IFD 14
Lit. Griega y Latina
Prof. Vazquez Laura E.
Ficha de Cátedra
LAS LITERATURAS ORALES
¿Qué es la literatura oral?
El concepto de literatura oral se presenta erizado
de dificultades. Aceptado o rechazado, según se adopte
un criterio más flexible o más rígido de las características
que obligatoriamente debe reunir un texto para ser
literario, su misma designación puede ser cuestionada. Si
literatura (littera - escritura) es sólo lo escrito y dentro de
lo escrito aquello que presenta ciertas particularidades,
la oralidad negaría la literaturidad. Si, en cambio
optamos por hacer entrar todo el material recogido por
etnólogos y folkloristas, todo lo que fue dicho y retenido
por la memoria colectiva o la memoria de élites
profesionales o semiprofesionales: leyendas, baladas,
encantos mágicos, cuentos iniciáticos, etc, estamos
llamando literatura a toda la cultura verbal de ciertos
pueblos. Y lo aceptamos así, porque todos esos
materiales no nos importan por la aplicación que pueden
haber tenido, sino que constituyen para nosotros una
manera de literaturización del conocimiento.
La escritura fija un texto y la fijarlo lo vuelve real,
concreto. Por el contrario, una literatura ágrafa se nos
presenta como variable, cambiante; cada vez que un
texto es dicho parece que constituye un hecho literario
único e irrepetible. El circuito de la comunicación se
cumple, incluso mejor que en la literatura escrita. El
circuito escrito tiene un receptor hipotético que puede
no existir, aunque por carácter hipotético también ha de
pensarse que un receptor podrá recibir lo comunicado,
años, tal vez siglos, después. Por ejemplo, las tablillas
escritas con jeroglíficos constituyen una muestra
palpable de perduración del mensaje, aunque el receptor
de hoy sea prácticamente incapaz de descifrarlo. En
cambio, la literatura oral se nos aparece como incapaz de
permanencia a lo largo del tiempo. El emisor cambia, el
mensaje cambiará con él. Sin embargo, no es así: lo
esencial perdurará, se recrea en cada emisor por la
manera especial que tiene la oralidad de retener el
conocimiento, literaturizándolo mediante fórmulas
repetidas, personajes arquetípicos y situaciones
categorizadas.
Si la literatura escrita fija los textos, esa fijación
importa en lo formal. El material queda inmutable en su
letra, que debido a los cambios sociales y por ende
también los lingüísticos, pueden ser letra muerta. En
cambio, la literatura oral permite el deceso natural de lo
accesorio y de lo viejo. Las tradiciones conforman una
parte importante de la vida de la comunidad, se viven y
se expresan siempre en la lengua del presente. Cada
texto literario, por arcaico que sea su composición,
vuelve a nacer cada vez que es dicho en ocasiones
elaboradas ex profeso, precisamente para su fijación en
la memoria colectiva. La literatura oral, no se conserva
en receptáculos cerrados, sino en comunicación
permanente con el pueblo. El cantor o narrador repite
temas y formas vastamente conocidos por el auditorio.
Ese conocimiento previo adquirido en ceremonias
anteriores, es un factor coadyuvante al proceso
formativo vital de cada individuo y a la cohesión de la
sociedad. Como la literatura oral de los pueblos arcaicos
es la cultura verbal total que poseen, su manejo no es
ocioso sino prefijado, establecido dentro de la vida de la
comunidad. Separar esos materiales literarios de su
contexto social es volverlos incomprensibles. Por
ejemplo, entre los indios crees de la Pradera, las
narraciones se hacen de manera económica. El narrador
dice lo esencial y los oyentes completan in mente esta
especie de cañamazo: El circuito de la comunicación en
el proceso oral, es así prácticamente perfecto.
El descubrimiento de textos orales en zonas
aisladas de países de cultura escrita y de pueblos ágrafos
en regiones de América, África y Asia, permitieron
acrecentar los conocimientos y lanzar hipótesis
valederas sobre la composición de los grandes poemas
antiguos. Por ejemplo, la posibilidad de que Homero no
fuera un poeta exclusivamente oral fue tachada de
absurda durante mucho tiempo, porque quienes están
educados en la cultura escritural no podía concebir tal
nivel de creación en poetas analfabetos, y a lo sumo
admitían como proceso oral a la transmisión, pero no a
la composición. Menéndez Pidal, sólo en sus últimos
trabajos se permitió suponer que el Poema del Cid podía
haber sido escrito en versión directa de un juglar, pero
nunca se refirió a la cuestión de la composición oral del
texto. Las mismas reticencias acompañaron los estudios
de la poesía heroica griega, hasta que Parry y Lord
postularon de modo tajante que era escrita u oral pero
no era posible un sistema combinatorio. Pueden
considerarse orales las literaturas primeras de todos los
pueblos. Los grandes poemas de la antigüedad:
Homéricos, Vedas, el Ramayana, o las sagas
escandinavas, todos tuvieron origen oral, aunque sea
difícil considerarlos hoy en tal sentido porque hace
mucho tiempo que fueron fijados por la escritura y
dejaron de circular oralmente.
