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Patricio Bolton
Ponencia para el Encuentro Anual del Consudec1
Curso de Rectores – Córdoba - Febrero de 2011
PRESENTACIÓN
Buenos días a todos y a todas. Agradezco esta invitación y la posibilidad de venir a compartir
nuestra reflexión con ustedes. Y digo nuestra, porque detrás de estas palabras que traigo, está
la labor y la reflexión de muchísimos maestros, maestras y educadores de distintos puntos del
país, a los que acompaño en su tarea áulica, con el humilde servicio de ayudar a construir
prácticas educativas y evangelizadoras que promuevan un mundo más justo y una sociedad
más fraterna, en la clave que nos señala el Reino revelado en Jesús.
Hablo como educador y maestro que soy, y que trabajo en un aula, en un barrio, en esta
sociedad concreta. Hablo de mí y de mis preguntas, las que compartimos a diario en la escuela
donde trabajo, junto a una hermosa comunidad de educadores
Cuando leo y releo el título de este momento de reflexión que tiene por título “Los nuevos
rostros que interpelan al educador” y el lema de este encuentro “Educador: llamado a
repensar y lanzar su misión en un nuevo y complejo contexto social”, me surgen estas 7 ideas
para compartir en esta mañana como consideraciones previas:
El rol del educador no tiene una función social fijada desde siempre y esencializada, sino que
es un rol construido socialmente y que guarda relación con el momento sociohistórico en
donde se desarrolla. Por eso podemos en esta mañana reunirnos y reflexionar juntos sobre
cuál es el educador que necesita nuestra sociedad. Hoy y en cada momento, podemos
detenernos, mirar lo que vivimos como sociedad y preguntarnos qué tipo de educador
necesitan los hombres y las mujeres con las que compartimos el presente. La práctica
educativa es una práctica social, una práctica política y una práctica cultural, y es por eso que
1
El público de esta ponencia eran más de 2000 directivos y educadores católicos venidos de distintos
puntos del país, proveniente mayormente de congregaciones religiosas y escuelas parroquiales. Este
texto que presentamos en este libro, lo hemos mantenido prácticamente igual a aquella ponencia, con
las breves referencias religiosas explícitas que tenía.
el rol del educador dependerá de cada momento social, político y cultural, y del modo en que
se quiera responder a cada sociedad. El rol del educador dependerá del modo en cómo se lea,
se interprete, se juzgue y se responda al tiempo presente. Y también dependerá de la distancia
crítica que se tiene frente a cada momento histórico. Cabe preguntarnos en esta mañana, ¿de
qué manera pesan en nuestra conciencia una mirada esencialista del rol del educador? ¿de
qué manera tenemos y permitimos libertad para que los educadores podamos redefinir
nuestra función y nuestra labor desde una distancia crítica con el momento presente? ¿o
somos funcionales y reproductores del sistema, como muchas veces se nos crítico? Hablar de
práctica social es hacer referencia a unos otros y otras desde donde nos definimos, y eso es
una cuestión de opción política, religiosa y epistemológica de nuestra parte: ¿desde dónde
vamos a mirar el mundo? ¿desde qué sector de la sociedad vamos a construir nuestro rol? ¿a
qué sectores y para qué sectores vamos a orientar nuestra práctica? En una Argentina, donde
más de la mitad de los menores de 18 años son pobres, ¿cuál es el lugar desde dónde como
educadores cristianos vamos a mirar y a definir nuestro rol?
Esto quizás es una de los elementos más hermosos de nuestro rol docente, este componente
utópico, amoroso de lo humano y esperanzador que nos hace definir nuestro rol en función de
lo que viven nuestros hermanos y hermanas con quienes compartimos la existencia: ¿qué les
queremos brindar para que su existencia y nuestra existencia sea más plena, más humana,
más feliz? Porque cuando este componente se pierde, cuando este componente utópico,
amoroso y esperanzador desaparece, entonces ya no hay más rol del educador que pensar, y
la tarea docente se hace rutinaria, y lo que se transmite es un contenido muerto, y nos
hacemos apáticos, y nos hacemos servidores de un sistema de muerte, y nos hacemos técnicos
fríos, y nos hacemos acríticos, superficiales, pobres. Como dice con gran verdad y mucha
fuerza el autor de “Ética para amador2”, “sólo educa el que está enamorado de lo humano”.
