Sei sulla pagina 1di 11

EL CASO SOJO, de 1887

Por Alejandro Díaz Lacoste


Junio, 2002

Introducción.

Dividiremos la exposición en cinco secciones:

 En la primera, formularé algunas consideraciones genéricas.


 En la segunda, introduciré al lector en la lectura y análisis de los dos
dictámenes previos emitidos por el Procurador General de la Nación.
 En la tercera, consideraré el propio fallo de la Corte Suprema de la
Nación. Pero visto desde la óptica de sus disidencias, derivando al
lector el análisis, por sí mismo, del fallo adoptado por la mayoría del
tribunal.
 En la cuarta y quinta, mis notas y cuestiones sobre el fallo mayoritario.

Sección Primera

1. El caso Sojo fue resuelto por la Corte Suprema de la Nación el día 22 de


Septiembre de 1887, con suma prontitud por hecho ocurrido el 4 de igual mes.

Por entonces Eduardo Sojo periodista del Diario Don Quijote “fue puesto en
prisión por resolución de la Cámara de Diputados de la Nación…” y “...por el
tiempo en que durasen sus sesiones” (sic). Se ve que Sojo era un díscolo
cronista y editor de aquella época, mención esta que agrego acaso para situarse
en el contexto de la decisión adoptada por aquellos representantes del pueblo en la
Cámara Baja y rescatar su valor también en orden a la libertad de prensa y a las
garantías conexas con la libre expresión de ideas.

El modo elegido por el afectado para cuestionar la decisión del Poder Legislativo
fue la vía del “habeas corpus”. El recurso se interpuso en forma directa ante la
Suprema Corte, y la competencia del alto tribunal para entender en el caso se dejó
fundamentada en norma expresa de la ley del 14 de Septiembre de 1963, entonces
integralmente vigente; ley esta a la que, hoy por hoy, conocemos como “la ley
48”, útil casi tan solo a los fines del Recurso Extraordinario.

Su articulo 20, que dio sustento al caso y sugiero leer, se hallaba vigente.

2. El Señor Procurador General Don Eduardo Costa intervino en las


actuaciones en al menos dos oportunidades.

2.1. En la primera, sus líneas remitían a varios dictámenes anteriores (los


vertidos en ocasión del caso de Don Eliseo Acevedo, y en otros dos asuntos
anteriores, el de Don Benjamín Calvete y el relativo a Don De La Torre), en los
cuales -y según afirmaba expresamente el Procurado General- “... se declaró
que el castigo por violación a los privilegios del Poder Legislativo correspondía a
los tribunales de justicia”.
2

Revisado el dictamen a la luz del saber jurídico actual y modernas concepciones


del derecho constitucional, el escueto texto hacía valer tres consideraciones:

 el primero, que no había ningún argumento novedoso traído a debate;


 el segundo, que no se había demostrado que la por entonces conocida
como “ley de septiembre”, exceptúe del conocimiento del Poder Judicial a
los desacatos cometidos contra el Poder Legislativo;
 tercero, que no ha de entenderse indispensable para que existan cámaras
legislativas, que éstas tengan la facultad de castigar por sí mismas.

2.2. En su segunda intervención -que fuera requerida por la Corte en


providencia simple dictada el día 16 de septiembre- el Procurador General pasa
a pronunciarse sobre las competencias del más alto Tribunal para entender en
casos como el que se había traído a conocimiento de la judicatura.

En esta segunda vista, Eduardo Costa puntualiza con cierta ironía y luego de
recordar todos los casos anteriores en que la Suprema Corte no le había
cuestionado en aquellas oportunidades “la competencia” para intervenir en las
peticiones de Habeas Corpus.

Este punto es valorable desde dos puntos de vista, que el lector sabrá apreciar.

De una parte, el valor relativo con que debemos ponderar a “la jurisprudencia”
como fuente de saber, a juzgar por la especial circunstancia de que, ya desde
entonces se dejaba en evidencia que la mera reiteración de casos previos
resueltos en cierta línea o bajo reglas uniformes, no garantiza al justiciable, per se,
el pre-anuncio de obtener un subsiguiente fallo “conforme a precedente”.

No olvidemos que la creación del derecho es, conceptualmente, un factor propio


de la dinámica del derecho judicial. Sin embargo, a veces, aunque tan solo a
veces, hasta se olvida la existencia del principio de legalidad ...

