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Tú experimentas cada día la soledad de Adán en el jardín del Edén: "No encontraba una ayuda adecuada"
(Gn 2, 20). Lo mismo que él, tú te maravillas cuando un ser semejante a ti te dirige una mirada, una
sonrisa o una palabra que te arranque del desamparo de tu soledad. Tú estás hecho para el encuentro, la
sonrisa, la mirada, para entrar en relación, para amar con un amor duradero. Lo mismo que María se llena
de alegría al verse amada de Dios, tú conoces también, la experiencia de la plenitud del amor, tú existes
de pronto porque te sientes reconocido y amado por tu hermano.
Cuando abres la Biblia para escuchar la Palabra de Dios, ¿experimentas el mismo asombro? ¿No te
pareces tal vez, demasiado a menudo, al hijo pródigo que se obnubila de tal manera con los dones del
Padre para gozar de ellos que no reconoce al que se los da? Ya no los recibe como un presente o una
señal del don más profundo que el Padre quiere hacer de sí mismo a su hijo.
Tal vez te levantes temprano, y aún de noche, para orar; Dios ya se te ha adelantado a tu oración y es él mismo el que
te pide que quieras aceptarle en la proposición de amor que te hace. Abrir el libro de la Palabra, es siempre abrir una
carta de amor dirigida a ti personalmente. Deberías maravillarte ante este amor inquieto de Dios a la búsqueda del
hombre y atisbando su más mínima respuesta.
No eres tú el que parte a su encuentro, sino él, el que no cesa de llamar a la puerta de tu corazón: "Mira que estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo". (Ap 3,20),
para que le abras y compartas el festín de su amistad.
Dios no tiene necesidad de ti, está por encima de todo, es el Único, es en sí mismo alegría, felicidad,
amor, verdad y santidad, y quiere llamarte a entablar con él un diálogo de amor para comunicarte todo lo
que él es. Tiene más hambre y más sed de ti que la que tú tienes de él. Y cuando habla, no te dice
palabras vacías; al contrario, profiere una palabra que expresa su ser profundo. Cuando Dios te habla, lo
más importante no es lo que él tiene que decirte, sino el hecho de que él te habla.
Siempre te maravillas ante uno que te dirige la palabra porque ves en ello el don de una persona que se
expresa libremente, se comunica y se entrega ella misma. Como a Abraham, Dios te hace compartir su
deseo de establecer una alianza contigo. Su palabra expresa y agota el amor infinito que te tiene. No
habla sino para decirte: "Te amo". Nunca terminarás de contemplar este amor.
Algunos días, te parecerá una locura increíble. No se te ocurra entonces desanimarte, por grande que sea tu pecado, tu
olvido y tu infidelidad, siempre es Dios el que da los primeros pasos y reanuda el diálogo que tú has interrumpido:
"Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente". (Lc 15, 20).
Orar, es permanecer en el abrazo del Padre conmovido de compasión a la vista de nuestra miseria. Más aún, en el
corazón de tu pobreza, descubres que Dios nunca ha cesado de desearte. La verdadera oración contemplativa nace de
este asombro ante el amor trinitario.
Cuando hayas intuido esta ternura de Dios para contigo -ya que nunca podrás comprenderla del todo- saldrás a flote un
poco desde tu ingenua rudeza y tu corazón arderá con el fuego mismo de la zarza ardiente: "¡Oh! un hombre como yo
andaría una legua para escapar de este amor si lo sintiera merodear alrededor de sí" (Graham Greene).
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No te adelantes para considerar a Dios como un espectáculo extraño, sino descálzate ante él. Si quieres
conocer a Dios, debes poner tus pies en los pasos de los grandes orantes de la Biblia a los que él se ha
revelado. Contempla hoy la escena de la zarza ardiendo (Ex. 3,1-6):
Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá
del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El Ángel de Yavé se le apareció en forma de llama
de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que no se consumía. Dijo pues
Moisés: "Voy a contemplar este extraño caso: por qué no se consume la zarza". Cuando vio Yavé que
Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza diciendo: "¡Moisés, Moisés!" El respondió:
"Héme aquí". Le dijo: "No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies porque el lugar en que estás es
tierra sagrada". Y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob".
Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. Como Moisés, descálzate para conocer a Dios y él se
te revelará como un fuego devorador.
En primer lugar, mira cómo Moisés se adentra en el desierto; siempre es en un "más allá" como se llega a
la montaña de Dios. Pero aún allá, Moisés debe cambiar de plan y convertirse. Se adelanta para observar
este espectáculo extraño y ver por qué la zarza no se consume. Moisés es curioso, es atraído por lo
sensacional y quiere dar la vuelta a la pregunta de Dios: "Moisés se acercaba para mirar" (Ex 3, 4).
Trata de comprender desde fuera el "por qué" de Dios por medio de consideraciones racionales. No
puedes acercarte a Dios como un curioso pues él no se deja encerrar en propósitos humanos. El está
siempre más allá de tus ideas y es irreductible a tus posturas. Dios no es un problema que hay que
resolver sino un misterio que hay que descubrir. Una persona no se deja captar por un estudio psicológico,
se te escapa cuando quieres resumiría o explicarla. Dios es el incognoscible, el inexplicable: "Una cosa
explicada deja de interesarnos"~ escribía Nietzsche, por eso ¡Dios nos interesará siempre!
Por eso Yavé va a tomar la iniciativa del encuentro llamando a Moisés por su nombre. La única actitud
ante Dios es decirle: "Héme aquí". Es un acto de disponibilidad, de humildad, de pobreza y de
consentimiento. Yavé pide a Moisés que se descalce, es decir, que renuncie a todas sus seguridades, sus
protecciones y sus ideas sobre él. Yavé es el tres veces Santo que se revela en un diálogo de libertad y de
adoración.
Conocer a Dios, es reconocer que está ahí, irreductible a tus ideas y que se revela cuando quiere y a quien
quiere. En la oración, rechaza toda representación inmediata de Dios. Estás siempre bajo el régimen de la
fe y no de la clara visión. San Pablo dirá que "el misterio de Dios sobrepasa todo conocimiento". Tú captas
lo absoluto de Dios "como en un espejo", como un enigma, añade precisando más (1 Cor 13, 12).
No trates de adelantarte hacia Dios para inventariarle. Deja de tratarle como a un objeto e invócale como
a un sujeto libre. El primer gesto que ´te llevará a este resultado es el gesto de bajar las manos o de
descalzarte. El momento decisivo en que comienza el verdadero encuentro con Dios no está en el
movimiento que tú haces hacia él, sino en el movimiento de retroceso, de humildad en el que tú te
difuminas ante él. Dios no es un país conquistado sino una tierra santa que debes pisar con los pies
desnudos.
Cuando has aceptado el dejar de tener ideas sobre el tema, Dios mismo se revela. Y aún entonces, no
llegarás a traducir esta experiencia en términos claros y precisos. Yavé se revela a ti, como a Moisés,
como fuego, es decir como algo que tú no puedes tomar ni retener en tus manos. Se da como un fuego
devorador. El fuego es una materia fascinante y extraña, ilumina y transforma en él todo lo que toca.
Cuando san Juan de la Cruz evocará las más altas cimas de la unión con Dios, utilizará la comparación de
la zarza consumida por el fuego.
En la oración, manténte pobre y desnudo ante la zarza ardiente e incandescente. No digas nada sino
ofrece a este fuego devorador toda la superficie desnuda de tu ser. Dios es el que quiere devorarte.
Formas un ser con él y te conviertes en participante de la naturaleza divina. Transforma en él a los que se
ofrecen a su gracia transformante en una actitud de descalzamiento. Por tu unión con él, es bastante
poderoso para abrazar misteriosamente el mundo de fuego de su amor.
Moisés ha llegado pues a un gran conocimiento de Dios que le ha revelado su nombre, es decir el fondo de
su íntimo ser. Es el amigo de Yavé. Y sin embargo mira, Moisés pide un conocimiento mayor de Dios. Lee
en silencio esta oración de Moisés:
Dijo Moisés a Yavé: "Mira, tú me dices: Haz subir a este pueblo; pero no me has indicado a quién enviarás
conmigo, a pesar de que me has dicho: Te conozco por tu nombre, y también: Has hallado gracia a mis
ojos.
Ahora pues, si realmente he hallado gracia a tus ojos, hazme saber tu camino, para que yo te conozca y
halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo". Respondió El: "Yo mismo iré contigo y te daré
descanso". Contestóle: "Si no vienes Tú mismo, no nos hagas partir de aquí. Pues, ¿en qué podrá
conocerse que he hallado gracia a tus ojos, yo y tu pueblo, sino en eso, en que Tú marches con nosotros?
Así nos distinguiremos de todos los pueblos que hay sobre la tierra". Respondió Yavé a Moisés: "Haré
también esto que me acabas de pedir, pues has hallado gracia a mis ojos, y Yo te conozco por tu
nombre".
Entonces dijo Moisés: "Déjame ver, por favor tu gloria". El le contestó: "Yo haré pasar ante tu vista toda
mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yavé; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo
misericordia con quien tengo misericordia". Y añadió: "pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede
yerme el hombre y seguir viviendo". Luego dijo Yavé: "Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás
sobre la peña. Y al pasar mi gloria te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta
que Yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede
ver" (Ex 33, 12-23), y haz tuya la triple petición que hace a Dios:
"Hazme conocer tus caminos, hazme conocer tu gracia, hazme, por favor, ¡ver tu Gloria!"
La señal de que has empezado a conocer a Dios no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre
él y mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más. No
desearías a Dios si no supieses que existe.
Si no tuvieses a Dios contigo, no podrías experimentar su ausencia. Precisamente en el vacío del deseo,
es donde se desvela la presencia de Dios. Es una presencia en la ausencia.
Dios es misterio y se te desvela progresivamente. Cuanto más avances en el conocimiento de Dios, más
cuenta te darás de que el misterio permanece y se oscurece, y tanto más desearás conocerlo mejor: "Si
existe un verdadero deseo, si el objeto del deseo es de verdad la luz, el deseo de la luz produce la luz ".
¿Quieres conocer la calidad de tu vida de oración? Empieza por preguntarte cuál es la calidad de tus
aspiraciones y de tus deseos. San Pablo dirá: "Los que viven según el Espíritu desean lo espiritual" (Rom
8,5).
Cuanto más te invada el Espíritu de Dios, tanto más tus deseos se corresponderán a los del Espíritu. Pero
es preciso que esas aspiraciones sean efectivas y lleven a una realización al menos parcial. Entonces hazte
esta pregunta: ¿Tengo sed de Dios? ¿Mi corazón y mi carne gritan hacia él? El verdadero conocimiento de
Dios no se puede expresar. Dios es el indecible: Señor, ¡Haz que yo te desee! La intensidad de tu deseo
de Dios es la señal de la calidad de tu caridad. ¿Tienes nostalgia de la oración?
Dios responde al deseo de Moisés introduciéndole progresivamente en su misterio, pero para esto debe
pasar por una muerte radical: "No puedes ver mi rostro y seguir con vida" (Ex 33,20). Ahora, conoces a
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Dios como en un espejo, luego le conocerás como tú eres conocido, cara a cara, cuando hayas aceptado el
morir. No puedes ni imaginar lo que verás mañana.
De momento, acepta el mantenerte en la hendidura de la roca, hundido en la tiniebla más profunda, y
envuelto en la mano de Dios. Entonces, como Moisés, verás a Dios de espaldas, es decir en los signos de
su presencia. Entonces Dios pasa y pronuncia su nombre: "Yavé, Yavé, Dios misericordioso y clemente,
tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34, 6). Cada vez que se te muestra Dios, se revela como
la misericordia universal.
Y luego, mira la reacción de Moisés una vez que ha pasado Dios. Cae de rodillas en tierra, se postra y se
humilla todavía más. El efecto del amor es la adoración, la humillación de ti mismo. Y entonces viene la
oración de intercesión de Moisés: "Si en verdad he hallado gracia a tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor
venir en medio de nosotros" (Ex 34, 9). Reconocerás la verdad de tu oración en la humildad de toda tu
vida y en la solicitud por servir a tus hermanos e interceder por ellos. Como Moisés, no puedes ser
intercesor y mediador sino en la medida de tu intimidad con Dios. Que el Espíritu Santo ahonde en ti un
alma de deseo.
Estos hombres de la Biblia, Abraham, Moisés y Elías no son personajes del pasado, son nuestros padres
en la fe, los santos del Antiguo Testamento. Puedes pues pedirles que ejerzan su paternidad espiritual
para contigo. Así Abraham te conseguirá la gracia de enraizar tu vida en la fe a la Palabra de Dios.
