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POBLACIÓN LGBT: HACERSE VISIBLE ES EXISTIR

Mauricio Noguera Rojas*

Creado en Lunes, 27 Junio 2011 05:00


Población LGBT: Hacerse visible es existir

Las festivas marchas gays son casi una tradición en algunas ciudades colombianas.
Pero la procesión va por dentro: discriminación abierta o velada, difícil conquista de
derechos elementales, desigualdad chocante en el trato de distintos L, G, B, o T, vidas
torturadas y construcción gradual de una identidad reconocida. ¿Cuándo será
admitido el derecho a ser distinto?

La marcha del “orgullo gay” hace ya parte de una cierta tradición urbana en algunas
ciudades colombianas: el domingo 26 de junio en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Pasto y
Valledupar y el 28 de junio en Manizales y Santa Marta.

Estas marchas se asocian con la conmemoración de los disturbios de 1969 en Nueva York,
cuando un grupo de hombres gay reunidos en el bar Stonewall se manifestó por primera vez
contra la opresión policial.

Más allá de la anécdota de Stonewall, el movimiento LGBT en Colombia se hace visible en


estas fechas lo cual pone, además, en evidencia la forma como la corriente principal de los
medios y el sector más conservador elaboran su propia representación del movimiento.

Un simple bar

Una aproximación al movimiento LGBT en Colombia en función de los hechos ocurridos


hace años en Estados Unidos puede resultar reduccionista, pero vale la pena recordar esos
sucesos para reinterpretar ciertos mitos acerca de la marcha LGBT.

Stonewall no era un bar sofisticado donde se encontraran hermosos hombres gay y mujeres
lesbianas, cultos y bien vestidos. Era un bar corriente al que asistían hombres afeminados
vestidos de las más diversas formas, transformistas que parodiaban su identidad de género
en forma estrambótica, lesbianas con duras expresiones de género masculinas y otras
personas LGBT. Todos corrían el riesgo de ser penalizados por las leyes de la época.

Estas identidades raras, mal vistas, muchas de ellas pobres, rechazadas y marginales,
correspondían a las personas que la policía detuvo aquel 28 de junio de 1969. Ese día las
personas decidieron enfrentar la opresión que las discriminaba, las ridiculizaba y las
agredía: fue el primer paso de un proceso de reivindicación y reconocimiento de derechos,
que supuso un enorme reto para la población LGBT.

Reconocimiento con dos condiciones

Las primeras marchas públicas del movimiento LGBT en Estados Unidos optaron por una
estrategia elemental: mostrar que eran ciudadanos y ciudadanas como todo el mundo, que
tenían puestos de trabajo como contadores, abogados, profesores o eran estudiantes.

En plena coherencia, se presentaban como lo que también eran: ciudadanos encorbatados,


ciudadanas en falda y maquilladas, que acataban respetuosamente las normas de género y
que adicionalmente aportaban a la sociedad con su trabajo.
Se acuñaron profundamente en el imaginario colectivo dos condiciones funestas que al
parecer todavía determinan el reconocimiento de los derechos del movimiento LGBT e
incluso despiertan en Colombia un acalorado debate anual a raíz de la marcha LGBT:

 En primer lugar, se condicionó el reconocimiento de los derechos individuales al


aporte social y a la capacidad económica de las personas. Es decir, las personas
LGBT empezaron a ser percibidas como respetables y dignas de derechos en tanto
fueran productivas y aportaran al crecimiento económico del país.

 En segundo lugar, el reconocimiento de la dignidad de las personas se condicionó a


que sus expresiones de género y su construcción identitaria se adecuara a los
estándares sociales aceptables. Esto implicó que siguieran siendo objeto de rechazo
los hombres afeminados, las mujeres masculinas y quienes no usan prendas de
acuerdo con su sexo y no se expresan según su género asignado.

Esta condicionalidad social para que las personas LGBT fueran toleradas y aceptadas, no
necesariamente respetadas, se fue cuestionando y modificando con el paso del tiempo, pero
también generó nuevos retos.

Explosión de identidades

Las marchas LGBT de hoy ya no son las marchas lúgubres de trajes discretos y mujeres de
sastre. La música, el color, los disfraces se mezclan junto con quienes desfilan en ropa
deportiva o simplemente en ropa cotidiana, sin mayor pretensión que la de salir a expresar
públicamente que son gay, lesbianas, bisexuales, transgeneristas, porque están cansados
de ser discriminados por lo que son.