Este es el corazón del acto educativo: el enamoramiento de lo humano. Esta es la razón por la
que vale la pena transmitir la cultura, construir el saber, transformar lo que deshumaniza,
soñar nuevos mundos, forjar comunidades escolares alternativas. La fuerza transformadora de
la educación tiene en este enamoramiento de lo humano, su raíz.
3. EL ROL DEL EDUCADOR DEBE PODER CONSTRUIRSE CON Y DESDE UNA MIRADA
CRÍTICA Y PROFÉTICA A LA HISTORIA QUE VIVIMOS:
2
Savater, Fernando; “Ética para amador”; Editorial Ariel, Barcelona, 2008
3
Sábato, Ernesto; “La Resistencia”; Ed. Six Barral, Buenos Aires, 2001
La mirada acrítica en nuestra historia de educadores nos ha hecho y nos sigue haciendo
cómplices muchas veces de situaciones de injusticia que como sociedad vivimos.
Y en este punto quiero centrarme también en esta mañana, porque si nos encontramos que
mayoritariamente somos educadores cuyo rol ha perdido esa dimensión dialógica en la
definición de lo que somos y hacemos, ¿qué se hace? ¿qué hacemos si nosotros, los directivos,
hemos perdido la dimensión dialógica de la definición de la función social de nuestra escuela?
¿qué pasa si como conjunto educativo, si como conjunto de escuelas de una asociación o de
una congregación, hemos perdido la capacidad dialógica de nuestra función social, y sólo le
estamos preguntando a las editoriales, a las casas de computación o de artefactos
tecnológicos, cuáles son las últimas novedades para pensar nuevos proyectos educativos, pero
no estamos dialogando con nadie más? ¿Qué pasa cuando los rostros de siempre y los nuevos
rostros no entran en diálogo con nuestras estructuras educativas, y cuando entran, no somos
capaces de interpelarnos críticamente? ¿quiénes son los que definen nuestro rol?
Si la función docente es una función política que se construye en diálogo con una realidad que
nos interpela como adultos y como ciudadanos, como parte de esta sociedad que vivimos, es
necesario pensar en procesos formativos de educadores para la lectura de la realidad, la
construcción de sentidos y el diseño creativo de modos de ser docente, habitar la escuela y
llevar adelante la transmisión crítica del conocimiento. Y esto es responsabilidad primera de
los equipos directivos: el diseño de procesos formativos y de procesos de conversión personal
y comunitaria, que nos permitan constituirnos en los educadores que nuestra sociedad
necesita. Lamentablemente hemos caído mucho en la práctica de “terciarizar” la formación, y
convertir la misma en capacitación. Y no es eso lo que necesitamos: en estos tiempos nuevos y
complejos, necesitamos comunidades de educadores que vivan procesos formativos y de
conversión, animados por equipos directivos que saben construir, animar y señalar horizontes.
Sobre esto nos detendremos al final.
Primero por nosotros mismos, los educadores, pero también por los cuerpos directivos y por la
sociedad en general. Y la revalorización del rol del educador pasa por seguir sosteniendo
nuestro rol más cercano al del intelectual práctico que al del técnico aparentemente apolítico.
Sabernos hacedores de cultura, hombres político, ciudadanos responsables en la historia,
forjadores de subjetividad y de cultura, es lo que nos posiciona en un lugar de mayor relieve y
dignificación de nuestra tarea educativa. Sin apuesta por el educador no hay posibilidad
transformadora en la educación.
Ser educador crítico y con conciencia de la dimensión política y religiosa de su hacer implica la
capacidad de poder decidir y explicitar qué subjetividad y qué sociedad se quiere construir,
más allá de los mandatos del Mercado, de la sociedad de consumo y de la cultura posmoderna.
Educadores con capacidad de romper con paquetes curriculares prediseñados que no
demandan ni de creatividad, ni de lecturas críticas. Pero para esto, hace falta de equipos
directivos que puedan instalar en las distintas comunidades de educadores las preguntas: ¿qué
subjetividades vamos a ayudar a construir aquí? ¿a quiénes vamos a beneficiar con lo que
hacemos? ¿qué miradas del mundo y de la sociedad vamos a propiciar? ¿Qué experiencias de
Dios vamos a fomentar? Sin preguntas últimas, no hay respuestas profundas.
