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Génesis 21 da cuenta del tan esperado nacimiento de Isaac.

Desde el primer momento en que a


Abraham le fue prometido un heredero del convenio hasta que lo tuvo en brazos pasaron 25 años.
Abraham tenía cien años cuando Sara tuvo por fin a su primer hijo. No es de extrañar que Sara
prorrumpiera en exclamaciones gozosas: “Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se
reirá conmigo”. A los ocho días de nacido, Isaac fue circuncidado, tal como Dios había mandado
que se hiciese con todo varón. Observa que, de acuerdo a lo dispuesto por Dios, el convenio de
Abraham habría de ser continuado en el primogénito de su primera esposa, el “hijo de la
promesa”. Pablo de Tarso hace toda una alegoría sobre esto en Gálatas 4:22–29.
Desgraciadamente, Ismael, que era trece años mayor que Isaac, comenzó a burlarse de él y su
madre Sara no lo soportó. Abraham consulta a Dios sobre este hecho y Dios le dice que no tema,
pues aunque la separación es necesaria Ismael también será bendecido. Agar e Ismael se ven de
nuevo expulsados, pero Dios les preservó en el desierto a través de la ayuda de un ángel que
prometió que Dios haría de Ismael una gran nación. Los descendientes de Ismael llegaron a ser el
pueblo árabe. Génesis 21 termina, en los versículos del 32 al 34, con un corto relato acerca del
estrechamiento de relaciones entre Abraham y el pueblo filisteo del rey Abimelec.[Este no es el
mismo Abimelec que el referido en Génesis 20. Tal como en otros casos (Faraón, Nefi), Abimelec
se convierte en el nombre dado al gobernante y no es necesariamente su nombre propio.] Ambos
personajes hacen convenio de cesar toda hostilidad y resuelven un asunto pendiente con respecto
de un pozo de agua, líquido de vital importancia para la subsistencia en el territorio. La manera en
que lo realizaron para lograr estos resultados nos instruye sobre las costumbres antiguas para
realizar convenios.

En Génesis 22 se encuentra la prueba del sacrificio de Isaac. Dios ordena a Abraham sacrificar a su
primogénito, tan largamente esperado, en el monte Moríah. Durante tres días Abraham viaja, sin
revelar el mandato a su hijo, con ese peso en su corazón. Al llegar, ata a Isaac e intenta el
sacrificio, pero es detenido por un ángel de Dios y un carnero le es provisto para que realice un
sacrificio sustituto. Al leer este capítulo considera las circunstancias por las que esta es la máxima
prueba de fe dada al profeta Abraham. El sacrificio humano estaba difundido entre las culturas
paganas que rodeaban a Abraham[1] y que recibían influencia de Egipto[2]. Es más fácil
comprender este capítulo cuando sabemos que Abraham había pasado en su juventud por una
experiencia semejante, en la que casi pierde la vida; que Abraham sabía, por tanto, que el
sacrificio humano era indeseable a la vista de Dios; que esperó el nacimiento de Isaac por 25 años;
que se le habían hecho promesas en él; que Isaac era ahora un joven y que Abraham tenía casi 120
años. Todo esto hacía difícil creer en Dios, para Abraham era una prueba que ponía en conflicto
sus creencias, sus afectos y el significado de toda su vida. Sin embargo, “Abraham creyó a Dios y le
fue contado por justicia” (Romanos 4:3) y su confianza en Dios, superior a toda circunstancia,
quedó asentada como ejemplo a
Este capítulo, Génesis 23, trata enteramente sobre la muerte de Sara, a los 127 años de
edad, y de cómo es que Abraham adquirió la cueva de Macpela como propiedad para
sepultura familiar. Al mismo tiempo observamos un trato mucho más cordial hacia
Abraham de parte de los heteos y habitantes de la tierra, lo cual es un indicativo del carácter
de Abraham, que aún cuando era forastero supo ganarse a la gente de esa tierra a través de
una vida noble y ejemplar. La manera en que se refieren a él es significativa, le llaman “un
príncipe de Dios entre nosotros” (Génesis 23:6). Aún cuando le ofrecen la cueva como un
regalo, Abraham mantiene hasta en esos instantes su integridad, adquiriéndola por el precio
más justo. En esta propiedad, la cueva de Macpela, serán sepultados, más adelante,
Abraham (Génesis 25:9) y Jacob (Génesis 49:30; Génesis 50:13). De igual manera, José,
antes de morir, pidió ser puesto en este sepulcro (Génesis 50:24–26), lo cual cumplieron a
su tiempo los hijos de Israel.

