Sei sulla pagina 1di 30

EL MISTERIOSO JARDÍN PROHIBIDO©

Autor. Guillermo Bermúdez S.

(Versión Electrónica Reducida, Capítulo 1)

Registro 50/50/1 Propiedad Intelectual de Guatemala 2004

Primera Edición Febrero 2007

Centro Impresor PS, S.A.

ISBN: 99922-2329-4
Saber no es suficiente,
Debemos aplicar.
Desear no es suficiente,
Debemos hacer.
Johann W. Von Goethe

A MAESTROS Y PADRES DE FAMILIA

Esta obra nace de la visión de motivar a los jóvenes con mensajes positivos
provenientes de sus mismos compañeros, más allá de la denuncia y la protesta,
siendo propositiva, frente a su apatía e indiferencia sobre los problemas que
amenazan la vida peligrosamente, como la degradación del medio ambiente y de los
patrones de conducta. Sus objetivos emanan de la visión, la misión y los valores que
la sustentan.

Es didáctica, herramienta en formación de escolares y guía para padres de


familia, enfocada en problemas que inducen a drogas, alcohol, asociación en
pandillas y sus consecuencias como embarazos no deseados, abortos, enfermedades
de transmisión sexual, el VIH-SIDA, y aún hasta suicidios.

Hace años, con la intención de divulgar dichos contenidos por medio del cine y
aprovechando las inquietudes de la Asociación pro Arte Cinematográfico de
Guatemala, me dí a la tarea de escribir un libreto. En aquel entonces, para los
derechos de autor se requería publicar edictos en el diario oficial que siempre estaba
saturado y había que esperar turno. Para cuando se logró, quienes prestarían el
equipo y nuestros asesores, ya se habían retirado, llevándose dicho libreto. La
asociación cayó así en inactividad.
Luego, con la intención de que el mensaje se diera a conocer masivamente,
participé en un certamen con un guión sobre valores y ecología y obtuve el primer
lugar nacional. Sin embargo, no se dio cobertura noticiosa por problemas entre los
patrocinadores.

Esta obra plasma la esencia de mis inquietudes anteriores, con


mensajes de han sido inspirados en casos de la vida real, empleando una innovadora
estrategia, la cual permite que los lectores participen de la aventura como
protagonistas.

Y mejor aún, que tomen el papel de quienes son los únicos capaces de
conseguir un desenlace feliz, promoviendo el desarrollo humano, siendo los
promotores de la comunicación, la que concierne al equilibrio ecológico, a la
estabilidad emocional y a la construcción de la paz. Factores que, a pesar de ser la
esperanza del futuro de la humanidad, se encuentran en el mayor descuído, con la
consecuente pérdida de valores y degradación, tanto social, como medioambiental.

Este original recurso rompe, además con la tradicional barrera


generacional al reunirlos con los mayores con objetivos comunes, siendo una
contribución que, libre de corrientes sectarias, conduce al lector a una búsqueda por
un camino que le lleve al despertar, para que con mayor conciencia se convierta en
constructor de una nueva era de crecimiento para la cultura del tercer milenio.

Guillermo Bermúdez S. Autor


CONTENIDO

CAPÍTULO I

CUANDO SUPIMOS DEL MISTERIO (Pubertad, El rescate de la Beba, Terrible


Propuesta, El tenebroso desconocido, Extraño relato, El “abuelo”)

CAPITULO II

AVENTURAS DE LA PANDILLA (La Pandilla, El primer beso, Los problemas, El


que se volvió al revés, Aquellas tardes alegres, La borrachera)

CAPITULO III

EL AMOR…¿EL AMOR? (La otra, El extraño caso del mono, Paradigmas,


Valores, Transculturación, Cultura del milenio, Tragedia, El Sida, Autoestima)

CAPITULO IV

LA AVENTURA DE LA VIDA (Correrías Nocturnas, La Bella Princesa, la


aventura, Una idea genial, El Pacto, Por fin, Los secretos del Misterio, Nueva
esperanza, Las flores de mi jardín)

CAPITULO V

SECRETOS DEL MISTERIO (Los guías, Lo inesperado, Qué noche, La cumbre,


El conflicto, Decepción)
CAPITULO VI

LOS ROCK (La riña, La pálida, El frío de la muerte, Los rock, El suicidio,
Reflexiones)

CAPITULO VII

EL LIBRO QUE ESCRIBIERON LOS MUERTOS

(Pesadilla interminable, El verdadero infierno, Sociedad del siglo pasado, El día


fatal, El temor, El atraco)

CAPITULO VIII

CAMINO AL “JARDÍN” (Vil engaño, Desconsuelo, Suceso mágico, Las madres,


Mi encuentro con Cristina)

CAPITULO IX

LAS CLAVES DEL MISTERIO

(Nacer de nuevo, La luz, Un rito macabro, Revelaciones, Misterio del Angel, El


nacimiento)

PARTE II (Cuentos)

I CONSTRUYENDO LA PAZ

II LA PAZ EN GUATEMALA

III MORIR POR LA PAZ


CAPITULO I.

CUANDO SUPIMOS DEL MISTERIO. (Fragmento.)

PUBERTAD:

Esta es la simple historia de nuestras vidas y de la Beba, la menor de la


pandilla. Son confesiones escritas con temor y vergüenza, en ratos de desesperación,
como una especie de gritos lanzados al viento. Y aunque habrá relatos parecidos,
este habla con valor y sin hipocresías de la dolorosa realidad. De la verdad de
nuestras experiencias y de cómo fuimos forzados a salir de la pubertad antes de
tiempo.

Es historia, sufrimientos y aventuras. Es en fin, nuestra vida misma. Aunque


recién empezamos a vivir queremos darla a conocer para iluminar el camino de
muchos otros que quizá se encuentren atrapados en una angustiante situación, como
estuvimos nosotros. O como dijo nuestra amiga Elisa: “Como si fuéramos por la
carretera de la vida, en donde los niños y jóvenes habrán de transitar, poniendo
pedazos de nuestros corazones como señales; como flores de amor que sembramos
para mostrarles el camino”.

Los mayores siempre dicen que quisieran volver a la juventud, pero nosotros
hemos visto sufrir a los jóvenes cómo los adultos ni se imaginan. Y mucho de ese
sufrimiento nunca llega a saberse. Los familiares lo ocultan porque les da vergüenza,
tal vez, o por no dejar que les afecte, pero la angustia de muchos adolescentes es
terriblemente real y se va quedando en el alma. Más tarde se pagan las
consecuencias hasta con la muerte, como con aquello que pasó y que ahora me hace
reflexionar.

