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LOS PRINCIPIOS CONSTITUTIVOS DEL NIÑO COMO SUJETO DE DERECHOS

Juan José Castellanoi

La sociedad y sus instituciones tienen una deuda con muchas personas que fueron tildadas
de diferentes, instituyendo una distancia que implicó ser discriminados y valorados jurídicamente
con una desigualdad de posibilidades que tuvo efectos, más allá de lo jurídico, en lo social. Es el
caso de las niñas/os y jóvenes que por muchos siglos fueron objeto de protección como enuncia el
derecho, siendo ese acontecimiento un efecto residual de aquella concepción antiquísima que
alguna vez los concibió como objeto de propiedad, tal como lo fueron mujeres y esclavos.
Esto es lo que se busca cambiar con una nueva lógica que tiene entre sus símbolos más
paradigmáticos en las últimas décadas la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN),
sancionada en 1989 por Naciones Unidas. Convención que no debe tomarse solamente como algo
que se enfrenta a un modelo paternalista adulto y de incapacitación del niño, pues quedaría reducida
a una reacción. No es sólo un dispositivo de contrapoder tutelar (Castellano: 2007 y 2012), sino que
puede ser analizado como un dispositivo que funciona productivamente, tendiente a instalar y
reconocer dentro del imaginario social las condiciones para otra niñez y juventud. Produce
subjetividad.
Han pasado casi 25 años desde su sanción y si bien en el campo jurídico y social produjo un
impacto relevante, y entendemos que en el campo de los derechos humanos también, la sensación
que existe es que su lógica, los paradigmas que encierra, los principios que sustenta, no están
todavía interiorizados por la mayoría de los campos disciplinares o de saber, mucho menos para la
sociedad en su conjunto. Decimos esto, aunque al mismo tiempo consideramos que por vías
complejas y múltiples, como es la misma escuela, algunas estrategias de crianza familiares y los
medios de comunicación (en especial a través de programas infantiles), los niños y jóvenes sí están
informándose e intuyen de que la sociedad se propone cambios en este sentido.
Se puede decir sin temor a equivocarse, que la Convención no se instaló en el imaginario
social, menos aún se cristalizó en prácticas sociales generalizadas que la pongan en acción.
Por eso este escrito pretende ser un breve estimulo para adentrarse en el ejercicio de
profundizar lo que supuestamente ya sabemos y ejercemos, que son los derechos del niño. Con ese
fin me parece empezar enunciando y describiendo algunos supuestos básicos fundamentales desde
las mismas normas, con sus documentos y voceros legitimados, principalmente el Comité de los
Derechos del Niño de Naciones Unidas.

¿Qué implica concebir a los niños como sujetos de derechos?

La Convención sobre los Derechos del Niño viene a instituir con fuerza de ley internacional,
casi universal por el nivel de ratificaciones por parte de los Estados del mundo, una nueva relación
entre niños y jóvenes con los adultos en la sociedad.
Se trata de un acontecimiento jurídico que vino a instalar una nueva lógica para con la niñez
de la mano de los derechos humanos, reconociendo al niño como sujeto de derechos, activo,
autónomo y participativo, con capacidades, que debe crecer dentro de relaciones democráticas

