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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIOLOGÍA

MÁSTER INTERNACIONAL DE ESTUDIOS

CONTEMPORÁNEOS DE AMÉRICA LATINA

LA CONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LA IDENTIDAD


VILLERA:

DEL ESTIGMA A LA RESIGNIFICACIÓN

Por:
Beatriz Moreno de la Vara
Tutor:
Javier Franzé Mundanó

TRABAJO FIN DE MASTER

Madrid, octubre de 2018.

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Resumen:
La identidad villera se constituye discursivamente mediante en la tensión entre la
mirada endógena y exógena. El estigma es el modo de simbolización propio de la
mirada endógena, entendida como un sentido sedimentado que condiciona pero no
cancela la resignificación. La subalternización simbólica de la identidad villera es
producto de la cristalización de sentidos previamente sedimentados. En la lucha
por el sentido, la identidad villera pugna por legitimar su lugar de enunciación y
su discurso. La Garganta Poderosa es un ejemplo de una resignificación desde el
campo popular.

Palabras clave: identidad villera, discurso, estigma, resignificación

Abstract:
“Villa” identity is constituted discursively through the tension between the endo-
genous and exogenous gaze. Stigma is the mode of symbolization characteristic of
the endogenous gaze, understood as a sedimented sense that conditions but does
not cancel out resignification. The symbolic subalternization of the “villa” iden-
tity is the result of the crystallization of previously sedimented senses. In the
struggle for meaning, the “villa" identity struggles to legitimize its place of enun-
ciation and its discourse. La Garganta Poderosa is an example of a resignification
from the popular field.

Keywords: villera identity, discourse, stigma, resignification

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“A la mitad del mundo le falta descubrir América, nuestra América”
Ignacio Levy

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro


y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie,


los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos,
rejodidos:

Que no son, aunque sean.


Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.”

Eduardo Galeano

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Índice de contenidos:

1.Introducción …………………………………………………….….…. 7
2.Marco teórico y metodológico …………………………………….…. 9
2.1 Marco teórico …………………………………………….….. 9
2.1.1 La política como creación contingente radical .……. 9
2.1.2 Una perspectiva simbólico-discursiva de la política... 14
2.1.3 La construcción de identidades ……………….….. 20
a) ¿Qué son las identidades colectivas desde una
perspectiva simbólico-discursiva? …………………… 21
b) ¿Cómo son? ……………………………………….. 22
c) ¿Cómo se construyen? ……………………………. 30
2.2 Marco metodológico ………………………………….……. 33
3. Las villas miseria ………………………………………………..… 37
3.1 Segregación y disputa por el derecho a la ciudad ………… 37
3.2 Proceso histórico de la cuestión villera: los sentidos
sedimentados ………………………………………………….. 39
3.3 La cuestión territorial como elemento de identificación.…… 48
4. La construcción exógena de la identidad villera ………….……… 50
4.1 La identidad villera ………………………………….…… 50
4.1.1 Un campo simbólico-discursivo dicotomizado ..… 50
4.1.2 La identidad villera como construcción: la impor
tancia de las miradas y la marca de villa ………….…… 51
4.1.3 Subalternidad para resignificar ………….….….… 53
4.2 La construcción exógena: el estigma como medio de simbo
lización …………………………………………………..…..… 54
4.2.1 Corrimientos de sentido de lo villero
(1930-2001) …………………………………………… 56
4.2.2 La construcción exógena de la identitaria
villera (2003-2015) ……………………………..….…. 60

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a) Medios de comunicación masivos como
constructores exógenos de la identidad
villera ………………………………………………….. 62
5. La resignificación de la identidad villera: el caso de La Garganta
Poderosa ……………………………………………………………………… 69
5.1 La rebelión del coro ………………………………………….…… 69
5.2 La Garganta Poderosa …………………………………………….. 72
5.2.1 Un medio de comunicación villero para
revertir el estigma: el proceso de enunciación ……………..… 74
a) Organización horizontal …..……………………… 75
b)Autogestión ……………………………….………. 75
c) Democratización digital como
herramienta clave …………………………………….. 76
d) Irrupción en nuevos espacios ……………………… 77
5.2.2 Qué dice La Garganta Poderosa ………………………. 78
a)“Tenemos voz pero necesitamos
micrófonos” ……………………………………….…. 78
b) Transformar la Patria Grande desde
la Patria Baja ………………………………………… 80
c) Al margen de la política partidista ……………….. 81
d) La cultura villera es construir
colectivamente …………………………………….… 83
5.2.3 Algunas deconstrucciones de sentido villero ……….…. 87
a) El fútbol como elemento
constituyente ………………………………………… 87
b) La deconstrucción del concepto de seguridad ……. 88
c) El berretín como arma política …………………… 90
d) Aportes desde el feminismo villero ……………… 91
6. Conclusiones …………………………………………………..… 94
7. Bibliografía …………………………………………………….. 98

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—1. Introducción—

Este trabajo surge con el objetivo de analizar la construcción discursiva de la


identidad villera. Asumiendo una perspectiva simbólico-discursiva, anclada en la
Teoría del Discurso, entendemos que las identidades son constructos relacionales
y contingentes, constituidos en el discurso. Para poder analizar cómo se construye
nuestro objeto de estudio, será necesario poner el foco de análisis tanto en la mi-
rada propia como en la ajena, es decir, en la de aquellos sujetos colectivos que no
son entendidos como villeros. Para ello, optamos por estudiar las producciones
discursivas de ambas perspectivas. Entendemos que es en esa tensión donde se
constituye la identidad que aquí analizamos, en un juego entre equivalencias y
diferencias.
A lo largo de este análisis trataremos de dar respuesta a nuestra pregunta
de investigación: ¿cómo se construyen esta identidad? Para ello, será necesario
que desglosemos ese cómo en tres cuestiones subyacentes: ¿mediante qué meca-
nismos? ¿quiénes son sus actores? ¿qué discursos, elementos y dinámicas entran
en juego en dicha construcción?. La primera cuestión hace referencia los meca-
nismos de enunciación discursivos que analizaremos de forma extensa. La segun-
da, a los sujetos colectivos, tanto villeros como no villeros, que construyen la
identidad villera, ya sea mediante dinámicas de inclusión o exclusión, es decir,
subsumidas a un pertenecer o no pertenecer. Por último, los discursos, dinámicas
y elementos que entran en juego, haciendo referencia a la configuración del cam-
po simbólico y a los sentidos sedimentados que condicionan las producciones y
posibles reconfiguraciones discursivas.
En un contexto contemporáneo en el que la eclosión de identidades colec-
tivas se ha superpuesto a la polarización dicotómica del espacio simbólico, con
especial énfasis en América Latina, y asumiendo que la política es una lucha por
el sentido —es decir, por la forma particular que cada una de las identidades tiene
de entender el mundo—consideramos importante prestar atención a los procesos
de construcción y enunciación de identidades políticas, en tanto sujetos colectivos
inscritos en esa lucha.

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No es poca la producción académica al respecto de la construcción identi-
taria villera. Hemos analizado en profundidad la obra de Cravino, Crovara, Kess-
ler y Guber, así como el análisis histórico al respeto de Ratier, Oszlak y Snit-
cofsky, entre otros. A lo largo del proceso de investigación, hemos reparado en
que los autores que hemos trabajado, han profundizado en la cuestión de la subal-
ternidad de la identidad villera —con respecto a lo no-villero— desde una pers-
pectiva territorial y de oportunidad económico-social. El estigma, elemento cen-
tral de este análisis, se presenta para esta producción académica dominante, como
una condición a priori que condiciona e incluso inhabilita las posibilidades de re-
significación y construcción identitaria, por ser una característica definitoria en
primera instancia.
Consideramos importante el aporte de esta investigación al asumir que el
estigma, lejos de ser una condición predeterminante, es el producto de previas
construcciones de sentido, sedimentadas y asimiladas como una naturalización del
espacio simbólico de lucha. Al entender esto, asimilamos que la subalternización
simbólica de la identidad villera es un constructo producto de la contingencia, lo
que abre un abanico de oportunidades que permiten su resignificación y reapro-
piación, y por lo tanto, la reversión de ese estigma.
Desde esta perspectiva, entendemos que existen múltiples fórmulas y di-
námicas para la resignificación del estigma, y que la legitimidad —no sólo del
discurso villero, sino también de su lugar de enunciación— se puede ganar a lo
largo de ese proceso de reapropiación en la lucha por el sentido.
Así, optamos por analizar La Garganta Poderosa, publicación villera para-
digmática en lo que a resignificación se refiere. Profundizaremos en sus procesos
de enunciación, en su discurso y en las deconstrucciones de sentido que han plan-
teado desde su apuesta por su (re)contrucción de la identidad villera.

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— 2. Marco teórico y metodológico—

2.1 Marco teórico


El debate en torno a la cuestión de las identidades se torna primordial ante el con-
texto de surgimiento de multitud de identidades particulares que encontramos al
analizar el orden social contemporáneo. A través de este marco teórico, buscamos
proponer un anclaje que nos permita entender las identidades como algo más allá
de las concepciones esencialistas, aquellas que las asumen como previamente
constituidas y determinadas por condiciones ya dadas. Dado que nuestro objeto de
estudio, la identidad villera, es susceptible de caer en dicho esencialismo, busca-
mos profundizar en el proceso de análisis desde una perspectiva que la entienda
como algo más que el producto de las subalternidades propias de un contexto des-
favorable. Para ello, será necesario adoptar una perspectiva que asuma la política
como una creación contingente radical desde una conceptualización simbólico-
discursiva, el discurso como constituyente, y las identidades, como constructos
relacionales determinados por la contingencia. Para ello, nos apoyaremos en una
perspectiva propia de la posmodernidad, reafirmándola en autores postestructura-
listas, posmarxistas y atendiendo también a las teorizaciones del campo de los Es-
tudios Culturales al respecto.

2.1.1 La política como creación contingente radical

Consideramos como punto de partida imprescindible remarcar la existencia de dos


modos de definir la política: por un lado como administración y por el otro, como
creación contingente radical (Franzé, 2015, p. 142). Debido a la naturaleza de
nuestro objeto de estudio, consideramos que es necesario que nos desliguemos de
una concepción clásica de la política como administración y ámbito delimitado.
Por ello, precisamos ampliar dicha definición acotada a lo formal e institucional y
abrir así la posibilidad de pensar la política más allá de la percepción estadocén-
trica. De esta forma, podremos asumir que aquello que queda en los márgenes
forma parte indiscutiblemente de lo que entendemos por campo político, y por lo

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tanto, nos permitirá discutir acerca de lo villero como parte esencial del mismo en
tanto identidad política.
Estamos de acuerdo con Laclau cuando afirma que este quiebre epistemo-
lógico tiene sus bases en lo que el autor conceptualiza respecto a la crisis del uni-
versalismo como el origen de esta perspectiva: el fin de la Guerra Fría significó a
su vez el fin de las ideologías globalizantes que dominaron el terreno de la política
hasta entonces, lo que se tradujo en una proliferación de ideologías e identidades
políticas particulares. El punto divergente a tener en cuenta es que las anteriores,
lejos de legitimarse mediante una predeterminación en términos de fundamentos
universales y como fines últimos, ponen de relevancia la emergencia de un vacío:
“la presencia de la ausencia” (Laclau, 1994, p. 1). Ese vacío hace referencia ante
este nuevo contexto de la falta de un marco universal de referencia, o dicho en
otros términos, de una predeterminación de cualquier índole.
En base a esto, podemos asumir que el campo político, ante dicho vacío,
deviene contingente, precario y limitado (Laclau, 1994, p. 2) en términos analíti-
cos. La política, en este sentido, no se puede asumir desde una perspectiva positi-
vista ni esencialista, sino como un constructo, cuyas condiciones de existencia son
ambiguas y dependientes de múltiples factores, que a su vez son también preca-
rios y contingentes. De esta forma, se entiende la política como una creación con-
tingente radical, y se busca construir un concepto de la misma que no sea norma-
tivo ni esencialista y que esté basado en una concepción simbólico-discursiva
(Franzé, 2015, p. 142). En ella, “ni los sujetos ni los objetos poseen un sentido en
sí, sino que éste debe ser construido y atribuido” (Franzé, 2015, p. 142).
Entendida así la política como una creación contingente radical, es necesa-
rio diferenciar entre el orden político instituido y las lógicas que lo hacen posible.
Para ello, nos apoyamos en la teorización de Mouffe, que determina:

[Entiendo]Lo político como la dimensión de antagonismo constitutiva de las so-


ciedades humanas, mientras que la política es el conjunto de prácticas e institu-
ciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la co-
existencia humana en el contexto de la conflictividad de lo político.

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(Mouffe, 2005, p. 16)
Mediante esta distinción entre lo político y la política, Mouffe explicita las
diferencias entre cada una de las categorías, así como sus lazos interdependientes.
Por un lado, asume que lo político es una lógica constitutiva de la objetividad u
orden social, antagónico —y si hay antagonismo, queda implícito que existe una
dimensión relacional de las partes— y que no queda determinado por un carácter
de consenso, sino de conflictividad. Por su parte, asume que la política es la cris-
talización de un orden social determinado, de un sentido otorgado por las lógicas
y momentos políticos. Al afirmar esto, pone de relevancia que lo político es auto-
fundante y lo opuesto a las prácticas sociales sedimentadas (Laclau, 1994), así
como fundacional de la política, y por ende, de la comunidad; la política se torna
así el resultado de lo político (Franzé, 2015, p.150).
Antes de avanzar a este respecto, consideramos necesario hacer hincapié
en la definición de las prácticas sedimentadas entendidas como lo opuesto a lo
político. En el campo de lo social existe “una sedimentación parcial de acciones
políticas previas que, siendo producto de la acción humana, se erigen como una
objetividad extraña y reificada” (Aboy, 2001, p. 47). La pretensión aquí es la de
romper con el esquema del constructivismo radical que asume que toda práctica es
únicamente el constructo resultante de una lucha por el sentido y se anima a repa-
rar en que, a pesar de los límites impuestos por la precariedad y la contingencia,
existen construcciones de sentido previas al momento constituyente presente, que
han sedimentado y se encuentran enquistadas en el seno del panorama político-
social. El punto clave reside en tomar en cuenta el “proceso social total” (Grim-
son, 2004, p. 181) y asimilarlo como una sedimentación parcial que permite la
resignificación, por lo que activa el proceso político aquí desarrollado.
Volviendo al punto anterior y una vez han sido explicitadas las conexiones
y divergencias entre las categorías, podemos asumir que la política y lo político no
son dicotómicos, ya que ambos están atravesados por el carácter contingente y
creativo que otorga la perspectiva que aquí asumimos, además de necesitarse el
uno al otro en la configuración y reconfiguración de la comunidad política y su

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orden, o dicho con otras palabras, son “momentos simultáneos y mutuamente
afectados” (Franzé, 2015, p.143).
Asumiendo una dimensión ontológica de la política —esto es, en términos
de lo político—ponemos el énfasis en lo que Mouffe considera imprescindible
para comprender y discutir un contexto democrático. como el que aquí se analiza.
Según la autora, la incapacidad para pensar políticamente se debe “a la hegemonía
indiscutida del liberalismo” y a la “tendencia dominante del enfoque racionalista e
individualista” (Mouffe, 2005, p. 17). Dichos paradigmas no tienen en cuenta el
carácter creativo y contingente de la política, ni su desdoblamiento en lógicas y
orden social, y por lo tanto no permiten pensar en el carácter relacional e intrínse-
camente antagónico del mismo. El hegemón teórico liberal y racionalista parte de
la premisa de que es posible un consenso universal racional en el que el antago-
nismo no tiene cabida (Habermas, 1996). Desde esta perspectiva, la discordia
mina la posibilidad de éxito de un proyecto democrático. Uno de sus principales
defensores, Harbermas, determina según la teorización de Ricca al respecto, que
la política es “un acuerdo intersubjetivo y alcanzado por el diálogo” (Habermas,
1996).
Por lo tanto, lo político entendido como antagonismo es uno de los ejes
fundamental que tomamos de Mouffe para desarrollar la concepción de la política
en la que basamos este análisis. Retomando su teorización acerca de la differentia
specifica de Carl Schmitt, la política tiene que ver con actos de exclusión y con la
formación de un “nosotros” frente a un “ellos”, cuya existencia es interdependien-
te —se necesitan el uno al otro para determinarse desde la negación y exclusión—
y remite siempre a formas colectivas de identificación (Mouffe, 2005, p. 18). Este
panorama acentúa el carácter conflictivo de la política, y determina que todo anta-
gonismo es esencialmente político (Laclau y Mouffe, 1985) y por ende, "la posibi-
lidad de emergencia de un antagonismo nunca puede ser eliminada” (Mouffe,
2005, p.23). Por su parte, la autora propone un nuevo tipo de relación del tipo ad-
versarial: se trata de un giro hacia el agonismo, de tal forma que no se desactive el
principio antagonista, pero que a su vez sea compatible con el pluralismo constitu-
tivo propio del contexto democrático contemporáneo (Mouffe, 2005, p. 27). El

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agonismo requiere del reconocimiento del otro como “un adversario de legítima
existencia y al que se debe tolerar” (Mouffe, 2005, p. 27). Por otro lado, asume
que este antagonismo es la condición de posibilidad de formación de las identida-
des políticas, (Mouffe, 2005, p. 27) cuestión sobre la que discutiremos en profun-
didad más adelante.
El hecho de que el antagonismo siempre sea una cuestión presente, y dado
el carácter contingente de la política, asumimos que no existe un orden dado, ni
una forma de administración establecida. Por lo tanto, la política se define como
una lucha por el establecimiento de un “orden en un contexto de
contingencia” (Mouffe, 2005), es decir, en una lucha por el sentido. La imposición
de dicho orden determinado se asume como una lucha por un sentido concreto,
convirtiéndose así en una operación hegemónica. La hegemonía queda definida
por Laclau como “la operación por la que una particularidad asume la representa-
ción de una totalidad inconmensurable” (Laclau, 2005, p. 95) o, en otras palabras,
como “la capacidad de volver universal un punto de vista particular” (Franzé,
2015, p. 157) ante la inexistencia de una totalidad o una concepción universal a
priori, es decir, un marco referencial común. La hegemonía, es decir, la manera en
la que opera lo político— por ser este último una reactivación a través de la cual
se instituye el orden mediante antagonismos—, se clarifica aquí como la posibili-
dad de imposición de un sentido sobre otros mediante prácticas articulatorias. Se-
gún Mouffe, dichas prácticas articulatorias “a través de las cuales se establece un
determinado orden, son prácticas hegemónicas” (Mouffe, 2005, p. 25).
La cuestión conflictiva se pone de nuevo de manifiesto al asumir que si
una producción de sentido concreta, entendida como particularidad, asume la re-
presentación de una totalidad, existen muchas otras particularidades —y por ende,
muchas otras producciones de sentido posibles en un contexto de pluralismo—
que serán relegadas en pos del establecimiento del sentido y orden asimilados
como totalizantes. Lo político se erige entonces como el campo instituyente en el
que dichas producciones de sentido pugnan por establecer un orden social concre-
to. De esta forma, la lucha por el sentido “requiere de enfrentamiento con otras
producciones de sentido antagónicas” (Franzé, 2015, p. 158), lo que se traduce en

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la posibilidad del surgimiento de contrahegemonías: “todo orden hegemónico es
susceptible de ser desafiado por prácticas contrahegemónicas […] que van a in-
tentar desarticular el orden existente para instaurar otra para instaurar otra forma
de hegemonía.” (Mouffe, 2005, p. 25) ya que dichas posibilidades reprimidas
siempre pueden reactivarse. La frontera que se genera entre estas distintas produc-
ciones de sentido, así como entre las identidades políticas a las que remiten, es
inestable y elástica, dada la contingencia que atraviesa a la política. Por lo tanto,
al no contar con un límite estático, no existe nada definitivo y todo puede trans-
mutarse, desplazarse y renegociarse, siendo la lucha por la hegemonía una cons-
tante que sirve no sólo para instituir la disputa política, sino también para que la
propia producción de sentido asimilada como hegemónica se reafirme en ese jue-
go de exclusiones.
A modo de síntesis de este primer apartado, asumimos la perspectiva que
asimila la política como una creación radical contingente y precaria, que es funda-
cional del orden político y precisa de él para la reconfiguración de la comunidad.
Además, es antagónica y necesita del conflicto para reconfigurarse o reafirmarse
continuamente, en una lucha por el sentido que se traduce en una lucha por la he-
gemonía.

2.1.2 Una perspectiva simbólico-discursiva de la política

Si asumimos la política como una creación contingente radical en la línea de lo


descrito en el apartado anterior, entendemos que nos ubicamos sobre una percep-
ción simbólico-discursiva de la misma. Esto viene incentivado tanto por el carác-
ter contingente de la política como por la inexistencia de un orden y sentido inhe-
rentes y preconcebidos. Si la política es la lucha por el sentido, como hemos afir-
mado anteriormente, la hegemonía se logra, por ende, en base a la lucha entre las
distintas producciones de sentido y su capacidad de convertirse en valor universal,
es decir, de posicionarse por encima del resto de sentidos antagónicos. La clave
para lograr la hegemonía, es decir, para instaurar una perspectiva determinada
como universal, reside en la capacidad de construir sentido. Entonces, la cuestión
principal a la que debemos atender es: ¿cómo se construye el sentido?

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Para ello, es esencial reparar en la Teoría del Discurso desarrollada por
Laclau y Mouffe, ya que la concepción que los autores desarrollan del mismo nos
dará las claves para construir sentido mediante el discurso. Desde esta perspectiva
se rompe con las concepciones que definen al discurso únicamente como lo dicho
o lo escrito, y se asume una definición amplia del mismo, no como mera expre-
sión discursiva, sino como fuerza constituyente, que engloba lo lingüístico y lo
extralingüístico. En palabras del Laclau y Mouffe, “la distinción entre elementos
lingüísticos y no lingüísticos (conductistas de una práctica social) o bien es inco-
rrecta, o bien debe considerarse una diferenciación en el seno de la producción
social de significado que se estructura bajo la forma de totalidad discursiva”. (La-
clau y Mouffe, 1985). Según Verón, ésta es una perspectiva que no repara sólo en
lo dicho — qué— sino también en la enunciación — cómo se dice y en qué con-
diciones. (Verón, 1993).
De esta forma y siguiendo a Laclau, “el discurso constituye el terreno pri-
mario de la constitución de la objetividad como tal” (Laclau, 2005, p. 92) es decir,
como el plano en el que se juegan las configuraciones y reconfiguraciones de sen-
tido que posteriormente pueden llegar a cristalizar y consolidarse políticamente
para luchar por la hegemonía. Siguiendo con su articulación teórica, “[…] el ca-
rácter primario y constitutivo de lo discursivo es […] la condición de toda prácti-
ca” (Laclau, 1993, p. 185). De estas dos citas podemos extraer que para el autor,
el discurso es primario, es decir, no existe nada previo a él, y además es constitu-
tivo de sentido, por lo tanto ninguno de los elementos en la pugna por el sentido—
sujetos, objetos, prácticas— cuentan con un sentido en sí mismos, sino que preci-
san de que éste se construya y les sea atribuido: “no cabe hablar de elementos (ac-
tores, circunstancias, datos, ámbitos sociales) a priori, pre-discursivos, sino que
estos existen y cobran sentido en tanto adquieren significado” (Franzé, 2015, p.
142). Esa construcción y atribución de sentido es una operación que tiene lugar en
el seno del discurso: el discurso es aquello capaz de producir y asignar sentido y
el requisito de existencia de una comunidad política (Franzé, 2015, p. 153). En lo
que respecta a este punto, en el que se determina que todo objeto se constituye
como objeto de discurso, supone que únicamente mediante el discurso podamos

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atribuir sentido, éste último se convierte en una suerte de totalidad: “todo objeto
se constituye como objeto de discurso en la medida en la que no hay objetos al
margen de las condiciones discursivas de emergencia” (Laclau y Mouffe, 1985).
Con esto no quiere decir que, como defienden los autores, no exista un mundo ex-
terno al pensamiento —o a la voluntad—, sino que el hecho de que todo objeto se
constituya como objeto de discurso supone que “éstos no puedan constituirse en
términos de significado fuera de una atribución de sentido” (Laclau y Mouffe,
1985). Por lo tanto, ante la afirmación de que cualquier elemento, en tanto que
interpretado, se erija como objeto de discurso para constituirse plenamente, asu-
mimos también que, por extensión, cualquier práctica social depende de “las con-
diciones discursivas de posibilidad precisas” (Laclau y Mouffe, 1985), todas ellas
dependientes de la contingencia que las atraviesa. Por lo tanto, para analizar lo
social y lo político precisamos adoptar una perspectiva discursiva, ya que ésta es
la vía para constituir e instituir sentidos y por ende, necesaria en toda práctica so-
cial por ser su condición de existencia. Así, podemos asumir que todos los ele-
mentos en la pugna por el sentido se constituyen en el discurso, desplazando, en-
tre otras, las perspectivas teóricas que asumen al sujeto como el origen de las rela-
ciones y prácticas sociales, un punto clave al profundizar en la constitución de las
identidades políticas que desarrollaremos posteriormente.
La contingencia es esencial para comprender que, cuando nos referimos a
una suerte de totalidad, tenemos en cuenta que no podemos hablar de una totali-
dad discursiva bajo una forma dada y delimitada, y por ello debemos definirla
como un horizonte: “Lo discursivo puede definirse como un horizonte teorético en
medio del cual el ser de los objetos se constituye” (Howarth, Norval y Stravaka-
kis, 2002, p. 3). Debido a su carácter contingente, no existe una posibilidad de cie-
rre que pueda darse por completo, ya que el juego de configuraciones y reconfigu-
raciones se da de manera continua al no existir nada estable ni fijo. Al depender de
la mutabilidad que subyace a las relaciones establecidas entre significantes y sig-
nificados, los discursos pasan por momentos de indeterminación e inestabilidad en
la necesidad de seguir construyendo sentido, produciéndose y reafirmándose. El
discurso, asumido como una totalidad inacabada— totalidad porque todo se cons-