Por otra parte, de cara al mentado principio de legalidad conjugado ahora al


debido proceso, se nos impone la necesidad jurisdiccional de preservar, no solo
cierta estabilidad, sino el contradictorio mismo (que integra la garantía de tutela
de intereses en juicio) en aquellos casos en que el conocimiento de un asunto
derive, o pueda derivar, en la posible “renovación” de una regla de derecho.

En tal orden, el propio Procurador Costa se preguntaba:

“... surge (recién) ahora la duda acerca de que si todos hemos


estado equivocados acerca del derecho con que Vuestra Excelencia
ha conocido originariamente de estos recursos (¿??).1

3. Un adicional aspecto que me agrada resaltar en este orden es relativo a la


heurística, esto es, la forma epistemológica en que aparece la necesidad de
conocimiento de un punto concreto nuevo por parte de un tribunal de justicia.

1
Los casos en que el Procurador Costa se apoyaba fueron: en 1870, D. Juan V. Montaña; en
1871, El Coronel Patricio Rodríguez; en 1877, Lisandro de La Torre; en 1877, nuevamente Dn.
Lisandro de la Torre, junto con los restantes supracitados -Calvete y Acevedo- .
3

En el caso que nos ocupa -sin abundar en consideraciones de corte epistémicas,


a las cuales derivo a la mejor formación de los lectores- el auto mismo de la
Suprema Corte de Justicia señala que el punto novedoso “relativo a la
competencia de esta corte” fue introducido “... por el recurrente en el final de su
escrito” -casi sugiriendo al Procurador que debía leer bien, allí-.

Con ello debe bien anotarse por nuestros formandos que los abogados tienen,
pues, un papel más que relevante en la conformación de las teorías que
elabora el Poder Judicial, ya sea en los casos en que se admiten sus conjeturas,
ya sea en los casos en que se las desestima.

Y este es precisamente un punto pendiente de investigación académica en el


examen de la jurisprudencia aplicada (v. Le Pera, Sergio, en Lecciones y Ensayos,
año 1990, en nota en pié de página ampliada más adelante).

4. Por último, el dictamen del procurador es acaso más notable que el propio
fallo de la Corte en orden a la jurisdicción aplicable al conocimiento del asunto.

No se ha considerado que esto fuera así, al menos tradicionalmente; puesto que


el “Caso Sojo” se ha interpretado por algunos como el Caso “Marbury vs.
Madison” argentino. Sin embargo, a poco que se observe que este caso es de
1887, y que aquel caso “Marbury” era de 1803, se verá no solo la distancia
temporal sino, por las líneas que seguirán, la distancia conceptual.

Es que el Procurador General se alejó de perfilar el caso como un supuesto


factible de poner en ejercicio el control de constitucionalidad.

Mantuvo que existía una distinción entre la “competencia originaria” y la


“competencia por apelación” asignadas a la Corte Suprema; y argumentó -como
también se hiciera en EEUU- que ya existía una resolución previa que, si bien
no provenía estrictamente de un tribunal de justicia, era después de todo el
derecho que un órgano del estado había ya juzgado como “aplicable” y
“ejecutado” a esa especie que se sometía a control judicial. 2

Concluyó que la línea jurisprudencial -tanto de la Corte Suprema como la de


Estados Unidos- que componía el caso bajo la esfera de la “apelabilidad”,
estaba de acuerdo con la recta doctrina a su juicio aplicable en este caso “Sojo”.

En otro orden, el Procurador se extiende a considerar un problema esencial.

Procura determinar si existe una competencia conferida a favor del Congreso para
otorgarle “competencia originaria” a la Corte; si esa facultad está incorporada en
la atribución de “establecer los tribunales inferiores y ajustar sus
procedimientos”; o si, en cambio, existe una prohibición dada por la
Constitución al Poder Legislativo para proceder de tal forma.

