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1. Cordialidad y cercanía
El maestro tiene que conseguir con su trato, que los niños no tengan miedo a
preguntarle y pedirle consejo cuando sea necesario. Si descontamos las horas
de sueño, en algunos casos, el niño pasa más tiempo con el maestro que con
sus padres, y a veces de forma mucho más intensa y comunicativa. Dejando
aparte la relación de enseñanza-aprendizaje, es fundamental “romper el hielo”
en la necesaria relación humana que se va a establecer.
2. Entereza y autoridad
El respeto que va a ser necesario en la educación global de los niños, tiene que
mantenerse siempre como referente por parte del docente, y aunque éste habrá
de ser mutuo, será el maestro, especialmente en los primeros cursos, quién
tendrá que establecer los límites en el aula; y, para ello tendrá que saber
mantenerse firme cuando sea necesario y cuando la distinción de su rol corra
peligro, por supuesto, siempre lejos de cualquier signo de violencia.
3. Paciencia
4. Entusiasmo y entrega
Al igual que debería ocurrir, por ejemplo, con los médicos, y aunque por motivos
distintos, los maestros no hacen un trabajo rutinario que puedan desarrollar
fríamente, sin humanidad y sin pasión, ni siquiera basta con que el entusiasmo
se sienta por dentro, porque es algo que tienen que transmitir. Los alumnos, en
este caso, deben de ser conscientes en todo momento de que se les está
tomando en serio y de que el maestro no está, simplemente, cumpliendo un
horario y deseando terminar su “trabajo” para irse pronto a casa.
5. Humildad
Son muchas las tareas y exámenes que tendrá que corregir, y por su lógica
cualidad humana, en ocasiones se producirán errores que habrá de subsanar
con humildad y rapidez. Es un valor muy importante que ha de transmitir a sus
alumnos también en su actitud cotidiana ante ellos.
6. Facilidad de comunicación
7. Creatividad y decisión
El maestro va a tener que pasar de una materia a otra varias veces a lo largo
de una jornada, y lo tiene que hacer de forma organizada. No sólo respecto al
horario, que es algo bastante fácil de llevar y asimilar por los niños, sino de las
adecuadas transiciones, y a veces relaciones, entre contenidos.
La evaluación no tiene que pecar ni de ser muy rígida ni muy blanda; ha de ser
eficaz. El niño ha de saber cuándo lo ha hecho mal, pero hay que saberle
motivar para buscar su mejoría, y no frustrarle en exceso mientras haya margen
de corrección.