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Ficha de cátedra

Cultura y naturaleza. La búsqueda de la antropogénesis.

Elisa Caruso

Como señala Nelly Schnaith1, “el uso de la palabra cultura adolece, en


general, de una imprecisión avalada por la misma amplitud del concepto,
origen de una polisemia que ha imposibilitado cualquier intento de
definición unívoca” Una distinción clásica podría en principio ayudarnos
a delimitar su concepto. Se trata de la diferencia entre naturaleza y
cultura, diferencia que arraiga también en una vieja tradición. El hombre
que no ha podido soslayar su propia y evidente realidad biológica tampoco
se ha considerado a sí mismo como un animal más. En consecuencia, ha
dirigido grandes esfuerzos a comprender la relación entre lo humano y la
naturaleza. A lo largo de la historia, la comprensión de esta relación ha
ido variando desde la oposición radical, pasando por la afirmación de una
evolución continua, hasta la necesidad de la disolución de la dicotomía
como parte de un paradigma perdido ( Edgard Morin). 2

1
Scnaith, Nelly. “Condición cultural de la diferencia psíquica entre los sexos” en
AA.VV.La bella (in)diferencia. México, Siglo XXI, 1991.
2
Han existido posiciones que, partiendo de una oposición radical entre ambos términos
han negado a uno u otro. Veamos:

1. La cultura es la segunda naturaleza. La cuestión tiende a plantearse en términos


de pasaje. El paso dado por el hombre hacia el abandono de las formas de la vida
animal no tiene retorno. El hombre no puede escapar a su propio logro. Para
algunos, con la cultura el hombre ha producido una desnaturalización o
degeneración , para otros, que valoran el pasaje positivamente, ha progresado..
Esta manera de entender la relación es común a las narraciones mítico–religiosas
(mito del paraíso perdido) y a las racionalizaciones de las mismas que subyacen a
muchas teorías del origen del estado (Hobbes, Rousseau).

2. Para los biologistas, sólo existe la naturaleza. Lo social y cultural no es más que
una astucia de la naturaleza en la lucha por la sobrevivencia de la especie. Hasta
las conductas más refinadas y aparentemente espirituales tienen su origen y
explicación en los instintos, en patrones de conducta adquiridos por la especie a
lo largo del proceso de evolución. Las diferencias entre lo animal y lo humano no
son esenciales ni cualitativamente discernibles. Son en su gran mayoría sólo
diferencias cuantitativas, de grados de inteligencia. La inteligencia misma y el
conocimiento no tienen un estatuto especial. Son sólo mecanismos adaptativos de
un común mecanismo biológico de ensayo y error. Esta respuesta biologista es
común a algunas interpretaciones evolucionistas, a la sociobiología y a algunas
corrientes de la etología.
Sea cual sea la posición que se adopte, es preciso comprender que la
naturaleza no es una realidad que se ha dejado atrás o afuera de la
cultura3, que el pasaje, tal como sostiene Schnaith, “no es un hecho
relegado a un pasado mítico sino un dilema siempre actual, constitutivo de
la dimensión humana en cuanto tal; que la cultura, orden de lo simbólico,
no es un avatar del hombre natural sino que, por lo contrario, la
naturaleza, en el ser humano es un modo de ser de su propia cultura o de
su estado cultural. La naturaleza no es una dimensión que la cultura ha
dejado atrás sino una instancia interior a la cultura misma y, bajo este
aspecto, la experimentamos y la pensamos como uno de los objetos
culturales”.4 No hay cultura que no se plantee desde su propio interior lo
otro de la cultura, la naturaleza, pero construida a veces como una
fantasía de los orígenes a los que se añora regresar, otras veces como
aquello que es preciso imitar y no contradecir ni violentar; en otros casos,
aquello que debe ser dominado en el cuerpo mismo de los hombres, caballo
de Troya de las fuerzas exteriores a la cultura, para ponerlo al servicio de
la vida humana.5 En síntesis, la naturaleza, lejos de ser un dato
inequívoco del que partir para comprender por oposición a la cultura,
resulta definida e interpretada por la cultura misma. Es ésta la que
siempre proporciona una u otra interpretación: más que naturaleza,
siempre tenemos una cierta idea de ella.

Las tres dimensiones de la cultura


Siguiendo nuevamente a Schnaith, podemos sistematizar las distintas
maneras en las que ha sido comprendida la cultura de modo no excluyente
como tres dimensiones de la misma. A saber:

3. Una tercera manera de entender la cuestión plantea que en tanto la cultura es la


condición de lo humano, es en sí misma la verdadera naturaleza del hombre. La
cultura es el modo en que la naturaleza del hombre se despliega y manifiesta. La
cultura está en función de la naturaleza. (Funcionalismo) La cultura viene a
compensar la natural debilidad biológica. El hombre es una especie mal-lograda
que requiere de un sistema artificial compensatorio con el que suplir las
deficiencias de su naturaleza fallida. La naturaleza humana se compone de un
repertorio de necesidades básicas cuya satisfacción será cultural.