2
Invoca el Procurador Eduardo Costa, de tal suerte, los casos que habían sido resueltos por la
Unión del Norte (el paréntesis indica la publicación), a saber, “Los Estados Unidos vs. Hamilton”
(3 - Dallas - 17); “ex parte Bunford” (3 -Cranch - 448); “ex parte Bohman and Swartwant” (4 - C
- 75); “ex parte Kearney” (7 – Wallace - 38); y, finalmente, el caso “Ex parte Virginia”, en Otto,
pág. 371. Un análisis interesante este al cual la Corte Suprema, por su mayoría y según se verá
más adelante, toma luego por sí misma en extenso con el propósito explicito de objetar y de
desvirtuar a la tesitura del dictaminante, esto es: este caso es diverso a aquellos.
4

Y señala Eduardo Costa que la respuesta -y la adelanto para que el lector se


dirija a la lectura de la decisión de la mayoría dotado de algunos elementos
previos de análisis, con los que más luego podrá disentir- se afincaba en la idea
de que “... en ningún caso de la Constitución se encuentra prohibición de
extender los casos de jurisdicción originaria”, no siendo a su juicio necesario
ejercer control alguno de constitucionalidad.

Aquella cláusula de la Constitución -a su juicio institucional- debería analizarse


antes bien como “... un privilegio conferido para los estados extranjeros” pero, de
ninguna forma, como “... una prohibición para nuestro Congreso”.

Sección Segunda.

La Corte sin embargo, no ha compartido este criterio.

1. Como se desprenderá de las lecturas que a continuación realizaremos, el


caso Sojo fue resuelto por simple mayoría, bajo tres de los cinco miembros de la
Corte, a saber, Benjamín Victorica, Uladislao Frías y de Salustiano J. Zavalia.
Ello así, pues las dos disidencias pronunciadas -la primera por C. S. De La Torre
y la otra por Federico Ibarguren- no compartieron el argumento mayoritario y
ampliaron la perspectiva puesta de manifiesto por el Procurador General.

Tres contra “tres”; pero el caso pasó a la historia.

1.1. La primer disidencia.

Consideraré antes que el voto principal que transcribiremos luego, los puntos que
en esencia conformaron el criterio contrario al sostenido por la mayoría.

 El primero, que la télesis que guía el art. 20 de la ley de septiembre de


1863 es fundacional: “incorpora a nuestra legislación el remedio del
habeas corpus, no conocido ni practicado antes en nuestro sistema
de procedimientos”.

 El segundo: que su objetivo (institucional) radica en poner


inmediatamente bajo el amparo de todos y cada uno de los tribunales
que forman el Poder Judicial de la Nación el conocimiento de la
legalidad de una orden de prisión llevada a cabo por otro órgano del
gobierno -en el caso, ejecutada por parte del Poder Legislativo-.

 El tercero: que introducir en el texto de la ley distinciones o


limitaciones que ella no admite, desnaturaliza “la naturaleza del
privilegiado recurso que ella sanciona”.

 El cuarto: que la importante garantía que ella acuerda “debe ser


dispensada por los jueces por vía de acción directa y principal y no
como incidente de otros juicios...” pues se trata -decía el primer
disidente- “de una disposición jurisdiccional” (…) “principal e
independiente de toda otra”.
5

De tal suerte, es claro que la primer disidencia aborda al menos dos de las
cuestiones esenciales del fallo mayoritario.

La primera, acerca del alcance de la facultad de los jueces en orden a la


interpretación de la Constitución.

La segunda, el sentido mismo del art. 101 del texto supremo, en concordancia
con aquellos “precedentes” en los cuales, en función de la ley del Congreso, la
Corte Suprema “... nunca se apartó” (sic).

En el primer orden, y más allá de mencionarse a la autoridad moral de los propios


autores de la ley de septiembre, que no fueron otros que los mismos miembros de
la Convención Constituyente, el Ministro disidente afirma que la facultad de
declarar nula a las leyes incompatibles con los preceptos de la constitución en
defensa de la seguridad individual, no puede fundarse en que “... simplemente en
su opinión sea ella contraria a lo que se supone ser el espíritu de la constitución,
cuando este no resulte de una disposición expresa.”

Este standard, más brillante que el derivado de “Marbury vs. Madison”, sujeta a
las Cortes Superiores más a la voluntad expresa del Poder Constituyente que a la
suya propia, desmitificando aquella soberbia de creer que “La constitución es lo
que los Jueces dicen que es... ”, hoy ya insostenible.

Los poderes del Congreso, afirma en este sentido, “no pueden ser restringidos
por haberse descubierto algo en el espíritu de la Constitución que no esté
expresamente mencionado en el instrumento. De otro modo, se concluía, no
podría encontrarse “un seguro y sólido fundamento a la acción de las Cortes de
Justicia para declarar nula cualquier disposición de la legislatura”.

