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Alberich - La historia oculta del Dios Guerrero de Megrez Delta

Capítulo 1

Un resoplido, casi como una exclamación a razón de la sorpresa, hizo que el guerrero abriere los
ojos en ese instante, observando a su alrededor y confirmando que en efecto, estaba en el interior
del antiquísimo hogar de su familia.

Aquella visión, un recuerdo desatado de lo profundo de su memoria, hizo que el dios guerrero,
inmerso en aquel suceso de hace más de una década, sintiera el desasosiego que una vez se
plasmara en su corazón, más eso no afectó a su principal premisa, mucho menos, a su sentir
inicial: La necesidad de poder.

- Mi padre… - dijo el dios guerrero de Megrez, el cual entrecerró los ojos ante el resquicio
de soledad que su ser sintió, lo que a su vez, le hizo recordar a aquel sujeto de hace
muchos años atrás.

Exaltado, el rostro infantil del dios guerrero, con su faz parcialmente cubierto por su cabello rojizo,
observaba con asombro y alegría a un hombre que, delante de una enorme roca, dos veces más
grande que el sujeto, era hecha añicos de un solo golpe por el puño de aquel, el cual y después de
erguirse en toda su estatura, se dio media vuelta y observó con una sonrisa al jovencito.

- Alberich – dijo el hombre con voz grave y firme -, como puedes ver, éste es el poder del
cosmos – mencionó, obteniendo un aplauso del niño -. Lo que he hecho ante ti, tu podrás
hacerlo también – agregó, haciendo que el niño se asombrara sobremanera.
- ¿Yo? – preguntó Alberich, con el mismo asombro de antes.
- Por supuesto – confirmó el hombre -. Eres mi hijo, el descendiente de una larga familia de
guerreros de Asgard. El poder para defender esta tierra ya está en tu interior.
- ¿En serio? – preguntó el niño, sin salir de su sobresalto.
- Así es, sin embargo, aunque el poder yace en ti, sin el conocimiento para hacerlo brotar,
terminará iendo como una espada sin afilar. No podrás hacer nada sin ello – el hombre
hizo una pausa para acercarse a su hijo -. Ya estás en edad para entrenar y hacerte fuerte,
ya que este mundo está lleno de penurias que debes saber enfrentar.

El niño escuchó atentamente las palabras de su padre, imaginando lo que sería poder lograr hacer
lo que aquel de apariencia imponente y mirada amable, a pesar de su aspecto feroz, una persona a
quien el chico admirada por encima de todos los demás.

En poco tiempo, el entrenamiento del niño comenzó, más entonces, el jovencito entendió que
dicha formación era terrible, notando que le hacían sufrir durante horas, días, semanas.
Alberich, ante aquel cruel y doloroso proceso de aprendizaje, sintió la frustración que se elevaba
en su interior. Muchas veces, pensó en rendirse ante aquel precepto de ser un guerrero, más otra
persona, aquel ser que le dio la vida, le tomaba en sus brazos y le cobijaba en su ternura, unos días
más tarde, de noche, dentro de aquel acogedor hogar construido en el interior del bosque de los
espíritus.

