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La prensa y su función social

Marta Lesmes
© 2001 Marta Lesmes
© 2001 Pablo de la Torriente, Editorial
Unión de Periodistas de Cuba
Calle 11 no. 160 e/ K y L, Vedado, La Habana
Diseño: Víctor Roberto Sánchez
Emplane: Gladys Armas Sánchez
Corrección: Liliana Soto Llorca
ISBN: 959-259-081-8
l desarrollo de la nación cubana se caracterizó por su peculiar unicidad,

E proceso fácilmente apreciable tras un acercamiento somero a la génesis y


la evolución de la prensa y del periodismo en la mayor de las Antillas.
Desde finales del siglo XVIII hasta el primer tercio del XIX, las manifestaciones de
algunos elementos que denotaban la presencia definitiva de una conciencia y de
una literatura nacionales, así como la condición colonial de la isla, justifican el
aserto inicial.
Puede decirse, además, que, a diferencia del resto de los países de nuestro ám-
bito regional, el periodismo cubano se estableció como actividad sistemática y de
primer rango intelectual, junto con el advenimiento pleno de nuestra literatura
romántica y bajo condiciones objetivas muy específicas. Esta idea sigue muy de
cerca el criterio de Raimundo Lazo (1946:XIX), cuando afirmaba que del Padre
Caballero a Del Monte, fueron nuestros primeros representativos quienes inicia-
ron la verdadera historia de la literatura cubana.
Cuando en 1790 el gobernador Don Luis de las Casas auspició la publicación
del Papel Periódico de la Havana, el primer periódico literario de Cuba, los pensado-
res y escritores cubanos asumieron el periodismo de una manera espontánea, sin
verdadero oficio, pero deseosos de utilizar el único medio idóneo conocido para
la más ágil difusión de las noticias y las ideas. Desde entonces, y paralelamente,
los intelectuales de la isla dieron continuas muestras de interés por delimitar las
características, el estado y la función social de la prensa, preocupaciones que se
materializaron a través de simples comentarios o de aislados textos, los cuales se
localizan muy dispersos entre sus obras publicadas y los propios artículos perio-
dísticos.

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Es indudable que la primera figura importante de nuestra prensa decimonóni-
ca es la del Padre José Agustín Caballero (1762-1835), en cuya labor se hallan los
primeros indicadores del surgimiento de una ética periodística nacional, que lle-
vará desde entonces un sello particular de exigencia, de sentido del deber y de
compromiso con el destino político de la nación cubana. En unos apuntes del Pa-
dre Caballero (1956: 36-39), escritos en 1805, se encuentra la siguiente idea: Es
muy justo que los pueblos conserven los momentos de su felicidad y el medio de conservarlos es la
prensa.
Se ha afirmado que “el primer número del 24 de octubre de 1790 está escrito
con el estilo terso y grave del Padre Agustín, si bien se ve la simbiosis de sus ideas
con las ideas comunes de los consejeros del séquito de Las Casas, y claro está, en
las inspiraciones del propio gobernador”. Sin atenernos estrictamente a este crite-
rio,1 no hay por qué dudar de que en el prospecto del Papel Periódico de la Havana
estén contenidas las nociones ideales sobre el papel de la prensa, llevadas a la
práctica por quien participó afanosamente en el perfeccionamiento del perio-
dismo nacional y le confirió un sentido más útil y moderno dentro del contexto
epocal.
Otra de nuestras figuras literarias más destacadas en la época: Manuel de Ze-
queira y Arango (1764-1846), también consideraba que en el proceso de civiliza-
ción e ilustración de la sociedad cubana de entonces, el papel de la prensa era
fundamental. Es por ello que, al iniciarse como director y redactor del Papel Perió-
dico en 1800, se dirigió a los lectores en términos muy parecidos a los utilizados
por el Padre Caballero en sus apuntes señalados.
El establecimiento de los papeles públicos (opinaba Zequeira) puede considerarse como
uno de los monumentos más preciosos de la felicidad de los pueblos, y como el resorte más activo
para promover sus adelantos; y así es que todas las naciones ilustradas lo han cultivado y sosteni-
do con el mayor esmero. Por fortuna hemos visto nacer en nuestros días el Periódico de la Hava-
na, y sus progresos nos dan un testimonio nada equívoco de su provecho en lo físico y en lo moral:
por medio de él se propagan nuestros conocimientos, circulan nuestras ideas, y se inspiran las vir-
tudes tan útiles como interesantes de la sociedad.2
De esta manera, y siguiendo los criterios del Padre Caballero y de Manuel Ze-
queira, comprendemos que el Papel Periódico de la Havana surgió como la necesidad

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de propiciar un órgano donde se reflejaran y hallaran respuestas a las preocupa-
ciones económicas y sociales de la burguesía criolla. Su aparición no obedeció a
un acto de placer, sino de servicio a una patria en la que aún se respiraba cierto
aire de armonía entre los cubanos y los españoles, en franca gestión por el mejo-
ramiento espiritual y económico del país. Como ha afirmado Fina García Marruz
(1990:19):
Aquella primera toma de conciencia de nuestros problemas coloniales y sus urgentes refor-
mas, que llevó a cabo la primera generación de cubanos que se preocupó del bien patrio, bajo la
propia égida de Don Luis de las Casas, encontró en el Papel un medio de cotidianizarse, de sa-
lir de las esferas del pensamiento o de la cátedra, al aire común y al primer diálogo público.
En la condición de censor regio y asesor del Capitán General que ostentaba el
Padre Caballero (1956:43), llevó a la prensa criterios de la censura teológica pro-
pugnadora del “bien instruya, bien proponga, bien prueba, bien exhorte”, utiliza-
dos en provecho de los textos a incluir en la publicación, los cuales debían
respetar “las máximas decorosas de la política y las reglas de una sana moral”,
ideas en las que ya iba tomando cuerpo una ética periodística, a través de las preo-
cupaciones por mejorar la conducta social.
Los periódicos de la época suplieron, en gran medida, la ausencia de una ges-
tión editorial oficial o simplemente las reducidas posibilidades que ofrecía el mo-
mento para la impresión de libros y tomaron parte activa en la difusión del
conocimiento científico. En este sentido, no fue menor la importancia del Padre
Caballero en la popularización y aún en el afán de laicizar las teorías filosóficas. El
31 de agosto de 1800 apareció en el Papel Periódico un artículo que se le atribuye a
Fernández (1988:26), del cual han sido tomadas estas ilustrativas palabras:
Señor Público: el periodismo no es campo para explicar una ciencia en los términos con que se
enseña en una escuela, pues este es un papel que circula por las manos de todos, y cada uno tiene
derecho a ser instruido y a entender lo que dice...Si quiere usted hablar de una ciencia, no use ja-
más las voces técnicas de ella, no cite multitud de autores conocidos solamente de los sabios, por-
que esto es pedantería, y procure no ser tan oscuro en esa explicación, sino poner particular
estudio en aclarar el estilo, en hacerlo popular e inteligible, y en no valerse jamás de términos cul-
tos que nada significan.