En el segundo orden, las excepciones que consagre el art. 101 de la Constitución


no serían excluyentes de las primeras, vale decir, según aclara el votante, las
reglas de competencia originaria pueden ser a su juicio de aquellas excepciones,
que podría prescribir el Congreso, a los “procedimientos de la Corte”.

Agudamente, asimismo, señala el Ministro un buen ejemplo, que también fuera


ejercido por la Corte, y que aún hoy día, introducido también en la ley 48, no ha
sido ni fuera entonces discutido. Se trata del articulo 16 de dicha ley que faculta
a la Corte, aún hoy día, a intervenir en la declaración del punto disputado en el
recurso extraordinario por vía de excepción; estableciendo con ello, a juicio del
opinante, una instancia única y bajo la concepción de lo que, también a su juicio,
seria una “jurisdicción originaria” para la Corte dispuesta por ley del Congreso.

En tercer término, esta disidencia apuntaría al núcleo de la cuestión en análisis,


sobre la cual ya se había referido el Señor Procurador General, y la elevo por
cierto a la consideración del lector, a saber, el “nomen iuris” del asunto:

“Finalmente, si lo que constituye la esencia y el verdadero carácter


de la jurisdicción de apelación no es otra cosa que la facultad de
revisión de los procedimientos, de otra Corte o autoridad
cualquiera, y si esa revisión puede tener lugar lo mismo por el
recurso de hábeas corpus que por el recurso ordinario y técnico de
la apelación, el presente puede en rigor tenerse como un caso de
jurisdicción de apelación creado y establecido por la ley misma.”
(del voto in fine del Dr. C. S. De la Torre)
6

Sería pues conveniente que el lector se sirva apuntar cuáles discrepancias lleva
hasta ahora con estas líneas, a que se opondrá la mayoría de la Suprema Corte.

1.2. La segunda disidencia.

El renombrado “Caso Sojo”, en rigor, provino de un empate doctrinario -tres a


tres, como dije antes, si computamos el valor del voto del Procurador, el voto
del Ministro C. S. De la Torre y el del Ministro Ibarguren-.

Federico Ibarguren que propuso la segunda disidencia, remite en parte a las ideas
del Procurador Costa, pero formula breves reflexiones adicionales.

Para considerarlas, transcribiré uno de los planteos adicionales por él formulados:

“¿Puede establecerse desde luego que el recurso de hábeas corpus,


creado por el articulo 20 de la ley 14 de septiembre de 1863, es un
caso de jurisdicción originaria, y no de jurisdicción apelada?

”La mayoría de la Corte, fundada en que es un caso de jurisdicción


originaria, no comprendido en el articulo 101 de la Constitución, ha
decidido que este alto tribunal es incompetente para conocer de el.”

”Por el recurso de hábeas corpus se somete a la revisión de un


tribunal la resolución pronunciada en una causa de que otro ha
tomado ya conocimiento.”

” Esta facultad de revisión es lo que constituye la jurisdicción


apelada, según lo establecen uniformemente los comentadores
norteamericanos”.

Las conclusiones preliminares ya caben a los lectores. Sin embargo, acoto que
esta retórica de Ibarguren reflejaba el criterio de que el “caso” ya había sido
juzgado por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.

2. Ahora bien: ¿qué hermenéutica daría Usted lector a la frase: “la ejercerá
originaria y exclusivamente?

¿Es posible, al dar lectura a la mentada palabra “exclusivamente”, interpretar


que “los asuntos concernientes a embajadores, ministros y cónsules extranjeros, y
en los que alguna provincia fuese parte son exclusivamente de jurisdicción de la
Corte Suprema y no de los tribunales inferiores”, pero simultáneamente afirmar
que esta asignación “no implica que el número de situaciones en que la Corte
Suprema acepta jurisdicción originaria pueda (o no pueda) ser ampliada”?

Según la interpretación de la mayoría de la Corte, ¿ puede un tribunal inferior


tratar asuntos concernientes a embajadores, o en los que un estado fuese parte, si
el congreso lo llegara a autorizar ?.

3. Con ello en mente en definitiva el lector puede ir examinando las diversas


conclusiones a que es posibles acceder en el juzgamiento asunto.