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donde se reposicionan como actores responsables de su cuidado a la familia, el Estado y la sociedad
toda.
Si bien a primera vista este pronunciamiento nos parece racional y hasta “natural” en la
actualidad, vale contextualizarlo, historizarlo y profundizarlo para darnos cuenta que es muy
particular y complejo. Desde los inicios del derecho escrito occidental, en particular del derecho
romano, se entendía jurídicamente al niño como incapaz de hecho y derecho para poder gobernarse
y gobernar bienes y personas. Esto llevó a que durante milenios el niño no fuera visto como sujeto
portador de derechos, sino que tenía la misma calidad que esclavos, mujeres y cosas. En el mejor de
los casos, a medida que pasó el tiempo, fue un objeto a proteger por parte de los adultos.
Para el derecho y el discurso social, el niño era visto por lo que le faltaba para llegar a ser
adulto. Sistemas discursivos que en muchos casos se articularon llevando a efectos de potenciación
de una variable bastante negativa en la mirada para con la niñez. La incapacidad jurídica se
condensa con la noción de incapacidad médico psicológica en el siglo XIX, creando toda una correa
de deslizamientos que van de la incapacidad jurídica a la irregularidad, la idiotez pasando por la
carencia. Este nudo disminuyente llevó a mirar al niño como un objeto y no como un sujeto.
Expresar que el niño es sujeto de derechos, es reconocerlo como persona titular de todos los
derechos reconocidos de los que goza la persona humana en sentido genérico (derechos civiles,
políticos, económicos, culturales, sociales y ambientales), tanto por las normativas nacionales como
internacionales. Más aún, el discurso de los derechos del niño entiende que por su condición de
persona “en desarrollo” goza de un plus de derechos especialísimos que se le reconocen en forma
específica (recreación, protección prioritaria e integral, a la convivencia familiar y comunitaria,
etc.), constituyendo una protección complementaria.
Al decir que es sujeto, deja de ser objeto a proteger, lo que modifica su condición social. El
niño como sujeto titular de derechos, no es un mero portador abstracto, sino que se le reconoce la
capacidad, potencia y posibilidad de ejercerlos por sí, comprendiendo una de las cuestiones
nodales de la modernidad, como es la autonomía, no solo en su acepción jurídica, sino también
filosófica y psicosocial.
Con solo mirar nuestras prácticas o remitirse a la historia cercana, nos damos cuenta de lo
revolucionario del planteo. Si reconocerlos como titular ya es una revolución relacional, que lo
pueda ejercer por sí significa un redoble de la apuesta.
Partiendo de que las sociedades están constituidas desde una perspectiva adultocéntrica, es
difícil crear mecanismos para que se haga efectivo el ejercicio de los derechos por parte de los
niños. Tan difícil como lograr un equilibrio entre las medidas de cuidado bajo la variable del
desarrollo y la mirada paternalista que sigue -muchas veces con buenas intenciones- estableciendo
prácticas heterónomas que tejen una dependencia que no sabemos si están en los límites de las
independencias posibles.
Dentro de la doctrina jurídica de la protección integral de derechos (enfoque de derechos),
en especial desde el Comité de los Derechos del Niño, se sostuvo que el ejercicio de los derechos
debe darse en forma progresiva, teniendo en cuenta el desarrollo de las facultades de niñas/os.
Sobre esta cuestión se abrieron brechas de opinión entre los mismos que suscriben la protección
integral de derechos. Algunos consideran que en ese caso se debe tener cuidado de no caer en una
actitud proteccionista paternalista, desde el momento que siguen siendo los mismos adultos los que
establecen cuándo y cómo un niño o joven puede tomar una decisión, continuando en muchísimos