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No podían ser otras las ideas de quien, desde su cátedra de Filosofía del Semi-
nario de San Carlos y desde la Facultad de Teología, realizó notables esfuerzos
por conseguir que la enseñanza se realizara en idioma español y por lograr la re-
forma en los estudios universitarios, así como de quien se afanó por difundir las
teorías del sensualismo y de la física experimental, en lucha crucial contra el esco-
lasticismo en nuestros programas de instrucción.3
El interés por llevar a vías de realización determinadas normas de buena con-
ducta social, no sólo estuvo latente en esas preocupaciones de la época, sino tam-
bién fue en cierto modo, la tierra nutricia de la que emanaron gran parte de las
inquietudes acerca de una ética periodística nacional en sus momentos germina-
les, desde el Padre Caballero hasta Carlos Manuel de Céspedes.
De esta manera, se exigió que el enfrentamiento a los problemas económicos,
sociales, políticos y culturales y aún a los de carácter científico, se limitara a la crí-
tica a las instituciones del Estado, sus ineficaces programas, la mala ejecución de
los proyectos de distinto perfil, la insuficiente gestión y hasta los excesos o abusos
de poder de los funcionarios y no se convirtieran en pretexto para la ofensa per-
sonal o para la intromisión en la vida privada de sus representantes. Elementos in-
cipientes de este ideario ético que fue el mejor patrimonio del periodismo cubano
en sus albores, se encuentran presentes en las palabras del padre Caballero cuando
afirmó que sus críticas estaban dirigidas a las noticias y no a las personas.
La labor periodística del padre Caballero coincidió con los primeros momen-
tos del reformismo político, cuando las demandas de los cubanos todavía eran sa-
tisfechas en sus aspectos capitales, con excepción de la solicitud del gobierno
autonómico cuyo proyecto había sido redactado por él mismo en 1811, para ser
presentado a Cortes por el diputado Andrés de Jáuregui.
Durante esta etapa estuvo garantizada la estabilidad del régimen, gracias al de-
sarrollo económico y al florecimiento cultural alcanzado cuando aún eran armó-
nicas las relaciones entre los españoles y los cubanos, aunque estos, bien pronto,
comenzaran a dar señales de creciente inconformidad.
También en esta etapa disfrutó de gran renombre, al frente de El Regañón de la
Havana, Buenaventura Pascual Ferrer (1772-1851), quien no sólo fue periodista y
escritor satírico, sino además, un crítico literario y de costumbres, que se procla-
maba el encargado de “ejercer la policía sobre las ciencias y las artes”. Su celo por

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conducir la sociedad hacia los caminos más sanos de la moral y de las buenas cos-
tumbres hacía que en sus artículos predominara cierto matiz impositivo que, no
obstante, le permitió dejar establecida en aquel momento las características que
debía tener un periódico en cualquier época: la publicación de trabajos de interés
general, que fueran instructivos, agradables, breves, escritos con claridad, origina-
les en su exposición y de útil contenido. Además de dichos postulados, se puede
encontrar en sus trabajos otras virtudes como la de destacar el valor de la polémi-
ca para encontrar soluciones a los problemas, a través del consenso de la opinión
pública.4
En las páginas de El Regañón, Buenaventura Pascual Ferrer encaró la realidad a
través de una óptica crítica y satírica, inscrita en una concepción ilustrada del pe-
riodismo, sin alejarse nunca de su espontánea actitud censoria. Sin embargo, al
expresar los propósitos que lo animaban a emprender un proyecto tan singular
como El Regañón, afirmó que éste era hijo de su fantasía, en lo que constituye una
manifestación inconsciente de la preocupación constante entre nuestros pensa-
dores y escritores acerca de si debían considerar el periodismo un acto de crea-
ción o sólo de comunicación social.5
La relación periodismo-literatura aparecerá, como un motivo recurrente, en-
tre las reflexiones sobre la prensa que decían sus hacedores, como una forma de
explicar el nexo entre dos actividades indisolublemente unidas por su esencia
creativa, pero diferentes desde la perspectiva de las funciones específicas que
cada una de ellas está llamada a desempeñar en la cultura de un país.
Desde los primeros momentos de la evolución de nuestra prensa, los oficios
de escritor y de periodista se fundieron espontáneamente y de ello dieron pruebas
elocuentes en los inicios las obras del padre Caballero, de Manuel Zequeira y de
Buenaventura Pascual Ferrer.
Las primeras evidencias de la inconformidad ciudadana con el gobierno colo-
nial se manifestaron cuando la isla comenzaba a disfrutar de los beneficios de la
primera ley de libertad de imprenta, decretada al poner en vigencia en España la
constitución liberal. En 1811 se publicaron en La Habana dos importantes perió-
dicos en los que tomó parte el guatemalteco Simón Bergaño (1721-1820?). En
enero apareció El Patriota Americano y en marzo El Correo de las Damas. Una
“Advertencia de los editores”, publicada en el primero, y el prospecto del segun-

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do, contienen ideas demostrativas de la mejor concepción periodística del libera-
lismo ilustrado preconizado en la época. En El Patriota (Bergaño, 1811:389-392)
no sólo es de destacar en su Introducción el llamamiento a la reforma general del
estado (en sentido abstracto y de su manifestación en Cuba), sino también es visi-
ble la aceptación de la polémica –que allí se denomina guerra literaria– como vía
para alcanzar la ilustración de los ciudadanos y el derrocamiento de la ignorancia
y la tiranía.
Este texto constituye un abierto desafío a la autoridad colonial como no se ha-
bía hecho nunca antes de manera pública y libremente impresa:
La guerra literaria debe hacerse siempre en honor a ambos partidos, pues ella es el camino
por donde llegan los hombres al templo de la ilustración. Sea nuestro amor propio la única vícti-
ma que en ella se pacifique, y jamás la verdad que es la que al público le interesa. Ahora es cuan-
do los escritores deben unirse y formar la falange de Minerva para disipar las tinieblas de la
ignorancia y derrocar la tiranía. Y si en lugar de esto se distraen en miserables rencillas y ridícu-
las disputas personales, se exponen a tener la misma suerte que los papagayos de Roma y no fal-
taría tal vez un César que les corte la pluma como aquellos la lengua.
Por su parte, El Correo sorprende por el objetivo que se propuso de comple-
mentar la instrucción femenina de la sociedad colonial cubana. Como se indica en
el prospecto, esta labor sería de mucha utilidad, puesto que supliría la carencia de
aulas donde se pudiera instruir la mujer, que, al decir de Bergaño (18111b), tenía
tanta o más disposición que el hombre para las ciencias.
Es indudable que Bergaño ejerció un periodismo liberal en franco desafío a la
autoridad del Estado y la Iglesia, motivo por el cual el Obispo Espada lo acusó de
atentar contra la moral pública.6 Los artículos de El Patriota Americano y El Correo
de las Damas son una buena muestra de ello y representan, además, la evolución
operada en las ideas políticas y sobre la cultura de nuestros pensadores y escrito-
res, al concebir sus proyectos periodísticos al amparo de la libertad de imprenta.
Si bien la cantidad de publicaciones periódicas conocidas que circularon en
Cuba durante la primera ley de libertad de imprenta fue mayor que las que lo hi-
cieron bajo la segunda, en 1820, las ideas con respecto al ejercicio periodístico va-
riaron notablemente, así como la calidad del mismo, transformaciones en las