Acércate también a la vida íntima de Elías con un corazón de discípulo. Es el padre de los contemplativos
que viven sin descanso a la búsqueda de Dios. Te puede comunicar una parte de ese fuego interior que le
consumía por Yavé: "Ardo en celo por Yavé, Dios Sebaot" (1 Re 19, 14).
Coloca esta experiencia en el conjunto de las teofanías. En este mismo lugar, Dios ha revelado su nombre
a Moisés, es decir su ser íntimo. Le ha dado la Ley y la Alianza. En un ambiente terrorífico de truenos y
rayos, ha manifestado su santidad. Pero hay que dejar atrás estas manifestaciones violentas para
descubrir su presencia espiritual en la intimidad y la dulzura.
Elías es el que está en pie ante Dios para servirle (cfr. 1 Re 17, 1). Ha trabajado mucho por su Reino. Es
un corazón apostólico lleno de celo por la casa de Yavé. Pero Elías prefiere decir: "Dios ante cuyo rostro yo
estoy en pie." Tú también, te consumes por la misión, pero Dios no necesita tus servicios. El único servicio
que espera de ti, es la atención y la presencia. Quiere que estés en pie ante él. "Este es el que ama a sus
hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios". (2 Mac 15,
14).
Dios ha puesto sus delicias en estar contigo, "mis delicias están con los hijos de los hombres". (Prov 8,
31), y espera que tú te quedes con él. Orar es perder gratuitamente tu tiempo ante él. Es una gracia el
estar contento con él y percibir su presencia.
Antes de revelarse a Elías, Dios le hace pasar al desierto, en la soledad, el renunciamiento, la fatiga y el
desaliento. Elías experimenta el sentimiento de fracaso que vives tan a menudo en tu corazón de hombre
y de apóstol: "No soy mejor que mis hermanos". Por eso Santiago establece el paralelismo con nosotros:
"Elías era un hombre de igual condición que nosotros" (Sant 5, 17).
Al final de este largo camino por el desierto, camino doloroso, Elías hará la experiencia de la intimidad de
un Dios muy cercano. Expón tu rostro fatigado al soplo impalpable de esta brisa que expresa, en cuanto
puede hacerlo un símbolo, la espiritualidad y la dulzura de Dios.
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A Elías se le concede, en un encuentro vivo, una revelación complementaria del ser de Dios. El es no
solamente el Altísimo, el Omnipotente, sino el Dios presente en esta intimidad que es lo propio del
Espíritu. La oración debe hacerte gustar efectiva
mente esta presencia de Dios. ¿Es su palabra, más dulce a tu paladar que la miel a tus labios? Tus ojos y
tu corazón de hombre deben ver y saborear lo bueno que es Dios: "Tu palabra es la alegría de mi
corazón" (Sal 119, 111).
Sólo la plenitud de esta revelación en el Evangelio te dirá hasta donde llega esta intimidad: en la
Santísima Trinidad, se da esa íntima comunión de las tres Personas divinas que se acogen y se dan
mutuamente. En la medida que escuchas y guardas la palabra de Jesús, permaneces en este movimiento
de comunión y la Trinidad está presente en ti. Ilumina esta teofanía con la enseñanza de san Juan:
Aquel día no me preguntaréis nada. Yo os aseguro: lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará. (Jn
16, 23).
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no da fruto, lo corta, y todo
el que da fruto lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he
anunciado. Permaneced en mí como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por si
mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid; vosotros
los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego
los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis
discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi
Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo
sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os
mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a
mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto y un fruto que
permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros. (Jn 15, 1-17).
Como Jacob, tú puedes decir: "¡Así pues, está Yavé en este lugar y yo no lo sabia!" (Gn 28, 16). En la
oración, baja cada vez más profundamente a esta morada de Dios que no te aparta del mundo real, sino
que te hace más presente a él. Cuando vuelvas en medio de tus hermanos, contemplarás este misterio en
su corazón y caminarás en la presencia del Señor en el país de los vivos.
Para Dios, crearte no significa colocarte en el ser de una manera impersonal, no es para ti un "otro". Del
mismo modo tú no puedes concebir tu relación con Dios en un trato de identidad, no eres el "mismo" que
Dios. Decir que tú has sido creado por él, es afirmar al mismo tiempo que Dios no es "tú", pero que no es,
tampoco, un “otro”.
Esta aparente contradicción escapa a tu expresión conceptual pero puedes percibirla en tu conciencia
religiosa. Por eso debes experimentar en tu oración el lazo creador que te une a Dios. En la fuente de toda
oración, se da esta toma de conciencia de la mirada de amor de Dios que te crea sin cesar. Por no
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empezar por esta "realidad" es por lo que muchísimas oraciones se desvanecen. Es este lazo creador el
que fundamenta toda tu vida espiritual y tu oración; por eso al comienzo de un retiro, después de haber
contemplado al Único, necesitas contemplar la presencia creadora de Dios. El salmo 139 desgranado
lentamente puede situarte así delante de Dios, que no cesa hoy de crearte y recrearte.
Toma conciencia de tu existencia, de tu cuerpo y de tu espíritu, es Dios el que te hace ser y pensar. No te
crea como a las cosas y a los seres inanimados por un querer impersonal. Dios no crea así a la persona,
pues sería un acto desprovisto de sentido y los ateos tendrían razón en rechazar a un Dios que limitaría su
libertad. Te crea por un acto que anticipa y fundamenta tu dignidad, es decir por una llamada. Las cosas
nacen por orden de Dios, tú naces de su llamada. Dios no es pues otro sujeto situado en el mismo plano
que tú, sino que es la verdadera fuente de tu ser, más cercano y más intimo a ti, que tú mismo.
"Dios ve, es decir que vuelve su rostro hacia el hombre, y por eso mismo, da al hombre su propio rostro.
Soy yo mismo porque él me ve. El alma vive de la mirada de amor que Dios envía sobre ella. Se da en
esto una profundidad infinita, un bienaventurado misterio. Dios es el que ve con amor; por su mirada las
cosas son lo que son; por su mirada, soy yo mismo ”
Esta presencia creadora de Dios que te rodea es pues una presencia universal de amor (Sal 139, 13-22).
Al crearte, Dios te llama y está delante de ti como un "tú". Si existes es porque eres una obra del amor de
Dios.
Orar, es sencillamente hacer consciente este diálogo existencial entre Dios y tú y entre Dios y todos los
hombres. En lo más profundo, tu ser tiene una estructura dialogal. Decir "tú" a Dios en la oración, es
reconocer que es la fuente de tu persona libre. Vuelve a leer los versículos 19 a 22 del salmo 139 y
comprenderás que el impío es aquél que no quiere dejarse crear y hacer por esta presencia. Eres impío
cuando pretendes realizarte fuera de Dios o cuando rehúsas recibirte de Dios o responder a su llamada
creadora. No es que por ello seas menos libre pero entras en contradicción con tu propio ser, y si este
rechazo se eternizase, sería la condenación.
Dios te hace libre para mendigar tu consentimiento a su amor creador. Orar, es aceptar y desear ser
conocido por Dios.
No imites a Adán en el jardín del Edén que se oculta para escapar de la mirada creadora de Dios. Acepta
el nombre propio que él te da al dirigirte su llamada. En la oración, siente la felicidad de ser la obra de la
mirada de Dios, incorpórate en lo interior de este influjo creador y ofrece a Dios todo lo que tienes y todo
lo que eres en un movimiento de alabanza y de acción de gracias.
En la mirada que viene hacia ti, el rostro de Dios se desvela y entonces nace esa relación de amistad en la
que dos seres se miran a los ojos
¿Te has fijado cómo los salmos prestan a menudo a Dios actitudes humanas? Se inclina hacia el hombre,
ve, escruta, conoce, escucha, oye, está cerca, acoge y tiene piedad. Sin embargo Dios no es un hombre y
ninguna criatura puede dar idea de su gloria. Es sencillamente el Dios que conoces en el encuentro.
Sin embargo Dios tiene sus designios y sus intenciones, quiere entrar en comunión contigo. El fondo del
ser de Dios, es el Amor, y el deseo del Amor, es compartir. Para traducir este amor, utiliza imágenes. Se
compara a la mamá que acuna a su niño y lo aprieta contra su mejilla. Toda la Biblia está iluminada por
este amor de Dios-Madre: "El amor que Dios experimenta por nosotros se llama en hebreo "rabamin",
plural del seno materno: un amor pues maternal, y multiplicado al infinito" (E. Charpentier). Se compara
también al padre, al esposo, al amigo. En una palabra, el corazón de Dios se desborda de ternura para
contigo y los distintos amores que puedes conocer en la tierra (amor conyugal, maternal, paterno o
amistad) no son más que un pálido reflejo de este amor total que habita en el corazón de Dios.
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Porque tú lees este amor en Dios es por lo que le descubres un rostro de esposo, de madre o de amigo.
Dios es quien vuelve su rostro hacia ti y quien, por eso mismo, te da tu propio rostro. Te mira a los ojos,
se abre y se muestra a ti. Sabes muy bien que la mirada de un hombre es una puerta abierta sobre el
fondo de su corazón. En la conmovedora mirada de tus amigos es donde te descubres comprendido y
amado por ellos.
Del mismo modo Dios es el que ve, pero su mirada es amor y expresa la ternura infinita de su corazón. Te
ve con todas tus posibilidades y te invita a que le des una respuesta. Ve el mal que hay en ti y lo mide, ve
también tu pecado y lo juzga. Su juicio penetra el fondo de tu corazón y nada subsiste ante él. Pero sabes
muy bien que su mirada está llena de misericordia y de perdón y que te salva. La mirada de Dios no
desvela tu misterio sino que te guarda y te abriga. Ser visto por él no es ser juzgado o abandonado, sino,
al contrario, ser protegido por el refugio más seguro. Su amor no deja de crearte suscitando en ti
virtualidades de resurrección.
Orar, es penetrar bajo la mirada de Dios y desear ser visto por él hasta lo más hondo y más profundo de
los secretos de tu ser. La verdadera oración empieza el día en que descubres esa mirada de amor, pero
para ello tienes necesidad de que Dios ilumine los ojos de tu corazón. No puedes ver el rostro de Dios sino
dejándote iluminar por la luz de sus ojos. Ver el rostro de Dios, es tomar conciencia de ser penetrado por
su mirada, en la cual sólo puedes contemplar la luz: "En tu luz vemos la luz." (Sal 36, 10).
Desde el momento en que se establece esta relación, las palabras se hacen inútiles pues lo comprendes
todo en la mirada de Dios. Te colocas deliberadamente ante él con tu pobreza, tu insuficiencia, tu pecado,
pero también con tu deseo de comprender su intención y de acomodarte a su voluntad. Bajo su mirada
existe siempre una posibilidad indestructible de renovación.
Todo es posible por parte de Dios, pero todo peligra desde el momento en que tú no aceptas el que sea
así.
"La contemplación cristiana es trinitaria, es el fuego de dos miradas que se devoran por amor. ´ (M. D.
Molinié). En el corazón de la Trinidad, las personas se miran, se acogen y se entregan en mutuo amor.
Durante su paso por la tierra, ves a menudo a Jesús lanzar una mirada de admiración y de alabanza al
Padre. En el bautismo, Cristo ha iluminad o tus ojos haciéndote capaz de participar de su mirada de amor.
Orar, es sencillamente penetrar en este intercambio de miradas que se dilata en comunión de amor.
Lo mismo ocurre cuando Dios te encuentra y te dirige una palabra de amistad. El amor de Dios es tan
fuerte, tan poderoso, que es capaz de devolverte la virginidad del corazón. Acuérdate del profeta Oseas y
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de su mujer prostituta. San Agustín hablará del amor virginizante de Dios. Dios no te ama porque eres
atractivo, sino te ama para que lo seas. Puedes cambiar, cambias, porque él, Dios, te ha encontrado, te
ha interpelado, porque su mismo amor te ha cambiado.
El amor de Dios para contigo no es una palabra llana, es una palabra que realiza lo que contiene. Es
eficaz, operante. Lo mismo que el encuentro con otro te cambia, el encuentro con el Dios de Jesucristo te
transforma en lo más profundo de tu ser.
Entre el Dios trinitario y tú, la alianza es tan total, tan íntima, tan concreta que en adelante es imposible
hablar de él sin hablar al mismo tiempo de ti.
