocupada en el espacio social.
El sentido práctico tiene a la vez un sentido objetivo y un sentido subjetivo: es producto de las estructuras
objetivas del juego (relaciones q implican los campos y las posibilidades y limitaciones allí inscritas) y de las
experiencias de los agentes en juego (lo que ellos siente, piensan, la significación que otorgan).
El H constituye un sistema de disposiciones duraderas pero no inmutables. Enfrentarse a situaciones nuevas
(condiciones objetivas diferentes a las que constituyeron a la formación de los H), presenta al agente social
instancias que posibilitan la reformulación de sus disposiciones. Igualmente, la mayor parte de los agentes
sociales se encuentran mucho más predispuestos a encontrar circunstancias semejantes a aquellas en las
cuales se formaron sus disposiciones, y por eso, a vivir experiencias que tienden a reforzarlas.
Otra manera de introducir cambios en los H es a través de un proceso de autosocioanálisis, mediante el cual el
agente social pueda explicitar sus posibilidades y limitaciones, sus libertades y necesidades contenidas en un
sistema de disposiciones y con eso, tomar distancias respecto de estas. Así, puede trabajar para modificar sus
percepciones y representaciones de los condicionantes externos de sus prácticas, y de estas mismas, y por lo
tanto elaborar estrategias diferentes de acción.
El H es el instrumento de análisis que permite dar cuenta de las prácticas en términos de estrategias, dar
razones de las mismas. Los agentes sociales son razonables (no cometen locuras, “esto no es para nosotros”) y
sus estrategias, obedecen a regularidades y forman configuraciones coherentes y socialmente tangibles
(socialmente explicables), por la posición que ocupan en el campo y por los H incorporados.
3- Sistematicidad de los hábitus y de las prácticas. Los hábitus de clase.
Las prácticas que los H producen son sistemáticas y mutuamente comprensibles. Todas las prácticas de un
mismo agente están organizadas entre sí y objetivamente orquestadas con las de todos los miembros de la
misma clase.
Todas las prácticas (de un agente y de los agentes de la misma clase) son producto de las transferencias de un
campo a otro de los mismos esquemas de acción, y por eso, son regulares y sistemáticas.
Hablar de hábitus de clase implica hablar de un sistema de disposiciones común a todos los individuos
biológicos que son producto de las mismas condiciones objetivas (condiciones de clase). Los miembros de la
misma clase tienen mayores probabilidades de verse enfrentados a las mismas situaciones y a los mismos
condicionamientos entre sí.
Además, hablar de hábitus individual implica que esos sistemas de disposiciones no son necesariamente
iguales, sino que cada uno de ellos se diferencia de los otros por la singularidad de la trayectoria social.
Más aun, la estructuración de las experiencias nuevas, realizada en función de las anteriores, constituye una
integración única, dominada fundamentalmente por las primeras experiencias. A través de las primeras
experiencias el H tiende a asegurar su propia constancia y su “defensa contra el cambio”.
En efecto, como esquema de percepción y de apreciación de prácticas, a través de la selección que opera
entre las informaciones nuevas, el H tiende a rechazar aquellas informaciones susceptibles de cuestionar la
información acumulada y, sobre todo, tiende a desfavorecer la exposición a tales informaciones.
El H es, a la vez, historia individual y colectiva: es el principio generador de respuestas adaptadas a las
exigencias de un campo, producto de la historia individual pero también, a través de las experiencias
formadoras de la primera infancia, de toda la historia colectiva de la familia y de la clase.

BOURDIEU, PIERRE: LA DISTINCIÓN. CRITERIOS Y BASES SOCIALES DEL GUSTO.