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tituye en él, e inacabada por la contingencia— y asumiendo que toda práctica so-
cial es articulatoria (Laclau y Mouffe, 2015), podríamos definirlo de una manera
más amplia como una “totalidad estructurada resultante de la práctica articulato-
ria” (Laclau y Mouffe, 1985), lo que redundaría en la afirmación de que toda arti-
culación acaba definiéndose como “una práctica discursiva que carece de un plano
de constitución a priori, al margen de la dispersión de los elementos
articulados” (Laclau y Mouffe, 1985).
La contingencia y el carácter relacional, por lo tanto, determinan la forma
en la que se construyen los discursos, sujetos a la lógica de la política entendida
como creación contingente radical: los discursos siempre están incompletos —
siempre existe algún elemento que impide el cierre total de la estructura— y las
relaciones diferenciales juegan en él un rol constitutivo. En este sentido, el plura-
lismo, entendido como el terreno que le es propio a la política (Franzé, 2015),
propone múltiples posiciones en pugna —y por ende, construcciones discursivas
de sentido— en esta lucha por el sentido, todas ellas particulares ya que son pro-
ducto de procesos de emergencia propios. Por ello, admitimos que “lo discursivo
es intrínsecamente político ya que siempre aparecen figuras antagónicas a la hora
de fijar los significados que constituyen lo social” (Heredia, 2016, p. 294).
Es interesante observar aquí que, a pesar de la contingencia y de la “inde-
cibilidad” (Mouffe, 2005) propia del contexto discursivo, existen como resultado
del carácter relacional del discurso y en base a la lucha por la hegemonía, un or-
den del discurso que genera exclusión como consecuencia de una imposición de
sentido sobre otros, estos últimos surgidos del pluralismo, entendido como el te-
rreno propio de la política. Foucault determina que el discurso es “una violencia
que le hacemos a las cosas, una práctica que les imponemos” (Foucault, 1973, p.
53) en el sentido de violencia simbólica — del orden de lo simbólico (Franzé,
2015, p. 148)— ya que en esa lucha por la hegemonía, unos sentidos se superpo-
nen a otros y “encuentran el principio de su regularidad” (Foucault, 1973). En ese
sentido, estamos de acuerdo con el autor al afirmar que el discurso articula poder,
entendido como “el nombre que se le presta a una situación estratégica compleja
en una sociedad dada” (Foucault, 1991, p. 89) y que, acorde con la perspectiva

! 17
que aquí se desarrolla, ni es preconstituido, ni es ostentado por un sujeto o identi-
dad concretos, sino que atraviesa el cuerpo social e implica multiplicidad de rela-
ciones de fuerza en las que se ejerce. Ese poder, asimilado como parte de la sedi-
mentación de sentido, lo entendemos como constituido y reproducido discursiva-
mente.
En suma, mediante la Teoría del Discurso, los autores difunden una pro-
puesta ontológica en la que el discurso se convierte en el campo donde se ubican
las condiciones de posibilidad de los significados que le damos a los objetos y la
manera en la que los experimentamos por medio de prácticas sociales. El discurso
no es, entonces, un grupo particular de objetos, sino un punto de vista desde el que
se puede reescribir la totalidad de la vida social. Según Laclau, es “el proceso de
una lucha social por el establecimiento de reglas de significación entre distintas
fuerzas que se relacionan contundentemente” (Laclau, 1993, p. 104). En el discur-
so se inscribe la aceptación de una verdad producida por cierto tipo de saber, pero
a la vez, el establecimiento de unas fuerzas sobre otras: lo discursivo es aquello
que articula a través de significados, que vienen determinados por una serie de
reglas establecidas. Mediante la Teoría del Discurso se desarrolla un modelo teó-
rico que explica los procesos de formación de identidades políticas, a través un
enfoque centrado en las dinámicas simbólicas por las cuales éstas se constituyen.
Consideramos imprescindible aquí reparar en una confusión terminológica
común entre la Teoría del Discurso y el Análisis del Discurso. En primer lugar, la
Teoría del Discurso puede asumirse como una forma de investigación basada en
un problema, lo que marca una diferencia sustantiva con el Análisis del Discurso,
que se centra en un método concreto (Howarth, 2005, pp. 38-41). Según Howarth,
la Teoría del Discurso no se superpone de manera estricta a las diferentes varian-
tes del Análisis del Discurso, debido a que el primero parte de un déficit metodo-
lógico al que el autor pretende hacer frente mediante mediante el Método de la
Articulación, sobre el que repararemos más adelante. Por ello, siguiendo a Ho-
warth, determinamos que el Análisis del Discurso, en tanto conjunto particular de
técnicas, puede ser útil a la hora de explicar fenómenos que ya se han constituido
en objetos de análisis con sentido (Howarth, 2005, pp. 41), como es el caso que

! 18
aquí nos concierne. Por lo tanto, e introduciendo brevemente el marco metodoló-
gico de esta investigación, utilizaremos herramientas propias del Análisis del Dis-
curso para acercarnos a nuestro objeto de estudio.
Aún así, cabe remarcar que en el Análisis del Discurso, el lenguaje es la
herramienta útil mediante la cual se pretende describir los modos a través de los
cuales los distintos agentes emplean formas de expresión lingüística (Howarth,
2005, p. 45). En la Teoría del Discurso el lenguaje entendido en términos determi-
nistas es meramente instrumental, útil para aprehender pero no para constituir, por
lo que entendiéndolo de esta forma, se niega la posibilidad de concebirlo como un
camino propio de institución de lo social (Heredia, 2016, p. 288). Laclau se apoya
en Heidegger a la hora de definirlo como algo que ya se encuentra instituido, ya
que “el mundo siempre está interpretado y precomprendido” (Heidegger, 1997, p.
79) con sentidos previamente construidos que pueden pasar por “naturales”. El
lenguaje, como sentido acumulado y sedimentado ya instituido, asumido como
herramienta para explicar el mundo, condiciona así las posibles representaciones,
pero a la vez permite la resignificación según los corrimientos de sentido que ten-
gan lugar en el seno del discurso. Asumiéndolo como herramienta no determinis-
ta, podemos entenderlo como “apropiable por la subjetividad, reformable y per-
formativo” (Franzé, 2015, p. 156) y por lo tanto, no sólo útil para nombrar lo ya
dado, sino como herramienta primordial para la construcción y atribución de un
sentido nuevo.
Si asumimos que partimos del lenguaje como herramienta fundamental
para la construcción de sentido, y evitamos caer en un constructivismo radical al
aceptar que existen sentidos sedimentados reconfigurables, es necesario poner de
relevancia la existencia de un “campo de sentidos compartidos” (Franzé, 2015, p.
157). Este campo es fundamental en la lucha por el sentido y en la operación he-
gemónica. Estos sentidos compartidos, también denominados significantes flotan-
tes (Laclau y Mouffe, 1985), no comparten significado —del que han sido vacia-
dos— pero son imprescindibles para la construcción de sentido por ser “nociones
valiosas” (Franzé, 2015, p. 157). Estos significantes —que pueden ser categorías
tan claves para la lucha política como democracia, libertad o ciudadanía, entre

! 19
muchos otros— no cuentan con un sentido consolidado estable, sino que éste fluc-
túa según el discurso y la configuración de sentido en la que se inscriba, de ahí
que su condición de existencia y posibilidad esté asentada en la disputa y en la
reapropiación por las múltiples construcciones de sentido en pugna por la hege-
monía.
En síntesis, asimilamos el discurso como la práctica articulatoria, constitu-
tiva y relacional mediante la cual se configuran y reconfiguran los sentidos que
posteriormente pueden cristalizar en órdenes sociales concretos o incluso dar las
claves para una construcción identitaria, en un contexto en el que la lucha central
de la política es por el sentido, y más concretamente, por la hegemonía de uno
concreto sobre otros. En esta lucha, existe un orden del discurso que excluye y
subalterniza a aquellos que no son hegemónicos. El discurso está atravesado por
la contingencia y por ello se convierte en un horizonte de totalidad, porque nunca
puede estar suturado. El discurso, asumido como algo más amplio que lo lingüís-
tico o extralingüístico, es aprehensible mediante las herramientas propias del Aná-
lisis del Discurso, asumiendo que el lenguaje, a pesar de ser un sentido sedimen-
tado, no bloquea las posibilidades de resignificación y puede convertirse en un
elemento clave en dicha construcción y reconfiguración.

2.1.3 La construcción de identidades


Una vez expuesta la necesidad de asimilar la política como una construcción con-
tingente radical, y al discurso como instituyente de sentido, pretendemos perfilar
el anclaje téorico hacia nuestro objeto de estudio haciendo hincapié en aquellos
sujetos colectivos que pugnan por el sentido en la lucha antagónica. Por ello, en
este apartado nos centraremos en las identidades colectivas, para posteriormente
poder aplicar esta construcción teórica a nuestro estudio de caso. A través de este
pequeño recorrido teórico trataremos de dar cuenta de qué son las identidades co-
lectivas entendidas desde una perspectiva simbólico-discursiva, cómo son y cuáles
es el proceso mediante el cual se constituyen como tal.

! 20
a) ¿Qué son las identidades colectivas desde una perspectiva simbólico-discursi-

va?
En primer lugar, consideramos importante partir del punto en el que el debate
académico acerca de las identidades se encuentra, desde hace ya algún tiempo, en
un punto de eclosión ante un escenario de interdisciplinariedad que cada vez pres-
ta más atención a los aspectos identitarios de los procesos político-sociales. Una
de las posibles explicaciones puede deberse, como defiende Laclau y ya se men-
ciona en este escrito, al colapso de la política ideológica tras el fin de la Guerra
Fría —también referida como la “crisis del universalismo” (Laclau, 1993)— que
dio lugar a un contexto multipolar tras la desactivación de los antagonismos que
fueron centrales hasta entonces. Dicha proliferación de identidades políticas parti-
culares, también llamada la “balcanización de identidades” (Aboy, 2001, p. 23)
constituye hoy una parte fundamental de la cuestión político-social. Siguiendo a
Aboy, la cuestión no reside tanto en la superposición e imbricación de identidades
—ya que nunca han operado de forma inconexa, sino que suelen superponerse
entre sí generando hibridaciones— sino en la ausencia de jerarquía que, mediante
una articulación hegemónica, consiguiera que identidades diversas se subsumie-
sen en una que asumiera la representación de todas ellas (Aboy, 2001, p. 72).
Profundizando un poco más al respecto, podemos afirmar que este pano-
rama contemporáneo es también producto de los efectos del fenómeno de la glo-
balización (Cravino, 2002, p. 30), indisoluble de la cuestión relativa al surgimien-
to de múltiples polos en pugna. Esto, según la autora, lleva a dos posiciones teóri-
cas confrontadas: por un lado, podemos asimilar esta eclosión como el momento
constitutivo de la disolución de las identidades, es decir, un momento de fuerte
homogeneización global, y por el otro, a nuevos lineamientos dentro de las identi-
dades, fruto de una reacción frente a la globalización (Cravino, 2002, p. 30). De
entre estas dos opciones, optamos desde la perspectiva simbólico-discursiva por la
última, ya que es la que nos permite afirmar la existencia de un antagonismo que
articula la lucha por el sentido por existir una frontera divisoria entre globaliza-
ción y antiglobalización.

! 21
Dado el amplio acervo teórico y la polisemia que rodea a los múltiples
usos de la categoría identidad y su constitución como objeto de estudio, conside-
ramos primordial asimilarla desde la perspectiva que venimos desarrollando a lo
largo del marco teórico, es decir, como un constructo, alejándonos así de esencia-
lismos que asuman a las identidades como previamente constituidas. Si la cuestión
clave de la política es la lucha por el sentido, las constitución de las identidades
colectivas se convierte en un punto central de dicha pugna, por ser ellas las legí-
timas portadoras de los sentidos constituidos en el discurso.
En ese sentido, partimos de la base de que la construcción discursiva en
el seno de una concepción de la política como creación contingente radical es
primordial para dar cuenta del eje problemático de las identidades, pensándolas
desde esa perspectiva, y por lo tanto, entendiéndolas como identidades políticas
en sí mismas. Esto se debe a que esta perspectiva nos permite asimilar la política
como algo mucho más amplio que la mera administración, así como a las identi-
dades atravesadas y constituidas en el discurso. Las identidades políticas, en tanto
que discursivas, cuentan con ciertas características que les son transferidas por el
hecho de encontrarse subsumidas a una articulación simbólico-discursiva. A ese
respecto, desarrollaremos a continuación cómo quedan éstas definidas en tanto
constructos relacionales contingentes, inacabados y performativos. De la misma
forma, profundizaremos en cómo éstas se encuentran afectadas por la temporali-
dad, por un contexto histórico específico y también cómo son múltiples y están
fragmentadas. Estas serie de características, que determinan cómo son las identi-
dades bajo la perspectiva de la Teoría del Discurso, es el punto que procedemos a
desarrollar a continuación de forma detallada.

b) ¿Cómo son las identidades colectivas desde una perspectiva simbólico-discur-


siva?
Bajo la citada perspectiva, y sin perder de vista aquellas características del discur-
so que hemos desarrollado anteriormente, las identidades se asumen como cons-
truidas. Si retomamos la idea de que “ni los sujetos ni los objetos poseen un senti-
do en sí, sino que éste debe ser construido y atribuido” (Franzé, 2015, p. 142) y

! 22
asumimos que este sentido se construye en el discurso, y que éste es contingente,
podemos determinar que también así serán las identidades constituidas en su seno:
“en tanto que identidades políticas, éstas son producidas, disputadas y transforma-
das en formaciones discursivas complejas” (Restrepo, 2007). Por su parte, Laclau
afirma que si los sujetos tuvieran una ubicación previamente definida en la estruc-
tura social, el problema de la identidad no surgiría como tal y sería entendido
como una cuestión de descubrimiento o reconocimiento de la propia identidad. Al
no ser así y asumir que no existe una predeterminación previa, es la noción de va-
cío universal —por no existir un marco referencial al que asirse— la que plantea
la identidad en términos de construcción necesariamente (Laclau, 1993, p. 2). Se-
gún Butler, que también afirma que la identidad es un constructo discursivo, el
discurso además goza de un poder reiterativo que reproduce el fenómeno que re-
gula y restringe dichas construcciones identitarias (Butler, 2010).
La identidad, en tanto que relacional, es una afirmación de la diferencia
(Laclau y Mouffe, 1985) e implica un acto de exclusión, por lo tanto éstas no son
sólo relacionales, sino que además son excluyentes y no positivas. En ese sentido,
las identidades colectivas toman como punto central una diferenciación simbólica
del “otro”, necesario para constituirse a sí mismas en un contexto atravesado por
el antagonismo. Ese “otro” es necesario para construir un “nosotros” en términos
de diferencia y exclusión: nosotros somos en tanto no somos “lo otro”. Siguiendo
a Verón, podríamos asumir que la presencia de un adversario es la condición de
existencia de los diferentes colectivos de identificación (Verón, 1993). La existen-
cia de un “otro”, o un exterior constitutivo (Mouffe, 2005) sirve para reafirmarse
como colectivo, en un proceso de interpelación que opera mediante juegos de in-
clusión y exclusión: “la creación de un nosotros sólo puede existir por la demar-
cación de un ellos, una relación que se vuelve antagónica si se dan ciertas condi-
ciones” (Mouffe, 2005). Es decir, que la distinción entre un “ellos”— un exterior
constituido y demarcado— y un “nosotros” se erige como la condición de posibi-
lidad de la existencia de una identidad determinada y por lo tanto, de una relación
antagónica entre ella y su exterior constitutivo. Esta última no tiene por qué darse
de forma latente, pero el carácter relacional entre la identidad y su exterior consti-

! 23
tutivo puede transformarse en antagonismo, o en otras palabras, “puede devenir el
locus del antagonismo” (Mouffe, 2005) y esto es lo que las convierte en identida-
des políticas: al no poder eliminar la posibilidad de antagonismo, la contingencia
determina la posibilidad de que se active una lucha por el sentido, lo que es intrín-
seco a la política por ser todo antagonismo esencialmente político (Laclau y
Mouffe, 1985). Retomamos aquí la propuesta de Mouffe con respecto al agonis-
mo, una opción viable dado que la lucha por el sentido que en este escrito preten-
demos analizar se da en un contexto de democracia contemporánea. La autora
propone el establecimiento de una relación antagonista en la que las partes en con-
flicto —asumiendo que no existe reconciliación posible— reconocen la legitimi-
dad del otro en tanto que oponente. En el conflicto, se reconocen mutuamente
como pertenecientes a la misma arena política, y por ende, comparten el espacio
simbólico común que da cohesión a esta como lugar legítimo de pugna (Mouffe,
2005). Este punto tiene una implicación directa en los procesos de reconocimiento
sobre los que reflexionaremos a continuación.
Por otro lado, y al no ser positivas, las identidades no sólo se construyen
en la diferencia, sino que también se definen en ella. La interdependencia relacio-
nal que se da entre identidades supone que, por esa condición de determinación en
base a un no-ser, la especificación de una identidad colectiva concreta —es decir,
sus características particulares que la definen como una identidad y no otra— de-
penden del tipo de “otro” del que se diferencia. Ante esto, podemos determinar
que no existe una posibilidad de sutura en un campo de identidades determinado,
ya que el antagonismo, como beligerancia a través de la articulación de sentido
(Aboy, 2001) impide una constitución de la objetividad como tal. En síntesis, nos
apoyamos de Laclau y Mouffe para afirmar que toda identidad es relacional, y que
todas las relaciones tienen un carácter necesario.
Pero las identidades no sólo precisan de la alteridad con respecto a un ex-
terior constitutivo para definirse, sino que también precisan de una homogeneiza-
ción interna en la que juegan un papel muy importante los sentidos sedimentados,
sobre los que profundizaremos más adelante. La dimensión representativa, según
Aboy, determina “el nunca acabado cierre interior de una superficie

! 24
identitaria”(Aboy, 2001). Esta es una dimensión inherente a la lógica equivalen-
cial, mediante la cual se pretende lograr una cohesión interna que se complementa
con la construcción por antagonismo y que depende del juego de representaciones
suplementarias entre representantes y representados (Aboy, 2001). Según el autor,
los elementos centrales que son determinantes a la hora de lograr una cohesión
interna —a los que simplemente nombraremos para tenerlos presentes en nuestro
análisis pero cuya profundización teórica nos excede— son las figuras de lideraz-
go, la conformación de determinada ideología política y la adhesión a símbolos
determinados. Es interesante tener este punto en cuenta a la hora de poner de rele-
vancia la propuesta de Mouffe a este respecto, que gira en torno a la importancia
de los afectos en los procesos de identificación y abre la posibilidad de quiebre en
lo que respecta a la norma genérica. Tomando como influencia a Freud, la autora
propone fomentar los lazos comunales mediante la movilización de instintos libi-
dinales para establecer identificaciones fuertes entre los miembros de una comu-
nidad, y ligarlos así a una identidad compartida (Mouffe, 2005). Por lo tanto, el
proceso de identificación no queda únicamente relegado al establecimiento de una
diferencia con un afuera constitutivo, sino a los lazos internos que unifican al inte-
rior de una identidad colectiva. Para la autora, es primordial reconocer el rol de las
pasiones como una de las principales formas movilizadoras en el campo de la po-
lítica (Mouffe, 2005, p. 31). Ya que la movilización requiere de politización —y
ésta, a su vez, de una representación antagonista y hegemónica del mundo— se
torna necesario que, ante la pluralidad de campos opuestos en los que los sujetos
se pueden identificar, las pasiones movilicen y operen en ese proceso de identifi-
cación. Siguiendo a Mouffe, lo que permite la persistencia de formas sociopolíti-
cas de identificación es el hecho de que proporcionan al actor social una forma de
jouissance en términos lacanianos: “la problemática del goce nos ayuda a respon-
der de un modo concreto qué es lo que está en juego en la identificación socio-po-
lítica y en la formación de la identidad, sugiriendo que la base de las fantasías so-
ciales encuentran parcialmente su raíz en la jouissance del cuerpo” (Mouffe,
2005). Lo que estaría en juego, entonces, no es únicamente la coherencia simbóli-

! 25
co-discursiva en el proceso de identificación, sino las pasiones que movilizan a
los sujetos.
Teniendo en cuenta la necesidad de un antagonismo constitutivo y de una
dimensión representativa, asumimos que toda identidad se constituye en la tensión
entre la lógica de la diferencia —debido al antagonismo constitutivo— y la lógica
de la equivalencia —aquella que la cohesiona internamente (Laclau, 2005).
Llegados a este punto, en el que hemos desarrollado que las identidades
son relacionales y están constituidas en el discurso, podemos asumir que éstas se
encuentran también afectadas por el orden discursivo que hemos mencionado an-
teriormente. El régimen de verdad (Foucault, 1973) queda determinado por una
violencia simbólica, un poder en el que las posiciones —en este caso identida-
des— en pugna no hegemónicas son violentadas, dañadas y jerarquizadas según
una ordenación subordinante. Dicha clasificación relega a posiciones subalternas a
discursos, subjetividades e identidades políticas, y es uno de los puntos centrales
de nuestro análisis. En el centro clave de la política, que es la lucha por el sentido,
la batalla por la hegemonía se da en términos evidentes mediante prácticas concre-
tas, y a pesar de la contingencia contextual, se legitiman y afianzan de forma
constante. En términos de Bourdieu, existen palabras “autorizadas” y otras “des-
autorizadas” (Bourdieu, 2000) y existen procesos de subjetivación —entendido
como el principal ejercicio de emergencia como actor según la lectura que Franzé
realiza de Laclau y Rancière (Laclau, 1993 y Rancière, 1996)— que, en base al
orden del discurso establecido o régimen de verdad, no llegan siquiera a darse.
Mediante esta conceptualización del poder, que lo define como no sólo
restrictivo y coercitivo, que opera de forma productiva, atravesando los discursos
y el cuerpo social coaccionando sin reprimir (Foucault, 1973), se asume que la
confrontación por el sentido no tiene por que ser explícita, sino que existen otras
fórmulas que son útiles en la lucha por la hegemonía. Entre ellas destacamos la
despolitización, término tomado de la teorización de Mouffe, que consiste en la
demostración de que el discurso contrahegemónico —o en otras palabras, aquel
que desafía a lo sedimentado o al orden establecido— es inverosímil y que carece
de legitimación (Mouffe, 2005). Se trata de presentar los principios configurado-

! 26
res del orden como algo neutral, asimilado, despojado de toda violencia intrínseca
y cuya lucha en torno a ellos carece de sentido, por lo tanto una subjetivación y un
proceso de construcción identitaria alrededor de dicho sentido no tendría razón de
ser. Esta operación es fundamental en la lucha política, ya que asume una posición
de defensa de una subjetividad concreta: la que ostenta la hegemonía. A partir de
esta posición, se puede llegar a concebir erróneamente que los procesos de politi-
zación, subjetivación o identificación son meros “desvelamientos” de una verdad
que previamente había sido ocultada, debido a lo arraigado e instaurado de este
discurso en determinados casos, y a la potente batalla que libra en la lucha por
mantener su hegemonía.
Así, el establecimiento de una identidad determinada como hegemónica en
la lucha por el sentido implica un acto de exclusión de muchas otras identidades, y
si hay exclusión, hay entonces efectos de poder, ya que ésta se establece mediante
una violenta jerarquización de las polaridades resultantes. En esta jerarquía vio-
lenta, un sentido se impone a otros y por ende, una identidad particular resulta
privilegiada. Ante esto, el establecimiento del régimen de verdad tiene también
efectos directos sobre la constitución de identidades y sobre los procesos que las
construyen, posibilitando o imposibilitando la emergencia de determinados suje-
tos como identidades políticas en la pugna por el sentido. Como respuesta a ello,
cabe la posibilidad de que las identidades se erijan como espacios de resistencia
en tanto estandartes de discursos contrahegemónicos, y traten de legitimarse en
tanto actores políticos en la lucha por el sentido.
En tanto que contingentes e inacabadas, Laclau y Mouffe toman la heren-
cia de Hegel para determinar que las identidades ni son positivas, ni cerradas en sí
mismas porque se constituyen como una transición contingente (Laclau y Mouffe,
1985) y no existe posibilidad de sutura. Toda identidad, al jugar en el campo de la
contingencia creativa, es abierta e incompleta, ya que su precariedad —o la nece-
sidad de reafirmarse continuamente en la diferencia y equivalencia por no poder
fijarse plenamente— es la causa de una imposibilidad de cierre o “sutura” (Laclau
y Mouffe, 1985). Por lo tanto, si las identidades políticas están inscritas en un
inacabable proceso de constitución y reafirmación, hay que asumir aquí también