Entre tú y yo, dice Dios, hay un vínculo que nada podrá destruir. Soy tu Dios y tú eres mi hijo. Pondremos
en común, yo mi eternidad, mi vida y mi santidad, tú lo tuyo de cada día, tu vida terrena y tu pobreza.
Tu existencia va a unirse a la mía y no nos separaremos jamás pues soy Dios y nunca jamás me
arrepentiré de mi alianza. En cierta manera, nuestros destinos están ligados el uno al otro. Es el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, como es el Dios de cada uno de nuestros nombres propios, queriendo dar
a entender con ello que liga su vida a la nuestra.
Entre tú y yo, se da una comunidad de ser en la que echa sus raíces una comunidad de mirada y de amor.
Esta alianza será realizada perfectamente sobre todo en Jesucristo. Baja a lo profundo de tu corazón para
descubrir en él, como en su fuente, esa corriente de vida trinitaria que riega toda tu persona. Deja que
esta vida divina te invada y te conduzca al seno del Padre, bajo la acción del Espíritu de Cristo.
En esta certeza de que eres el aliado de Dios es donde echa raíces profundas tu oración. No es una
escalada vertical lo que te hará alcanzar a Dios en una extensión sin esperanza. Es la toma de conciencia,
lúcida y pobre, sabrosa y a menudo desgarradora, de que Dios te ha elegido gratuitamente y ha querido
ligar su destino al tuyo: "No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha ligado Yavé a
vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos, sino por el amor que os
tiene." (Dt 7, 7-8).
La oración es ese momento privilegiado en el que contemplas el amor del Padre que te engendra a la vida
filial. Libera al hijo de Dios cautivo en el fondo de tu ser y permítele que se desarrolle libremente en ti.
Entonces no tendrás necesidad de buscar ideas o palabras para exteriorizar tu oración. Te bastará el
existir como hijo de Dios y tu mismo ser será una oración.
Cuando abres la Biblia, ves también a hombres satisfechos insatisfechos, santos o pecadores, a quienes el
encuentro Dios hace felices porque su vida ha encontrado de pronto un sentido nuevo. Todos aquellos a
quienes Dios ha salido a su encuentro podrían cantar con Jean Ferrat: "¿Qué sería yo sin ti que viniste a
mi encuentro?"
Quienquiera que seas, eres el hermano de estos hombres en su aventura. Aunque fueras el mayor de los
pecadores, el más desequilibrado y el más pobre, todas estas situaciones son una oportunidad que se
ofrece a Dios para salir a tu encuentro.
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En la oración, grita este deseo de ser seducido por Dios: "Todo hombre grita para que se le llame por su
nombre." (S. Weil). Sufres sin saber por qué y a menudo deseas como Elías morir, hasta tal punto estás
harto de todo. Sé sincero en tu oración, no te comportes como si todo fuera bien y levanta ante Dios esas
montañas de sufrimiento, de rencor, de orgullo y de impureza. Si oras con fe y en verdad, Dios
transportara esas montañas al mar. Ora el tiempo suficiente y lo suficientemente fuerte para que él
transforme esta amargura en dulzura.
En el seno de esta paz austera te descubrirás amado de Dios. Nada se le escapa, te ve en lo secreto y te
ama. Deja que resuenen en ti estas palabras de Isaías:
No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas yo
estoy contigo, si por los ríos no te anegarán. Si andas por el fuego no te quemarás, ni la llama prenderá
en ti. Porque yo soy Yavé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a
Kus y Seba en tu lugar, dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo. Pondré la
humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. No temas, que yo estoy contigo. (Is 43, 1-5).
Ante Dios, tú cuentas, eres precioso como la niña de sus ojos y te ama. Tómate tiempo para deletrear
cada una de estas palabras, escríbelas para colocarlas delante de ti como un memorial. Te gusta
conservar junto a ti las fotos y las cartas de aquellos a quienes amas, contempla también así las palabras
de Dios. Dios te da un nombre nuevo como a Abraham. ¡Es algo muy importante un nombre! Cuando
puedes llamar a alguien por su nombre, ya se establece entre él y tú relaciones personales.
Cuando tienes para alguien un nombre personal, es señal de que has llegado a ser para él un ser único,
que has escapado de esa muchedumbre anónima y gregaria en la cual nos ahogamos. Entre tus amigos,
empleas diminutivos o nombres cuyo secreto tú sólo conoces y que eres el único que puedes darlos de
veras.
Dios tiene para ti un nombre particular, un nombre que es el único que conoce contigo y que te revela un
poco cada vez a medida que se precisa tu vocación. Un carmelita me escribía hace poco cómo el contacto
con un hombre auténtico de oración le había revelado su propio nombre: "Hace diez años, escribe, que
estoy en contacto con Dom L. S., y le debo el haber "liberado" en mí una palabra secreta del Señor." Y
esta palabra te compromete pues expresa tu actividad o tu destino. Cuando Dios te llama por tu nombre,
hace mella sobre lo más profundo de tu ser.
Pues tu nombre es una llamada. Cuando un niño llama a una mujer: "¡Mamá!" es una llamada para que
sea para él de verdad su madre. Cuando Dios llama a su amigo "Abraham", es para que sea de verdad
"padre de pueblos". El nombre que Dios te da es único y es para ti una llamada a una misión única. ¿Has
descubierto tu nombre propio? Eres el único que puedes amar a Dios de esa manera.
Orar, es tal vez ante todo esto: saber, creer que tú tienes para Dios un nombre, que esto es una llamada
a una amistad única en la cual conviene que te abandones y que da sentido a tu vida. Pero -y esto es
extraordinario porque tú aceptas esta amistad con Dios, el mismo Dios recibe ahora un nombre nuevo. Su
nombre estará en adelante en la Biblia: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jesucristo. En la
oración, le reconoces y le llamas como el Dios de tu nombre propio. Es de verdad tu Dios. El no te puede
expresar mejor que es un Dios a quien se conoce en el encuentro: "Por eso Dios no se avergüenza de
ellos, de ser llamado Dios suyo." (Heb 11, 16). A través de tu manera de encuentro con Dios los otros,
alrededor de ti, tendrán la posibilidad de descubrir o no descubrirán el verdadero rostro de Dios. Cuando
has sido "cogido" por Dios y, a tu vez, llamas a tus hermanos por su nombre, es Dios, el que a través
tuyo, les encuentra a ellos.
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personales, pero todo esto no expresa el fondo de ti mismo. La oración es ante todo una experiencia de
ser y de presencia.
Cuando encuentras un amigo, estás, ciertamente, interesado por lo que dice, piensa o hace, pero tu
verdadera alegría es estar allí, delante de él y experimentar su presencia. Cuanto mayor sea la intimidad
con él tanto más las palabras se harán inútiles, más aún molestas. Toda amistad que no ha conocido esta
experiencia de silencio está inacabada y deja insatisfecho: "Felices dos amigos que saben amarse lo
suficiente para callar juntos."
En el fondo, la amistad es el largo aprendizaje de dos seres que se familiarizan juntos. Quieren dejar el
anonimato de la existencia para llegar a ser únicos el uno para el otro: "Si me domesticas, tendremos
necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo ." De
pronto descubres que el otro se ha convertido en alguien para ti¡ y que su presencia te satisface más allá
de las palabras.
La presencia de Dios supone pues un morir a ti mismo en la pretensión que te empuja sin cesar a echar
mano de las personas que te rodean para apropiarte de ellas. Llegar a la verdadera presencia de Dios, es
abrir una brecha en tu yo, es abrir una ventana sobre Dios cuya mirada es la expresión más significativa.
Y sabes muy bien que en Dios, mirar es amar .
En la oración, déjate seducir por esta presencia pues has sido "elegido para ser santo e inmaculado en la
presencia de Dios en el amor" (Ef 1, 4). Que seas consciente o no, esta vida en la presencia de Dios es
real, es del orden de la fe. Es una vida del uno para el otro, un cara a cara recíproco en el amor. Las
palabras se hacen entonces más raras cada vez; para qué recordar a Dios lo que él ya sabe pues te ve en
profundidad y te ama. La oración, es vivir intensamente esta presencia y no el pensarla o imaginarla.
Cuando lo estime conveniente, el Señor te la hará experimentar más allá de las palabras, y entonces todo
lo que podrás decir o escribir te parecerá pobre o irrisorio.
Todo diálogo con Dios supone en segundo término este telón de fondo de la presencia. Desde el momento
que te has establecido en profundidad en este cara a cara en el que tú miras a Dios a los ojos, puedes
pulsar cualquier otro registro en tu oración: si es acorde con este tono principal y fundamental, estás de
veras en oración. Pero puedes considerar esta presencia en Dios bajo tres iluminaciones distintas que te
hacen penetrar cada vez más en la oscuridad de esta realidad. Estar en la presencia de Dios, es estar ante
él, con él y en él. Sabes muy bien que en Dios no hay dentro ni fuera, sino un solo ser siempre en acto.
Sólo desde el punto de vista del hombre esta actitud presenta facetas varias. No olvides nunca que si
puedes hablar con Dios, es porque él ha querido hablar contigo. Esta triple actitud del hombre
corresponde pues a un triple rostro de Dios en la Biblia: el Dios del diálogo es el Santo, el Amigo y el
Huésped.
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orante en la Biblia, se podría decir que está en pie delante de Dios, pero que este Dios deja de ser un
objeto, un ser impersonal, para convertirse en un ti", un "tú".
Dios está atento a tu queja, escucha, oye, está cerca, acoge, te da audiencia: "Di Yavé, si no te he servido
bien; intercedí ante ti por mis enemigos en el tiempo de su mal y de su apuro. Tú lo sabes." (Jr 15, 11)
"Pues Yavé ha oído la voz de mis sollozos. Yavé ha oído mi súplica. Yavé acoge mi oración." (Sal 6, 10).
Dios no es tan sólo un oyente pasivo que registra tus peticiones, él te contesta y entabla un diálogo
contigo: "Yo te llamo, que tú, oh Dios me respondes." (Sal 17, 6). "Mi corazón tú sondeas, de noche me
visitas." (Sal 17, 3). De hecho Dios vuelve su rostro hacia ti y de este modo te salva.
En la Biblia, aquellos que han experimentado al máximo el sentido de la proximidad son también los que
han tenido el máximo sentido de la distancia y de la trascendencia de Dios.
Muy a menudo, es por no comenzar por esta puesta en la presencia de Dios Santo y cercano por lo que tu
oración degenera en monólogo. No empleas bastante tiempo en recogerte para llegar a la oración
pacificado interiormente. Antes de entrar en oración, camina con calma, respira profundamente, y pon
todas tus preocupaciones y cuidados en las manos del Señor. Cuida los comienzos poniéndote
profundamente en la presencia de Dios.
Aunque pases diez minutos en tomar tan sólo conciencia de esta presencia, no habrás perdido el tiempo.
Luego, te abres totalmente con el Espíritu Santo que hará el resto alimentando tu diálogo con el Padre.
Recuerda muy bien esto: estás delante, estás cerca, eres visto, eres escuchado, eres amado: "Pongo a
Yavé ante mí sin cesar; porque El está a mi diestra, no vacilo." (Sal. 16, 8). Cuando vengas a la oración,
no te dejes llevar de la costumbre, sino entra decididamente bajo la mirada de Dios y llégate a su
morada: "Mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene." (Sal 63, 9).
-Estás unido a Él. Es el lenguaje del amor. Tu corazón de hombre necesita apasionarse por el amor de
Cristo: "Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen. ¡Roca de mi
corazón, mi porción, Dios por siempre!" (Sal 73, 25-26). Más profundamente, deseas no separarte nunca
de Jesús y aspiras a estar con él cara a cara por siempre: "Deseo morir para estar contigo... estaremos
con él para siempre" (san Pablo). Tu oración no puede carecer de este amor gustado y experimentado
para con Dios. Es el premio de una oración cordial y afectiva. Segunda conclusión: te amo, quiero amarte.
- Tú trabajas con Él. Lee el texto de Marcos (3, 14) y comprenderás lo mucho que insiste Cristo en que
sus apóstoles sean sus amigos y compañeros: "Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para
enviarlos a predicar." Esta amistad para con Jesús no es un sentimiento vago que nacería de tu pobre
corazón, es una amistad que viene del mismo Jesús. Es el mismo amor con el que Cristo ama al Padre y a
los hombres el que derrama en tu corazón. Lo ha declarado él mismo unas horas antes de morir:
"Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe
lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer." (Jn 15, 14-15).