- Alberich… - dijo la mujer de cabellos dorados y ojos claros como el cielo en épocas de luz,
exhortando al pequeño a escuchar la voz delicada de ésta – Mi pequeño – dijo,
estrechándole con sus cálidos brazos al ponerse de cuclillas delante de éste -, sé que tu
padre es severo contigo en cuanto al entrenamento. ¿Sabes? – le separó de sí por un
instante para verle a los ojos, siendo que alberich nota el color azul marino que parecía
tan profundo como el mismo oceano -, yo también fui una guerrera que protegió a Asgard,
como tu padre.
- ¿En serio? – preguntó el niño, con curiosidad y asombro.
- Así es… - la mujer sonrió al momento de confirmarle sus palabras – Yo fu parte de las
tropas que combatieron contra Nifelheim, país vecino que intentó expandir su reinado
sobre los demás, como el nuestro – dijo, haciendo que Alberich se interesara aún más -. Yo
era la que se encargaba de llevar a cabo la estrategia de combate para enfrentar a los
enemigos, mientras que tu padre fue al frente, combatiendo a los señores de Nifelheim.
- No puede ser…
- Ja, ja, ja, ja, ja – la mujer se rió, para entonces ponerse de pie y llevar al chico hasta unas
sillas de madera rustica, casi como si los hubieren hecho casi sobre el tronco
directamente, unidos solo con clavos.
- ¿Me contarías más?
- Por supuesto… - dijo la mujer, haciendo que el niño se sentara.
- ¡Síííí! – exclamó el niño, al escuchar la respuesta.
- Bien. Aunque no será en este momento – dijo la mujer, haciendo que el niño le mirase a la
expectativa -. Tu padre llegará pronto, y no tendremos tiempo de charlar tu y yo.

En el interior de aquel hogar de acogedor aspecto, unos ojos observaron con atención el interior
del lugar cargado de alegrorías e incertidumbre, tras lo cual, la vista del chico se enfocó en aquel
testigo insospechado, ser que desapareció ante su vista sin dejar rastro alguno.

El niño no reparó, en aquel entonces, de saber quién había sido el que les observó aquella noche,
más sólo sabía que la voz de su madre, dulce como las notas de un arpa, habían llamado su
atención en ese momento en el que su padre, vestido de pieles, había traido consigo un ciervo
para comer.

Los ojos del Dios guerrero se abrieron nuevamente para dejar a la vista que estaba solo, en medio
del bosque de aspecto místico, cargado de luces violaceas que se elevaban lentamente del frío y
blancusco suelo, aportándole un color opuesto al verde oscuro de las hojas de los solariegos
árboles que habían permanecido en aquel paraje.

- Padre… - dijo Alberich, tras haber sido investido con el poder de Odín, imbuido sobre el
manto gracias al zafiro del dios nórdico – He conseguido el manto sagrado. Un paso más
para lograr mi cometido – concretó el dios guerrero justo antes de observar con atención
la armadura que portaba.

Con minucioso interés, Alberich observó la armadura azulada, de placas finamente pulidas hasta
semejar a cristales que emergen de la tierra como las mismas amatistas que había creado con su
poder cósmico. Tras un breve pero cuidadoso estudio, el guerrero se quitó el casco, semejante a
un rostro de murciélago vampírico. Lo observó con detenimiento, notando el color rojizo de lo que
asemejaba eran ojos, siendo que el hombre vio la tétrica apariencia de su yelmo y, contrario a lo
que cualquier otro pensaría, éste lo encontró conveniente para sí.

Miró pues, los rubies que le daban forma a los ojos del yelmo y se vio a si mismo, investido con
aquella protección mítica, lo que lo hizo albergar nostalgia ante la remembranza de aquellos días.

Una tarde, Alberich entrenaba con su padre, el cual le enseñaba a luchar cuerpo a cuerpo. Los
golpes iban y venían, las patadas parecían viajar como ráfagas en la nieve. El niño, responsivo ante
la forma de atacar de su mentor, eludía los ataques con dificultad, aunque eficazmente, o eso
pensaba.

- ¿Sólo te defiendes y no eres capaz de atacar? – preguntó el hombre de barba incipiente y


cabello crespo, similar en color de la sangre que en ocasiones, el niño derramaba –
¡Vamos, atácame! – dijo el sujeto, lanzando puñetazos que iban haciéndose más cercanos
al cuerpo del chico.

Alberich, con tanta rapidez como le era posible, eludía los ataque, no obstante e incitado por su
padre, se lanzó al ataque más el resultado no fue sino en una patada directa a su estómago,
impacto que luego lo lanzó unos metros de distancia y que hizo que al caer, el niño se recintiera
sobremanera a causa del dolor.