Nos lo hemos dicho muchas veces y nos lo han señalado muchos estudios: la escuela es capaz
de producir desigualdades sociales, de legitimar la injusticia social, de propiciar la acumulación
de un sector social, de anestesiar conciencias y corazones: ya lo sabemos y ya lo hemos hecho,
de modos más o menos conscientes. Debemos poder poner a cada educador y a cada
comunidad educativa frente a la pregunta política y religiosa: ¿qué hombre vamos a formar?
¿qué mujer? ¿qué sociedad? No hay neutralidad en el acto educativo.
SINTETIZANDO ESTE PRIMER PUNTO: Desde estos a prioris que hemos mencionado, vamos a
entrar en nuestra reflexión:
Tal como se deduce de lo que decíamos antes, se hace imposible pensar en un solo tipo de
educador para todas las realidades, ya que estas son muchas, variadas y desafiantes en
distintos sentidos. Pero buscando hacer una mirada de conjunto, y con el riesgo de pecar de
simplistas, podemos decir que estos son algunos de los rostros y de las realidades que creo
personalmente que más nos interpelan hoy.
Ante un sistema educativo que se fragmenta y se hace injusto año a año, ofreciendo escuelas
muy ricas para ricos, y escuelas muy pobres para pobres, los educadores tenemos el desafío de
constituir el conocimiento como un derecho de la humanidad y un bien público, y no un
privilegio de los que pueden pagarla, o que pueden adquirirlo por un cierto capital cultural
acumulado. Nuestro mayor desafío como educadores, es poner al alcance de todos los niños y
niñas los mismos beneficios de la humanidad, para que podamos construir un mundo en
donde quepan todos y todas. Eso implica desnaturalizar y deconstruir las desigualdades
educativas y las desigualdades sociales que estas esconden. Frente a esta realidad de tanta
fragmentación educativa, debemos devolverle a la escuela el lugar central de transmisión del
conocimiento para la inserción crítica, ya que, en muchas ocasiones tenemos escuelas
contenedoras para pobres y escuelas de interiorización de valores y lealtades
correspondientes con los intereses de los sectores dominantes, en sectores ricos. Pensar la
escuela en esta clave, es pensar en el rol de educadores como distribuidores de saberes y
capitales simbólicos, culturales y sociales, con mayores sentidos de equidad y justicia social.
A veces pareciera que educamos para que los estudiantes “estén en la escuela”, “vivan en la
escuela”, “aprendan a sobrevivir y a zafar en el medio de la escuela”. Los educadores debemos
recorrer el mundo de la educación superior, las universidades, profesorados; debemos
recorrer el mundo de la política, la calle, las empresas y los talleres. Pero debemos recorrerlos
con la conciencia de que somos nosotros los agentes culturales que estamos preparando a las
nuevas generaciones para la inserción crítica a todo lo que hace la sociedad del siglo XXI.
Cuando vamos a una empresa preguntarnos: ¿qué se necesita para que nuestros estudiantes
estén trabajando aquí? Cuando vamos a un partido político, a una organización social, a una
fundación, a una asociación civil, a un comercio,… ¿Qué se necesita para que nuestros
estudiantes estén insertos, pertenezcan, puedan participar, de estos estos espacios? Cuando
vamos a un museo, a un teatro, al cine, a un concierto,… ¿Qué se necesita para que nuestros
estudiantes participen de estas cuestiones? Y así con todo lo que hace a nuestro mundo.
Somos iniciadores. Debemos vivir y caminar el mundo, participar y pertenecer del mundo, con
la conciencia de que detrás nuestro y junto a nosotros, otros también deben poder hacerlo y
mejor que uno. Si el mundo nos pertenece a los educadores, y no les pertenece a los
estudiantes, ¿qué sentido tiene nuestra tarea educativa, sino para la reproducción del status
quo? Iniciación crítica al mundo, implica eso: al mundo del trabajo, de los estudios superiores,
de la vida democrática, de la vida cultural y social, del disfrute de nuestro mundo natural y
artístico.