Pero aun así, señalaré dos puntos de reflexión:


7

El primero: mi acuerdo personal, pese a algunas consideraciones críticas que


aquí he dejado expuestas, con la doctrina del caso “Marbury v. Madison”, que a
lo largo de innumerables precedentes podría sintetizarse del siguiente modo:

Todas las cláusulas constitucionales gozan del dilema de


Marshall. En concreto: o son operativas -y obligan a
todos los sujetos involucrados a su cumplimiento efectivo, sin
condiciones-; o no lo son, y cualquier acto de cualquier
operador del sistema jurídico puede contradecir las mandas del
constituyente a condición de que no se pueda demostrar otros
“perjuicios” allende la sola privación de la vigencia de la
cláusula constitucional.

El absurdo queda a la vista. Y no puede marginarse del


entendimiento de los participes del pacto constitucional, que de
lo contrario no existiría.

La constitución no es un precepto condicionado en su vigencia.


Ella debe inexorablemente cumplirse. De otro modo, cada
parte, cada juez, cada fiscal, o cualquier legislador, político o
gobernante, se podría erigir en “poder constituyente” de un
modo contrario al texto del art. 30 CN. La indebida
preterición de los derechos efectivos que de esta manera
resulta, amerita revertir todo pensamiento contrario a la plena
y directa operatividad del plexo emanado del constituyente.

El segundo: sugerir -como pregunta- si debates tales como el emergente de


contraponer la doctrina de los casos Marbury v. Madison (USA) y Sojo (RA) se
podría hoy en día trasladar, en virtud de la norma incorporada al inc. 22 del art.
75 por la reforma de 1994, a ponderar la relación entre los contenidos del
derecho internacional público de los derechos humanos y lo normado por las
constituciones propias al derecho interno de cada estado.

Dejo así propuestas espinosas cuestiones para analizar con los alcances del fallo.

Sección Tercera.

Incorporamos aquí para análisis del lector EL FALLO (mayoría y disidencias) de


la Corte Suprema, incluyendo el dictamen previo del Procurador General.

Sección Cuarta.

1. El lector debería ahora procurar confirmar o contrarrestar las hipótesis


ensayadas precedentemente.

Parece conveniente una nueva lectura del fallo y contraponer su propia


interpretación del caso, conjuntamente con sus antecedentes lógicos, fácticos,
epistémicos y jurídicos, a las líneas que por el suscripto van propuestas.

De un lado, debería el lector ponderar la cuestión del “nomen iuris del recurso”
para abrir la intervención de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

De otro lado, el “principio de demarcación de la zona de reserva de los poderes”,


8

de cara a la facultad de control crítico que le es conferido a uno de ellos respecto


de los otros.

2. ¿Habría sido esa la confusión epistémica habida en 1803 en el caso


Madison?. ¿Cuál es el paralelismo real entre ambos casos?

¿Cómo se lee -tal como se resolvió en USA, según la cita ofrecida en una de las
disidencias- que:
“La Sección XXIII del Judiciary Act (1 Stat at large 81) es sin
valor, en tanto cuanto intenta acordar facultad a esta Corte para
librar autos de mandamus en casos de jurisdicción originaria que la
constitución no ha conferido a esta Corte... ?”

En estos términos: la situación jurídica de “mandar a otro poder” ¿es equivalente


al acto de “controlar la competencia (exhorbitada) ejercida” por otro poder?

3. Consideremos que los precedentes examinados -provenientes de USA, y


citados en el corriente caso Sojo- eran casi todos sendos supuestos de
“excarcelación judicial” -o sea, concernían a prisiones ordenadas por jueces de
grado que se elevaron “en queja” al tribunal de “máximas garantías”- a fin de
procurar la soltura de las personas encarceladas por cortes o jueces de distrito.

Fueron ellos, y las respectivas autoridades que las ordenaron en origen:

Estados Unidos v. Hamilton Juez de distrito de Pensylvania.


Ex parte Bunford, La corte de circuito
Ex parte Bohman and Swartwont Prisión ordenada por la Corte
Ex parte Kearny La corte de distrito
Ex parte de George Milbourne El tribunal de circuito.

William Marbury v. J. Madison Secretario de los Estados Unidos.

¿ Puede estimarse -recordando que este último no concernía a un supuesto de


prisión y bajo el prisma de la autoridad ejercida- que eran análogos, considerando
además que Sojo se hallaba en prisión, pero por orden del Congreso ?