Se ha ido abriendo paso una explosión de júbilo: a partir de esos primeros desfiles de
ciudadanos productivos y bien vestidos hacia una expresión ciudadana ruidosa, sexuada, de
hombres afeminados, de mujeres masculinas, de las trans que hacen show, de las
transgeneristas prostitutas, de las personas L, G, B o T desempleadas que salen a reclamar
por su derecho al trabajo, a la educación, a la salud.

Desde luego, los medios se concentran en un aspecto particular de la marcha, el que vende:
la mujer trans estrambótica emplumada, el hombre gay afeminado, las lesbianas masculinas
que se besan. Algunas de estas expresiones pueden resultar exageradas, pues en últimas
es una celebración para llamar la atención.

Otras identidades más corrientes o tal vez más cotidianas, también merecen una mirada de
reconocimiento social como el hombre de la peluquería, la trans pobre que se prostituye, “el
travesti”, la lesbiana masculina “la marimacha”. En toda su diversidad, estas expresiones no
los hace menos ciudadanas o ciudadanos ni sus vidas resultan ridículas ni ridiculizables o
indeseables.

Derechos inalienables

Varios factores nuevos entran en juego en estas alegres marchas ya no tan discretas: por
ejemplo, un cierto control social moralizante que no quiere que en la marcha LGBT ocurra lo
que precisamente reclama la misma: poder besarse en espacios públicos, tomarse de la
mano y realizar expresiones de afecto como cualquier otro ciudadano.

Sin embargo, desde 2004 la Corte Constitucional resolvió que estas cuestiones no son
discutibles, pues constituyen derechos inalienables, sobre la base de un caso de
discriminación en Santa Marta contra hombres gays. En este sentido, pueden gozar del
espacio público y manifestar su inconformidad frente al entorno excluyente.
Así lo consideró también la Corte Constitucional en el 2000 cuando en Neiva un grupo de
mujeres trans (travestis) interpuso una tutela para que se les reconociera el derecho a
organizar un reinado público y una marcha, sin importar que los niños y las familias vieran
este evento. La Corte consideró que antes de hacer un daño a la sociedad y a la difusa
moral pública, se refuerza el reconocimiento de una ciudadanía pluralista, incluyente y
respetuosa.

Unos peor que los otros

Sin embargo, las críticas no son solo de orden moral, sino que pueden ocultar discriminación
en función del estatus social o la adscripción de clase: para algunos está bien ser LGBT, el
problema es ser pobre. Ir mal vestido, tener mala educación, ejercer la prostitución o ser
desempleado, es una vergüenza. Ciertas personas del establecimiento admiten
gustosamente a gays y lesbianas, siempre que vayan bien vestidos, sean exitosos, ocupen
elevados puestos de trabajo y tengan poder adquisitivo, como trans hermosas y
exuberantes, que sean grandes actrices o hermosas cantantes.

Como si la belleza, el éxito y la capacidad adquisitiva fuera una condición para ser
reconocido como ciudadanos y ciudadanas, sujetos plenos de derechos.

El hecho de ser persona

Desde luego resultan inaceptables estas consideraciones, en la medida en que una


racionalidad secular legitima a todas las personas, haciéndolas interlocutores válidos y
sujetos de los mismos derechos. No se pueden justificar actos de violencia más o menos
válidos, en función del tipo de LGBT que sea la víctima.

El proceso de liberación de las personas LGBT es asimilable al que históricamente se ha


denominado movimiento de liberación femenina: las mujeres eran dignas de respeto
mientras no se vistieran provocadoramente, pues estarían incitando a la violencia sexual, en
tanto fueran sumisas y mantuvieran la paz doméstica, es decir mientras se sometieran al
statu quo. Pero gradualmente fueron conquistando el derecho sobre sus propios cuerpos.

En las diferentes marchas del país se han puesto en evidencia diferentes formas de ser
lesbiana, gay, bisexual o transgenerista y de vivir en diferentes situaciones de vida, que en
todos los casos merecen respeto y tienen derecho a ser expresadas y escuchadas.

