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Neonatos e infantes malformados,


en la urbs por antonomasia del mundo antiguo.
Israel Santamaría Canales

Resumen: El presente artículo pretende ofrecer al lector una síntesis de lo que sabemos
sobre los monstruos en el mundo antiguo romano, haciendo especial hincapié en los
bebés y en los niños pequeños, cuya deformidad, en la mayoría de los casos, los
condujo de manera irremisible a una muerte segura.

Palabras claves: Roma, Antigüedad, Teratología, Niño, Monstruo.

Abstract: The aim of this article is to summarize what is known about monsters in the
Ancient Roman World, with a special emphasis on babies and children, whose
deformity, in most of the cases, inexcusably led to a certain death.

Keywords: Rome, Antiquity, Teratology, Child, Monster.

Artículo:

“Ahogamos al débil y al monstruo. No es una pasión, sino la razón


separar lo inútil de lo adecuado”1-Lucio Anneo Séneca-.

-Introducción:

Monstruos, deformes, engendros, desfigurados, anormales, prodigios, freaks...


son sólo algunas de las palabras que empleamos junto a otras para referirnos a una única
realidad, una realidad que nos horroriza y nos fascina a partes iguales, y que es la de
todos aquellos individuos que, por una razón u otra, presentan alguna malformación
externa que los convierte ipso facto en algo distinto a nosotros, en algo opuesto a las
leyes de la naturaleza y, en definitiva, en algo contrario a toda noción de equilibrio que
seamos capaces de concebir en nuestras mentes.

Nos estamos refiriendo, como no podía ser de otra manera, a esos seres cuyo
aspecto físico se aleja, en mayor o menor medida, de lo que nuestros rígidos esquemas
mentales consideran como “normal”, y de cuyo estudio se encarga la Teratología. Ésta
es, por definición, la rama del conocimiento médico dedicada al estudio de los seres
vivos aquejados por malformaciones. Dentro del amplio espectro cronológico que
abarca la Teratología, centraremos en este caso las coordenadas geográficas y
temporales en la Antigua Roma, conocida en última instancia como el súmmum del
mundo occidental en la Edad Antigua, y como una de las mayores potencias
hegemónicas que jamás haya conocido la humanidad.

La repercusión de estos personajes monstruosos en la sociedad romana quedaba


reducida en la práctica totalidad de los casos al nacimiento y a la infancia, puesto que
1 Lucio Anneo Séneca: De Ira, 1, 18.

1
éste era el escaso tiempo de vida del que disponían, bien por los prejuicios sociales,
bien por los problemas propios de su enfermedad. Antes de entrar en materia, debemos
de tener muy presente que, por mucho que un exceso de curiosidad o un morbo malsano
nos impulse a verlos como una simple extravagancia genética, como una atracción de
circo o como unas criaturas que ni sienten ni padecen, nos encontramos ante seres
humanos, y por lo tanto hemos de acercarnos a ellos con el mayor respeto posible. Sin
más preámbulos, empezamos.

-Las fuentes para el conocimiento:

Si bien la información de la que disponemos hoy día sobre los monstruos no es


tan extensa en el mundo antiguo como sí que lo puede ser en el Medievo o en la Edad
Moderna, contamos con el testimonio de varios autores de época romana que,
fundamentando sus escritos en casos que conocieron ellos mismos y/o en supersticiones
sin base alguna que les habían llegado de oídas, nos ofrecen datos sobre el tema y su
particular visión al respecto. Como es natural, algunas aportaciones resultan más
valiosas que otras, pero todas ellas demuestran alcanzar el suficiente grado de interés,
puesto que nos permiten conocer de cerca cuál era la opinión que de estos seres llegaron
a tener tanto dichos escritores, como la sociedad en la que en muchos casos basaban sus
textos. De esta manera, podemos comprobar cuál era la magnitud que en este caso
alcanzaron las creencias populares, creencias cuyo impacto resultaba ser aún mucho
mayor, en cuanto que se trataba de habladurías y de tópicos, acrecentados
principalmente por la ignorancia y el desconocimiento que sobre los monstruos tenía la
población.

Estos autores, en más de un caso, abogan abiertamente por la destrucción del


sujeto monstruoso, recomendando que dure lo menos posible la existencia de un ser
que, con su mera presencia, podía poner en peligro tanto el orden natural de las cosas,
como provocar la putrefacción de la madre tierra, contaminando el suelo con sólo
tocarlo. Dentro de este ámbito, encontramos filósofos griegos clásicos, como Platón o
Aristóteles, el cual estableció una distinción entre nacimientos anómalos, partos
gemelares y prodigios, y respaldaba que estas criaturas fuesen exterminadas o
abandonadas por ley, en aras de crear un Estado ideal sin gente inútil o defectuosa 2. El
abanico se extiende, hasta abarcar a diversos autores latinos, del período bisagra que
conocemos como Antigüedad Tardía.