Qué ideal sería que los chiquillos fuéramos siempre, precisamente, niños y no
padecer dramas como el que nos tocó vivir tan de cerca y que rasgó nuestras mentes
infantiles, perdiendo la inocencia para siempre, cuando deberíamos de pensar en
jugar y divertirnos.
El ver a nuestras amigas -casi unas niñas– engañadas, llegando hasta el
extremo del aborto y a nuestros compañeros, víctimas del abuso sexual y sus
terribles consecuencias, como el SIDA. Y el dolor de verlos morir a tierna edad fue
verdaderamente triste e impresionante, pero escandalosamente real. Y pensar que
esto ocurre diariamente mientras nuestros padres nos creen estudiando ¡Y en pleno
nuevo milenio!

Claro que a nuestra edad no nos hubiéramos enterado de nada pero, por una
serie de acontecimientos, mi amigo José y yo fuimos llevados tan cerca de aquella
tragedia, que ya nunca volveríamos a ser los mismos.

No sé si nuestros mayores, ocupados como viven en atender sus asuntos de


dinero, se darán cuenta que muchos chicos despertamos a la vida de golpe o si les
importa poco lo que ocurra con nosotros, quienes seremos los hombres del mañana,
la esperanza de la humanidad.

Tampoco sé si en este momento habrá alguien que se interese por lo que


ocurra con nuestra mentalidad, atrapados como estamos, entre esa marea de
perversidad en la que ellos mismos nos han colocado.

¡Y son precisamente los adultos quiénes, con su hipócrita falsedad, nos han
conducido a la tragedia! Misma de la que después se lamentan preguntándose:
¿Hacia dónde va la juventud? Y solo hay una respuesta: ¡Hacia donde ellos mismos la
están llevando! Porque, mientras los juguetes duermen por los rincones, los niños, en
la calle, se venden por una poca de droga.

Con José, mi mejor amigo, compartíamos toda clase de correrías porque en


nuestras casas no había nadie durante el día. Nos entreteníamos con sus videojuegos
y platicábamos, ignorantes de lo que se nos venía encima, cuando fue saliendo el
asunto.

—Me fastidió la maestra, cuando dijo que éramos pre-púberes. —Le dije.

—Sí, Freddy, —me respondió enojado—, ahora en el colegio, los más grandes,
ya no quieren que nos juntemos con ellos.
— ¡Imagínate! Se reían porque leía una fábula de un bosque mágico,
diciéndome que eso no era para varones, burlándose.

—Es cierto que ya pronto seremos adolescentes y dejaremos de ser los niñitos
del grado, pero eso no quita que me gusten los cuentos. Hasta me encantaría que
existieran de verdad, esos bosques mágicos.

—A mí también. Además, todos hemos soñado con jardines encantados.

—Sí, es verdad. Yo creo que también los adultos, desde el fondo de sus
corazones, quisieran regresar a la niñez y ocultarse entre un bosque misterioso
¡Cómo aquellos lugares de las fábulas! Y olvidarse de todo.

Porque mi padre dice que se sienten fastidiados cuando oyen del terrorismo y
de guerras y que entonces la vida pierde, para ellos, todo significado.

—Es verdad. Mis papás, afligidos, dicen que los ataques terroristas y con
bacterias desatarán epidemias espantosas.

— ¡Pobres viejos! Unas veces, deprimidos por la situación económica y otras,


con ganas de salir corriendo por la violencia. Tal vez será mejor ser niños, ¿verdad?
—Me dijo.

Ambos nos quedamos callados un rato pensando en todo aquello, como


recordando los maravillosos lugares de los que habíamos leído en aquellas historietas
que tanto nos habían deleitado. Y aunque no quisiéramos reconocerlo tuvimos que
aceptar que sí, éramos unos mocosos, que aún nos gustaban los cuentos infantiles.

—Además, es cierto que a veces nos sentimos algo incómodos con las chicas.
—Le confesé algo avergonzado a José.

—Es porque también nos ven como niños. ¡Me da una rabia! —Dijo haciendo
gestos.

—Hay algunas, tan lindas, que ya se ven como señoritas. Así como la Beba.

—Es muy dulce y podemos platicar, a pesar de que es un poco mayor que
nosotros. ¿Verdad?
—Bueno, cuando no le agarra la depresión y se pone insoportable. No logro
entender sus cambios de ánimo tan repentinos. —Dije, pensando en ella.

Nunca nos imaginamos lo que se iba a desencadenar al lado de aquella linda


chiquilla que nos llevaría a vivir la más excepcional aventura de nuestras vidas, en la
que conocimos un mundo diferente. Afortunadamente, gracias a eso, también
llegamos a conocer puros y bellos sentimientos, que son lo que nos hace
asemejarnos a Dios.

Ocurrió cuando tuvimos que enfrentarnos al más extraño individuo, quien nos
puso en aquel camino insospechado. Todo comenzó cuando quisimos rescatar a
nuestra amiguita de las peligrosas garras de aquel sujeto, quien había estado
metiéndole ideas en la cabeza y hablándole de amor. ¡Le había estado proponiendo
llevársela a no sé dónde! A ese “lugar prohibido” al que llamaba “su jardín”.

—También ella me dijo el otro día que hay veces que desearía irse a donde
hubiera armonía, belleza y paz inspiradora, para quedarse allí para siempre. Se veía
como desesperada. ¡A saber qué le estaría pasando! —Le comenté a José.

—Es verdad, Freddy. —Me dijo y se quedó en silencio con la mirada perdida,
en una actitud ensoñadora, como deseando encontrarse él mismo en un lugar así,
quién sabe por qué.

—Pero esos paraísos de fábula, solamente se encuentran en los cuentos para


niños. —Alardeé, para que viera que ya pronto seré mayor.

—O en la imaginación de las abuelitas de antaño. —Reconoció resignado.

—Sin embargo, ella me ha estado asegurando que sí existe ese fabuloso edén
y que es mejor que los de Las mil y una noches. Que cierto tipo, que es su amigo, le
ha dicho que es muy lindo. —Le relaté como para animarlo.

— ¡Sí, seguramente ha de estar loca! —Me dijo, burlándose con aires de muy
adulto.
—De verdad —le insistí— se le ha metido que existe. El tipo ese le ha dicho
que: “un instante en su perfumada atmósfera es mágico, renovando el espíritu como
por encanto y en donde se puede vivir para siempre”. Así le dice el hombre ese.

— ¿Pero en qué serie de la tele, estaría pensando?

—Dice que a nadie se le permite la entrada. Le llama: “El jardín prohibido”.

— ¡Loca, irremediablemente trastornada debe de estar!

—“Es un jardín prohibido al común de los mortales”. —Fue lo que le dijo él.