! 27
la contingencia de toda objetividad o realidad social. Las identidades, en tanto que
inacabadas y ante la imposibilidad de cierre, deberán ser asumidas desde “la pers-
pectiva de un devenir” (Aboy, 2001)— en la línea en la que se asume el discurso
como horizonte teorético y no como totalidad— y no como identidades estancas,
fijas e inmutables.
Otra característica importante a desarrollar es su capacidad performativa,
esto es, de interpelar y constituir, debido a la imposibilidad de que los elementos
se ubiquen en el plano de algo anterior. La identidad es, según Hall, es “el punto
de encuentro entre los discursos y prácticas que intentan interpelarnos, hablarnos
o ponernos en nuestro lugar como sujetos sociales de discursos particulares, y por
el otros, los procesos que producen subjetividades que nos construyen como suje-
tos susceptibles de decirse” (Hall, 2003). De ese modo, y siguiendo con el
desarrollo teórico de Hall, las identidades son un punto de adhesión temporal a las
posiciones subjetivas que constituyen desde las prácticas discursivas y configuran,
mediante la articulación, sentidos colectivos. Tomando a Zizek en este punto,
asumimos “que la nominación [de algo que previamente no había sido nombrado
como tal] constituye retroactivamente su referencia” (Zizek, 1992).
Tomando el punto de la temporalidad como clave, cabe destacar que las
identidades, al no ser estancas, fijas o inmutables, se encuentran indefectiblemente
afectadas no sólo por la temporalidad, sino también por el contexto histórico en
los que se inscriben. En primer lugar y debido a la contingencia contextual, queda
asumido que las identidades dependen de la falta de sutura del contexto discursi-
vo, y por ende, ni son fijas ni estables. Por otro lado y según Grimson, “son el re-
sultado de un proceso histórico contingente y no sólo de procesos simbólicos que
resultan de fuerzas simbólicas, sino de lo vivido en el proceso social total” (Grim-
son, 2004, p. 181). A este respecto, cobran mucha importancia los sentidos sedi-
mentados, que condicionan pero no cancelan la posibilidad de resignificación. Se-
gún Aboy, toda práctica articuladora de sentido y por ende, constitutiva de identi-
dades colectivas, tiene lugar en un campo parcialmente sedimentado y objetivado
(Aboy, 2001) En otras palabras, asumimos que las significaciones no se dan en el
vacío discursivo total, sino que pertenecen también —parcialmente— al campo de

! 28
lo social. Siguiendo la teorización al respecto que destaca Aboy, este campo está
conformado por la sedimentación de acciones políticas previas, que son “producto
de la acción humana que aparece como una objetividad reificada” (Aboy, 2001).
Al tener lo sedimentado como base, entra en juego la posibilidad de resignifica-
ción de ciertos sentidos sedimentados —previamente constituidos según construc-
ciones previas de sentido— y cobran especial relevancia los significantes vacíos y
flotantes. En este sentido, Aboy determina que las identidades, al estar construidas
indefectiblemente en referencia a un sistema temporal, operan también el plano de
la reinterpretación de un pasado —reconstruible según el sentido sobre el que se
construya una identidad política determinada— y la construcción de un futuro
deseado, (Aboy, 2001) siendo ambos elementos determinantes de los procesos de
subjetivación e identificación propios de la construcción identitaria. En nuestro
caso de estudio tendrá especial relevancia el contexto histórico de surgimiento de
las villas como periferia territorial y simbólica de los núcleos urbanos argentinos,
y sus efectos en la construcción identitaria.
Por otro lado, es importante remarcar ante el horizonte planteado por la
posmodernidad y la realidad social que nos disponemos a analizar, que en el con-
texto de pluralidad que hemos destacado anteriormente, las identidades no sólo
son múltiples, sino que también están fragmentadas, y ello nos ubica en la necesi-
dad de hablar en plural de identidades (Restrepo, 2007). Para desarrollar este pun-
to tomaremos a Hall cuando afirma que el concepto mismo de identidad acepta
que éstas nunca se unifican, y están cada vez más fragmentadas: nunca son singu-
lares, sino construidas de múltiples maneras a través de los discursos, cruzadas y
antagónicas (Hall, 2003). Todo ello se apoya en lo que hemos ido desarrollando a
lo largo de este escrito como punto divergente que plantea un cambio de matriz
socio-política, la balcanización identitaria tras la Guerra Fría. Según Chevalier, la
complejización social ha dado lugar a una diversificación de referentes de identi-
ficación (Chevalier, 1994), y de ahí el contexto de eclosión contemporáneo. Es
interesante tomar este punto en consideración a la hora de analizar la identidad
villera, que al no estar cerrada ni suturada, se imbrica y converge con muchas
otras —nacional, sexual, etaria, étnica, de género…— y de esta forma, es inter-

! 29
esante ver los efectos que esta interseccionalidad pueda tener en los procesos de
subjetivación y en emergencia como actores políticos.

c) ¿Cómo se construyen las identidades colectivas en una perspectiva simbólico-


discursiva?
Después de definir las características principales de las identidades según una per-
cepción simbólico-discursiva, queda resolver entonces la cuestión de cómo se
construyen —o qué prácticas discursivas coadyuvan a la construcción de— las
identidades.
La construcción identitaria se realiza a través de la relación entre lenguaje,
sentido y vínculo social (Busso, Gindin y Schaufler, 2013, p. 348) y, a pesar de
que el sujeto deje de ser el protagonista fundante de las realidades sociales debido
a las características de lo desarrollado hasta el momento, éste cobra mucha rele-
vancia en este proceso, por ello consideramos esencial entender cuál es su papel
en la construcción identitaria. Los sujetos, como ya ha quedado aquí expuesto, no
poseen un sentido en sí mismos, sino que éste es y debe ser construido y atribuido
en el seno del discurso. Así, el sujeto deja de ser concebido según una concepción
clásica en la que se le asume como el origen de las relaciones y prácticas sociales,
para pasar a entenderlo como “posiciones del sujeto en el interior de una estructu-
ra discursiva” (Laclau y Mouffe, 1985, p. 156). En este caso, ya no es el sujeto el
protagonista de la construcción identitaria ni de los procesos de identificación y
subjetivación. Al encontrarse supeditado a una estructura discursiva, está también
subordinado a la contingencia y al carácter relacional de ésta, lo que pone de rele-
vancia una crítica a esa concepción que hace de él un agente racional y transpa-
rente a sí mismo; la supuesta unidad y homogeneidad entre el conjunto de sus po-
siciones, y la concepción que ve en él el origen y fundamento de las relaciones
(Spera, 2014, p. 45). Las posiciones subjetivas del sujeto serán, por lo tanto, el
resultado de articulaciones constituidas por medio de una operación hegemónica.
Es decir, que las posiciones de los sujetos tampoco están determinadas con ante-
rioridad a la articulación discursiva que lo constituye como tal: “la categoría de
sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto que

! 30
la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva” (Laclau y Mouffe,
1985, p. 163). Una vez asimilado que el sujeto ya no es el origen de los procesos
de subjetivación que dan lugar a la constitución de identidades, y que se encuentra
subsumido al discurso, podemos continuar con el desarrollo teórico acerca de la
construcción identitaria, asumiendo una “muerte del sujeto” supeditada a la inde-
cibilidad del contexto simbólico-discursivo.
La construcción identitaria se apoya entonces en los procesos de subjetiva-
ción colectiva —y no del sujeto individual— que tienen lugar en el seno del dis-
curso mediante la construcción de sentidos, para las que son elementos clave los
significantes vacíos y flotantes tal y como se comentaba anteriormente. La
reapropiación y significación de determinados términos se torna clave tanto como
para la cohesión interna —equivalencial— como para la constitución identitaria
frente a un “otro” constitutivo —diferencial— en la lucha por el sentido. Para pro-
fundizar a este respecto, consideramos necesario asimilar las identidades como un
proceso de sucesivos actos de identificación. Según Mouffe y Laclau, las identi-
dades “son el resultado de procesos de identificación” (Mouffe, 2005), que impli-
can “un quiebre constructivo” (Laclau, 1993). Los actos de identificación son, se-
gún Aboy, actos instituyentes de nuevos sentidos que van más allá de la repetición
(Aboy, 2001) Son, en otras palabras, actos mediante los cuales se funda una nueva
significación —o la posibilidad de su existencia— mediante la desestabilización
de todo lo objetivado, y por lo tanto entendemos que son procesos dinámicos. Se-
gún el autor, esto puede materializarse en “la aparición de una nueva nominación
que articulará discursos dispersos, atribuyéndolos a una nueva unidad de referen-
cia” (Aboy, 2001) lo que, dicho con otros términos, es una operación hegemónica
como tal. Según Hall, “la identificación es una construcción, un proceso nunca
acabado y que se afinca en la contingencia, y bajo ningún punto constituye un sis-
tema coherente” (Hall, 2003). Para activar un proceso identitario, es necesario que
exista un proceso de identificación colectiva, que a su vez depende de procesos de
significación según los sentidos constituidos en el discurso. Las identidades, al ser
incompletas y estar siempre en movimiento, necesitarán continuamente de la reac-

! 31
tivación de procesos de significación para constituirse: es esa contingencia la que
les aporta el carácter político (Laclau, 1993).
Uno de las primeras cuestiones a tener en cuenta es que, ante la ausencia o
vacío de identidad originaria, la identificación busca una producir una identidad
plena sin llegar nunca a conseguirlo (Stavrakakis, 2010, p. 225) y radica en la ne-
cesidad de identificación con algo, ya que ante el vacío, existe una originaria e
insuperable falta de identidad (Laclau, 1993). En este sentido, estamos de acuerdo
con Laclau cuando afirma que existe la necesidad de un orden— inexistente por el
vacío—, y ante esa necesidad, no tiene por qué existir una conexión necesaria en-
tre la capacidad de un orden determinado para convertirse en principio de identifi-
cación y sus contenidos (Laclau, 1993). Nunca se consigue una identidad plena
mediante la identificación, y si dicha totalidad es fallida, entonces también lo es el
sentido de plenitud, por lo que la constitución identitaria plena es un objeto impo-
sible —porque la tensión entre lógica de la diferencia y de la equivalencia es in-
superable— y necesario, porque sin cierre, no habría significación ni identifica-
ción. Por lo tanto, todo ello cristaliza en que el proceso de identificación es consti-
tutivamente incompleto y debe ser siempre recreada a partir de nuevos actos de
identificación (Laclau, 1993).
El proceso de identificación no depende únicamente de la construcción
identitaria, sino que también depende de la visibilización de los actos de identifi-
cación, esto es, de sus actos institutivos. Para ello se torna clave que la construc-
ción de una identidad implica el establecimiento de una diferencia —la delimita-
ción de un “ellos” que constituya un “nosotros”— y que en la representación, el
representado depende del representante para la constitución de su propia identi-
dad. La representación, entonces, constituye un proceso en dos sentidos: del re-
presentante al representado y al revés (Laclau y Mouffe, 1985) en un proceso que
se torna clave no sólo para legitimar la identidad y su construcción de sentido,
sino para dar un paso hacia la transmutación del antagonismo en agonismo, par-
tiendo del reconocimiento del “otro” como adversario legítimo. Para Butler, el
proceso de identificación consiste en asumir los imaginarios dominantes, es decir,
la norma genérica, que interpela y performa a los sujetos (Butler, 2010). En este

! 32
caso, se abre la posibilidad a la resistencia, ya que el fracaso de la norma genérica
supone una lucha por la significación de la identidad, y pone de relevancia la poli-
ticidad de las identidades en base a una lucha por el sentido.
En resumen, las identidades, en tanto que asimiladas como simbólico-dis-
cursivas, heredan las características propias de dicha perspectiva de la que parten,
por lo tanto son construidas, son relacionales —dependen de la lógica de la dife-
rencia para con el exterior constitutivo y de la equivalencia para cohesionarse in-
ternamente— en tanto que discursivas, se ven afectadas por la violencia del orden
del discurso, son contingentes e inacabadas por la imposibilidad de sutura, son
performativas en tanto que interpelan y nominan, dependen de un campo parcial-
mente sedimentado otorgado por el contexto histórico en el que se inscriben y uti-
lizan los significantes vacíos como elementos clave de la resignificación en la lu-
cha hegemónica por el sentido. Además, son múltiples y fragmentadas, fruto de la
eclosión identitaria que cristaliza en la posibilidad de interseccionalidad. La cons-
trucción de las identidades tiene lugar mediante actos de identificación colectiva
que necesitan reactivarse continuamente para constituirse y reconfigurarse.

2.1 Marco metodológico


Esta investigación se ha llevado a cabo siguiendo el Método de Articulación pro-
puesto por Howarth (2005), que trata de dar sentido al déficit metodológico de la
Teoría del Discurso. Según el autor, la Teoría del Discurso parte de una forma de
investigación basada en un problema y no en un método. Ante este vacío, el
el autor propone la utilización de las herramientas propias del Análisis del Discur-
so como “conjunto particular de técnicas que pueden ayudarnos a entender y ex-
plicar los fenómenos empíricos que ya se han constituido en objetos de análisis
con sentido” (Howarth, 2005, p. 41). En este sentido, esta propuesta metodológica
nos resulta muy útil, al contar nuestro objeto de estudio con un sentido constituido
en el discurso, por no existir nada previo a este. De esta forma, nuestro problema
—la construcción de la identidad villera— puede verse contestado por un análisis
en términos del Análisis del Discurso de cristalizaciones de sentido concretas.

! 33
En ese sentido, esta investigación se pretende enfocar según el paradigma
interpretativista, ya que si no existe una manera no mediada de acceso hacia lo
real y concreto (Howarth, 2005) —entendiendo aquí que lo real y concreto es una
cristalización de sentido analizable— o en otras palabras, parte de la premisa on-
tológica de que sólo se puede conocer en base a los significados atribuidos por los
individuos. Esto determina que no existe una realidad social universal, sino múlti-
ples, como múltiples son las formas de interpretarla. Así, queda determinado que
la realidad no puede ser únicamente observada, sino que también debe ser inter-
pretada. Es, por lo tanto, una construcción subjetiva. Esta posibilidad brinda la
oportunidad de discutir acerca de interpretaciones particulares al respecto. Esto es
especialmente útil a nuestra investigación, porque desde este punto podemos ana-
lizar cómo una construcción de sentido determinada es interpretada por otros suje-
tos, ajenos a su proceso de constitución.
Para poder llevar a cabo esta investigación, hemos realizado acciones me-
todológicas clave, en términos de análisis de fuentes secundarias: El primer paso
fue una revisión exhaustiva de recursos bibliográficos que ayudaran al acerca-
miento al objeto de estudio: una exploración historiográfica desde el origen de las
villas miseria hasta la contemporaneidad, destacando la obra de Abduca, Guber,
Ratier y Snitcofsky, así como una consulta extensa acerca de la construcción es-
tigmática de la identidad villera —destacando la producción académica de Crova-
ra, Cravino y Kessler como ejes de la argumentación— y de la reapropiación de
dicho estigma por parte de la colectividad villera, con especial énfasis en la obra
de Scott y Fraser. Además de dichas fuentes bibliográficas secundarias, se analiza-
ron para esta última parte fuentes primarias de tipo audiovisual, sobre las que des-
tacaremos la miniserie documental Corte Rancho y el largometraje Diagnóstico
Esperanza, ambas del director de cine argentino César González, así como Ni Un
Pibe Menos, el documental de La Garganta Poderosa y La Hora del Lobo, de Na-
talia Ferreyra.
Sin embargo, el grueso de este trabajo recae sobre dos focos: por un lado,
el análisis de editoriales de Clarín y La Nación, y por el otro, del discurso de La
Garganta Poderosa.

! 34
En cuanto al análisis de editoriales de diarios, para esta investigación he-
mos optado por una búsqueda bibliográfica de material digitalizado, concretamen-
te de los editoriales pertenecientes al periodo 2013-2015, bajo la búsqueda temáti-
ca mediante palabras clave, tales como “villa” “villero” “asentamiento(s)” “cho-
rro/motochorro/bicichorro” “inseguridad” “desigualdad” “pobreza” “planes”. A
partir de esa búsqueda, se seleccionaron doce editoriales de La Nación y quince de
Clarín.
Para analizar La Garganta Poderosa, se seleccionaron seis números por
año —un total de 45 publicaciones— haciendo especial hincapié en la sección
“Latiroide, editorial desordenado”. Además de eso, se examinaron los posts con
mayor número de interacciones de Facebook, — un total de 30— así como las
conferencias dadas por integrantes de La Garganta Poderosa en distintos ámbitos:
formales y no formales con el objetivo de analizar la construcción discursiva oral
enunciada por sus portavoces. Algunas de ellas se visualizaron en streaming,
mientras que se pudo asistir personalmente a las conferencias que tuvieron lugar
en mayo de 2018 en Madrid.
En cuanto a las entrevistas, se realizaron seis a ciudadanos argentinos resi-
dentes en la ciudad de Buenos Aires, aprovechando una breve estancia en el país
entre febrero y marzo de 2018. Los seleccionados fueron tres hombres y tres mu-
jeres, de entre 25 y 50 años de edad, todos ellos pertenecientes a la clase media o
media-alta y vecinos de la zona centro-norte de la ciudad. El objetivo de estas en-
trevistas era el de entrever cómo se construye la mirada exógena villera para aque-
llos sujetos que forman parte de una colectividad privilegiada y se identifican con
la cristalización de sentido hegemónica. En base a la breve experiencia en lo que a
investigación se refiere, se optó por realizar entrevistas de corte periodístico –por
mejor manejo de los códigos que éstas suponen—y por la cercanía que éstas tras-
miten. A ese respecto, se pretendió subrayar en la flexibilidad en el guión y breve-
dad en comparación a otro métodos cualitativos. En este caso, se quiso buscar la
libertad expresiva de los entrevistados, con el objetivo de que su reflexión surgie-
ra de la subjetividad —más concretamente, de una construcción apriorística que
no requiera especial reflexión— y no de una reflexión profunda y meditada. El

! 35
tratamiento de los datos de las entrevistas —previamente transcriptas— se hizo
mediante el método de inducción analítica, mediante la cual se pone el énfasis en
comprender la perspectiva de los participantes de los hechos sociales (Schetinni,
2015).

! 36
—3. Las villas miseria—

Para poder comprender la dimensión de nuestro objeto de estudio en tanto que


identidad villera, es necesario puntualizar a qué nos referimos cuando hablamos
de villas miseria1 términos urbanos, sociales e históricos. En este apartado pro -
fundizaremos en esta cuestión tratando de entretejer un diálogo interdisciplinario
que explique de manera breve este fenómeno común en las grandes ciudades lati-
noamericanas, planteando los vínculos existentes entre “ciudad” y “política” o si
se quiere, una ciudad parcialmente politizada desde el campo popular en una
disputa de sentidos.

3.1 Segregación y disputa por el derecho a la ciudad


Las villas miseria o villas de emergencia, definidas como fenómenos de carácter
urbano en el contexto argentino, son entendidas como “aglomeraciones de vivien-
das precarias ubicadas en tierras que originariamente no son propiedad de sus
ocupantes” (Cravino, 2006). A grandes rasgos, podemos diagnosticar que cuentan
con características estructurales comunes, entre las que se encuentra la irregulari-
dad en la tenencia de tierra, la precariedad de las viviendas y la falta de servicios
básicos de infraestructura (Abduca, 2008). Las villas, como parte de la ciudad in-
formal (Tardin, 2006), se encuentran insertas o muy próximas a los grandes nú-
cleos urbanos. En el caso que aquí analizamos, queremos focalizar la atención en
las características de este fenómeno en la ciudad de Buenos Aires.
Las villas, entendidas como espacios de segregación sociorresidencial en
las ciudades— siendo estas últimas un entramado de espacios, relaciones e imagi-
narios (Crovara, 2004) sobre el que profundizaremos a continuación— son el re-
sultado de un proceso de espacialidad en el que el sistema capitalista ha moldeado
un paisaje urbano específico signado por la diferenciación (Lefevbre, 1972). Re-
mitiendo a un esquema centro-periferia —y asumiendo aquí que las construccio-
nes de sentidos sedimentadas han ubicado a las villas como pertenecientes a este

1Eltérmino villa miseria es el empleado para los asentamientos informales en Argentina.


Estos espacios reciben nombres distintos dependiendo del país: favelas en Brasil, callam-
pas en Chile, cantagriles en Uruguay y barriadas en Perú (Ratier, 1991)

! 37
último— la configuración urbana, ambos polos se convierten aquí en una cons-
trucción discursiva que determina el significado social de los barrios, construyen-
do una frontera simbólica de segregación socio-territorial y convirtiéndose en una
manifestación paradigmática en cuanto a la cuestión de la subalternización urba-
na.
La cuestión de las villas miseria plantea así la disputa por el espacio públi-
co y la democratización del derecho a la ciudad en términos de acceso a la vivien-
da. En ese sentido es interesante retomar a Lefevbre (1972) cuando afirma que
existe una problemática social propia de las ciudades, que está vinculada con las
emergencias del hábitat urbano, más concretamente, el “derecho a habitarlo” (Gia-
rracca y Wahren, 2005). Al asumir que el espacio urbano no es meramente un te-
rritorio, sino el lugar donde se ponen en disputa las distintas estrategias sobre qué,
cómo y quién lo construye a partir de qué medios e instrumentos de acción (Le-
fevbre, 1972), asumimos el carácter político del mismo, y su relevancia en la
construcción de sentidos que en este trabajo analizamos. Por lo tanto, el derecho a
la ciudad, entendido como la lucha por el derecho de habitar (Rodríguez, 2009)
remite a una problemática transversal que no sólo abarca las cuestiones urbanísti-
cas y sociológicas, sino que tiene una importancia central en la cuestión de la
construcción identitaria. Asumida la cuestión del derecho a la ciudad en términos
de derecho a la vivienda —entendida ésta última como una instancia socioespa-
cial— traslada esta cuestión al ámbito público, convirtiéndola entonces en una
parte determinante del orden político-social. La lucha por la vivienda y los territo-
rios ocupados convierte a los espacios en “lugares practicados” (Giarracca y Wah-
ren, 2005) en una resignificación de la cuestión territorial y habitacional que la
plantea como apropiable por los sujetos colectivos, ubicando a la autogestión en el
centro de la cuestión ante la ausencia de medidas públicas efectivas para subver-
tirla. En ese sentido, lo territorial se convierte en espacio legítimo de lucha por el
sentido constituido discursivamente, así como en elemento de cohesión identitaria
colectiva en tanto elemento de identificación. El continuo diálogo entre las distin-
tas formas de entender el territorio ubica a los actores a ambos lados de la frontera

! 38
simbólica en una pugna por hacer suyo no sólo los significados del territorio, sino
también el derecho a habitarlo.

3.2 Proceso histórico de la cuestión villera: los sentidos sedimentados


Con el fin de observar cómo ha ido mutando la cuestión villera desde sus inicios,
realizaremos un breve repaso histórico a esta cuestión, ligada indefectiblemente a
la objetividad real dependiente de cada contexto histórico en términos de marca d
época. Así, los virajes políticos, sociales o económicos a los que ha sido sometida,
y las consecuencias de éstos, se entienden aquí como cristalizaciones previas de
sentido, o sentidos sedimentados a los que aún se encuentra parcialmente anclada.
El origen de las villas en la ciudad de Buenos Aires se remonta a la década
del 30 —en un contexto de alta desocupación como consecuencia de la crisis del
29 (Bonfanti, 2015) 2—en la que surgieron los primeros asentamientos en la zona
portuaria, formados por hombres migrantes de mayoría polaca. Esta iniciativa fue
en un primer momento promovida por el Estado, que proveyó de materiales para
la construcción de viviendas ante la emergencia habitacional, formando los prime-
ros núcleos: Villa Esperanza y Villa Desocupación3.
Al calor de la implementación de un nuevo modelo de industrialización
por sustitución de importaciones, cuya primera etapa comenzó en la década de los
treinta (Bonfanti, 2015), se modificaron los flujos migratorios: tuvo lugar un des-
censo de la llegada de migrantes europeos y un aumento de los migrantes del inte-
rior del país y países limítrofes ante el requerimiento de mano de obra no cualifi-
cada para la implementación y desarrollo de este modelo en los grandes núcleos
urbanos, dando lugar a un éxodo rural incentivado por las posibilidades concretas
de empleo que el incremento de actividad industrial presentaba (Ziccardi, 1977).
De esta forma, entre 1935 a 1945, Buenos Aires pasó a ser una ciudad de élite a

2 El origen de la implementación del modelo ISI se ubica tras la Gran Depresión, que su-
puso la caída de precios de los principales productos de exportación argentinos (trigo,
maíz y carne) en el marco de un modelo agroexportador. Es a partir de este momento que
los sectores ganaderos y empresariales deciden comenzar a plantear un cambio de modelo
económico que pudiera hacer frente las cuestiones relacionadas con una necesidad de
cambio de modelo exportador.

3 Estos asentamientos se ubicaban en lo que hoy se conoce como Villa 31, una villa mise-
ria ubicada en el barrio de Retiro, al norte de la ciudad de Buenos Aires.

