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El tamaño del miedo

Adaptación del cuento de Gustavo Roldán

El coatí llegó corriendo a todo lo que daba.

Miró para atrás con cara de susto, y se quedó jadeando, pegadito a la sapa y al oso
hormiguero.

-¡Doña sapa, qué susto! ¡Don oso hormiguero, no se imagina el tamaño que tenía! ¡Y me
miraba con unas ganas!

-¡Tranquilo, chamigo! –dijo la sapa-, y vaya contando despacito.

-¡Es que era muy grande, más que muy grande!

-Sí, claro, ya sabemos que era grande, pero ¿qué era eso que lo asustó tanto?

-¡Y me miraba con unos ojos que echaban chispas!

-Sí, sí, ¿pero qué era?

-¡Y abría una boca del tamaño de un pozo!

-Sí, claro ¿Quién tenía esa boca?

-¡Y sacaba una lengua como de diez metros de largo!

-¡La flauta! ¿Quién tenía esa lengua tan larga?

-¡Ay, doña sapa! ¡Ay, don oso! ¡Pensé que ya estaba muerto del todo!

-Bueno, ya pasó. Ahora estás entre amigs y no hay ningún peligro ¿Pero… cuál era ese
monstruo?

-¡Ay, doña sapa, usted no se imagina!

-Si no me lo contás… Estás dando demasiadas vueltas, coaticito.

-¡Y las garras, doña sapa! ¡Las garras que tenía!

Mientras el coatí se tapaba los ojos como para no seguir viendo a ese monstruo, el oso
hormiguero le preguntó a la sapa:

-¿Habrá sido una víbora?

-No, no puede ser, porque las víboras no tienen garras.

-¿Habrá sido un tigre?


-No, porque los tigres no tienen una lengua larguísima.

-¿Sería el yacaré?

-No, porque los ojos de los yacarés no echan chispas.

El coatí, temblando, miraba para todos lados.

-Bueno, coaticito –dijo la sapa-, quedate tranquilo que aquí estamos el oso hormiguero y
yo para cuidarte.

-¡Ay doña sapa, el tamaño que tenía! ¡El ruido que hacía cuando caminaba! ¡Los rugidos
que pegaba! ¡Era como un viento quebrando las ramas de los árboles! ¡Qué susto! ¡Todavía estoy
temblando hasta la punta de la oreja!

-Ya me voy dando cuenta –dijo la sapa pensativa- ¿Y tenía una cola muy larga, como un
látigo?

-Sí, sí, doña sapa, seguro que sí.

-¿Y la punta de la cola echaba chispas?

-¡Sí, sí, unas chispas enormes!

-¿Y estaba en medio de una oscuridad muy grande?

-¡Eso, doña sapa, tan oscuro que no se veía nada!

-¿Y vos no podías verte ni la nariz?

-Eso, no podía ver nada de nada.

-¿Y ahí fue cuando comenzó a soplar un viento muy fuerte?

-Sí, doña sapa, un viento que parecía el rugido del tigre.

-Bueno, me parece que ya sé cuál era ese bicho, y no es para andar temblando más.

-¿Cuál era? –preguntaron juntos el oso hormiguero y el coatí.

-Un bicho muy famoso, pero no hay que preocuparse.

-¿Y cómo se llama ese bicho?

-El miedo se llama. Lo conocí por el tamaño.

-¡El miedo! ¿Y es muy peligroso?

-Para nada, m’hijo, una vez que se lo conoce.


-¿No es venenoso?

-Ni un poquito.

-¿A usted se le apareció alguna vez, doña sapa?

-Más de una, m’hijo, y así lo fui conociendo.

-¿Era igual que ese miedo que vi yo?

-Igual, pero todo distinto.

-Eh, doña sapa –dijo el oso hormiguero-, ¿cómo es eso de igual pero distinto?

-Porque así son estas cosas, y el miedo de cada un es como el miedo de cada un.

-¿Entonces no era un bicho, doña sapa?

-No. Era un miedo nomás.

-¡Si usted viera cómo me asustó!

-Ya sé cómo son esas cosas. La cuestión es animarse y pelearlo ¿Acaso nunca oyeron decir
que hay que vencer el miedo?

-Claro que sí, lo oímos muchas veces.

-¿Y quién se creen que inventó esa frase?

-¡No me diga que fue usted, doña sapa!

-¿Quién si no?, pero primero tuve que enfrentarlo en una pelea a muerte. Me acuerdo
como si fuera ayer. Me había agarrado en medio de la oscuridad y pegaba unos rugidos que
iluminaban la noche.

-“Rugidos que iluminaban la noche”… Doña sapa, usted es una poeta.

-Así era el miedo ese, no les miento. Respiré hondo y lo atropellé mirándolo fijo. Ya me
había cansado de andar disparándole.

-¿Y el miedo qué hizo?

-Tendrían que haberlo visto, se fue achicando y achicando, hasta que desapareció como un
humo. Y ahí lo hice volar de un soplido.

-¡Añamembuí! Eso sí que me deja contento –dijo el coaticito-. Usted sí que es valiente,
doña sapa.

-No crea, m’hijo, lo que pasa es que ahí había cambiado el tamaño del miedo.
La sapa comenzó a alejarse silbando un chamamé.

-Eh, doña sapa –la llamó el coaticito-, una última pregunta. Cuando me agarre de nuevo,
primero tengo que respirar hondo, ¿no?

-Eso, m’hijo, y largar el aire de golpe y atropellar, y ahí es donde cambia de tamaño.

-¿Siempre cambia de tamaño?

-Siempre. Eso seguro.

-¿Y si en vez de achicarse, se agranda?

-Fácil –dijo la sapa mientras se alejaba-, en ese caso respire más hondo todavía y atropelle
más fuerte, pero para el otro lado. Y no afloje hasta que se le duerman las patas. Ja, si sabrá de
miedos esta sapa.

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