Ningún gesto, vestuario, tono de voz, nivel educativo o situación económica justifica la
exclusión y la discriminación, y mucho menos cuando ésta se manifiesta bajo diferentes
formas de violencia, ya venga de los particulares o, más grave aún, del propio Estado.

Queda mucho por hacer

A pesar del excesivo cubrimiento mediático, en Colombia no se ha avanzado lo suficiente en


el reconocimiento de derechos a las parejas del mismo sexo. Los conquistados hasta ahora
han sido calificados como mínimos de dignidad por la propia Corte Constitucional.

Pero las mujeres trans que sufren múltiples exclusiones a lo largo de su vida aún no tienen
en la práctica ni siquiera estas garantías mínimas, en gran medida por la ausencia de una
ley de identidad de género.

Precisamente, esta falta de claridad en el ámbito de los derechos de la población LGBT se


puede ilustrar con el hecho de que Naciones Unidas y la Organización de Estados
Americanos se hayan visto en la necesidad de solicitar información, para iniciar acciones al
respecto.
Finalmente, en Colombia la población LGBT seguirá marchando y movilizándose a
diferentes ritmos y en diferentes ciudades, mientras subsistan formas de discriminación,
incluso como la de reconocer derechos a unos LGBT en perjuicio de otros.

A pesar de todo, se han ido conquistando nuevos derechos y se van destruyendo viejos
mitos. El próximo mes de julio posiblemente será memorable en Colombia: se definirá el
matrimonio igualitario para las parejas del mismo sexo, quedando aún muchos retos más
por superar.

* Abogado y candidato a la Maestría en Estudios de Género de la Universidad


Nacional de Colombia. Coordinador del proyecto de derechos humanos de la
organización Colombia Diversa.

Tomado de: http://www.razonpublica.com/index.php/econom-y-sociedad-temas-29/2160-


poblacion-lgbt-hacerse-visible-es-existir.html
¿MARCHAS O NO MARCHAS?
Hunzahua Vargas

Sin duda se ha avanzado frente a los derechos y a la igualdad de las


personas LGBT, pero todavía quedan rezagos de la sociedad patriarcal y
machista de otras épocas.

Del desfile a la marcha

El pasado 27 de junio se llevó a cabo la XIV "Marcha por la Ciudadanía LGBT (Lesbianas,
Gays, Bisexuales y Transgeneristas) de Bogotá", que mostró la excelente organización que
tiene el sector en la ciudad y el país. En ella participaron cerca de 30 mil personas
provenientes de todos los estratos sociales y de los más distintos lugares.

En los últimos años el evento se ha transformado. En efecto, dejó de ser un "desfile del
orgullo gay" para convertirse en la "marcha por la ciudadanía LGBT de Bogotá". Asimismo,
tuvo un cambio importante en su dirección, que se refleja en sus propósitos y contenidos:
desde el año 2005 se dirige hacia la Plaza de Bolívar, centro político del país. En cada
oportunidad logra una mayor participación de la academia, los grupos activistas y el Estado.

Estas organizaciones y entidades han tenido un lugar importante en el desarrollo de la


marcha, y en términos más amplios, en la visibilidad y reconocimiento de derechos de las
personas LGBT, principalmente en Bogotá, lo cual ha repercutido de manera notable en la
política nacional. Las alcaldías de izquierda de la capital, en especial la de Luis Eduardo
Garzón, le dieron un apoyo importante. El alcalde Garzón mostró interés por el tema y
encabezó la marcha más de una vez.

Presencia de lo patriarcal

No quisiera olvidar algunas de las características históricas del movimiento LGBT, que
hacen parte de lo que se puede ver en la marcha. El movimiento nace como expresión de la
comunidad gay masculina, que ocupa un lugar privilegiado de poder frente a las lesbianas, y
las personas transgeneristas y las bisexuales. Todas ellas emprendieron una lucha política
que tiene en los acontecimientos del Stone Wall Inn[1] un momento emblemático. La cultura
patriarcal en la que todavía vivimos, permitió que fueran los hombres quienes primero se
levantaran y se organizaran política y estéticamente en torno a la defensa de los derechos y
reivindicación de la diferencia.

Desde la primera marcha, que se realizó a comienzos de la década de 1980 y que contó
apenas con poco más de 30 personas (casi todos hombres), hasta las de 2007 y 2008, en
las que se hicieron presentes cerca de 50 mil participantes, han pasado más de 20 años y
muchos ires y venires. Hoy existen cada vez más organizaciones y grupos que se dan a la
tarea de pensar, problematizar y defender las diversidades sexuales y de género.