- Todavía te falta mucho para lograr vencer a tu oponente… - reveló el hombre, que
mantuvo su postura firme a pesar de que el niño se retorcía del dolor – Necesitas ser más
fuerte para siquiera poder asestarme un golpe.
- Sí… - fue todo lo que pudo decir Alberich, aunque sus emociones estaban colmadas de
furia y frustración.
- ¡Otra vez! ¡Arriba! – exclamó el hombre, aupando a que Alberich se pusiere de pie e
intentara accionar.

Poco a poco, Alberich se fue poniendo de pie aunque costosamente, y tras haberse reincorporado,
prosiguió el combate.

Horas más tarde, Alberich permanecía en casa, resentido por el dolor del castigo propinado por el
entrenamiento, más su madre, una mujer de aspecto hermoso y gráciles movimientos, buscó algo
con que curarle y empezó a tratarlo de inmediato.
- Mi pequeño… - dijo la mujer, con cierta angustia en su rostro.
- Madre… ¿por qué el entrenamiento es tan duro? – preguntó Alberich, preocupado -, Me
he portado bien, y he hecho lo que padre me ha pedido, ¿Hice algo mal? ¿Padre me odia?
– preguntó el niño, ahora con lágrimas en los ojos.
- No cariño – dijo la mujer abrazando al chico, a lo cual sintió la angustia de éste -, tu padre
te ama, y es por eso que te entrena tan duramente; no desea que sufras por mano de otra
persona. No sabes lo difícil que es para él, el entrenarte cada día.
- Pero, no soy tan fuerte – dijo el niño, sollozando.
- Quizá aún no, pero lo serás, no obstante, hay algo más importante que debes cultivar para
así vencer a tus oponentes.
- ¿Ah, si? – preguntó el niño, intrigado.
- Sí, esto – dijo la mujer, llevando un dedo hacia su cabeza -. Debes cultivar tu mente para
así saber como enfrentar a tus adversarios. Debes saber como piensan, sus fortalezas y
debilidades, sus habilidades y carencias. Si sabes a quien te enfrentas, sabrás como
enfrentarlo. El conocimiento es valioso, hijo.
- ¿El conocimiento?
- Así es – dijo la mujer, que luego de terminar de curar y vendar al niño, se levantó y miró a
los ojos a éste -. Como dijo una vez nuestro señor Odin tras haber bebido de Mimir: “Las
aguas de la sabiduría tienen el poder de atravesar las montañas de la incertidumbre, abren
caminos en lo inamovible y quebrantan lo imposible”

Esas palabras de boca de su madre calaron en lo más profundo de Alberich, sembrando en él, el
deseo de adquirir el conocimiento para entender y utilizar todo cuanto estaba a su alcance.

El entrenamiento continuó durante varios días, varias semanas, más así también, Alberich
comenzó a leer sobre la historia de Asgard y sobre su cultura, sus enfrentamientos contra otros
paises y sus victorias por encima de los enemigos a quienes había enfrentado. Leyó sobre ciencia
algo que entendió rápidamente. Estudió sobre los pensadores de su tierra y del extranjero, libros
que uno de sus antepasados, Alberich Undécimo, había llevado a Asgard tras sus viajes por el
mundo. Aprendió sobre técnicas de combate con armas, siendo su predilecta la espada de doble
filo, un estilo de combate con la que entrenó en secreto para poder sorprender a su padre.

Conoció la historia de los antepasados de las tierras nórdicas, y allí vio, entre las páginas de la gran
guerra de Nifelheim, a Minlah, su madre, en dibujos que la plasmaban como una mujer armada a
quien catalogaron como una comandante de guerra y a quien apodaron: “La señora de la guerra”.

Alberich se sorprendió al encontrar a su madre en los libros de la biblioteca de su casa, a quien


también le habían dado el rango de “Hija de las Valkirias” debido a su éxito en el cumplimiento del
deber a falta de hombres en el campo de batalla contra los gigantes de Nifelheim.