! 39
ser una ciudad de masas (Romero, 1983), no sin conflicto entre los nativos —los
habitantes habituales de la ciudad de Buenos Aires hasta el momento, con un alto
porcentaje de ascendencia europea— y extranjeros —migrantes del interior del
país y países limítrofes—, no sólo por cuestiones de índole laboral, sino por las
connotaciones étnicas del “aluvión zoológico4” (Taylor, 1981) siendo esta la for -
ma despectiva de referirse a estos contingentes que se popularizó en la década del
40. Haciendo alusión a sus características fenotípicas, los nativos comenzaron a
apodar “cabecitas negras” a los recién llegados, dando inicio a un estigma que a
día de hoy sigue presente y que definió durante años a esta migración como no
preparada para la vida en la ciudad— proceso de transculturuación urbana (Ger-
mani, 1961)— por arrastrar costumbres de sus lugares de origen que dificultan su
adaptación a la vida urbana, siendo la villa el espacio donde “se concentran indi-
viduos al margen el comportamiento normal o parcialmente desintegrados” (Ger-
mani, 1961).
Durante la época del primer peronismo (1946-1952 y 1952-1955) la indus-
trialización se asentó como modelo productivo (Bonfanti, 2015), en la búsqueda
de una mejora del mercado interno, en una época de bonanza económica que se
extendió ante la implementación del Plan Marshall (1955)5. La continuada de -
manda de mano de obra y sus consecuentes flujos de migración interna llevaron a
una situación de escasez habitacional que no pudieron suplir ni el alquiler de pie-
zas de inquilinato —alquileres parciales— ni la oferta de hoteles y pensiones de
pasajeros de larga duración, que eran las soluciones habitacionales regladas (Ro-
dríguez, 2009). Sumado a lo anterior, en esta década se comenzaron a vender lotes
de terreno a precios económicos para la inversión especulativa, para los cuales no

4 En ese sentido, se construyó una frontera simbólica entre los extranjeros y los nativos,
dando lugar a los primeros indicios de estigmatización de los primeros hacia los segun-
dos. La falta de adaptación a la vida urbana y sus costumbres por parte de los migrantes
fue el argumento más esgrimido no sólo por los nativos, sino por un gran acervo teórico
que justificaba prácticas excluyentes para con los “recién llegados” en términos de nece-
sidad de adaptación. Para un análisis más profundo de esta cuestión, ver Germani (1961)
y Oszlak (1991).

5La aplicación del Plan Marshall planteó de forma definitiva la necesidad de un cambio
de modelo productivo ante la supremacía estadounidense en el mercado internacional de
exportación de materias primas.

! 40
era obligatoria la provisión de servicios básicos urbanos elementales. Esto, suma-
do a la nacionalización y subsidio de sectores básicos, incluido el de transporte, y
una reducción de la jornada laboral como resultado de la conquista de derechos—
lo que se traducía en más tiempo para poder dedicar al traslado hacia el centro la-
boral o para la autoconstrucción de vivienda— ubicaron a la posibilidad de asen-
tamiento periférico, tanto formal como informal, en una opción plausible ante el
déficit habitacional (Torres, 1993). Muchos estudios emparejan la proliferación de
las villas con la primera etapa peronista, trazando un nexo directo entre la adhe-
sión a las medidas del gobierno—por entenderse la población villera como ele-
mento electoral a disputar (Cravino, 2002)— y una crecida en términos demográ-
ficos del porcentaje de asentamientos y personas que los habitaban6, lo que redun -
da en la creencia popular de que “Perón inventó las villas”. Este punto es discuti-
ble en tanto que la crecida por déficit habitacional venía manteniendo un creci-
miento continuado y sostenido desde los años 30, sufriendo una fuerte subida con
el cambio de modelo económico —de agroexportador a industrialización por sus-
titución de importaciones— anterior a la época peronista, y que se sostuvo hasta
mucho tiempo después. Esto no niega la cuestión de que, en una nueva articula-
ción popular peronista, los sectores subarternizados jugaran un papel primordial
en tanto potencial base electoral, y tuvieran lugar multitud de medidas de corte
asistencialista con una posible voluntad electoralista.
Durante el período de la autodenominada Revolución Libertadora
(1955-1958) y en consonancia con la ruptura de las construcciones de sentido y
medidas propias del peronismo tras el golpe de estado que lleva a Perón al exilio
(De la Torre, 2012), la cuestión de los asentamientos informales empezó conside-
rarse no sólo como un problema habitacional, sino también social (Yujnovsky,
1984), coincidiendo con el fin de la etapa de surgimiento de las villas y el inicio
de consolidación de las mismas. Según Ratier (1991) es en este contexto en el que
estos asentamientos de emergencia empezaron a ser llamados “villas miseria”,
acuñado así por Bernardo Verbitsky en su obra “Villa Miseria también es Améri-

6Para un análisis más profundo en este sentido, consultar Germani (1961), Guber (1984),
Ratier (1991), Oszlak (1991), Mazzeo (2013) y Pascual (2013). Una visión crítica de lo
anterior la propone Snitcofsky (2017).

! 41
ca” (1957). Durante esta etapa, el gobierno planteó la erradicación de las villas y
la construcción de conjuntos habitacionales permanentes —se propone la cons-
trucción de 6 en el medio plazo y 12 en el largo plazo (Snitcofsky, 2017)— para
acompañar a esta medida. Es importante remarcar que la cuestión de la erradica-
ción se plantea en un contexto en el que en las villas existían unos índices de ocu-
pación laboral casi plena —del 93% según el Censo realizado en 1956 por la Co-
misión Nacional de la Vivienda— por lo que no es difícil augurar que la intención
de erradicación de los asentamientos aumentaría en tanto en cuanto los índices de
ocupación formal bajaran en la década siguiente, y consecuentemente aumentaran
los índices de ocupación informal. A la luz de un cambio en la construcción dis-
cursiva acerca de estos asentamientos, en 1958 se creó la Federación de Villas y
Barrios de Emergencia (FVBE), una entidad que contaba con comisiones vecina-
les de cada villa con el objetivo de comenzar a reivindicar los intereses de los ha-
bitantes de las villas. Esta federación fue pionera en la cuestión comunicacional
que aquí analizamos, ya que “La Voz de las Villas” fue la primera publicación
desde y sobre las villas (Snitcofsky, 2017).
El inicio del agotamiento del modelo de desarrollo industrial basado en el
mercado interno que había venido desarrollándose anteriormente coincidió con la
recuperación económica de países centrales tras la Segunda Guerra Mundial —
habiendo absorbido Argentina la demanda que éstos no podían atender (Bonfanti,
2015)— por lo que esta crisis de modelo se tradujo en una apuesta por la industria
intensiva con inserción de capital extranjero, que derivó en la reducción de la
oferta de empleo estable en la industria. Esto, acompañado del fin de las medidas
redistributivas peronistas, supuso el auge de una clase subalternizada que optó por
la villas como solución habitacional, creciendo estas últimas a un ritmo del 30%
anual durante estos años (Abduca, 2008).
Tras el golpe de Estado de 1966 y con la llegada de la dictadura de Onaga-
nía (1966-1970), en el marco de un viraje en el modelo de políticas de vivienda
que favorecía a los sectores financieros e industriales (Snitcofsky, 2017) se diseña
un Plan de Erradicación de Villas de Emergencia de la Capital Federal y Gran
Buenos Aires (PEVE), que iba acompañado de un plan de adaptación en Núcleos

! 42
Habitacionales Transitorios (NHT) —en la línea que definía a los habitantes de las
villas como inadaptados a la vida urbana, y que asumía que necesitaban de un pe-
ríodo de aclimatación a la misma— así como el impedimento de formación de
nuevos núcleos villeros. El objetivo de este plan no era el de mejorar las condi-
ciones de habitabilidad, sino la mera erradicación (Yujonovski, 1984), lo que que-
dó puesto de relevancia ante el desfasaje entre la primera etapa del plan —erradi-
cación, consiguiendo eliminar completamente cinco villas (Snitcofsky, 2017)— y
la segunda —reubicación transitoria en NHT para la inclusión posterior en vi-
viendas definitivas, con ninguna de esas viviendas terminada en 1971 (Abduca,
2008)— lo que supuso que los NHT se convirtieran en hábitat permanente. Como
respuesta a esta cuestión, surgió la propuesta organizativa aglutinada en el Frente
Villero de Liberación Nacional (1970), un movimiento de base nacional vinculado
a Montoneros (Snitcofsky, 2017).
Como consecuencia del cambio de equilibrios políticos tras el Cordobazo
(1969) y una creciente insurrección popular contextual, se favoreció la moviliza-
ción de los sectores villeros, agrupados en los distintos movimientos sociales de
base aquí mencionados —no siendo estos los únicos— que recuperaron cierta le-
gitimidad en la lucha por sus demandas, así como también cambiaron ligeramente
las políticas estatales en lo referido a las villas: en la búsqueda de un electorado de
cara al Gran Acuerdo Nacional, se implementaron políticas de corte asistencialista
(Giménez y Ginóbili, 2003). Desde este lugar surgió el Frente Villero (1973)—
con una fuerte adhesión al movimiento peronista— cuyas demandas iban más allá
del asistencialismo y clamaban por una inserción productiva real. Los pocos pro-
yectos desarrollados en este contexto —Plan Piloto de la Villa 7, entre ellos (Snit-
cofsky, 2017)— tuvieron en cuenta la participación de los habitantes de estos
asentamientos informales para la toma de decisiones y plantearon por primera vez
la cuestión de la radicación en vez de erradicación.

! 43
Tras la muerte de Perón y la asunción de López Rega 7 como Ministro de
Bienestar Social del gobierno de María Estela Martínez de Perón (Torre, 2012) se
revirtió la tendencia y comenzaron las políticas de erradicación masiva, siendo las
villas ubicadas en zonas de mayor nivel de ingresos las primeras en ser elimina-
das, con especial incidencia en la zona norte de la ciudad.
La dictadura militar (1976-1983) planteó —en el marco de una reestructu-
ración del modelo económico, orientado ahora hacia el capitalismo y la valoración
financiera, así como el fin del modelo productivo industrial, el aumento en impor-
taciones y la alta inflación, con la consecuente caída de poder adquisitivo y salario
real y un aumento de la informalidad y la precariedad (Basualdo, 2006)— la erra-
dicación masiva de las villas miseria. En 1977 se puso en práctica un contundente
Plan de Erradicación, fundamentado en dos cuestiones: el congelamiento, es decir,
una serie de medidas de control con presencia militar en las villas gestionada por
el Departamento de Vigilancia Interna para impedir la llegada de nuevos contin-
gentes a las mismas, ante un contexto de precarización en el que ésta era una de
las pocas opciones habitacionales para ciudadanía precarizada (Snitcofsky, 2017);
así como la “motivación”, en un operativo que planteaba varias opciones — re-
torno al lugar de origen, ya fuera país o provincia, egreso por propios medios,
apoyo crediticio o traslado a terreno propio— para su reubicación. En el marco de
una dictadura autoritaria, los desalojos se realizaron mediante acciones represivas
y violentas —lo que tiene una fuerte relevancia en la opción “elegida” por la gran
mayoría de habitantes villeros reubicados: egreso propio sin apoyo económico—
poniendo especial énfasis en la erradicación de villas de la zona norte: Belgrano,
Retiro y Colegiales fueron zonas de especial crudeza en el desalojo para sus habi-
tantes (Abduca, 2008). Esta campaña quedaba legitimada mediante la construc-
ción estigmática del “otro” villero, difundido ampliamente en los medios de co-
municación y asimilado por gran parte de los distintos sectores de población, en

7 José López Rega fue el principal impulsor de las medidas erradicación que posterior-
mente serían recrudecidas en el marco de la última dictadura militar. Fue el mismo que,
bajo dicho ministerio, organizó la Triple A, un grupo terrorista paramilitar que persiguió y
asesinó a aquellos que representaran una infiltración marxista dentro del peronismo. Esta
persecución, considerada el culmen de la división interna del peronismo, tiene su origen
en el 1 de mayo de 1974, cuando Juan Domingo Perón echó a los Montoneros de la Plaza
de Mayo.

! 44
una construcción estigmática que, como veremos a continuación, sigue contando
con una fuerte impronta en la mirada externa de la cuestión villera (Oszlak, 1991)
Si bien durante la dictadura militar la acción comunitaria villera quedó
suspendida y desarticulada, se desarrolló una estrategia coordinada para limitar
los alcances de este plan de erradicación basándose en un repertorio de estrategias
de acción sedimentadas en una sólida tradición organizativa (Snitcofsky, 2012)
que contó con el apoyo del Equipo Pastoral de Villas de Emergencia en la multi-
plicación de reclamos en contra de la erradicación hacia 1979. El ritmo de desalo-
jos se desaceleró por parte del gobierno militar con el fin de evitar un enfrenta-
miento directo con la Iglesia tras haber expulsado a más de 100.000 personas y
haber erradicado 16 villas completas (Abduca, 2008).
Tras el fin de la dictadura y la llegada de la democracia (1983), se impulsó
un programa de repoblación de las villas, al amparo de las concesiones en térmi-
nos de demandas y derechos propios del contexto democrático. En ese sentido, la
colectividad villera comenzó a plantearse como un sujeto colectivo legítimo que
debía ser integrado en la construcción democrática en tanto agente político (Cra-
vino, 2002). En el marco de la crisis de la deuda, así como de las consecuencias
de la herencia de las políticas económicas de los años setenta con un fuerte índice
de inflación (Svampa y Martuccelli, 1997), las medidas efectivas planteadas desde
el alfonsinismo en cuanto a repoblación de villas —una Ordenanza Municipal que
marca las pautas para la radicación en 1984 (Abduca, 2008)— se toparon con un
aumento de la pobreza y de los índices de informalidad, lo que se tradujo en un
crecimiento exponencial de habitantes en asentamientos como solución a la cues-
tión habitacional, siendo este período y el inmediatamente posterior la etapa como
mayor tasa de crecimiento demográfico de población residente en villas 8, eleván -
dose hasta un 10,6% la población en condiciones de demanda habitacional crítica
(Rodríguez, 2009). A partir de los años ochenta, y ante la ausencia de medidas
efectivas para hacer frente a las consecuencias más arriba nombradas, surgieron
nuevas “estrategias sociales de autoproducción del hábitat” (Abduca, 2008) entre

8Fuente: Dirección General de Estadística y Censos (Ministerio de Hacienda de GCBA)


sobre base de datos censales 2012.

! 45
las que se encontraban la toma de tierra organizada y la ocupación de edificios en
la ciudad de Buenos Aires.
En la década de los noventa, las políticas de radicación se enmarcaron en
un contexto económico marcado por el viraje hacia un modelo económico neoli-
beral y privatizador tras la aplicación de las medidas propias del Consenso de Wa-
shington, que dificultó el desarrollo de políticas púbicas en términos de vivienda,
—no siendo éste un problema exclusivo de las villas— dejando mayoritariamente
la cuestión inmobiliaria en manos del sector privado. En 1991 se puso en marcha
el Programa de Radicación de Villas de la Capital9, que, conjuntamente con el
Plan Arraigo 10 plantearon la cuestión de la permanencia en las villas en la ciudad
de Buenos Aires. Entre 1995 y 2000, las políticas llevadas a cabo se localizaron en
las obras de infraestructura básicas y apertura de calles, siendo la construcción de
nuevas viviendas bastante escasa: según Abduca (2008), fueron aproximadamente
2.700 viviendas de nueva construcción entre 1997 y 2001 bajo el amparo de am-
bos planes; tanto municipal como nacional. A partir de 2001, tras la crisis econó-
mica y el estallido social, la población habitante de las villas se duplicó con res-
pecto a la década anterior (Cravino, 1998), lo que dificultó tanto los procesos de
radicación como los de integración de los nuevos habitantes. El aumento demo-
gráfico expresado en términos de densidad habitacional, ante la paralización par-
cial de los planes llevados a cabo en los años anteriores, condensó en dos fenóme-
nos: por un lado, las construcciones en altura en las villas ya constituidas, y por el
otro, el desarrollo de más de veinte nuevos asentamientos en la ciudad (Snit-
cofsky, 2017).
Tras la asunción de Néstor Kirchner (2003-2007) se concretó el Plan Fede-
ral de Viviendas, que asumió la cuestión habitacional como fórmula para reactivar

9 El objetivo de este Plan Municipal era el de transferir tierras de la Municipalidad a sus


ocupantes y, posteriormente, transformar las villas en barrios mediante reformas urbanís-
ticas por medio de una Mesa de Concertación que contaba con miembros del Movimien-
to de Villas y Barrios Carenciados de la Capital Federal.

10 Plan Nacional que tenía unos objetivos muy similares a los del Programa de Radica-
ción de Villas de la Capital, pero la cesión se haría de terrenos del Estado Nacional: las
villas 15, 20, 21-24 y 31. La transferencia se hacía mediante una agencia intermediaria
que se encargaba de negociar con las organizaciones vecinales de cada villa y el propio
Estado.

! 46
la economía en términos keynesianos, no sólo en tanto a la reducción del déficit
de vivienda, sino como estrategia para paliar la caída de las tasas de ocupación.
Uno de los objetivos principales de este plan era la “intervención integral en asen-
tamientos informales” (Cravino, 2006), lo que implicó un reconocimiento a los
barrios precarizados que habían experimentados escasas y fallidas experiencias de
intervención pública. Si bien este plan concretaba un proyecto ejecutable con un
marcado cambio de signo, adolecía de una continuidad de prácticas de gobiernos
anteriores: en primer lugar, la construcción de nuevas viviendas seguía en manos
del sector privado. Por otro lado, mantenía un esquema de separación territorial-
fronterizo de villas con la ciudad formal, por lo que más allá de la adecuación de
espacios y la propuesta de soluciones habitacionales, se perpetraba la exclusión en
el sentido espacial (Cravino, 2006). Con la llegada de Cristina Fernández de Kir-
chner al poder, se continuó con el Plan Federal de Viviendas, realizando un in-
cremento en la inversión destinada a este cometido debido a la creciente población
residente en villas11. El Plan Federal de Viviendas, relanzado en 2016 bajo el
mandato presidencial de Mauricio Macri y con un presupuesto estimado de
100.000 millones de pesos argentinos, quedará desfinanciado por el Gobierno de
la Nación, dejando en manos de las provincias la gestión y financiación al respec-
to a partir de 2019 en el marco del Plan de Ajuste propuesto al Fondo Monetario
Internacional como condición para la obtención de crédito.
En síntesis, podemos asimilar que la cuestión villera se puede dividir en
cuatro momentos o etapas desde su inicio hasta la contemporaneidad: inicio, con-
solidación, desaparición y repoblación y crecimiento. La primera etapa viene mar-
cada por la crisis del modelo agroexportador y el inicio y consolidación del mode-
lo de industrialización por sustitución de importaciones durante el peronismo, con
una alta demanda de mano de obra que cambia los flujos migratorios. Ante la defi-
ciencia de soluciones habitacionales, los asentamientos se erigen como una opción
factible. En este momento empieza a atisbarse una mirada estigmatizante con res-
pecto a la alteridad “recién llegada”. En la segunda etapa se consolida este modelo
y empiezan a tomar forma ciertos planes de erradicación, en el marco de la asimi-

11 Durante el periodo 2001-2012, el porcentaje de población residente en villas aumentó


del 3,9% de la población total al 6,4%, en una subida que se mantuvo sostenida en el pe-
ríodo 2010-2012. Fuente: Dirección General de Estadística y Censos (Ministerio de Ha-
cienda GCBA).

! 47
lación de que la cuestión de los asentamientos se torna también preocupación so-
cial. La etapa de la desaparición se inscribe en el contexto de la última dictadura
militar, con la puesta en marcha del Plan de Erradicación más eficaz de la historia
argentina. Por último, en el contexto democrático se da un cambio de discurso y
se opta por la repoblación de las villas, es decir, por medidas de radicación. Du-
rante este periodo tiene lugar una crecida demográfica en las villas sostenida y
continuada, estabilizada a partir de 2010.

3.3 La cuestión territorial como elemento de identificación

Como podemos observar, la disputa por el derecho a habitar la ciudad se


ha dado desde el inicio de la problemática habitacional en Buenos Aires: las villas
han sido entendidas tanto por sus habitantes y organizaciones, como por los agen-
tes institucionales y hegemónicos, como espacios de disputa en términos simbóli-
cos. El breve repaso histórico aquí realizado sirve para alumbrar que esta exclu-
sión, lejos de ser meramente territorial, es asumida como parte de la construcción
de sentido por aquellos agentes ubicados a ambos lados de la frontera simbólica:
tanto para aquellos que enarbolan la lucha por la erradicación como para los que
abogan por la radicación.
Si bien aquí hemos analizado la cuestión villera en términos urbanísticos,
pero sobre todo, de acceso a la vivienda derivado de la problemática habitacional,
cabe remarcar que existen otro ejes de análisis que contemplan otro tipo de cues-
tiones, como las medidas sociales —de carácter o no asistencial— tomadas con
respecto a otros ámbitos que favorecieran a la inclusión de los asentamientos in-
formales y sus habitantes en términos simbólicos. Tomamos aquí el eje urbano por
entenderlo como el determinante —en tanto que sentido sedimentado— de la alte-
ridad villera, reforzada ésta en la cuestión territorial.
En lo que respecta a la construcción identitaria villera, la villa como espa-
cio habitado se torna uno de los principales ejes de identificación y (re)construc-
ción de su sentido, que en tanto su subalternización queda signada por el hecho de
pertenecer y habitar un espacio estigmatizado y segregado por los sentidos sedi-
mentados. Por parte de los agentes hegemónicos, esta segregación en términos

! 48
espaciales va acompañada no sólo de una construcción de sentido estigmatizante
para legitimarlo—que analizaremos posteriormente— sino de una justificación en
términos de exigencia contextual dependiente —según su construcción de senti-
do— de los virajes políticos y económicos del país, y por ende, “natural” o inevi-
table.

! 49
—— 4. La construcción exógena de la identitaria villera——

4.1 La identidad villera


Una vez desarrollado el anclaje teórico que nos permite pensar las identidades
como constructos contingentes y relacionales en el seno del discurso, y tras pro-
fundizar en el contexto de la formación de las villas miseria como parte ineludible
de los sentidos sedimentados, procederemos a responder a la cuestión de la consti-
tución de la identidad villera. Para ello, atenderemos a los procesos de identifica-
ción de los cuales ésta última es producto, siguiendo el planteamiento propuesto
por Mouffe y Laclau (1985).

4.1.1 Un campo simbólico-discursivo dicotomizado


En primer lugar, cabe remarcar que la identidad villera se inscribe en un campo de
lo político dicotomizado, dividido por una frontera que diferencia un “nosotros”
de un “ellos”. Al otro lado de la frontera ubicamos aquello que determinamos
como hegemónico: lo no villero 12. Asumimos que la política es una lucha por el
sentido en términos simbólicos y que, dadas las condiciones anteriormente expli-
citadas, la hegemonía cristaliza su sentido —su forma de entender el mundo—
como único y verdadero. Este sentido queda impuesto sobre cualquier otro me-
diante mecanismos de violencia simbólica. Si tenemos en cuenta que la política es
contingente y que por ende, esa frontera dicotomizante no es estática, determina-
mos que esa cristalización de sentido hegemónico puede también mutar. La clave
del corrimiento de la frontera hacia un sentido u otro está en esa lucha, llevada a
cabo por los agentes —entendidos aquí como sujetos colectivos portadores de
identidades políticas — que en tanto subalternizados, pugnan no sólo por imponer
su sentido, sino también como ocurre en este caso, por la legitimación de su lugar

12 No con ello pretendemos asumir aquello que queda fuera de la definición de villero y
entendemos como hegemónico sea homogéneo en sí mismo. Para este análisis, lo hege-
mónico es aquello que se encuentra en una posición de privilegio con respecto a lo ville-
ro, al otro lado de la frontera, y cristaliza en un orden concreto que pugna por mantener
su sentido —forma de ver el mundo— con respecto a otras identidades subalternizadas en
la pugna por éste, mediante la violencia simbólica.

! 50
de enunciación. Como es lógico, la hegemonía lucha también por mantenerse
como tal en términos simbólicos, por lo que los procesos de legitimación discursi-
va tienen lugar de forma constante a ambos lados de la frontera. Los sujetos polí-
ticos villeros se erigen ante este contexto como los legítimos portadores y repre-
sentantes de una cadena articulatoria, cuyos momentos convergen parcialmente y
se aglutinan en el término villero, convertido aquí en significante privilegiado que
configura y otorga sentido a la identidad política a la que éstos responden.

