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Introducción.
Sección Primera
Por entonces Eduardo Sojo periodista del Diario Don Quijote “fue puesto en
prisión por resolución de la Cámara de Diputados de la Nación…” y “...por el
tiempo en que durasen sus sesiones” (sic). Se ve que Sojo era un díscolo
cronista y editor de aquella época, mención esta que agrego acaso para situarse
en el contexto de la decisión adoptada por aquellos representantes del pueblo en la
Cámara Baja y rescatar su valor también en orden a la libertad de prensa y a las
garantías conexas con la libre expresión de ideas.
El modo elegido por el afectado para cuestionar la decisión del Poder Legislativo
fue la vía del “habeas corpus”. El recurso se interpuso en forma directa ante la
Suprema Corte, y la competencia del alto tribunal para entender en el caso se dejó
fundamentada en norma expresa de la ley del 14 de Septiembre de 1963, entonces
integralmente vigente; ley esta a la que, hoy por hoy, conocemos como “la ley
48”, útil casi tan solo a los fines del Recurso Extraordinario.
Su articulo 20, que dio sustento al caso y sugiero leer, se hallaba vigente.
En esta segunda vista, Eduardo Costa puntualiza con cierta ironía y luego de
recordar todos los casos anteriores en que la Suprema Corte no le había
cuestionado en aquellas oportunidades “la competencia” para intervenir en las
peticiones de Habeas Corpus.
Este punto es valorable desde dos puntos de vista, que el lector sabrá apreciar.
De una parte, el valor relativo con que debemos ponderar a “la jurisprudencia”
como fuente de saber, a juzgar por la especial circunstancia de que, ya desde
entonces se dejaba en evidencia que la mera reiteración de casos previos
resueltos en cierta línea o bajo reglas uniformes, no garantiza al justiciable, per se,
el pre-anuncio de obtener un subsiguiente fallo “conforme a precedente”.
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Los casos en que el Procurador Costa se apoyaba fueron: en 1870, D. Juan V. Montaña; en
1871, El Coronel Patricio Rodríguez; en 1877, Lisandro de La Torre; en 1877, nuevamente Dn.
Lisandro de la Torre, junto con los restantes supracitados -Calvete y Acevedo- .
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Con ello debe bien anotarse por nuestros formandos que los abogados tienen,
pues, un papel más que relevante en la conformación de las teorías que
elabora el Poder Judicial, ya sea en los casos en que se admiten sus conjeturas,
ya sea en los casos en que se las desestima.
4. Por último, el dictamen del procurador es acaso más notable que el propio
fallo de la Corte en orden a la jurisdicción aplicable al conocimiento del asunto.
Procura determinar si existe una competencia conferida a favor del Congreso para
otorgarle “competencia originaria” a la Corte; si esa facultad está incorporada en
la atribución de “establecer los tribunales inferiores y ajustar sus
procedimientos”; o si, en cambio, existe una prohibición dada por la
Constitución al Poder Legislativo para proceder de tal forma.
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Invoca el Procurador Eduardo Costa, de tal suerte, los casos que habían sido resueltos por la
Unión del Norte (el paréntesis indica la publicación), a saber, “Los Estados Unidos vs. Hamilton”
(3 - Dallas - 17); “ex parte Bunford” (3 -Cranch - 448); “ex parte Bohman and Swartwant” (4 - C
- 75); “ex parte Kearney” (7 – Wallace - 38); y, finalmente, el caso “Ex parte Virginia”, en Otto,
pág. 371. Un análisis interesante este al cual la Corte Suprema, por su mayoría y según se verá
más adelante, toma luego por sí misma en extenso con el propósito explicito de objetar y de
desvirtuar a la tesitura del dictaminante, esto es: este caso es diverso a aquellos.
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Sección Segunda.
Consideraré antes que el voto principal que transcribiremos luego, los puntos que
en esencia conformaron el criterio contrario al sostenido por la mayoría.
De tal suerte, es claro que la primer disidencia aborda al menos dos de las
cuestiones esenciales del fallo mayoritario.