— ¿Pero dónde habrá sacado semejante chifladura? ¡En donde se ha visto!...


¡Un jardín de fábula en pleno nuevo milenio!... ¡Já, son puros cuentos!

—Bueno... ¬¬—Me quedé callado sin saber qué responder. Reaccionando, le


aclaré—: Eso es lo más curioso. Ella dice que su “amigo” le ha revelado el “secreto”
del misterioso jardín. Es un hombre adulto, según me dijo.

— ¿No será alguna clase de pervertido, o algo así? ¡Bien podría tratarse de un
violador! Un degenerado o alguien que desee secuestrarla. ¿Qué sus padres no le
han enseñado que no debe de hablar con extraños? —Me dijo molesto.

En realidad yo se lo había dicho a propósito, no solo por platicar y no era así


como hubiera querido que José lo tomara. Fue para despertarle la curiosidad sobre
aquel asunto tan raro del “Jardín Prohibido”, que el hombre ese le había contado y
que no me atrevía a investigar yo sólo.

¡Definitivamente, necesitaba un cómplice que se atreviera a que corriéramos la


aventura de descubrir ese misterio! Pero lo primero que tenía que lograr era que él
creyera, al menos algo, en la posibilidad de que ese “lugar” existía. Luego, ya me
encargaría yo de irlo entusiasmando poco a poco para que, armándonos de valor y
astucia, —condiciones indispensables de los caballeros— tuviéramos el atrevimiento
de hablar de eso con ella para someterla al más refinado interrogatorio, aún hasta
“torturarla” con cosquillas, para hacerla confesar la verdad y nada más que la verdad.
Necesitaba que nos dijera si ella había inventado todo el cuento ese del
dichoso jardín de fábula o si se trataba de algún centro vacacional, aún no
descubierto por los chicos de nuestro barrio, para ir inmediatamente a jugar con
todas las correrías que pudiéramos imaginar. Pero el bandido de José lo tomó por
otro lado dándose sus aires de muy crecidito, a punto de echarme a perder el juego,
quitándole la emoción a la aventura de descubrir aquel misterioso lugar.

—No sé, él es muy misterioso. Ella me ha contado lo que le dice, pero es algo
realmente absurdo. —Le dije, tratando de mantener aún su curiosidad.

— ¡Quizá deberíamos de alertar a sus padres o dar parte a la policía o hacer


algo! ¡Podría encontrarse en peligro en este preciso momento! —Dijo alarmado,
creyéndose el “príncipe salvador de la doncella”. ¡El muy mocoso!

— ¿No estarás viendo mucha tele? —Le dije, sarcástico, ante su reacción—.
Bueno, la verdad... no lo sé. —Agregué vacilante— ¿Sabes lo que me dijo el otro
día?... El sujeto ese le aseguró que él mismo vive allí. —Acepté, ya con mis dudas.

— ¡Ah no, eso sí está muy sospechoso! ¡Cómo si quisiera convencerla para
llevársela quién sabe a dónde! —Dijo, con pompas de muy adulto, yéndoseme por
otro lado.

—Te voy a decir, con sus propias palabras, con lo que quiso convencerla: “Te
puedo asegurar que existe porque lo conozco, ya que allí es en donde vivo yo,
lástima que sea prohibida su entrada. Y aunque son pocos su habitantes, la vida allí
es muy feliz”. —Le dijo el viejo ese.

Estaba seguro que sería el tiro final con que me afirmaría el interés de José.
Luego, todo sería cosa de “montar en nuestros briosos corceles” —es decir, las
bicicletas— y emprender la que prometía ser la más emocionante de nuestras
correrías para descubrir los misterios ocultos de ese dichoso “jardín”. Y aunque se
tratara de un simple parquecito de diversiones, para nosotros sería lo que ella
quisiera que fuera y podríamos jugar allí cada vez que nos sintiéramos aburridos.
Pero no. El condenado de José, no parecía interesarse en eso en lo más
mínimo. Su preocupación iba más por descubrir las intenciones que el hombre ese
tuviera detrás de su “propaganda” para interesarla. Finalmente, sin que me diera
cuenta, José me iba metiendo en su juego.

— ¡Si no actuamos rápido va a llevársela! ¡Pero cómo es posible que sea tan
tonta de creerle esas patrañas! Porque ingenua no es. —Me decía él.

—Lo que sucede, es que tiene muchos problemas con sus padres. En su casa,
ha estado pasando algo que no ha querido contarnos. Seguramente ha encontrado
en las historias de ese tipo, un escape a sus problemas; una forma de huirse de su
realidad.

— ¡Sí, Freddy, pero lo peligroso es que decidiera fugarse con el sujeto ese!

Las palabras de aquel niño creído mayor, tenían un tono de razón. Pero lo que
más me conmovió no fue la madurez de sus reflexiones, ni tan siquiera lo peligroso
que podría ser para ella la posible escapatoria de su hogar, sino ese sentimiento que
se apoderó de mí en aquellos instantes. Fue una mezcla de rabia y frustración ante la
impotencia de impedir aquello que, según José, estaba por suceder y que,
irremediablemente, me apartaría de aquella linda chica con la que, recién,
comenzábamos a ser buenos amigos.

Yo no sé si será eso a lo que los mayores llaman celos, pero algo muy
parecido sería. Lo cierto es que, el fragante aroma de su cuerpo, se me había venido
metiendo hasta los huesos. Se me resecó la boca y, olvidándome de fantasías y las
bromitas que acostumbramos, fui pensando más en el asunto. Y como si despertara
a la realidad por las palabras de José, a quien ahora veía como si de pronto hubiera
crecido haciéndose todo un adolescente, me di cuenta que él tenía razón y que quien
actuaba como un niño era yo. Entonces, tomando las cosas en serio, decidí que era
la hora de actuar.

— ¡José, tienes razón, algo habrá que hacer! —Le dije decidido.

—Yo creo que deberíamos de enfrentarlo y exigirle que la deje en paz.


— ¡Pero si ni siquiera lo conocemos! No sabemos ni quién es el tipo.

— ¡Bueno, pues hablemos con ella! ¡Abrámosle los ojos! —Me insistió con
madurez. Pero yo, conociéndola, le repliqué:

—Recordemos que: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Parece que se
ha convertido en una especie de admiradora de ese charlatán. ¡Cómo quisiera que lo
supieran sus padres! —Agregué rabioso.

—Pero si la pobre, anda cómo si no los tuviera. Siempre quejándose de su


soledad. Parece que no le prestan atención. De no ser por Cristina, su hermana
mayor. —Reflexionó.

