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ISBN: 99922-2329-4
Saber no es suficiente,
Debemos aplicar.
Desear no es suficiente,
Debemos hacer.
Johann W. Von Goethe
Esta obra nace de la visión de motivar a los jóvenes con mensajes positivos
provenientes de sus mismos compañeros, más allá de la denuncia y la protesta,
siendo propositiva, frente a su apatía e indiferencia sobre los problemas que
amenazan la vida peligrosamente, como la degradación del medio ambiente y de los
patrones de conducta. Sus objetivos emanan de la visión, la misión y los valores que
la sustentan.
Hace años, con la intención de divulgar dichos contenidos por medio del cine y
aprovechando las inquietudes de la Asociación pro Arte Cinematográfico de
Guatemala, me dí a la tarea de escribir un libreto. En aquel entonces, para los
derechos de autor se requería publicar edictos en el diario oficial que siempre estaba
saturado y había que esperar turno. Para cuando se logró, quienes prestarían el
equipo y nuestros asesores, ya se habían retirado, llevándose dicho libreto. La
asociación cayó así en inactividad.
Luego, con la intención de que el mensaje se diera a conocer masivamente,
participé en un certamen con un guión sobre valores y ecología y obtuve el primer
lugar nacional. Sin embargo, no se dio cobertura noticiosa por problemas entre los
patrocinadores.
Y mejor aún, que tomen el papel de quienes son los únicos capaces de
conseguir un desenlace feliz, promoviendo el desarrollo humano, siendo los
promotores de la comunicación, la que concierne al equilibrio ecológico, a la
estabilidad emocional y a la construcción de la paz. Factores que, a pesar de ser la
esperanza del futuro de la humanidad, se encuentran en el mayor descuído, con la
consecuente pérdida de valores y degradación, tanto social, como medioambiental.
CAPÍTULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
LOS ROCK (La riña, La pálida, El frío de la muerte, Los rock, El suicidio,
Reflexiones)
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
PARTE II (Cuentos)
I CONSTRUYENDO LA PAZ
II LA PAZ EN GUATEMALA
PUBERTAD:
Los mayores siempre dicen que quisieran volver a la juventud, pero nosotros
hemos visto sufrir a los jóvenes cómo los adultos ni se imaginan. Y mucho de ese
sufrimiento nunca llega a saberse. Los familiares lo ocultan porque les da vergüenza,
tal vez, o por no dejar que les afecte, pero la angustia de muchos adolescentes es
terriblemente real y se va quedando en el alma. Más tarde se pagan las
consecuencias hasta con la muerte, como con aquello que pasó y que ahora me hace
reflexionar.
Qué ideal sería que los chiquillos fuéramos siempre, precisamente, niños y no
padecer dramas como el que nos tocó vivir tan de cerca y que rasgó nuestras mentes
infantiles, perdiendo la inocencia para siempre, cuando deberíamos de pensar en
jugar y divertirnos.
El ver a nuestras amigas -casi unas niñas– engañadas, llegando hasta el
extremo del aborto y a nuestros compañeros, víctimas del abuso sexual y sus
terribles consecuencias, como el SIDA. Y el dolor de verlos morir a tierna edad fue
verdaderamente triste e impresionante, pero escandalosamente real. Y pensar que
esto ocurre diariamente mientras nuestros padres nos creen estudiando ¡Y en pleno
nuevo milenio!
Claro que a nuestra edad no nos hubiéramos enterado de nada pero, por una
serie de acontecimientos, mi amigo José y yo fuimos llevados tan cerca de aquella
tragedia, que ya nunca volveríamos a ser los mismos.
¡Y son precisamente los adultos quiénes, con su hipócrita falsedad, nos han
conducido a la tragedia! Misma de la que después se lamentan preguntándose:
¿Hacia dónde va la juventud? Y solo hay una respuesta: ¡Hacia donde ellos mismos la
están llevando! Porque, mientras los juguetes duermen por los rincones, los niños, en
la calle, se venden por una poca de droga.
—Me fastidió la maestra, cuando dijo que éramos pre-púberes. —Le dije.
—Sí, Freddy, —me respondió enojado—, ahora en el colegio, los más grandes,
ya no quieren que nos juntemos con ellos.