En el presente consideramos como literatura oral
ante todo a los materiales tomados del fondo común de
las mitologías, religiones y costumbres de los pueblos
arcaicos. A través del tiempo y del espacio, todos esos
materiales revelas sorprendentes similitudes, lo sagrado
y lo profano no tienen fronteras bien delimitadas. Es
posible descubrir dos leyes complementarias: por una se
profaniza lo sagrado: por la otra se sacriliza lo profano.
Es en el periodo neolítico, cuando el hombre se asienta
en la tierra y se vuelve agricultor y ganadero, que
sobreviene la separación entre un arte sagrado y otro
profano. Cuando la prosperidad dependía de la lluvia y
del sol, del rayo y del granizo, de la peste y de la sequía,
brota a la imperiosa necesidad de dominar lo
desconocido. El mundo entonces se puebla de demonios
y de dominadores de los demonios, Brujos, chamanes,
sacerdotes, hechiceros, sacralizan objetos palabras,
actos. Todo el mundo natural se diviniza, aunque
siempre hay sectores que permanecen fuera de lo
religioso. A través de los tiempos ambas esferas se
entrecruzan, se prestan materiales, intercambian
personajes y símbolos o los comparten. Entre los pawne
por ejemplo, se distinguían especialmente las historias
verdaderas – los mitos- de las falsas – la aventura del
Coyote -. Lo verdadero es lo divino, lo que pertenece al
más allá y a los ancestros; lo falso es lo particular, lo
meramente humano. Quizá la separación fuera común
en todas las sociedades primitivas, pero nosotros no
podemos distinguir bien la línea divisoria. Muchas
historias del fondo folklórico universal provienen de la
esfera sagrada; la transmisión deformada por el tiempo
ofrece como literatura profana, a veces infantil, restos
degradados de los grandes mitos. En ese sentido es fácil
reconocer el sentido iniciático de muchos textos. El texto
más famoso es el de Pulgarcito cuyas andanzas
reproducen las pruebas a que eran sometidos los
muchachos para su ingreso en la vida adulta. El bosque
en que se interna ejemplifica al otro bosque en donde se
recluían los jóvenes; el ogro que devora a los niños, es el
ancestro que se tragaba al joven para devolver un adulto
a la comunidad. Casi todos los héroes de la épica y de los
cuentos folklóricos responden a esquemas semejantes:
se los somete a pruebas, al cabo de las cuales alcanzarán
la felicidad.
La solidaridad estructural entre la literatura
folklórica universal, la poesía heroica oral y también la
escrita, no es casual. La iniciación es una parte
importante de la vida. Las literaturas orales proponen
comportamientos modelos que deben imitarse, las
situaciones siempre son claves: definen la condición
humanan. Pueden variar los detalles, pero no el fondo.
Las similitudes entre las religiones y las
literaturas de los pueblos originaron variadas hipótesis.
Una de las más interesantes es la de Dumeziel, quien
considera que, en los milenios segundo y tercero antes
de Cristo, bandas armadas de hombres provistos de carro
y de caballo y que hasta entonces vivían entre el Báltico
y el Mar Negro se expanden en todas direcciones hacia el
Atlántico, el Asia, el Mediterráneo. Todos hablaban
dialectos de una misma lengua y poseían una misma
civilización, iguales ritos, mitos y narraciones. Por eso,
Irlanda, Italia, Escandinavia, la India o Bretaña, con
variaciones locales, tienen los mismos dioses y las
mismas historias. Así es que, a una sociedad hindú
dividida en tres castas, cada una con su dios, Roma
responde con tres tribus, cada una con su dios también.
Cada pueblo recrea tomando los temas y las formas de
un acervo común. Los romanaos Rómulo y Numa son
iguales a Varuma y Miltra, de los vedas, que a su vez son
iguales a Odín y Thor, de los nórdicos.
Dijimos que las fronteras entre lo sagrado y lo
profano se confunde, y que lo que es sagrado en una
cultura pasa a otra en formas profanas y viceversa. Las
experiencias místicas, por ejemplo, de descenso a los
infiernos y de ascenso a los cielos, son comunes a
muchos pueblos. La historia de Kublko, el héroe tártaro
que para recuperar la cabeza de su hermano decapitado
por un monstruo desciende en su busca hasta el infierno
y vuelve con la cabeza y con el agua de la resurrección,
es también la historia de los babilónicos Gullgarmesh,
que en busca de la inmortalidad llega a la isla de los
ancestros y debe velar siete días y siete noches para que
le sea concedida, aunque fracasa, y es igualmente la
historia de Orfeo siguiendo a Eurídice. También se
conocen versiones semejantes entre los indios
norteamericanos, entre los polinesios – el joven morí
Hutu va en busca de una joven que se suicida por su amor
– o en las islas Hawai donde se convierte en la historia de
Hiku y Kawellu. Esta muere de tristeza por el abandono
de su amante e Hiku desciende hasta el reino de la
muerte para retomar con su alma encerrada en una nuez
de coco.