Un apóstol, es el hombre de la amistad con Dios, que está vuelto hacia él y le encuentra en todas sus
presencias. Vuelve a leer el diálogo del principito y el zorro y mira si sabes pasar el tiempo de la oración
dejándote "amansar" por Cristo. En este tiempo perdido gratuitamente por él es cuando te hace compartir
los secretos del Padre. Déjale que te repita esas palabras: "Ya no eres mi siervo, eres mi amigo." Y sabes
muy bien que, para Jesús, la amistad no es una palabra yana. El mismo ha dicho que dará su vida por sus
amigos. Abre todo lo posible tus manos para acoger esta amistad de Cristo.
De aquí brota una tercera conclusión: tú trabajas con Cristo, quieres trabajar con él. En la oración
desarrolla esta actitud del diálogo con él. Llámale con una unión de voluntad, de amistad y de trabajo.
"Mas para mi, mi bien es estar junto a Dios." (Sal 73, 28). El Espíritu Santo te dará esta conciencia y esta
voluntad de estar unido a la persona de Jesús y a su obra.
Permanecer unido en amistad con uno, es el comienzo de una intimidad. El Antiguo Testamento ya nos
había dicho que Dios moraba en medio de su pueblo. Y nos había dejado sospechar la presencia del
Espíritu en el corazón del hombre: "He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis."
(Ez 37, 5), pero sólo Jesús nos dirá hasta donde llega esta amistad de Dios para con el hombre. Dios hace
realmente de tu corazón su morada.
En Jesús, la vida de Dios se ha, por decirlo así, "humanizado" en un ser de carne y sangre; por eso posee
esta vida en plenitud y te la puede comunicar por el poder de su Espíritu. Al adherirte a Cristo por el
Bautismo y la fe, te conviertes en morada de Dios y participas de las relaciones de amor que circulan
entre las Personas de la Santísima Trinidad. La oración es la toma de conciencia de esta vida divina en ti y
la voluntad de no ser más que uno solo con Dios a pesar de la infinita distancia que te separa de él.
Al orar, ejerces conscientemente esta relación filial. Eres hijo y tienes la plena seguridad de ello pues el
Espíritu intercede dentro de ti. Así cuando dices a Dios: "¡Padre!", tú te sientes hijo de Dios. Alguien que
es el mismo Espíritu de Dios te garantiza, te testifica, te convence de que eres hijo de Dios. Realizas así la
experiencia obscura pero indudable de esta prodigiosa relación filial con el Padre: "La prueba de que sois
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hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que dama ¡Abba, Padre!" (Gál 4,
6). En la oración, esta experiencia obscura se hará cada vez más clara a tu conciencia de hombre.
Tú estás muy en el corazón de esta intimidad con Dios que constituye la experiencia del creyente tal como
Pablo la ha descrito en el capítulo 8 de la carta a los romanos. Podrías preguntarte si una tal experiencia
no elimina la distancia que te separa del Dios Santo. No, Pablo ha tenido sumo cuidado, en el versículo 15,
de emplear la expresión, muy conocida del derecho romano: "adopción filial". Eres hijo por adopción, lo
que basta para marcar para siempre tu diferencia con Cristo, el Hijo en sentido propio, por naturaleza.
Pero esta filiación adoptiva no es por ello menos real. Eres hijo de Dios y el Espíritu Santo te da la certeza
de ello. Estás en Cristo, estás en Dios, estás en la Trinidad.
En la oración, cree en esta presencia permanente de la Santísima Trinidad en ti, aunque no experimentes
ninguna resonancia sensible de ella. Dios mora en ti y te invita a morar en él. Nunca llegarás a orar bien si
no sabes permanecer largo tiempo frente al misterio de la Santísima Trinidad. Es preciso dejarse coger en
este movimiento de amor que lleva a Jesús en el seno del Padre. Por eso Cristo te pide con insistencia que
mores con él: "Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros" . (Jn 17, 21)
Penetra en Dios, en la familia trinitaria por el Verbo encarnado. Al acercarte a Dios, desarrollas tu fe por
esta incesante comunión con la vida divina. Aliméntate con la Eucaristía para entrar en esta comunión de
la Trinidad: "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él". Al comulgar a Jesús, vives
de la misma vida del Padre y del Espíritu. Ahí te encuentras con el último resorte de la oración, con la
actitud última del diálogo con Dios.
La oración, es la comunión comprometida de una presencia, de una connivencia y de una intimidad con el
Dios de Jesucristo en el dinamismo de su Espíritu.
Hacer oración, es encontrarte delante de Dios, estar unido con él, permanecer en él con todo tu ser:
cuerpo, inteligencia, voluntad y corazón, sea virtualmente en tu vida, tus relaciones o tu trabajo, sea
actualmente, en los tiempos consagrados más especialmente a la oración. Lo uno nunca va sin lo otro.
Si puedes mantenerte así ante Dios, con él y en él, es porque ha tenido a bien el mostrarse a ti como el
Santo, el Amigo y el Huésped. A tu actitud corresponden tres nombres de la revelación objetiva de Dios,
tres "Todo" de este Dios de la Biblia. He aquí algunas pistas que te orientan en la contemplación del
misterio.
Dios es el separado, el Único, y se muestra Santo. El es el Único por su infinito poder misterioso. Ante él
tú eres polvo y ceniza (Gn 18, 27) pues todo es nada salvo él (Is 40, 25 y 45, 5). Cuando se te
manifiesta, se revela en la trascendencia de su ser, es decir en su gloria, que es la intensidad radiante de
su presencia y de su vida (Ex 3, 6; Is 6, 1-5; Ez 1, 28). Tú sólo puedes caer rostro en tierra para adorarle.
Es también el Único por su infinita pureza moral que te hace sentir tu innata impureza (Is 6, 5). Si los
orantes de la Biblia tienen la convicción de estar delante de Dios, testigos de su gloria, es porque han
tenido la revelación de su santidad. Es la primera indicación objetiva del diálogo con Dios. Adorar a Dios,
es tener el sentimiento de su grandeza e inseparablemente el sentimiento de tu propia miseria.
Pero el Dios verdadero no revela nunca su grandeza inaccesible sin revelar al mismo tiempo su Amor, y
por eso es el amigo de los hombres. El que ama (Os 11, 1), es también el que te ama: "Vosotros sois mis
amigos" dirá Jesús. Es una confidencia hecha de corazón a corazón, una revelación. Sobre el rostro de
carne de Cristo, tú descubres la amistad (Tit 3, 4), y la ternura de Dios para contigo. Y la prueba de que
es tu amigo, es que comparte contigo los secretos del Padre como se hace entre amigos.
Hoy todavía, como en el tiempo de los profetas, Dios te repite: "Estoy contigo".
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Cristo resucitado no cesa de estar con los suyos hasta el fin de los tiempos. Te conoce por tu nombre pues
te ha amado y se ha entregado por ti. La revelación de la intimidad del Dios tres veces Santo en Jesucristo
es la segunda indicación objetiva del diálogo. Entre Dios y tú, se da una relación de tipo amigo. Entre el
Santo y tú, Jesús es tu amigo. Si tú puedes estar con él, es porque él ha querido estar contigo. Emmanuel
= Dios con nosotros. Pide a san Juan, "el discípulo al que Jesús amaba" (Jn 13, 23), que te haga
experimentar la amistad de Cristo.
El fondo del misterio del diálogo de la oración, es la presencia de Dios en ti. Si puedes estar en Dios, es
porque él ha querido estar en ti. La relación de inhabitación de las Personas divinas en ti, es la tercera
indicación objetiva del diálogo con Dios. No hay definición más hermosa de la intimidad que se establece
entre Dios y tú en la oración, que la del Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). El Padre de
Beaurecueil nos relata los propósitos de ese joven afgano de dieciséis años que le decía un día: "Vienes a
comer a mi casa, luego yo iré a comer a la tuya, y entonces seremos amigos".
No eres tú el que suplica a Dios que venga a ti, sino, que es él el que te suplica que quieras abrirle tu
corazón y tus manos para acoger a su Hijo Jesús
Tienes una mentalidad de escalador y partes cada día al asalto de Dios para conquistarle a fuerza de
puños. O tal vez suplicas a Dios que venga a ti recordándole con delicadeza lo que parece haber olvidado.
Una oración y una actitud de este tipo no tienen ya sentido ni razón de ser para un cristiano y no tienes ya
que tratar de seducir a Dios con tus ofrecimientos o tus oraciones.
Hace mucho tiempo que Dios ha venido a ti y te ha seducido. Te ha amado el primero hasta el punto de
darte a su Hijo Jesucristo para salvarte. No debes pues ya buscarle puesto que definitivamente él ha
colmado el foso que te separaba de él. Ya no necesitas convencer a Dios, hace tiempo que ha venido
entre los suyos, pero el drama, es que tú no le has recibido: "Vino a su casa, y los suyos no le recibieron"
(Jn 1, 11). Orar, es sencillamente dejarte buscar y encontrar por Dios.
En el fondo, toda la pedagogía de Dios consiste en recordarte esta presencia y esta venida del Hijo al
mundo. Este no es un desierto en el que Dios está ausente, entraña una presencia oculta de Cristo. Piensa
un poco en la cuaresma que te parece un período molesto y triste porque pones el acento en tus esfuerzos
de penitencia cuando ante todo es un tiempo de gracia y de salvación. A lo largo de este período, Dios te
ofrece la presencia de su Hijo muerto y resucitado. No tienes que realizar proezas para conseguirlo pues
está a tu alcance, y se te ofrece de gracia en el pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Lo que se te pide entonces, es una contemplación prolongada del amor de Dios que no cesa de salir de sí
mismo para venir a ti. Santa Teresa de Lisieux hablaba a este respecto de la fe en el Amor de Dios.
"Cuánto más deseará vuestro amor misericordioso abrasar a las almas, puesto que vuestra misericordia
se eleva hasta el cielo... ¡Oh, Jesús mío! que sea yo esta víctima feliz, consumad vuestro holocausto con
el fuego de vuestro divino amor .
No es al final de tus esfuerzos cuando descubrirás este amor, sino en una oración silenciosa e intensa.
Dios desgarrara el velo y te revelará los tesoros de amor contenidos en el corazón de su Hijo. Esta toma
de conciencia del amor de Dios es una gracia misteriosa, imposible de traducir en palabras y en conceptos
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humanos, pero si un día se te concede experimentarlo, comprenderás por qué santo Domingo y san
Francisco lloraban noches enteras repitiendo: "¡El amor no es amado!"
En la oración, tú no pides a Dios que cambie de parecer y que venga por fin a ti para amarte, sino que al
contrario tú cavas profundamente tu corazón de mármol para cambiar de actitud y aceptar finalmente el
amor de Dios.
La cuaresma es el tiempo privilegiado de esta venida de Dios a tu vida. Sumérgete en el silencio interior
para mejor escuchar la voz de Dios. En Jesús, Dios se hace presente y te llama a compartir la intimidad
trinitaria. No imites a los fariseos ciegos que no reconocían en Jesús esta venida del Padre.
Convertirte, es consentir por fin abrir tu corazón a este amor infinito de Dios y es abrir ampliamente tus
manos para recibir el pan de la Eucaristía. Entonces verás cuáles son los signos concretos de penitencia
que te dispondrán mejor para esta acogida de Cristo. Pero lo esencial es estar a lo largo de tus días y de
tus noches en estado de vela y de escucha para no faltar a esa cita de amor.
"Lo propio de la bondad de Dios es hacer, pero lo propio de la naturaleza humana es ser hecha "
Yo traduciría de otra manera esta palabra de Ireneo diciendo: "Es preciso dejarte amar, dejarte hacer por
Dios".
Todas las dificultades humanas y espirituales vienen de que quieres construirte y realizarte por ti mismo.
Piensas demasiado que la santidad es una torre que tienes que construir a fuerza de puños y lo mismo te
sucede con la oración, la vida fraterna y la unificación de tu vida; no eres tú el que oras, sino el Espíritu
en ti, y una auténtica comunidad no es una construcción humana sino la obra del amor trinitario.
La verdadera oración y todo lo demás son dones que vienen de arriba. Debes recibirlos, acogerlos y
ofrecerles un terreno capaz de hacerles crecer y desarrollarse. El dinamismo del crecimiento está
contenido en germen en la pequeña semilla de vida divina depositada en ti en el bautismo. Este es el
sentido de la parábola del grano de mostaza y de la levadura en la masa. Lee a menudo, en Marcos (4, 26
a 29), la parábola de la semilla que crece sola. "Mientras duerme o se levanta, de noche y de día, la
semilla germina y crece, sin que él se de cuenta". El labrador sabe muy bien que el tiempo que separa la
siembra de la cosecha es un factor de crecimiento y un compañero de trabajo. Lo mismo le sucede a la
madre: da la vida a su hijo, pero luego tendrá que respetar las etapas de su crecimiento y de su madurez
como hombre.
