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FUNDACIÓN UNIVERSITARIA CATÓLICA LUMEN GENTIUM

ASIGNATURA: Seminario de Profundización I


El método arqueológico: Intro., al pensamiento de Michel Foucault
Licenciatura en Filosofía (2019-1)
DOCENTE: Clara Mercedes Blanco Ospina
NOMBRE: …

Poder, hegemonía y verdad.

Abstract: En la segunda mitad del siglo XX un tema que marcó la agenda filosófica y
antropológica mundial fue la relación poder-saber, muchos pensadores de la época posaron
su mirada en Michel Foucault, un filósofo francés quien al interior de su sistematicidad y
rigurosidad académica desenmascaró las estructuras de poder hegemónico que se habían
instalado en las sociedades occidentales y los medios que les ayudaron a constituirse y
consolidarse. Toda la trama de dicha relación se centra en la creación de un conjunto de
discursos que aportan legitimidad a determinada actuación, así, fue necesaria la creación
de una historia y unas tecnologías de poder que posicionaran la verdad que se quería
promover. Las sociedades modernas y contemporáneas, por tanto, se construyeron a partir
de una historia y unos dispositivos basados en la exclusión y discriminación de
determinadas verdades que no permitían sustentar el poder hegemónico.

A lo largo de la historia de la humanidad entender las dinámicas por medio de las cuales
opera el poder ha sido imperativo en los análisis sociológicos, filosóficos y antropológicos.
El filósofo francés Michel Foucault dedicó su vida académica a intentar poner en evidencia
dichas dinámicas, desvelarlas y cuestionarlas. Sus investigaciones en torno a las
estructuras de poder que operan en las sociedades occidentales ponen al descubierto que
entre poder y saber (o verdad) existe una relación sumamente estrecha, al punto de no
poder diferenciar donde termina uno y comienza el otro. La historia de la humanidad tal y
como nos la cuentan en los colegios resulta ser lineal, continua y cronológica, tiene en
cuenta una serie de sucesos globales que contribuyen en la construcción de una memoria,
pero, según Foucault, tal acepción de la historia se encuentra lejos de corresponderse con
la vivencia real de los sucesos por parte de los sujetos, pues la historia no es global, sino
efectiva1. Esto es, la historia no se desarrolla toda en un mismo lugar y todas las personas
la viven de la misma manera, sino que se desarrolla de manera simultanea en distintos
lugares y de diversas formas. Para el filósofo francés “el verdadero sentido histórico
reconoce que vivimos sin referencias ni coordenadas originarias, en miríadas de sucesos

1
Este es el término utilizado por Foucault en su texto Nietzsche, la genealogía, la historia (1979) para describir
el marco histórico real de los eventos que acaecen en el mundo de manera simultánea y que la mayoría de las
veces no son contados por los historiadores. “Por detrás de la historia fluida de los gobiernos, de las guerras
y de las hambres, se dibujan otras historias, casi inmóviles a la mirada -historias de débil pendiente: historia
de vías marítimas, historia del trigo o de las minas de oro, historia de la sequía y de la irrigación o historia del
equilibrio” (Foucault, La Arqueología del Saber, 2002)
perdidos” (Foucault, Microfísica del Poder, 1979). La “historia efectiva” mira más de cerca,
en las juntas, en los rincones, ahí donde la historia universal deja de mirar.

Ahora bien, traigo a colación la pregunta que nos convoca a este escrito y que resulta
fundamental para entender de manera más amplia la idea esbozada en el párrafo anterior:
¿Cómo la relación poder-saber ha determinado la construcción de memoria histórica y ha
moldeado la vida de las sociedades modernas y contemporáneas? La historia efectiva es
aquella donde se tienen en cuenta las distintas perspectivas de los sucesos históricos, pero
no a modo de recopilación de información o de impresiones acerca de un evento acaecido,
sino a la manera de capturar el origen mismo de tal suceso por medio de las particularidades
y las disrupciones específicas que lo constituyen. La historia universal, por el contrario,
olvida las particularidades de los sucesos y se centra únicamente en las generalidades que
le permiten construir una continuidad histórica. Para Foucault es necesario mirar el asunto
del análisis histórico de una manera distinta, una manera que no discrimine la historia
efectiva de los sujetos, por ello dice: “ya no prescriben, por tanto, al análisis histórico la
indagación de los comienzos silenciosos ni el remontarse hasta los primeros precursores
sino la referencia y delimitación de un nuevo tipo de racionalidad y de sus múltiples efectos”
(Foucault, La Arqueología del Saber, 2002).