4.1.2 La identidad villera como construcción: la importancia de las miradas y la


marca de la villa
En tanto que identidad política, asumimos la definición de Guber que entiende a la
identidad villera como una coproducción de sentido entre actores sociales, que se
manifiesta en una articulación concreta de atributos socialmente significativos, y
que convierte a los sujetos políticos en “históricamente reconocibles y coyuntu-
ralmente diferenciables” (Guber, 1984, p. 115)
Si las identidades son relacionales y dependen de un exterior constitutivo
para construirse (Mouffe, 2005), así como también podemos afirmar que surgen
de la tensión la lógica de la diferencia —en relación a esa alteridad externa que las
define— y la lógica de la equivalencia —en tanto a la cohesión interna, relaciona-
da directamente con ese significante privilegiado alrededor del cual se articulan—
y además, necesitan de procesos de identificación para constituirse, podemos de-
terminar en qué consistirán éstos últimos para la constitución de la identidad ville-
ra. Los actos de identificación quedan acotados entonces tanto por la definición
que de esta identidad hacen los actores externos —en este caso, lo no villero o he-
gemónico— como por su propia autoidentificación, todo ello atravesado por la
contingencia contextual y acorde a un contexto histórico concreto. Así, estos actos
de identificación dependerán y serán resultado de la lectura que se haga de dicha
identidad desde la posición del exterior constitutivo —mirada exógena— y la
propia, mediante procesos de autoidentificación —mirada endógena— en un jue-
go de significaciones y atribuciones de sentido en las que las identidades antagó-
nicas a ambos lados de la frontera se vuelven interdependientes entre sí para cons-

! 51
tituirse: la identidad villera y la identidad no villera son por lo tanto relevantes
para las distintas partes de la interacción en tanto que sirve para definirse por ex-
clusión. La contingencia y posibilidad de mutación de estas miradas son las que
que abren la posibilidad a la resignificación que, en tanto sujeto político colectivo,
la identidad villera hace para poder disputar sentido, punto que trataremos en el
capítulo siguiente.
Hasta este punto, hemos expuesto unas premisas para abordar nuestro ob-
jeto de estudio que no distan demasiado de aquellas necesarias para comprender la
constitución de cualquier identidad política en un contexto democrático contem-
poráneo. Sin embargo, la identidad villera cuenta con ciertas particularidades que
hacen de ella una identidad subalternizada: los habitantes de las villa, entendidos
aquí como el sujeto colectivo —y por ende, actor principal13— de la construcción
de la identidad villera, se encuentran excluidos de los flujos hegemónicos que
constituyen el orden social establecido. Lo que tratamos de explicar al poner a
dialogar la concepción simbólico-discursiva de la política con la construcción de
la identidad villera es que, si bien pareciera que esta exclusión viene dada por una
carestía en términos económicos y geopolíticos y que por lo tanto, condiciona los
procesos de identificación de los sujetos colectivos villeros desde un primer mo-
mento —entendiéndola como una condición predeterminante— desde nuestra
perspectiva entendemos que esta exclusión en términos simbólicos es la conse-
cuencia del proceso de atribución de sentidos, que posteriormente —pero no como
condición a priori— radica en una “discriminación estructural” sufrida por esta
colectividad —que implica erosión del capital físico, financiero, social, comunita-
rio, humano y simbólico (Kessler, 2012, pp. 192-193)— y supone una posición de
desventaja con respecto a lo no villero. A este respecto, partimos de la premisa
que asume que, en tanto que en una posición de desventaja dada por la sedimenta-
ción histórica —originada por cristalizaciones de sentido previas y decisiones to-
madas por agentes públicos y/o privados, como hemos analizado en el capítulo

13 Esta afirmación no pretende ser una sinécdoque, es decir que todos los habitantes de
villas se erijan como parte del sujeto político colectivo. En cambio, aquellos que se erigen
como representantes legítimos de la identidad villera comparten la característica de ser
villeros en tanto habitantes de ésta, hecho que, como posteriormente analizaremos, se
convierte en bandera de su lucha por el sentido.

! 52
anterior— desde la villa se erigen demandas legítimas que plantean suplir estas
carencias.
Este punto se ve reforzado con el concepto de “marca de la villa” (Herrán,
2003), es decir, en cómo la citada discriminación estructural opera aún en ausen-
cia de factores de exclusión en términos materiales, fisionómicos o de localiza-
ción, aquellos que la literatura académica al respecto de la exclusión de los sujetos
villeros ha tratado como condiciones previas y necesarias para la misma14. De esta
forma la “marca de la villa” entendida como un estigma sedimentado va más allá
de lo apriorístico y se erige así como una discriminación del orden simbólico: el
villero seguirá siendo villero aún cuando deje de vivir en la villa, aún cuando su-
pere la estructura de desigualdad, aún cuando tenga un trabajo formal y aún cuan-
do su fenotipo no coincida con el estereotipo de un cabecita negra. Es en esa
construcción de sentido en la que entra en juego el estigma, asumido aquí como
medio de creación y simbolización de lo villero, que atraviesa a esta identidad y
permite entender su posición subalterna en la lucha simbólica por la hegemonía en
un contexto de dominación.

4.1.3 Subalternidad para resignificar


Una vez asimilada la posición de subalternidad —entendida ésta en términos
gramscianos y simbólicos—del lugar de enunciación de estos sujetos, cabe remar-
car por qué optamos por esta categoría y no otra a la hora de definir la posición de
desventaja de la que parte este sujeto político colectivo. En la línea de lo que ex-
pone Guber, hablar en términos de “marginalidad” cuando nos referimos al análi-
sis de la identidad villera no pone el suficiente énfasis en las causas de fondo de
su exclusión de los centros hegemónicos (Guber, 1984, p. 115). Apoyarnos en la
marginalidad como término teórico supone asumir los supuestos dados por el sis-
tema valorativo y normativo hegemónico, para el cual los villeros en tanto sujetos
políticos quedan determinados como absolutamente ajenos —en tanto que margi-
nados— y por ende, también así sus prácticas y sentidos. Por otro lado, la margi-

14Para ampliar a este respecto, consultar Crovara (2004), Cravino (2002), Kessler (2012)
y Guber (1984).

! 53
nalidad como categoría asume que, aún articulados en el orden social hegemónico
como sujetos en exclusión, los villeros son meros receptores de pautas dominan-
tes, que de manera absoluta los condicionan y determinan (Guber, 1984, p. 116), y
nosotros añadimos, impidiendo así cualquier posibilidad de resignificación o prác-
tica contrahegemónica. En ese sentido, y asumiendo la exclusión como parte de
los sentidos sedimentados propios del plano discursivo que subsume a la identidad
villera, entendemos que, a pesar de que éstos determinan las posibles resignifica-
ciones de sentido, no las pueden cancelar completamente. Por lo tanto, obviamos
utilizar la marginalidad como eje diferencial entre un lado de la frontera y otro.
Crovara propone, en este sentido, poner el énfasis en que la diferencia
constitutiva entre lo villero y lo no villero pasa por reconocer la desigualdad como
el principal componente de la primera (Crovara, 2004, p. 44). No hacerlo supone
encubrir las relaciones de poder que subyacen a la lucha por el sentido en este
contexto. Por el contrario, asumir la desigualdad simbólico-discursiva como eje de
la diferencia —y entenderla como algo más que una simple disparidad, es decir,
como la razón de ser de la lucha por la hegemonía—pone de relevancia la estruc-
tura de desigualdad y subalternización en la que éste sujeto colectivo se encuentra
inscrito.

4.2 La construcción exógena: el estigma como medio de simbolización


Si asumimos que las identidades villera y no villera son interdependientes en tér-
minos relacionales y constitutivos, esto es, se necesitan la una a la otra para cons-
tituirse, podemos determinar que la identidad hegemónica —y más concretamen-
te, los agentes reproductores del orden hegemónico— precisan de la construcción
de la alteridad villera para constituirse y legitimarse como identidad hegemónica,
en tanto hace referencia a un “no ser” haciendo alusión a un “deber ser” que se
contrapone al primero. Al asumir esto, no podemos dejar de lado el hecho de que
los procesos de simbolización cuentan con un sentido hegemónico previamente
sedimentado que condiciona las posibles fricciones y corrimientos de sentido, y
esto se traduce en un orden discursivo que posibilita ciertas condiciones de domi-
nación.

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Es en este punto en el que radica la “tolerancia” de lo villero en la articu-
lación hegemónica como identidad subalterna. Dicha tolerancia, entendida por
Crovara como acto de poder (Crovara, 2004), los asume como una parte no digna
pero necesaria para la reproducción de su sentido hegemónico. Es aquí donde en-
tra el estigma como productor de esa legitimidad hegemónica, en tanto representa
todo aquello indeseable, una constitución por exclusión.Además, dicha tolerancia
estigmatizante pone de relevancia una postura despolitizadora, entendida ésta en
los términos de Mouffe (2005) dada la carga simbólica negativa de la identidad
villera como representante de aquello indeseable o subalterno, se la plantea como
imposible de revertir o resignificar, por lo tanto la lucha por darle el espacio de
enunciación o legitimar su discurso en tanto digno de luchar por el sentido se tor-
na así estéril e innecesario.
Así, tal y como defiende la autora, “una identidad impuesta desde afuera
en condiciones de dominación, da lugar a una identidad negativa, que se traduce
en estigma” (Crovara, 2004, p. 40). El estigma, en ese sentido, queda definido se-
gún Goffman como “el conjunto de aquellos rasgos de connotación social negati-
va que, sin tratarse de características despreciables en sí mismas, constituyen sig-
nificaciones determinantes” (Goffman, 1970). La teoría del estigma desarrollada
por el autor pretende así explicar la inferioridad del estigmatizado en el contexto
político-social, así como el peligro que entraña aquel —sujeto individual o colec-
tivo— que sea portador del mismo. De esta manera, si los sujetos colectivos que-
dan estigmatizados, también lo hace la identidad de la que son legítimos portado-
res. Link y Phelan señalan que para poder hablar de estigma, se tienen que conju-
gar en mayor o menor medida los siguientes cinco elementos: etiquetar, estereoti-
par, separar, perder estatus y discriminar (Link y Phelan, 2001). Para que la estig-
matización se dé, esto tiene que ocurrir indefectiblemente en el marco de una rela-
ción de poder, como ocurre en el caso que aquí analizamos.

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El estigma, como formador indiscutible de imaginarios (Crovara, 2004)
parte de los prejuicios impuestos por el orden simbólico hegemónico15 y pone de
manifiesto una construcción del otro en “términos intergrupales” (Murolo, 2015).
En este sentido, lo “villero” se vuelve una categoría en sí misma, un significante
que ha sido rellenado partiendo del estigma como medio de simbolización: un
término que sirve para denostar, ya sea tanto desde dentro como desde fuera del
colectivo. El estigma atraviesa aquí a las construcciones arquetípicas acerca de los
villeros, que además de homogeneizar la identidad y a los sujetos políticos que la
conforman en una construcción discursiva del “otro”, plantean una construcción
conflictiva de sentido y ponen de manifiesto que la diferencia aquí viene incenti-
vada también por las consecuencias de la desigualdad. El estigma, eje de la este-
reotipación en el caso de la identidad villera, propone una lectura homogeneizante
y esencialista, dado que los esquemas interpretativos que operan en esta configu-
ración de sentido son tan simplificadores como clasificatorios, entendida esta cla-
sificación en términos de clases subalternizadas sin lugar de enunciación propio.
La construcción discursiva del “otro villero” por parte de los sectores hegemóni-
cos se convierte así en una suerte de construcción de una alteridad amenazante
(Kessler, 2012).

4.2.1 Corrimientos de sentido de lo villero (1930-2001)


La construcción discursiva estigmatizante se basa, según Guber, en la desviación
del “buen sentido”, que traza la frontera de o que está bien y lo que está mal, o en
otras palabras, lo que hace referencia a un “deber ser” (Guber, 1984). Dicha des-
viación de la norma cuenta con una marca de época debido a la cristalización de
sentido hegemónica propia de cada contexto. Como hemos sugerido en el capítulo
anterior, en los distintos momentos históricos ha existido una narrativa hegemóni-
ca propia, que a la vez de instituyente, ha sido legitimante de una lectura u otra de
la identidad villera. En este apartado pretendemos analizar cómo los distintos

15 Entendido aquí como “el conjunto de valores y normas que definen las categorías (sta-
tus), las áreas legítimas, esperadas o toleradas de participación y los mecanismos de asig-
nación de los individuos a cada categoría” (Germani, 1980, p. 71) que en nuestra concep-
ción, son hegemónicas y producto de luchas por el sentido.

! 56
momentos históricos han cristalizado determinados sentidos con respecto a lo vi-
llero. Consideramos necesario profundizar en los significados que se le han ido
atribuyendo, ya que esto convierte a lo villero en un significante que se ha ido re-
llenando de sentido según el contexto histórico y la construcción de sentido impe-
rante. A lo largo de la historia de las villas y las mutaciones en el plano de la obje-
tividad y orden social, la identidad villera ha ido cambiando, acorde al anclaje teó-
rico que la asimila como una cristalización-posición que ni es fija ni inmutable.
Al mutar la identidad villera, lo hace también el arquetipo homogeneizante
—como producto de la primera— que la define desde fuera. De esta forma, y
como expone Cravino (2002), esta identidad estigmatizada ha sufrido corrimien-
tos de sentido, que han determinado una mayor o menor tolerancia al colectivo,
dependiendo del momento histórico. Así, desde los inicios en los años 30 hasta la
disrupción de las prácticas de erradicación total o desaparición de la última dicta-
dura militar, los villeros quedaban asimilados como “cabecitas negras”16 en refe -
rencia a una connotación étnica difusa. Si bien esta connotación aludía a aquellos
migrantes de países limítrofes o del interior del país —que migraban a las ciuda-
des en el marco de un proceso de industrialización que precisaba de mano de obra
— y contaban con fenotipos no blancos, el origen étnico de la misma se fue des-
dibujando para dar lugar a una lectura racial y xenófoba. El apelativo “negro ville-
ro”, así como “villero” o “cabeza”— ésta última como derivada de cabecita ne-
gra— sigue siendo hoy una categoría estigmatizante recurrente, aplicada aún a
aquellos que, aun no cumpliendo los cánones empíricos fenotípicos a los que hace
referencia, sí responden como sujetos colectivos subalternizados. En este sentido,
la negritud engloba a todo aquello que no es blanco cualitativamente, es decir, lo
blanco es lo hegemónico, la herencia europea, el orden, la civilización; mientras
que lo negro es lo indio, lo mestizo, el caos, la barbarie, en una herencia simbólica

16 “Cabecita negra” se convirtió en un significante vacío, rellenado de sentido según el


contexto histórico. Fue útil como apelativo estigmatizante desde las primeras disputas
entre “nativos” y “extranjeros” que hemos nombrado en el capítulo anterior hasta los
primeros planes de erradicación. Por su parte, el peronismo lo reapropió como parte de
una nueva articulación del sujeto político “pueblo”, en tanto aglutinante de todos aquellos
que habían estado excluidos en las cristalizaciones de sentido previas. De esta forma, al
incluir en su articulación a las clases populares, resignifican los estigmas atribuidos a
ellos, transformándolos entonces en elementos identitarios configuradores de una nueva
articulación popular.

! 57
de las primeras disputas entre nativos y extranjeros. Esta dicotomía, a la que no es
ajena la historia argentina —civilización o barbarie como marca de época tras la
consecución de la independencia, cuyo principal exponente fue Sarmiento17— si -
gue marcando y articulando el estigma que configura a los sujetos villeros.
En ese sentido, la construcción arquetípica de la alteridad “villera”, en tan-
to que amenazante, se ha basado desde los orígenes en lo que Gruber determina
como anomia, es decir, la carencia de reglas y de moral, y en la apatía, por no re-
parar en el progreso material y/o espiritual (Gruber, 1984):

Sucios, promiscuos, indigentes, que se abandonan a la vida fácil y se dedi-


can al robo; si trabajan, lo hacen para satisfacer las necesidades del día a día y
pagarse algunos vicios, pues se dan especialmente a la bebida; estos rasgos pue-
den explicarse — según esta caracterización— por la incultura, ignorancia y su
desconocimiento de las normas de urbanidad
(Gruber, 1984)
La pobreza como limitación material se torna, según la autora, como inmoral,
porque implica una negación a querer progresar.
Con la llegada de la última dictadura militar, el villero pasó a ser caracteri-
zado como un “marginal voluntario, como un ser deshonesto e indolente” (Cra-
vino, 2002, p. 34) en el marco de la justificación del Plan de Erradicación de las
Villas impulsado en 1977. Por su parte Oszlak (1991) sintetiza las distintas identi-
ficaciones o categorizaciones en los que la cúpula militar apoyaba y legitimaba
dicho plan, irradiando también este sentido en medios de comunicación para con-
vencer de esta intervención:
(1) Al villero le gusta vivir en la villa —un ghetto donde nadie entra— y
donde se integra una estructura socioeconómica particular, con leyes internas
especiales
(2) Se trata de gente de muy bajo nivel laboral —generalmente extranjeros
de países limítrofes— poseen formación cultural distinta y trasladan al ámbito
urbano las pautas de sus lugares de origen

17Expuesto en “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas” escrito en


1845 por Domingo Fausto Sarmiento, el que fuera Presidente de la Nación Argentina 23
años después.

! 58
(3) Tienen medios suficientes para acceder a otras formas de vivienda, ya
que mucho poseen autos, comercios, terrenos y/o casas
(4) Obtienen beneficios y privilegios de los que no gozan otros habitantes
de la ciudad: no pagan impuestos ni servicios, explotan comercios clandestinos o
forman parte de mafias organizadas
(5) Muchos de ellos son delincuentes, que encuentran en la villa sus
“aguantaderos”
(6) Son una clientela política fácil para partidos y movimientos populares,
que movilizan a esta población con promesas demagógicas
(Oszlak, 1991)

En la segunda mitad de los 80, el villero emerge como un actor social que reivin-
dica su barrio como hábitat permanente y reclamaba mejoras urbanas y la titulari-
dad de la tierra. En esa cristalización de demandas, la colectividad villera se re-
construye tras la etapa de erradicación dictatorial y asume la resignificación de
anteriores organizaciones populares y/o de barrio que se habían formado décadas
atrás para reivindicar la radicación como solución a la cuestión de habitabilidad.
Lo villero aquí se erige como una reivindicación por la organización popular en
un contexto de eclosión democrática.
En los años 90, la carga negativa de la categoría villero se hace más pre-
sente que nunca, y desde las instituciones se hace un esfuerzo — “alquimias ter-
minológicas” (Cravino, 2002, p. 34)— por no utilizar dichos términos y emplear
otro tipo de apelativos. Además, esto vino acompañado de promesas incumplidas
dadas por los planes de radicación mencionados en el capítulo anterior, que supu-
sieron la persistencia de la desigualdad en el marco de la aplicación de medidas de
corte neoliberal, por lo que a pesar de los esfuerzos discursivos por invisibilizar
las connotaciones negativas de lo villero, no se producen grandes transformacio-
nes que planteen un cambio paradigmático o contextual, sino más bien al contra-
rio.
Tras la crisis de 2001, el término villero queda relacionado como parte in-
discutible de la “barbarie”. La situación de inestabilidad que supuso Corralito ubi-
có a los sujetos villeros en el punto de mira como causa de los saqueos y la inse-
guridad vivida en los días de máxima convulsión. La frontera, lejos de desdibujar-
se ante una precarización de la clase media y baja a estamentos inferiores debido a

! 59
las consecuencias de dichos desequilibrios, afianzó la frontera entre lo digno y lo
indigno, entre el ser y el no ser. Mientras que el villero había sido partícipe de la
precarización desde hacía décadas, los sujetos no villeros, ahora precarizados, en-
tendían su situación como circunstancial y no estructural. Esto marcaba y acen-
tuaba la dicotomía entre lo no villero y villero, asumida ahora como una no perte-
nencia a una clase subalterna.
Como se puede observar ante la explicitación de los principales sentidos
que han configurado la visión de lo villero desde el discurso hegemónico, se pue-
de asumir que, a pesar de haber cambiado drásticamente el orden político-social
en cada época aquí remarcada, la categorización peyorativa no ha mutado signifi-
cativamente. Podemos encontrar hoy, en las justificaciones argüidas por sectores
de las clases medias, las mismas construcciones de sentido utilizadas en otros con-
textos previos, en una continuidad de la “marca de la villa” (Herrán, 2003), un
estigma que perdura aún cuando las condiciones que dan lugar a las distintas
construcciones de sentido hayan cambiado completamente.

4.2.2 La construcción exógena de la identitaria villera (2003-2015)

Tomando como eje lo explicitado en el apartado anterior, esto es, la persistencia


de la “marca de la villa” (Herrán, 2003) a la hora de construir sentidos exógenos
en torno a lo villero, queremos reparar en la construcción arquetípica que opera en
el contexto de nuestro análisis. Para comprender las dos visiones que aquí se van a
desarrollar, es necesario reparar en el orden político-social cristalizado con la lle-
gada de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003 y la continuación de dicho cam-
bio de paradigma 18 por parte de Cristina Fernández de Kirchner hasta 2015.
Sin ánimo de pretender profundizar en un tema que excede al objetivo de
este análisis, queremos poner de relevancia que la rearticulación popular por parte
del peronismo kirchnerista —en consonancia con el primer peronismo— preten-
día erigir como sujetos políticos legítimos a las clases populares, entre los que es-
tán incluidos los sujetos villeros en tanto sujetos políticos, en lo que Cravino de-

18 Entendido en términos generales en consonancia con el “giro a la izquierda” en la polí -


tica latinoamericana (Arditi, 2009)

! 60
termina como una posición privilegiada en tanto identidad grupal y colectiva para
constituirse como clientela electoral a disputar (Cravino, 2004). Desde una per-
cepción asistencial en el plano individual, que los ubica como sujetos carestiados,
se plantea nuevo corrimiento de sentido desde el punto de vista institucional, que
revierte ligeramente en la percepción hegemónica de los mismos. Un cambio sus-
tancial en las políticas redistributivas y la implementación de planes asistenciales
destinados a la inclusión de los sectores más desfavorecidos, plantearon un cam-
bio parcial en tanto el sentido de lo villero19. Iniciativas tales como la Asignación
Universal por Hijo 20 —plan destinado a la protección social y que opera como
seguro, en tanto las personas desocupadas, con trabajos en el sector informal o
cuyas ganancias no superaran el salario mínimo, reciben una asignación mensual
por cada hijo hasta la mayoría de edad de los mismos, lanzado en 2009— , el Plan
Conectar Igualdad 21 —destinado a acortar la brecha tecnológica, educativa y so -
cial mediante la asignación de un ordenador portátil para cada estudiante de edu-
cación secundaria— o los Planes de Vivienda y de Urbanización de Villas que
hemos mencionado en el capítulo anterior, podían llegar a suponer una mejora de
las condiciones de vida y plantear la posibilidad de movilidad social de los secto-
res populares. Si bien este corrimiento de sentido institucional no consigue borrar
el estigma que articula la perspectiva exógena en la construcción de esta alteridad
amenazante, plantea una inclusión como sujeto colectivo de derechos.
Sin embargo, y a pesar de esta inclusión identitaria en la cadena de sentido
que articula el kirchnerismo, en torno a lo villero persiste la “marca de la villa”, lo
peyorativo y la peligrosidad. En una primera hipótesis al respecto, entendemos
que a pesar de estos intentos de articulación, son los medios de comunicación he-

19 Esto no pretende asimilar que otros Ejecutivos no hayan hecho uso de medidas asisten-
ciales para colectivos empobrecidos, sino que los que aquí se destacan se convirtieron en
bandera de la gestión kirchnerista por el número de beneficiarios, inédito hasta el momen-
to en la historia argentina (Matozo, 2016).
20Información disponible en la página web del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia
y Tecnología.

21Información disponible en la página web de la Administración Nacional de Seguridad


Social (ANSES).

! 61
gemónicos —críticos con el kirchnerismo 22— los principales cristalizadores y
propagadores del sentido hegemónico, que perpetúan la criminalización de la villa
—entre muchas otras prácticas constructoras de sentido— como fórmula para
asegurar su hegemonía. Otra posible explicación es que, teniendo en cuenta que
toda construcción de sentido aspira a la hegemonía, a pesar de que el discurso ofi-
cialista diverja parcialmente del discurso que entendido aquí como hegemónico,
este último sigue vigente, en la lucha y por ende, reconfigurándose continuamen-
te. Un corrimiento de sentido necesita mucho más que unas iniciativas del Ejecu-
tivo y una construcción simbólico-discursiva encorsetada a prácticas electoralis-
tas. Si bien el contexto abona las posibilidades de que los sujetos villeros se cons-
tituyan como agentes políticos legítimos, el corrimiento de sentido necesita de una
reversión más profunda de la construcción hegemónica, sobre todo en lo que con-
cierne no tanto a los sectores dominantes, sino a las clases medias que se identifi-
can con estos últimos.
a) Medios de comunicación masivos como constructores exógenos de

la identidad villera
Tal y como destacamos anteriormente, si bien los medios de comunicación hege-
mónicos no son los únicos encargados de la construcción de sentido, éstos se con-
vierten, en un contexto democrático, en los grandes altavoces de una marca de
época, y más concretamente, del sentido hegemónico que lucha por perpetuarse
como tal. En un sentido habermasiano, que no compartimos pero que es útil para
explicar la influencia de los mismos en la construcción de sentidos e identidades,
los medios de comunicación masivos se erigen en tanto estandartes de la discusión
en la esfera pública. Según Habermas, la participación política se realiza mediante
el diálogo entre ciudadanos, en un contexto en el que éstos piensan y examinan
los asuntos comunes en un escenario institucionalizado de interacción discursiva

22 Entendemos que existe una confrontación abierta entre los medios de comunicación
masivos y hegemónicos y la gestión kirchnerista, que se pudo ver intensificada a partir de
la promulgación de la Ley de Medios (Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audio-
visual), que proponía medidas para evitar la conglomeración mediática y dominio del es-
pectro por los grandes grupos. Otra explicación puede venir incentivada por el hecho de
que la tenencia de los grandes grupos mediáticos (Grupo Clarín y La Nación en prensa
escrita) está en manos de grandes empresarios contrarios a las medidas económicas lleva-
das a cabo por el ejecutivo kirchnerista, sobre todo en lo relacionado al comercio exterior
e inversiones extranjeras.