A principios del siglo I d.C. encontramos a Plinio el Viejo, el cual, basando


parte de lo que nos cuenta en textos de autores griegos como Ctesias o Megástenes, nos
muestra en su obra Naturalis Historia todo un catálogo de criaturas mitológicas o
semidivinas (por ej: Gigantes, Cíclopes...etc.), que aparecen como auténticos seres que
habitaron otras tierras. Éstas estaban generalmente situadas en el lejano oriente, por ser
éste un cliché que ya se venía arrastrando de antaño, porque el ser humano siempre
suele relacionar lo extraño y exótico, con todo aquello que le resulta desconocido o
distante3.

2 GARRISON H., Daniel.: A cultural history of the human body in Antiquity (A cultural history of the
human body, Vol.1), Editorial Berg, New York, 2010. p. 162.
3 MARRAZZO, Tiziana: “La imagen del monstruo en las relaciones de sucesos (ss. XVI-XVII): entre
moraleja y admiración”, Artifaras, Revista de lenguas y literaturas ibéricas y latinoamericanas, Nº7.
Fecha Publicación Enero-Diciembre 2007, [2011, 31 de enero]. Dirección web:
<<http://www.artifara.unito.it/Nuova%20serie/Artifara-n--7-/Scholastica/default.aspx?
oid=91&oalias=&Login=true>>

2
El cordobés Séneca, cuya máxima expuesta al inicio del presente artículo resulta
ser toda una declaración de intenciones, decía sin ningún tipo de tapujos que el
infanticidio era la única opción coherente que le quedaba al progenitor ante el
nacimiento de un vástago con semejantes características4. De hecho, resulta en extremo
curioso cómo este autor parecía sentir un odio inusitado hacia este tipo de seres, un odio
que aparece también reflejado en una obra que se le atribuye conocida como
Apocolocyntosis divi Claudii (lit. 'La calabacificación del Divino Claudio' o 'La
metamorfosis del Divino Claudio en calabaza'), en la que, a pesar de que pudiera
tratarse tan solo de una venganza póstuma sobre el emperador Claudio, utiliza los
defectos físicos y la tartamudez del difunto monarca, para dejarlo en ridículo haciendo
gala de una crueldad bastante acentuada.

Otro tema del que también hablaron varios autores fue el de los seres híbridos,
un ser vivo con características humanas y animales, como pueden ser por ejemplo los
sátiros, las sirenas5 o los nereidos, y de los que nos hablan autores del tránsito de era
como Diodoro Sículo, Publio Ovidio Nasón o el ya citado Plinio. Consideraban a estas
criaturas como una especie de semidioses o divinidades inferiores, pero no por ello
negaban su existencia en el mundo real6. Por último, autores más tardíos, como por
ejemplo Claudio Eliano (siglo II d.C.), vuelven a hacer hincapié en la aparición de
sirenas y tritones, y ya en el Bajo Imperio, Cayo Julio Solino 7, nos habla de la presencia
de cíclopes, también conocidos cómo arimaspos, en algunas regiones de Asia, así como
de grifos (aves con rasgos de león), que combatían entre sí por la obtención de piedras
preciosas8 y otros recursos.

En el arte podemos encontrar también referencias, aunque sean superficiales o


escasas, sobre individuos aquejados de diversas enfermedades que podían otorgarles un
aspecto físico monstruoso, destacando por su importancia, las representaciones de
personas afectadas por el enanismo. Los enanos suelen aparecer la mayoría de las veces
realizando bailes obscenos y destacando unos genitales más desarrollados de lo normal
(el tipo del enano con un miembro fálico desproporcionado recuerda al Bes egipcio, con
lo que no es algo exclusivo del mundo grecorromano). Estas representaciones solían
aparecer en esculturas o en pinturas realizadas sobre vasos, y se piensa que estos enanos
mediante dichas danzas tomaban parte en rituales dedicados a Baco/Dionisio. Los
enanos eran los que, dentro de lo que denominamos como monstruos, tenían mayores
probabilidades de supervivencia en el mundo romano y, además, podían llegar incluso a
disponer de posibilidades de ascenso social, puesto que se trataba de una rareza
congénita, que incluso llegó a ser apreciada por la élite. Dentro del papel que los enanos
desempeñaron en la vida pública romana destacamos a los moriones9, que eran esclavos
con enanismo que ejercerían las veces de mimos o bufones, y hacían gala de una
extraordinaria estupidez (la palabra morio vendría a significar bobo o idiota),