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cuales tuvieron una considerable participación otros emigrados hispanoamerica-
nos. Uno de ellos, el colombiano José Fernández Madrid (1789-1830), asociado
con el argentino José Antonio Miralla (1789-1825), fundó el primer periódico po-
lítico, científico y literario de Cuba, El Argos (1820-1821), cuya introducción es
harto elocuente del nuevo sentido de la labor periodística, concebida ahora para
mitigar el ocio de una forma culta y ofrecer así un servicio inestimable al país.
Estos periódicos ilustrados del liberalismo inauguraron una nueva etapa den-
tro del periodismo nacional, porque no fueron empresas gubernamentales, sino
contribuciones personales a la cultura cubana con el único interés de servirla y de
transmitir a la mayor de las Antillas las motivaciones políticas que habían condu-
cido a los pueblos del continente, una década antes, por los caminos de sus movi-
mientos independentistas.
Al tiempo que se buscaba un despertar de nuestra conciencia nacional, se po-
nía en justo lugar el papel de la prensa, en una actitud ética ejemplar, la libertad de
imprenta no era incompatible con el orden y la tranquilidad ciudadana, todo lo
contrario, pues la libre expresión de las ideas era para Fernández Madrid una de
las principales vías en el logro de la justicia social y política sin promover enojosos
enfrentamientos violentos o revueltas y motines indeseados, aunque, en realidad,
su insistencia contra los ataques personales encubría un objetivo más profundo.
Si bien durante esos años la labor formativa del Padre Varela fue decisivamen-
te influyente en la definición de una cultura y una literatura nacionales, propugna-
da después por intelectuales como Domingo del Monte, es justo que se le
reconozca a Fernández Madrid, en ese empeño, un lugar no menos destacado, ya
que, por ejemplo, los criterios del colombiano con respecto a la labor ilustrada de
la prensa en todos los sectores de la sociedad, serían defendidos por el propio Del
Monte, una década después, en sus gestiones como miembro de la Sociedad Eco-
nómica de Amigos del País. Así lo demuestra Fernández Madrid (1820:5) en su
artículo “Estado de la imprenta en La Habana”:
Los periódicos sobre todo son utílísimos; ellos son los centinelas que velan sobre la seguridad
de la plaza, y repiten diariamente el ¡alerta!; son la escuadra sutil que defiende nuestras costas.
Ellos corren como el fuego eléctrico, y penetran al mismo tiempo a los palacios de los grandes y a
las chozas de los infelices; los leen juntamente el marqués y el artesano. Todas las clases del esta-
do se ilustran, a todos se extiende su benéfica influencia.

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También en sus palabras se advierte cómo el periodismo debía ser orientado a
la previsión de los vicios de la conducta colectiva y a procurar erigirse en fuerza
moderadora de los desmanes de los poderes civiles y militares, a través de la opi-
nión pública que ellos contribuían a formar.
Junto a estas indudables muestras de una conciencia ética de la labor del perio-
dista como agente directo en los procesos políticos y sociales, hay que destacar
otro elemento donde el papel fundamental del periodista estaba en hacer la crítica
al representante de la autoridad oficial, pero no a su vida privada. La divisa de que
“ningún perjuicio pueden causar a un gobierno justo las diversas opiniones de los
hombres”, presidió esa actitud ejemplar.
Es indiscutible que el primer periódico revolucionario entre nosotros fue
El Habanero (Instituto de Literatura, 1980:14) del Padre Varela, publicado en Fila-
delfia entre 1824 y 1826, pero El Americano Libre (1822-1823), de Evaristo Zenea
–redactado por Domingo del Monte y José Antonio Cintra– es su antecedente
más cercano histórica y conceptualmente.
Dicha publicación tenía como objetivos los de ser portavoz de los derechos de
los ciudadanos, reflejar la actividad literaria y censurar las costumbres viciosas y
los excesos que debido a una mala interpretación de la libertad de imprenta pu-
dieran alterar la tranquilidad del país. No podía esperarse de un periódico emi-
nentemente político, en aquellos momentos, más que estimular el ansia de
libertad de los cubanos y exacerbar sus ánimos contra el coloniaje español. Eso
hizo El Americano Libre. En sus páginas apareció esbozado –tal vez por primera
vez de forma teórica entre nosotros– el concepto de patria.
Para la intelectualidad cubana de entonces, la patria era el lugar donde nace-
mos y donde desarrollamos inevitables relaciones filiales y de propiedad, y donde
se obtienen beneficios de tipo social. Estas relaciones se verían en peligro cuando
fueron atacadas la libertad y la independencia.
Además de la gran carga utilitaria que se aprecia contenida en la definición del
concepto, es necesario destacar en él una actitud política más oculta para aludir a
nuestros problemas nacionales, pero, asimismo, es de notar el reducido alcance
de su proyección, ampliamente superada por la del concepto de patria esbozado
en fecha cercana por el Padre Varela, quien, lamentablemente, no dejó criterios
explícitos sobre la función social de la prensa, a pesar de laborar en ella intensa-
mente.

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En El Habanero, Varela ofreció a los cubanos “un verdadero programa antico-
lonial para América Latina, además de reiterar la idea de que no puede haber liber-
tad política sin libertad económica” (Miranda, 1984:351) y en carta de julio de
1825 definió la patria con el mismo sentido americanista que lo distinguió como
profesor de la Cátedra de Filosofía del Colegio de San Carlos, como diputado a
las Cortes de 1823 y cuando se vio obligado a predicar en el exilio. En dicha carta,
además, Varela expresó que el periodismo para él no había sido un medio de vida,
sino la necesidad de servir a la causa revolucionaria.
A través de su experiencia periodística, Varela fue también un verdadero ro-
mántico, por “su apasionamiento y ruptura con conceptos establecidos” (Univer-
sidad de La Habana, 1984:3), proceso en el que José María Heredia (1803-1839)
había iniciado muy poco antes el movimiento en lengua hispana.
Intenso fue el trabajo de Heredia en beneficio de la prensa, desde sus primeras
colaboraciones juveniles en publicaciones mexicanas, entre 1819 y 1820, después
con su participación en la entrega a los lectores cubanos de la revista Biblioteca de
Damas (1821) y su posterior trabajo como editor o colaborador incesante en otras
y siguiendo muy de cerca los acontecimientos políticos de ambos países. Sin em-
bargo, son muy escasas las referencias suyas sobre la importancia que le concedía
al periodismo. Acaso las opiniones más directas y de mayor interés están conteni-
das en el prospecto de la publicación mexicana El Iris, que fundó en 1826.
Hasta ese momento, las categorías de lo útil y lo bello se habían aplicado a
nuestra prensa muy apegada a la reproducción de la literatura europea, hecho que
había conducido a la publicación indiscriminada de sus noticias y artículos. En
El Iris, Heredia continuó la labor del periodismo liberal ilustrado de su época, do-
tando a su proyecto de los principios estéticos románticos que expresaban en
esos momentos categorías como lo bello y lo útil, así como pretendió que la revis-
ta fuera el modelo del buen gusto literario del día. Sin embargo, al proclamar que
las producciones americanas atraerían su atención preferentemente, Heredia
inauguró para el continente un nuevo sentido del periodismo literario donde di-
chas categorías fueran el reflejo real de la literatura y la cultura de nuestros países,
como le había inspirado a hacer poco tiempo antes en Cuba, su amigo José Fer-
nández Madrid.
Al igual que la de Heredia, la actividad periodística de Domingo del Monte
(1804-1853) fue muy intensa, tanto en Cuba como en el extranjero, y posiblemen-