Según el Directorio LGBT de 2008 de la Alcaldía Mayor de Bogotá, ese año existían "59
organizaciones con trabajo por los derechos de las personas LGBT en Bogotá. De estas, 41
son específicamente del sector, 12 brindan atención especializada y 6 son aliadas en el
tema"[2] Estas organizaciones se dividen a su vez según los componentes de la sigla. Así,
se encuentran algunas que trabajan de manera mixta, mientras que otras lo hacen
específicamente con lesbianas, transgeneristas, bisexuales o gays. También hay grupos
académicos, principalmente universitarios, que se dedican a la investigación de los temas
relacionados con cada sector específico.

Por fuera y por dentro


Así las cosas, parecería que se hubiera logrado consolidar en un par de décadas un
movimiento social influyente en la política local y nacional. Pero ¿cómo se articula hoy ese
movimiento? ¿Cuáles son los problemas que enfrenta?

Después de años de luchas, quien observe la marcha sin prevención podría llegar a creer
que el movimiento muestra solidez y unidad. Sin embargo, la comunidad es en sí misma
fragmentaria y diversa, y aunque se esfuerza por mantenerse unida en medio de sus
diferencias, hay algunas que siguen siendo hoy, como hace dos décadas, la fuente de
tensiones internas y miradas poco amistosas.

El primer y más difícil problema del movimiento es, a mi parecer, la cultura patriarcal. Debido
a la forma en que se concibe lo femenino y lo masculino y al lugar político que se ha
concedido tradicionalmente a hombres y mujeres, se enfrentan grandes retos. Por un lado,
la endodiscriminación, basada en representaciones tradicionales de lo femenino y lo
masculino, hace que los hombres gay sean representados (con frecuencia por sí mismos)
como afeminados, a la vez que las mujeres lesbianas se representen como masculinas.

Estas ideas dicotómicas han dejado en la periferia a las personas bisexuales y sobre todo a
las transgeneristas y transexuales, que no caben en tales polaridades. El número creciente
en el interior del movimiento LGBT de las personas trans, lo mismo que su visibilidad
política, es un avance importante en el tema, pero sigue siendo sin duda uno de los asuntos
neurálgicos que afrontan organizaciones y colectivos en el debate.

La lucha de clases

Por otra parte, las diferencias de clase se reproducen en éste como en otros movimientos
sociales y se entremezclan con las luchas políticas. El año pasado, diferencias entre los
bares de la Avenida Primero de Mayo y la organización central, dieron lugar a la separación
de los primeros, que no asistieron a la marcha por la Carrera Séptima, y organizaron un
segundo evento que no terminó en el centro político de la ciudad y del país, sino en los
bares de la llamada zona rosa del sur de Bogotá, en la Avenida Primero de Mayo entre la
carrera 68 y la Avenida Boyacá. Una de las razones que arguyeron los organizadores, es
que a sus bares no los beneficia la marcha de la Séptima, como sí ocurre con los bares de
Chapinero, en donde se reúnen los y las marchantes después del cierre en la Plaza de
Bolívar.

Política y fiesta

Y aquí un tercer conflicto del movimiento: la relación entre política y fiesta. Una de las
primeras maneras de asociación, pero sobre todo de socialización entre personas (sobre
todo hombres) gay, fueron, y son hoy todavía, los bares. Estos, y sobre todo su
conglomeración en un sector determinado de la ciudad, han permitido que se generen redes
que con el tiempo han devenido en organizaciones políticas y sociales. Sin embargo, el
movimiento político ha tratado de separarse de los bares en la medida en que no considera
que allí se logre una reflexión de ningún tipo sobre lo que significa ser L, G, B o T, lo que ha
resultado en una tensión importante entre quienes proponen un análisis de la sexualidad y el
género, y el número creciente de quienes ofrecen consumo y rumba, al menos en apariencia
despreocupada.