Y lo dice ¿acaso bien? la mayoría del caso “Sojo”, en este punto:

“No puede fundarse pues, el derecho de ocurrir en apelación a esta


Corte, de un acto de una Cámara Legislativa, en que se recurre en
los Estados Unidos de autos de los jueces o tribunales de justicia.

Pero si ello es así, ¿habría de serlo por la razón ofertada por el Alto Tribunal?.

4. Analícese, sino, cuanto además dijo la Corte Suprema de la Nación:

“No es posible reconocer en la Honorable Cámara de Diputados de


la Nación, de cuyo mandamiento de prisión procede el recurso
entablado de hábeas corpus, el carácter de tribunal en el caso,
sujeto al recurso de apelación para ante esta Corte.”

“Ello es repugnante a la independencia de los Poderes Legislativos


y Judicial y a otros principios fundamentales del orden
constitucional que nos rigen.”
9

“Para tal consideración seria necesario que esta Corte hubiese sido
investida de la facultad de revisar los actos de las Cámaras
legislativas en los casos en que ellas tienen peculiar y exclusiva
jurisdicción, lo que no se puede sostener sin evidente error.”

Sin embargo, yo pregunto ¿cuál sería el “evidente error”?: ¿No es la solución a


la que se accede, igual de repugnante a la libertad? Parece que sí.

Y si de revisar el ejercicio de competencias de otros poderes se trata

 ¿no se puede hablar de la existencia de una “peculiar y exclusiva


jurisdicción” que fuera ya puesta en ejercicio por parte de la Honorable
Cámara de Diputados de la Nación?

 Si debe haber otro “órgano expreso constituido” contra cuya decisión


se alce el control por apelación de la Corte: ¿no lo era ya la HCDN ?.

 ¿ Cuál competencia del Congreso controló la Corte: la de privar a


alguno de su libertad (sin orden escrita de “autoridad competente”) o
la de privar a la Corte de seleccionar las causas de su competencia?

5. En concreto: ¿ ejercitó efectivamente la Corte un control de


constitucionalidad sobre el polo “libertad-competencias”; o lo puso en ejercicio
para defender su propia competencia, frente a otra competencia del Congreso?

¿ Vino acaso oscurecida su decisión por la circunstancia de que en asuntos


anteriores (vgr. Lino de La Torre; Fallos, Serie 2ª, tomo 10, pág. 231, Causa XL)
la propia Corte había convalidado el ejercicio efectivo de poderes coercitivos
contra las personas por parte de la Cámara de Diputados de la Nación ?

La opción que se debió poner en ejercicio -entre el enunciado “recurso


extraordinario contra una resolución que causa gravamen de quien dijo ser el
tribunal de la causa”; o “causa ingresada como competencia originaria de la Corte
Suprema”- ¿ sería acaso una cuestión puramente lingüística?

6. Recordemos ahora todos los casos posteriores relativos a “recursos


extraordinarios” presentados en forma directa a la Corte contra autos o
resoluciones emanadas de la autoridad militar ¿fueron ellos por ventura
conceptuados como un reclamo de “competencia originaria” al tribunal ?

¿Qué de la Constitución y del control de constitucionalidad en aquellos casos?

Recordemos asimismo los precedentes, también contemporáneos, “Cine Callao”


y “Fernández Arias c. Poggio”: ¿ competencia apelada u originaria ?.

7. Por todo ello, no podemos menos que discordar con la expresión cortesana
vertida en el sentido de que

“... por grande que sea el interés, cuando un derecho de libertad se


ha puesto en conflicto con atribuciones de una rama del poder
10

público, más grande y más respetable es el hecho de que se rodee


ese derecho individual de la formalidad establecida para su defensa.

Mejor que la “formalidad” parece la tutela real, eficaz e inmediata de la libertad.

Entretanto, no puede disentirse -es cierto- con la afirmación de que, salvo las
hipótesis que aparejen conflicto internacional,

“... en los demás casos, el juez más inmediato, más expedito en sus
resoluciones, es y debe ser el competente, no sin la garantía
también de la apelación, dada asimismo a favor de la libertad.

Y en estos términos: ¿será que la propia Corte Suprema admite “la apelabilidad”
o la cuestión federal insita en el tema “libertad de las personas” ?.

A su vez: ¿ sería correcto pensar que simultáneamente se ha eregido la Corte


Suprema, so color de interpretación, en el rol de legislador -por sí y ante sí-
respecto de la organización de los juicios, de los casos y de los procedimientos
que deben seguirse ante sus estrados?