Libérate de tus prisas: el desarrollo de tu vida no es en ti una propiedad natural o una conquista orgullosa
de la voluntad sino un don de la gracia. Todas tus miserias vienen del choque de tus puntos de vista
personales, cortos y limitados, y la voluntad de Dios amplia y espaciosa. Quieres realizarte según un plan
que has concebido en tu pequeño taller de perfeccionamiento, y Dios tiene para ti un designio de amor
mucho mejor. Abandona tus pretensiones de querer construirte y deja hacer a Dios, aunque no
comprendas su plan. Jamás se te ocurrirá juzgar una obra de teatro al final del primer acto. Al fin de tu
vida te maravillarás del proyecto de amor de Dios para contigo.
En primer lugar ten la seguridad de que Dios te ama puesto que te hace compartir su propia vida que
debe crecer a lo largo de toda tu historia personal. Tienes pues que contar con el tiempo: no quieras ser
hoy lo que serás mañana con el tiempo y la gracia de Dios. El edifica en ti progresivamente el hombre
interior, corroe y destruye las montañas de pecado. No le impongas tus puntos de vista, tus planes y tus
deseos, los suyos son mucho mejores.
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El no espera de ti más que una cosa: que te dejes llevar, pero ¡cuidado!; dejarse llevar por Dios no quiere
decir dejarse vivir. El tiempo no puede dar fruto en ti más que si tu te decides a amar a Dios del todo con
buena voluntad. Sin este abandono activo en Dios, tu ser espiritual se disgregaría en una multitud de
caprichos. Dios no obra a golpes de varita mágica que te dispensarían de una fidelidad siempre más
onerosa.
Pero desde el momento en que te entregas a Dios sin reserva y sin condiciones, dejándole obrar como a él
le parezca bien y sin preferir nada a su voluntad, descubres la alegría y la paz. Todo acontecimiento
exterior es un regalo de la mano de Dios y modela un poco más tu ser interior según el querer del Padre.
"Cuando tú has hecho todo lo que está en tu mano, dice Teilhard de Chardin…, todo lo que sucede es
adorable; es la última palabra de la sabiduría humana y de la santidad ". Cuando estás entregado a Dios,
todo acontecimiento dichoso o desgraciado te transforma desde dentro y te acerca a Dios.
Tu mismo pecado y tus debilidades, con tal de que las reconozcas, lloradas y perdonadas, te empujan un
poco más hacia adelante. Tus gestos y tus esfuerzos de cada día, en la repetición monótona, son
integrados en la corriente de vida interior que circula en ti. Al mismo tiempo crece esta perfección interior
de la que Dios es el único autor y que actúa en ti en la medida en que tú te dejes modelar a su imagen.
Para descubrir este largo trabajo de Dios, tienes necesidad de la mirada de la fe y por supuesto de una
oración intensa y prolongada.
Dios no se ha contentado con decirte que te amaba; un día en el tiempo, se ha hecho hombre: un ser
como tú, de carne consciente y de sangre.
No necesitas haber hecho estudios superiores para comprender lo que es un hombre. Basta que te sientas
vivir, amar y llorar. Un hombre nace, vive y pasa por la tierra, y es Dios: Jesús de Nazaret, hijo de María,
hijo de Dios. Si tienes alguna experiencia del Dios tres veces santo, no puedes menos de maravillarte,
asombrarte, pasmarte ante este misterio de Jesús.
Es un ser que es enteramente Dios, sin ninguna reserva ni matiz. Es un ser que es enteramente hombre,
sin ninguna reserva y sin ninguna merma de su humanidad: "No es tan sólo un hombre que nace en
Belén, que trabaja en Nazaret, habla a las multitudes en Palestina, que grita de miedo en Getsemaní, que
muere en Jerusalén: es Dios que nace, trabaja, habla, grita y muere" .. Jesús realiza el enlace de Dios con
el hombre y del hombre con Dios. Y para ello le basta existir, no necesita hacer más. Es ciertamente el
amor de Dios para contigo lo que se plasma en Jesucristo.
Recibe en tu corazón al Verbo encarnado y escudriña sin descanso el misterio de su persona. Pídele a
menudo que te sumerja en el corazón de Dios y en el corazón del hombre. Cuando tocas a Jesucristo por
la fe, descubres la verdadera dimensión de tu ser de hombre transformado en casa de Dios.
Desde que Cristo ha plantado su tienda en medio de nosotros, algo ha cambiado radicalmente en el
corazón del mundo. La humanidad ha entrado en Dios y Dios ha penetrado en la realidad terrestre hasta
el corazón del cosmos. En Jesucristo, la presencia de Dios irradia al centro del mundo, pero sobre todo al
corazón del hombre. No se puede ya hablar de Dios sin hablar del hombre, ni hablar del hombre sin
nombrar a Dios. Por eso ningún hombre nace sin Cristo", dirá san Jerónimo.
No llegarás a tu plena realización como hombre si no te insertas cada día más profundamente en el
misterio del hombre perfecto que es Cristo, y por él en el misterio trinitario. En Jesús, encuentras no
solamente al Padre, sino que entras en comunión con todos tus hermanos en sus aspiraciones hacia Dios.
Muy a menudo, contrapones oración y vida, servicio de Dios y servicio a los hombres, contemplación y
acción. El día que hayas logrado todas las dimensiones del misterio de Cristo, dejará de haber oposición.
Desde que Dios ha encontrado al hombre en Jesucristo, ya no hay nada profano (etimológicamente: pro-
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fanum = delante del templo, fuera del templo), puesto que Dios ha salido precisamente del Templo, de su
“morada celeste”, para vivir en el corazón de su creación. Está ahí presente y vivo en esa masa de lo
cotidiano que tú modelas con más o menos éxito. Viviendo en plenitud tu tarea de cada día y tu relación
con los demás, te incorporas sin cesar a Cristo y por él al Padre. Ahora debes encontrar a Jesús en tu vida
de cada día, en tu trabajo diario, en el amor a tu hermano.
En la oración, arrodíllate en presencia del Padre y con una súplica que no cese nunca, pídele que
comprendas que "Cristo habita en tu corazón por la fe" (Ef. 3 ,17). Cree en su presencia en ti, dice la
Regla de Taizé, aunque no experimentes ninguna resonancia sensible. Utiliza todos los requisitos de tu
persona para elevar esta oración al Padre pues debes ser habitado por el Espíritu de Jesús. Luego, al
mismo tiempo, el Espíritu Santo te dará luz y fuerza para comprender "cuál es la anchura y la longitud, la
altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" (Ef 3, 18-19).
Es preciso que este conocimiento de la presencia de Cristo eche profundas raíces en ti. Es el único objeto
y el único fin de la oración. Si pasases todo el tiempo de tu oración pidiendo esta gracia, aceptarías los
puntos de vista de Dios sobre ti. Sábete que esto que pides así con esta insistencia responde al deseo del
Padre. El Padre espera que tengas tus manos abiertas y suplicantes para depositar en ellas a su Hijo.
Tal vez conoces muy bien tus faltas, pero no por ello tienes sentido del pecado. Esto es obra de una
revelación de Dios. Antes de pensar en examinarte, piensa sobre todo en orar.
Ahora comprendes mejor que el verdadero conocimiento de Dios es obra de una revelación. No se
consigue al final de un caminar intelectual, sino por la humilde postración de tu ser ante el rostro del Dios
Santo. Como dice Karl Rahner, "si tu teología deja de ser una teología de rodillas, en el sentido de que
debe ser la teología de un hombre que ora, para extraviarse por los senderos del intelectualismo, se
degradará en diletantismo de burgueses retrasados".
Lo mismo sucede en el conocimiento del pecado. Puedes tener conciencia perfecta de las faltas cometidas,
es decir de las faltas a una regla o a un orden establecido, pero no por ello tienes sentido del pecado. Este
descubrimiento de tus faltas engendra en ti la mala conciencia o el sentimiento de culpabilidad pero no el
verdadero arrepentimiento.
Para que tengas el verdadero sentido del pecado, tienes que descubrirte en relación con Dios. Y así como
la oración es una presencia de Dios, el pecado aparece como una ausencia, un rechazo para aceptar a
Dios, un obstáculo a su amor. No puedes pues tener el verdadero conocimiento de tu pecado si Dios no te
lo revela, lo mismo que el verdadero conocimiento de Dios es obra de su gracia.
Ves así cómo se establece una primera ley espiritual: cuando quieras descubrir tu pecado, importa menos
el examinarte que el orar intensamente: "Señor, que te conozca a Ti y me conozca a mí ". Lo que pides
entonces al Señor, no es tan sólo el hacer un cómputo exacto de tus faltas como si hicieses la lista de tus
transgresiones al código de circulación -esto es obra de la razón- sino que le pides el conocimiento
sobrenatural de una realidad oculta. Sabes muy bien que confesar tu pecado no es decírselo a un
sacerdote para que lo sepa, sino que es confesarte a Dios que primero se ha confesado a ti declarándote
su amor.
Pides a Dios que te haga experimentar con todas las fuerzas de tu ser lo lejos que estás de él. En sí, el
pecado no es una realidad objetiva, no es un quebrantamiento de una ley que llevaría consigo, como
consecuencia, la privación de la gracia; es el hombre ante Dios en actitud de ruptura, de rechazo o de
distensión. El pecador es aquel que vuelve la espalda a Dios y rechaza recibir de él su ser. Por el mismo
hecho del pecado, ya no está presente a sí mismo, y por eso el pecado es también una desintegración de
la naturaleza humana. Como el hijo pródigo, el pecador se aleja del Padre y se va a un país lejano para
gozar egoístamente de los bienes recibidos sin hacer referencia de ellos al dador.
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En vez de utilizar sus bienes para entrar en comunión, los hace servir para su provecho. El pecador es
pues un extraviado, lejos de Dios, en el exilio. Está fuera de la verdad pues para él ser auténtico es estar
en comunión con el Padre.
Y, el drama del pecador, es que no sufre por ello y ni siquiera tiene conciencia de ello; al contrario, tiene
la impresión de una cierta felicidad. El día en que sus ojos se abren al amor del Padre es cuando el hijo
pródigo descubre la profundidad de su miseria, pues el pecado no solamente le ha separado del Padre, le
ha apartado también de sí mismo y de la comunidad de sus hermanos. El pecado abre en ti una rotura
que engendra el sufrimiento y la muerte. Como dice Gabriel Marcel, "estamos en un mundo roto".
En el fondo, al presentarte ante Dios, te pareces a un ciego. Como el salmista, reconoces humildemente
que te has alejado de él, rompiendo una relación de amor: "Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a
tus ojos cometí" (Sal 51, 6). Más profundamente todavía, no confiesas tan sólo actos sino un estado de
pecador: "Mira que en culpa yo nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51, 7). Pero no conoces tu
verdadero pecado que no es forzosamente el pecado de debilidad que confiesas y lloras, sino el pecado
profundo que amas y llamas con un nombre tranquilizador: "De las faltas ocultas declárame inocente" (Sal
19, 13).
En la luz de su amor, Dios rasgará tus ojos cegados y te infligirá la dolorosa revelación de tu pecado. Es
un desgarrón mucho más doloroso y más profundo que todos los escrúpulos y sentimientos de
culpabilidad. Ora todo el tiempo que sea necesario para recibir esta revelación, que reconocerás en la paz
austera que engendra en ti. El sentimiento de tu pecado es siempre doloroso, pero va acompañado de
confianza en el amor misericordioso de Dios que perdona. Ojalá pudieses recibir este conocimiento íntimo
de tu pecado que hacia llorar a los mayores santos.
En la mirada de amor de Cristo que se acerca a ti, recibes a la vez la revelación de su corazón y la de tu
pecado.
En esta intensa oración, no estás solo y abandonado, y por eso es bueno que te coloques ante la
revelación del pecado en la Biblia. Lee despacio la oración de los desterrados (Baruc 1, 15 a 3,8), los
salmos 25 y 51, el relato de la caída (Génesis 3) la carta a los Romanos 1 a 7, Jeremías 2 a 11, Isaías 1 a
12, Oseas 1 a 3, alternando su lectura con el silencio. Te colocarás en una historia del pecado, y
comprenderás que éste viene de más arriba y de más lejos que tú y sobre todo que el autor es Satanás.
Después de Adán, la humanidad se ha encenagado en este pecado, y por eso experimentas tu profunda
miseria.