En una sociedad de mucha inequidad, de cada vez más fragmentación social, de cada vez más
distancia entre los sectores empobrecidos y los sectores dominantes, con una justicia social
largamente esperada, tenemos el desafío de pensar los procesos educativos como procesos
de acercamiento/acortamiento de las brechas sociales, desde el trabajo educativo sobre los
sentidos comunes dominantes internalizados que naturalizan posiciones sociales y formas de
mirar, entender y actuar el mundo, en donde se reproducen estas injusticias. Desde el trabajo
de redistribución y fortalecimiento de los saberes y capitales culturales, sociales y simbólicos
con los que ingresan y con los que deberían egresar nuestros estudiantes. Desde la
construcción de procesos educativos que sean de conocimiento de las realidades que vivimos
como país, como continente, como humanidad, haciendo hincapié en tomar contacto con las
realidades de sufrimiento, miseria, dolor, desesperanza, del sector mayoritario de nuestro
mundo. Procesos educativos que sean de reconocimiento del otro, sobre todo del otro
excluido, de sensibilización frente a su padecimiento, de cuestionamiento sobre nuestra
participación en las dinámicas sociales injustas de esta sociedad y de las posibilidades de llevar
a cabo acciones solidarias y de justicia social, junto a otros. Un desafío importante que
tenemos los educadores es la formación de ciudadanos solidarios que tengan en sus
horizontes la construcción de un mundo más equitativo.
Otro desafío es el de reconocer como educadores cuáles son los procesos sociales y políticos
que estamos viviendo, y cuáles son las organizaciones, sectores sociales y movimientos que
están empujando y propiciando la construcción de sentidos democráticos y de justicia social, y
sumar allí, articulando y tejiendo redes. En una sociedad que crece en la toma de conciencia de
los derechos humanos, de los derechos de los niños, de los derechos de las minorías y en
conciencia ecológica, los educadores tenemos el desafío de ayudar a construir y transmitir un
conocimiento socialmente significativo que nos ayude a crear una nueva sensibilidad social,
de cada vez mayor respeto por el otro y la otra, y de cada vez más respeto y cuidado por
nuestra tierra, como don de Dios y patrimonio de todos y todas.
En una sociedad donde los medios de comunicación ocupan un lugar central en la construcción
de la realidad, en la configuración de las representaciones sociales, en el armado de qué
pensar, sentir, opinar, actuar, la escuela debe poder ser el lugar de análisis crítico de los
mismos, y de educar para miradas complejas y nuevas sobre esto que llamamos la realidad.
En una cultura en donde muchas veces nos encontramos huérfanos de referentes adultos, y al
mismo tiempo vacíos de horizontes, reducidos los ideales comunes a placeres y deseos
personales, los educadores debemos poder ser testigos y sabios, iniciadores existenciales
para la construcción de una sabiduría personal y colectiva sobre el mundo, y la sociedad. Lo
que la escuela, y en ella, todos sus educadores, transmite y construye es una mirada del
mundo que conlleva valoraciones y prácticas. En esta modernidad líquida, hoy más que nunca,
es necesario de educadores que podamos iniciar en la construcción de esa sabiduría que
también es mirada trascendente. Necesitamos ser educadores con capacidad de hacer síntesis
personales y colectivas de nuestra experiencia y del conocimiento que transmitimos.
Necesitamos ser educadores que podamos explicitar nuestras intencionalidades pedagógicas y
pastorales en relación con nuestras miradas del mundo, con el testimonio de nuestra vida, con
nuestra sabiduría personal…. (¿por qué enseñamos lo que enseñamos? ¿con qué sentidos?
¿qué subjetividades queremos construir? ¿qué cultura?).
Sólo hay un nuevo rol docente cuando hay una comunidad de animación, conducción y gestión
que señala el horizonte, garantiza la unidad y construye una comunidad de educadores en
proceso formativo que camina hacia el horizonte señalado.
Ayudar a constituir un nuevo rol de educadores tiene como punto de partida inicial la
constitución de equipos y comunidades de conducción y animación de los centros educativos,
que lideren procesos de construcción de proyectos educativos que definan que tipo de país,
qué tipo de sociedad, que tipo de hombre y mujer queremos ayudar a constituir. Y desde allí,
definimos los procesos formativos que definen los roles de los educadores.
Los procesos formativos que buscamos son aquellos que, partiendo de la práctica cotidiana y
de la existencia de cada uno de nosotros como educadores, y de cara al proyecto educativo, y
a los que atendemos y su realidad, buscamos la construcción de una práctica educativa
significativa.
Los procesos formativos tienen que poder ayudarnos a nosotros como educadores a tomar
opciones personales y comunitarias, a buscar formas, a fortalecer nuestra identidad, a
constituirnos como comunidad educativa, a construir un proyecto educativo y una práctica
educativa consistente, y a encontrar a Dios, raíz de todo bien y justicia, detrás y dentro de
todo esto que hacemos y vivimos.