! 62
(Habermas, 1996). Mediante esta mirada positivista, las cuestiones de preocupa-
ción pública se discuten en un contexto que asegura que el Estado rinda cuentas—
en caso de que sea necesario— y que la información quede accesible al escrutinio
y la opinión pública. Así, el interés de la sociedad —burguesa— se ve respaldado
mediante garantías propias del contexto democrático que propicia esta discusión,
siendo la prensa —bajo la amplia y conflictiva categoría de la libertad de pren-
sa— una de las encargadas de velar por esta neutralidad de la discusión pública y
democrática. Por lo tanto, para Habermas existe un ideal de campo discursivo que
no es sólo neutral, sino racional, abierto, accesible y cuyo resultado es la forma-
ción de una opinión pública mediante el consenso por el bien común (Habermas,
1996). Tomando la crítica que realiza Fraser al respecto, asumimos que esta asimi-
lación del espacio discursivo, fuertemente arraigada en el imaginario colectivo
democrático, es una idealización constituida por y en exclusiones (Fraser, 1989).
De esta forma, ¿qué sectores representan a la ciudadanía? ¿Están todas las mira-
das y construcciones de sentido incluidas en la discusión? ¿Cómo, en un contexto
de pugna política antagónica, puede existir un bien común? Según la autora, la
esfera pública oficial se torna así “el lugar institucional primordial para la cons-
trucción de un consenso que define los modos hegemónicos de dominación” (Fra-
ser, 1989). Ante una ausencia de la equidad y diversidad en la participación, surge
la necesidad de plantear contraesferas públicas que constituyan sentidos contrahe-
gemónicos, punto sobre el que profundizaremos más adelante.
Consideramos importante reparar en cómo se constituye esa esfera pública
mediática hegemónica en Argentina, aquella conformada por los cristalizadores
del “sentido común”. Para este análisis, hemos tomado como eje la prensa escrita,
con el fin de poder analizarla siguiendo la metodología propuesta. En ese sentido,
destacaremos aquí a los dos principales diarios, Clarín y La Nación, que aglutinan
entre ambos más del 70% 23 del total de lectores de prensa diaria, ya sea en forma -
to papel o en la versión digital. Estas cifras les posicionan como claros estandartes

23 Según ComScore —principal proveedor privado de medición de audiencias mediáti-


cas— entre 2013 y 2016, los diarios La Nación y Clarín sumaban el 73,2% del total de
lectores de diarios de Argentina, siendo del 33,8% para el primero y del 39,4% para el
segundo.

! 63
de la preeminencia en términos mediáticos, con una posibilidad de disputa en lo
referente al alcance y difusión que deja muy en desventaja a sus posibles compe-
tidores, como puedan ser Perfil o Página 12. Además de contar con el dominio en
términos de audiencia, cabe reparar que ambos diarios pertenecen a conglomera-
dos empresariales que disputan entre ellos, en términos oligopólicos, el control
prácticamente íntegro del espectro mediático. De esta forma, y a pesar de que en
este trabajo nos centramos en el análisis discursivo de la prensa diaria, sería inter-
esante plantear cómo opera la construcción, cristalización y difusión de los senti-
dos hegemónicos en el resto de soportes. Por motivos de extensión, nos limitare-
mos a analizar dicha construcción de sentido en los editoriales de los dos diarios
con mayor difusión del país.
Una vez asimilada la posición privilegiada de los medios masivos como
cristalizadores de un sentido hegemónico, procedemos a profundizar en los senti-
dos peyorativos y estigmatizantes que estas dos publicaciones escritas—entre mu-
chas otras producciones que condensan el sentido hegemónico— han afianzado en
el imaginario colectivo. Cabe destacar que los medios de comunicación se con-
vierten, en muchos casos, en la única vía de conocimiento de lo villero para las
clases altas y medias. La segregación espacial, efectiva aquí en términos de invi-
sibilización, supone una negación consciente de la existencia del villero en la vida
cotidiana de la clase alta y media. Esa separación supone un desconocimiento ab-
soluto de las realidades y construcciones de sentido de las que son portadores los
villeros en tanto sujeto colectivo, por lo tanto, las “infiltraciones” de los medios
de comunicación al otro lado de la frontera son una de las pocas referencias con
las que cuentan los ciudadanos ajenos a las villas para la construcción del imagi-
nario al respecto24.
Si bien los medios de comunicación no son explícitos en utilizar términos
expresamente peyorativos, la lectura crítica bajo el foco del análisis del discurso

24 Esta afirmación surge en el marco de las entrevistas a ciudadanos argentinos de clase media (3
hombres y 3 mujeres, entre 25 y los 50 años de edad) residentes en la Ciudad Autónoma de Bue-
nos Aires, realizadas en marzo de 2018, cuya pregunta disparadora era si los entrevistados habían
transitado una villa alguna vez y, en caso de no haberlo hecho, cómo se imaginaban que era. Esto
dio pie a que cada uno de ellos expusiera, según su experiencia personal, cómo los medios de co-
municación —sobre todo las imágenes que en ellos se mostraban— habían sido clave para consti-
tuir esa imagen.

! 64
de diversos editoriales tanto de Clarín como de La Nación que hemos realizado
para esta investigación 25, nos remite a una construcción subyacente de sentido que
ubica a la villa y a los villeros como a una alteridad amenazante, ante la cual es
mejor mantenerse siempre al margen, y alerta, en caso de que éstos crucen las
fronteras físicas e irrumpan en la ciudad, entendida ésta como símbolo del orden y
de la ciudadanía, siendo la villa el reverso de ésta.
La persistencia de la inseguridad como parte de la agenda mediática, en-
tendida como preocupación de primer orden26 es uno de los claros exponentes que
afianzan la frontera estigmatizante entre lo villero y lo no villero. La inseguridad
se entiende en este sentido como un sentimiento de malestar generalizado entre
aquellos que habitan el espacio simbólico y territorial de la ciudad — y por ende,
la no-villa— sobre todo en las concentraciones urbanas centrales y con mayor én-
fasis en la ciudad de Buenos Aires. La inseguridad se manifiesta así en hechos de-
lictivos puntuales, que, dada su persistencia y repetición, suscitan una sensación
generalizada de peligro continuado en el entorno urbano. Robos a mano armada,
motochorros27, asaltos y un largo etcétera de hecho delictivos que copan las pági -
nas de forma constante de los diarios más leídos. Este sentimiento viene incenti-
vado por la asimilación de una suerte de intrusión en la ciudad “civilizada” de
aquellos que no la habitan por no tener derecho a ello, por lo que se culpabiliza a
aquellos que, sin pertenecer a la ciudadanía digna, irrumpen en ella para delinquir.

25 Para esta investigación se ha realizado una análisis del discurso de los editoriales de
La Nación y Clarín pertenecientes al periodo 2003-2015 bajo la búsqueda temática con
palabras clave tales como “villa” “villero” “asentamiento(s)” “chorro/motochorro/bici-
chorro” “inseguridad” “desigualdad” “pobreza” “planes”.
26 Según una encuesta realizada en 2012 por la consultora privada Management & Fit, la
preocupación principal de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires era la inseguridad,
siendo la primera opción del 84,5% de los encuestados. Contrasta con la encuesta realiza-
da por Taquion y Trespuntocero, otras dos consultoras privadas, en 2018. La inseguridad
se ubica para un 24,1% como la preocupación principal, mientras que la inflación se ubi-
ca como la primera opción para el 37,7%. Es interesante observar cómo en términos de
inseguridad, el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Ar-
gentina) no contó con datos propios al respecto hasta 2017, y es necesario recurrir a análi-
sis de entes privados para poder contrastar información estadística anterior a esa fecha.

27 Motochorro es un término que define a aquellos que hurtan o roban utilizado motoci-
cletas como medio para perpetrar el acto delictivo. Esta es una imagen recurrente en el
imaginario colectivo en lo referente a la inseguridad ciudadana, sobre todo en los grandes
núcleos urbanos argentinos.

! 65
Esta imagen, ampliamente cultivada por los medios de comunicación de toda ín-
dole, criminalizan no sólo a aquellos que cometen hechos delictivos, sino que ope-
ra como sinécdoque, en la que la relación chorro —ladrón— y villero es tan pre-
sente como necesaria. De esta forma, quedan unidas y equiparadas bajo la misma
definición como alteridad amenazante, la pobreza y la de delincuencia, en una na-
turalización peligrosa y con mucho poder de calado en el imaginario colectivo,
que perpetra y reproduce el estigma de lo villero. En este sentido, la legitimación
del estigma viene dada por una desviación de la norma, del deber ser, que descan-
sa sobre causales ilícitas: un acto delictivo fundacional que es un constructo ideo-
lógico (Herrán, 2003). Así, a los ojos de aquellos cuya construcción de sentido
bebe única o mayoritariamente de estas cristalizaciones propagadas desde los me-
dios de comunicación masivos, el estigma puede entenderse como algo justifica-
do, tangible y real, dado que ésta construcción simbólica se apoya en hechos feha-
cientes que así lo prueban.
Cabe remarcar que, lejos de pretender mostrar una imagen idealizada de la
ciudad y presuponer que los medios de comunicación enfatizan en demasía en es-
tas cuestiones, siendo los índices de delincuencia del país un punto a tener en
cuenta a la hora de analizar estas cuestiones28, pretendemos aquí poner el foco en
la asimilación totalizante de que todo villero, en tanto que sujeto subalterno, es un
delincuente en potencia (Oszlak, 1991).
A pesar de que éste análisis pretende centrarse en los procesos de enuncia-
ción y no en las consecuencias de recepción de los mismos, consideramos una
cuestión importante remarcar aquí uno de los efectos colaterales del hecho de que
el foco mediático preste especial atención al tema de la inseguridad, y a su perpe-
tración estigmática al relacionar a los villeros de forma homogeneizante con dicha
cuestión. Esta determinación —que posteriormente será resignificada por los suje-
tos colectivos villeros para su construcción de sentido, por lo que también nos es
útil en lo relativo a su proceso de enunciación contrahegemónico— supone una
criminalización totalizante con efectos directos expresados en términos de securi-

28 Tasa de 3.636 hechos delictivos por cada 100.000 habitantes en 2015 (Fuente: Ministe-
rio de Seguridad).

! 66
tización del espacio público, con especial énfasis en la securitización dentro de las
villas, con razzias policiales29 y destacamentos policiales custodiando las entradas
y salidas de los límites de la villa. De esta forma, los sujetos colectivos villeros
quedan asimilados como sobrecontrolados y subprotegidos— ya que dicha securi-
tización no va a favor de ellos, sino en su contra— replanteando así los efectos del
estigma en tanto a ser asimilados o no como parte legítima de la ciudadanía.
Si bien hemos asimilado que existen construcciones de sentido hegemóni-
cas que cristalizan en arquetipos homogeneizantes atravesados por el estigma para
definir a los villeros desde la mirada exógena—como es el caso de “cabecita ne-
gra” o “negro villero”— y que existen corrimientos de sentido según el momento
histórico propio, quisiéramos reparar a este respecto en dos construcciones arque-
típicas que operan con contundencia en la narrativa dominante hoy, y que quedan
ampliamente retratadas en los medios de comunicación: pibe chorro y planero o
choriplanero.
En el primer caso, lejos de ser una construcción propia del momento con-
temporáneo, es un arquetipo anterior, que hoy toma una nueva dimensión dada la
supremacía de la cuestión de la inseguridad. En la línea de la sinécdoque pobreza-
delincuencia que trazamos anteriormente, el estigma del pibe chorro lacra a todo
aquel menor de edad que, al irrumpir en la ciudad formal, se le presupone criminal
en potencia. Por otro lado, la cuestión del planero o choriplanero remite a los pla-
nes asistenciales propios de la etapa kirchnerista, —algunos de los cuales han sido
mencionados en este escrito— así como a las prácticas propias reconocidas desde
el afuera como propias de la villa o de las clases populares30, y que ubica a los su -
jetos meramente en exclusión. Esto va acompañado de la perpetración del estigma
no sólo de la pobreza, sino de la vagancia —“no quieren trabajar porque cobran
un plan” 31— y una vez más, de poca capacidad de adaptación a la vida urbana.

29Razzia policial se entiende aquí como las incursiones violentas policiales o de las fuer -
zas del orden a las villas
30El choripán —comida típica argentina consistente en un chorizo criollo a la parrilla,
servido entre dos trozos de pan— se ha convertido en un símbolo tanto para la mirada
exógena como para la endógena como algo propio de las clases populares.

31 Argumento esgrimido por uno de los entrevistados al preguntarle su opinión acerca de


las medidas asistenciales y de inclusión llevadas a cabo por el gobierno anterior.

! 67
Este estigma tiene un especial énfasis en términos de género: a la planera o chori-
planera se le presupone una voluntad a la procreación como fórmula para obtener
un plan, en este caso, la Asignación Universal por Hijo. Este cristalización arque-
típica no opera únicamente en el plano del estigma para con lo villero, sino que
además está atravesado por una construcción absolutamente patriarcal que presu-
pone a las mujeres incapacitadas para cualquier otra cuestión que no sea su condi-
ción procreadora o de los cuidados.
Si bien, como sugiere Althabe, los villeros: “ocupan un lugar central en los
juegos comunicativos […] se los ha convertido en actores simbólicos ligados a un
polo negativo y el eje central de los intercambios reside en la construcción de la
diferencia frente a ellos, en la edificación de la distancia frente a esos polos nega-
tivos” (Althabe, 1998), en nuestro análisis hemos observado que existe otro tipo
de mirada exógena que pretende apartarse del estigma como modo de simboliza-
ción. La reversión de la mirada estigmatizante condensa aquí en una construcción
lastimera de sentido, que los ubica como sujetos en asistencia y dignos de compa-
sión. Si bien identificamos que éste puede ser un buen primer paso para revertir
los efectos del estigma y comenzar a asimilarlos como actores colectivos legíti-
mos, entendemos que esta nueva construcción sigue partiendo de una subalterni-
zación simbólica que los continua ubicando como alteridad: la identidad villera
sigue precisando de la aprobación hegemónica para poder erigirse con dignidad,
marcando una distancia entre lo villero y lo no villero que, a pesar de no ser en
términos explícitamente negativos, marca una frontera infranqueable.
En este sentido, en el que planteamos una pequeña brecha en la construc-
ción estigmática de sentido por parte de los medios de comunicación, hemos ob-
servado, en la línea de lo que argumenta Cravino (2002), que los medios hegemó-
nicos se vuelven en favor de los sujetos villeros si hay en juego ciertas reivindica-
ciones, sobre todo si tienen que ver con cuestiones de acceso a servicios básicos.
Pero en el supuesto en que sus reivindicaciones o el foco de la noticia ponga en
peligro el status quo de las clases dominantes —véase la cuestión de la inseguri-
dad— los medios perpetran el discurso estigmatizante y no dudan en retratarlos tal
y como venimos definiendo en este apartado.

! 68
— 5. La resignificación de la identidad villera:
el caso de La Garganta Poderosa—

5.1 La rebelión del coro


Hemos determinado que la construcción identitaria villera, tanto endógena
como exógena, cuenta con el estigma como modo de simbolización. Este estigma
no sólo es producido y reproducido por los actores que luchan por el manteni-
miento del sentido hegemónico, sino que también tiene efectos directos en los
procesos de identificación y con respecto a los sujetos colectivos villeros al inte-
rior de la construcción identitaria villera.
Ante este hegemón discursivo y de sentido, existen tres posturas diferen-
ciadas, entendidas tanto en términos individuales como colectivos: la patológica,
la normalizadora y la desafiante, tal y como determina Hasting (2004)32. En este
apartado pretendemos hacer foco sobre aquellos sujetos que, desde el plano colec-
tivo, optan por la postura desafiante. Sólo desde este punto de partida podemos
asumir las posibilidades de reversión y resignificación tanto del estigma como de
los sentidos atribuidos a la construcción de la identidad villera, posibilitando así la
lucha por la legitimidad del lugar de enunciación y del sentido simbólico-discur-
sivo villero ante un contexto de contingencia.
Tomamos de Scott (1990) la perspectiva que asume que, desde el discurso
hegemónico —entendido como una abreviación de las relaciones explícitas de po-
der que en él se dan— se asume que los subordinados aceptan los términos de su
subordinación y que en ocasiones, participan voluntariamente de ella (Scott, 1990,
p. 27). En otras palabras, que su atribución estigmática de sentido para con lo vi-
llero no generara controversia, en tanto se entiende como un sentido “natural”.
Además, se asume la despolitización de la cuestión villera, es decir, como algo

32 Según el autor, las dos forma más comunes de asimilar el estigma son la patológica y la
normalizadora. La primera hace referencia a la construcción de una frontera entre “ellos”
y “nosotros” al interior de una colectividad subalternizada, perpetrando así los esquemas
excluyentes propios de las clases dominantes al asumir su discurso como propio. La se-
gunda remite a una asimilación del estigma bajo la perspectiva de que “eso ocurre en to-
dos lados”, asumiendo que aquello por lo que son estigmatizados no es una anomalía,
sino algo común a cualquier sujeto colectivo.

! 69
por lo que no merece la pena luchar dada su imposibilidad de reversión. Esta
perspectiva parte del deseo de inculcar el “hábito de la obediencia y el respeto a la
jerarquía” (Scott, 1990, p. 36) como parte indiscutible de la reafirmación de la le-
gitimidad de la hegemonía simbólica. En otras palabras, la respuesta por parte de
los subalternizados, su posible articulación o su resistencia ante estos sentidos
otorgados, y la lucha por una resignificación, no se espera, dada la falta de legiti-
midad no sólo de su construcción de sentido, sino de su lugar de enunciación.
En ese sentido el autor pone de relevancia la existencia de los discursos
ocultos (Scott, 1990), discursos de resistencia a la cristalización de sentido que
deslegitima a los sujetos subalternos. Un discurso oculto colectivo y que pone de
relevancia la disidencia al discurso hegemónico y al estigma en el circuito interno
en tanto que acto identificativo, y que puede ser actuado o no. En este caso que
aquí analizamos, el estigma de lo villero alimenta ese discurso oculto de la indig-
nación, y la actuación de este último—entendida como planteamiento de reivindi-
cación— se da de forma explícita, lo que supone una “declaración que rompe con
las relaciones del poder, que perturba una superficie de silencio y aceptación apa-
rentemente tranquila y que tiene la fuerza simbólica de una declaración de guerra”
(Scott, 1990, p. 31). En palabras de Nun, es la “rebelión del coro” (Nun, 1989), es
decir, de aquellos sujetos de los que no se espera ni respuesta ni lucha en términos
simbólicos.
Retomamos aquí la crítica que hace Fraser a la concepción de espacio pú-
blico y mediático de Habermas para dar cuenta de la necesidad de un contradis-
curso y de un espacio mediático contrahegemónico para poder plantear los proce-
sos de resignificación que aquí pretendemos analizar. Como ya hemos comentado
en este escrito, la concepción de esfera pública de Habermas adolece de una falta
de consideración para aquellos sujetos colectivos que no pertenecen a lo asimilado
como agentes legitimadores del discurso hegemónico —para la autora, esto se
trata de una nueva concepción de la burguesía en las sociedades fundamentadas en
el capitalismo tardío (Fraser, 1989, p. 172)— al suponer que, en un espacio públi-
co neutral y racional de debate, todas las voces y discursos tienen cabida, en tanto
dejen a un lado sus diferencias estructurales. Ante esto, la autora pone de relevan-

! 70
cia que dicho espacio público está constituido en y por exclusiones (Fraser, 1989),
siendo éste un espacio de dominación hegemónica. Por ende, en una construcción
discursiva en la que la hegemonía ha cristalizado su sentido como el “real”, tanto
los discursos como los lugares de enunciación de los sujetos subalternos, cuentan
con una clara desventaja en esta lucha por el sentido, entendiendo ésta como un
sentido sedimentado de luchas de sentido previas, por mucho que la contingencia
permita la resignificación. Siendo así, la autora propone el surgimiento de contra-
discursos que sean recogidos en contraesferas públicas (Fraser, 1989), en una
atomización del espacio público discursivo y mediático que desarticule parcial-
mente la preponderancia del discurso hegemónico en tanto sentido sedimentado e
“ideal normativo” (Fraser, 1989, p. 177). Los límites de esta conceptualización
radican en el plano de la recepción discursiva, y el planteamiento de si efectiva-
mente estas contraesferas disputan hegemonía en tanto que atomizadas y depen-
dientes de contrapúblicos, nunca tan numerosos como los hegemónicos. Esta
cuestión, que escapa al objetivo de este análisis, requeriría de una investigación en
profundidad de los procesos de recepción de esos discursos y de lo que en ellos se
constituye. En el plano en el que a esta investigación interesa, es decir, el proceso
de enunciación de un discurso contrahegemónico, una atomización articulada de
contraesferas públicas de discusión plantean una contrahegemonía simbólica que
permite repensar en la disputa de sentidos subalternizados y además, en la legiti-
mación de lugares de enunciación hasta ahora no pensados, o cooptados por la
esfera mediática hegemónica.

Asumiendo estos postulados, y teniendo en cuenta la asimilación del dis-


curso exógeno referente al imaginario villero por parte de un sujeto colectivo que
opta por una mirada desafiante, podemos pensar que es posible una resignifica-
ción en términos simbólicos de una identidad, un discurso y un lugar de enuncia-
ción. La posibilidad viene dada por la articulación y puesta de relevancia del dis-
curso oculto como acto de identificación propio de la construcción identitaria vi-
llera, inscrito en el marco de un contraespacio público y más concretamente me-
diático que se erige como legitimador de la voz y el contenido simbólico-discursi-
vo, que a la vez es constituyente.

! 71
La cuestión de las contraesferas pone de relevancia la necesidad de desli-
garse la esfera pública hegemónica, y para ello es requisito la concepción de co-
municación popular como herramienta. Entendemos la comunicación popular
como “aquellas experiencias de comunicación vinculadas con acciones de protes-
ta, resistencia y cambio social impulsadas desde sectores populares y espacios
comunitarios.” (Amati, Isella y Lois, 2014, p. 9) Por no poseer una definición úni-
ca y consensuada, asimilamos que ésta es el producto de una praxis que se inscri-
be en un orden concreto, con el objetivo de plantear una forma de contrahegemo-
nía popular en términos discursivos. En la comunicación popular se vuelve tan
relevante la disputa simbólica por el sentido como los actores que la llevan a cabo.
Además, la comunicación popular tiene el objetivo de cohesionar internamente la
construcción identitaria, en tanto acto de identificación. La participación y la re-
construcción de los vínculos entre los actores son las claves para disputar sentido,
en tanto que internamente se asimile que las construcciones exógenas, en este
caso concreto, son estigmatizantes y que pueden ser revertidas mediante significa-
ción y deconstrucción. Así, coincidimos con Huergo al determinar que la comuni-
cación popular es una estrategia política —en términos simbólico-discursivos—
que “avala y permite la expresión de “otras voces” más allá de las
dominantes” (Huergo, 2009) y por ende, pertenece al campo de la “lucha por la
significación de la experiencia y la democratización de la voz y la palabra” (Ama-
ti, Isella y Lois, 2014, p. 11).

5.2 La Garganta Poderosa

En este análisis, queremos centrarnos en una experiencia del campo popular que
se enclava en el campo de la disputa simbólica por el sentido de lo villero. Para
ello, analizaremos La Garganta Poderosa, la publicación mensual del movimiento
social La Poderosa, que plantea la disputa en términos periodísticos.

Es importante remarcar en este punto que, tal y como comentamos en el


marco metodológico, realizamos un análisis no sólo de la publicación escrita en sí,
sino también de las publicaciones con más interacciones publicadas en su página

! 72
de Facebook, las de su página web y varias conferencias impartidas por diversos
miembros del equipo de redacción. Esta decisión viene incentivada tras asimilar
que tomamos aquí el discurso de La Garganta Poderosa como uno solo, por ser
uniforme y no haber encontrado significativas diferencias de sentido en él. Al tra-
tarse de una publicación sin autores —por ser absolutamente horizontal en su or-
ganización y no contar con ninguna firma de autoría— el punto de interés lo en-
contramos en el análisis de la enunciación discursiva como tal, más allá de los dis-
tintos formatos y modos de enunciación.

La Garganta Poderosa es la publicación mensual de “La Poderosa”, auto-


denominado como el movimiento social de la resistencia villera que articula a más
de 35 asambleas populares en Argentina y 8 en el resto de América Latina33, tra -
zando así un nexo transnacional de movilización social. Esta confluencia nace de
la voluntad de construir colectivamente “espacio para la integración y articulación
de los distintos actores del campo popular, para la construcción social y como una
lucha complementaria a las propuestas partidarias populares, como estrategia de
concientización y politización, como un compromiso para el fortalecimiento co-
munitario […] en resumen, una utopía, movimiento revolucionario latinoameri-
cano formado por vecinos y vecinas anónimos”34 Si asumimos que “la acción di -
recta no institucional aparece como la única herramienta eficaz de aquellos que no
tienen poder […] en un contexto de gran asimetría” (Svampa, 2007, p. 3), enten-
demos que este movimiento social pugna no sólo por poner de relevancia los dis-
cursos propiamente villeros, desoídos de forma sistemática por los planos institu-
cionales, sino que su lucha viene incentivada por dar legitimidad a su voz, en tan-
to constructora y reproductora de una identidad villera, dado el contexto dicoto-
mizado simbólicamente que venimos analizando en este escrito.