Pero al mismo tiempo descubres una realidad mucho más exaltante. Dios nunca revela el pecado del
hombre para hacerle sentir su miseria y su debilidad, sin mostrarle inmediatamente al Salvador. Percibes
tu pecado en el mismo acto en el cual recibes su perdón. Lee Romanos 5,12 a 20, y comprobarás que
nunca se habla de Adán sin hablar al mismo tiempo de Cristo el Salvador: "... Pero con el don no sucede
como con el delito. Si por el delito de uno sólo murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios, y el don
otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos!" (Rom 5, 15).
San Juan Crisóstomo dice a este propósito: "Dios no te revela tu mal hasta que tienes tu redentor, y que
por él te ha curado". Espera con paciencia esta revelación de ti mismo que Dios te quiere conceder hoy,
de momento no puedes sobrellevarlo todo. "Si conocieses tus pecados te desanimarías.
A medida que los vayas expiando, los irás conociendo y se te dirá:
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Mira los pecados que se te han perdonado... No temas, la conversión es asunto mío. Te amo yo mucho
más que lo que tú has amado a tus faltas ". Por eso debes acusarte de ese pecado pues es precisamente
el que Dios te quiere perdonar, pues los otros no son más que consecuencias de éste.
Hay en el Evangelio una ilustración viva de esta segunda ley espiritual a propósito del pecado. Es el
momento en que Pedro se encuentra con Jesús durante la Pasión. Pedro cree que conoce y ama a Jesús
pero no tiene conciencia de su triple negación y permanece siempre a nivel de la falta. "El Señor se volvió
y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: "Antes que cante hoy el gallo, me
habrás negado tres veces. Y saliendo fuera, rompió a llorar amargamente" (Lc 22, 61-62).
En esta mirada, Pedro recibe a la vez la revelación del amor de Cristo para con él y la de su pecado.
Descubre entonces su verdadero pecado que consiste en rechazar un cierto rostro de Jesús (el rostro
ultrajado del Siervo doliente), este es el pecado que Dios quiere verle llorar. Tiene muchos otros pecados
que son consecuencia de este pecado fundamental, pero de momento, este es el pecado que Dios le
quiere perdonar. Pedro no puede comprender su pecado hasta que no ha vislumbrado el rostro de amor
infinito al que persigue.
Por eso el descubrimiento de tu pecado no resulta de una introspección sino de la contemplación de Cristo
en cruz. En el rostro de muerte de Cristo, percibes el amor infinito de Dios para ese pecador que tú eres.
Mides también la necesidad que tienes de Jesús y de su perdón. Te resulta imposible descubrir ese rostro
sin descubrir al mismo tiempo que le rechazas en el fondo de tu corazón. Ese es tu verdadero pecado. El
descubrir tu pecado es mucho menos importante que el descubrimiento de Cristo. Entonces estás cerca de
la bienaventuranza de las lágrimas.
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Sábete muy bien esto: cuanto más invadido estés por la presencia del Dios tres veces santo, tanto más
experimentarás esta presencia del pecado y del mal en ti y en el mundo. No se trata, ciertamente, de
fenómenos extraordinarios sino de una percepción acrecentada del misterio de iniquidad. Por donde pasa
un verdadero hombre de Dios, suscita a la vez que la gracia un desencadenamiento de las fuerzas del
mal.
La presencia de Cristo aparta la presencia de Satán pues son totalmente opuestos y comprenderás por
qué Jesús llama a Satanás mentiroso y padre de la mentira. Jesús no vive para sí mismo, vive para el
Padre y cumple su voluntad (Jn 8, 42). Su centro de gravedad es el Padre, y por eso es la Verdad pues
vive de acuerdo con el Padre.
Al contrario, el diablo y los hijos de las tinieblas no quieren reconocer su dependencia de Dios. Se cierran
sobre sí mismos, y sobre los dones recibidos, para hacer de sí mismos su propio centro. Por eso no hay
verdad en ellos puesto que no se da referencia y dependencia del Padre. En la práctica Satán niega a Dios
y a los demás y si pudiera los mataría; por eso Jesús le acusa de homicidio: "Este fue homicida desde el
principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que
le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira". (Jn 8, 44).
Ahora comprendes por qué Satanás libra una lucha sin cuartel contra Cristo y contra los hijos de la luz.
Jesús es totalmente "eucaristía", pues se ha entregado al Padre. Satanás es "ausencia de eucaristía"
porque está cerrado sobre si mismo.
Así descubres la señal de la presencia de Satán en el mundo, es decir lo que caracteriza el pecado: no es
ni la debilidad, ni la ignorancia, sino la actitud por la cual se cierra uno a Dios para realizarse por si
mismo. Cluzot escribía antes de su conversión: "Creo que el verdadero pecado que he cometido, cuando
tenía quince o dieciséis años, es el querer ser yo mismo por mí mismo". Satanás puede transformarse en
ángel de luz y presentarse como un bien que existe en ti como el único fin de tu existencia. Así obró con
Jesús en la tentación del desierto. Por el contrario, la oración te abre cada vez más al amor y te enfrenta
así al misterio de iniquidad.
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EL PURGATORIO
=Se llama purgatorio al destino intermedio de sufrimiento de quienes mueren en gracia de Dios pero sin
haber purificado del todo sus pecados. Es la situación de dolor necesaria para limpiar por completo el alma
y así entrar dignamente en el cielo.
El Purgatorio es un lugar de purificación, en donde las almas justas que no han expiado completamente
sus pecados, los expían con graves sufrimientos antes de entrar al cielo.
Respecto al Purgatorio son verdades de fe: a) que existe como lugar de expiación; b) que podemos
ayudar a las almas allí detenidas.
Baste citar estas palabras del Concilio de Trento: "La Iglesia Católica enseña que hay un Purgatorio y
que las almas allí detenidas reciben alivio por los sufragios de los fieles, principalmente por el Santo
Sacrificio de la Misa"
El libro de los Macabeos narra cómo Judas envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén, "para que se
ofreciese un sacrificio por los muertos en el combate", agrega "Es cosa santa y saludable el rogar por los
difuntos a fin de que sean libres de sus pecados" (2 Macabeos 12,45). Pues bien, si no hubiera Purgatorio,
esta práctica no sería santa y saludable, sino inútil; pues ni las almas del cielo necesitan oraciones, ni las
almas del infierno pueden aprovecharlas.
Hay almas que mueren en gracia de Dios pero sin haber expiado convenientemente sus pecados. Pues
bien, Dios sería injusto al condenarlas, porque están en gracia y sería injusto el introducirlas al cielo,
porque no han satisfecho debidamente a su justicia. Debe, pues, existir para estas almas un lugar
intermedio, donde se purifiquen antes de entrar al cielo.
Dos clases de pena se sufren en el Purgatorio: la pena de daño o privación de la vista de Dios; y la de
sentido, que consiste en el fuego y otros padecimientos.
a) Respecto a su intensidad, sabemos que son proporcionados al número y gravedad de los pecados; y
que son mucho más intensas que los sufrimientos de esta vida; pero que las benditas almas sufren con
resignación, y aún con alegría, por la certidumbre de su salvación.
b) Respecto a su duración, no tenemos dato cierto. Sin embargo, es claro que socorrer a las benditas
ánimas es: 1) grato a Dios, quien las ama tiernamente, y quiere verlas pronto en su gloria; 2) provecho
para ellas, que nada pueden por sí mismas ya que ha pasado el tiempo de satisfacer; 3) útil a nosotros,
pues se convertirán en poderosas intercesoras nuestras.
En especial hemos de pedir por aquéllas con quienes nos unen vínculos de parentesco, amistad y
gratitud; y por aquéllas que puedan estar sufriendo por causa nuestra.
Podemos socorrer a las benditas almas con: oraciones, comuniones, limosnas y buenas obras, por
indulgencias ganadas en su favor, y sobre todo por el Santo Sacrificio de la Misa.
Conviene destacar que la palabra Purgatorio viene del verbo purgar, que significa limpiar, purificar,
eliminar. Tal palabra no aparece como tal en la Sagrada Escritura, de ahí se valen numerosos protestantes
para decir que el Purgatorio no existe. Sin embargo la palabra Purgatorio tiene sinónimos o conceptos
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iguales que sí aparecen en la Biblia. Pudiendo hacer un análisis reflexivo del Purgatorio a través de la
Sagrada Escritura.
Dios siempre perdona nuestros pecados, pero no deja sin castigo ninguno de ellos. Pensemos en el hijo
que se porta mal con su padre, el padre lo perdona, pero le pide que haga algo para reparar el daño que
hizo, lo mismo hace el Señor con nosotros, veamos algunos ejemplos de la Biblia: "¡El Señor! ¡El Señor!
¡Dios tierno y compasivo, paciente y de grande amor y verdad! Por mil generaciones se mantiene fiel en
su amor y perdona la maldad, la rebeldía y el pecado; pero no deja sin castigo al culpable" (Éxodo 34,6-
7). "No digas: "Dios es muy compasivo; por más que yo peque, me perdonará". Porque Él es compasivo,
pero también se enoja y castiga con ira a los malvados" (Eclesiástico 5,6).
En este sentido si una persona muere ya perdonada de sus pecados, es decir, en gracia de Dios, pero
sin haber reparado el daño causado por ellos, no puede entrar al cielo, pues en el cielo no entra nada
manchado (Apocalipsis 7,9), pero tampoco puede irse al infierno pues ya está perdonada por Dios, solo
que le hace falta pagar la deuda que debe por sus pecados. Es entonces cuando la misma razón nos dice
que hay un estado en el que las almas se purifican para después ir a gozar de la felicidad eterna del cielo.
Jesús hace referencia a que ciertos pecados pueden ser perdonados en la otra vida "Dios perdonará
incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no lo
perdonará ni en esta vida ni en la otra" (Mateo 12,32).
Como vemos las referencias al Purgatorio se encuentran en la Biblia, la razón nos lo confirma y además
la Santa Iglesia nos ha enseñado siempre que el Purgatorio existe. Que nadie nos quite la devoción de
orar por nuestros fieles difuntos, para que si todavía le deben algo al Señor por sus pecados puedan irlo
pagando con nuestras oraciones por ellos y con su sufrimiento en el Purgatorio. Nosotros desde aquí en la
tierra podemos ir reparando todos nuestros pecados. El pensamiento de la existencia del Purgatorio debe
llevarnos a evitar el pecado y a reparar aquellos que ya hemos cometido.
Cómo evitarse el purgatorio y entrar directamente al cielo? Algunos consejos que suelen darse son:
o Evitar los pecados con firmeza, para no tener que purificarlos. Confesarse frecuentemente,
fomentando el arrepentimiento y el dolor de los pecados para que la confesión sea más eficaz.
o Llevar una vida sacrificada ofreciendo esos dolores a Dios como penitencia purificadora. Esto da
mayor sentido al dolor.
o Procurar ganar indulgencias. Sobre todo indulgencias plenarias. Pues cada indulgencia plenaria
purifica el alma completamente.
o Procurar acercar a otros a Dios. Dios nuestro Señor premia el apostolado con gracias abundantes
que mejoran el alma.
Purgatorio
Doce días después de la muerte de sor Teresa, el 17 de noviembre, la hermana Ana Felicia, que la había
ayudado en su empleo y que la reemplazó después de su muerte, iba a entrar en la ropería, cuando oye
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gemidos que parecían salir del interior del aposento. Algo azorada, se apresuró a abrir la puerta: no había
nadie. Mas dejándose oír nuevos gemidos acentuados, ella, a pesar de su ordinario valor, sintió miedo.
Aún no había concluido, cuando oyó una voz lastimera, acompañada de este doloroso suspiro:
La hermana, estupefacta, reconoció pronto la voz de la pobre sor Teresa. Se repone como puede, y le
pregunta:
"No es por mí misma, sino por las hermanas, a quienes he dejado demasiada libertad en este punto. Y tú
ten cuidado de ti misma".
Y al mismo instante la sala se llenó de un espeso humo, y la sombra de sor Teresa apareció dirigiéndose
hacia la puerta, deslizándose a lo largo de la pared. Llegando cerca de la puerta, exclamó con fuerza:
Y diciendo esto tocó el tablero superior de la puerta, dejando perfectamente estampada en la madera
calcinada su mano derecha, y desapareciendo en seguida.