Génesis 24

Abraham sabe que Isaac ha llegado a la edad para casarse y busca para él una buena esposa, pero
sabe que no podrá encontrarla con los cananeos entre quienes habita. Con el deseo de mantener
a su hijo Isaac dentro de los términos del convenio que Dios hizo con él (el Convenio Abrahámico),
Abraham encarga a un siervo que busque esposa para Isaac entre su parentela que ha quedado
atrás en Harán, pero sin llevarlo con él. Le promete al siervo que será guiado por Dios para
encontrarla. Efectivamente, al llegar a Harán, el siervo de Abraham es guiado por revelación hacia
Rebeca, nieta de Nacor, el hermano de Abraham (recordarás que vimos esta genealogía en
Génesis 22), y ella decide ir con él como prometida de Isaac. Es significativo el versículo final de
este capítulo (Génesis 24:67), en donde se indica que Isaac, al conocer a Rebeca “la amó”.

En Génesis 25 concluye la sección de Génesis dedicada a la vida de Abraham, que comenzó en el


capítulo 12. Abraham se casa de nuevo tras la muerte de Sara y se nos proporciona una pequeña
genealogía de esta unión (¡seis hijos más!). Observa que este es el origen del pueblo madianita. En
el versículo 6 se nos informa que, además, Abraham tuvo varias concubinas, cuyos hijos se criaron
separados de Isaac. En total, Abraham vivió 175 años y al morir fue sepultado con Sara. Génesis 25
nos provee también un informe sobre la genealogía de Ismael, los cuales son conocidos como “los
doce príncipes de Ismael” y son el origen de los pueblos árabes (no confundir con las doce tribus
de Israel, que vendrán mucho más adelante). Una segunda parte de Génesis 25 nos relata cómo
Isaac tuvo dos hijos con Rebeca, Esaú y Jacob. Esaú era el mayor pero, en un arranque impulsivo e
irreflexivo, intercambió los derechos de su valiosa primogenitura por un plato de lentejas (Génesis
25:19–34).
Es poco lo que la Biblia nos relata acerca de Isaac, pero Génesis 26 nos da indicios sumamente
significativos sobre su vida. A pesar del hambre existente en Gerar, Isaac recibe el mandato divino
de aposentarse en esa tierra, bajo los dominios de Abimelec,[1] rey de los filisteos, ocasión que
Dios aprovecha para renovar con Isaac la parte del convenio de Abraham que tiene que ver con la
promesa de la tierra. Isaac es obediente y se queda en Gerar (Génesis 26:1–6). Allí, se ve obligado
a utilizar la estratagema utilizada anteriormente por Abraham para proteger a la bella Rebeca en
esa tierra (Génesis 26:7–11). A causa de su obediencia al convenio hecho con Dios, Isaac es
prosperado en la tierra y aunque despierta los recelos de los habitantes debido a su prosperidad,
finalmente es bendecido (Génesis 26:12–23). Tras un tiempo en que Isaac persevera en su
fidelidad y obediencia, Dios ratifica con él la plenitud del Convenio Abrahámico. Este pasaje,
Génesis 26:24–25, es importante porque es la continuidad del convenio prometido a Abraham, de
que en su descendencia todas las naciones serían bendecidas. Es significativo que Isaac no
adquiere el derecho al convenio de Abraham sólo por su nacimiento, sino que es probado en su
dignidad y obediencia. Isaac se mueve dentro del territorio y prospera a tal grado que llamó la
atención de Abimelec, “rey de los filisteos” y de esa tierra, quien le visita junto con el capitán en
jefe de sus ejércitos y realiza un acuerdo de paz con Isaac (Génesis 26:26–33). En conmemoración
de ese día, en el cual también es hallada el agua preciada en un pozo recién abierto, Isaac llama
Seba al lugar donde todo esto ocurrió, de donde el nombre de la ciudad derivó a Beerseba, y este
es el origen de este nombre. Los versículos finales (Génesis 26:34–35) son breves pero con un
mensaje relevante y contrastante acerca del carácter de Esaú, hijo de Isaac, quien toma dos
esposas de entre los heteos, pueblo pagano y de costumbres idólatras.[2] En otras palabras, Esaú,
se casa fuera del convenio, por lo que sigue alejándose por elección propia de las bendiciones del
convenio de Abraham. Recordarás que ya habíamos visto la forma en que Esaú tomaba a la ligera y
despreciaba los convenios y mandamientos de Dios cuando leíste Génesis 25:19–34.

