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Charles de Foucauld:

Un mártir sin verdugos


Charles de Foucauld es la figura que enseña a los bautizados la auténtica
naturaleza del martirio cristiano, a menudo distorsionada por la «ideología
de la persecución».El hermano Michael Davide Semeraro, monje benedictino
y maestro de espiritualidad, ofrece una perspectiva muy original sobre el
«pequeño hermano» y sobre su herencia, a cien años de su muerte. La figura
de De Foucauld, como explica en su libro «Charles de Foucauld. Explorador y
profeta de fraternidad universal» no es indiferente en la intemperie eclesial
contemporánea, marcada por una relación para muchos problemática
cuando no conflictiva con el islam.

La experiencia de Charles es muy útil para volver a considerar hoy el sentido


y el significado profundo del martirio cristiano: «En él es vivido sin la
necesidad de buscar al verdugo. Solo así se sale del círculo vicioso de la
venganza y se entra en la esfera del Evangelio. El verdugo no es necesario
para el mártir cristiano: lo que cuenta es la disponibilidad a dar la vida hasta
el fondo», explicó el benedictino a Vatican Insider.

Aquí radica la sutil diferencia, que aleja las historias de los mártires de
quienes las utilizan como pretexto para movilizaciones identitarias o como
punto de partida para campañas de indignación, en una clave político-
cultural.

En la actualidad, el martirio sufre a menudo una «modificación genética»,


cuando los sufrimientos de los fieles son insturmentalizados según lógicas de
poder e incluso según los negocios. O cuando el enfoque con el que se ven es
el de la mera «reivindicación de los derechos», que queda encerrada en el ala
de la Iglesia «modelo Amnistía Internacional».

«Charles de Foucauld representa para la historia de la Iglesia un punto del


que no se puede volver: su profecía cayó en el desierto del Sahara como el
evangélico grano de trigo, el primero de diciembre de 1916. Abrió nuevos
senderos y nuevos caminos mucho antes de que el Concilio Vaticano II
cobrara conciencia», explicó Semeraro.

El benedictino encuentra en su vida referencias a Benito de Norcia y a


Francisco de Asís: «De la tradición benedictina, vivida el tiempo que pasó
como trapista, custodia el aspecto contemplativo de atención a Dios y a los
hermanos. De Francisco de Asís imita la pasión por una constante vuelta al
Evangelio “sine glossa” y la condición de minoridad, que siempre es lo que
permite dar el primer e incondicional paso hacia el otro».

Y si para el Santo de Asís el viaje hacia la tienda de Saladino representó un


momento importante de su camino interior, «el encuentro con el islam fue,
para el vizconde Charles de Foucauld, un llamado a la interioridad y a la
trascendencia. Son justamente los musulmanes, con su actitud de oración
frente al Altísimo, los que le permiten volver a descubrir su fe bautismal».

Así, el explorador geográfico-militar se transforma en un «explorador


humano» que trata de adoptar el punto de vista del otro con humildad
auténtica. Es un proceso de despojo de sí: «el primer paso es aprender de los
otros y aprender la lengua del otro, para conocer sus vida, sus emociones, sus
deseos, la manera en las que están acostumbrados a percibir el misterio de la
vida, con sus alegrías y fatigas. Charles escribe en su diario: para hacer el
bien a las almas hay que poder hablarles, y para hablar del buen Dios y de las
cosas interiores hay que saber bien la lengua».

«En este sentido —prosigue Semeraro— Charles retoma la intuición de


grandes misioneros como Cirilo y Metodio, como Matteo Ricci. Por esto
aprende la lengua de los tuareg, prepara diccionarios, reúne cientos de
poemas mediante las que se transmite la sabiduría de estos pueblos».

En la relación con el prójimo, no parte pensando que es el depósito de la


verdad: «La verdad es una persona, Cristo Jesús, y es solo la conformación a
su forma de hablar, de actuar, de hacerse presente a las necesidades del otro
lo que permite ser reconocidos y, en cierto sentido, amados».

Décadas más tarde, esta misma estructura de pensamiento y de acción se


reprodujo nuevamente en Tibhirine, en los monjes trapistas asesinados en
1996 en Notre Dame del Atlas. Y, en el tercer milenio, después del atentado
contra las Torres Gemelas y de los ataques terroristas en Europa, la
experiencia de Charles, según Semeraro, puede ayudar a los cristianos «a leer
con una mirada de fe la presencia de los “otros”, deslegitimando lo que
muchos consideran como un enfrentamiento contra la civilización islámica».

Uno de los mensajes más fuertes y significativos de De Foucauld se relaciona,


pues, con el enfoque hacia el islam: «El beato, hoy, ofrece testimonio de la
plena adhesión al Evangelio en su exponerse unilateralmente, es decir sin
reciprocidad, a la relación fraterna con los musulmanes».

En lo profundo del desierto argelino, en donde acabará su vida terrenal,


Charles de Foucauld lee el Evangelio y adora la presencia de Cristo en la
Eucaristía no para protegerse con la coraza de una identidad fuerte y
contrapuesta, sino para abrirse a una fraternidad cada vez más universal.

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