De inmediato, Alberich, corrió hasta donde se encontraba su madre, quien cocinaba un estofado
de lo que quedaba del ciervo de la vez aquella, para la cena.

- ¡Madre, madre! – llegó Alberich hasta la mujer, con un entusiasmo que sorprendió a la
misma.
- ¿Qué sucede, Alberich? – preguntó ella, apuntando su mirada hacia el niño.
- ¡Aquí estás, Madre. Aquí estás! – exclamó el niño al mostrar en el libro abierto, la imagen
de su madre vestida con armadura ligera, portadora de espada y escudo ancho.
- Ja, ja, ja, ja, ja – se rió Minlah al ver a su sonriente hijo -. Pues sí, esa soy.
- Era verdad lo que dijiste, madre – confirmó el niño, bajando el libro hasta su pecho.
- ¿Y acaso no creíste lo que te había dicho? – preguntó la mujer con el ceño fruncido al
tiempo que sacaba la cuchara de madera del estofado y apuntaba con ella a su hijo.
- No, no… - respondió Alberich, un tanto temeroso.
- Entonces no tienes por qué dudar – dijo la mujer, ahora sonriendo y volviendo a atender la
preparación.
- Pero, ¿por qué dejaste de ser una guerrera? – preguntó el niño, inocentemente.
- Eso es… - dijo Minlah, dejando todo a un lado y acercándose al niño para abrazarlo –
porqué tu entraste a mi vida, algo que protegería con mi vida a toda costa, mucho más
que ala propia Asgard – el niño, al oír eso, se sorprendió por la respuesta, más eso le hizo
abrazar a su madre de inmediato.

En ese momento, su padre llegó con aspecto adusto, cargando un jabalí en su hombro derecho.

- ¡Padre! – llamó Alberich al hombre de abrigo de pieles que luego se quitó al sentir el calor
del fuego de la chimenea.
- Alberich – dijo el hombre, abrazando a su hijo con una mano al tenerlo cerca de su pierna
– toma esto y llevalo al mesón de la cocina, debo destazarlo – dijo el hombre, haciéndole
entrega del jabali al niño, el cual sujetó con cierto esfuerzo.
- ¡Yo puedo hacerlo, padre! – dijo el chico, el cual intentaba mantener en sus manos al
enorme animal que le habían dado.
- En ese caso, estaré contigo para ver que lo hagas bien – dijo el hombre, con el ceño ahora
más relajado.

De inmediato, Alberich, con una sonrisa, se llevó el jabalí hasta la cocina con cierta lentitud, no
porque pesara mucho, sino por el volumen de éste, el cual resultaba ser más grande que sus
brazos.

Minlah observó como Alberich trajo el animal y lo puso en la mesa, buscó un cuchillo y comenzó a
devanar el cadaver con tal precisión y eficiencia que, en el momento en el que su padre estuvo al
pendiente de todo el proceso, quedó asombrada, junto a su esposo, por la destreza del chico,
aunque, para ojos de su madre, la felicidad del niño al ver correr la sangre del animal, incluso
sobre el rostro de éste en el que sin titubeos, dejó escapar sonrisas amplias y genuinas, hicieron
que la mujer se preocupara.

A la mañana siguiente, Alberich y su padre estaban entre dos muros de roca que se levantaban
casi medio kilómetro de altura, o eso es lo que podían apreciar, ya que la niebla descendía sobre la
cúspide de la montaña, borrando una buena parte de su constitución total, ocultando la verdadera
altura que para los dos sujetos, resultaba desconocida.

- Muéstrame lo que has aprendido, Alberich – dijo el hombre con loz brazos cruzados, a
varios metros de distancia del niño que permanecía delante de una gran roca que le
sacaba varios cuerpos de altura.
- Sí – alcanzó a decir el chico, el cual observó a su padre rodeado de algunas rocas de
tamaño considerable, plantas arbustivas y el predominio de la nieve por la mayoría del
paraje.