4 Ver nota a pie de página 1.


5 Las sirenas por esta época estaban despojadas aún de su vertiente sexual. San Clemente de Alejandría
será el primero que nos hable de estas criaturas, como paradigma de la lujuria y del pecado carnal.
6 ZAPATA CANO, Rodrigo: Saberes y creencias sobre el cuerpo en el Teatro Crítico y las Cartas
Eruditas y Curiosas del padre Benito Feijóo, Editorial Universidad Nacional de Colombia, Sede de
Medellín, 2007. p. 9.
7 Realmente no se sabe con certeza en que época vivió Cayo Julio Solino, aunque se da por hecho que
en algún momento de los siglos III o IV d.C.
8 SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y hermafroditas, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2007. pp. 56-57.
9 De ellos nos hablan varios autores, entre los que destacamos a Quintiliano, Marcial y San Agustín de
Hipona.

3
provocando, de este modo, la risa entre las familias más pudientes que siempre querían
poseer uno. Atendiendo a la lógica ley de la oferta y la demanda, encontramos a
mercaderes que se habían especializado en la venta de estos personajes, los cuales se
habían convertido en una auténtica mercancía de lujo, por la que se llegaba a pagar
sumas astronómicas. Varios autores nos hablan de ellos, como por ejemplo el poeta
latino del siglo I d.C. Marco Valerio Marcial, que incidía en el hecho de que, cuanto
mayor fuese el grado de deformidad del sujeto en cuestión, más divertido resultaba y
por lo tanto más elevado era su precio. Por su parte, San Agustín de Hipona decía
literalmente en uno de sus escritos que algunos de estos enanos eran tan rematadamente
imbéciles, que en poco o nada se los podía diferenciar de los animales o de las bestias10.
Conocemos casos específicos de enanos famosos en la Antigua Roma, y llegamos a
saber incluso el nombre de algunos de ellos, como Sísifo, el enano del triunviro Marco
Antonio. Los emperadores, tal y como sucedería con posterioridad en las distintas
cortes europeas, contaban con enanos entre sus “posesiones” más valiosas y queridas, y
de esta manera, las fuentes nos hablan de los enanos de Tiberio, de Domiciano, de
Heliogábalo y de Constantino, siendo el de este último muy ducho en el arte de la
música, con lo que tuvo que ser muy apreciado.

En cuanto al sistema legislativo, Dionisio de Halicarnaso nos informa de una


ley, atribuida al primer rey romano, el mítico Rómulo (hermano de Remo y fundador de
Roma), según la cual se podía dar muerte a todo aquel hijo que fuese un anaperon (lit.
deforme, malformado), ley que incluía también a los hijos ilegítimos y nacidos fuera del
matrimonio, por ser estos una monstruosidad civil. Tanto por ser contrarios a la lógica y
natural distinción entre sexos, como por su condición de presagios funestos 11; los
andróginos y hermafroditas también sufrían la misma suerte. La ley especificaba que,
para exponer a la criatura, se debía disponer del consentimiento de cinco vecinos, y a su
vez obligaba al progenitor a criar a todos los hijos varones sanos y, al menos, a la
primera hembra de toda su descendencia.

El texto de La Ley de las Doce Tablas (siglo V a.C.) es la referencia más antigua
que conservamos íntegra en el mundo romano, aunque hemos de decir, sin desmerecer
por ello su contenido, que de este escrito no se posee el original, sino copias y
referencias posteriores. En este caso, se anula el requisito anterior de necesitar el visto
bueno de personas cercanas para realizar la exposición del niño, por lo que la decisión
sobre el futuro del mismo, pasa a recaer única y exclusivamente en manos del padre,
siendo esta la postura predominante durante varios siglos en el mundo romano12.

-El nacimiento del monstruo en el mundo romano:

Los romanos, desde tiempos inmemoriales, tuvieron que tener muy presente la
figura del monstruo o deforme en su imaginario colectivo. La mejor prueba de ello es el
uso, por su parte, de distintas palabras que, en apariencia, poseían un mismo
significado, pero a las que adjudicaron un carácter autónomo, con el que poder designar
casos específicos. Así, por ejemplo, encontramos los siguientes términos: monstrum (lo
que nace contra natura), ostentum (lo que se desvía del curso natural), prodigium (lo

10 GUILLÉN, José: Urbs Roma, Vida y costumbres de los romanos: La vida pública, (Urbs Roma, Vol.
2), Editorial Sígueme, Salamanca, 1997. pp. 278-279.
11 CANTERELLA, Eva: Los suplicios capitales en Grecia y Roma: Orígenes y funciones de la pena de
muerte en la antigüedad clásica, Editorial Akal, Madrid, 1996. pp. 262-263.
12 SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y hermafroditas, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2007. p. 86.