— ¡Imagínate! Se reían porque leía una fábula de un bosque mágico,
diciéndome que eso no era para varones, burlándose.
—Es cierto que ya pronto seremos adolescentes y dejaremos de ser los niñitos
del grado, pero eso no quita que me gusten los cuentos. Hasta me encantaría que
existieran de verdad, esos bosques mágicos.
—Sí, es verdad. Yo creo que también los adultos, desde el fondo de sus
corazones, quisieran regresar a la niñez y ocultarse entre un bosque misterioso
¡Cómo aquellos lugares de las fábulas! Y olvidarse de todo.
Porque mi padre dice que se sienten fastidiados cuando oyen del terrorismo y
de guerras y que entonces la vida pierde, para ellos, todo significado.
—Es verdad. Mis papás, afligidos, dicen que los ataques terroristas y con
bacterias desatarán epidemias espantosas.
—Además, es cierto que a veces nos sentimos algo incómodos con las chicas.
—Le confesé algo avergonzado a José.
—Es porque también nos ven como niños. ¡Me da una rabia! —Dijo haciendo
gestos.
—Hay algunas, tan lindas, que ya se ven como señoritas. Así como la Beba.
—Es muy dulce y podemos platicar, a pesar de que es un poco mayor que
nosotros. ¿Verdad?
—Bueno, cuando no le agarra la depresión y se pone insoportable. No logro
entender sus cambios de ánimo tan repentinos. —Dije, pensando en ella.
Ocurrió cuando tuvimos que enfrentarnos al más extraño individuo, quien nos
puso en aquel camino insospechado. Todo comenzó cuando quisimos rescatar a
nuestra amiguita de las peligrosas garras de aquel sujeto, quien había estado
metiéndole ideas en la cabeza y hablándole de amor. ¡Le había estado proponiendo
llevársela a no sé dónde! A ese “lugar prohibido” al que llamaba “su jardín”.
—También ella me dijo el otro día que hay veces que desearía irse a donde
hubiera armonía, belleza y paz inspiradora, para quedarse allí para siempre. Se veía
como desesperada. ¡A saber qué le estaría pasando! —Le comenté a José.
—Es verdad, Freddy. —Me dijo y se quedó en silencio con la mirada perdida,
en una actitud ensoñadora, como deseando encontrarse él mismo en un lugar así,
quién sabe por qué.
—Sin embargo, ella me ha estado asegurando que sí existe ese fabuloso edén
y que es mejor que los de Las mil y una noches. Que cierto tipo, que es su amigo, le
ha dicho que es muy lindo. —Le relaté como para animarlo.
— ¡Sí, seguramente ha de estar loca! —Me dijo, burlándose con aires de muy
adulto.
—De verdad —le insistí— se le ha metido que existe. El tipo ese le ha dicho
que: “un instante en su perfumada atmósfera es mágico, renovando el espíritu como
por encanto y en donde se puede vivir para siempre”. Así le dice el hombre ese.
—“Es un jardín prohibido al común de los mortales”. —Fue lo que le dijo él.
— ¿No será alguna clase de pervertido, o algo así? ¡Bien podría tratarse de un
violador! Un degenerado o alguien que desee secuestrarla. ¿Qué sus padres no le
han enseñado que no debe de hablar con extraños? —Me dijo molesto.
—No sé, él es muy misterioso. Ella me ha contado lo que le dice, pero es algo
realmente absurdo. —Le dije, tratando de mantener aún su curiosidad.
— ¿No estarás viendo mucha tele? —Le dije, sarcástico, ante su reacción—.
Bueno, la verdad... no lo sé. —Agregué vacilante— ¿Sabes lo que me dijo el otro
día?... El sujeto ese le aseguró que él mismo vive allí. —Acepté, ya con mis dudas.
— ¡Ah no, eso sí está muy sospechoso! ¡Cómo si quisiera convencerla para
llevársela quién sabe a dónde! —Dijo, con pompas de muy adulto, yéndoseme por
otro lado.
—Te voy a decir, con sus propias palabras, con lo que quiso convencerla: “Te
puedo asegurar que existe porque lo conozco, ya que allí es en donde vivo yo,
lástima que sea prohibida su entrada. Y aunque son pocos su habitantes, la vida allí
es muy feliz”. —Le dijo el viejo ese.