En definitiva ¿cuál es el límite a su poder de intervención normativa si, como


dice el voto de la mayoría, en los casos previos:

“... precisamente se trataba de jueces respecto de cuyos autos


correspondía apelación, y en cuanto a la facultad de la Corte de
entender en apelación, ninguna limitación puede deducirse del
texto constitucional” (sic, de la mayoría)” ?

¿Hay acaso una autocontradicción en los fundamentos, como producto de alguna


inconsistencia que deberíamos precisar ? Cuál sería esta ?

8. Relea pues el alumno el quid -nomen iuris- de asuntos como el presente


y rememore las soluciones que 50 años después la Corte Suprema misma adoptó
en los casos que dejo supra recordados, tales como “Cine Callao”; “Fernández
Arias”, y más aún: los modernos supuestos del “per saltum”.

Y analicemos si las hipótesis de “restricción a libertades” resueltos en origen por


el Poder Ejecutivo Nacional difieren de las resueltas por el Poder Legislativo.

Reflexionemos ahora, no tanto si la jurisdicción puesta en ejercicio es “apelada”


o es “originaria”, sino si todo ciudadano debe tener un recurso ágil y expedito
(doctrina Kot) para acceder ante la justicia -ante su máxima autoridad
constitucional en asuntos de esta naturaleza- para revocar (por apelación o
presentación directa, se la bautice o no como provocando una competencia
“originaria y exclusiva” para el juzgamiento del punto) un acto de autoridad
(pseudo-autoridad) mal ejercida por otro poder público.

Bajo esta óptica, ¿ trasladaríamos la interpretación y el valor del caso Sojo ?.

Parece en rigor que la cuestión, con estrictez, pasaría concretamente a ser otra, a
saber: ¿cuándo la magnitud del agravio constitucional producido al habitante
-patente, ilegítimo, arbitrario- dá lugar a la intervención, sin otra dilación, del
órgano máximo que tiene por función la custodia y la operatividad directa -sin la
“restitutio in integrum” pero en especie diversa a la del bien (libertad) de origen
dañado- de la cláusula que concede una garantía al habitante ?.
11

Las soluciones hermenéuticas podrían así diferir según el marco axiológico.

Se observa por todo ello qué tan importante es tener un marco teórico y valorativo
apropiado, para que cuando las formas oscurezcan los hechos relevantes del
caso, nos podamos limitar a decir “libertad”, a secas, y afirmarla, mientras el
problema, bajo la tinta corrida y por correr, aguarde su solución definitiva.

Sección Quinta.
Otras cuestiones para reflexionar.

1. Tome los casos invocados por el Procurador y establezca analogías.


2. ¿ Qué regla de derecho se quiebra en “Sojo”?
3. Busque si entre 1887 y 1930 la Corte Suprema dictó autos de “Hábeas
Corpus” resueltos en forma positiva a favor del recurrente.
4. Coteje el art. 101 con sus similares, si los hay, en la Constitución de USA .
5. Busque algún autor de Derecho Constitucional que le haya dado
tratamiento a la palabra “excepciones” del articulo 101 como facultad del
Congreso. Búsquelos en autores de Derecho Procesal y procure comprobar
si hay fallos dictados sobre el “alcance” concreto de tales excepciones, por
ejemplo, en los hábeas corpus.
6. Analice el artículo 20 de la ley 48, que a continuación transcribo:

Articulo 20: Cuando un individuo se halle detenido o


preso por una Autoridad Nacional, o a disposición de una
Autoridad nacional o so color de una orden emitida por
Autoridad Nacional; o cuando una Autoridad Provincial haya
puesto preso a un miembro del Congreso, o a cualquier otro
individuo que obre en comisión del gobierno Nacional, la
Corte Suprema o los Jueces de Sección podrán, a instancia del
preso, o de sus parientes o amigos, investigar sobre el origen
de la prisión, y en caso de que esta haya sido ordenada por
autoridad o persona que no este facultada por la ley, mandaran
poner al preso inmediatamente en libertad.

Y conteste, por favor: ¿ Es igual al citado por la disidencia ? ¿En qué radica la
diferencia? ¿Abre ella, o no, la puerta a interpretaciones diversas del tema ?

Alejandro Díaz Lacoste.


Junio 2002

Potrebbero piacerti anche