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ESTUDIO DE CASO

Antonio era un hombre soltero, bilingüe y de veinticuatro años, de origen hispano y en


situación de paro laboral; vivía con sus padres adoptivos y su madre le trajo para
evaluación y hospitalización subsiguiente en nuestra unidad hospitalaria de investigación
en esquizofrenia después de que le dijera que quería suicidarse colocándose delante de un
autobús. Antonio aceptó venir al hospital como último recurso debido a que sentía que
podía conseguir “la energía suficiente para luchar contra las personas que controlaban mi
cuerpo”, ya había sido hospitalizado en cuatro ocasiones a lo largo de los cuatro años
anteriores por psicosis, comportamiento extraño y agitación; además, había rechazado
sistemáticamente la medición y las visitas de seguimiento. Cuando fue ingresado esta
ocasión no estaba tomando ningún medicamento.
Antonio era un hombre joven, guapo, simpático y serio cuya actitud amable quedaba
oscurecida en gran medida por la angustia que sufría y por los intensos esfuerzos que
realizaba para contener su experiencia psicótica. Intentaba minimizar sus dificultades
señalando que se sentía relajado y “para nada desesperado”, aunque claramente no era así.
A pesar de ella, nos contó que en su cuerpo habían entrado entre veinte y cuarenta personas
que le habían robado la fuerza. Mostro su brazo, que deliberadamente mantenía en una
actitud laxa, para demostrarnos que las personas que se habían introducido controlaban sus
movimientos y su capacidad y sostenerse, de manera que era casi como una marioneta.
Mantenía una cuerda amarilla colgando de los labios hasta la barbilla cuyo objetivo era el
de “sostenerle” para que no se desmembrara y para que pudiera concentrarse en sacar a las
personas de su cuerpo. Con una expresión obvia de asco, explico que estas personas
escupían saliva en su boca y que esta era la razón por la que el también escupía
repetidamente en una bolsa que llevaba consigo. Durante la entrevista pidió permiso para ir
al baño, donde efectuó resoplidos y carraspeos para eliminar la saliva y para intentar
expulsar a las personas de su interior. Estaba convencido de que estas personas arañaban y
desgarraban su piel para poder entrar en él. Mantenía los labios fruncidos porque su jefe
anterior, “un negro gordo”, había entrado en él y colocaba sus labios sobre los suyos. Se
quejaba de que su pulso era demasiado rápido debido a que había muchas personas en su
interior. Su madre señalo que en ocasiones Antonio encendía todos los quemadores del
horno de la cocina de la casa para quemar a esas personas y que iba regularmente para
“intentar arrojar al agua a todas las personas que tenía dentro”. La madre tenía miedo de
que el también pudiera arrojarse al agua.
Antonio sufría alucinaciones auditivas de persecución. Las personas que había en su
interior le llamaban repetidamente marica y le decían a él o se decían entre sí: “no nos
importas nada” o bien: “no es un auténtico hombre”. Antonio señalaba que las voces “me
congelan la cara”, paralizando los músculos faciales. También mencionaba que podía oler a
las persona que había en su interior y que en ocasiones las veía manteniendo relaciones
sexuales entre sí. Podía sentir el sabor del semen en su boca, junto con la saliva que le
echaban en la misma. Expreso su preocupación por el hecho de que las voces no le dejaban
comer y que había perdido hasta nueve kilos en los últimos meses. Era frecuente
encontrarle hablando a voces consigo mismo en la habitación y riendo de manera
inapropiada.
Antonio se quejaba de un estado de ánimo con depresión intermitente así como de una
sensación de falta de energía y de dificultades de concentración, tal como lo había ocurrido
varias semanas antes de su hospitalización actual. Negaba sentimientos de culpa o de
inutilidad, pero si aceptaba tener sentimientos de desesperanza o de ideación suicida pasiva.
No había antecedentes de intentos de suicidio.

La madre de Antonio señalo que cuando era un adolescente se había juntado con “malas
compañías” y había comenzado consumir alcohol y marihuana. Bebía entre dos y seis
cervezas aproximadamente dos veces a la semana desde que tenía diecinueve años y decía
que la cerveza le ayudaba a superar sus problemas. Nos dijo que no tenía deseos de
eliminar su consumo de alcohol, aunque su madre señaló que debería hacerlo. La madre no
había observado signos de tolerancia al alcohol ni abstinencia fisiológica y negaba que
Antonio tuviera antecedentes de amnesia alcohólica, complicaciones médicas o tratamiento
de cuadros de abuso de sustancias. Antonio señalo que fumaba un porro de marihuana cada
una o dos semanas desde que tenía dieciocho años y que recientemente había incrementado
este consumo a dos o más porros semanales para que le ayudara a “expulsar un viejo que
hay dentro de mí”. También señalo tener antecedentes de consumo de medio paquete de
cigarrillos al día durante seis años, pero dijo que había dejado de fumar tabaco hacia
algunos años.
antes de su primera hospitalización a los veinte años, Antonio permanecía frecuentemente
despierto durante la noche y presentaba somnolencia diurna, ponía la música a todo
volumen para distraerse de sus pensamientos preocupantes, creía que Jennifer López le
enviaba mensajes a través de la televisión y la radio y en ocasiones vomitaba las comidas
que le preparaba su madre debido a razones poco claras. En una ocasión tuvo una discusión
con su familia y pegó un puñetazo en la pared, por lo que su familia lo hospitalizo por vez
primera. El análisis toxicológico de la orina fue positivo para cannabinoides, lo que
demostraba su consumo de marihuana. Fue estabilizado con el medicamento antipsicótico
risperidona (3 mg/día) y recibió el alta para ser atendido mediante un programa terapéutico
ambulatorio al que no acudió.
Seis meses después comenzó a consumir de nuevo marihuana y alcohol. Fue ingresado en
varias ocasiones en el servicio de urgencias debido a comportamiento extraño, tras lo cual
fue devuelto a sus padres. Su segunda hospitalización tuvo lugar cuando Antonio tenía
veintidós años debido a sintomatología psicótica consistente en preocupación religiosa,
alucinaciones auditivas y amenazas de muerte a su padre. Rechazo inicialmente la
medicación, pero requirió la administración urgente de aloperidol y lorazepan tras un
altercado verbal con otras personas. Después, fue tratado con olanzapina (hasta 25 mg) y
respondió bastante bien, aunque ganó casi siete kilos.
Durante su tercera hospitalización por sintomatología psicótica, unos meses después,
recibió ziprasidona y risperidona, de las cuales señaló que le causaba efectos adversos de
“agitación”. Fue remitido a una clínica de pacientes con diagnostico doble de cuadros de
enfermedad mental y de dependencia de sustancias, pero volvió a casa a los tres días.
Durante ocho meses señalo haberse abstenido de consumo de sustancias, aunque siguió
mostrando una sintomatología psicótica de grado leve. durante su cuarta hospitalización, a
los veinte años, se inició el tratamiento mediante inyecciones mensuales de decanoato,
Haroperidol

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