3
La naturaleza como exterioridad de la cultura es concebida como la parte del ambiente
no creada o modificada por el hombre y recíprocamente se ve a la cultura como la parte
del ambiente creada por el mismo (Willey-1927) Se vincula fuertemente a la noción de
medio ambiente y se reconoce que es esta dimensión la que es fuertemente defendida por
el pensamiento ecologista. Aquí se platea el problema de la relación ética con las otras
especies, el problema del derecho del hombre de explotarla y dominarla, etc.
4
Schnaith,N. Op. cit.
5
La naturaleza no ha quedado atrás en el tiempo como un estado previo a la cultura sino
más bien ha sido incorporada a éste como una instancia interior a la cultura misma
porque, además, en tanto la cultura se construye sobre la base biológica de los sujetos
que la componen, deberá proveer de algún modo a su conservación.
-La cultura como experiencia vivida: esta dimensión hace referencia a la
forma de vida de un pueblo. Aquí la cultura no es vista como dique o freno
de la naturaleza humana, sino mas bien su expresión social directamente
intuida, sin reflexión, en las manifestaciones en que la cultura da rienda
suelta a la naturaleza como costumbre. Nietzsche podría ejemplificar esta
manera de entenderlo.

-La cultura como dimensión conciente de la vida social: aquí la cultura


abarca el acervo espiritual de un pueblo plasmado en las realizaciones
“como espíritu objetivo”. El mito, el arte, la religión, las formas de
pensamiento, etc., constituyen el espejo privilegiado en los que un pueblo
puede reflexionarse y comprenderse. Ernst Cassirer ha enfatizado este
aspecto de la cultura como conjunto de formas simbólicas.

-La dimensión no conciente de la cultura: en este plano se ubican las


convenciones estructurantes de la cultura, aquellos actos cuyo origen
convencional y cultural se desconoce y pasan a ser considerados
precisamente como naturales . La raíz de estas convenciones fundantes
ha sido situada en el tabú del incesto. Freud y mas actualmente Levi-
Strauss han destacado este aspecto y han situado allí “el pasaje” que
trasmuta el instinto en una fuerza social. Estas convenciones instauran
un orden no biológico aunque vital. Es el orden de lo simbólico que
establece y estipula lo que cada grupo humano considera precisamente lo
humano .

El deseo como clave de la cultura.


Muchos autores, en el intento de encontrar una característica
antropogénica, esto es que explique lo humano en tanto humano, que sea
su razón de ser y no meramente una prolongación de las cualidades ya
encontradas en la escala zoológica, han visto en el deseo el componente
diferenciador. El hombre se revela y constituye a sí mismo y a los otros en
y por el deseo. En el deseo, lo deseado se revela como un no-yo y por lo
tanto, hace conciente al yo..
Hegel (1770-1831), en la sección de la “autoconciencia” de La
fenomenología del espíritu, narra esta fase de la experiencia de la
conciencia humana que en este punto se ha distanciado de su raíz natural
primitiva y busca la verdad de la certeza que tiene de sí, certeza de ser no
meramente un animal sino autoconciencia, saber de sí, saber que sabe,
sujeto. Busca en principio en el goce de las cosas sensibles pero pronto
comprende que es en vano buscar su verdad en las cosas. Es decir, no es
en el disfrute común al animal que puede obtener su verdad. Descubre
que sólo otra autoconciencia puede proporcionar un fundamento objetivo
a su certeza subjetiva y por ello debe lograr el reconocimiento de la otra
autoconciencia contrapuesta. Se desata así una lucha por el
reconocimiento, lucha a muerte pues cada una pretende ser reconocida
sin reconocer a la otra. Cada una quiere la muerte de la otra aunque
ninguna de las dos muere. Sin embargo una resulta ser amo, pues ha
enfrentado el riesgo absoluto, se ha jugado la vida; la otra ha devenido
esclava, ha retrocedido ante la muerte, el amo absoluto.
Pero se opera una inversión dialéctica. El amo que se vincula con la
cosa a través del esclavo sólo se relaciona negativamente -es decir,
destructivamente- con ella en el disfrute. Además, queda apresado en el
reconocimiento de una autoconciencia inesencial; es reconocido por un
esclavo, alguien carente de libertad y, en consecuencia, no
verdaderamente humano. El esclavo, que vive en la angustia y el temor del
amo, el estar obligado al trabajo obtiene de las cosas el conocimiento de sí,
su autoconciencia. Sabe que en el trabajo objetiva su esencia en las cosas
pues éstas dejan de ser naturaleza y pasan a formar parte del mundo
humano de la cultura. Se inicia así el camino de la formación cultural, de
la bildung que se desarrolla en el pensamiento y en el mundo objetivo
como praxis transformadora.

Como síntesis podríamos citar las expresiones de N. Frye:


“La cultura no es simplemente imitación de la naturaleza sino un
proceso de construcción de una forma humana total mediante elementos
de la naturaleza y depende de aquella fuerza que hemos llamado deseo. El
deseo de alimento y de casa no se apaga con las raíces y las cavernas:
produce esas formas humanas de naturaleza que llamamos cultivos y
arquitectura. El deseo no es por tanto una simple respuesta a la carencia –
porque un animal puede necesitar alimento sin plantar un jardín para
conseguirlo- ni deseo de algo particular. No está ni limitado a los objetos
ni es satisfecho por ellos, sino que es una fuerza que guía a la sociedad
humana en el desarrollo de su forma peculiar... La forma del deseo es
liberada y vuelta manifiesta por la cultura.” (Anatomy of Criticism)

Elisa Caruso.
(UBA / ISP JVG)

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