La historia universal olvida deliberadamente ciertos detalles de gran transcendencia en


favor de la constitución y consolidación de un poder dominante hegemónico; de este modo
surgieron los Estados modernos. Pues, el olvido histórico contribuye a que la versión oficial
del poder hegemónico de turno se convierta en la única versión de los hechos y aquella
sobre la cual se va a cimentar el modelo de Estado y sociedad que se quiere lograr. En La
arqueología del saber (2002) el filósofo francés expresa esta idea de manera clara:
“la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, de la literatura, parece
multiplicar las rupturas y buscar todas las jerarquizaciones de la discontinuidad, mientras
que la historia propiamente dicha parece borrar, en provecho de las estructuras rígidas,
la irrupción de los acontecimientos” (p. 8)
Si miramos bien la historia de la humanidad habremos de notar que toda ella no es sino
la historia de la dominación, donde dominadores y dominados desempeñan diversas
funciones, pero en últimas ambos son protagonistas. En la caída del Imperio Romano de
Occidente se puede apreciar un claro ejemplo de esta idea, pues, cuando los pueblos hunos
penetraron en el Imperio y las tribus de visigodos y vándalos saquearon Roma, estos se
asentaron en distintas regiones del Imperio donde formaron reinos independientes, así, los
antes dominadores pasaron a ser dominados, dando paso a una nueva era de dominio
hegemónico que culminará con la consolidación de las grandes monarquías europeas a
partir del siglo VIII de la era común. La historia de la dominación es la historia de la
contingencia, donde quienes ejercen el poder tienen a su vez la capacidad y la legitimidad
para determinar las reglas del juego, bien sea social, político, económico e incluso subjetivo.
Foucault nos dice:

“Que hombres dominen a otros hombres, y es así como nace la diferenciación de los
valores; que unas clases dominen a otras, y es así como nace la idea de libertad; que
hombres se apropien de las cosas que necesitan para vivir, que les impongan una
duración que no tienen, o que las asimilen por la fuerza —y tiene lugar el nacimiento de
la lógica —. La relación de dominación tiene tanto de «relación» como el lugar en la que
se ejerce tiene de no lugar. Por esto precisamente cada momento de la historia, se
convierte en un ritual; impone obligaciones y derechos; constituye cuidadosos
procedimientos. Establece marcas, graba recuerdos en las cosas e incluso en los
cuerpos; se hace contabilizadora de deudas.” (Foucault, Microfísica del Poder, 1979)
El poder no puede ni debe ser entendido como algo que se tiene a la manera de poseer
un objeto, el poder se ejerce a través de discursos, símbolos, prácticas y prohibiciones; el
poder se construye a partir de poderes más pequeños que son ejercidos en la cotidianidad2,
en las relaciones interpersonales más cercanas de cada individuo y en su propio cuerpo.
La hipótesis represiva, según la cual, el poder no tiene más que el papel de “reprimir, si no
trabajase más que según el modo de la censura, de la exclusión, de los obstáculos, de la
represión, a la manera de un gran superego, si no se ejerciese más que de una forma
negativa, sería muy frágil” (Foucault, Microfísica del Poder, 1979), la experiencia nos dice
que el poder es fuerte, vigoroso, y se debe en gran medida a que ofrece efectos positivos
a nivel del deseo y del saber. El estudio de los mecanismos de poder es un estudio de cómo
estos se han incardinado en los cuerpos, en los gestos y en los comportamientos. Las
instituciones hegemónicas cumplen con un rol de gran importancia mientras dura su
momento, pues, son ellas las que determinan los valores que han de regir a una sociedad,
los principios que la han de cimentar, los derechos que se han de promover, las prácticas
que se han de implementar y condenar.