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casos adoptándola por ellos. Para otros, la progresividad es un llamado de atención para los adultos,
quienes ahora deben acompañar en el cumplimiento de los derechos a las niñas/os y jóvenes
mediante el ejercicio efectivo del principio de participación.
Este punto puede ser complejizado más aún, si tenemos en cuenta que distintos niños viven
realidades diferentes que aceleran o desaceleran los procesos subjetivos, constituyendo niños con
distintas posibilidades y capacidades de acción, aunque no sean integrales. Diferencias que se dan a
nivel mundial, pero también a nivel comunitario, a metros de distancia entre unos y otros. Hay
particularidades experienciales que hacen que determinados niños que viven en contextos sociales
particulares adquieran ciertas habilidades sociales que hacen a su autonomía. Por ejemplo, ciertos
niños que viven en contextos populares suelen conocer lo que es trabajar, manejan dinero,
colaboran con la crianza de sus hermanos más chicos (responsabilidad hacia el otro); adquieren
mecanismos para manejarse en contextos sociales complejos o tan simples como cruzar la calle en
una gran urbe, etc. Vivencias que otros niños donde su cotidianeidad transcurre entre la
familia/hogar y la escuela, donde el imaginario social considera se trata de niños “bien cuidados”,
desde una lectura en clave de autonomía se podría problematizar estas prácticas de cuidado tan
fácilmente aceptadas. Con estos ejemplos se quiere mostrar como ciertos procesos, aunque no sean
intencionales, habilitan en los niños un campo de capacidad y potencialidad que la sociedad
reguladora no reconoce y practica.
La dificultad está entonces en que según como nos representemos a los niños y a la relación
con ellos, según como los saberes les reconozcan capacidades, es como se potencia o no el campo
de posibilidades para el ejercicio autónomo de los derechos, o yendo más allá, de ejecutar acciones
relacionales de gobierno de si y de los otros. Aun hoy y en forma general, son las prácticas sociales
de los adultos las que van condicionando la capacidad de los niños y jóvenes.
Por último, parece importante hacer referencia a una noción que se generalizó en el discurso
social, que se desprende de pensar al niño como sujeto titular de todos los derechos, como es el
carácter integral y sistémico de la Convención. Clave interpretativa a la hora de analizar prácticas y
pensar posibles intervenciones remarcando su valor estratégico para resolver situaciones complejas
cuando hay conflictos entre derechos, entre intereses, entre personas en relación.
Se protege el desarrollo integral a través del disfrute de todos los derechos que al niño se le
reconocen. El valor estratégico está en comprender que los derechos enumerados son
interdependientes, y deben satisfacerse en forma conjunta y simultanea en su consecución efectiva,
hasta su máximo posible.
En forma práctica, ante cualquier acción o medida que se tome para promover, prevenir o
proteger a una niña, niño o joven en sus derechos, se requiere hacer una lectura sobre si la medida a
tomar no afecta otro de los derechos reconocidos y protegidos. Algunas veces las escuelas a fin de
lograr cumplir con requisitos que son necesarios y hacen al cumplimiento de otros derechos como
son la documentación (derecho a la identidad) y la exigencia de la certificación de salud de cada
niño (derecho a la salud), toman como medidas para que se efectivice, prohibir el ingreso al
establecimiento hasta que acompañen dicha documentación. Este es un ejemplo de cómo para
cumplimentar el derecho a la salud o identidad, se puede terminar violentando el de educación.
Comprender al niño como sujeto de derechos que se satisfacen en forma integral teniendo en
cuenta el desarrollo holístico, lleva a un cambio nodal. Se pasa de la intervención y responsabilidad
focalizada a la multidimensional; de la asistencia estatal a las políticas públicas de tipo universal,

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integrales y holísticas, tres palabras que hablan de cosas muy diferentes, pero que refuerzan un
mismo nudo praxológico.

Los principios como dimensiones necesarias para cumplimentar derechos.

Para instalar socialmente al niño como sujeto de derechos la Convención en conjunción con
otras normas, delinea una serie de principios que matrizan los derechos que reconoce, con la
finalidad de que la interpretación instrumental se ajuste a las nuevas bases gnoseológicas que los
fundamenta. Una cuestión estratégica de tipo discursiva muy interesante en su fase visibilizada.
Los principios son criterios de interpretación frente a la aplicabilidad de los derechos del
niño: interés superior del niño; no discriminación; vida, supervivencia y desarrollo holístico;
participación; integralidad; co-responsabilidad; efectividad, prioridad familiar, etc. son algunos de
ellos.
Sobre cuales son los principios de la Convención no es una cuestión que pueda ser
determinada de una sola manera. Hay distintos criterios y corrientes que desde múltiples enfoques
los establecen. No obstante, es claro el consenso sobre los denominados generales. Ellos se
encuentran en la materialidad de la Convención, siendo al mismo tiempo los más usados y por
medio de los cuales los organismos internacionales realizan las observaciones y recomendaciones,
direccionan los debates y analizan las prácticas y políticas de los Estados, las instituciones y la
sociedad general.
Si llamamos la atención sobre los principios es porque orientan y apuntalan el cambio de
concepción que da forma a la configuración del niño como sujeto de derechos, regulando pautas
para establecer modos de intervención y de vincularidad en lo personal, institucional y social,
delimitando un modo de pensar y revisar las prácticas relacionales y sociales para con la niñez.
Instituyen otra subjetividad.
Los 4 principios generales que están en la materialidad de la Convención y que brevemente
presentaré son: principio de No discriminación, art. 2; Interés superior de niño, art. 3; Vida,
Supervivencia y desarrollo integral, art. 6; Participación. Art. 12.