33Información extraída de la página web oficial, disponible en http://www.lapodero-


sa.org.ar/

34 Extracto del Manifiesto de La Garganta Poderosa, disponible en http://www.lapodero-


sa.org.ar/

! 73
La Garganta Poderosa, entonces, se erige como la publicación autogestio-
nada que surge en el marco de este movimiento social —concretamente en sus
asambleas de Capital Federal— que pugna por la resistencia villera en términos
simbólico-discursivos desde el plano de la comunicación popular y comunitaria. A
este respecto, consideramos imprescindible analizar en términos simbólicos no
sólo aquellos elementos lingüísticos y extralingüísticos que podemos encontrar en
sus páginas como elementos propios de la autoidentificación de la identidad ville-
ra, sino todo aquello que envuelve al ámbito de la producción de esta publicación,
entendiendo como fundamentales sus actores y dinámicas internas. Por lo tanto,
determinamos que la ruptura, como práctica deconstructora de la hegemonía, vie-
ne aquí dada en términos simbólicos por el conjunto de su discurso, entendido se-
gún la definición amplia que hemos dado anteriormente: como todo lo que consti-
tuye la cristalización de sentido. Entendemos entonces que en tanto “forma orga-
nizativa de la acción colectiva de confrontación” (Tarrow, 1998), una parte signi-
ficativa de la cristalización de sentido de esta construcción identitaria queda plas-
mada y recogida en La Garganta Poderosa y por ende, ésta se convierte en la
bandera y arma de la lucha de la resistencia villera, en tanto elemento de autoiden-
tificación colectiva y como elemento combativo ante los sentidos estigmatizantes
otorgados desde la lectura exógena, como desgranaremos a continuación.

5.2.1 Un medio de comunicación villero para revertir el estigma: el proceso de


enunciación

A razón de su anclaje indisoluble con los movimientos sociales populares argenti-


nos y latinoamericanos —como parte intrínseca de ellos, elemento de identifica-
ción e iniciativa de acción colectiva directa en la lucha por el sentido— así como
su pertenencia al sector de la comunicación popular, La Garganta Poderosa in-
terioriza determinados rasgos heredados de estas bases como propios de su fun-
cionamiento, sobre todo en lo que respecta a dinámicas internas. Destacamos aquí
la organización horizontal, la autogestión, la democratización digital como herra-
mienta clave y la irrupción en nuevos espacios simbólicos.

! 74
a) Organización horizontal

En primer lugar, cobra especial relevancia su organización horizontal, en la que no


existe ningún tipo de jerarquía, sino que son las asambleas barriales las que toma
las decisiones de forma unánime con respecto a la Cooperativa de Comunicación
a cargo de la publicación: quién escribe —dos periodistas y dos fotógrafos por
cada asamblea de Capital Federal— cuales son los temas relevantes, qué aparece-
rá en la portada y contraportada, cómo tratar y divulgar la información, cómo se
distribuye o cual será su precio de salida, entre otras cuestiones. Esta horizontali-
dad en la toma de decisiones y producción discursiva convierte a los vecinos y
vecinas de la villa en actores políticos legítimos, no sólo en términos colectivos,
sino también individuales, transformando así el sentido cristalizado que estigmati-
za a lo villero como “bajo”, “incapaz” o “inculto”. El empoderamiento popular en
estos términos supone también el quiebre de la sinécdoque pobreza-delincuencia
—en palabras de Svampa, la “criminalización de la pobreza” (Svampa y Korol,
2009)— poniendo de relevancia una ruptura simbólica que tiene efectos más allá
de las fronteras de la villa al legitimar a sus actores en tanto productores discursi-
vos.

b) Autogestión

Al tratarse de una publicación contestataria al sentido irradiado desde los medios


de comunicación hegemónicos, legitimado en el espacio público del que se en-
cuentran excluidos, surge la necesidad de plantearse la autogestión como fórmula
de sustentabilidad. Esta decisión viene incentivada no sólo por la exclusión de los
flujos mediáticos hegemónicos —una consecuencia de su categorización como
clase subalterna estigmatizada— y por ende, limitación a la hora de contar con
inversión externa para poder financiar el proyecto, sino también por la voluntad
de independencia discursiva y por poder dar forma, en términos de comunicación
popular y comunitaria, a “un medio para decir basta” (Levy, 2018). El primer nú-
mero de esta publicación comenzó a circular en enero de 2011 a modo de prueba
piloto. Sostenida por las aportaciones individuales de los vecinos que entendieron

! 75
la existencia de un medio propio como una prioridad, plantearon este proyecto
con el objetivo de que en el medio plazo fuera autosostenible. Después de una
primera inversión para costear el primer número, y en base a las decisiones toma-
das por las asambleas, la revista consiguió no sólo cubrir los costes de producción,
sino generar excedentes suficientes como plantear una expansión a mayor escala.
Así, La Garganta Poderosa plantea una expansión más allá de su circuito interno
de producción, conquistando contrapúblicos más allá de sus fronteras simbólicas.

c) Democratización digital como herramienta clave


En tanto a la expansión de la producción discursiva de La Garganta Poderosa,
cabe remarcar la influencia de la democratización del espacio público de aquellos
discursos subalternizados mediante la irrupción de internet y las redes sociales
como medios legítimos de enunciación. Esto, leído el términos de Fraser (1989),
permite la atomización del espacio mediático en la construcción de contraesferas
públicas y mediáticas. Las limitaciones materiales propias de la producción me-
diática física se ve aquí sobrepasada por un medio más accesible, más económico,
más constante e inmediato. En ese sentido, si bien La Garganta Poderosa ha llega-
do a vender más de 50.000 ejemplares por número en papel, estos no dejan de te-
ner un alcance limitado al territorio argentino. Sin embargo, su fuerte presencia en
redes sociales ha significado una expansión y alcance de su discurso que va mu-
cho más allá de las fronteras territoriales y nacionales, y que ha servido de gran
apoyo en la construcción de la cristalización de un sentido en pugna de índole vi-
llero-latinoamericanista-militante, así como plantear su disputa. Si bien este hecho
es extensivo a cualquier propuesta comunicativa alternativa, en el caso de La Gar-
ganta Poderosa es especialmente significativo por contar con más de medio millón
de seguidores en Facebook —su principal plataforma de difusión— convirtiéndo-
se así en un complemento legitimado de la difusión de su discurso y un soporte
que permite penetrar en esas estructuras del orden discursivo de una forma más
concreta, certera y eficaz, sobre todo en lo que respecta aquellos cuyos procesos
de identificación no se ven constituidos por la estigmatización villera, y más con-
cretamente, en lo que respecta a las clases medias.

! 76
d) Irrupción en nuevos espacios

El quiebre planteado por la Garganta Poderosa en términos discursivos no se ve


únicamente limitado a la producción mediática y cultural, presente tanto en la re-
vista como en su presencia en redes sociales, sino que además cuenta con un ex-
ponente clave en términos que abarcan otros formatos y modelos de producción
de sentido. En este análisis quisiéramos remacar, por lo disruptivo de la cuestión,
su propuesta de quiebre epistemológico y metodológico en el plano académico,
mediante la propuesta de una nueva cristalización de sentido en lo referente al es-
tudio de las ciencias sociales. La Garganta Poderosa editorializa así la necesidad
de una academia que no sólo les analice, sino que también les tome en cuenta en
tanto productores de sentido y sujetos investigadores:

“Alta sociedad. Si sólo conducen los académicos en los medios, la polí-


tica y la universidad, ¿quién interpreta nuestra realidad? ¿Qué le deja a la hija
de la vecina una tesina que nos toma como objetos inanimados? ¿Quién ordenó
que los pobres trabajen para los graduados? ¿Tendrán posgrados en acostarse
sobre colchones mojados?” 35

Esta demanda, en la línea de la argüida por los estudios poscoloniales,


plantea la disolución de la frontera entre investigador y sujeto de estudio, así
como sugiere una episteme que tenga en cuenta aquellas producciones de sentido
basadas en un enfoque diverso y profundo acerca de las problemáticas que atra-
viesan la villa, utilizando la comunicación popular como principal herramienta.
Según lo anterior, e incentivado por su trabajo convergente con líneas de investi-
gación acordes a este planteamiento en diversas universidades latinoamericanas,
La Garganta Poderosa cuenta con un grupo de trabajo propio en el Consejo Lati-
noamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) desde 2016, que bajo el nombre de
“Comunicación, poder y territorio” articula una nueva propuesta en lo que al estu-
dio de las villas en términos académicos se refiere.

35 Extracto de la sección “Ante todo”, disponible en http://www.lapoderosa.org.ar/

! 77
Desde estos planos interdependientes —transferidos a partir de las di-
námicas propias de los movimientos sociales, dado que esta publicación surge en
el marco de un movimiento de resistencia villera— se consigue no sólo replantear,
sino difundir una reversión del estigma que proyecta lo villero —sus prácticas,
dinámicas, sujetos y actos de identificación— como una construcción de sentido
ilegítima. Ante esto, la irrupción y amplificación de este discurso no sólo en el
plano endógeno, sino también en el exógeno —en escenarios en los que no se les
espera—- consiguen que su voz no sólo sea tenida en cuenta, sino que sea preli-
minarmente legitimada, consiguiendo hacerse un hueco en ambientes considera-
dos tradicionalemnte como legítimos; o al menos, más legítimos que la mera
subalternidad silenciada: volviendo a Nun, es la cristalización del inicio de la “re-
belión del coro” (Nun, 1989).

5.2.2 ¿Qué dice La Garganta Poderosa?

Una vez desgranados cuatro de los múltiples ejes que aquí consideramos funda-
mentales en la construcción discursiva en tanto constituyentes del proceso de
enunciación, procedemos a poner el foco sobre lo enunciado, analizándolo cualita-
tivamente. Esta diferenciación en el análisis, lejos de significar una dicotomiza-
ción en lo que entendemos por discursivo —según nuestra concepción, ambas es-
feras son parte inescindible de la construcción simbólica— atiende a razones me-
todológicas que, según la perspectiva de Howarth, es necesaria para que la teoría
del discurso resulte operativa (Howarth, 2005).

a) “Tenemos voz pero necesitamos los micrófonos”

La Garganta Poderosa se piensa a sí misma desde la necesidad de resignificación


del discurso hegemónico estigmatizante, como un “grito por la dignidad de un
pueblo”36 . Según Ignacio Levy, a la colectividad villera se le hizo tanto daño —

36“Latiroide, editorial desordenado” en La Garganta Poderosa, número 30, agosto de


2013.

! 78
mediante los discursos de estigmatización— que finalmente les hicieron creer que
no había nada que se pudiera esperar ni hacer ante ella. Ante los efectos del estig-
ma, entendieron la comunicación como una prioridad absoluta para la resignifica-
ción, la necesidad de un medio propio para gritar en un momento determinado:
“vinimos a decir basta: al fin un grito de la Garganta” 37. La mirada exógena—re -
producida y legitimada por aquellos que nunca se acercaron a los sujetos en cues-
tión— cuyos imaginarios han penetrado en todas las esferas y colectividades so-
ciales, ubica a los sujetos villeros como marginales, al margen de toda posible re-
significación, o en el mejor de los casos, como sujetos asistenciales: los sin voz.

“Miren el imaginario que se llegó a forjar como lugar común: los


sin voz. […] ¿Qué sin voz?¿Un barrio sin voz? […] Se refieren a una condición
natural atribuida a una comunidad víctima de un opresión tan evidente como
para ser catalogada como sin voz. […] Nosotros empezamos a recuperar ese mi-
crófono.” (Levy, 2018)

La necesidad de recuperar el micrófono plantea, en primer lugar, que hubo un


momento en el que contaron con ese poder de amplificación de su sentido —o por
lo menos, más amplificado que en la coyuntura actual— y que les fue arrebatado.
Esto pone de relevancia que el discurso, atravesado por la contingencia, precisa de
rearticulaciones y resignificaciones continuas en la pugna simbólica, y que la
ofensiva al orden hegemónico no siempre se entiende en los mismos términos. Es
importante tener esto en cuenta a la hora de profundizar en el análisis, ya que las
prácticas resignificantes en este contexto concreto no son extensibles temporal-
mente, ni tampoco exportables a otras cristalizaciones de orden. Por otro lado, al
ubicarse como sujetos silenciados —y no sin voz— ponen de relevancia el carác-
ter constructivo de la subalternización simbólica: no es que no cuenten con voz
propia como característica apriorística —“condición natural”—, sino que esa voz
existente ha sido silenciada mediante la asimilación de sentidos sedimentados y
luchas por el sentido cristalizadas, que han ido desdibujándoles del mapa enuncia-

37 La Garganta Poderosa, número 43, septiembre de 2014, p. 10.

! 79
tivo legítimo. Por lo tanto su silencio no parte del proceso de producción discursi-
vo, sino del orden simbólico que desde la lectura de lo villero como alteridad
amenazante, lo deslegitima y lo rebaja hasta hacerlo desaparecer.

b) “Transformar la Patria Grande desde la Patria Baja”

Así, se plantea un discurso de confrontación no sólo con la visión exógena de la


identidad villera que desde los agentes reproductores del sentido hegemónico se
irradia para resignificarla, sino que propone una articulación de subalternidades de
toda índole en un sentido regional, pugnando por la legitimidad del sentido de to-
dos los excluidos en los términos más arriba descritos. Esta visión de pueblo se
apoya en la concepción de “transformar la Patria Grande desde la Patria Baja” 38,
una determinación aglutinante que rearticula al sujeto político legítimo de esta
lucha por el sentido, marcando así una clara construcción del “nosotros” en con-
traposición al “ellos”: los que están arriba, los que no nos incluyen en tanto pue-
blo, a los que queremos plantear nuestra legitimidad como actores políticos. Al
retrotraer a la disputa por el sentido el concepto de “Patria Grande”, ponen de re-
levancia una deconstrucción de las máximas bolivarianas en términos populares,
la unificación de éstos sectores en la deconstrucción y lucha por la conquista de
sentido en clave latinoamericana. Esto plantea la posibilidad de una nueva articu-
lación de sentido en el campo popular, en la que la Patria Baja se convierte en la
legítima representante del pueblo, con capacidad transformadora de los sentidos
hegemónicos. En esa articulación, quedan aglutinados gran parte de los movi-
mientos sociales latinoamericanos de corte popular, en una unificación de la lucha
en términos transnacionales: los movimientos villeros, obreros, feministas, de de-
rechos humanos y contra el neoextractivismo son una breve muestra de esta arti-
culación latinoamericanista en términos de subalternidad, planteando así un frente
amplio de lucha para pugnar por revertir la hegemonía.

En el sentido de articulación latinoamericanista, y volviendo al punto de la


horizontalidad como modo de organización interna —que se contrapone con la

38 Manifiesto de La Garganta Poderosa, disponible en www.lapoderosa.org.ar

! 80
necesidad de existencia de un líder para la identificación que propone Verón
(1993)— quisiéramos destacar como particularidad de su Cooperativa de Comu-
nicación que, en todos los números que hemos analizado para este trabajo, aparece
como consejo de dirección “todos los vecinos de todas las asambleas de todos los
barrios de La Poderosa en toda América Latina”, como redactor jefe, Rodolfo
Walsh —el periodista argentino desaparecido por la última dictadura militar ar-
gentina, militante orgánico y redactor jefe de “Semanario Villero”— y como co-
laboradores, Julio Cortázar, Padre Mugica, Ernesto Guevara, Hugo Chávez y
30.000 compañeros detenidos desaparecidos. Esto pone de relevancia, además de
la articulanción amplia de luchas que buscan aglutinar bajo la bandera de la Patria
Baja-Patria Grande, un anclaje ideológico forjado en llo que se entiende que es la
vida e historia de personajes célebres de la historia latinoamericana, todos ellos
con un nexo común a grandes rasgos, y que sirve como articulador en este caso: la
resistencia a un hegemón imperante y la proposición de una nueva construcción
de sentido. De esta forma, el liderazgo pasa al terreno de la memoria colectiva,
asimilado como “un mecanismo cultural que fortalece el sentido de pertenencia a
grupos y comunidades [...] especialmente en grupos oprimidos, silenciados o
subalternizados” (Jelin, 2002), o dicho con otras palabras, que refuerza la subjeti-
vación identitaria colectiva ante la ausencia de un líder visible en una estructura
horizontal, y pone de relevancia la necesidad de identificación ante el vacío aprio-
rístico y universal planteado en este trabajo.

c) Al margen de la política partidista

Como reflejo de la contingencia y de la separación entre lo político y


política que venimos desarrollando en este texto, quisiéramos remarcar el hecho
de que La Garganta Poderosa entiende que la lucha por el sentido tiene lugar en el
campo simbólico-discursivo, más allá de la política entendida en sentido adminis-
trativo e institucional. De esta forma, opta por plantear su disrupción en un plano
más allá de las pugnas partidistas del contexto argentino, ubicando su lucha por
encima de la contingencia institucional, contando esta última con fuertes connota-
ciones polarizantes. Asumiendo también que, en tanto clase subalterna, se saben

! 81
en una posición privilegiada en tanto identidad grupal y colectiva para constituirse
como clientela electoral a disputar (Cravino, 2002) y que, de caer en esas coopta-
ciones, perderían la legitimad de su lucha por el sentido villero, en tanto asimilado
a posturas militantes partidistas. A pesar de que esta postura le ha costado críticas
desde la amplitud del espectro político —institucional y popular— argentino, que
se traduce en más desligitmación de su lugar de enunciación y de su sentido, La
Garganta Poderosa se autodefine como apartidista, entendiendo esta postura como
la única capaz de plantear una ruptura real términos políticos simbólico-discursi-
vos, en los que la pugna institucional se transforma en una cristalización de la po-
lítica en tanto creación y campo de lucha ideológica:

“ Una vez más, [...] volvemos a ser “ultra K39” para los grandes medios de co-
municación, ofendidos porque no los acompañemos a la movilización: tan “ultra
K” como cuando denunciamos a los civiles cómplices de la dictadura militar,
cuando defendimos la Ley de medios, cuando festejamos el matrimonio igualita-
rio, cuando reclamamos una YPF nacional o cuando bancamos40 [sic] la Asigna-
ción Universal [...] al menos este último mes no nos presentaron como una orga-
nización “anti-K” como cuando repudiamos la Ley Antiterrorista, cuando mar-
chamos contra el etnocidio de Insfrán, cuando escrachamos a Gerardo Martínez,
cuando abrazamos a Omar Paini o cuando gritamos para que se escuche la voz
del pueblo mapuche” 41

Esta postura al margen plantea la necesidad de ruptura de un planteamiento dico-


tómico en términos partidistas, o si se quiere, en términos peronistas y no peronis-
tas, que tiene una relación directa con la voluntad popular de ruptura y plantea-
miento de un nuevo sentido. La Garganta Poderosa defiende así una independen-

39 Ser “ultra K” queda definido por los medios hegemónicos como aquella postura que no
sólo está de acuerdo con el discurso kirchnerista, sino que además milita por él, asumido
esto desde una perspectiva denostativa.
40 Bancar es un modismo coloquial argentino que define el hecho de "soportar una situa -
ción difícil o a una persona, especialmente sin manifestar el grado de malestar que ello
genera” (Fuente: Real Academia Española). En este contexto, se entiende como expresar
una muestra de apoyo.

41 La Garganta Poderosa, número 27, mayo 2013, p. 3

! 82
cia, no por apoliticismo, sino porque ninguno de los dos polos ubicados a ambos
lados de la grieta argentina42 han contemplado la posibilidad de legitimación del
sujeto colectivo villero en tanto sujeto político legítimo, así como tampoco han
sido articulados a sus cadena de sentido más allá de la visión que los ubica como
sujetos en asistencia. De esta forma, se identifican con las luchas populares en esa
voluntad aglutinante de articular la Patria Baja, sin por ello caer en la dicotomía
partidista absoluta, por no sentirse interpelados por ella.

d) La cultura villera es construir colectivamente

Sabiendo que no existe inscripción partidista en el discurso de La Garganta Pode-


rosa, se plantea así que su objetivo en lo que respecta a la deconstrucción del es-
tigma alrededor de las construcciones de sentido hegemónicas en torno a lo villero
se torna su reivindicación principal. El eje de planteamiento de nuevos sentidos
pasa por reivindicar la cultura villera en tanto agente legítimo:

“Nosotros venimos de una cultura invisibilizada, que tal vez no sea una
cultura jerarquizada desde la academia, y tampoco sea una cultura de
la solemnidad, pero es una cultura nuestra [...] Cuando empezamos a
valorar la cultura propia, a darnos cuenta de que la cultura del barrio
vale, cada vez empezó a darnos más impotencia cómo la trataban desde
afuera” (Levy, 2018)

Esto nos hace plantear, ¿de qué hablamos cuando hacemos referencia a la la cultu-
ra villera? Desde los medios hegemónicos se propagan sentidos con respecto a lo
villero como una identidad carente de cultura, o por lo menos, de una “alta cultu-

42 La grieta argentina es una categoría utilizada frecuentemente para remarcar la polari-


zación política —y más concretamente, partidista— así como sus consecuencias. Podría
entenderse como la profundización de la frontera simbólica de índole partidista, que en el
contexto contemporáneo ubica a un lado al macrismo, y al otro, a la oposición justicialis-
ta. El hecho de remarcar la existencia de una grieta pone de relevancia la imposibilidad de
confluencia o la dificultad de llegar a puntos medios. La dicotomización del espacio poli-
tico-partidista argentino no es exclusiva del contexto contemporáneo; ha tenido muchas
reinterpretaciones a lo largo de la historia argentina. Si entendemos que la política es de
por sí antagonista y dicotómica, podemos asumir la existencia continuada de una grieta,
eso sí, más o menos profunda dependiendo del contexto.

! 83
ra” que deba ser legitimada y asimilada como tal, en tanto baja y popular. Hemos
analizado en el apartado anterior que, el estigma como medio de simbolización de
lo villero, desprestigia toda producción cultural por no considerarla digna. Las
definiciones estereotipadas sedimentadas sobre prácticas culturales ubican a los
sujetos villeros como meros productores y reproductores de una cultura que cuen-
ta con la “marca de la villa”, siendo la cumbia el principal bastión de este estereo-
tipo deslegitimante. Así, se cercena cualquier posibilidad articulante relacionada
con la producción cultural villera, al dotarla de un carácter despolitizado y sin po-
siblidad de reversión o deconstrucción. Pero más allá de la asimilación solidifica-
da de la cultura villera desde un punto estigmatizante y homogeneizadora, la re-
versión del estigma y la mirada exógena negativa por parte del sujeto colectivo
villero se centra en recuperar la categoría “villero, villera” y resignificarla, convir-
tiéndola así en un significante flotante43 en disputa —flotante por su relevancia
tanto para la identidad villera en su construcción identitaria, como para la identi-
dad no-villera, en tanto acotación de un exterior constitutivo— listo para ser relle-
nado con un contenido distinto al sedimentado por la hegemonía. Este ejercicio de
reapropiación de una categoría previamente estigmatizada pasa por lo que Goff-
man determina como la puesta en escena de “un valor social positivo”, entendido
como esfuerzo y estrategia que activan los sujetos colectivos para presentar una
imagen favorable de sí mismos (Goffman, 1970, p. 9), y por lo tanto, útil en la
contestación activa a la construcción endógena que los ubica como una alteridad
amenazante.
En ese sentido, así lo determina Ignacio Levy: “la cultura villera es
construir colectivamente a pesar de todo”44. Así, la cultura deja de ser para La
Garganta Poderosa la suma de los diversos productos culturales que cuentan con
una “marca de villa”, sino que pasa a ser el resultado de una nueva construcción
de sentido. Confrontando directamente a las construcciones homegeneizantes y

43 Según el marco teórico al que hacemos referencia, un significante flotante es un “ele-


mento discursivo privilegiado que fija parcialmente de sentido la cadena significante, que
está constituido en una intertextualidad que lo desborda y cuya principal característica es
su naturaleza ambigua y polisémica” (Laclau, 2005)

44 En el marco de la conferencia impartida en mayo de 2018 en Madrid

! 84
estigmatizantes, la pretensión de reivindicación de la cultura villera en tanto acto
de identificación para los sujetos colectivos villeros se convierte en un eje articu-
lador que pone de relevancia los aspectos positivos —no por ello exclusivos de
dicha construcción identitaria— que se contraponen a aquellas visiones que los
estigmatizan. De esta forma, la construcción colectiva se erige en tanto significan-
te privilegiado de dicha articulación, que pasa por la solidaridad barrial y la recu-
peración de nexos en clave individual y colectiva: “los lazos vecinales; ayer, hoy
y mañana, inclaudicables” 45. Poner en valor estas cuestiones no sólo propone una
legitimación en tanto positivización de un estigma, sino que además plantea la
carencia de estas cuestiones —o la falta de importancia en términos constituti-
vos— en aquella construcción identitaria identificada como no-villera, reafirman-
do así la frontera simbólica. Desde esta visión, la construcción colectiva construye
un “nosotros” sólido, plural y aglutinante, donde todas las subalternidades internas
—ya subalternizadas por leerse como villeras desde el afuera— acumuladas en la
estructura de desigualdad, se asimilan como una sola, contraponiéndose a las teo-
rizaciones que plantean un reflejo de las estructuras dominantes entre los mismos
sujetos villeros. De esta forma, no sólo se refuerzan los lazos internos entre los
sujetos colectivos villeros a pesar de sus particularidades en tanto pertenecientes a
otras subjetivaciones e identidades colectivas, sino que se plantean como una
identidad unificada y legítima en la lucha por el sentido: una nueva articulación
del pueblo villero. La construcción colectiva se presenta como una pretensión de
universalidad para todo aquello que queda articulado en la cadena de construcción
de sentido villero. Todo aquel momento que forma parte de esta cadena, se asimila
como atravesado —o siendo más concretos, como constituido parcialmente— por
la construcción colectiva, en tanto constituyente de dicha articulación de sentido:

“No hay comida pero hay resistencia; aunque los mala leche enfoquen la delin-
cuencia. No hay gas, pero hay humanidad; aunque los deformadores de cabezas
enfoquen a la maldad [...][nosotros] que no nacemos en una cuna de oro, tene-

45 La Garganta Poderosa, número 13, marzo 2012, p. 5

! 85
mos un gran tesoro que no se mide, ni se compra, ni se divide… haber nacido en
un barrio donde la dignidad no tiene horario”46

Si asimilamos entonces que lo villero es un significante flotante, cuya


disputa y reapropiación interesa a ambos lados de la frontera, y que la forma que
tiene la identidad villera —plasmado en el discurso de La Garganta Poderosa—
de resignificar los sentidos sedimentados estigmatizantes irradiados por la mirada
exógena es entendiendo la construcción colectiva como significante privilegiado y
por ende, articulador de su sentido, nos encontramos ante una voluntad de rever-
sión del estigma mediante la puesta en escena de un valor positivo, tal y como
plantea Goffman (1970). En ese sentido, se propone una contraposición del estig-
ma otorgado con la puesta de relevancia de la dignificación de sus formas de ver
el mundo. La dignidad, presente en el discurso de La Garganta Poderosa como
respuesta al estigma, se convierte en el resultado de esa articulación de sentido
más arriba desarrollada. Dignificar el discurso —sus dinámicas, sus actores, los
sentidos que construyen…— significa legitimar también su lugar de enunciación.
No es que carezcan de dignidad como condición apriorística, por entenderse como
sujetos subalternizados, sino por que ésta les ha sido negada desde la mirada exó-
gena. De esta forma, se plantea cómo la construcción identitaria villera parte de
una contestación a esa mirada hegemónica que los estigmatiza, con la pretensión
de participar en la pugna por el sentido en igualdad de condiciones simbólicas. De
esta forma se plantea una ruptura que posibilita que el trabajo informal se convier-
ta en trabajo a secas —y por ende, legitima que la identidad villera se asuma como
parte de la clase obrera, y no simplemente como sujetos asistenciales— las villas
se conviertan en barrios, es decir, en parte de la ciudad, y sus sujetos dejen de
leerse como chorros o planeros, poniendo en valor sus prácticas y dinámicas en
tanto identidad colectiva e individual.