Esta tensión no sólo separó a los bares del sur de los bares de Chapinero en las dos últimas
marchas, sino que se tradujo en un asunto de administración en el Distrito. Un ejemplo, las
campañas de prevención del VIH/SIDA, lo que puso sobre el tapete el papel político que
pueden jugar los bares en términos de distribución de información e impacto de políticas
públicas.
Lo hecho no es suficiente

Otro de los grandes temas que debe afrontar el movimiento LGBT es el papel del Estado en
las luchas políticas. Si bien alcaldías de pensamiento liberal o de izquierda le han dado un
respaldo importante, la lucha por el reconocimiento de derechos sexuales tiene todavía un
enorme trabajo por delante frente a la voluntad de la administración de turno para obtener
recursos y producir cambios más estructurales.

Pese a esas dificultades, las organizaciones del sector han tenido grandes resultados en
términos políticos y particularmente en asuntos legales.

Hacer ciudad

En torno a la política pública, y en términos políticos, me centraré en algunos logros


importantes por sus alcances jurídicos y por su representatividad simbólica en medio de la
cultura patriarcal en que se producen.

Comenzaré por el decreto 608 del 28 de diciembre del 2007, dictado por la Alcaldía Mayor
de Bogotá, "por medio del cual se establecen los lineamientos de la Política Pública para la
garantía plena de los derechos de las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgeneristas
-LGBT- y sobre identidades de género y orientaciones sexuales en el Distrito Capital, y se
dictan otras disposiciones". Este decreto marca un avance muy importante en la política
pública del país y probablemente de toda América Latina, al reconocer el papel que juega la
comunidad LGBT en la construcción de ciudad, y al reconocer la titularidad de derechos de
esta población, así como la autonomía, identidad, equidad, solidaridad, diversidad y
participación de las personas que la conforman.

El decreto reconoce el papel cultural de esta población, crea un consejo consultivo, y


establece una corresponsabilidad en el ejercicio de derechos, lo que permite visibilizar
jurídicamente al sector y lo conduce a responsabilizarse de sus derechos, al tiempo que
construye mecanismos de participación en la política local.

Reconocimiento de parejas

El segundo logro importante de la lucha política de la población LGBT es, sin duda, la
sentencia C-075-07 del 7 de febrero del 2007 emanada de la Corte Constitucional, en la que
se revisa y corrige la ley 54 de 1990, que regula las uniones maritales de hecho, en la que
no se contemplaban parejas del mismo sexo. Esta sentencia permite no sólo el
reconocimiento legal de dichas parejas, sino que además les concede los mismos derechos
que a las parejas heterosexuales, lo que implica, por ejemplo el derecho a afiliación al
Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS) por parte del o la cónyuge, y el
derecho a heredar los bienes que adquiera cada uno de los integrantes de la pareja. Este
avance pone en igualdad de condiciones a las parejas heterosexuales y homosexuales en
casi todos los aspectos, implica un nuevo concepto de pareja en la sociedad colombiana, y
reconoce la carta de ciudadanía a que tienen derecho las parejas del mismo sexo.

Lo que falta

Después de estos avances, parece que en Colombia el panorama para las personas LGBT
no es tan oscuro. Sin embargo, el reconocimiento pleno de derechos es todavía precario y
son muchas las batallas políticas que se avecinan.

Entre otros muchos temas, por ahora falta una legislación que proteja a las personas
transgeneristas y les permita acceder al subsidio estatal para terapias hormonales y cirugías
plásticas; también está por discutirse la adopción de hijos por parte de parejas del mismo
sexo; y se echa de menos una reflexión sobre la calidad de la educación sexual en
Colombia que incluya las opciones sexuales diferentes de la heterosexual. Al final, en una
sociedad que sigue siendo machista y patriarcal, en la que la unión hace la fuerza, subsiste
una pregunta: ¿marchas?

* Antropólogo y candidato a magister en estudios culturales de la Universidad Nacional de


Colombia. Investigador de fiesta, ritualidades urbanas y población gay. Actualmente es
docente en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Notas de pie de página

[1] Stone Wall Inn es el nombre de un bar gay en Nueva York, en donde el 28 de junio de
1969, la policía hizo una redada que terminó en enfrentamiento con los hombres que allí se
encontraban. La conmemoración de este enfrentamiento dio lugar a la primera marcha del
orgullo gay al año siguiente.

[2] Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal. Directorio LGBT. 2008. Bogotá.

Tomado de: http://www.razonpublica.com/index.php/econom-y-sociedad-temas-29/1134-


imarchas-o-no-marchas.html

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