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te haya sido él, entre los intelectuales de la época, quien haya dejado mayores evi-
dencias de sus criterios sobre el papel de la prensa.7
En 1830, Del Monte ingresó a la Sociedad Económica donde estuvo al frente
de las tareas de la Comisión Permanente de Literatura. Poco después, al informar
de su trabajo como secretario de la sección de Educación (Del Monte, 1960),
concedió a la prensa un destacado lugar en la búsqueda de una relación más estre-
cha entre la cultura y los diferentes sectores de nuestra sociedad, aprovechando el
incremento que ya se notaba en la edición y en la calidad de los periódicos y las re-
vistas.
La sección de Educación, adscrita a la Comisión Permanente de Literatura,8
había desarrollado un amplio programa que había incluido la formación de gru-
pos de intelectuales que promovieran la labor cultural dentro y fuera del país; la
creación de un concurso poético (que había ganado José Antonio Echeverría), la
elaboración de un Diccionario de nuestros provincianismos (a cargo de Francis-
co Ruíz y con participación de otros colaboradores) y la edición de un periódico o
revista.
Dicha publicación no sólo fungiría como vocero de una entidad independien-
te del gobierno español, sino también como promotora y difusora de las ideas de
los cubanos sobre la economía y el comercio, el desarrollo y la industria, la moral
y la jurisprudencia, al tiempo que propagaría las ideas de la ciencia y la literatura
europeas para beneficiar el caudal teórico de los intelectuales cubanos al adentrar-
se en el estudio de la realidad nacional.
El éxito que Del Monte esperaba obtener en su labor al frente de la sección de
Educación dependía del apoyo de una publicación como la que, con su estímulo,
fundó en 1831 Mariano Cubí Soler, la Revista y repertorio bimestre de la isla de Cuba,
que al pasar por entero a la Sociedad Económica comenzó a ser dirigida por José
Antonio Saco (1797-1879) y que no sólo cambió su nombre por el de Revista Bi-
mestre Cubana, sino también su carácter cosmopolita por uno esencialmente na-
cional.
Saco y Del Monte estuvieron muy unidos en sus contribuciones a la prensa y
debe recordarse que, tanto en la defensa de la poesía de José María Heredia –he-
cha por Saco, entre 1829 y 1830 a través de las páginas de El Mensajero Semanal de
Nueva York, en controversia con el español Ramón de la Sagra, como en el auspi-

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cio de una publicación con carácter esencialmente cubano (la citada Revista Bimes-
tre), se demuestra que desde la más temprana juventud se perfiló en Saco (Merino,
1950:35-36) un concepto de nacionalidad que lo acompañaría en el ejercicio del
periodismo, concepto que sería el sostén de sus ideas al considerar legítima la
creación de la Academia Cubana de Literatura (1834) y que tendría todos los sig-
nos de la madurez al mantener con El Lugareño, la conocida polémica contra el
anexionismo en 1846.9
Bajo la dirección de Saco, el prestigio de la publicación se elevó considerable-
mente y mereció el elogio de reconocidos órganos periodísticos internacionales.
Saco había sido muy celoso de la imparcialidad del director al seleccionar sus ma-
teriales, hecho que, de seguro, fue una de las causas que garantizó la calidad de la
revista y su gran repercusión.
Es muy posible que tanto Del Monte como Saco fueron protagonistas in-
conscientes del siguiente suceso. Cuando el censor José Antonio Olañeta
(1918:539-543) presentó, a petición del Capitán General, la memoria sobre el es-
tado de la prensa periódica en 1834, obraba con el interés de asestar un golpe de-
finitivo a los esfuerzos de la Sociedad Económica por crear una Academia
Cubana de Literatura que respaldara las manifestaciones de la cultura cubana
frente a las de la España opresora. Con este documento, el gobierno desestimula-
ría cualquier nuevo intento de la libertad creadora de los cubanos (que, en reali-
dad, era signo de un desafío político a su autoridad), pero atacando a los cubanos
a través del mal estado de una prensa que no podían dirigir a su arbitrio.
Olañeta tomó como pretexto la publicación del artículo titulado “Deberes de
un cura”, en donde se criticaba la poca circulación en Cuba del periódico Journal
des connaisans utiles. Al parecer, esta publicación estaba mal vista por el gobierno
debido a que alentaba la emancipación intelectual de los cubanos. Por otra parte,
el documento también aludía al hecho de que la educación de la isla estaba en ma-
nos de la Sociedad Económica, organismo estimulador de la idea de la indepen-
dencia. Otra causa argumentada fue la presencia de los “disidentes de ambas
Américas” cuyas ideologías propiciaban un clima generalizado de desobediencia
contra la autoridad colonial.
Es evidente que el gobierno no sólo pretendía eludir su responsabilidad con
respecto a los problemas que afectaban el desenvolvimiento del periodismo y los

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de la educación, sino que, además, aprovechaba el momento para contener, con
medidas ejemplarizantes, la exaltación de los valores patrios de los cubanos cuyo
control iba escapando de sus manos cada vez más inconteniblemente, como se
seguiría demostrando en la obra de intelectuales de la talla de Domingo del Mon-
te (1960:49-92), quien tendría nueva oportunidad de dejar constancia de sus des-
velos por relacionar la actividad periodística con la cultura en su “Informe sobre
el estado actual de la enseñanza primaria en la isla de Cuba, en 1836, su costo y
mejoras de que es susceptible”.
En la tercera sección de ese informe, Del Monte insistió en la necesidad de
promover el surgimiento de publicaciones periódicas debidas a la gestión directa
de las juntas educacionales, las cuales debían ser también responsables de garanti-
zarlas, a precios ínfimos, a suscriptores de los más variados estratos sociales.
Al menos, una de dichas publicaciones podría dedicarse exclusivamente al
“arte de la enseñanza” y en ello se examinarían científicamente los métodos co-
nocidos, se anunciarían las mejoras en la educación, se publicarían artículos o en-
sayos de reconocidos pedagogos o de simples amantes del tema, así como juicios
críticos sobre nuevas obras nacionales y extranjeras, y no se excluiría la reproduc-
ción de artículos de otros periódicos. También se publicarían textos docentes re-
lacionados con las ciencias naturales, las artes y los oficios, la moral, la historia, la
economía, la religión y, por supuesto, la literatura.
Además, Del Monte proponía que los periódicos y libros docentes estuvieran
libres de impuestos para una más rápida aceptación popular. En su concepto de la
prensa al servicio de las ideas pedagógicas y los métodos de enseñanza, no descar-
tó la posibilidad de incluir la literatura y propició la salida de la Biblioteca selecta
de amena instrucción (1836-1837), dirigida y redactada por Mariano Torrente.
Probablemente ni la Revista Bimestre Cubana ni la Biblioteca selecta de amena
instrucción dieron plena satisfacción a los esfuerzos de Del Monte por conseguir
que la enseñanza de los cubanos se viera respaldada por un órgano de prensa idó-
neo. No pudo ser la Revista Bimestre, pues su carácter científico y literario no se
subordinaba de manera específica al trabajo pedagógico. Tampoco lo fue la Bi-
blioteca, ya que para eludir la censura se vio obligada a no publicar temas de con-
tenido nacional y se alejó, aún más que la primera, de una posible incidencia
ideológica en la realidad de su momento.10

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Las ideas ilustradas fueron llevadas a un contexto nacional bien diferente y es-
tuvieron en la base de los proyectos periodísticos concebidos por Del Monte,
para quien el periodismo no fue sólo el servicio a la patria o el culto entreteni-
miento, sino más bien la manera de actuar directamente sobre la comunidad, de
participar en la creación de una opinión pública, de una cultura y una ideología
cubanas por excelencia, desde los más altos hasta los más bajos estratos sociales.
En sus bien pensadas estrategias con el fin de poner a la prensa al servicio de la
educación, la cultura –y en específico la literatura– desempeñó un papel impor-
tante para lograr una independencia virtual de España, en momentos en los que
ya estaban presentes todos los elementos definidores de la cubanía que Del
Monte defendió junto con otras figuras de nuestra historia política y literaria
como José Antonio Saco, principal ideólogo de la corriente reformista impe-
rante entre 1830 y 1837.
Entre 1834 y 1839, Del Monte dirigió un grupo de cartas al redactor de El Co-
rreo Nacional de Madrid, donde le señalaba que la labor del periodista estaba sujeta
a circunstancias epocales muy específicas, pero debía ser verídica e imparcial, mu-
cho más en el caso del periodismo político y, cuando los procedimientos daban fe
de una probada honestidad, el periodista, podía, incluso, no adscribirse a la opi-
nión del director, en franca defensa de la dignidad en el ejercicio de sus funciones.
En estas cargas es donde mejor expuestas se encuentran las ideas de Del Monte
con respecto al estado de la prensa en Cuba y en ellas es un motivo recurrente la
idea de la desaparición de numerosas publicaciones nacionales debido a la falta
de libertad para expresar las opiniones, provocada por la censura del gobierno
español.
Un ejemplo de ello había sido el fracaso de El Álbum de Palma, en 1839. Suce-
sos como ese se repetían con regular sistematicidad porque el escritor, al tomar la
pluma tiene aquí que contemporizar primero con el censor regio, después con el sotacensor, que es
un oficial militar de palacio, especie de visir revisor, y por último con el capitán general; de mane-
ra que es imposible que tras este triple filtro de las ideas se escape ninguna que valga algo /.../.
No obstante, Del Monte estaba consciente de que el periodismo en Cuba de-
bía ejercerse sin atraer los recelos del gobierno y que la literatura debía escribirse
en un lenguaje poco trasparente, a fin de no dejar ver la bifurcación entre el pen-
samiento cubano y el peninsular, y de esta forma, evitar exacerbar los ya predis-