El espacio social es una representación abstracta, que se construye y que proporciona, a los agentes
ordinarios, un punto de vista a partir del cual, dirigen su mirada hacia el mundo social.
Pero, no es posible negar la objetividad de este espacio, ya que los puntos de vista que tienen los agentes
dependen de la posición que ocupan en el mismo, y en ellos a menudo expresan su voluntad de transformarlo
o de conservarlo.
El hábitus es el principio generador de prácticas objetivamente enclasables, y, a la vez, el sistema de
enclasamiento (principio de división) de esas prácticas.
Es en la relación entre las dos capacidades que definen al H –la capacidad de producir prácticas enclasables y
la capacidad de diferenciarlas y apreciarlas junto a sus productos (gusto)- donde se constituye el mundo social
representado, esto es, el espacio de los estilos de vida.
El H (generador de prácticas y de percepciones capaces de darles sentido) es lo que hace que el conjunto de
las prácticas de un agente (o del conjunto de agentes de la misma clase) sean a la vez sistemáticas, porque son
producto de la aplicación de idénticos esquemas de acción, y también, sistemáticamente distintas de las
practicas constitutivas de otro estilo de vida.
Condiciones de vida diferentes producen H diferentes. Las prácticas que estos engendran se presentan como
configuraciones sistemáticas de propiedades que expresan las diferencias objetivamente inscritas en las
realidades que, percibidas por los agentes como esquemas de acción, percepción y apreciación, funcionan
como estilos de vida.
El H es, entonces, estructura estructurante, que organiza las prácticas y la percepción de las prácticas.
El H es también, estructura estructurada, el principio de división en clases que organiza la percepción del
mundo social es a su vez producto de la incorporación de la división de clases sociales.
Los estilos de vida son, productos sistemáticos del H que, percibidos en sus relaciones según los esquemas del
H, devienen sistemas de signo socialmente calificados (“distinguidos”, “vulgares”, etc).
La dialéctica de las condiciones de los H transforma la distribución del capital, en sistema de diferencias
percibidas, de propiedades distintivas, es decir, en distribución del capital simbólico, desconocido en su
verdad objetiva.
Todas las prácticas y obras de un mismo agente están objetivamente armonizadas entre sí (sin búsqueda
intencional de coherencia) y objetivamente orquestadas (sin concentración consciente) con las de todos los
miembros de la misma clase: el H engendra metáforas prácticas. Esto es, trasposiciones sistemáticas
impuestas por las condiciones particulares de su puesta en práctica. Así, las prácticas de un mismo agente y,
las de todos los agentes de la clase, son producto de unas transferencias de un campo a otro de los mismos
esquemas de acción: afinidad de estilo.
El gusto, aptitud para la apropiación (material y simbólica) de una clase determinada de objetos y prácticas, es
la fórmula generadora que se encuentra en la base del estilo de vida (conjunto unitario de preferencias
distintivas que expresan la misma intención expresiva, dentro de la lógica específica de cada uno de los
subespacios simbólicos –mobiliario, vestidos, lenguajes, cuerpo, etc)
El gusto es el operador práctico de la transmutación de las cosas en signos distintos y distintivos; hace a las
diferencias inscritas en el orden físico de los cuerpos penetrar en el orden simbólico de las distinciones
significantes. Transforma unas prácticas objetivamente enclasadas, en las que una condición se significa a sí
misma (por su propia mediación), en prácticas enclasantes, es decir, en expresión simbólica de la posición de
clase, por el hecho de percibirlas en sus relaciones mutuas y dependientes de unos esquemas de
enclasamiento sociales.
Necesidad hecha virtud, el hábitus inclina continuamente a unas “elecciones” ajustadas a la condición de la
que es producto. Las condiciones en las que se ha producido el H coinciden con las condiciones en las que
funciona y entre las que se haya el “gusto”, ya sea gusto por necesidad o gusto de lujo.
Es el H el que hace que se tenga lo que gusta porque gusta lo que se tiene, esto es, las propiedades que de
hecho resultan atribuidas en las distribuciones y que de derecho resultan asignadas en los enclasamientos.
Pueden distinguirse dos grandes principios organizativos del espacio social que imponen la estructura y el
espacio de los consumos culturales y, más generalmente, de todo el espacio de los estilos de vida de los que
estos consumos son solo un aspecto. En cuanto a consumos culturales, la oposición principal, según la
distribución global del capital, se establece entre los consumos designados como “distinguidos” (singulares,
propios de las clases mejor provistas de capital económico y cultural) y los socialmente considerados como
“vulgares” (fáciles y comunes, de las clases más desprovistas de capital).
El verdadero principio de las diferencias que se observa en el terreno del consumo es la oposición entre los
gustos de lujo (o de libertad) y los gustos de necesidad: los primeros son propios de los individuos en
condiciones materiales de existencia que se distancian de la necesidad, por las libertades y facilidades que
asegura la posesión del capital; los segundos, en cambio, expresan las necesidades de las que son producto.
La idea de gusto, típicamente burguesa, esta tan estrechamente ligada con la idea de la absoluta libertad de
elección, que dificulta concebir las paradojas del gusto por necesidad.
El gusto por necesidad solo puede engendrar un estilo de vida en sí, que solo es definido como tal
negativamente, por la relación de privación que mantiene con los demás estilos de vida.

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