La pobre sor Ana Felicia se había quedado casi muerta de miedo. Se puso a gritar y pedir auxilio. Llega
una de sus compañeras, luego otra y después toda la Comunidad; la rodean y se admiran todas de
percibir un olor a madera quemada. Buscan, miran y observan en la puerta la terrible marca,
reconociendo pronto la forma de la mano de sor Teresa, que era notablemente pequeña. Espantadas,
huyen, corren al coro, se ponen en oración, y olvidando las necesidades de su cuerpo, se pasan toda la
noche orando, sollozando y haciendo penitencia por la pobre difunta, y comulgando todas por ella al día
siguiente.
Espárcese por fuera la noticia; los Religiosos Menores, los buenos sacerdotes amigos del monasterio y
todas las comunidades de la población unen sus oraciones y súplicas a las de las Franciscanas. Este rasgo
de caridad tenía algo de sobrenatural y de todo punto insólito.
Sin embargo, la hermana Ana Felicia, aun no repuesta de tantas emociones, recibió la orden formal de ir a
descansar. Obedece, decidida a hacer desaparecer a toda costa en la mañana siguiente la marca
carbonizada que había causado el espanto de todo Foligno. Mas, he aquí que sor Teresa Margarita se le
aparece de nuevo.
"Sé lo que quieres hacer; -le dice con severidad -; quieres borrar la señal que he dejado impresa. Sabe
que no está en tu mano hacerlo, siendo ordenado por Dios este prodigio para enseñanza y enmienda de
todos. Por su justo y tremendo juicio he sido condenada a sufrir durante cuarenta años las espantosas
llamas del purgatorio, a causa de las debilidades que he tenido a menudo con algunas de nuestras
hermanas. Te agradezco a ti y a tus compañeras tantas oraciones, que en su bondad el Señor se ha
dignado aplicar exclusivamente a mi pobre alma; y en particular los siete salmos penitenciales, que me
han sido de un gran alivio".
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"¡Oh, dichosa pobreza, que proporciona tan gran alegría a todos los que verdaderamente la observan!".
Y desapareció.
Por fin, al siguiente día, 19, sor Ana Felicia, habiéndose acostado y dormido, a la hora acostumbrada, oye
que la llaman de nuevo por su nombre, despiértase sobresaltada, y queda clavada en su postura sin poder
articular una palabra. Esta vez reconoció también la voz de sor Teresa, y al mismo instante se le apareció
un globo de luz muy resplandeciente al pie de su cama, iluminando la celda como en pleno día, y oyó que
sor Teresa con voz alegre y de triunfo, decía estas palabras:
"Fallecí un viernes, día de la Pasión y otro viernes me voy a la Gloria... ¡Llevad con, fortaleza la cruz!...
¡Sufrid con valor!".
Abrióse en seguida una información canónica por el obispo de Foligno y los magistrados de la población. El
23 de noviembre, en presencia de un gran número de testigos, se abrió la tumba de sor Teresa Margarita,
y la marca calcinada de la pared se halló exactamente conforme a la mano de la difunta.
El resultado de la información fue un juicio oficial que consignaba la certeza y la autenticidad de lo que
acabamos de referir. En el convento se conserva con veneración la puerta con la señal calcinada. La Madre
abadesa, testigo del hecho, se ha dignado enseñármela (dice Mons. de Ségur), y mis compañeros de
peregrinación y yo hemos visto y tocado la madera que atestigua de modo tan temible que las almas que,
ya sea temporal, ya sea eternamente, sufren en la otra vida la pena del fuego, están compenetradas y
quemadas por el fuego.
Cuando, por motivos que sólo Dios conoce, les es dado aparecer en este mundo, lo que ellas tocan lleva la
señal del fuego que les atormenta; parece que el fuego y ellas no forman más que uno; es como el carbón
cuando está encendido.
En medio de la crisis que hunde al mundo moderno en un rebrotar inmenso del paganismo, con todas sus
secuelas de brutalidad y salvajismo, la fe, debilitada y languideciente, en las Verdades reveladas, nos
presenta el espectáculo de personas tan preocupadas, hasta el traumatismo psicológico, por la "suerte" de
las especies animales y aún las vegetales, que despliegan esfuerzos y queman energías en campañas
medioambientales, mientras abandonan, sin la más mínima consideración, a sus seres queridos, (padres,
hermanos, esposos o amigos) a sufrimientos atroces sin hacer nada por ellos, pudiendo haberles ayudado
inmensamente si aún tuvieran algo de fe. Santo Tomás enseña que el dolor más grande en la tierra es
menor que el más pequeño en el Purgatorio.
Pero lo peor de esta situación, y lo más doloroso, es constatar que este olvido de las almas de nuestros
seres queridos ha sido causado, en gran medida, por la negligencia o la traición de hombres de Iglesia que
no creen, o parecen no creer más el la realidad del Purgatorio, volcando sus esfuerzos "pastorales", casi
exclusivamente, en los pleitos políticos contingentes, y curiosamente con el mismo fuerte cariz ideológico
que alimenta dichas campañas medioambientales.
Por nuestra parte encomendemos a dichas almas abandonadas a su suerte que constituyen la parte de la
Iglesia purgante cuyas oraciones, a su vez, a favor nuestro no dejan de favorecernos, hagamos celebrar el
Santo Sacrificio de la Misa, aprovechemos para ganar las indulgencias del jubileo para aplicarlas a
nuestros seres queridos o a quienes quizás por culpa nuestra sufren en el Purgatorio. Cumplamos este
deber ya sea en justicia o caridad; Un día, con seguridad, seremos nosotros los necesitados del auxilio
que nos puedan prestar las almas fieles pertenecientes, en ese entonces, a la Iglesia militante.
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Muchos al leer estas cosas las desprecian como puros cuentos. No quieren reconocer que la realidad del
purgatorio que es enseñanza del magisterio y ha sido confirmada por numerosos testimonios. Pero el
Señor no deja de advertirnos por el bien de los pocos que abren su corazón a la conversión.
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Santa Faustina nació en la aldea de Glogoviec, en Swinice Varckie, Polonia, el 25 de agosto de 1905. Fue
bautizada dos días después con el nombre de Elena Kowalska, en la Iglesia de San Casimiro. Sus padres
tuvieron 8 hijos (Elena es la tercera), a quienes criaron con mucha disciplina, siendo gran ejemplo de vida
espiritual. A muy temprana edad, Elena fue llamada a hablar con el cielo. Una indicación de este hecho fue
un sueño que ella tuvo a la edad de 5 años. Su madre recuerda que en esa época Elena dijo a su familia.
“Yo estuve caminando de la mano de la Madre de Dios en un jardín precioso”. Muchas veces, aún antes de
los siete años, la niña se despertaba durante la noche y se sentaba en la cama. Su mamá veía que estaba
rezando, y le decía que regresara a dormir o terminaría perdiendo la cabeza. “Oh, no madre”, Elena le
contestaba, “mi ángel guardián me debe haber despertado para rezar.” Nos dice Santa Faustina en su
diario (#7): “Desde los siete años sentía la suprema llamada de Dios, la gracia de la vocación a la vida
consagrada. A los siete años por primera vez oí la voz de Dios en mi alma, es decir, la invitación a una
vida más perfecta. Sin embargo, no siempre obedecí la voz de la gracia. No encontré a nadie quien me
aclarase esas cosas.” Este evento ocurrió en Vísperas, durante la exposición del Santísimo Sacramento.
Elena tenía aproximadamente 9 años cuando se preparó para recibir los sacramentos de la Confesión y la
Comunión en la Iglesia de San Casimiro. Su madre recuerda que antes de dejar la casa en el día de su
Primera Comunión, Elena besó las mano de sus padres para demostrar su pena por haberles ofendido.
Desde aquél entonces, se confesaba todas las semanas; cada vez rogaba a sus padres perdón, besándoles
las manos, siguiendo una costumbre Polaca. Esto lo hacía a pesar de que sus hermanos y hermanas no le
imitaban.
Elena ayudaba en la casa con los quehaceres de la cocina, ordeñando las vacas, y cuidando de sus
hermanos. Empezó a asistir al Colegio cuando tenía 12 años de edad, debido a que las escuelas en Polonia
estaban cerradas durante la ocupación Rusa. Solo pudo completar tres trimestres, cuando en la primavera
de 1919, se notificó a todos los estudiantes mayores, que salieran del colegio para dar cabida a los niños
menores.
A los 15 años comenzó a trabajar como empleada doméstica y de nuevo sintió muy fuertemente el
llamado a la vocación religiosa, pero al presentarle su sentido a sus padres se lo negaron. Varias veces
pidió permiso a sus padres para entrar al convento; la misma Santa relata una de estas ocasiones en el
diario: “El decimoctavo año de mi vida, insistente pedido a mis padres el permiso para entrar en un
convento; una categórica negativa de los padres. Después de esa negativa me entregué a las vanidades
de la vida sin hacer caso alguno a la voz de la gracia, aunque mi alma en nada encontraba satisfacción.
Las continuas llamadas de la gracia eran para mí un gran tormento, sin embargo intenté apagarlas con
distracciones. Evitaba a Dios dentro de mí y con toda mi alma me inclinaba hacia las criaturas, Pero la
gracia divina venció en mi alma” (# 8).
Durante ese mismo año tuvo una experiencia que marcó su vida. Fue invitada a una fiesta junto con su
hermana Josefina, en el parque de Venecia, en la ciudad de Lodz: “Una vez, junto con una de mis
hermanas fuimos a un baile. Cuando todos se divertían mucho, mi alma sufría tormentos interiores. En el
momento en que empecé a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus
vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: '¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta
cuándo Me engañarás?' En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de la música,
desapareció de mis ojos la compañía en que me encontraba, nos quedamos Jesús y yo. Me senté junto a
mi querida hermana, disimulando lo que ocurrió en mi alma con un dolor de cabeza. Un momento
después abandoné discretamente a la compañía y a mi hermana y fui a la catedral de San Estanislao
Kostka. Estaba anocheciendo, había poca gente en la catedral. Sin hacer caso a lo que pasaba alrededor,
me postré en cruz delante del Santísimo Sacramento, y pedí al Señor que se dignara hacerme conocer
qué había de hacer en adelante.
Como Postulante se familiarizó en sus ejercicios espirituales. Fue encargada de la cocina, de limpiar el
cuarto de la Madre Barkiewez y de cuidarla durante su enfermedad.
A causa de sus conflictos interiores, su gran fervor espiritual, y el cambio de vida, la salud de Santa
Faustina empezó a decaer. Las superioras, alarmadas por el agotamiento que manifestaba, la enviaron a
Skolimow, a la casa de descanso, en compañía de dos hermanas.
Entrada al Noviciado y profesión
En los comienzos de 1926, fue enviada al noviciado en Józefów (el lugar de San José) en Cracovia-
Lagiewniki, para terminar su Postulantado y el 30 de abril tomó el hábito religioso como novicia y recibió
su nombre de Sor María Faustina. Durante la ceremonia le fue revelada la magnitud de sus sufrimientos
futuros y a lo que se estaba comprometiendo. Esto duró poco, luego el Señor la llenó de una gran
consolación. En este convento de Cracovia-Lagiewniki, Santa Maria Faustina hizo su noviciado, pronunció
sus primeros votos y los perpetuos, sirvió como cocinera, jardinera y portera, y pasó los últimos años de
su vida terrenal.
En el transcurso de su noviciado un hecho que se conoce mucho es la historia de la escurrida de las
papas. Debido a la gran debilidad que sufría, esta tarea se le dificultaba cada día mas, entonces empezó a
evadirla, pero al poco tiempo se empezó a notar; la Madre Superiora no comprendía que a pesar de su
deseo, Sor Faustina no podía hacerlo por su poca fuerza. Un día, cuando hizo su examen de conciencia se
quejó al Señor de su debilidad. Escuchó estas palabras: "Desde hoy tendrás mas facilidad, pues yo te
fortaleceré". A la noche, confiada por lo que el Señor le había prometido, se apresuró a tomar la olla. La
levantó con facilidad y la escurrió perfectamente. Cuando levantó la tapa para dejar salir el vapor, en vez
de papas, ella vio ramos de rosas, las más hermosas que jamás hubiese visto. Tratando de comprender
esta visión escuchó estas palabras: "Yo cambié tu trabajo tan duro en un ramillete de las más
bellas flores, y su perfume sube a Mi Trono". Después de esto ella buscaba como hacer este trabajo
diariamente aun cuando no le tocaba, porque comprendió que le agradaba al Señor.