— ¡Eso es! ¡Su hermana puede ayudarnos a salvarla de caer en las garras de
ese pervertido! ¡Vamos a hablar con ella! —Exclamé entusiasmado.

— ¡Sí, tenemos que hacer algo! Tenemos que salvarla. ¡Vamos a buscarlas y
que se aclare de una vez todo el asunto! —Me dijo resuelto.

— ¡Sí, vamos a demostrarles que ya no somos unos niños! —Exclamé lleno de


emoción, al ver que podíamos hacer algo digno del más audaz.

Ese día iba a ser muy especial, porque estaba por ocurrir todo aquello que nos
cambiaría para siempre. La relación con aquel extraño que hablaba de un maravilloso
jardín prohibido y el choque abrumador de conocer repentinamente el mundo oscuro
de las drogas, sería tan solo el principio; luego, se dejaría venir todo lo demás.

— ¡Vamos, vamos pronto, antes de que otra cosa suceda! —Dijo José.

— ¡Sí, rápido! Vamos. —Respondí jalándolo. Y como “valientes hidalgos”, que


van a salvar a su “princesa”, nos fuimos a toda prisa a su casa decididos a que se
aclarase con su hermana aquella peligrosa situación, sin importarnos los riesgos.
Creo que también deseábamos lucirnos ante los ojos de aquella preciosa muchacha.
Y, sofocados en las bicicletas, sudorosos por el calor de la tarde de verano llegamos
por fin, temerosos de que nadie nos hiciera caso y, dudándolo un poco, llamamos a
la puerta.
No nos relacionábamos con Cristina, su hermana grande, por ser mayor que
nosotros. No habíamos pasado de saludarnos de vez en cuando. Nos sentíamos
desconsolados y temíamos que se burlara. ¿Quién iba a prestar atención a las
tonterías de un par de mocosos? Por otra parte, no nos atrevíamos a hablar con su
padre pues tenía fama de bravucón y nos daba miedo. Su madre, siempre histérica,
regañando a todo el mundo, no era la persona más adecuada para ponerse a charlar
con unos niños. ¿Qué podíamos hacer? ¿A quién recurrir? Sin embargo, estábamos
decididos.

No sabría decir si por mala suerte o afortunadamente, ninguno de los mayores


se encontraba. Solamente ella quien, extrañadísima de nuestra visita, nos atendió
amablemente con refrescos, al tiempo que escuchaba nuestras acaloradas
advertencias, aunque sin entender ni media palabra, porque —nerviosos—
hablábamos los dos a la vez, armando tremendo escándalo.

Nos interrumpíamos el uno al otro, hablándole del secuestro y de los


degenerados, sin haber mencionado lo del dichoso “Jardín”. Por fin, ya un poco más
calmados, le explicamos la razón de nuestra visita y el porqué de nuestros temores.
Le dijimos que eso del “lugar encantado” nos sonaba a puro engaño y que,
probablemente, el hombre ese, lo único que deseaba era aprovecharse de su
credulidad, quién sabe con qué fines perversos y que debía de consultarlo por lo
menos con su hermana mayor, para que la aconsejara.

Con cara de bobalicona, muy extrañada de nuestra desconfianza, se puso un


poco enojada. No sé si porque estábamos metiéndonos en su vida o por la gran
admiración que le tenía a ese hombre. Lo cierto es que parecía que nos estaba
regañando y no lográbamos entender por qué.

— ¿Pero de quién creen que están hablando? —Nos reclamó alterada.

— ¡Pues del pervertido ese! ¿De quién más? —Dijo José.

— ¡Qué no es ningún pervertido! ¡Qué es una magnífica persona! —Gritaba


con enojo, dando pataditas en el piso, encaprichada.
— ¿Te parece poco que un viejo marrullero esté sonsacándose a una
adolescente, con el cuento ese de un “jardín encantado”? —Le reclamó mi amigo.

— ¡Y aún que se tratara de una chica fea, ya no digamos alguien tan linda
como tú! —Agregué. Sus ojos vivaces, sus mejillas sonrosadas y sus labios, tenían
algo que me turbaba.

Como para agradecerme lanzó un precioso gesto con el rabillo de los ojos,
acompañado de una sonrisa. No pude resistir y, sin sostenerle la mirada, me sentí
desconcertado. La boca se me secó de inmediato; me sudaron las manos y sentía
fuego en las mejillas. Creo que me avergoncé de lo que dije pero, al parecer, mis
palabras la habían suavizado.

—Bueno, lo que pasa es que ustedes no lo conocen. —Dijo, un tanto más


calmada. —Se trata de un verdadero caballero. —Agregó muy convencida.

— ¡Pero, por Dios, no seas tan ingenua! ¿Qué clase de caballero les arma
semejantes cuentos, a las niñas quinceañeras? —Le hizo ver José.

— ¡Pero cómo que quinceañeras! ¡Si todavía me faltan unos meses para los
catorce! —Reclamó ella, indignada, fijándose más en eso que en lo delicado del
asunto.

— ¿El qué? ¡Increíble! —Dije, asombrado— Estás tan... tan... —Me volví a
turbar otra vez, enredándome en mis palabras, arrepentido de haber abierto la boca.

—Tan desarrollada, quisiste decirme. Sí. Es cierto; me lo han dicho bastante.


—Agregó con desenfado, dando un revuelo con la cabeza, haciendo que su cabello se
ondulara graciosamente por los aires, mientras continuaba con esa su sonrisa.

—Tan linda, quise decir. —Agregué, como para disimular. De nuevo el calor
me hacía sudar hasta gotear.

— ¡Bueno! —Se impacientó José—, ese degenerado anda engañando niñas y


ustedes perdiendo el tiempo. ¡Debemos desenmascararlo!
No sé si José se quería lucir, haciéndose el héroe, o si realmente se
encontraba apenado.

— ¡Otra vez con eso! ¡Que no es ningún degenerado! —Refunfuñó ella, dando
un taconazo.

— ¿Pero de qué clase de tipo estamos hablando? —Interrumpí. Tal vez estaba
tratando de lucirme yo también.

—Bueno, ya les dije que él, lo único que quiere es que conozcamos lo del
“jardín”.

— ¡Já, já, sí, cómo no! —Le dijo José, burlón— Y se entretiene llevando chicas
inocentes a su famoso “rincón encantado”.

— ¡No es encantado! Es: “El jardín prohibido” —Aclaró ella, molesta.

— ¡Prohibido! —Chilló José— ¡Prohibido será, pero por la ley! Eso de andar
sonsacando a menores, lo convierte en un pervertido. ¡Aunque no quieras aceptarlo!
—Le dijo él, dándose aires de muy adulto.