Tras aquella respuesta, Alberich separó sus piernas y las flexionó levemente, empuñó su mano
derecha y la colocó a nivel de su abdomen, por debajo de su diafragma, al tiempo que su mano
izquierda permaneció abierta por delante de su cuerpo, apenas flexionada para darle espacio a la
visión.

Alberich observó la roca con mucha atención, más desde el interior del chico, una sensación de
algo que comenzaba a estallar en su interior hizo que su cuerpo se sintiere ligero y cálido. Un brillo
blancusco comenzó a desprenderse de la piel del chico y éste fue haciéndose cada vez más amplio,
sintiendo que aquel fulgor le llenaba de una energía que lo fortalecía cada vez más y más.

Aquella sensación de que su cuerpo estaba inundado de fuerza, le hizo enfocar su mirada a un
punto en la roca la cual tomó como el sitio a donde, y con toda precisión, lanzó un golpe con toda
aquella potencia que sentía, y con ello, se dio cuenta de que la roca no solo cedía a su puño, sino
que éste se hacía a un lado en miles de pedazos que se esparcían en todas direcciones, hasta que
en la gran roca quedó un espacio cóncavo, lugar donde se podía admirar la destrucción de aquella
estructura.

- ¡¿Viste eso, padre?! – preguntó Alberich, sorprendido por lo que había logrado.
- Has logrado romper la roca, muy bien – dijo el hombre, afirmando con la cabeza, aunque
su rostro permanecía estoico ante lo sucedido -; pero, ella no te responde. Ven aquí – le
dijo, y el niño, cambiando el gesto de felicidad por el de intriga, dejó la roca y se aproximó
a su padre –. Bien. Ahora que estás delante de mí, atácame – dijo el hombre, el cual
separó sus brazos y abriendo sus piernas, extendió los brazos hacia adelante en una pose
que mostraba una apariencia imponente y agresiva.

Para Alberich, esa postura era más que familiar. Representaba la misma posición de combate que
ha sostenido su padre por todo aquel tiempo que le estuvo entrenando.

Aunque temeroso, Alberich tomó posición de combate, tratando de dilucidar qué hacer ante su
padre.

- ¡Vamos, atácame! – incitó el hombre, en un grito que pareció resonar entre aquellos
muros de piedra, dejando tras su paso un eco que llamaba al niño a realizar aquel acto de
agresión.

De inmediato, el niño dio un grito para luego lanzarse en una feroz carrera par así lanzar un golpe
a su padre, el cual evadió al colocar suavemente la mano sobre el brazo extendido del chico y con
ello, tan solo imprimiendo algo de fuerza, aprovechó el movimiento del chico para lanzarlo con
velozmente hacia algunas de las rocas, donde impactó sin remedio.

Tras caer al suelo, Alberich se resintió por aquel impacto, más comenzó a incorporarse con cierta
dificultad.
- No debes lanzar golpes a lo tonto, ya te lo he dicho. Vamos, de nuevo – dijo el hombre, a
lo cual vio que el niño se avalanzó sobre el sujeto con mayor rapidez que antes “¿Pero,
qué?” pensó el sujeto al notar que la velocidad del chico había aumentado en ese instante.

Sin perder tiempo, el hombre eludió el ataque al hacerse a un lado, más cuando se disponía a
impactar su puño siniestro sobre el chico, éste se percató de que algo blanco venía sobre su
rostro.

- ¿Pero, qué? – dijo el hombre, justo antes de ser cubierto de nieve sobre sus ojos, el cual
provino de la mano de Alberich tras haberse levantado del suelo.

A continuación, el niño dio un giro sobre una pierna para así tener la torsión y velocidad suficiente
para patear a su padre en un costado, algo que hizo que éste fuere desplazado a un lado más no
cayó, ni dobló la rodilla ante ello.