La verdadera legitimidad del poder establecido, no la dan las instituciones nacidas por
él, sino los discursos impuestos a través de él. Estos se transforman en verdades que
pueden variar de un sistema político a otro, pero que en últimas desempeñan la misma
función: dar un carácter de verdadero y legítimo. La relación entre el poder y la verdad es
lo que ha hecho que a lo largo de los años ciertas instituciones sean hegemónicas, pues,
no es la capacidad de coerción y monopolio de la fuerza, como diría Hobbes, lo que hace
que un Estado o una institución sea hegemónica, sino la capacidad que tiene de imponer
ciertos discursos como verdaderos y otros como falsos, de defender ciertos valores y
principios como aceptables y otros como reprochables, de caracterizar ciertas prácticas
como normales y otras como anormales.

Es imposible indagar en torno al poder sin tocar el tema de la verdad, pues, esta no
está por fuera de él ni es posible sin él, es gracias al poder que podemos hablar de verdad;
el poder produce verdad (Foucault, Microfísica del Poder, 1979). Cada sociedad tiene su
propio régimen de verdad. Es decir, cada sociedad asimila3 un conjunto de discursos que a

2
En una de las entrevistas que le hacen a Foucault en la Microfísica del poder (1979) y que se titula Las
relaciones de poder penetran en los cuerpos (1979), el filósofo francés plantea esta idea de manera más
amplia, dice: “En general, creo que el poder no se construye a partir de «voluntades» (individuales o
colectivas), ni tampoco se deriva de intereses. El poder se construye y funciona a partir de poderes, de
multitud de cuestiones y de efectos de poder. Es este dominio complejo el que hay que estudiar. Esto no
quiere decir que el poder es independiente, y que se podría descifrar sin tener en cuenta el proceso económico
y las relaciones de producción.” (págs. 157-158). El poder está presente de manera permanente en todos los
ámbitos de nuestra vida; él condiciona y determina la existencia humana a partir de dispositivos que resultan
invisibles a simple vista.
3
Cfr. (Foucault, Microfísica del Poder, 1979)
su vez dan legitimidad a la hegemonía de turno. Es a partir de dicha verdad que cobra vida
e importancia todo lo que sucede al interior de un Estado, pues, ella es transmitida y
reproducida a través de unos grandes aparatos políticos y económicos (universidad,
escuela, ejército, escritura, medios de comunicación, etc.) que sostienen el sistema. El
debate político o la lucha social gira en torno a dicha verdad, que no debe ser entendida
como el conjunto de lo que es verdadero, sino como los discursos que una clase dominante
hace pasar por verdaderos para legitimar su hegemonía, ligándolos a unos efectos políticos
de poder.

El poder opera, según Foucault, mediante unas tecnologías del poder que le permiten
perdurar en el tiempo, posicionarse socialmente y legitimarse a través del discurso. La
profundización que se da en las distintas áreas del conocimiento durante el Romanticismo
del siglo XIX da cuenta de cómo la consolidación de saberes y su disgregación permitió un
control más efectivo de los sujetos4. Para Foucault, la modernidad da inicio a dos grandes
formas de dominación o, más exactamente, tecnologías del poder las cuales tienen por
objetivo generar cuerpos obedientes y útiles, esto es: dóciles. En cuanto a esto el francés
afirma:
“El gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros:
el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que
los médicos y los filósofos continuaron, y el técnico político, que estuvo constituido por
todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por
procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del
cuerpo. Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización,
allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Y, sin embargo,
del uno al otro, puntos de cruce.” (Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión,
2002)
La primera tecnología del poder nace aproximadamente a finales del siglo XVII la cual
fue llamada por Foucault como anatomopolítica; la segunda, nacida en el siglo XVIII, fue
llamada por él mismo como biopolítica. Ambas son técnicas de opresión que le sirven a
quienes se benefician del poder, ya que ambas ayudan a mantenerlo, sostenerlo y
expandirlo5. Además de esto, aquellas cumplen la función, cada una a su forma, de cosificar
a los individuos, anatomizarlos y volverlos máquinas de producción, servicio y propagación
de hábitos acordes a las necesidades de las sociedades disciplinarias. Queda claro
entonces que no son sólo las instituciones o las tecnologías del poder las que propagan los
hábitos que lo mantienen; los cuerpos, una vez atravesados por dichas prácticas tienden a
normalizarlas y las adoptan como buenas para todos. Más aún, estas formas de dominación
no se quedan solo en un nivel individual, dado que también van dirigidas a nivel poblacional.
Ello ya que las sociedades disciplinarias necesitan conservar un orden inalterable por parte
de dichas poblaciones.