4
que anuncia alguna desgracia o tiene carácter profético), portentum (lo que anuncia un
evento futuro), y, ya en tiempos del imperio cristianizado, San Agustín de Hipona
utilizaría a su vez la palabra miráculum13, con connotaciones cristianas, para referirse a
estos seres.

En ninguna época la vida de una persona aquejada por una malformación ha


tenido que ser fácil, pero en el mundo romano, salvo excepciones, el destino del
monstruo nada más nacer era el de encontrar la muerte, antes de que llegase a cumplir
siquiera su primer día de vida. No podemos olvidar que el infanticidio era el método de
control de natalidad más utilizado en el mundo antiguo, y, de hecho, sería más
destacable en términos numéricos la eliminación de hembras sanas recién nacidas, que
la de monstruos con independencia del sexo. Esto se debía a que las niñas se
consideraban una carga para la familia, al ser su productividad muy inferior a la de los
hijos varones, y por el hecho de que, a la hora del matrimonio, había que proveerlas de
una dote14, por lo que su crianza no resultaba “rentable”, algo fundamental en una
sociedad tan pragmática como la romana. La feminidad en cierta medida era per se una
especie de monstruosidad en la antigüedad, algo que por ejemplo Aristóteles defendía al
aludir al hecho de que la mujer en el fondo no es más que un “hombre imperfecto” o un
“hombre estéril”15, contrario por completo a las leyes de la naturaleza, así que, si a este
pensamiento unimos el utilitarismo al que antes nos referíamos, no tardaremos en llegar
a la conclusión de que, en términos estrictos, las posibilidades de supervivencia de un
monstruo de sexo femenino eran nulas

Una vez que el progenitor descubriese la malformación del recién nacido, él


mismo sería por norma general el encargado de deshacerse de éste, siendo el
procedimiento más empleado para ello la asfixia por estrangulamiento, o por la
inmersión, el arrojar a su hijo a las aguas de algún río (generalmente las del Tíber, tal y
como lo relatan autores como Suetonio, Tácito y Tertuliano), o abandonarlo a su suerte
en mitad de la calle, un procedimiento que recibe el nombre de expositio o exposición.
La exposición no basaba su razón de ser única y exclusivamente en la deformidad de la
criatura, sino que esto era algo que podía hacer el pater familias, por motivos tan
dispares como por ejemplo no poder mantener económicamente a otro vástago, o no
querer tener un segundo descendiente de sexo femenino. Es decir, se podía recurrir a
ello sin necesitar justificación alguna, puesto que para algo el padre era el encargado de
decidir si aceptaba o no al nuevo retoño en el seno familiar, siendo la ley la primera en
ampararlo fuera cual fuese su elección. Es más, el padre, aún cuando aceptase a su hijo
como tal, seguía teniendo el derecho de vida y muerte sobre él, puesto que esa era una
de sus competencias como cabeza de familia, al estar la estructura familiar cimentada
sobre los poderes que le confería la patria potestas.

No obstante, aunque el infanticidio recaía en la mayoría de los casos en manos


del padre, también se sabe que, en determinadas ocasiones, esta labor podía recaer en

13 MARRAZZO, Tiziana: “La imagen del monstruo en las relaciones de sucesos (ss. XVI-XVII): entre
moraleja y admiración”, Artifaras, Revista de lenguas y literaturas ibéricas y latinoamericanas, Nº7.
Fecha Publicación Enero-Diciembre 2007, [2011, 31 de enero]. Dirección web:
<<http://www.artifara.unito.it/Nuova%20serie/Artifara-n--7-/Scholastica/default.aspx?
oid=91&oalias=&Login=true>>
14 SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y hermafroditas, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2007. p. 84.
15 ZAPATA CANO, Rodrigo: Saberes y creencias sobre el cuerpo en el Teatro Crítico y las Cartas
Eruditas y Curiosas del padre Benito Feijóo, Editorial Universidad Nacional de Colombia, Sede de
Medellín, 2007. pp. 4-5.

5
manos de la matrona, que asistía a la parturienta en el momento de dar a luz. Las
matronas, aunque no fuese esa su labor, podían estar más que acostumbradas a poner
punto y final a la vida de los niños que ellas mismas habían ayudado a traer al mundo,
siempre y cuando por supuesto los padres se lo solicitasen. Esto era algo que solían
hacer asfixiando o ahogando al niño, y cuando no eran ellas las responsables de llevar a
cabo este acto, sí que al menos aconsejaban a los padres si debían o no dar dicho paso,
en función del grado de deformidad que presentara el bebé, no dudando en recomendar
la exposición siempre que lo consideraran oportuno. La madre del niño, por su parte,
podía asumir también un rol idéntico al del padre o al de la partera, aunque solía hacerlo
por medio de descuidos intencionados, tratando de obtener por la vía pasiva un idéntico
resultado, como por ejemplo “olvidándose” de alimentar a su retoño, o no
proporcionándole los cuidados pertinentes.

