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debilitamiento. En la actualidad, la seguridad social se inscribe dentro del amplio campo de las
formas de protección social, ideadas por los seres humanos desde su aparición hasta nuestros
días, para atender los “estados de necesidad”, resultado de los distintos hechos: biológicos,
económicos y sociales, que los causan. En las sociedades de hoy, la seguridad social se
constituye, erige y define como una política pública, que compromete seriamente al Estado,
por cuanto, en primer término, la sociedad universal la ha reconocido como un derecho
humano y social fundamental; y, en segundo lugar, el Estado, se ha constituido en el garante de
su efectividad.
En América Latina y el Caribe, la seguridad social ha pasado por varias etapas o momentos, que
la diferencian, relativamente, de la forma como ha logrado su consolidación en otros lugares
del mundo.
La seguridad social se enfrenta a grandes desafíos. El mundo ha cambiado de tal forma que los
pilares que constituyeron la base de sustentación de la seguridad social en el pasado, han
empezado a fragmentarse y debilitarse considerablemente, por lo que muchas de las reformas
que se proponen, en apariencia, para fortalecerla, como ha pasado recientemente en América
Latina, terminan desnaturalizándola totalmente. Uno de los grandes desafíos de la seguridad
social es el de la ampliación o extensión de su cobertura en un contexto económico, político,
social y cultural, absolutamente adverso a tales propósitos. Pero, la ampliación de la cobertura
de la protección social se está logrando en algunos países latinoamericanos, merced a un
expansionismo de la asistencia social, entendida, básicamente, como transferencia directa de
recursos, principalmente, dinerarios, sin contraprestación alguna por parte de los beneficiarios
de la ayuda económica asistencial, hecho que no contribuye a superar los estados de
desprotección social, sino a mantenerlos atenuados en su potencialidad, lo que convierte a la
política social pública en una modalidad de asistencia clientelar, legitimadora de un
determinado orden social y político. Demostrar este aspecto, premisa básica, constituye el
principal objetivo de la presente ponencia.
Los seguros sociales, en consecuencia, marcan una época en la protección social asegurativa de
la población latinoamericana y caribeña; y, por tal motivo, se convertirán en el epicentro de lo
que denominamos, proceso de reforma de la seguridad social, la cual, siguiendo a Mesa –Lago,
y, dependiendo, precisamente, de lo que suceda con la institucionalidad de los seguros sociales,
la reforma será estructural o no estructural. Las reformas estructurales son de tres tipos:
Modelo Sustitutivo; Modelo Paralelo; y, Modelo Mixto. Las reformas no estructurales, refieren
a la incorporación de algunos cambios no sustantivos.
La reforma estructural hace desaparecer en el corto, mediano o largo plazo, los seguros
sociales. La reforma no estructural, permite la continuidad de los seguros sociales, remozados
en algunos aspectos, y, su convivencia, con otros esquemas protectores y asegurativos. El
proceso de reforma de la seguridad social en América Latina y el Caribe, marca un hito, en
cierta manera, en la responsabilidad del Estado en cuanto a garantizar la seguridad social a
todas las personas, pues, en las estructuras organizativas de la seguridad social en América
Latina y el Caribe se observa la aparición de la mercantilización-privatización de la seguridad
social.
Los seguros sociales se consolidan en América Latina y el Caribe bajo el mismo esquema que le
dio origen en la Alemania de Bismarck, en 1883, es decir, como una modalidad de protección
obligatoria de la fuerza de trabajo que compromete por igual a trabajadores, empleadores y el
Estado, que frena la potencialidad del conflicto social obrero-patronal.
Los seguros sociales inician su plan de protección por las contingencias relacionadas con la
salud de los trabajadores y, progresivamente, avanza hacia otros ramos de aseguramiento,
como por ejemplo, la pérdida de los medios económicos de vida como consecuencia de causas
biológicas: enfermedad, accidente, vejez, muerte; y, la pérdida del empleo.
En 1952, La Oficina Internacional del Trabajo, (OIT), en la conferencia de ese año, aprueba el
Convenio 102, mejor conocido como “Norma Mínima de Seguridad Social”, en la que se
establecen las contingencias mínimas que deben cubrir los seguros sociales en los países que
suscriban y ratifiquen el Convenio y los sectores de población amparados.