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puestos ánimos. Esta era la verdadera causa de que el público no respaldara las
publicaciones periódicas con su suscripción, al no encontrar en ellas un verdade-
ro reflejo de sus intereses.
Es indudable que después de la aparición de La Aurora de Matanzas, en 1828, se
había producido una sustancial transformación en la calidad y un incremento en
el número de nuestras publicaciones periódicas, a pesar de que, tras la llegada de
Tacón, al implantarse el “régimen de facultades omnímodas”, los deseos de pro-
fundizar en los candentes temas nacionales se verían frustrados hasta el surgi-
miento de El Faro Industrial de la Habana, donde reaparecería el tema político
(Hernández Otero, 1976-77:117). Poco tiempo después de esta reapertura (1842)
y a sólo unos pocos años de lamentar Del Monte la desaparición de El Álbum de
Palma, Manuel Costales continuaba señalando el mismo problema en las páginas
de El Faro Industrial –en el artículo titulado “Prensa periódica”–, pero advertía,
como se verá en otro momento, que la renovación de que tanto estaba necesitado
el periodismo cubano, ya había sido emprendida por las más jóvenes promocio-
nes de escritores (Costales, 1842:2-3).
La Siempreviva (1838) intentó ser una de esas publicaciones revitalizadoras, aún
cuando para sus contemporáneos no fue más que un suceso habitual. Posterior-
mente, su trascendencia se debió a la publicación en sus páginas de la primera ver-
sión de la obra cumbre de la narrativa decimonónica cubana: Cecilia Valdés. Sin
embargo, debiera conferírsele otro lugar en la historia del periodismo cubano,
pues en su artículo de presentación se encuentran elementos que denotan cierto
conocimiento de las ideas positivistas que comenzaban a señorear entonces en el
ámbito científico y filosófico. ¿Conocerían Antonio Bachiller y Morales, Manuel
Costales, José Victoriano Betancourt y José Quintín Suzarte –los principales re-
dactores de La Siempreviva– los cursos de filosofía positiva que desde 1830 había
empezado a difundir por Europa Augusto Comte? Y de ser así, ¿hasta qué punto?
Cualquier conjetura favorable en ese sentido, podría estar avalada por las palabras
del prospecto de la revista:
Respetando las teorías nos ocuparemos más de los hechos, ateniéndonos a los resultados antes
que a las intenciones. Este es el matiz del siglo sabiamente inclinado a lo experimental y positivo:
cansado el hombre de estudiar formas en vez de sustancias quiere que estas obtengan la preferen-
cia (La Siempreviva, La Habana, 1838:1-2).

16
No es difícil que en esta temprana fecha, dichos escritores tuvieran, al menos,
una información confiable sobre los acontecimientos filosóficos y científicos eu-
ropeos, debido al intercambio con amigos extranjeros, cubanos en el exilio o por
su relación con la prensa foránea.
Los sucesos más importantes de nuestra cultura literaria a partir de la llegada al
país de la primera máquina impresora fueron acuciosamente reunidos por Anto-
nio Bachiller y Morales (1812-1889), en sus imprescindibles Apuntes para la historia
de las letras y la instrucción pública en la Isla de Cuba. Sin embargo, en textos anteriores
y menos eruditos, Bachiller había hallado espacio oportuno para reflejar con
ideas suficientemente meditadas, la situación imperante en el periodismo nacio-
nal, a través de trabajos que utilizaban la gracia criolla o el tono airado de la polé-
mica.
En 1842, Bachiller (1842a, 1842b, 1842c, 1842d, 1842e), publicó en El Faro
Industrial –cuya propiedad compartía con Cirilo Villaverde– una serie de artículos,
durante los meses de agosto y septiembre,11 donde defendió apasionadamente el
deber de la prensa de desarrollar un programa social moralizador, a desempeñar
una misión ilustrada y pacificadora, a reflejar los intereses del país y a propiciar la
distracción útil de los ciudadanos. Si, como parte de sus funciones, el periodista
dirigía su atención a los defectos o los vicios en la conducta individual o colectiva,
entonces la misión pacificadora debía quedar a un lado y trocarse en una actitud
más enérgica, sin transgredir las normas del respeto a la autoridad colonial o el de
los propios ciudadanos.
Para Bachiller no había diferencias sustanciales entre el escritor y el periodista.
Ambos debían fundirse en uno solo y en el caso del periodista, éste no necesitaba
de una formación especial, pues el aprendizaje del oficio debía hacerse de una
manera práctica y no teórica. En torno a esa relación escritor-periodista a la que
aludía Bachiller, se deben retomar ya las palabras de Manuel Costales en su citado
artículo “Prensa periódica”.
El periodismo, como lo entendía Costales, más que una vía de información,
era un medio de comunicación social. Una de las causas del deterioro de esa fun-
ción primordial la hallaba en la facilidad con que algunos jóvenes obtenían, a tra-
vés de la prensa, un reconocimiento literario sin muchos esfuerzos y aunque no
poseyeran un talento verdadero. En cambio, temía que aquellos jóvenes que sí lo

17
tenían se convirtieran en periodistas. De este modo Costales advertía –quizás sin
proponérselo– sobre el peligro de ejercer el periodismo cuando no había una
buena formación humanística y una espontánea motivación por la literatura. No
quería que los jóvenes escritores se convirtieran en periodistas, pero el periodis-
mo debía ser asumido por buenos escritores a los que se debía estimular con una
decorosa retribución económica, tal como se había hecho en publicaciones como
La Siempreviva, El Plantel, La Cartera, La Aurora de Matanzas y El Yumurí¸ y como
había prometido hacer también El Faro Industrial.
Muchos de los contemporáneos de Bachiller y de Costales creían en un pro-
greso de la cultura artística y literaria de la isla en aquellos momentos, Cirilo Villa-
verde (1812-1894) no compartía esta opinión en su totalidad.12
Esta mejoría se había logrado, para él, en un sentido material, pero no en el
plano intelectual, debido, justamente, a la pobre incidencia ideológica de la prensa
en el acontecer cultural nacional. Al igual que Costales y tantas otras figuras de la
época, Villaverde se quejaba de la utilización que se le daba a la prensa como fácil
medio de publicación literaria, siendo esta la causa de que muchos jóvenes aban-
donaran el estudio serio para dedicarse por completo a un mal periodismo. Un li-
bro sería siempre una obra perdurable por su coherencia, armonía y profundidad.
Un artículo, en cambio, era algo disperso y volátil, circunstancial. El periodismo
debía tener una base literaria, pero el destino de la literatura no podía ser sólo el
periodismo.
Como bien señalaba Villaverde, en Europa era usual encontrar en las páginas
de los mejores periódicos y revistas, artículos y folletines firmados por los más
afamados escritores del momento; pero se trataba de países con una larga y sólida
cultura artística y literaria, que no era el caso de Cuba, donde periodismo y litera-
tura habían nacido al unísono, en fecha relativamente cercana.
Preocupaciones como las de Bachiller, Costales y Villaverde en momentos en
los que el desarrollo de la prensa cubana se había visto favorecido, no se hicieron
siempre desde esta austera perspectiva, pues en otras ocasiones las referencias es-
taban llenas de la gracia criolla usual en el género costumbrista que la propia pren-
sa había contribuido a desarrollar entre1830 y 1840 (Buenos, 1974:12-15). No es
de extrañar que se encuentren también en los artículos satíricos y de costumbres,