Del mismo modo, había casos en los que el pequeño deforme, a pesar del
rechazo inicial que pudiera causar en sus progenitores, fuera aceptado y criado como si
su malformación no existiera, o fuese algo que no se debía de tener en cuenta.
Obviamente, estos casos privilegiados tuvieron que ser muy escasos dada la mentalidad
imperante en el mundo romano, una mentalidad que, sin entrar en consideraciones
absurdas de carácter ético ni en juicios de valor anacrónicos, no tenía nada que ver con
la que tenemos en la actualidad, puesto que en la misma prevalecían los siguientes
factores por encima del instinto paternal: El pavor que les causaba aquel engendro, el
miedo a las consideraciones que sus iguales pudieran hacer sobre el tema, o el simple
deseo de erradicar todo aquello que fuese débil o improductivo, que no sería más que
una carga para el resto de componentes del núcleo familiar.

A la hora de determinar cuáles eran los factores que podían impulsar al padre de
familia a no deshacerse del bebé son muchísimas las variables que se presentan ante
nosotros, y por ello se torna en una tarea harto complicada el barajar las distintas
posibilidades sin contar con testimonio alguno al respecto. Grosso modo, podríamos
decir que la compasión, el instinto paternal o el tratarse de un nacimiento muy esperado
se presentan como las opciones más lógicas y probables, aunque también hemos de
tener en cuenta que existen otras variables, como que la deformidad del neonato no
fuese muy acusada, que la situación económica les permitiese criar a este hijo aunque
fuera en el más estricto aislamiento, o que la malformación se hubiese presentado con
posterioridad, cuando el niño tuviera ya varios años de edad y los progenitores no
fueran capaces de acabar con su vida. Incluso en las ocasiones en las que la criatura no
era eliminada, las posibilidades de supervivencia seguían siendo escasas y en
condiciones infrahumanas: Niños monstruosos, de entre ocho y diez años de edad,
caminaban errantes por los campos de las afueras de la ciudad, como si fuesen meras
bestias salvajes16. En las contadas ocasiones en los que uno de ellos alcanzaba la edad
adulta, solía ser para estar condenado, de manera irremisible, a la mendicidad, siendo
marginado y repudiado por el resto, como si su enfermedad fuese contagiosa o
supusiera un peligro público.

En lo que respecta a los hallazgos arqueológicos, no contamos con tantos restos


como quisiéramos, como para llevar a cabo una investigación más exhaustiva y rigurosa
sobre el tema, pero sí que conocemos casos específicos, en los que el individuo en
cuestión aquejado de alguna deformidad física no sólo no fue inmolado nada más nacer,
sino que creció y pudo llevar una “vida normal”, dentro del margen de maniobra que le

16 Julio Obsecuente: Liber Prodigiorum, capítulos 22, 27a, 32, 34, 36, 47, 48 y 50.

6
otorgara su malformación. Salamanca Ballesteros17 nos habla del esqueleto de un niño
hidrocefálico de seis años de época alto imperial, que fue encontrado en 1995, en un
cementerio situado cerca de los suburbios de la capital del imperio18.

-Creencias religiosas y supersticiones:

El nacimiento de monstruos o prodigios, tanto humanos como animales, eran


considerados en el mundo antiguo signos o manifestaciones de la divinidad, de la
voluntad de los dioses, como si fuesen un presagio de que algo, generalmente negativo
o incluso catastrófico, estaba a punto de ocurrir. Era como si se tratara de la prueba
palpable de un delito o una falta realmente grave, una especie de mancha que debía de
ser erradicada, antes de que fuese contemplada por alguien ajeno al supuesto pecador, lo
que también podría hacerse por miedo, vergüenza, o por deseos de expiar la culpa, por
medio de la eliminación de la “prueba del delito”, es decir, el monstruo.

Los sacerdotes paganos romanos, según nos cuenta Flegón de Tralles, autor
griego del siglo II d.C., también se ocupaban de dar muerte a bebés que sufrieran algún
tipo de malformación o deformidad física, poniendo como ejemplo un caso ocurrido en
el 112 d.C., en el que un niño bicéfalo fue introducido en una caja y arrojado a las aguas
del Tíber. Contamos además con un relato sobre una mujer de Frosinón o Frosinone que
había tenido un hijo cuyo sexo era incapaz de discernir con claridad (alusión al
hermafroditismo, o más probablemente aún a la androginia), y por ello se vio obligada a
contactar con los arúspices19, los cuales le dijeron que la criatura era un foedum ac turpe
prodigium y que debía de ser ahogado cuanto antes, para evitar que siguiera
contaminando la tierra con su contacto, algo que la madre hizo encerrando también al
bebé en una caja y sumergiéndolo sin más miramientos. Estos dos textos nos permiten
conocer el peso y el poder que la superstición y las creencias en lo sobrenatural tenían
sobre estos seres, cuyo único “delito” era haber nacido distintos a los demás20.