La segunda, el sentido mismo del art. 101 del texto supremo, en concordancia
con aquellos “precedentes” en los cuales, en función de la ley del Congreso, la
Corte Suprema “... nunca se apartó” (sic).
Este standard, más brillante que el derivado de “Marbury vs. Madison”, sujeta a
las Cortes Superiores más a la voluntad expresa del Poder Constituyente que a la
suya propia, desmitificando aquella soberbia de creer que “La constitución es lo
que los Jueces dicen que es... ”, hoy ya insostenible.
Los poderes del Congreso, afirma en este sentido, “no pueden ser restringidos
por haberse descubierto algo en el espíritu de la Constitución que no esté
expresamente mencionado en el instrumento. De otro modo, se concluía, no
podría encontrarse “un seguro y sólido fundamento a la acción de las Cortes de
Justicia para declarar nula cualquier disposición de la legislatura”.
Sería pues conveniente que el lector se sirva apuntar cuáles discrepancias lleva
hasta ahora con estas líneas, a que se opondrá la mayoría de la Suprema Corte.
Federico Ibarguren que propuso la segunda disidencia, remite en parte a las ideas
del Procurador Costa, pero formula breves reflexiones adicionales.
Las conclusiones preliminares ya caben a los lectores. Sin embargo, acoto que
esta retórica de Ibarguren reflejaba el criterio de que el “caso” ya había sido
juzgado por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.
2. Ahora bien: ¿qué hermenéutica daría Usted lector a la frase: “la ejercerá
originaria y exclusivamente?
Dejo así propuestas espinosas cuestiones para analizar con los alcances del fallo.
Sección Tercera.
Sección Cuarta.
De un lado, debería el lector ponderar la cuestión del “nomen iuris del recurso”
para abrir la intervención de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
¿Cómo se lee -tal como se resolvió en USA, según la cita ofrecida en una de las
disidencias- que:
“La Sección XXIII del Judiciary Act (1 Stat at large 81) es sin
valor, en tanto cuanto intenta acordar facultad a esta Corte para
librar autos de mandamus en casos de jurisdicción originaria que la
constitución no ha conferido a esta Corte... ?”
Pero si ello es así, ¿habría de serlo por la razón ofertada por el Alto Tribunal?.
“Para tal consideración seria necesario que esta Corte hubiese sido
investida de la facultad de revisar los actos de las Cámaras
legislativas en los casos en que ellas tienen peculiar y exclusiva
jurisdicción, lo que no se puede sostener sin evidente error.”
7. Por todo ello, no podemos menos que discordar con la expresión cortesana
vertida en el sentido de que
Entretanto, no puede disentirse -es cierto- con la afirmación de que, salvo las
hipótesis que aparejen conflicto internacional,
“... en los demás casos, el juez más inmediato, más expedito en sus
resoluciones, es y debe ser el competente, no sin la garantía
también de la apelación, dada asimismo a favor de la libertad.
Y en estos términos: ¿será que la propia Corte Suprema admite “la apelabilidad”
o la cuestión federal insita en el tema “libertad de las personas” ?.
Parece en rigor que la cuestión, con estrictez, pasaría concretamente a ser otra, a
saber: ¿cuándo la magnitud del agravio constitucional producido al habitante
-patente, ilegítimo, arbitrario- dá lugar a la intervención, sin otra dilación, del
órgano máximo que tiene por función la custodia y la operatividad directa -sin la
“restitutio in integrum” pero en especie diversa a la del bien (libertad) de origen
dañado- de la cláusula que concede una garantía al habitante ?.
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Se observa por todo ello qué tan importante es tener un marco teórico y valorativo
apropiado, para que cuando las formas oscurezcan los hechos relevantes del
caso, nos podamos limitar a decir “libertad”, a secas, y afirmarla, mientras el
problema, bajo la tinta corrida y por correr, aguarde su solución definitiva.
Sección Quinta.
Otras cuestiones para reflexionar.
Y conteste, por favor: ¿ Es igual al citado por la disidencia ? ¿En qué radica la
diferencia? ¿Abre ella, o no, la puerta a interpretaciones diversas del tema ?