Con premura, el sujeto removió la nieve de su rostro y visualizó a un Alberich con ojos fieros que
se aproximaba con un brazo adelante y otro atrás de su torso.

Al ver lo que se avecinaba, el hombre advirtió que el niño aprovecharía su estatura para
escabullirse por debajo de él y atacar hacia el estómago, por lo que descendió su torso para estar
a la altura del mismo y así, lanzar un golpe hacia el rostro del niño, más entonces, asombrado, se
percató que Alberich había interpuesto entre los dos, una rama ancha, a modo de palo que parecía
blandir como una espada sujetada con la mano que permanecía oculta, en una demostración de
destreza con la que logró desviar el golpe de éste del rostro del chico hacia a un lado, más casi al
mismo tiempo, el puño libre del niño impactó por debajo de la mandíbula del hombre, golpeando
con la mayor fuerza posible y con la cual hizo que la cabeza de su padre se elevara sin remedio.

Un quejido salió de la boca del hombre, más éste se reincorporó rápidamente debido a las cortas
extremidades del niño, el cual no podía imprimir una fuerza suficiente como para hacer un daño
importante, aunque si hizo mella en él. De inmediato, el hombre flexionó el brazo desviado y
encontró con la mano, el hombro del chico, al tiempo que con el brazo libre, sujetó la muñeca de
ese mismo hombro. Al suceder esto, el hombre acercó el hombro del chico a su cuerpo y alejó la
muñeca del mismo oblicuamente, logrando ejercer presión sobre la articulación y por ende, dolor
en el niño.

- ¡Ríndete! – dijo el hombre, sujetando con fuerza a Alberich, más éste no obtuvo
respuesta, a pesar de que la voz quebrada del chico demostraba el dolor que éste sentía -
¡Réndete! – incitó el hombre, mostrando enojo en su rostro, más lo que no esperaba era
que sobre sus costillas, entre la quinta y la sexta, de forma ascendente, aquel palo se
plantó en el cuerpo del hombre, imprimiéndole un agudo dolor al sujeto que le hizo
liberarle.

A continuación, Alberich dio un salto hacia atrás para entonces avanzar inmediatamente hacia su
padre con el palo en mano, blandiendo con agilidad hacia los puntos vitales de su oponente, el
cual el hombre eludía con cierta dificultad.

“¿Dónde aprendió a blandir una espada?” se preguntó el hombre, siendo que observa como los
movimientos de su hijo se hacían más agudos y precisos cada vez. Es entonces que, al notar que
estaba bajo la amenaza de ser lastimado con seriedad, del cuerpo del sujeto comenzó emerger
una estela blancuzca. Alberich percibió que aquello era una señal de alerta, por lo que procedió a
darse prisa para evitar que su padre atacara, por lo que se decidió en inclinar su cuerpo hacia
abajo para luego desplazarse con todas sus fuerzas hacia su padre, tan cerca del suelo que parecía
que lo tocaba con su torso.

De inmediato, la figura del sujeto se vio enmarcada en un aura que parecía elevar la capa de éste
de tal forma que parecía como si corrientes de aire salieren de él y agitaran sus cabellos, así como
las partes más móviles de su vestidura.

A la espera del chico, el hombre se dispuso a recibir al niño sin reparos. Alberich, sin perder
tiempo, se acercó a sus pies y con ello, la misma aura blancuzca emergió de él, rodeándole, algo
que su padre no pasó desapercibido. De inmediato, y cuando lo tuvo al alcance, dirigió su puño
hacia el chico, casi de forma vertical, al punto de que parecía un enorme yunque se se iba sobre el
niño, más entonces sintió que algo le golpeaba desde un lado del brazo, con tal violencia que le
hizo desviar el impacto a un lado, al nivel de la cadera del niño y con ello, el niño aprovechó para
lanzar un golpe hacia la espinilla del hombre, dando de lleno en el objetivo.