El Principio de No Discriminación hace base en la universalidad e igualdad desde el punto


de vista de los derechos humanos, señalando que los niños no pueden ser discriminados por razones
de género, origen nacional, étnico o social, color, sexo, idioma, situación y posición
socioeconómicas y cultural, religión, tradición, opinión política o de otra índole, impedimentos
físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes
legales que establezcan una diferencia que los afecte negativamente.
Más allá de la enumeración antes expuesta, se trata de una noción que debe interpretarse en
sentido amplio. Parafraseando la observación I de Naciones Unidas (2001), podemos entender por
discriminación cualquier motivo que en forma manifiesta o larvada, atenta contra la dignidad
humana del niño y puede debilitar, e incluso destruir, su capacidad de beneficiarse de las
oportunidades que brinda la sociedad actual. (cf. Ob.1, párr. 10). Por ejemplo, en el caso del
derecho a la educación, se vería amenazado frente a la existencia de programas de estudios que sean
incompatibles con la igualdad de género. En otro orden y en forma más sutil, sin dejar de ser menos

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grave, la igualdad se ve vulnerada en niños o grupo de niños que no acceden a los bienes culturales
de su comunidad, a la recreación y al juego, lo que afecta su dignidad y desarrollo integral.
La experiencia nos demuestra que los seres humanos tenemos una capacidad infinita para
crear diferencias y desde ese lugar producir en muchos casos una distinción que afecta
negativamente, lo cual amplía el espectro a problematizar y prestar atención desde este principio.

El principio de Interés Superior del Niño. Se trata de un principio que tiene fuerte impacto a
nivel de las relaciones interpersonales, institucionales y sociales que atraviesa de punta a punta la
Convención, más allá de que su formulación específica esté en el art. 3.1. Para el Comité de los
Derechos del Niño estamos ante el “principio rector-guía de toda la Convención”, al cual se le debe
dar “una consideración primordial”, teniendo como objetivo “garantizar el disfrute pleno y efectivo
de todos los derechos reconocidos por la Convención y el desarrollo holístico del niño.” (Ob.14,
Párr. 4).
En realidad la traducción es el “mejor interés del niño”, lo que significa que sin dejar de
reconocer el interés de todos los sujetos intervinientes como sujetos de derechos, se debe evaluar y
establecer el mejor interés del niño en razón de la posición de desequilibrio de poder que ocupan en
su relación con los adultos. Tanto a nivel interpersonal, institucional como social, cuando se toman
decisiones que impliquen a niños/as y jóvenes, se debe evaluar y determinar lo mejor para los niños
por ser un grupo social considerado con menores posibilidades de ejercer o resistir el poder del otro,
de revertir las afectaciones que producen las relaciones asimétricas, muchas de las cuales están
fuertemente instituidas. Se trata de ubicar éticamente a los adultos en la obligación de estar atento a
sí mismo y al otro de la relación, debiendo en el caso de los niños evaluar y determinar lo mejor
para este último.

Principio de Vida, Supervivencia y Desarrollo holístico. Todos los niños tienen derecho
intrínseco a la vida, a que no se les arrebate arbitrariamente la vida. Más aún, tienen derecho a que
las medidas económicas y sociales que se tomen por parte de los Estados les permitan vivir en
condiciones dignas de existencia, llegar a la edad adulta y desarrollarse en el sentido más amplio del
término. (Ob. Nº 3.) En suma, a los niños debe garantizarse en la máxima medida posible la
supervivencia y el desarrollo, nociones que amplían y complejizan lo que puede comprenderse
como vida digna.
Para el Comité el desarrollo debe tomárselo en su sentido más amplio y en forma holística,
comprendiendo las dimensiones física, mental, espiritual, moral, psicológica y social del niño (Cf.
Ob. Nº 5), hasta el máximo de lo posible.
En el mismo sentido hace referencia a la supervivencia y no al mero hecho de estar vivo. No
habla de sobre/vivencia sino de super/vivencia, porque el desarrollo del niño debe garantizarse “en
la máxima medida posible”, teniendo en cuenta la integralidad de las dimensiones del desarrollo
humano. La supervivencia lo que agrega es que los Estados no deben conformarse con asistir en
protección de derechos vulnerados o atender solo a las necesidades básicas insatisfechas. Sino que
debe buscar potenciar las posibilidades y capacidades de las niñas/os y jóvenes y eso se logra desde
el desarrollo integral u holístico. Quizás una noción que permite comprender el concepto es calidad.
Parece que los Estados, sean “ultra” desarrollados o en desarrollo, no hacen mucho esfuerzo para
cumplimentar los derecho de todos los ciudadanos dando igualdad de oportunidades.