Estaba seguro que sería el tiro final con que me afirmaría el interés de José.
Luego, todo sería cosa de “montar en nuestros briosos corceles” —es decir, las
bicicletas— y emprender la que prometía ser la más emocionante de nuestras
correrías para descubrir los misterios ocultos de ese dichoso “jardín”. Y aunque se
tratara de un simple parquecito de diversiones, para nosotros sería lo que ella
quisiera que fuera y podríamos jugar allí cada vez que nos sintiéramos aburridos.
Pero no. El condenado de José, no parecía interesarse en eso en lo más
mínimo. Su preocupación iba más por descubrir las intenciones que el hombre ese
tuviera detrás de su “propaganda” para interesarla. Finalmente, sin que me diera
cuenta, José me iba metiendo en su juego.
— ¡Si no actuamos rápido va a llevársela! ¡Pero cómo es posible que sea tan
tonta de creerle esas patrañas! Porque ingenua no es. —Me decía él.
—Lo que sucede, es que tiene muchos problemas con sus padres. En su casa,
ha estado pasando algo que no ha querido contarnos. Seguramente ha encontrado
en las historias de ese tipo, un escape a sus problemas; una forma de huirse de su
realidad.
— ¡Sí, Freddy, pero lo peligroso es que decidiera fugarse con el sujeto ese!
Las palabras de aquel niño creído mayor, tenían un tono de razón. Pero lo que
más me conmovió no fue la madurez de sus reflexiones, ni tan siquiera lo peligroso
que podría ser para ella la posible escapatoria de su hogar, sino ese sentimiento que
se apoderó de mí en aquellos instantes. Fue una mezcla de rabia y frustración ante la
impotencia de impedir aquello que, según José, estaba por suceder y que,
irremediablemente, me apartaría de aquella linda chica con la que, recién,
comenzábamos a ser buenos amigos.
Yo no sé si será eso a lo que los mayores llaman celos, pero algo muy
parecido sería. Lo cierto es que, el fragante aroma de su cuerpo, se me había venido
metiendo hasta los huesos. Se me resecó la boca y, olvidándome de fantasías y las
bromitas que acostumbramos, fui pensando más en el asunto. Y como si despertara
a la realidad por las palabras de José, a quien ahora veía como si de pronto hubiera
crecido haciéndose todo un adolescente, me di cuenta que él tenía razón y que quien
actuaba como un niño era yo. Entonces, tomando las cosas en serio, decidí que era
la hora de actuar.
— ¡José, tienes razón, algo habrá que hacer! —Le dije decidido.
— ¡Bueno, pues hablemos con ella! ¡Abrámosle los ojos! —Me insistió con
madurez. Pero yo, conociéndola, le repliqué:
—Recordemos que: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Parece que se
ha convertido en una especie de admiradora de ese charlatán. ¡Cómo quisiera que lo
supieran sus padres! —Agregué rabioso.
— ¡Eso es! ¡Su hermana puede ayudarnos a salvarla de caer en las garras de
ese pervertido! ¡Vamos a hablar con ella! —Exclamé entusiasmado.
— ¡Sí, tenemos que hacer algo! Tenemos que salvarla. ¡Vamos a buscarlas y
que se aclare de una vez todo el asunto! —Me dijo resuelto.
Ese día iba a ser muy especial, porque estaba por ocurrir todo aquello que nos
cambiaría para siempre. La relación con aquel extraño que hablaba de un maravilloso
jardín prohibido y el choque abrumador de conocer repentinamente el mundo oscuro
de las drogas, sería tan solo el principio; luego, se dejaría venir todo lo demás.
— ¡Vamos, vamos pronto, antes de que otra cosa suceda! —Dijo José.
— ¡Y aún que se tratara de una chica fea, ya no digamos alguien tan linda
como tú! —Agregué. Sus ojos vivaces, sus mejillas sonrosadas y sus labios, tenían
algo que me turbaba.