La biopolítica al estar dirigida específicamente a las poblaciones tiene por finalidad


conocer, ordenar y conducir la población para que no se salga de la norma. Direcciona a
las poblaciones disponiendo y generando un saber de cada fenómeno que emerge dentro

4
Cfr. (Foucault, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, 1968)
5
Cfr. (Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, 2002)
de ellas, como en el caso de las enfermedades, la sexualidad, la higiene, la salud, la
natalidad, la longevidad, la mortalidad, entre otros. Tales fenómenos se encuentran en
conexión profunda con problemas económicos y políticos en tanto que mantener en orden,
pero también en satisfacción, la existencia de las poblaciones genera tanta dependencia
como sumisión y, por tanto, la conservación del poder.

Las sociedades modernas y contemporáneas son el resultado de un conjunto de


discursos que, desde los inicios de la modernidad han perdurado en el tiempo y se han
consolidado como el eje fundamental de los Estados occidentales. Ese conjunto de
discursos ha permeado distintos ámbitos de la existencia humana al punto de convertirse
en verdades. La naturalización y normalización de dichos discursos se da principalmente
porque la memoria histórica y la historia misma se han construido y consolidado sobre la
base de un conjunto de sucesos que permiten la legitimación de un estado de cosas
específico. El poder, sin lugar a dudas produce verdad (en términos de Foucault la verdad
es una forma de poder) y de ese modo operan las sociedades, para el filósofo francés eso
no resulta problemático en tanto que son las dinámicas por medio de las cuales opera el
poder, su mirada frente a este tema no es anarquista, es decir, de revocar todas las formas
de poder, sino una que no permite que las perspectivas olvidadas y discriminadas de la
“verdad oficial” no sean ni tenidas en cuenta, a saber: el problema no es que la verdad esté
ligada a los sistemas de poder, sino que el poder de la verdad esté controlado por las formas
de hegemonía que operan al interior de dichos sistemas, pues, ello es lo genera exclusión,
marginación y discriminación. Ante esto, surgen las siguientes interrogantes: ¿es posible
pensarse una sociedad donde el poder de la verdad no esté controlado por las formas de
hegemonía que operan al interior de los sistemas de poder? Y en caso tal de ser eso
posible, ¿qué papel entraría a desempeñar la verdad en dicha sociedad? ¿cuáles serían
los parámetros para definir lo que es verdadero sin que ello genere exclusión de algún tipo?

Referencias bibliográficas

Foucault, M. (1968). Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. (E. C. Frost,
Trad.) Buenos Aires: Siglo XXI Editores S.A.

Foucault, M. (1979). Microfísica del Poder. (J. Varela, & F. Álvarez-Uría, Trads.) Madrid: Ediciones de
La Piqueta.

Foucault, M. (2002). La Arqueología del Saber. (A. Garzón del Camino, Trad.) Buenos Aires: Siglo XXI
Editores S. A.

Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. (A. Garzón del Camino, Trad.)
Buenos Aires: Siglo XXI Editores S.A.

Foucault, M. (2007). Nacimiento de la Biopolítica. (H. Pons, Trad.) Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.

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