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Una buena forma de salirse de las políticas que centran en la sobrevivencia, es que las
acciones vayan más allá de la dimensión física. El desarrollo integral implica salud, educación,
alimentación, buen trato, cuidado y afecto principalmente por parte de los padres y familia como de
toda institución que en forma directa o indirecta se relacione con niños. Al mismo tiempo implica el
descanso, la recreación, el juego, el acceso a los bienes culturales y sociales de la comunidad y
sociedad a la que pertenecen. Muchos niños por las condiciones excepcionalmente difíciles en las
que viven o producto de la discriminación por enfermedad, discapacidad o condición étnica o
económica, no conocen lo que es ver una película en un cine, o ir a un teatro, o conocer un parque
de diversiones, cuestiones que para otros niños son habituales y cotidianas. Esto produce una
diferencia que afecta el desarrollo aún con cuestiones que podrían denominarse minúsculas.

El principio de Participación. Para el Comité, el art. 12 de la Convención es una norma sin


precedentes en un tratado de derechos humanos que “apunta a la condición jurídica y social del
niño”. (Ob. 12). El ejercicio de este derecho discrimina dos instancias. Por un lado, que el niño sea
escuchado en su opinión. Que se facilite, promueva y garantice en toda instancia que se lo escuche.
Y en segundo lugar, que esa opinión sea tenida en cuenta. La enunciación de esta segunda
instancia, entiendo, busca reforzar lo que es la finalidad primera de todo diálogo a saber. Pretende
operativizar su concreción, buscando dejar atrás los intentos fallidos o falsos que ponían a los
adultos hablando sobre lo que consideraban que querían decir o sentían los niños y jóvenes; o en el
caso de que se expresaran directamente, que se los escuchara teniendo en cuenta lo que dicen.
En las prácticas cotidianas, el solo hecho de escuchar al otro no implica reconocerlo en su
palabra o como sujeto activo. Ahora los adultos también deben demostrar que la opinión ha sido
tenida en cuenta, lo que no quiere decir que deba hacerse sí o sí lo que sugiere el niño. Se da vuelta
la exigencia de argumentar las posiciones, lo que es lógico para cualquier persona en diálogo con
otra. De lo que se trata es que los adultos, padres, docentes, autoridades administrativas o toda
persona que interaccione con niños y jóvenes escuche y considere lo que se dijo. Y en el caso de
entender que no se puede cumplimentar con lo que se pide, dé los argumentos racionales
suficientes, explicando los fundamentos de las decisiones tomadas y explicitando la valoración que
se hizo de la opinión vertida.
De esta manera lo que se erradica es la decisión arbitraria o peor aún, aquella donde el niño
no participa, aunque la decisión lo afecte directamente. Como es el caso del cambio de escuela,
elección de un deporte, cambio de tenencia entre los padres, cambio de guarda, etc.
Considero que es mediante la participación que el niño se torna activo en el ejercicio de sus
derechos, haciendo realmente efectivo su posicionamiento como sujeto que puede ejercerlos por si.
Los derechos de los niños pueden cumplirse desde los adultos –como ha pasado y pasa aún hoy- sin
que el niño sea actor activo, pero falta algo. Mientras más se ejerza el uso de la palabra, mientras
más opinen sin intermediarios y participen en las relaciones de su vida cotidiana, el espíritu de la
Convención se irá concretando desde ellos mismos, modificando a su vez el mundo adulto.
La participación es un barómetro práctico o pragmático para analizar cómo se está dando el
proceso de pasaje del niño sin voz (infante) al sujeto activo de derechos. El poder hablar y que lo
que se diga sea escuchado y tenido en cuenta es fundamental en todos los niveles, desde lo más
interpersonal, (vínculo entre adultos y niños, entre padres e hijos), como en el plano institucional
(entre alumnos y docentes, médicos y pacientes) y en relación al Estado. La opinión directa hace

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posible concretamente el cambio de posición de los niños y jóvenes como también el cumplimiento
efectivo desde ellos mismos de los derechos y principios enumerados en la Convención.
Participación que no debería limitarse a aquello que lo afecta. Como dice la observación nº
12 antes citada: la participación es un proceso permanente de “intercambios de información y
diálogos entre niños y adultos sobre la base del respeto mutuo, en que los niños puedan aprender
la manera en que sus opiniones y las de los adultos se tienen en cuenta y determinan el resultado de
esos procesos”.
Claro que para que esto se dé, es necesario que los adultos desmantelemos las “barreras” de
todo tipo (jurídicas, políticas, económicas, sociales, culturales y hasta arquitectónicas) para hacer
frente a los prejuicios acerca de la capacidad de los niños y estimular la creación de entornos en
que los niños puedan potenciar y demostrar su capacidad. (cf. Ob.12, párr. 135).

