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Elisa Caruso
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Scnaith, Nelly. “Condición cultural de la diferencia psíquica entre los sexos” en
AA.VV.La bella (in)diferencia. México, Siglo XXI, 1991.
2
Han existido posiciones que, partiendo de una oposición radical entre ambos términos
han negado a uno u otro. Veamos:
2. Para los biologistas, sólo existe la naturaleza. Lo social y cultural no es más que
una astucia de la naturaleza en la lucha por la sobrevivencia de la especie. Hasta
las conductas más refinadas y aparentemente espirituales tienen su origen y
explicación en los instintos, en patrones de conducta adquiridos por la especie a
lo largo del proceso de evolución. Las diferencias entre lo animal y lo humano no
son esenciales ni cualitativamente discernibles. Son en su gran mayoría sólo
diferencias cuantitativas, de grados de inteligencia. La inteligencia misma y el
conocimiento no tienen un estatuto especial. Son sólo mecanismos adaptativos de
un común mecanismo biológico de ensayo y error. Esta respuesta biologista es
común a algunas interpretaciones evolucionistas, a la sociobiología y a algunas
corrientes de la etología.
Sea cual sea la posición que se adopte, es preciso comprender que la
naturaleza no es una realidad que se ha dejado atrás o afuera de la
cultura3, que el pasaje, tal como sostiene Schnaith, “no es un hecho
relegado a un pasado mítico sino un dilema siempre actual, constitutivo de
la dimensión humana en cuanto tal; que la cultura, orden de lo simbólico,
no es un avatar del hombre natural sino que, por lo contrario, la
naturaleza, en el ser humano es un modo de ser de su propia cultura o de
su estado cultural. La naturaleza no es una dimensión que la cultura ha
dejado atrás sino una instancia interior a la cultura misma y, bajo este
aspecto, la experimentamos y la pensamos como uno de los objetos
culturales”.4 No hay cultura que no se plantee desde su propio interior lo
otro de la cultura, la naturaleza, pero construida a veces como una
fantasía de los orígenes a los que se añora regresar, otras veces como
aquello que es preciso imitar y no contradecir ni violentar; en otros casos,
aquello que debe ser dominado en el cuerpo mismo de los hombres, caballo
de Troya de las fuerzas exteriores a la cultura, para ponerlo al servicio de
la vida humana.5 En síntesis, la naturaleza, lejos de ser un dato
inequívoco del que partir para comprender por oposición a la cultura,
resulta definida e interpretada por la cultura misma. Es ésta la que
siempre proporciona una u otra interpretación: más que naturaleza,
siempre tenemos una cierta idea de ella.
3
La naturaleza como exterioridad de la cultura es concebida como la parte del ambiente
no creada o modificada por el hombre y recíprocamente se ve a la cultura como la parte
del ambiente creada por el mismo (Willey-1927) Se vincula fuertemente a la noción de
medio ambiente y se reconoce que es esta dimensión la que es fuertemente defendida por
el pensamiento ecologista. Aquí se platea el problema de la relación ética con las otras
especies, el problema del derecho del hombre de explotarla y dominarla, etc.
4
Schnaith,N. Op. cit.
5
La naturaleza no ha quedado atrás en el tiempo como un estado previo a la cultura sino
más bien ha sido incorporada a éste como una instancia interior a la cultura misma
porque, además, en tanto la cultura se construye sobre la base biológica de los sujetos
que la componen, deberá proveer de algún modo a su conservación.
-La cultura como experiencia vivida: esta dimensión hace referencia a la
forma de vida de un pueblo. Aquí la cultura no es vista como dique o freno
de la naturaleza humana, sino mas bien su expresión social directamente
intuida, sin reflexión, en las manifestaciones en que la cultura da rienda
suelta a la naturaleza como costumbre. Nietzsche podría ejemplificar esta
manera de entenderlo.
Elisa Caruso.
(UBA / ISP JVG)