El golpe realizado por el hombre hizo que el suelo se quebrara de inmediato, separando la nieve
del suelo y levantado pedazo de roca del mismo, a su vez, Alberich sintió que se elevaba producto
del impacto, haciendolo perder el balance y concentración, efecto que hizo que le restara fuerza al
golpe sobre la espinilla de su padre, y por ende, aminorar en una buena parte el poder del ataque
propinado, aún así, el golpe hizo que el hombre doblara la rodilla y que se abriere su postura de
combate. Por otro lado, Alberich, en consecuencia de potente golpe de su padre, salió despedido
por los fragmentos hacia un lado, para entonces caer al suelo a unos metros de distancia, con
resquicio de dolor en su cadera.

La nieve se elevó por los aires, haciendo que nevase nuevamente, aunque en un paisaje
deformado por el enorme crater que había creado el sujeto.

- Te felicito, hijo… - dijo el hombre, el cual comenzó a levantarse con cierta dificultad, al
tiempo que Alberich intentaba reincorporarse al mismo tiempo – Eso fue astuto de tu
parte. Por ese motivo… - y mientras decía esto, un aura blancuzca emergió nuevamente
del cuerpo de aquel sujeto, aunque esta vez, pequeñas luces de color entre violeta y
rosaceo comenzaron a teñir el aire alrededor del sujeto – te enseñaré algo especial… -
poco a poco, el hombre, ya de pie, se dio la vuelta y miró a su hijo que apenas había
puesto un pie en el suelo, en un intento por levantarse, más la postura del hombre se hizo
diferente de lo que Alberich había visto antes.

Las piernas del sujeto se abrieron, más sus brazos se extendieron hacia abajo, cruzándose uno
sobre el otro al nivel de su abdomen bajo y sus puños cerrados.

Alberich, al ver esto, se levantó en ese momento y tomó postura de combate, a la espera de lo que
fuere que hiciese su padre, más también observó que aquellas luces bicolores se fueron
incorporando al cuerpo de su oponente, hasta que su efigie se vio matizada en el color de la
amatista.
- ¿Qué es eso? – preguntó el niño al ver que la apariencia de su padre destellaba en tonos
similares a los cristales que nacían ocasionalmente en el bosque de los espíritus.
- ¡¡Escudo amatistaaaaa!! – gritó el hombre para entonces levantar los brazos sobre su
cabeza, abriendolos de tal forma que su cuerpo parecía una equis frente al chico.

A continuación, aquellos matices de colores se desprendieron del hombre y dirigieron


inmediatamente hacia Alberich, que sin saber que más hacer, lanzó golpes hacia aquella ráfaga de
luces. Lo que Alberich no se esperaba, era que su cuerpo se sentía cada vez más pesado, y
posteriormente rígido. A los pocos segudos, su cuerpo no respondía y estaba siendo cubierto de
algo sólido que se acrecentaba sobre sí, dejándolo estático en aquella estructura hasta que, en
solo un instante, se vio inmóvil, atrapado en un cristal de amatista.

Los ojos del chico miraron en diferentes direcciones, su voz no salía de él, aunque intentaba
respirar, no podía, aunque su cuerpo no se lo exigía. Sintió entonces que su fuerza se iba agotando
lentamente, como si estuviera corriendo sin parar por una camino que nunca se acababa.

- Ese… Hijo… - dijo el hombre, acercándose torpemente al enorme cristal que era ahora su
hijo, producto de las heridas propinadas por el chico – Es el “Escudo Amatista”, una
técnica para atrapar a tu oponente en un ataud de cristal – dijo el hombre, hasta que
estuvo frente a la enorme amatista, observando el rostro inerte del niño que le observaba
con sorpresa, y entonces, el padre golpeó un poco el cristal -. Sientes que pierdes la
fuerza, ¿cierto? Es otro efecto de ésta técnica. La fuerza de tu oponente es drenada
lentamente y transferida a ti, aportándote el poder para seguir peleando a pesar de la
fatiga.