Familia, Comunidad y Estado. El lugar del adulto.

La Convención sobre los Derechos del Niño no sólo cambió la visión y posición del niño en
la sociedad actual, sino también y con la misma fuerza, transformó el lugar de la familia y la
comunidad en relación al niño y al Estado. Si en algo acuerdan todas las normativas internacionales
de derechos humanos, por ejemplo la Declaración de los Derechos Humanos del 1948, y en especial
aquellas específicas de la niñez, como la Declaración de los Derechos del Niño de (1959) y la
Convención (1989), es que se debe tomar a la familia “como grupo fundamental de la sociedad y
medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los
niños” (Prólogo CDN). En consecuencia, si la familia es el ámbito donde el niño debe desarrollarse,
siendo además la responsable prioritaria de asegurar el cumplimiento efectivo del ejercicio de sus
derechos, el Estado asume la responsabilidad o la reafirma, de brindar la protección y asistencia
necesaria para que aquella pueda asumir plenamente esa responsabilidad dentro de la comunidad.
(Principio de Co-responsabilidad y Prioridad Familiar).
Al mismo tiempo el lugar del adulto cambia. De ser quien tenía el poder en la relación
donde el otro (mujer, niño o esclavo) ocupaba un lugar de cosa (derecho romano antiguo) o de
persona sumisa y obediente ante la autoridad del hombre (derecho moderno), ahora la Convención
legitima la posición de los adultos como orientadores o guías que deben direccionar
apropiadamente a los niño para que se desarrollen plenamente desde un ejercicio autónomo de sus
derechos. Los adultos ya no imponen, sino acompañan la asunción progresiva de la autonomía.
(art. 5 CDN).
En otro orden, el reconocimiento de la familia y la comunidad como ámbitos afectivos
prioritarios que hacen a la identidad y protección del niño, busca revertir otro de los elementos de la
mirada tutelar que tomó el auge de la institucionalidad de fines del siglo XIX y comienzo de siglo
XX, y que aún le cuesta abandonar, para corregir a los niños “irregulares” o “anormales”. La
confianza que se tenía de los internados, estaba necesariamente acompañada de una visión que
consideraba totalmente pernicioso cualquier vínculo familiar o comunitario de origen, lo que
implicaba no tenerlos en cuenta como alternativas de solución a sus problemas. La contracara de la
institucionalización fue la desfamiliarización y despojo del entorno inmediato de un grupo
poblacional microfisicamente delimitado.

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Por ello una de las cuestiones que debieron resaltar las normativas internacionales de
derechos humanos, sin ser la Convención una excepción, es que ante la existencia de las diferencias
sociales con sus efectos negativos históricamente irrefutables en la vida de las personas, junto al
reconocimiento del niño como sujeto activo de aceptación y respeto, se debía volver a reconocer y
legitimar a la familia y la comunidad donde el niño transcurre su vida como los espacios más
óptimos para su desarrollo. Requisito ineludible para lograr el cumplimiento del derecho a la
identidad y limitar la intromisión arbitraria del Estado, para dar sólo dos ejemplos cotidianos.
En el caso de nuestro país y de la mayoría de los países latinoamericanos y en realidad de
todos aquellos donde las diferencias, por cualquiera de las razones que hayamos inventado (étnicas,
religiosas, género, edad, económicas, socio-culturales, etc.) produce la postergación y sumisión de
unos por otros, tuvo como efecto sumar a la discriminación que el niño padecía por su edad, la
discriminación por las condiciones de vida que atravesaba su familia y entorno comunitario. (art. 2
CDN). Ser niño y pobre en Latinoamérica resultó ser una combinación desgraciada para muchos de
ellos y su familia. Tanto fue así, que ciertas normativas de países tuvieron que proclamarse
expresamente contra la “criminalización de la pobreza” y/o “la no judicialización de la pobreza” y
prohibir de igual manera que los niños sean separados de sus familias y comunidad por causas
materiales.
Mucho tiempo llevó a la sociedad darse cuenta que la mirada evolucionista-etnocéntrica
“civilizaba” al mismo tiempo que excluía todo lo que fuera diferente. Una mirada tutelar
etnocentrista y parada desde una posición de clase, también destruye lo que es diferente, juzgando
como inadecuado lo que también es un producto social del cual la sociedad con sus instituciones
debe responsabilizarse y buscar cambiar.