Para quien la observara desde fuera nada hubiera delatado su extraordinaria y rica vida mística. Cumplía
sus deberes con fervor, observaba fielmente todas las reglas del convento, era recogida y piadosa, pero a
la vez natural, y alegre, llena de amor benévolo y desinteresado al prójimo. Sus hermanas recuerdan que
Santa Faustina fue una grata compañía durante el noviciado y su conducta al orar provocaba en las otras
novicias una gran reverencia a la Majestad de Dios.
Toda su vida se concentraba en caminar con constancia hacia la cada vez más plena unión con Dios y en
una abnegada colaboración con Jesús en la obra de la salvación de las almas. “Jesús mío - confeso en el
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diario – Tú sabes que desde los años más tempranos deseaba ser una gran santa, es decir, deseaba
amarte con un amor tan grande como ningún alma Te amó hasta ahora” (# 1372).
Durante su vida logró un alto grado de unión de su alma con Dios, pero también tuvo que esforzarse y
luchar en duros combates en el camino hacia la perfección cristiana. El Señor la colmó de muchas gracias
extraordinarias: los dones de contemplación y de profundo conocimiento del misterio de la Divina
Misericordia, visiones, revelaciones, estigmas ocultos, los dones de profecía, de leer en las almas
humanas, y desposorios místicos. Colmada de tantas gracias, escribió: “Ni las gracias ni las revelaciones,
ni los éxtasis, ni ningún otro don concedido al alma la hacen perfecta, sino la comunión interior del alma
con Dios... Mi santidad y perfección consisten en una estrecha unión de mi voluntad con la voluntad de
Dios." (# 1107).
La Noche oscura del Alma
Santa Faustina sufrió la mayor parte de su noviciado constantes combates interiores. No podía meditar ni
sentir la presencia de Dios. Sufrió fuertes tormentos y tentaciones, aún estando en la capilla. En mas de
una ocasión, estando en la Santa Misa, sintió que blasfemaba contra Dios, no sentía contento con nada.
Hasta las verdades mas simples sobre la fe le eran difícil de comprender.
Durante todo este tiempo Santa Faustina no estuvo sola, tuvo la ayuda de su Maestra de Novicias, Sor
Joseph Brzoza quien veía en ella grandes gracias venidas de Dios. Aunque Santa Faustina se sentía en ese
momento totalmente abandonada por Dios, Sor Joseph le decía: "sepa querida hermana que Dios quiere
tenerla bien cerca de El en el Cielo. Tenga gran confianza en Jesús."
Alma Víctima
Durante su tercer año de noviciado le fue revelado lo que era ser Alma Víctima. Anota ella en su diario:
"El sufrir es una gracia grande; a través del sufrimiento el alma se hace como la del Salvador; en el
sufrimiento el amor se cristaliza, mientras más grande el sufrimiento más puro el amor". (57)
Sor Faustina se ofreció como víctima por los pecadores y con este propósito experimentó diversos
sufrimientos para salvar las almas a través de ellos. Durante una hora particular de adoración, Dios le
reveló a Santa Faustina todo lo que ella tendría que sufrir: falsas acusaciones, la pérdida del buen
nombre, y mucho más. Cuando la visión terminó, un sudor frío bañó su frente. Jesús le hizo saber que
aún cuando ella no diere su consentimiento a esto, ella se salvaría y El no disminuiría Sus gracias y
seguiría manteniendo una relación íntima con ella. La generosidad de Dios no disminuiría para nada.
Consciente de que todo el misterio dependía de ella, consintió libremente al sacrificio en completo uso de
sus facultades. Luego escribió lo siguiente en su diario: “De repente, cuando había consentido a hacer el
sacrificio con todo mi corazón y todo mi entendimiento; la presencia de Dios me cubrió, me parecía que
me moría de amor a la vista de su mirada.”
Durante la Cuaresma de ese mismo año, 1933, experimentó en su propio cuerpo y corazón la Pasión del
Señor, recibiendo invisiblemente las estigmas. Únicamente su confesor lo conoció. Ella lo narra así: "Un
día durante la oración, vi una gran luz y de esta luz salían rayos que me envolvían completamente. De
pronto sentí un dolor muy agudo en mis manos, en mis pies, y en mi costado, y sentí el dolor de la corona
de espinas, pero esto fue sólo por un tiempo bien corto."
Tiempo más tarde, cuando Santa Faustina se enfermó de Tuberculosis, experimentó nuevamente los
sufrimientos de la Pasión del Señor repitiéndose todos los Viernes y algunas veces cuando se encontraba
con un alma que no estaba en estado de gracia. Aunque esto no era muy frecuente; los sufrimientos eran
dolorosos y de corta duración, no los hubiera soportado sin una gracia especial de Dios.
Visión del Purgatorio
Mientras estaba en Skolimow, casi al final de su Postulantado, Santa Faustina le preguntó al Señor por
quién mas debía orar y la noche siguiente tuvo esta visión. "Esa noche vi a mi ángel de la Guarda, quien
me pidió que lo siguiera. En un momento me vi en un lugar lleno de fuego y de almas sufrientes. Estaban
orando fervientemente por si mismas pero no era válido, solamente nosotras podemos ayudarlas. Las
llamas que las quemaban no podían tocarme. Mi ángel de la guarda no me dejó sola ni un momento. Yo
pregunté a las almas que es lo que mas las hacía sufrir. Ellas me contestaron que era el sentirse
abandonadas por Dios...Vi a Nuestra Señora visitando a las almas del Purgatorio, la llamaban Estrella del
Mar. Luego mi ángel guardián me pidió que regresáramos, al salir de esta prisión de sufrimiento, escuché
la voz interior del Señor que decía: ‘Mi Misericordia no quiere esto, pero lo pide mi Justicia’".
Visión del Infierno
Durante un retiro de ocho días en octubre de 1936, se le mostró a Sor Faustina el abismo del infierno con
sus varios tormentos, y por pedido de Jesús ella dejó una descripción de lo que se le permitió ver: "Hoy
día fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente
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grande y, extenso es!. Las clases de torturas que vi:
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octubre de 1978, el mismo Cardenal Wojtyla fue elevado a la Sede de San Pedro bajo el título de "Papa
Juan Pablo II".
El 7 de marzo de 1992, se declararon "heroicas" las virtudes de Sor Faustina; el 21 de diciembre de 1992,
una curación por medio de su intercesión fue declarada "milagrosa"; y el 18 de abril de 1993, el Papa Juan
Pablo II tuvo el honor de declarar a la Venerable Sierva de Dios, Sor Faustina Kowalska, "Beata".
En 1997 el Papa Juan Pablo II hizo una peregrinación a la tumba de la Beata Faustina en Polonia, le llamó
"Gran apóstol de la Misericordia en nuestros días". El Papa dijo en su tumba "El mensaje de la Divina
Misericordia siempre ha estado cerca de mi como algo muy querido..., en cierto sentido forma una imagen
de mi Pontificado."
El 10 de marzo del 2000, se anunció la fecha para la canonización después de ser aceptado el segundo
milagro obtenido por su intercesión. El milagro fue la curación del Padre Pytel de una condición congénita
del corazón, después de las oraciones hechas por miembros de la congregación de su parroquia el día del
aniversario de la muerte de Santa Faustina, en Octubre 5 de 1995.
La Secretaria de la Misericordia de Dios fue elevada a los altares por el Santo Padre el 30 de abril del año
2000, el Domingo de la Divina Misericordia. Es la primera santa que fue canonizada en el año jubilar 2000
y en el milenio.
La biografía de Santa Faustina nos narra que el Señor le recordaba frecuentemente Su deseo de que se
estableciera la Fiesta de la Divina Misericordia. Ella ofreció una novena por esta intención y el 23 de marzo
de 1937, martes de Semana Santa, el séptimo día de la novena Santa Faustina tuvo la siguiente visión:
“De pronto la presencia de Dios me invadió e inmediatamente me vi en Roma, en la capilla del Santo
Padre y al mismo tiempo estaba en nuestra capilla...Yo tomé parte en la solemne celebración,
simultáneamente aquí y en Roma...Vi al Señor Jesús en nuestra capilla, expuesto en el Sacramento de la
Eucaristía en el altar mayor. La capilla estaba adornada como para una fiesta, y ese día todo el que
quisiera, podía entrar. La multitud era tan grande que la vista no podía alcanzarla toda. Todos estaban
participando en las celebraciones con gran júbilo, y muchos de ellos obtuvieron lo que deseaban. La
misma celebración tuvo lugar en Roma, en una hermosa Iglesia, y el Santo Padre, con todo el clero,
estaban celebrando esta Fiesta, y entonces súbitamente yo vi a San Pedro, que estaba de pie entre el
altar y el Santo Padre...Entonces de repente vi como los dos rayos, como están pintados en la imagen,
brotaron de la hostia y se extendieron sobre todo el mundo. Esto duró sólo un momento, pero pareció
como si hubiese durado todo el día, y nuestra capilla estuvo repleta todo el día, y todo el día abundó en
júbilo. Luego, vi en nuestro altar, al Señor Jesús vivo, tal como luce en la imagen. Luego, en un instante
me encontré de pie cerca de Jesús, y me paré en el altar junto al Señor Jesús, y mi espíritu estuvo lleno
de una felicidad tan grande...Jesús se inclinó hacia mí y dijo con gran bondad, ‘ ¿Cuál es tu deseo Hija
mía’ Y yo contesté, ‘Deseo que toda adoración y gloria sean dadas a Tu Misericordia’. ‘Yo ya estoy
recibiendo adoración y gloria por la congregación y la celebración de esta Fiesta: ¿Qué más
deseas?’ Entonces yo miré a la inmensa multitud que adoraba la Divina Misericordia y le dije a Jesús,
‘Jesús, bendice a todos aquellos que están reunidos para darte gloria y venerar Tu infinita misericordia’.
Jesús hizo la señal de la cruz con su mano y esta bendición fue reflejada en las almas como un rayo de
luz” (1044-1049). Muchos ven esta visión en respecto a la canonización de Santa Faustina. Jesús le
mostraba a su apóstol los frutos de su trabajo y sufrimientos.
Al final de la Canonización de Santa Maria Faustina el Santo Padre declaró el segundo domingo de Pascua
como el “Domingo de la Misericordia Divina”, estableciendo la Fiesta de la Divina Misericordia que Jesús
tanto pedía a Santa Faustina. El Santo Padre dijo: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua
recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a
afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al genero
humano en los años venideros”. Y después de su visita a Polonia en junio del 2002, “para hacer que los
fieles vivan con intensa piedad esta celebración, el mismo Sumo Pontífice ha establecido que el citado
domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria para que los fieles reciban con más abundancia el don
de la consolación del Espíritu Santo, y cultiven así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y,
una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus
hermanos.”
Podemos encontrar un paralelo entre los poderosos mensajes que Jesús revela a Santa Faustina: sobre la
Divina Misericordia y a Santa Margarita: sobre la devoción al Sagrado Corazón. A través de ellas Dios nos
manifestó y nos dio a conocer Su Misericordia encerrada en Su Sagrado Corazón.
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Santa Faustina fue canonizada el 30 de abril del 2000, siendo la primera canonización del año jubilar.
Homilía del Papa en la canonización
Del Diario de Santa Faustina
En el momento en que el obispo me puso el anillo, Dios penetró todo mi ser...Desde los votos perpetuos
mi relación con Dios se hizo mas estrecha que nunca. Siento que amo a Dios y siento también que El me
ama. Mi alma, habiendo conocido a Dios, no sabría vivir sin El. -Diario 254
Oh Jesús mío, Tu sabes que desde los años mas tempranos deseaba ser una gran santa, es decir, deseaba
amarte con un amor tan grande como ninguna alma Te amó hasta ahora -Diario 1372
Ni gracias, ni revelaciones, ni éxtasis, ni ningún otro don concedido al alma la hace perfecta, sino la
comunión interior de mi alma con Dios. Estos dones son solamente un adorno del alma, pero no
constituyen ni la sustancia ni la perfección. -Diario 1107
Oh Jesús mío, cada uno de Tus santos refleja en si una de Tus virtudes, yo deseo reflejar Tu Corazón
compasivo y lleno de misericordia. Que Tu misericordia, oh Jesús, quede impresa sobre mi corazón y mi
alma como un sello y éste será mi signo distintivo en esta vida y en la otra. -Diario 1242
¡No Te olvidaré, pobre tierra! aunque siento que me sumergiré inmediatamente toda en Dios, como un
océano de felicidad, eso no me impedirá volver a la tierra y dar ánimo a las almas e invitarlas a confiar en
la Divina Misericordia. Al contrario, esa inmersión en Dios me dará unas posibilidades ilimitadas de obrar.
-Diario 1582
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