—Pues créanlo o no, es una bella persona. ¡Aunque, claro, comprendo que
para niños como ustedes, ha de ser difícil entender algunas cosas! —Dijo ella.

— ¿Qué quieres decir con “niños como nosotros”? ¡Acláralo! —Le exigí.

— ¡No es fácil que “niños alienados” comprendan la existencia de semejante


lugar! Ustedes se han perturbado con películas de violencia. Han condicionado su
pobre mente a los videojuegos de matar. ¡Cuanta más acción, mejor! Dicen,
refiriéndose a la sangre. Entonces, no es posible que se interesen por aventuras en
jardines encantados, como los niños de mente sana que deberían de ser. —Nos
reprochó con una rara mezcla de candor y madurez que nos dejó con la boca abierta.

— ¿Te das cuenta? Ya te engatusó el hombre ese. ¡A la cárcel debería de ir a


parar! —Le dijo José, reaccionando.

—Pues aunque no quieran creerlo, él es muy sincero. Además, es un hombre


de experiencia y comprende los problemas. Es dulce y su conversación reconfortante.
¡Y no como los chicos de nuestro barrio, que hablan puras estupideces! —Dijo,
defendiéndolo.

Yo me moría de rabia al oír sus palabras y la forma en que lo halagaba. No sé


si los celos me estaban consumiendo al comprender que “un mocoso con una
conversación estúpida”, jamás podría competir contra el individuo aquel.

Pero, bueno, al fin y al cabo no hemos venido para enamorarla, sino a salvarla
del degenerado ese. ¡Y eso es lo que teníamos que hacer y pronto! Antes de que
continuara embobándose más con él. Pensé.

—Bueno, ¿y que más te ha dicho ese hombre? —Le interrogó José, ya


impaciente.

—Pues, él habla siempre del “Jardín Prohibido” y de que, si se supiera su


existencia, serían miles los que querrían entrar allí y gozar de los placeres que se
encuentran disponibles para todos, principalmente uno de los más anhelados por la
mayoría: El amor.

— ¿Lo ves? —Le grité, alterado, como si hubiera descubierto por fin, el arma
para combatir y derrotar a ese perverso.

— ¿Veo qué? —Me dijo molesta, cómo si no se diera cuenta de lo que ella
misma acababa de revelarnos y lo tremendamente peligroso que podría ser.

— ¿No te das cuenta que eso de los “Placeres del jardín prohibido” puede ser
una clara insinuación a las drogas? Es como si quisiera llevarte a un antro o algo así.
Para mí, el asunto está muy claro. —Agregué. Me sentía furioso, como combatiendo
contra la maldad de ese hipócrita pervertidor de menores.

—Además, ya estás grandecita para darte cuenta que ha estado tratando de


seducirte. —Le aclaró José.

— ¿Pero por qué, seducirme? —Dijo perpleja.


— ¡Pues, está clarísimo! Tú misma dijiste que estuvo hablándote de los
“placeres” de ese prohibido jardín y que uno de los más anhelados es nada menos
que: “El amor”. —Le dije, acalorado, como si estuviera a punto de ganar la batalla.

—Oí decir a mi padre que cuando los hombres les hablan de amor a las
jovencitas, es un indudable acoso sexual y eso de hablarte de “placeres”, lo pone
indiscutiblemente en evidencia. —Agregó José, presumiendo de listo.

— ¡Eso es! —Grité alterado—, debemos de darle la queja a tus padres para
que lo acusen con las autoridades.

— ¡Sí, que se sepa! ¡Que se sepa! ¡Hay que desenmascararlo! —Vociferaba


José.

— ¡Que lo metan a la cárcel! ¡Que lo encierren! ¡Es un viejo sinvergüenza! —


Gritaba yo, furioso, para demostrarle a ella que habíamos descubierto a su “galán”.
Gritábamos y hasta dábamos de brincos, palmoteando por los aires, con nuestros
desmanes de chiquillos.

— ¡Qué todos lo sepan! ¡Qué lo metan a la cárcel! —Gritábamos.

Nosotros creíamos que habíamos ganado aquella discusión, lo que nos llenaba
de un poder y satisfacción que no éramos capaces de controlar. Ya nada que ella
dijera podría cambiarlo.

— ¡Un momento! ¡No se alteren! —Clamaba, tratando de dominar nuestra


furiosa indignación, pero sin lograr nada. Estábamos felices, porque demostrábamos
que ya no éramos los niños que ella creía. Habíamos sido lo suficientemente maduros
para descubrir las oscuras intenciones de aquel peligroso delincuente,
desenmascarándolo y, por el bullicio con que festejábamos nuestra victoria, no
podíamos oírla.

— ¡Silencio! —Gritó de nuevo, ya alterada— ¡Es mi amigo y no permito que le


estén tratando de delincuente y pervertido!
Ustedes son un par de muchachitos, incapaces de comprender ciertas cosas.
Lo mejor que podemos hacer, es olvidar todo esto. Dejen de hacer aspaviento
creyéndose los muy adultos y no metan sus mocosas narices en mis asuntos. ¡Al fin y
al cabo, es mi vida y no la de ustedes! —Y estallando en llanto se quedó abatida, con
la cara entre sus manos. El cabello revuelto la cubría toda y nos sentimos
profundamente apenados con ella. Callados, nos cruzábamos miradas de
desconsuelo.

Nos sentimos como chiquillos quienes, con su torpeza, acabaran de romper un


escaparate de un pelotazo y quisieran esconderse de su travesura. Y es que
verdaderamente eso es lo que había ocurrido, porque el alma de aquella jovencita
era como una copa del más delicado cristal. Finalmente, José, rompió el silencio.

—Perdónanos, no quisimos... Es decir... —Se enredó y ya no supo que decir.

—Lo que él quiere decir, es que no fue nuestra intención molestarte. No


quisimos que te alteraras, ni mucho menos que te enojaras con nosotros. —Tercié de
inmediato, acariciándole la cabeza con cierto temor. Me electricé al sentir lo sedoso
de su cabello.

Realmente habíamos actuado como un par de mocosos imprudentes, ya que


sabíamos de los problemas en su hogar y que su estado era delicado por muchas
emociones. No debimos presionarla tanto, —pensé—, pero en fin, ya habíamos
metido la pata y no había más que hacer.

Decidimos quedarnos callados unos momentos y le pedimos disculpas por


nuestro error; luego, hicimos bromas y un montón de payasadas para que se riera y
lo olvidara. José es fantástico para bromear, sacándole chiste a lo que sea. Yo lo
aumentaba todo con mis risas que la contagiaban. Afortunadamente, se le pasó y
sonrió de nuevo.