El sesgo profesionalizante o laborista que se da a los seguros sociales desde su inicio resultará, a
la postre, en una de sus mayores debilidades, por cuanto, los seguros sociales se mantienen con
una cobertura poblacional muy baja- fuerza de trabajo ocupada en el sector formal de la
economía-, lo que sirve de argumentación para que cobre ímpetu la tendencia universalista;
pero, bajo un esquema de responsabilidad individual, con lo que pierde fuerza la solidaridad
intergeneracional y la dignidad humana, como principios filosóficos, doctrinarios e ideológicos
que sustentan la seguridad social como derecho humano fundamental.
Los seguros sociales se mantienen en relación directa con los mercados laborales y la
formalidad laboral. Su campo de aplicación personal, como se ha dicho, por lo general, es el
porcentaje de la Población Económicamente Activa (PEA), ocupada en el sector formal de la
economía, salarizada y localizada en centros urbanos y polos de desarrollo industrial, cifra que
hasta el inicio de la reforma no superaba, en promedio, el 30% de la PEA. Y, luego, del freno
puesto al proceso reformista, se incrementa a un promedio regional de 40%, incluyendo en este
promedio la cobertura de la seguridad social en Chile y Costa Rica, las de más alta cobertura
poblacional regional. Con la reforma de la seguridad social, desde la perspectiva pensional,
elemento central de la reforma y definitorio en un sistema de seguridad social, al inicio, como
se ha indicado, la cobertura tiende a ampliarse; pero, tan pronto aparecen los desequilibrios en
la producción y en los mercados laborales, la tendencia expansiva se frena y comienza a
retroceder, cualitativa y cuantitativamente.
La reforma, al menos, la reforma pensional, no cumplió, en su inicio e, igual, posteriormente, el
objetivo de ampliar la cobertura pensional en América Latina y el Caribe, lo que facilita la
aparición de una corriente favorable a la contra-reforma. En materia de cobertura de la
seguridad social conviene distinguir entre cobertura legal, cobertura estadística y cobertura
real. La primera, es posible que tienda a la universalidad, “todas las personas tienen derecho a
la seguridad social”; la segunda, es más restrictiva y refiere a quienes tienen la posibilidad de
afiliarse, por ejemplo, “los trabajadores sometidos a relaciones laborales de subordinación o
dependencia, cualquiera sea el salario y medio de desenvolvimiento: urbano o rural”. Y, la
tercera, los trabajadores, que, en definitiva, se afilian y cotizan regularmente. Estas tres formas
de medir la cobertura de la seguridad social, por lo general, no coinciden. La cifra más baja, es,
siempre, la de la cobertura real. Y, esta cobertura es, la que según medición hecha por la CEPAL,
no supera el 40% en toda América Latina y el Caribe
La AISS, bajo la vocería de Kiefer Sutherland, destaca las bondades de la seguridad social e,
igualmente, los grandes desafíos a los que se enfrenta en la actualidad. Veamos:
<!--[if !supportLists]-->a) <!--[endif]-->Cada día y todos los días, la seguridad social mejora la
calidad de vida de las personas
<!--[if !supportLists]-->b) <!--[endif]-->La seguridad social hace más que otorgar un seguro en
tiempos de necesidad
Estas bondades se opacan y oscurecen cuando Sutherland aborda los desafíos actuales de la
seguridad social, a saber:
¿Cuál es la meta de la seguridad social en nuestros días?. Lograr que el alcance de la seguridad
social se extienda a todas las personas del mundo sin exclusión alguna.
Mejorar la estabilidad y sustentabilidad de la seguridad social, pasa por atender los desafíos
señalados, caso contrario, la seguridad social perderá sus atributos y bondades, generando
gran conflictividad social.