Otro aspecto que conocemos de la dimensión religiosa del monstruo en el


mundo romano es el de los Libros Sibilinos21, en los que quedaba de manifiesto cómo
evitar o amainar los efectos de los prodigia o fenómenos extraordinarios, que a la postre
eran los símbolos que anunciaban las calamidades inminentes, y entre esa clase de
prodigios el nacimiento de monstruos tenía un peso especial, por no decir que
17 SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y hermafroditas, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2007. p. 24.
18 Este caso resulta sumamente interesante, no solo por la edad que presenta el fallecido, sino porque
demuestra que algunos de estos niños no sólo llegaron a ser admitidos por su padre, sino que además,
se trató de hacer todo lo posible por remediar su mal. Prueba de ello, es que el cráneo presentaba
muestras de haber sufrido una trepanación, (por cierto no fue ésta la causa directa de la muerte del
menor), a la que se le sometió al parecer, con ánimo de disminuir la presión craneal, intentando de
esta manera que de aquel orificio emergiesen los malos espíritus, de la misma manera que en la Edad
Media se haría lo propio con la sangría para eliminar los humores. Tal y como dijimos con
anterioridad, uno de los motivos por los que este individuo pudo llegar a los seis años de edad fue
porque, quizás, el bebé naciera completamente sano y la hidrocefalia se apareciera más tarde, de ahí
que los padres intentaran poner a su pequeño en manos de un médico para que aliviara su dolor
19 Los arúspices, eran adivinos etruscos que interpretaban los mensajes divinos por medio del flujo
sanguíneo, el color o la forma de los órganos internos de las víctimas sacrificadas, entre otros
procedimientos.
20 CANTERELLA, Eva: Los suplicios capitales en Grecia y Roma: Orígenes y funciones de la pena de
muerte en la antigüedad clásica, Editorial Akal, Madrid, 1996. pp. 262-263.
21 Los Libros Sibilinos son unos escritos de carácter profético. Según la tradición, estaban en posesión
de la Sibila de Cumas, la cual los vendió al rey Tarquinio el Soberbio después de quemar algunos
volúmenes, algo que hizo debido a la tacañería de éste monarca.

7
resultaban ser los más importantes. Estos prodigia eran asimilados en la sociedad
romana como, cito textualmente a Jean Bayet, “un desorden intolerable en el misterio
permanente de la naturaleza”22. Todo esto es debido a que los deformes se consideraban
malos augurios de los dioses, y por ejemplo Marco Tulio Cicerón cuenta que el
nacimiento de una niña bicéfala era el presagio de un levantamiento popular y/o de
adulterio23. Otro caso a tener en cuenta es el que nos relata Tácito, según el cual la
muerte del emperador Claudio fue avisada de antemano por el nacimiento de dos
hermanos siameses24.

Lo que a todas luces resulta innegable es el hecho de que, si bien en el mundo


romano produce rechazo o pavor todo aquello que se salga de los límites marcados por
lo que se consideraba como natural, sin embargo, sí que se aceptaba la deformidad en la
divinidad, encontrándonos de esta manera con un caso como el del dios Jano o Jano
Bifronte, que presentaba dos caras (o dos cabezas pegadas, según su representación), y
cuyos rasgos se encuentran en estrecha relación con los bicéfalos o determinadass
clases de siameses. Esta lógica, podemos extrapolarla a su vez a otras civilizaciones,
destacando casos como el de Mesopotamia (por ej: deidades o demonios monstruosos
como Pazuzu o Lamashtu), Egipto (por ej: dioses zoomórficos como Anubis o Seth; el
enano itifálico Bes), Grecia (por ej: el cojo Hefesto; Príapo con su desproporcionado
falo en sempiterno estado de erección), o Mesoamérica (por ej: los hombres jaguares de
los Olmecas), con lo que podemos ver como la especie humana en su conjunto
caracterizaba a algunos de sus dioses con los rasgos que normalmente no encontraba en
la vida cotidiana. De esta manera, un físico aberrante, un ser humano con rasgos
animales o deformaciones, se tornan en elementos que, aunque no sean admitidos por la
sociedad del momento, llegan a ser una parte intrínseca del corpus de sus creencias,
aunque luego, cuando hagan acto de presencia por medio del nacimiento de monstruos,
les provoquen repulsión y rechazo.