TERRIBLE PROPUESTA:
—Perdonen ustedes, pero es que me desesperaron. —Nos dijo ella, con ese
gracioso movimiento de cabeza tan suyo, reponiéndose—. Les agradezco su interés,
pero están equivocados.

Como veo que este asunto no tiene solución, ya que ustedes creen que la que
se equivoca soy yo, lo mejor será que lo conozcan a él personalmente y oyéndolo
hablar, se formen su propia opinión.

— ¿Qué? ¡Estás proponiendo que vayamos a donde ese pervertidor de


menores! —Exclamó José, asustado.

En realidad, el asunto nos pareció en extremo peligroso. No sabíamos cuáles


serían las verdaderas intenciones del sujeto. ¡De ser algo raro, corríamos un serio
peligro! Nos tomó de sorpresa. Pero si nos negábamos y no éramos capaces de
enfrentar ese reto, notaría nuestro miedo. Entonces, ya no habría manera de
demostrarle que no éramos los latosos que ella creía. Por lo que, a pesar de la cara
de espanto que tenía José, haciéndome el valiente, respondí:

—Sí, será lo mejor. —Y viendo que ella se llenaba de satisfacción, me


entusiasmé de nuevo.

— ¡Pero cómo! —Dijo José, pálido, casi gritando—. Eso sería exponernos al
peligro que hemos venido a evitar. Están completamente locos.

Por unos minutos estuvimos discutiendo el asunto. Yo quería demostrarle a


ella mi valentía pero, en el fondo, estaba tan asustado como José. Él, decididamente,
en contra de la idea, no quería aceptar; y ella, como probando nuestro valor y
deseosa de que conociéramos a su amigo, insistía en convencernos para que
accediéramos a su descabellado y peligroso plan. Pero pudo más nuestro orgullo que
el temor y, aunque temblando del miedo y llenos de vacilación y de inquietantes
dudas, finalmente, aceptamos el desafío y le dijimos que sí.

Por el camino a casa de José, comentábamos sobre los riesgos de nuestra


temeridad. Pero el asunto se había convertido en un compromiso, por la forma
retadora en que ella había insistido.
Teníamos que reconocer que, de no haber sido por nuestra propia insistencia,
nunca hubiéramos llegado al extremo de la temeridad. Así que no podíamos echarnos
para atrás. No había más remedio que aceptar aquella terrible propuesta, por
tenebrosa que nos pareciera.

Nosotros mismos nos habíamos metido en eso, por llevárnoslas de “caballeros”


y, ahora, había que demostrar lo “valientes” que podíamos ser…

Con toda formalidad habíamos quedado de juntarnos al siguiente día, para


hacer aquel viaje que nos conduciría hacia la, tan temida, entrevista. Estábamos
dispuestos, pues, a enfrentarnos al desafío. Como quien dice: Meteríamos la cabeza
entre la boca del lobo.

—Ni pensar en decirle a nadie sobre esto. —Me previno José, muy serio.

— ¡Claro que no! —Respondí resuelto—. Aunque… si algo pasara, podrían


localizarnos o al menos seguirnos la pista. Pero si nadie sabe en donde estamos, no
habrá forma que den con nosotros. —Protesté, deseando que todo el mundo se
enterase, por nuestra seguridad.

—O para que den con nuestros cadáveres. —Dijo él, de una forma macabra
que me causó espanto, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

— ¿Pero por qué?

— ¡Bueno! —Reclamó enojado— ¡No te hagas el idiota! Se han visto tantas


cosas en la televisión. —Me replicó, con ese su aire de petulancia, como cuando se
quería hacer el muy experimentado—. De sobra sabes que esa historia del dichoso
“jardín” es una patraña y quien sea tan hábil de inventar semejante mentira, también
será capaz de cualquier cosa; desde atraer a los niños para meterles drogas, hasta
raptarlos para prostitución.

— ¿Pero entonces a qué vamos? —Pregunté desconcertado.


— ¡Pues, como te hiciste el valiente para lucirte ante la Beba! Ni modo, ya nos
comprometimos. Ahora ya no hay remedio. —Me dijo, en tono de reclamo,
haciéndome sentir culpable de todo el problema.

En el fondo yo sabía que tenía razón, ya que en parte la culpa era mía, aunque
la iniciativa de hablar con la Beba, había sido de él desde un principio. Pero en fin, a
pesar de que el resto del camino anduvimos echándonos la culpa, al final,
comprendimos que continuar con eso no remediaba nada y, haciendo las paces,
decidimos afrontar la situación y aceptarlo, por terrible que fuera. Ya no nos quedaba
otro remedio, más que la suerte nos acompañara.

El lugar a donde tendríamos que ir por la mañana —pasara lo que pasara—


era fuera de la ciudad y probablemente nos llevaría todo el día hacer aquel recorrido.
Tendríamos que idearnos una buena excusa para estar fuera de casa todo ese
tiempo. Habíamos inventado que, aprovechando el fin de semana, visitaríamos una
granja de la familia de José y él dijo la misma historia, pero al revés, diciendo que la
granja era de mis padres.

Me hizo prometerle que guardaría el secreto y que por ningún motivo revelaría
la verdad. Creo que le daba vergüenza que se supiera que andábamos en búsqueda
del “jardín prohibido”. No quería hacer el ridículo y después exponerse a las burlas.

Por la noche no pude dormir. Daba vueltas en la cama y cuando por fin
conciliaba el sueño me despertaba dando de brincos, atormentado por terribles
pesadillas. Me preocupaba nuestra seguridad y muy a mi pesar, me vi obligado a
romper mi promesa de silencio y con una prudente actitud, decidí dejar algún rastro,
por las dudas.

Aprovechando el insomnio escribí una nota para mi madre, pidiendo perdón


por ocultarle la verdad, tratando de explicarle mi compromiso. Cuidándome de no
revelar lo del dichoso “jardín”, señalaba el lugar con la esperanza de que, si algo
llegara a pasarnos, pudieran seguirnos la pista. Acto seguido, la oculte en un lugar
del armario que mi madre ordena siempre y me dispuse a dormir.
¡Mañana será el gran día en que por fin, podré probarle mi valor a la Beba! Y
con suerte logremos desenmascarar al fulano ese, probando así que no somos tan
niños y, quizás, cuando todo se averigüe, sea reconocida nuestra valentía y podamos
ser aceptados entre los chicos mayores.

¡Ya no se burlarán más de nosotros! —Me decía a mí mismo para consolarme


del miedo que sentía—. Mañana será nuestra prueba de fuego... Mañana... Y,
finalmente, me fui quedando dormido.