18
las inquietudes de sus cultivadores por el estado y las funciones de la prensa na-
cional con el sentido crítico peculiar del género.
Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño) publicó entre 1838 y 1840 en
La Gaceta de Puerto Príncipe una serie de artículos, entre los cuales se hallaba uno
dedicado al papel de la prensa como orientadora de la opinión pública, como
conductora de las relaciones sociales y como instrumento para elevar los conoci-
mientos del pueblo.
Del patrocinio de los hombres sensatos, de los hombres que tienen una fe ilustrada, una fe di-
chosa en la perfectibilidad del hombre y de las sociedades humanas; de estos hombres filantrópicos
que quieren que el pueblo se ilustre y viva en la abundancia para que no haya en la sociedad en
que habita un populacho soez, ignorante, sin moral, sin intereses que le remachen el alma al or-
den social, hombres que difunden las luces hasta las últimas clases, para que se formen, por decir-
lo así, una filosofía común, una moral, un amor patrio, que sean como el cuerpo, la unidad, la
armonía de la sociedad, hombres que tengan una opción, cualquiera que sea, privada o propia,
para que dirijan la opinión pública a un punto de amor, de intereses, mayoría moral que dé vida
y fuerza a la sociedad (Betancourt Cisneros, 1980:92).
Estas ideas seguían muy de cerca los criterios ilustrados que poseían nuestros
intelectuales –y muy especialmente aquellos que, como El Lugareño, estaban re-
lacionados con la figura de Del Monte, que había sido el principal promotor de la
labor educativa y moralizadora de los estratos populares a través de la prensa.
Otro costumbrista, José María de Cárdenas (Jeremías de Doceranza)
(1812-1882), también dejó una ocasional evidencia de la estima y el respeto que
sentía por el periodismo cuando parodió la labor del editor de un periódico con la
del mito de los doce trabajos de Hércules, en su Colección de artículos satíricos y de cos-
tumbres. Este artículo titulado “Un editor”, concluye con la siguiente ironía:
Queda suficientemente probado que los doce trabajos a que Deyanira condenó a este semi-
diós, fueron juegos de niños en comparación de los trabajos del editor de un periódico de la Haba-
na; y que, si el objeto de aquella señora fue cansar la paciencia, hubiérale conseguido mejor si en
su tiempo se conocieran editores (Cárdenas y Rodríguez, 1847:88-89).
Ramón de Palma (1812-1860) no fue propiamente un costumbrista, pero po-
see un cuadro de ese género dedicado a recrear de manera imaginativa y satírica,

19
el estado de la prensa y las características de nuestras principales publicaciones
periódicas de la década del cuarenta. Esta pieza lleva por título “La Soirée de los
periódicos” y se publicó en El Artista, en 1840. En ella el Diario de Avisos era “jo-
ven y bullanguero”, el Diario de la Habana un personaje “serio y circunspecto” y
muy similar eran El Faro Industrial y el Diario de la Marina. Por otra parte, las Memo-
rias de la Sociedad Económica era una “señora de cuño antiguo” y La Prensa una per-
sonalidad festiva.
De esta forma y tras una aparente frivolidad, el relato de Palma iba realizando
una aguda crítica de cada uno de nuestros periódicos y revistas más importantes,
al tiempo que los identificaba con atributos musicales como el danzón y el guate-
que, entre otros, muy ilustrativos de la presencia en el periodismo nacional de una
idiosincrasia cubana por excelencia.
Al concluir esta segunda etapa (1828-1850),13 la complejidad del panorama
político que le dominaba se advertía tras la presencia de tendencias como el inde-
pendentismo, el reformismo, el abolicionismo y el anexionismo, reflejados por
nuestra prensa de una u otra forma. También se había producido un relativo equi-
librio entre la producción editorial de la capital y la de las provincias (Fornet,
1975:119-121), hasta que esta armonía fuera rota después de 1878 con el predo-
minio editorial de La Habana.
Esta etapa planteó un reto a los escritores cubanos en quienes descansaba el
peso de la fundación, redacción y dirección de nuestros periódicos y revistas. Por
una parte, se ampliaron las posibilidades de impresión con mayor calidad; por
otra, se manifestó cada vez más el sentir de los cubanos contra la metrópoli a tra-
vés de sus tendencias políticas.
También se recrudeció la censura oficial y, frente a la intolerancia guberna-
mental, los cubanos buscaron las vías de expresión más diversas para la supervi-
vencia de nuestra prensa. En esa búsqueda se produjo un cambio sustancial en la
concepción del periodismo.
Si en los inicios la condición de periodista entrañaba un compromiso de servi-
cio a la patria en sus necesidades materiales más perentorias, en adelante significa-
ría la urgencia de informar, entrenar e ilustrar a los distintos estratos de nuestra
sociedad.

20
La función de ilustrar a esos variados sectores preparaba el camino hacia el
país independiente que soñaba nuestra intelectualidad, y que, llegado el momen-
to, habría de necesitar una población blanca e instruida para hacer frente a la pro-
ducción industrial azucarera y lograr hábitos de conducta social similares a los
que dictaba, a través de la prensa, la culta Europa.
Siguiendo la periodización que hemos aceptado, de 1851 a 1898 se extiende la
tercera etapa del periodismo cubano en el período colonial, marcada por la inicia-
ción en él de distintos tipos fundacionales que reflejaron “el proceso de integra-
ción de nuestra nacionalidad, bien definido ya en la década del treinta” que
“deviene formación de una nación en pie de guerra con un cuerpo de leyes y un
gobierno propio” en 1868 (Miranda 1984:7-8).
Precisamente, al inicio de la etapa, en 1852, apareció un periódico cuyo objeti-
vo fue el de “presentar la opinión libre y franca de los criollos” y “propagar el
nombre sentimiento de la libertad de que debe estar poseiída todo pueblo culto”.
Este periódico fue La Voz del Pueblo Cubano, dirigido por Juan Bellido de Luna y
editado por Eduardo Facciolo, primer mártir del periodismo cubano que inició la
mejor tradición de nuestra prensa clandestina revolucionaria (Instituto de Litera-
tura, 1984:754).
Esta nueva etapa que se inicia en nuestro periodismo evoluciona en dos senti-
dos: uno buscando cada vez más la ligereza y la amenidad,14 y otro, tratando de
evadir esos matices frívolos, sin menoscabo de la calidad literaria y de la capaci-
dad de incitar a la reflexión seria. Dos publicaciones periódicas se destacaron en
el esfuerzo de propiciar un deleite intelectualmente útil: El Album cubano de lo bueno
y lo bello (1860) y la Revista Habanera (1861-1863). El Album, dirigido por Gertrudis
Gómez de Avellaneda (1814-1873), marcó “un precedente por ser la primera re-
vista dirigida por una mujer” y la Revista Habanera, de Juan Clemente Zenea
(1832-1871), fue un verdadero órgano de la literatura cubana del momento.
Difícilmente hubiera podido Zenea alcanzar los propósitos de su revista sin
un análisis riguroso de los intereses del público con respecto a la prensa, sin una
indagación profunda de lo que se buscaba el público en ella. En su opinión, en
esas páginas se seguían con más interés las noticias de viajes, los acontecimientos
económicos y mercantiles y los sucesos de repercusión social en general. Para lo-
grar el rompimiento de ese esquema, Zenea se propuso lo siguiente:

21
Para presentar pues, oposición a este desbordamiento del interés, damos a la publicidad este
periódico, que será una verdadera expresión de la literatura cubana y servirá como lugar de refu-
gio donde se agrupan los escritores que el cariño popular ha sabido distinguir y cuyas produccio-
nes siempre fueron acogidas con aceptación (Zenea, 1861a:13).
Pero, en realidad, Zenea rebasó esos iniciales objetivos y desechó ceñirse al
gusto de aislados grupos o personas, para que la revista pudiera reflejar los intere-
ses de una colectividad y se convirtiera en el instrumento de la expresión del sen-
tir literario de los cubanos. Así lo dejó entrever en su artículo “Laboremus”
(Zenea, 1861b: 5-6), donde nos reveló un nuevo concepto del periodismo enca-
minado ya no sólo a servir a la patria en sus urgencias materiales, ya no sólo para
ilustrar al pueblo, sino para demostrar la ilustración a la que ese pueblo había po-
dido llegar. Por eso, su revista no trabajaría en favor de una popularidad inmedia-
ta, sería un órgano de reflexión, adusto en su apariencia, pero hondo en el
mensaje. No se ocuparía de los frívolos acontecimientos de la burguesía criolla,
que nada aportaban a la cultura cubana y con los que se solía entretener a los lec-
tores para no estimular en ellos el libre curso de ideas de profundo trasfondo. No
es de extrañar que una publicación como esta desapareciera por mandato del pro-
pio Capitán General Domingo Dulce, sin previo aviso, ni despedida a los lectores.
Zenea vislumbró, además, como ningún otro intelectual cubano había podido
hacerlo, la diferencia real entre literatura y periodismo. En este sentido sus opi-
niones apuntan hacia el concepto de que para ejercer el periodismo se necesita
primero de un oficio literario probado, además de las motivaciones espontáneas
naturales para ejercerlo.
Este momento inmediatamente anterior al del estallido de nuestra primera
gran guerra por la conquista de la independencia nacional, estuvo caracterizada
por la radicalización del pensamiento cubano y por el surgimiento de publicacio-
nes periódicas con perfiles nunca antes vistos. Ya se había hecho alusión al surgi-
miento de la prensa femenina. También apareció por vez primera un periódico
que representó de manera oficial una tendencia política, El Siglo, que “no fue una
empresa para obtener lucro” como era habitual en la llamada prensa de informa-
ción (Cepero Bonilla, 1957:13). José Morales Lemus estaba no sólo a la cabeza de
su Consejo de Directores, sino también a la del partido reformista en esos mo-
mentos y utilizó su programa político como garantía de la supervivencia del pe-

22
riódico, y este como vocero de su ideología política, apoyado por la labor de
destacados intelectuales del momento como Francisco Frías.
Si bien la clase terrateniente criolla alcanzó por fin un órgano que reflejó con
energía sus intereses, durante la etapa, además, después de los primeros indicios
de organización de los trabajadores en distintos tipos de sociedades, se dio a co-
nocer también la primera publicación del reformismo obrero de Cuba, el periódi-
co La Aurora, dirigido por Saturnino Martínez. No fue propiamente un periódico
político, sino una posibilidad de representar a los artesanos y obreros cubanos y
sobre todo de ilustrarlos, fomentar entre ellos el hábito de lectura y difundir las
ideas científicas y literarias del momento. Sin embargo, ni Francisco Frías ni Sa-
turnino Martínez nos han dejado otros criterios conocidos acerca del periodismo
y su función que no sean los de su incesante actividad práctica.
Como puede apreciarse, en ese momento fueron menos frecuentes las expre-
siones de nuestros escritores, pensadores y periodistas en torno a la prensa y su
función social, a pesar de la presencia de elementos fundacionales de diverso tipo
en su concepción, además de que se puede fácilmente advertir la profundización
de esas escasas referencias en la defensa de los valores nacionales que muy poco
después serían vindicados en la manigua.
Con el levantamiento en armas de los cubanos se inició también un nuevo tipo
de periodismo, inaugurado por Carlos Manuel de Céspedes al fundar en Bayamo
El Cubano Libre.
Céspedes tenía una clara conciencia del papel que debía asumir en la contienda
independentista un órgano de prensa y, al efecto, puso a su disposición la expe-
riencia adquirida como colaborador de La Prensa, El Redactor (Santiago de Cuba),
El Eco (1857-1858) y La Antorcha (1860-1866), estos dos últimos de Manzanillo.
En El Eco se han “advertido señales críticas de Céspedes al sistema imperante”
(Hernández Otero, 1985-86: 561-575). Dicho periódico era una publicación bási-
camente utilitaria que se encargó de asuntos económicos, judiciales y guberna-
mentales, pero también pretendió conjugar esas funciones como las del fomento
de la instrucción general y el sano entretenimiento, tan necesarios en una locali-
dad interior del país con un pobre desarrollo.
Adecuando los propósitos de la prensa a su medio social más inmediato, Cés-
pedes reparó en que la primera utilidad de este periódico debía ser la de fomentar
el hábito de la lectura entre los pobladores manzanilleros. Este debía ser un traba-

23
jo lento y paciente, pues se trataba de una labor educativa, de la que también hizo
gala el Padre de la Patria en otros momentos de su vida.
Cuando, en 1868, Céspedes se decide a fundar El Cubano Libre, su concepto
del periodismo no podía ser el mismo, consciente de que desde allí se hablaría
toda la nación y en otros términos. En uno de los editoriales de la publicación (di-
rigida por Fernando Fornaris y redactada por Florencio Villanova) (Pontes Do-
mínguez, 1957:9) se señala que:
No es el nuestro un pueblo ilustrado y es necesario que a la obra de destrucción del régimen
despótico y sus instituciones, siga la edificación de la nueva mentalidad.
Esa mentalidad diferente estaba asociada a una nueva condición política y so-
cial en la que los cubanos ponían su empeño, para obtenerla por la vía de la guerra
recientemente declarada a España, y en la que El Cubano Libre debía ser el vocero
de la libertad como expresión suprema del derecho del hombre a disfrutarla y de
su deber a alcanzarla.
El periodismo cubano, a la luz de las ideas de las más destacadas figuras del
acontecer político y cultural de la Cuba colonial, estuvo indisolublemente unido a
conceptos que trataba de esclarecer desde temprana fecha. A través de la evolu-
ción del periodismo cubano, de 1790 a 1868, puede apreciarse el proceso de ma-
duración de la conciencia nacional tras la formulación más o menos explícita de
conceptos como los de patria, nacionalidad y pueblo.
La voluntad de definir la patria aflora en esas ideas como una necesidad de ex-
plicar la razón de ser de un pueblo cada vez más diferente de su metrópoli. Es así
como el concepto de patria transita del sentimiento de amor a la tierra en que se
nace a otro de servicio y compromiso utilitario, hasta llegar a una comprensión de
las dimensiones políticas de su significado en un sentido americanista antes que
propiamente nacional.
La nacionalidad, si bien no aparece descrita en ningún texto relacionado con la
prensa y su función social, estaba profundamente vinculada al concepto de patria
y trataba de hacerse transparente a través de términos asociados a nuestra cultura
científica y literaria, para defenderla, mejor que explicarla.
En la defensa de esa identidad nacional, la idea de pueblo estaba presente con
indudables muestras de rápido cambio en su contenido. Primero, el pueblo al que