Como para agradecerme lanzó un precioso gesto con el rabillo de los ojos,
acompañado de una sonrisa. No pude resistir y, sin sostenerle la mirada, me sentí
desconcertado. La boca se me secó de inmediato; me sudaron las manos y sentía
fuego en las mejillas. Creo que me avergoncé de lo que dije pero, al parecer, mis
palabras la habían suavizado.
— ¡Pero, por Dios, no seas tan ingenua! ¿Qué clase de caballero les arma
semejantes cuentos, a las niñas quinceañeras? —Le hizo ver José.
— ¡Pero cómo que quinceañeras! ¡Si todavía me faltan unos meses para los
catorce! —Reclamó ella, indignada, fijándose más en eso que en lo delicado del
asunto.
— ¿El qué? ¡Increíble! —Dije, asombrado— Estás tan... tan... —Me volví a
turbar otra vez, enredándome en mis palabras, arrepentido de haber abierto la boca.
—Tan linda, quise decir. —Agregué, como para disimular. De nuevo el calor
me hacía sudar hasta gotear.
— ¡Otra vez con eso! ¡Que no es ningún degenerado! —Refunfuñó ella, dando
un taconazo.
— ¿Pero de qué clase de tipo estamos hablando? —Interrumpí. Tal vez estaba
tratando de lucirme yo también.
—Bueno, ya les dije que él, lo único que quiere es que conozcamos lo del
“jardín”.
— ¡Já, já, sí, cómo no! —Le dijo José, burlón— Y se entretiene llevando chicas
inocentes a su famoso “rincón encantado”.
— ¡Prohibido! —Chilló José— ¡Prohibido será, pero por la ley! Eso de andar
sonsacando a menores, lo convierte en un pervertido. ¡Aunque no quieras aceptarlo!
—Le dijo él, dándose aires de muy adulto.
—Pues créanlo o no, es una bella persona. ¡Aunque, claro, comprendo que
para niños como ustedes, ha de ser difícil entender algunas cosas! —Dijo ella.
— ¿Qué quieres decir con “niños como nosotros”? ¡Acláralo! —Le exigí.
Pero, bueno, al fin y al cabo no hemos venido para enamorarla, sino a salvarla
del degenerado ese. ¡Y eso es lo que teníamos que hacer y pronto! Antes de que
continuara embobándose más con él. Pensé.
— ¿Lo ves? —Le grité, alterado, como si hubiera descubierto por fin, el arma
para combatir y derrotar a ese perverso.
— ¿Veo qué? —Me dijo molesta, cómo si no se diera cuenta de lo que ella
misma acababa de revelarnos y lo tremendamente peligroso que podría ser.
— ¿No te das cuenta que eso de los “Placeres del jardín prohibido” puede ser
una clara insinuación a las drogas? Es como si quisiera llevarte a un antro o algo así.
Para mí, el asunto está muy claro. —Agregué. Me sentía furioso, como combatiendo
contra la maldad de ese hipócrita pervertidor de menores.
—Oí decir a mi padre que cuando los hombres les hablan de amor a las
jovencitas, es un indudable acoso sexual y eso de hablarte de “placeres”, lo pone
indiscutiblemente en evidencia. —Agregó José, presumiendo de listo.
— ¡Eso es! —Grité alterado—, debemos de darle la queja a tus padres para
que lo acusen con las autoridades.
Nosotros creíamos que habíamos ganado aquella discusión, lo que nos llenaba
de un poder y satisfacción que no éramos capaces de controlar. Ya nada que ella
dijera podría cambiarlo.
TERRIBLE PROPUESTA:
—Perdonen ustedes, pero es que me desesperaron. —Nos dijo ella, con ese
gracioso movimiento de cabeza tan suyo, reponiéndose—. Les agradezco su interés,
pero están equivocados.
Como veo que este asunto no tiene solución, ya que ustedes creen que la que
se equivoca soy yo, lo mejor será que lo conozcan a él personalmente y oyéndolo
hablar, se formen su propia opinión.
— ¡Pero cómo! —Dijo José, pálido, casi gritando—. Eso sería exponernos al
peligro que hemos venido a evitar. Están completamente locos.
—Ni pensar en decirle a nadie sobre esto. —Me previno José, muy serio.