El día amaneció temprano. De un salto me levante a preparar una mochila con


calzoneta y toalla, tan sólo para disimular; agregué algo de comida y me despedí,
marchándome deprisa al parquecito en donde me esperaría José. Al parecer llegué
antes de lo convenido porque José, no estaba. Me dispuse a esperarlo mientras
comía mis panes del desayuno. Estuve esperándolo mucho tiempo y no aparecía por
ninguna parte.

Toda clase de pensamientos cruzaron por mi cabeza, poniendo a prueba mi


paciencia, atormentándome durante aquellos largos minutos. Pensé —temiendo lo
peor— que él había decidido simplemente no ir y que por lo tanto, me tocaría
enfrentar a mí solo lo que hubiera que pasar, aunque se tratara de vida o muerte.

— ¿Viviré para contarlo? —Me preguntaba, afligiéndome— ¿Y qué tal, si el


José tenía razón y se trata de un vil degenerado, pervertidor de menores y nos obliga
a consumir droga para volvernos viciosos? ¿O si, aprovechándose de nuestra
estupidez, quiere vendernos con los que se llevan a los niños al extranjero? ¿Y si, al
ver que descubrimos sus sucios planes, decide matarnos? O bien, podría
secuestrarnos para cobrar un rescate. Cualquier cosa podría suceder.

¡Hay no, por Dios! ¡De verdad, que mejor no hubiera venido! ¿Y qué puedo
hacer ahora? ¡Si sobrevivo a esta, me las va a pagar caro José! —Me decía a mí
mismo, asomándome a las esquinas, tratando de ver si llegaba por algún lado.

¡Nunca debí confiarme! Desde un principio se notaba que no quería que


fuéramos. —Me repetía— ¡Pero qué tonto fui; cómo no me di cuenta! ¿Y ahora qué
hago? Ni modo que le falle a la Beba. No puedo telefonear a su casa, porque aún
debe de estar el ogro de su padre y no quiero que me ponga en confesión. ¡Tendré
que aguantarme otro rato, hasta ver si este burro viene o no! De lo contrario, me
tendré que ir yo solo con la Beba. —Pensaba, furioso.

Deambulando, estuve un buen rato por el parque. La mañana estaba más


fresca que de costumbre. El sol aún no calentaba y por las prisas, no saqué con qué
cubrirme y tiritaba del frío. Sentado en una de las bancas de piedra, solitario, me
sentía incómodo ante espantosas miradas de mendigos y vagabundos que pasan la
noche en los alrededores.

Para calmar mí nerviosismo destapé una botella de jugo de naranja que


llevaba en mi mochila pero, por estar atento a unos pequeños delincuentes que se
acercaban, di un mal trago quedando a punto de ahogarme. ¡Se me zafó de las
manos, derramándose Justo en la entrepierna! Lo que aumentó mi rabia, mi frío y mi
incomodidad. Me había empapado.

¡Por fin, apareció el tal José, despreocupado y con cara de inocente! Y todavía
tuvo el cinismo de burlarse de mis pantalones mojados.

— ¡Freddy, te orinaste del miedo! —Gritaba— ¡Te orinaste! —Repetía,


brincando como un mono, sin importarle para nada que ya algunas vecinas pasaran a
comprar el pan. ¡Encima de lo que me hizo esperar! Con lo peligroso que es estar
sólo a esa silenciosa hora entre los vagabundos que merodean y todavía se
carcajeaba de mí. ¡Me daban ganas de retorcerle el pescuezo! Y él, como si nada.
Risa y risa, daba de saltos burlándose.

— ¡Que no se entere mi madre! —Pensé. Finalmente, fuimos donde la chica,


quien, impaciente, nos esperaba y, aunque refunfuñando por la tardanza, logró
reconciliarnos.

Al vernos juntos, quizás por el calor humano o por sus palabras


reconfortantes, se me fue pasando un poco el frío. Bueno, al menos ya no temblaba
más. Y así, gastándonos bromas y entre uno que otro empujón, nos dirigimos
finalmente al autobús que nos llevaría hacia nuestro destino. Ya los tres juntos,
pudimos disfrutar de una franca camaradería por el camino. Ella dijo que le gustaba
mi “loción de naranja”, carcajeándose ambos de mi pobre condición, ya que se
estaban burlando del jugo que me había caído.

Platicando, salieron a relucir muchas de las penas que le han tocado vivir al
lado de su padre alcohólico y su histérica madre. Y que, su hermana Cristina, ha
llegado a ser un consuelo para ella. Chiquilla perdida entre un mundo incomprensible
de adultos neuróticos, preocupados únicamente por sí mismos, sin percatarse
siquiera de las penalidades de los más jóvenes. Algunos sollozos apagados turbaron
la emoción de aquel momento, enrojeciendo su naricita.

Pero pronto ella reaccionó y sacando de su bolso una flauta se puso a tocar
una melodía que fue limpiando el ambiente de toda vibración negativa, como si
hubiera sido una melancólica y mágica conjuración que nos fue reconfortando.
Pronto, la música se hizo más alegre, reanimándonos.

Dicen que las almas se juntan para cumplir su misión en esta vida. Así, nos
habíamos reunido con aquella preciosa jovencita y, acompañados de la dulce tonada
de su flauta, nos dirigíamos a enfrentar nuestro destino.

Ignorábamos, sin embargo, si nuestro encuentro con aquel “tenebroso


desconocido” sería terriblemente malo, como temíamos con José, o una sorpresa
insospechada que cambiaría nuestras vidas por completo.

El autobús corría veloz abriéndose paso entre el humo de la carretera...

EL TENEBROSO DESCONOCIDO:

De cualquier manera, allí íbamos los tres solos y desamparados, temerosos de


lo peor, pero dispuestos. Pasara lo que pasara, no cejaríamos en nuestro loco afán
de salvar a la pobre chica de las garras del desconocido aquel, de sombríos
propósitos, pero que había sabido ganarse la confianza de ella, tan inocente como
puede ser una jovencita a los trece.
— ¡Miren, ya estamos por llegar! —Exclamó ella, interrumpiendo mis
pensamientos bruscamente.

El paisaje nos reconfortaba regalándonos con exuberancia. Se divisaba ya,


detrás de una loma, el magnífico parque acuático. Burlándonos de ella, le decíamos
que ese “jardín” ya lo conocíamos, refiriéndonos al balneario y que desde hacía
tiempo que lo veníamos visitando. Pero ella lo negó con la cabeza, diciéndonos que
no sabíamos de lo que estábamos hablando.