Conclusión.

Desde otro punto de vista, saliéndonos un poco del discurso jurídico, se puede decir que la
Convención sobre los Derechos del Niño convierte en ley parte de una concepción que tiene como
aspecto positivo el responder a una ética del reconocimiento mutuo, que conlleva pensar a las
personas como autónomas y capaces de constituirse a sí mismas y al otro dentro de relaciones de
aceptación y respeto mutuo que los dignifican. Ello sin desconocer que dichas relaciones humanas
están condicionadas por las circunstancias socio históricas (que también son un producto social) que
las afecta tras mecanismos de vulneración, exclusión y discriminación.
La Convención aporta a instituir una lógica que se asienta en una ética que implica en este
caso, posicionar a los niños como sujetos activos de esa relación. Si el niño es concebido como
sujeto que participa en forma activa de relaciones recíprocas de aceptación y respeto mutuo, es claro
que debe contar con todos los derechos que la sociedad ha creado (niño sujeto de derechos) para su
desarrollo integral, siendo esencial que pueda participar de la relación mediante su opinión
(participación), pues nadie puede tener un rol activo como ciudadano si no puede expresar y ejercer
los derechos por sí mismo, esto es con autonomía.
Dicho en otros términos, si pensamos que la Convención esta constituida por una
multiplicidad de elementos y dimensiones como la integralidad, desarrollo, Interés Superior del
niño, participación, supervivencia, interdependencia de los derechos, sujeto de derechos, autonomía,
co-responsabilidad, prioridad familiar, subsidiaridad estatal, no discriminación, arman un

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dispositivo complejo que viene a instalar otra subjetividad. Y no solo modifica al niño, sino también
a los otros adultos con sus instituciones.
Por supuesto que esta normativa es producto de coyunturas y de enclaves políticos, donde
varias de sus prescripciones son efectos de negociaciones que permiten que se desarrollen o
mantengan premisas que siguen sometiendo y condicionando voluntades a una situación social que
no dignifica, sino más bien pone en posición de padecer. Sin embargo, en esta oportunidad no
podemos dejar de resaltar los aportes que realizó a la niñez y juventud mundial, cómo ha
revolucionado la mirada hacia los niños utilizando el poder que el discurso jurídico tiene para
regular la vida de las personas y las sociedades. Las prácticas cotidianas de los últimos 25 años nos
muestran cómo en cada campo de la infancia es nodal para concretar, acelerar o más no sea tensar el
proceso de reconocimiento y dignificación de la niñez y juventud.
Los dispositivos se activan o desactivan, se actúan pasivamente o padecen si no los
profundizamos y problematizamos en sus detalles. El sujeto puede producir prácticas de libertad o
subjetivantes cuando conoce la matriz que lo hace actuar o en la que actúa.

BIBLIOGRAFIA.

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OBSERVACIÓN GENERAL Nº 14 (2013), Sobre el derecho del niño a que su interés superior sea
una consideración primordial (artículo 3, párrafo 1), Comité de los Derechos del Niño, N.U.
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El presente artículo fue publicado en Revista “Dialogar” del Cólegio de Psicologos de Córdoba Nº 46, Dossier, Junio de
2014. Juan José Castellano es abogado, psicólogo y Mgter. en Sociosemiótica, CEA UNC. Es miembro del programa de
investigación "Resolución de conflicto en las relaciones de pareja formales o no formales" en el Centro de
Investigaciones Jurídicas y Sociales de la UNC. Se desempeña laboralmente como abogado en el campo de familia y
niñez; trabaja también como equipo técnico del Programa Escuela, Familia y Comunidad de la SEPIyCE, Ministerio de
Educación y es co-director de la revista La Fuente de la Provincia de Córdoba.

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