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2 de Corintios 4; 7-10.
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de
nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros mas no desesperados;
perseguidos mas no desamparados; derribados pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por
todas partes la muerte de Jesús, para que tambień la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
En el camino de la vida no hay lugares planos. Otra persona no puede vivir por nosotros. Pasamos un campo,
cruzamos un rio, pasamos altas y precipitosas montañas, atravesamos un túnel oscuro, y nuestro cuerpo se empapa
en la tormenta de un viento lluvioso, luego cruzamos otra montaña, con nieves que vuelan por el viento, temblamos
por el frio que nos entra hasta en los huesos; luego es un hermoso día de sol. Todo esto simboliza a nuestra vida.
Pero los hijos de Dios tienen en este camino a un compañero. El es nuestro Jesús. El está siempre con nosotros, es
nuestra luz, nuestra vida, nuestro salvador, nuestro auxilio que nos hace vencer a nuestras tribulaciones. Sin la ayuda
del Señor, no podríamos vivir venciendo a la vida plenamente. Nuestra realidad es que fuimos hechos de barro. El
vaso de barro casi no tiene valor y si se cae, se rompe fácilmente. Pero si se le pone dentro un tesoro su valor y su
importancia cambia grandemente. Si recibimos a Cristo dentro, nos convertimos en un vaso de barro muy precioso. Y
no puede mas que cambiar su valor; si recibimos al rey de reyes, al Señor del universo, al grandioso Dios dentro
nuestro.