Con el auge del cristianismo en el siglo III d.C., encontramos un cambio en la


situación, que a grandes rasgos permite vislumbrar cual será la imagen del monstruo en
la Edad Media, período en el que se empiezan a incrementar aún más si cabe en el
imaginario popular, las ideas de que el nacimiento de estos seres es el reflejo de
castigos divinos derivados del pecado, por regla general de la lujuria, o frutos de
relaciones sexuales con seres demoníacos o con animales (bestialismo). Esto conllevará
un estudio serio y profundo sobre la materia por parte de distintos eclesiásticos, con
debates y disputas intelectuales bastante marcadas, acerca de temas tan dispares como
por ejemplo si estos seres deben o no ser bautizados, o si disponen de alma en su
interior o están vacíos por dentro. Destacamos a modo de curiosidad el caso de los
hermanos siameses o de los bicéfalos, en los que realmente el clero no sabía si había un
alma, dos, o ninguna, por tratarse de una aberración de la naturaleza.

En el imperio ya cristianizado, encontramos a Padres de la Iglesia como San


Agustín de Hipona, el cual demuestra no solo un especial interés por el tema de los
monstruos, sino que además insiste en calificarlos como criaturas de Dios (plantea la
hipótesis de que el creador diera lugar a estas razas monstruosas para que no pensemos

22 BAYET, Jean: La religión romana, Historia política y psicológica, Ediciones Cristiandad, Madrid,
1984. p. 115.
23 Marco Tulio Cicerón: De Divinatione I, 53, 121.
24 SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y hermafroditas, Editorial
Universidad de Granada, Granada, 2007. pp. 177-178.

8
que los nacidos deformes son un fallo de su sabiduría)25, otorgándoles al menos cierto
carácter de “normalidad”. Ésta estrategia no deja de ser lógica, puesto que, si existiesen
seres que no hubieran sido creados por el dios abrahámico, tanto la omnipotencia de
éste como su carácter de Padre Creador de todas las cosas quedarían en entredicho. El
autor incide además en el carácter profético que estas criaturas ya venían arrastrando de
antes, convirtiéndolos ahora en una especie de heraldos de Dios, que serían enviados
desde las alturas celestiales, para advertir sobre futuros sucesos funestos; una teoría de
la que posteriormente, vendría a hacerse eco San Isidoro de Sevilla 26, cuando ya había
dejado de existir el Imperio romano de occidente, tal y como lo conocemos nosotros.

En cambio, sí que niega San Agustín todo atisbo de humanidad posible a


aquellos seres híbridos que no sean capaces de comunicarse por medio de algún idioma,
sea este conocido o desconocido. De esta manera, vemos cómo para este autor primaban
otros factores a la hora de calificar al monstruo dentro de un género determinado. En
relación con estos seres híbridos, una anécdota curiosa es aquella que nos narran tanto
San Jerónimo de Estridón, como San Atanasio de Alejandría, que relatan ambos cómo
San Antonio Abad, uno de los máximos representantes del movimiento anacoreta
cristiano, fue tentado en su retiro como eremita en los desiertos de la Tebaida por un
monstruo que aparece nombrado como sátiro (también como silvano). Además en la
historia aparecen otras criaturas o demonios que, según nos cuentan en la misma, lo
atormentaron y tentaron de manera periódica, con lo que vemos cómo estos seres
híbridos, empiezan a ser relacionados con el Diablo desde mucho antes de la llegada del
medievo27.

-Conclusión final:

Como hemos podido ver, este es, a grandes rasgos, el panorama de cuanto
hemos sacado en claro del estudio de los bebés y niños monstruosos en la Antigua
Roma, dando también de pasada alguna que otra pincelada a distintos aspectos cuya
presencia hemos de justificar puesto que esta resultaba necesaria, con ánimo de
complementar la información y ofrecer una perspectiva lo más amplia posible sobre el
tema. Así, no hemos limitado el escrito a lo que los antiguos romanos hacían con los
recién nacidos, y qué ocurría con aquellos que sobrevivían a la fatal decisión de sus
progenitores, sino que a su vez, tenemos también que saber por qué lo hacían y cómo lo
hacían. Además de ello, también se ha abarcado cuál era la mentalidad que imperaba al
respecto entre la población, qué opinaban los autores del momento, o la importancia que
la religión, tanto pagana primero como cristiana después, tuvieron en estos casos, entre
otros puntos que han sido incluidos en estas páginas.