Los versículos finales de los capítulos 25 y 26 de Génesis nos muestran cómo es que Esaú, hijo de
Isaac y nieto de Abraham, se fue alejando progresivamente de Dios y no le daba importancia a las
cosas sagradas. Génesis 27 es, pues, el desenlace de esta catástrofe anunciada, provocada por el
comportamiento previo de Esaú. En Génesis 27 se nos relata cómo Rebeca aconseja a Isaac para
obtener la bendición de la primogenitura por medio de estratagema. Acerca de la necesidad de la
estratagema, algunos factores deben ser tomados en cuenta: a) Esaú se había alejado del Señor al
despreciar la primogenitura y al casarse con mujeres idólatras, b) las bendiciones del Señor sólo
pueden ser obtenidas conforme con nuestra dignidad, y c) Jacob sentía un amor especial por Esaú
que podía entrar en conflicto con lo que era correcto. Si Isaac se dejaba llevar impulsivamente por
sus sentimientos, eso frustraría el cumplimiento del convenio de Abraham. Isaac fue aconsejado
por Rebeca sobre cómo presentarse ante Isaac a fin de obtener la bendición de la primogenitura.
Cuando se dio cuenta de la estratagema, Isaac reconoció, como líder, que el Señor había
intervenido en el asunto y proporcionó a Esaú una importante bendición, pero ya no la bendición
de la primogenitura. Para evitar la venganza rumiada por Esaú (es evidente en este y otros pasajes
que Esaú tenía un carácter vengativo y violento) Rebeca aconsejó a Jacob huir para Harán, el lugar
adonde aún habitaba la parentela de Nacor, hermano de Abraham. El versículo 45 muestra que
Rebeca amaba a sus hijos por igual. Sin embargo, versículo final de Génesis 27 también demuestra
cuán difícil estaba En Génesis 28, secundando la inquietud de Rebeca y siguiendo la inspiración de
Dios, Isaac manda a Jacob no casarse con las mujeres heteas, ya que estas eran descendientes de
Canaán, a cuya descendencia se había impedido transmitir el sacerdocio. La posesión del
sacerdocio era esencial para el cumplimiento de todas las bendiciones del Convenio de Abraham.
De manera que Isaac envía a Jacob a Harán y le bendice. Observa con atención el lenguaje de esta
bendición, que es una clara referencia al convenio abrahámico (Génesis 28:1–5). Esaú llega a saber
de estas palabras, lo cual le fuerza a comenzar una reflexión sobre las repercusiones que había
tenido su conducta (Génesis 28:6–9). Que Jacob era la persona precisa que debió recibir la
bendición de la primogenitura y para ser el transmisor del convenio es ratificado por Dios a través
de una experiencia sagrada que tuvo Jacob en camino a Padan-aram. El pasaje es conocido como
“la escala de Jacob” debido a que en él Jacob vio en un sueño una escalera que ascendía
directamente a Dios. En esta impresionante visión, Dios ratifica que las bendiciones del convenio
de Abraham serían transmitidas en Jacob. Reconociendo el lugar como un templo (casa de Dios y
puerta del cielo), Jacob llama al lugar Bet-el, que significa “casa de Dios” y promete al Señor los
diezmos de todo aquello con que sea prosperado durante su estancia en Padan-aram. siendo para
Rebeca sobrellevar la iniquidad en que había caído Esaú. Fue debido al entorno evidentemente
hostil e idólatra de los heteos que Rebeca envió a Jacob a Harán, con la esperanza de que
encontrase una mejor pareja entre la parentela de Abraham y pudiesen conservarse las
condiciones del convenio.

En Génesis 28, secundando la inquietud de Rebeca y siguiendo la inspiración de Dios, Isaac manda
a Jacob no casarse con las mujeres heteas, ya que estas eran descendientes de Canaán, a cuya
descendencia se había impedido transmitir el sacerdocio. La posesión del sacerdocio era esencial
para el cumplimiento de todas las bendiciones del Convenio de Abraham. De manera que Isaac
envía a Jacob a Harán y le bendice. Observa con atención el lenguaje de esta bendición, que es una
clara referencia al convenio abrahámico (Génesis 28:1–5). Esaú llega a saber de estas palabras, lo
cual le fuerza a comenzar una reflexión sobre las repercusiones que había tenido su conducta
(Génesis 28:6–9). Que Jacob era la persona precisa que debió recibir la bendición de la
primogenitura y para ser el transmisor del convenio es ratificado por Dios a través de una
experiencia sagrada que tuvo Jacob en camino a Padan-aram. El pasaje es conocido como “la
escala de Jacob” debido a que en él Jacob vio en un sueño una escalera que ascendía directamente
a Dios. En esta impresionante visión, Dios ratifica que las bendiciones del convenio de Abraham
serían transmitidas en Jacob. Reconociendo el lugar como un templo (casa de Dios y puerta del
cielo), Jacob llama al lugar Bet-el, que significa “casa de Dios” y promete al Señor los diezmos de
todo aquello con que sea prosperado durante su estancia en Padan-aram.

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