—Más allá, en lo alto de la loma, por donde se distinguen los frondosos


árboles, si tenemos suerte, lo encontraremos y, si lo desea, les explicará sobre ese
misterio. —Nos dijo, dejándonos sorprendidos. En verdad, habíamos llegado a pensar
que se trataba de un posible juego de ella, sobre aquel centro recreativo que tan
popular había llegado a ser entre la muchachada.

A lo lejos, se distinguía el magnífico paraje. Se veía irreal, rodeado de una


atmósfera mágica. Las doradas nubes filtraban rayos de sol, que recortaban siluetas
de árboles oscuros con un halo plateado, por la contraluz. Maravillas de la naturaleza
que ya no estamos acostumbrados a ver en la ciudad. Nos quedamos sorprendidos.

Dentro de nosotros aún vivía el alma de niños, conmoviéndonos por la


emoción de la aventura del paso que íbamos a dar: ¡Dos mocosos indefensos yendo
a enfrentarse a un tenebroso desconocido! Nuestra imprudencia nos estaba
colocando al borde del peligro.

El viajar solos, en compañía de aquella linda jovencita y admirar el paisaje tan


espectacular, nos puso muy sensibles. Sentíamos que la emoción —con una opresión
en la garganta— nos descontrolaba y suspirábamos, con la adrenalina hasta el tope.

Al bajar del autobús, de inmediato, percibimos el aroma del campo. Nos


dirigimos como autómatas por un camino estrecho, bajo el ardiente calor, como un
manto protector en aquellos momentos fatales cuando habíamos sentido el frío hasta
en los mismos huesos.
— ¡Allí está! —Nos previno ella. Nos dio un vuelco el corazón, latiendo más
deprisa que de costumbre. — ¡Él es! —Agregó entusiasmada.

No lo distinguimos muy bien, por la distancia, pero conforme nos acercábamos


pudimos verlo mejor. Su cabello resplandecía al sol. Se me resecó la boca, sin tragar
una saliva que ya no tenía y que no sabía por qué necesitaba con urgencia, en aquel
instante. ¡Sentía las piernas cómo de trapo! Como si arrastrara los pies sin avanzar,
como en la fina arena del desierto.

Tenía miedo a que, si caminaba, finalmente me tuviera que enfrentar al


desconocido aquel a quien tanto temía y que desde el fondo de mi corazón ya
odiaba. Sin embargo hicimos esfuerzos por avanzar, lo que fuimos logrando poco a
poco, como entre un pantano de arenas movedizas,

Vimos a un hombre alto y atlético de mediana edad por detrás que, junto a un
caballete, trabajaba una pintura sobre un lienzo. Él no podía vernos aún. Mis ojos se
engancharon con José, quien iba con una mirada perdida. ¡Quién sabe lo que iría
pensando! Me hizo una expresión de desconsuelo. Como si estuviera clamando por
su querida madre.

Le hice señas cómo preguntándole ¿qué haremos ahora? Y con un ademán,


encogiéndose de hombros, me demostró que se encontraba tan turbado como yo,
poniendo una cara tan afligida que pude sentir su pena desde lejos. Sus blanquecinos
labios, resecos, delataban su espanto mientras sus ojillos enrojecidos trataban de
esconderse entre las cuencas.

Respirábamos entrecortadamente, con fuertes palpitaciones que parecían


escucharse desde afuera de nuestros angustiados corazones. ¿Qué se puede hacer
en un momento así? No estábamos preparados. Lo peor era que, a cada instante,
nos acercábamos más al sujeto aquel quien nos agarraría totalmente desprevenidos.

Nunca planeamos lo que iríamos a hacer cuando estuviéramos frente a él; no


habíamos pensado ni qué decirle. Ni siquiera sabíamos cómo protegernos. En
aquellos terribles momentos de angustia recordé cuando me decía mi madre que los
ángeles nos cuidan aunque no podamos verlos y, tan solo de pensarlo, sentí que me
estaba comunicando con ellos, como pidiéndoles protección, sintiéndome, de pronto,
cómo acompañado de una entidad superior. ¡Cómo una cálida presencia! Como
cuando mi padre me alzaba entre sus brazos apretándome contra su pecho y me
tranquilizaba. Ahora mis piernas volvían a obedecerme y nos fuimos acercando más
ágilmente al sujeto.

FIN de la versión electrónica…

(CONTRAPORTADA)
Esta es una historia de sufrimientos y aventuras expuestas con valor, sin
hipocresías, sobre una dolorosa realidad que para muchos será asquerosa quizá, pero
que es una palpitante verdad de nuestros días. Son nuestras confesiones escritas en
ratos de desesperación, con temor y vergüenza, como gritos de dolor lanzados al
viento.

Nuestra relación con aquel extraño que nos hablaba de un maravilloso “Jardín
Prohibido” y el choque abrumador de conocer subitamente el mundo oscuro de las
drogas, sería tan solo el principio; luego, se dejaría venir todo lo demás. Ver a
nuestros compañeros víctimas de abuso sexual, muriendo de SIDA a tierna edad, fue
doloroso pero escandalosamente real.

Fuimos coleccionando su historia con sus correos electrónicos y quisimos hacer


con ellos un libro para darlo a conocer a todo el mundo.

_¿Y cómo se les ocurre publicar eso?_ Dijo el papá de Javier lleno de una
indignación caduca, extemporánea, basada en las costumbres de los viejos hipócritas
que todo lo quieren mantener oculto aunque el mundo necesite saber la verdad y
principalmente los jóvenes. Y mientras los juguetes duermen por los rincones o
debajo de la cama, los niños en la calle se venden por un poco de droga.

Por eso quisimos darlo a conocer, para iluminar a quienes se encuentren


atrapados en una angustiante situación parecida a la nuestra, como si fuéramos por
la carretera de la vida poniendo pedazos de nuestros corazones como señales, como
flores de amor que sembramos para mostrarles el camino.

LIBRO BASADO EN VALORES, DE ORIENTACIÓN A LA


JUVENTUD. PROPONE UNA SOLUCIÓN A LA PROBLEMÁTICA

DESEAMOS OBSEQUIARLO GRATUÍTAMENTE A JÓVENES DE


INSTITUTOS PÚBLICOS DE LA CIUDAD DE GUATEMALA, SI
QUIERES AYUDARNOS COMO PATROCINADOR CONTACTA CON
NOSOTROS.

Disponible Para Colegios Incluye Guía


Didáctica Constructivista Para El Docente, Con
Actividades, Mapas Conceptuales De La
Problemática Y Solución A Los Problemas.

http://ongunmundomejor.blogspot.com/
equipo.omm@hotmail.com
http://www.youtube.com/user/ONGUNMUNDOMEJOR
BUSCANOS EN FACEBOOK

Guatemala, C.A.

Potrebbero piacerti anche