“La protección social, y especialmente la lucha contra la pobreza, han pasado a encabezar la
agenda política en América Latina.(…) No es sorprendente que los gobiernos emergentes de
centroizquierda en América Latina presten cierta atención a la pobreza y la desigualdad dadas
sus bases de apoyo naturales y su ideología. En cambio, sí es inusual que gobiernos de centro
derecha (…) hayan identificado la protección social como un área prioritaria y se hayan
comprometido a ampliar los programas existentes de transferencias para combatir la pobreza
(…) Lo que caracteriza el reciente interés por la protección social es la proliferación de
programas de transferencias de ingresos a hogares en situación de pobreza. Mientras que las
políticas de los 90 se centraron principalmente en reformas a la seguridad social, la década de
2000 ha estado dominada por la expansión de la asistencia social. Durante el siglo XX, los
sistemas de protección social de la región estuvieron dominados por la seguridad social y el
principio de contribución. El crecimiento de los programas de transferencias para combatir la
pobreza desde comienzos del siglo XXI, en cambio, hizo hincapié en la asistencia social y el
principio de ciudadanía (…)”.(Barrientos, 2012)
La seguridad social es un derecho social, fundamental, de toda persona, así lo ha reconocido la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y, buena parte, de las Constituciones Políticas
latinoamericanas y caribeñas; por consiguiente, a nuestro juicio, el tema del enfrentamiento de
la pobreza no es cuestión de la prioridad que se le conceda a lo contributivo o a lo asistencial.
En la actualidad, la seguridad social, concebida como derecho, comprende toda forma de
protección social: segurista o asistencial. La seguridad social, desde la perspectiva contributiva,
supone que las personas tienen las posibilidades y oportunidades para obtener los medios de
vida, satisfacer sus necesidades y asegurar su protección social en todo momento o etapas de la
vida humana. El resplandecer del asistencialismo, no se debe al carácter contributivo de una
cierta concepción limitada de la seguridad social, es, a decir verdad, el reconocimiento político
de la incapacidad para colocar a las personas en condiciones para procurarse sus medios de
vida mediante el trabajo productivo. El asistencialismo no es condenable; pero, la simple
transferencia de ingresos económicos a las personas y familias consideradas pobres, lo que ha
sido probado a lo largo de la historia humana, no ha sido, ni será, la vía para garantizar calidad
de vida y bienestar.
Cuatro documentos, de fecha reciente, emanados de la OIT, OMS y de la AISS, marcan la pauta
para una redefinición de la política social y de la seguridad social.
A finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, la OIT, preocupada por el rumbo que
adquirieron los procesos de reforma de la seguridad social; la tendencia al envejecimiento de la
población; los cambios en los mercados laborales; las crisis financieras; y, el impacto de estos
fenómenos en el equilibrio financiero de los sistemas de seguridad social, elaboró tres
documentos con contenidos de gran importancia y significación para la seguridad social.
Los cuatro documentos, brevemente reseñados, ofrecen a los gobiernos del mundo
orientaciones precisas y válidas para redefinir la política social, orientándola a la conquista de la
meta de ofrecer seguridad social para todas las personas sin exclusión alguna.
Para el caso particular de América Latina y el Caribe, conviene, destacar, también, por su
importancia, la Carta Andina de Seguridad Social y los Acuerdos Bilaterales y Multilaterales en
materia de Seguridad Social, suscritos por los gobiernos de los países miembros de la
comunidad andina. De igual importancia, es el “Acuerdo Multilateral de Seguridad Social del
MERCOSUR”.
“(…) En realidad el gran déficit de las sociedades latinoamericanas en relación con sus
trabajadores no se encuentra en relación a la existencia de una adecuada legislación laboral
sino en la seguridad social.(…) la gran dificultad que experimentan muchos trabajadores que, en
general, disfrutan de la tutela legislativa laboral, aparece cuando deben afrontar contingencias
que no pueden atender adecuadamente con su salario y demás beneficios legales o
contractuales. Cuando el trabajador enferma, muere o entra en una desocupación crónica,
cuando se hace viejo y pierde sus facultades productivas, el Derecho Laboral deja de ser un
instrumento adecuado de ayuda. Es entonces cuando la seguridad social debería prestar al
trabajador el auxilio que ya no le da el Derecho del Trabajo y es entonces cuando
desgraciadamente, la seguridad social en muchos países de la región latinoamericana aparece
como bastante inadecuada para llevar a cabo esta importante misión”. (Hernández Alvarez
(2009)
Este mismo autor, fundado en cifras provenientes de la CEPAl, en informe sobre “La Protección
Social de cara al futuro: acceso, financiamiento y solidaridad”, señala, que: “(…) Para el año
2006 el porcentaje de trabajadores de la región que cotizaba a la seguridad social era apenas
del 38,7%. Esta cifra (…) supone un promedio que comprende desde los países con cobertura
más amplia (Costa Rica, con el 65,3% y Chile con el 64,9%) hasta los de cobertura más baja (
Paraguay 13,5% y Perú 13%). Esta baja cobertura de la seguridad social se corresponde con la
existencia de un alto porcentaje de la población (42%) que se encuentra debajo de la línea de
pobreza y sin protección social básica” (Hernández Álvarez, 2009)
Este drama social de América Latina, que existe, que es real, trata de ser abordado por los
gobiernos de distinto tipos mediante medidas y programas de corte asistencial, transfiriendo
recursos económicos a las personas y familias privadas de dichos recursos. Consideramos, que,
el asistencialismo, por sí solo, no es la vía correcta para extender la cobertura de la seguridad
social y la protección social. El asistencialismo, puede constituir un piso de protección social,
como lo recomienda la OIT; pero, para construir sobre él, otros pisos de protección, garantes de
una mejor y mayor calidad de vida y un mayor bienestar social de la población en su conjunto.