Es entonces que el hombre se irguió en toda su estatura e intentó levantar su brazo, más entonces
se detuvo para sujetarse el brazo con la mano opuesta, justo en el lugar donde había recibido el
golpe del palo con el que su hijo le atacó. Haciendo el intento nuevamente, el sujeto logró levantar
el brazo y colocar la mano abierta sobre la amatista. A continuación, cerró los ojos y aquel fulgor
con el que había golpeado la roca, emergió nuevamente para así, dejarse cubrir con aquella
fuerza.

Una vez que su cuerpo se vio bañado de aquel aura cósmica, con una extraña serenidad que
despedía, la amatista que estaba tocando se fue haciendo polvo desde la mismísima punta del
cristal, polvo que se volvía luces las cuales se elevaban por el aire y viajaban por los alrededores.
Lentamente, el enorme cristal se fue desintegrando, y con ello, el cuerpo del chico se iba liberando
de aquella prisión, hasta que por fin, una vez el mineral se vio desaparecido en una cantidad
suficiente, Alberich pudo reaccionar.

- Padre… - dijo el niño, sorprendido por lo sucedido.


- Lo has hecho bien, hijo mío – dijo el hombre, sonriendo ante el pequeño -. Este combate
prueba dos cosas. Una es que mecesitas entrenar más en lo que respecta al uso del cosmo
– esas palabras hicieron que Alberich bajara la cabeza, frustrado y decepcionado de sí
mismo -, la otra, es que estás listo para aprender técnicas como ésta.
- ¿En serio? – dijo el niño, con euforia en sus palabras.
- Aún debes fortalecerte, no obstante, te enseñaré esta técnica, si me respondes a una
pregunta.
- ¿Cual?
- ¿Dónde aprendiste a usar una espada? – la pregunta de su padre dejó a Alberich un tanto
descolocado, y aunque titubeó por un momento, se irguió de inmediato y respondió sin
vacilar.
- Lo aprendí en un libro de esgrima – la respuesta del chico hizo que el ceño del hombr se
elevara en su totalidad -. Después de leer y practicar las posturas y movimientos de la
esgrima con espadas, aprendí a usarla ya que, como soy pequeño y mis brazos y piernas
son cortos en comparación a los tuyos, usar una espada permite aumentar el área de
ataque casi al doble, y dado a que aún estoy aprendiendo, necesitaba toda la ayuda que
me fuere posible para poder siquiera darte un golpe.

El silencio se instauró en ese instante entre ambos. El niño miro a los ojos a su padre el cual
permanecía ecuánime ante aquella declaración. Alberich se sintió preocupado ante aquella
situación, ya que la expresión de su padre no había cambiado durante varios segundos, lo que lo
llevó a pensar que había cometido un error al hacer aquello, más entones, para su sorpresa, su
padre comenzó a reir.

- Ja, ja, ja, ja, ja, ja. Eres realmente astuto… ja, ja, ja, ja, ja, ja. Eres tan parecido a tu madre…
- dijo el hombre, acercándose a su hijo, si embargo, trastabilló por el dolor.

De inmediato, Alberich ayudó a su padre y con cuidado, lo llevó a casa, donde les esperaba Minlah,
que al verlos llegar, preguntó lo que había pasado, preocupada, no obstante, al oír lo sucedido,
también se echó a reir, feliz por aquella situación.

- Padre… Madre… - dijo Alberich, ahora vistiendo el manto sagrado y saliendo de su


introspección, observando como el cielo estrellado mostraba la aurora boreal en el
firmamento – Obtendré el poder para acabar con todos los que se opongan a mí… - dijo,
apretando el puño – Le probaré a todos que el cerebro de Asgard es el más poderoso de
todos.

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