46 La Garganta Poderosa, número 27, mayo 2013, p.4

! 86
5.2.3 Algunas deconstrucciones del discurso villero

El hecho de privilegiar la construcción colectiva supone una necesaria decons-


trucción de las sedimentaciones para convertirlas en actos de identificación pro-
pios. En ese sentido, queremos destacar en este análisis cuatro elementos clave
que han sido resignificados y que se erigen como elementos significativos en la
construcción de sentido villero que encabeza aquí La Garganta Poderosa, y que se
encuentran inscritos en el seno de su discurso: el fútbol como herramienta consti-
tuyente, la reversión de la concepción de inseguridad, el uso del berretín47 como
arma política y los aportes planteados desde el feminismo villero. Todas estas
cuestiones, que serán posteriormente desarrolladas, se constituyen parcialmente en
esa articulación en tanto construcciones colectivas enunciadas desde lo villero.

a) El fútbol como herramienta constituyente

El fútbol es, para La Garganta Poderosa, un fenómeno fundamental para la cons-


trucción colectiva. Es aquel que, de hecho, permitió el surgimiento de un medio
de comunicación contestatario como es el suyo, convirtiéndose así en un elemento
constituyente y articulador del fenómeno que aquí analizamos: el origen de esta
publicación se remonta al surgimiento de una inquietud común, y un impulso in-
conformista, compartido en la cancha entre partido y partido. La forma de enten-
der el fútbol, desde un punto de vista comunitario, va más allá de la construcción
sedimentada de sentido que hay alrededor de este deporte y todo aquello que lo
circunda en el plano discursivo hegemónico. Para ellos, el fútbol se convierte en
el terreno en el que se ponen de relevancia las dinámicas asamblearias y colecti-
vas, que posteriormente dieron forma al planteamiento de la necesidad de cons-
truir nuevos sentidos para contraponerse a la estigmatización. Un perfecto ejem-
plo de desconstrucción impulsada desde la revalorización de las prácticas, diná-
micas y saberes propios de la villa:

47 Entendemos aquí por berretín el lenguaje propio o jerga con la que se identifica la co-
lectividad villera, que incluye no sólo aportes léxicos, sino formas particulares de cons-
trucción semántica y sintáctica.

! 87
“Lejos de considerarla “el opio de los pueblos” o una económica salvación, la
pelota representa nuestro derecho de expresión, contra una lealtad insobornable,
en Zavaleta 48 o en la Villa Insuperable49, donde los valores van contra la corrien -
te.” 50
Para La Garganta Poderosa, el poder aglutinante del deporte nacional permite que
vecinos y vecinas de las villas comenzaran a experimentar la posibilidad de plan-
tear una reversión de reglas y normas para ajustarlas a su realidad, exportable pos-
teriormente al plano comunicativo. La experiencia de La Garganta Poderosa en el
Mundial de Brasil de 2014 es un claro exponente no sólo de la deconstrucción al-
rededor del fútbol, sino una apuesta por los lazos transnacionales en una lucha por
el sentido que entienden como común. A través de las páginas de La Garganta Po-
derosa se entreteje esa otras construcción de sentido en torno al fútbol como un
factor constituyente, en el que la construcción colectiva tiene una fuerte impronta
a la hora de repensarlo.

b) La deconstrucción del concepto de seguridad

Por otro lado, es interesante cómo desde esta publicación se plantea una decons-
trucción de la concepción de inseguridad, teniendo en cuenta que desde el otro
lado se les estigmatiza como responsables de ella. En este sentido, La Garganta
Poderosa se ha convertido en el bastión de la reversión de esta cristalización de
sentido, abriendo el debate a la cuestión de que, en base a la presencia policial
continuada en las villas como respuesta oficial a la inseguridad en la no-villa —es
decir, el uso del control territorial como forma de disuasión delictiva— el barrio
se ha vuelto inseguro para lo que habitan en él. A través de su plataforma comuni-

48También conocida como Villa 21-24, es un asentamiento precario ubicado al sur de la


ciudad de Buenos Aires, entre los barrios de Barracas y Nueva Pompeya. De la Asamblea
Poderosa de Villa Zabaleta es originaria la idea de la necesidad de construcción de un
medio de comunicación propio, propuesta que condensó en la creación de La Garganta
Poderosa.
49La Villa Insuperable es también un asentamiento precario, ubicado en la localidad de
La Tablada, en el partido de la Matanza, a poco más de 1 kilómetro del límite entre la
Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires.

50 La Garganta Poderosa, número 42, julio 2014, p. 4.

! 88
cativa se denuncian no sólo las razzias policiales o los controles aleatorios por
portación de rostro, sino el uso de la villa como territorio franco mediante zonas
liberadas por la Policía o Gendarmería para el uso consentido —e incluso delicti-
vo— de ciertos espacios por parte de bandas ajenas a la vecindad. Ante esto, plan-
tean la cuestión de la inseguridad en la villa, que atenta contra las posibilidades de
organización y por ende, de reconstrucción de cualquier sentido. Siendo así, los
vecinos y vecinas de las villas donde La Poderosa tiene capacidad de acción, se
han desarrollado dispositivos de “control popular a las fuerzas de seguridad” para
acabar con la impunidad, en otro ejemplo de construcción colectiva en la lucha
por revertir el estigma y construir nuevos sentidos. Esta iniciativa tiene por objeti-
vo para La Garganta Poderosa, en primer lugar, revertir la estigmatización que
sufren las villas y sus habitantes cuando el hegemón asegura y sedimenta que son
zonas inseguras: son inseguras, pero no por cuestiones relacionadas únicamente
con los vecinos y vecinas de la villa. Por otro lado, tratan de poner de relevancia
la cuestión de la impunidad policial, construyendo un nuevo sentido en torno a la
labor de las fuerzas de seguridad en lo referente a proteger a la ciudadanía: “¿Qué
es lo que acontece, no somos digna ciudadanía, parece.” 51 Por último, destacan el
silenciamiento de aquellas muertes que, a causa de lo descrito anteriormente, tie-
nen lugar dentro de las villas. El foco en este sentido recae en la cuestión de la
muerte de menores de edad y condensa en la consigna “Ni Un Pibe Menos”, que
da nombre al documental de La Garganta Poderosa al que se le otorgó un premio
en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana en 2016 y que aún
hoy, sigue recorriendo salas de proyección por toda Latinoamérica contando la
historia de Kevin, un niño de nueve años que murió a causa de una bala perdida
en uno de los enfrentamientos entre bandas en una zona liberada cercana a su
casa. Desde esta perspectiva de construcción colectiva, proponen también un nue-
vo formato para irradiar su discurso, el documental: “El arte audiovisual está exi-
giendo justicia [...] nuestro cine es un acto político” 52. Desde este acto político

51Disponible en la sección “El Grito” de la web de la Garganta Poderosa: http://www.la -


poderosa.org
52 Disponible en la sección “La Película” de la página web de La Garganta Poderosa.

! 89
proponen no sólo una reversión del estigma, sino un nuevo planteamiento en el
que aquellos cuyos actos quedan legitimados por el sentido hegemónico en mayor
o menor medida —las fuerzas de seguridad— son los causantes de los hechos
constitutivos en tanto hechos criminales fundacionales de la justificación de este
estigma: “Por eso La Garganta Poderosa se hace eco de ese grito ensordecedor,
que seguramente retumba en la conciencia de todos los responsables de tanto do-
lor”53.

c) El berretín como arma política

Otra deconstrucción significativa basada en la legitimación de la construcción po-


pular es la puesta en valor del lenguaje propio de la villa: el berretín. Si asumimos
que el lenguaje es “apropiable por la subjetividad, reformable y
performativo” (Franzé, 2015: 156) y por lo tanto, no sólo útil para nombrar lo ya
dado, sino como herramienta primordial para la construcción y atribución de un
sentido nuevo, entendemos que el lenguaje propio de la villa plantee aquí nuevas
atribuciones de sentido desde una perspectiva performativa. Los modismos y la
construcción retórica propia de la villa toma en La Garganta Poderosa un carácter
intrínsecamente político por ser el lenguaje propio de aquellos que tratan de cons-
truir un nuevo sentido villero. Este lenguaje, desprestigiado por las construcciones
de sentido hegemónicas por ser incorrecto o burdo, es un importante elemento de
autoidentificación villera reapropiado por la subjetividad, que recupera aquí su
capacidad articuladora. Revalorizar las dinámicas y saberes propios no sirve úni-
camente como aglutinador interno, sino que se expone —casi desde el desafío—
como parte intrínseca de un sentido que se plantea válido y legítimo, entendido
aquí como una expresión de resistencia en la pugna. Así podemos observar que La
Garganta Poderosa utiliza unas estructuras gramaticales en verso, que recuerdan al
lenguaje tumbero54 y unos modismos propios del lenguaje berretín: palabras como

53 La Garganta Poderosa, número 27, mayo 2013, p.6

54 Propio de los centros penitenciarios. Término que configura una identidad en sí misma que, por
motivos de extensión, excede a este trabajo, pero que cuenta con una conexión directa con la cons-
trucción identitaria villera.

! 90
“pibe”, “mina”, “guacho/a”, “turro/a”, “chamuyero/a” 55… copan sus páginas, en
una práctica que hace suya esta forma de expresión y que, al ser la vía de com-
prensión de su construcción de sentido, la expande más allá de las fronteras de la
villa con la intención no sólo de hacerla visible, sino de legitimarla en tanto len-
guaje legítimo y principal arma política de la resistencia villera en la reconfigura-
ción de sentido.

d) Los aportes planteados desde el feminismo villero

Si bien la construcción colectiva aglutina a todo lo villero en una articulación uni-


ficada, cabe remarcar que bajo esa categoría subyacen otras subalternidades que
se suman a la de ser villero o villera. En ese sentido, queremos prestar especial
atención a una de las opresiones presentes a ambos lados de la frontera: la patriar-
cal. Es importante remarcar como primer punto que el hecho de hablar de opre-
siones en este apartado, lejos de ser una cuestión meramente apriorística —como
condición ya dada— que predetermina una nueva construcción de sentido, las en-
tendemos como cuestiones resultantes de sentidos previamente sedimentados, y
por tanto resignificables y reapropiables. La opresión patriarcal, entonces, parte de
una cristalización de sentido que no es exclusiva del discurso hegemónico, sino
que se encuentra presente y arraigada en muchas otras construcciones discursivas
contestatarias a éste, y por ende, también en las subalternizadas. En este apartado,
queremos prestar especial atención a la deconstrucción que el Frente de Géneros
—una subdivisión de La Poderosa— lleva a cabo en términos de feminismo ville-
ro, quedando plasmada en la publicación que aquí analizamos.

Cabe remarcar que la construcción de sentido del feminismo villero no


sólo se contrapone a la cristalización de sentido hegemónica, sino que surge como

55 Palabras propias de la jerga villera, el berretín. “Pibe” y “mina” hacen referencia a


hombre y mujer, o chico y chica, según el contexto. “Guacho/a” hace referencia a aque-
llas personas nacidas fuera del matrimonio, siendo también utilizado como sinónimo de
persona con mala intención. El uso de esta palabra se ha extendido hasta el punto que se
considera, dependiendo del contexto de uso, como un sinónimo de “pibe” o “mina”. Se-
gún la RAE, “turro/a” se utiliza para referirse a una persona como tonto/a o falto/a de en-
tendimiento.”Chamuyero/a” hace referencia a una persona que habla con intención per-
suasiva, pero sin argumentos sólidos.

! 91
contestación necesaria ante la construcción discursiva del feminismo hegemónico
y de la propia construcción del sentido villero. A ese respecto, se pone de relevan-
cia la necesidad de constituir mediante actos de identificación una actualización
de la identidad villera, que sirva para construir una colectividad que contemple
también la interseccionalidad de sus sujetos políticos en términos feministas y po-
pulares. Al calor del surgmiento de la cuarta ola feminista (Matos y Paradis,
2013), y partiendo de la reproducción de opresión hegemónica propagada desde el
feminismo dominante en tanto sentido privilegiado, el feminismo villero plantea
una construcción discursiva en la que queden contempladas las subalternidades
específicas que sufren otras mujeres —entendidas aquí como los sujetos políticos
feministas plurales en términos amplios, sin apelar al binarismo, sino a una cons-
trucción que contempla al patriarcado como el eje opresor de las identidades de
género subalternas— más allá de la opresión patriarcal. Así, la cuestión de clase,
raza o edad, entre otras, se suman en términos de opresión al hecho de ser sujetos
políticos también oprimidos por el patriarcado, lo que se traduce en nuevas cons-
trucciones identitarias específicas. Por otro lado, la contestación también se fun-
damenta en la necesidad de intersectar una construcción de sentido feminista en el
seno de la construcción identitaria y discursiva villera. Tomamos aquí de Virginia
Vargas el concepto de “segunda militancia” (Vargas, 2016) para dar cuenta de esta
doble vertiente: el feminismo villero milita —pugna por la construcción de senti-
do de— una doble articulación que viene incentivada no sólo por la construcción
exógena, sino también por la mirada endógena que reproduce el sentido sedimen-
tado patriarcal. Según De Miguel, esto se podría explicar en base a que el alto
grado de visibilidad que adquiere el conflicto simbólico más patente invisibiliza el
sesgo patriarcal, de ahí la importancia de construir un nuevo orden simbólico (De
Miguel, 2004). La expulsión de las dinámicas de la militancia por no contemplar
las especificidades de género o la invisibilización de su construcción de sentido
específico son algunas de las razones por las que surge el Frente de Géneros en La
Poderosa.

De esta forma, el feminismo villero, articulado también en la construc-


ción de sentido villero por encontrarse parcialmente sedimentado en la construc-

! 92
ción colectiva de la villa como significante privilegiado de dicha articulación,
propone una deconstrucción no sólo en términos de la pugna por el sentido villero,
sino también en términos feministas, en una doble contestación que plantea una
nueva construcción simbólica, inscrita aquí en la lucha por el sentido villero:

“Porque resistimos y nos organizamos ante el abandono estatal, porque


no queremos ni una muerta más por la violencia patriarcal, porque son parte de
nuestra construcción popular [optamos por]la construcción colectiva de un femi-
nismo villero organizado y autogestivo donde las villeras empoderadas vamos a
gritar más fuerte que nunca; pensado con los pies en el barro, en cada grupo de
mujeres, resistiendo desde los barrios, en cada cooperativa y cada espacio comu-
nitario” 56”

Desde esta perpectiva, pugnan también por una unificación de las distin-
tas vertientes feministas en una construcción de sentido común, en las que las
subalternidades resultantes del predominio discursivo hegemónico —no sólo la
villera, sino también la trans, la originaria o la migrante, entre otras— puedan le-
gitimar su voz y discurso en espacios de discusión y militancia feminista y, por
ejemplo, participar de los Encuentros Nacionales de Mujeres o convertirse en uno
de los principales exponentes de feminismo popular en la Campaña Nacional por
el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

Esta nueva propuesta de construcción de sentido se convierte entonces


en una deconstrucción del estigma, concretamente de la estigmatización de las
mujeres en la villa en el sentido que hemos desarrollado en el capítulo anterior: las
mujeres planeras. En tanto asimiladas como parte de una identidad homogeneiza-
da, las mujeres son leídas por muchos de los agentes legitimadores del sentido he-
gemónico como un sujeto colectivo deslegítimo, a través de la naturalización de la
idea de que “las mujeres de la villa tienen hijos continuamente para poder vivir de

56 Disponible en la sección “Frente de Géneros” de la página web de la Garganta Podero-


sa.

! 93
los planes”57. La construcción de sentido feminista aquí desarrollada, inscrita en
una construcción de sentido villero, contesta a este estigma totalizante de manera
frontal al posicionarse como sujetos colectivos políticos construyendo un sentido
y tratando de pugnar por él.

Habiendo analizado cuatro de las grandes deconstrucciones que tienen


lugar en el seno de la producción de sentido propia de La Garganta Poderosa, qui-
siéramos destacar que, más allá de impulsar una contraposición al estigma me-
diante una mirada positivizada para ganar la legitimidad del campo simbólico,
desde esta iniciativa se opta por mostrar una imagen cruda, no edulcorada y realis-
ta de aquello que ocurre en las villas y que por ende, articula la identidad villera.
No se trata de una mirada normalizadora ni ingenua, sino que parte de la máxima
de poner en primer plano aquellas consecuencias que la construcción de sentido
hegemónica impone a los villeros en tanto subalternizados. No hacerlo supondría
—para La Garganta Poderosa— enmascarar una realidad latente en los barrios,
aquello que posteriormente se transforma en “un grito de humanidad”58. La nece -
sidad de poner el foco en los valores positivos de la villa —según asumimos de
Goffman (1970)— viene incentivada por la necesidad de revertir con argumentos
sólidos un estigma impuesto desde afuera. Pero esto no implica la asimilación de
los sujetos en tanto víctimas de un sistema opresor, sino que éste es el hecho fun-
dacional para que nazca la contestación, desde un punto militante y combativo,
para la legitimación de su lugar de enunciación y de su sentido: para que éste pue-
da también competir en una lucha hegemónica en igualdad de condiciones simbó-
licas.

57Estaafirmación surge en el marco de las entrevistas a ciudadanos argentinos de clase


media (3 hombres y 3 mujeres, entre 25 y los 50 años de edad) residentes en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, realizadas en marzo de 2018

58 La Garganta Poderosa, número 27, mayo 2013, p. 4

! 94
—6. Conclusiones—

A lo largo de este análisis hemos pretendido responder a la cuestión de la consti-


tución de la identidad villera. Para ello, la Teoría del Discurso ha sido útil como
marco teórico que nos ha permitido pensar la política como creación contingente
radical, al discurso como instituyente de sentido y a las identidades, como relacio-
nales, antagónicas y construidas mediante actos de identificación.
Para responder a la pregunta de investigación que aquí nos hemos plantea-
do: “¿cómo se constituye la identidad villera?” ha sido necesario que desglosára-
mos ese cómo en tres cuestiones subyacentes: ¿mediante qué mecanismos? ¿quié-
nes son sus actores? ¿qué discursos entran en juego en dicha construcción?
1. Si asumimos que las identidades son discursivas, relacionales y antagó-
nicas, construidas mediante actos de identificación en el discurso, podemos asu-
mir que el mecanismo de construcción de la identidad villera parte del resultado
del juego entre la mirada interna mediante en términos de autoidentificación co-
lectiva y la mirada externa, como parte de la definición otorgada por un exterior
constitutivo: esta es la interpretación que hacemos ese la tensión entre la lógica de
la equivalencia y la diferencia en la que se fundamentan las construcciones identi-
tarias. En este sentido, esta última construcción discursiva no sólo es útil para de-
finir a la identidad villera, sino también para construir la identidad hegemónica —
esto es, la no villera— en tanto a un no ser y no pertenecer, útil para legitimar la
supremacía del discurso asimilado como legítimo en una lucha por el sentido que
parte de una frontera que no es estática, sino contingente.
2. Para ambas construcciones, se convierte imprescindible contar con las
cristalizaciones previa al respecto, en tanto se entienden como sentidos sedimen-
tados en los que parcialmente quedan ancladas la constitución discursiva.
Al determinar que existe un vacío originario en el ámbito simbólico —por no
existir elementos apriorísticos a los que asirse para la identificación— éstos se
ubican como hechos fundacionales en tanto momentos parcialmente sedimenta-
dos. De esta manera, la segregación territorial y la disputa por el derecho a la ciu-
dad en términos de acceso a la vivienda se torna aquí un eje fundamental, tanto

! 95
para la perpetración de una exclusión del campo discursivo por parte de la hege-
monía, como para observar los límites de la resignificación que guiarán la cons-
trucción identitaria villera.
3. Como en toda sedimentación histórica, la narración hegemónica es la
que prevalace, por contar con el predominio discursivo no sólo en el momento de
la enunciación, sino también posteriormente. Por ese motivo, observamos que la
cuestión histórica está atravesada por el estigma, en un intento de ligarla a un he-
cho delictivo fundacional —en este caso, la ocupación de tierra— para justificar
una mirada exógena despectiva desde los inicios. Así, a pesar de que la sedimen-
tación parcial permita una resignificación y una reapropiación en términos simbó-
licos, observamos que el esfuerzo por parte de los discursos colectivos villeros es
doble al tratarse de una cuestión simbolizada desde el estigma. De esta manera,
asumimos también que la cuestión de la differentia specifica no se trata únicamen-
te de una cuestión de alteridad, sino que viene sedimentada desde la desigualdad
que estas sedimentaciones generan.
4. Si bien ha existido un corrimiento de sentido con respecto a la mirada
exógena de lo villero, aquel que opera con el estigma como medio de simboliza-
ción no ha variado significativamente, haciéndonos cuestionarnos la existencia de
un sentido hegemónico que se convierte en atemporal. Esto lo observamos en la
preeminencia de lo villero como constante estigmática, que remite y justifica la
existencia de una marca de la villa que prevalece sobre cualquier otra cuestión.
5. En cuanto a lo referente a de los medios de comunicación masivos —y
hegemónicos— como aquellos que llevan a cabo la cristalización y propagación
del sentido exógeno en el sentido más amplio, cabe destacar que si bien la cons-
trucción discursiva no siempre ha sido por defecto estigmatizante, se ha encargado
de remarcar la existencia de una frontera entre el “ellos” y el “nosotros” que legi-
tima la exclusión en términos simbólicos, aún cuando se trate de una visión que
los asume como dignos, siendo ésta enunciada desde una mirada lastimera y asis-
tencial.
6. Llegamos a la conclusión que lo villero se torna un significante flotante
por ser un elemento valioso en la lucha de sentidos, para la construcción identita-

! 96
ria de unos y otros. Si asumimos que la narración preeminente asume una asimila-
ción por parte de los sujetos villeros de ese discurso estigmatizante, nos encon-
tramos ante una práctica disruptiva cuando éstos optan por legitimar su lugar de
enunciación como primera lucha simbólica, para posteriormente validar sus senti-
dos y resignificaciones: es lo que llamamos “la rebelión del coro” (Nun, 1989).
7. Desde la perspectiva de la comunicación popular y comunitaria plantean
una disputa en términos de su lugar de enunciación. La Garganta Poderosa, como
principal exponente aquí analizado acerca de esta cuestión, propone una reapro-
piación del estigma para la construcción identitaria desde este plano enunciativo.
Si bien la lucha es en términos simbólicos, no hay que olvidar que, al enunciarse
desde una contraesfera mediática, su capacidad articuladora es limitada en lo que
a difusión se refiere. Si bien esto excede al objetivo de este trabajo, cabría plan-
tearse para futuras investigaciones al respecto, la cuestión de una reversión real y
efectiva del estigma y del discurso hegemónico en igualdad de condiciones en la
lucha. Debido al alcance masivo de los medios de comunicación, —contra lo que
desde una contraesfera mediática no puede combatir— esta posibilidad queda re-
legada a que sea la hegemonía la que tolere la presencia y legitimidad de los nue-
vos sujetos en el campo discursivo.
8. Aún así, desde este punto de enunciación se han planteado interesantes
deconstrucciones de sentido villero que han sido útiles no sólo para su resignifica-
ción y construcción identitaria propia, sino también para el conjunto del campo
popular, planteando desde sus métodos y sus sentidos disputados la posibilidad de
construir pueblo al margen de los flujos hegemónicos, esto es, de erigirse como
una identidad digna a pesar del no reconocimiento más allá del campo popular.

! 97
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