—O para que den con nuestros cadáveres. —Dijo él, de una forma macabra
que me causó espanto, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
En el fondo yo sabía que tenía razón, ya que en parte la culpa era mía, aunque
la iniciativa de hablar con la Beba, había sido de él desde un principio. Pero en fin, a
pesar de que el resto del camino anduvimos echándonos la culpa, al final,
comprendimos que continuar con eso no remediaba nada y, haciendo las paces,
decidimos afrontar la situación y aceptarlo, por terrible que fuera. Ya no nos quedaba
otro remedio, más que la suerte nos acompañara.
Me hizo prometerle que guardaría el secreto y que por ningún motivo revelaría
la verdad. Creo que le daba vergüenza que se supiera que andábamos en búsqueda
del “jardín prohibido”. No quería hacer el ridículo y después exponerse a las burlas.
Por la noche no pude dormir. Daba vueltas en la cama y cuando por fin
conciliaba el sueño me despertaba dando de brincos, atormentado por terribles
pesadillas. Me preocupaba nuestra seguridad y muy a mi pesar, me vi obligado a
romper mi promesa de silencio y con una prudente actitud, decidí dejar algún rastro,
por las dudas.
¡Hay no, por Dios! ¡De verdad, que mejor no hubiera venido! ¿Y qué puedo
hacer ahora? ¡Si sobrevivo a esta, me las va a pagar caro José! —Me decía a mí
mismo, asomándome a las esquinas, tratando de ver si llegaba por algún lado.
¡Por fin, apareció el tal José, despreocupado y con cara de inocente! Y todavía
tuvo el cinismo de burlarse de mis pantalones mojados.
Platicando, salieron a relucir muchas de las penas que le han tocado vivir al
lado de su padre alcohólico y su histérica madre. Y que, su hermana Cristina, ha
llegado a ser un consuelo para ella. Chiquilla perdida entre un mundo incomprensible
de adultos neuróticos, preocupados únicamente por sí mismos, sin percatarse
siquiera de las penalidades de los más jóvenes. Algunos sollozos apagados turbaron
la emoción de aquel momento, enrojeciendo su naricita.
Pero pronto ella reaccionó y sacando de su bolso una flauta se puso a tocar
una melodía que fue limpiando el ambiente de toda vibración negativa, como si
hubiera sido una melancólica y mágica conjuración que nos fue reconfortando.
Pronto, la música se hizo más alegre, reanimándonos.
Dicen que las almas se juntan para cumplir su misión en esta vida. Así, nos
habíamos reunido con aquella preciosa jovencita y, acompañados de la dulce tonada
de su flauta, nos dirigíamos a enfrentar nuestro destino.
EL TENEBROSO DESCONOCIDO:
Vimos a un hombre alto y atlético de mediana edad por detrás que, junto a un
caballete, trabajaba una pintura sobre un lienzo. Él no podía vernos aún. Mis ojos se
engancharon con José, quien iba con una mirada perdida. ¡Quién sabe lo que iría
pensando! Me hizo una expresión de desconsuelo. Como si estuviera clamando por
su querida madre.
(CONTRAPORTADA)
Esta es una historia de sufrimientos y aventuras expuestas con valor, sin
hipocresías, sobre una dolorosa realidad que para muchos será asquerosa quizá, pero
que es una palpitante verdad de nuestros días. Son nuestras confesiones escritas en
ratos de desesperación, con temor y vergüenza, como gritos de dolor lanzados al
viento.
Nuestra relación con aquel extraño que nos hablaba de un maravilloso “Jardín
Prohibido” y el choque abrumador de conocer subitamente el mundo oscuro de las
drogas, sería tan solo el principio; luego, se dejaría venir todo lo demás. Ver a
nuestros compañeros víctimas de abuso sexual, muriendo de SIDA a tierna edad, fue
doloroso pero escandalosamente real.
_¿Y cómo se les ocurre publicar eso?_ Dijo el papá de Javier lleno de una
indignación caduca, extemporánea, basada en las costumbres de los viejos hipócritas
que todo lo quieren mantener oculto aunque el mundo necesite saber la verdad y
principalmente los jóvenes. Y mientras los juguetes duermen por los rincones o
debajo de la cama, los niños en la calle se venden por un poco de droga.
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