Si bien es justo decir que el conocimiento que tenemos hoy día sobre los
monstruos en el mundo antiguo, es muy superior del que disponemos sobre la
Prehistoria, en realidad, resulta ser ínfimo en comparación con los datos con los que

25 WITTKOWER, Rudolf: Sobre la arquitectura en la edad del Humanismo. Ensayos y escritos,


Barcelona, Editorial Gustavo Gili, 1979, pp. 270-271.
26 MARRAZZO, Tiziana: “La imagen del monstruo en las relaciones de sucesos (ss. XVI-XVII): entre
moraleja y admiración”, Artifaras, Revista de lenguas y literaturas ibéricas y latinoamericanas, Nº7.
Fecha Publicación Enero-Diciembre 2007, [2011, 31 de enero]. Dirección web:
<<http://www.artifara.unito.it/Nuova%20serie/Artifara-n--7-/Scholastica/default.aspx?
oid=91&oalias=&Login=true>>
27 ZAPATA CANO, Rodrigo: Saberes y creencias sobre el cuerpo en el Teatro Crítico y las Cartas
Eruditas y Curiosas del padre Benito Feijóo, Editorial Universidad Nacional de Colombia, Sede de
Medellín, 2007. p. 10.

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contamos sobre épocas posteriores, épocas en las que los monstruos, tanto reales como
imaginarios, desempeñaban un papel mucho más trascendental en la Europa occidental,
debido a la tremenda importancia que le otorgaron los intelectuales cristianos. Éstos se
encontraban con criaturas que no estaban hechas a imagen y semejanza de Dios, con los
problemas que esto conllevaba. Por todo ello, resulta problemático encontrar
documentación centrada única y exclusivamente en el mundo romano, puesto que los
estudios actuales al respecto, o basan la mayoría de sus referencias en Grecia y Oriente
(destacando por su importancia los relatos de viajes de la antigüedad), o corresponden
tan sólo a la introducción de artículos o trabajos de investigación, referidos a otros
períodos cronológicos posteriores, por lo que se echa en falta una monografía o estudios
más profundo sobre el objeto que aquí nos ocupa.

Afortunadamente, la realidad de estas personas, a las que nos hemos referido en


términos peyorativos como monstruos, engendros o deformes, es muy diferente en la
actualidad a la situación que hemos relatado, y aunque en el presente ellos tengan que
ajustarse a las limitaciones impuestas por su malformación, existe una concienciación
social al respecto, que resulta ser una especie de justicia poética después de todo el
sufrimiento que les hemos causado durante siglos, bien sea mediante el exterminio, el
repudio o la humillación. Aunque existan aún individuos empeñados en ridiculizarlos y
en impedirles llevar una vida digna, esta es una perspectiva que afortunadamente el
paso del tiempo ha ido relegando a sectores de la sociedad cada vez más minoritarios y
en vías de extinción y condenados a desaparecer. El padre o madre que a día de hoy
realizara la exposición de un hijo deforme, no sólo sería un criminal, sería un monstruo
en el verdadero sentido de la palabra, por lo que vemos que, por mucho que aún
tengamos que mejorar como especie, al menos algo hemos hecho bien en el camino.

28 LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Pedro; LOMAS SALMONTE, Francisco Javier: Historia de Roma,
Editorial Akal, 2004.

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Bibliografía:

-BAYET, Jean: La religión romana, Historia política y psicológica, Ediciones


Cristiandad, Madrid, 1984.

-CANTERELLA, Eva: Los suplicios capitales en Grecia y Roma: Orígenes y


funciones de la pena de muerte en la antigüedad clásica, Editorial Akal, Madrid, 1996.

-GARRISON H., Daniel: A cultural history of the human body in Antiquity (A


cultural history of the human body, Vol.1), Editorial Berg, New York, 2010.

-GUILLÉN, José: Urbs Roma, Vida y costumbres de los romanos: La vida


pública, (Urbs Roma, Vol. 2), Editorial Sígueme, Salamanca, 1997.

-LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Pedro; LOMAS SALMONTE, Francisco


Javier: Historia de Roma, Editorial Akal, 2004.

-MARRAZZO, Tiziana: “La imagen del monstruo en las relaciones de sucesos


(ss. XVI-XVII): entre moraleja y admiración”, Artifaras, Revista de lenguas y
literaturas ibéricas y latinoamericanas, Nº7. Fecha Publicación Enero-Diciembre 2007,
[2011, 31 de enero]. Dirección web: <<http://www.artifara.unito.it/Nuova
%20serie/Artifara-n--7-/Scholastica/default.aspx?oid=91&oalias=&Login=true>>

-SALAMANCA BALLESTEROS, Alberto: Monstruos, ostentos y


hermafroditas, Editorial Universidad de Granada, Granada, 2007.

-WITTKOWER, Rudolf: Sobre la arquitectura en la edad del Humanismo.


Ensayos y escritos, Barcelona, Editorial Gustavo Gili, 1979.

-ZAPATA CANO, Rodrigo: Saberes y creencias sobre el cuerpo en el Teatro


Crítico y las Cartas Eruditas y Curiosas del padre Benito Feijóo, Editorial Universidad
Nacional de Colombia, Sede de Medellín, 2007.

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