Sei sulla pagina 1di 2

Barcarola: El naufragio del alma ante

la ausencia.
PUBLICADO EN NOVIEMBRE 12, 2010
“Barcarola” es un poema de Pablo Neruda incluido en su “Residencia en la Tierra II”[1] (1931 – 1935), en el que aborda una temática existencialista en general. El
contexto creativo del mismo es de fines del año 1931, ya en Santiago de Chile, escrito por un Neruda retornando a su añorado Chile mediante un viaje transoceánico
desde oriente, agobiado por la falta de dinero, perspectivas laborales y desde la cruenta prisión de un matrimonio sin amor.
Esta situación permiten aventurar una interpretación del poema abandonando una lectura existencialista, sin dejarla del todo, y adentrándose en la interpretación desde la
frustración del hombre que ha fracasado en el amor, naufraga en su aventura de vivir el viaje de la vida junto a una compañera ideal enfrentándose al vacío lacerante de
la ausencia femenina y desde la añoranza desesperanzada de encontrar esta Ariadna ausente que lo librará del extravío en la desazón.

La “Barcarola” era el canto improvisado de los gondoleros venecianos, en consecuencia tiene un origen eminentemente popular. Este canto se hacía navegando, es el
canto que acompaña y su vez el canto que anuncia. En el poema, el canto, es un lamento por una situación irresoluta de soledad agobiante que quedará sin ser oído, sin
solución posible, y que sumerge a la voz lírica en la desazón.

En la obra el poeta claramente alude a una situación de añoranza desde la soledad, siendo esta una soledad dolorosa y suplicante. Una soledad que se padece con tal
intensidad que ya le basta el menor gesto para lograr un alivio. Esa soledad es respecto de alguien que falta, que puede ser una persona o simplemente una soledad
existencial. Sin embargo, hay ciertas señales que nos llevan a pensar en una ausencia femenina. Inicia con una súplica:

“SI solamente me tocaras el corazón,


si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca, tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,…”

“Si solamente”… un requisito mínimo más que una exigencia que demande un esfuerzo superior, pero que, a pesar de su simpleza de gesto es capaz de proveer de un
alivio a la situación de añoranza. Continuando “si solamente pusieras tu boca en mi corazón,…” hace pensar en una ausencia femenina asignándole a la “boca” la
connotación de sensualidad femenina mediante el beso. Beso como gesto inicial del amor, puerta de entrada al vínculo emocional con la mujer ausente.

Otro símbolo del amor romántico es la flecha de cupido que atraviesa el corazón de los enamorados pero también adquiere una significación dolorosa con la sangre: “si
pusieras tu lengua como una flecha roja…” la flecha en contacto con el corazón es una herida que sangra y la vuelve roja. La lengua como órgano sensible permitiría a la
figura ausente conocer “saboreando” el corazón que ha recorrido tantos caminos durante tanto tiempo y se presenta ya como un latido cansado:

“…allí donde mi corazón polvoriento golpea,…” no es un corazón joven ni un corazón impetuoso, sino un “corazón polvoriento”. Polvo acumulado en los difíciles
caminos de la vida que en una constante de exploración a veces nos acercan tanto al extravío.

La lengua como flecha va directo al pecho como lugar de residencia del corazón, y a su vez puede dar vida, hacer sonar como un instrumento a este hombre de corazón
cansado: “si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,…” El aliento de vida de origen bíblico, el soplido que saca melodías de un instrumento inerte, en su
situación de angustia, las significaciones apuntan a dar vida a un ser que padece de una soledad de amor, susceptible de ser aliviada con el simple toque de su boca, o
también, sin siquiera tocarlo, con el soplido de su boca. El signo del mar se presenta por su inmensidad y fuerza omnipotente, como la vida, que se abre en todas sus
posibilidades sin senderos demarcados sino como una permanente posibilidad.

“…sonaría con un ruido oscuro, con sonido de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de puerto triste,…”

Sin embargo este soplido sólo revelaría una profunda desazón, que puede ser nuevamente la soledad existencial o la ausencia que ha dejado una profunda herida revelada
a través del soplido y manifestada en el “sonido de ruedas del tren con sueño”, “el otoño en hojas, como sangre…” y definitivamente en “bocinas de puerto triste”. Este
corazón entristecido en el abandono se enfrenta al infinito del mar, llorando, liberado de cadenas, libre, arrojado a la soledad absoluta tan omnipresente como este mar
que se aprecia desde la orilla, en la vista de la espuma de sus olas, que recuerda lo grande, e inmanejable, de la ausencia de la persona añorada. Su ausencia es tal vez un
recuerdo que se aparece “como un fantasma blanco,…”.

Se hace evidente que no podríamos encontrar un atisbo de alegría en la situación:

“Como ausencia extendida, como campana súbita,


el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata enronquecida.”

Una gran ausencia es esta “ausencia extendida” que llega a ocupar el espacio del mar configurándose como un sonido, tanto hace falta a “una costa sola: la noche cae sin
duda,…” ¿de qué serviría un inicio en la costa, como punto de contacto con el mar, punto de partida para adentrarse en él, si es una “costa sola”? Ni siquiera vale la pena
iniciar el viaje. No hay viaje posible en soledad, con esta noche que lo cubre todo y el mal presagio de la figura de lo “lúgubre” y del “naufragio”. Esta soledad es
oscuridad y es la seguridad de un viaje que termina en fracaso.
Como se sopla una concha de caracol y esta da sonidos, el soplido a través del corazón de quien añora sin respuesta, imposibilitado de ir por esa compañía que se extraña
dolorosamente, sólo permite oír más tristeza y soledad: “Y suena el corazón como un caracol agrio,…”

“Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,


rodeada por el día muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría, sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.”

El sonido que se rebelaría del soplido sólo mostraría tristeza y desesperanza provocados por esta soledad sin solución.

“Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas


y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.”

El llanto contenido “que sordamente encierras” y tiene el tamaño de la lluvia y el mar que en el gesto del buitre que circunda la muerte, a este solitario que padece de una
soledad agónica si solución posible:

“Quieres ser el fantasma que sople, solitario,


cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son, su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.

El llamado no tendrá respuesta, será el grito de auxilio que quede sin solución, no hay lugar en la tierra, “desde la cima de las islas” ni en el profundo dolor, “…, desde el
fondo rojo del mar,…” desde donde pueda venir la persona añorada en respuesta a la suplica, que pueda llenar esta ausencia.

Se repite constantemente la figura del mar en su inmensidad de posibilidades no concretadas, la añoranza de la ausente desde una soledad que se padece y sumerge en la
tristeza desesperanzada, tan oscura y profunda que se asemeja a la muerte. Esta soledad que sólo puede ser resuelta por la figura femenina implícita, que se llama desde
la desesperanza con la seguridad que no oirá el requerimiento y mucho menos acudirá a resolverlo. “¿Quién vendrá?”.

La ausencia perturba y hace naufragar el alma. Sin ella, la ausente, se permanece en la fría y desesperanzada soledad del que extraña conciente que su clamor no será ni
escuchado, ni mucho menos resuelto.

Potrebbero piacerti anche