24
estuvo destinada nuestra prensa fue la clase terrateniente criolla, más tarde le fue-
ron incorporados los estratos medios de la sociedad y aunque no se especificó
desde el punto de vista racial, es fácilmente comprensible que ni los negros escla-
vos ni los mulatos libres formaron parte de ese pueblo necesitado de los benefi-
cios de la prensa. Sólo en la actitud de Céspedes al levantar en armas a los
cubanos el 10 de octubre de 1868 puede encontrarse la definición más precisa del
concepto de pueblo, donde estaban presentes, sin distinción, todos los compo-
nentes humanos de nuestra sociedad.
La presencia de una incipiente ética periodística estuvo también condicionada
por una ética social que debía perfeccionarse. El periodismo, como lo vieron sus
hacedores entre 1790 y 1868, debía desempeñar un papel determinante en esa
búsqueda, de ahí que su función fuera no sólo informar de los más variados asun-
tos sobre el acontecer nacional y extranjero, sino incidir de manera directa en la
conducta del hombre y en su transformación ideológica.
La prensa fue en aquellos momentos el mejor instrumento de lucha en manos
de los cubanos contra el coloniaje español como expresión de su cultura y como
manifestación de sus ideales políticos. En realidad, las fronteras entre periodista,
escritor y pensador no estaban muy distantes, puesto que escritores y pensadores
eran quienes ejercían el periodismo de una manera espontánea.
Las preocupaciones de nuestros intelectuales por la relación periodis-
mo-literatura estaban en la cima de una inquietud por el estado de la cultura litera-
ria que se manifestaba a través del romanticismo bajo la férrea oposición de la
censura española. Los reclamos por un periodismo auténtico estaban directa-
mente relacionados con la exigencia de una mejor literatura, pero desde el punto
de vista de las ideas que representaran con más acierto al pueblo cubano.
El periodismo informativo y doctrinario, que en general es propio de los mo-
mentos iniciales de la evolución de la prensa, fue rápidamente alcanzado en Cuba
por el periodismo polémico cuyos gérmenes ya contenía. Este periodismo polé-
mico, por medio del trasfondo ideológico que le era característico, participó acti-
vamente en la formación y organización de una conciencia de nacionalidad que si
bien halló en José Antonio Saco su máxima definición teórica, debió esperar a la
demostración práctica de su madurez con Carlos Manuel de Céspedes.

25
Notas

1 Otros estudiosos de la etapa, como Cintio Vitier (1990:15-16), consideran que el primer número

de Papel Periódico fue redactado casi en totalidad por el Gobernador Las Casas. De ser así, no
creo que carezca de sentido nuestro criterio, pues de no haber sido escrito el Prospecto por el
Padre Caballero, se advierte en sus lineamientos una estrategia periodística en la que él no sólo
participó, sino que también concibió.
2 Localizado en Roig de Leuchsenring, E. (1962): La literatura costumbrista cubana (...)
3 Caballero no vería en vida coronados sus esfuerzos, pues sólo siete años después de su muerte se

realizaría la reforma universitaria, en 1842 (Cfr, González del Valle, 1932).


4 Véanse los artículos polémicos o sobre el valor de la polémica reunidos por José Lezama Lima

en su recopilación El Regañón y El Nuevo Regañón.


5 De este modo presentó a los lectores Buenaventura Pascual Ferrer su singular creación: He aquí

un nuevo periódico que sale a probar fortuna, y necesita Vuesamerce le apadrine. El es hijo de
mi fantasía y se presenta a exercer el oficio de crítico baxo de tal protección. El plan que tiene
formado es el siguiente: “Dará a los muchos rasgos de literatura, así nacionales como extranje-
ras, que se traducirán los más interesantes y raros, que posee, extractados de las mejoras obras,
que se han publicado en Europa. Hará una crítica juiciosa y arreglada de los usos, costumbres y
diversiones públicas de esta ciudad, y de los monumentos de las bellas Artes, que en ella existen.
Censurará mensualmente todos los Discursos, que se dan a la luz en los diversos periódicos que
se han publicado. Finalmente demostrará a los que no lo sepan, el verdadero camino del buen
gusto (...) (Llaverías, J. 1957-59: 235).
6 El Manifiesto que publica uno de los editores del Correo de las Damas (...) es harto elocuente de

las ideas liberales que preconizaba su autor, contrarias a la situación de mansedumbre intelectual
que la metrópoli pretendía imponer a nuestros intelectuales.
7 Su copioso Cantón Epistolario, donde aparecen incontables alusiones a la aparición de nuevas

publicaciones cubanas y extranjeras, no contiene reflexiones meditadas de los amigos de


Del Monte, que nos permita conjeturar sus ideas acerca del proceso evolutivo de nuestra prensa
o sobre las encendidas polémicas entre los periódicos y revistas de la época.

27
8 Más tarde, Del Monte sería uno de los promotores de la creación de la Academia Cubana de
Literatura, que encontró la oposición más terminante entre los simpatizantes del partido colonial.
9 Saco expuso sus ideas acerca de la nacionalidad cubana en diversos textos. En “Réplica de Don

José Antonio Saco a los anexionistas que han impugnado sus ideas sobre la incorporación de
Cuba en los Estados Unidos” (Madrid, 1850) las expone del siguiente modo:
La nacionalidad cubana de que hoy hablo, y que me intereso en transmitir a la posteridad es la
que representa nuestro antiguo origen, nuestra lengua, nuestros usos y costumbres, y nuestras
tradiciones. Todo esto constituye la actual nacionalidad cubana, porque se ha formado y arrai-
gado en una isla que lleva por nombre Cuba. (Cfr. Mariano Brito, 1950: 35-36).
10 Entonces no fue Mariano Torrente, sino Domingo del Monte, quien entrevió primero que, tras

la reimplantación de la política de las facultades omnímodas, debían ser eliminados los temas
políticos y otros afines, de nuestros periódicos y revistas, con la intención de dejar alguna posi-
bilidad a la expresión de nuestros intereses culturales.
11 En su libro, Mota (1985) incluyó una serie de artículos de Antonio Bachiller y Morales titulados

“Periodistas”, que fueron publicados en 1841 en El Faro Industrial, entre septiembre y agos-
to. Mota comenzó su relación por el artículo n. 2, perteneciente al n.227 del 26 de agosto. Tras
una revisión cuidadosa de los números anteriores, se comprobó que el primero se había publi-
cado en el n. 217 del 16 de agosto.
12 Este artículo se publicó por primera vez en La Aurora de Matanzas con el título de “Periodis-

mo”, en 1846. Un siglo después fue reproducido en El periodismo en Cuba, 1944, pp.147-153.
13 Siguiendo la periodización de Ricardo Hernández Otero (1976-77).
14 Así lo hizo notar Manuel Costales cuando dijo que la ligereza de nuestras revistas y periódicos le

encantaba y que su variedad le distraía, además de que no era imprescindible acudir a los libros
cuando la prensa divulgaba los conocimientos (Costales, 1862: 291-95).

28
Referencias

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UCAR y García, La Habana, 403 pp.
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–––– (1842b): “Periodistas”, El Faro Industrial, La Habana, n.227, 26 de agosto, p.3.
–––– (1842c): “Periodistas”, El Faro Industrial, La Habana, n. 230, 30 de agosto, p.3.
–––– (1842d): “Periodistas”, El Faro Industrial, La Habana, n. 235, 3 de septiembre, p.3.
–––– (1842e): “Periodistas”, El Faro Industrial, La Habana, n. 238, 7 de septiembre, p.3.
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–––– (1811b): “Prospecto”, Correo de las Damas, La Habana, n.1, 1ro. de noviembre.
–––– (1811c): “Manifiesto que publica uno de los editores del Correo de las Damas, D. Simón
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