Hacer de las medidas asistenciales un fin en sí mismo, es dilapidar recursos por cuanto la
situación de pobreza, concebida integralmente, no se supera con limosnas, sino con un
enfrentamiento pleno que tenga por norte el desarrollo de la actividad económica sustentable,
la educación de la población y la generación de empleo de calidad para la fuerza de trabajo.
Sí, tales condiciones se dan, las personas están en capacidad de generar sus medios de vida y
contribuir al financiamiento de su seguridad social, bajo un marco de solidaridad y justicia
social.
<!--[if !supportLists]-->8. <!--[endif]-->Asistencialismo vs Seguridad Social en Venezuela
Venezuela, es el país anfitrión de esta Conferencia de CLACSO, por tanto, merece una
consideración especial respecto al tema abordado. A partir de la tercera década del siglo XX,
Venezuela, dio inicio a lo que se conoce como proyecto modernizador, en cuya ejecución
cumplió papel importante el Estado, alimentado por una renta petrolera creciente que
permitió, entre otras acciones, establecer un marco institucional importante de carácter
asistencial, el cual pierde intensidad a finales de siglo, para dar lugar a una restricción
significativa de la participación del Estado en lo social, típica acción de los programas de ajuste
recomendadas por los organismos financieros internacionales.
En Venezuela, el siglo XXI, ha significado el retorno del populismo, bajo un modelo de desarrollo
económico, social y político, bautizado con el nombre de “socialismo del siglo XXI”. Este
socialismo, tiene, por característica, la acentuación del asistencialismo como política social del
Estado, mediante la creación y puesta en marcha de una serie de programas (misiones sociales)
estructurales, unos; y, coyunturales otros. Se trata de una política de transferencia neta de
recursos monetarios y otras prestaciones hacia sectores de población de bajos recursos
económicos. La seguridad social, o, mejor dicho, los programas sociales contributivos, han
quedado al margen, ahogados por el asistencialismo social, con el cual se ha distribuido parte
de la renta petrolera en los sectores de población con privación económica. El régimen
contributivo de los seguros sociales se ha fundido o fusionado con el régimen no contributivo o
asistencial, si demarcación alguna que los separa e identifique. En Venezuela, desde este punto
de vista, muestra tendencia a la extensión de la cobertura de la protección social, sin tener para
ello una base sólida de sustentación financiera.
Bibliografía
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ABSALON MENDEZ CEGARRA
Licenciado en Trabajo Social, Abogado, Doctor en Ciencias Sociales. Coordinador del Postgrado
integrado en Seguridad Social FACES. UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
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Jan
11
La reiterada oferta de diálogo que hace Nicolás Maduro, absolutamente falsa y engañosa, no
otra cosa que un parapeto para algunos escarceos de aparentes conversaciones, realizadas,
curiosamente, fuera del país, es la estrategia gubernamental para ganar tiempo y simular ante
la comunidad internacional disposición para superar la crisis política nacional, con partes o
conversadores carentes de representatividad, razón por lo que las partes deben acudir a
fiadores internacionales ante la desconfianza de unos y otros y a chaperonas,