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Josecito de la ferretería

Nostalgia, tecnología y poesía

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Muchnik, José
Josecito de la ferretería : nostalgia, tecnología y poesía /
José Muchnik. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : Fundación CICCUS, 2015.
112 p. ; 20 x 14 cm. - (Historias de vida ; 4)

ISBN 978-987-693-128-1

1. Anécdotas. 2. Literatura Popular. I. Título.


CDD A863

Primera edición: Octubre de 2015

Diseño de Colección: Juan Fenu


Fotografías de tapa: José Muchnik niño, Jehoszua M. Lederkremer.
Fondo: Cine Select Boedo años 40’s, AGN.
Montaje digital de tapa: Mario Bellocchio
Corrección: Ana María Marconi

© Ediciones CICCUS 2015


Medrano 288, Ciudad Autónoma de Buenos Aires (C1179AD)
(+54 11) 4981.6318 / 4958.0991
ciccus@ciccus.org.ar / www.ciccus.org.ar

Hecho el depósito que indica la ley 11723. prohibida la reproduc-


ción total o parcial del contenido de este libro en cualquier tipo
de soporte o formato sin la autorización previa del editor.

Impreso en Argentina
Printed in Argentina

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Josecito de la ferretería
Nostalgia, tecnología y poesía
José Muchnik

Colección “Historias de vida”


Literatura silvestre y popular

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Índice

Colección “Historias de vida” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7


Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Modo de empleo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Lámparas a querosén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Ollas y estaño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Menudeo ecológico y yapa de antaño . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Balanzas y platillos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Bleque y ruberol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
Cera virgen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Tramperas, ratones y pajaritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Flit, fliteros y mosquitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
La cola del querosén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Fantásticas gomalacas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Porrones y Fukushima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
De masilla, cochecitos y mundos virtuales . . . . . . . . . . . . . . 54
El periplo de las copas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
Colores y anilinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
Cortavidrios, picados y Jabulani . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Aromas de mi cuadra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
El teléfono de antaño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
Variaciones sobre el alambre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

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Piolín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
El viejo mostrador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Apéndice. Tecnología y derechos humanos:
¿Hacia una reapropiación social del progreso
tecnológico? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Sobre el autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

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Colección “Historias de vida”

La palabra a la vida, a la primera persona del presente, del


pasado, del futuro. En este comienzo del tercer milenio, con
utopías agrietadas, con cielos acarreando grises, preñados de
tormenta, sigue brotando verde, miles de brotes en múltiples
latitudes, miles de vidas navegando a contracorriente, mos-
trando que las topadoras de la globalización no pueden nive-
lar los territorios del alma, mostrando que los seres humanos
no son solubles en emulsiones amorfas, que mujeres y hom-
bres siguen buscando el sentido de su existencia en sociedad,
buscando su lugar en el mundo, no a partir de modelos glo-
bales, sí desde un pueblo, un barrio, sí a partir de sus amores,
de sus pasiones, del deseo de justicia y dignidad para ellos y
sus semejantes.
Estas historias ocurrieron en ciudades, pueblos y comarcas
de Argentina, podrían haber ocurrido en cualquier otro lugar
del planeta. Historias tan personales y tan universales. Histo-
rias de vida, de esperanza y desesperanza, en la búsqueda de
un oficio, de un techo, de comida para los pichones. La Gran
Historia, la que se transmite en manuales con hache mayús-
cula, está compuesta de esta miríada de pequeñas historias.
Por eso esta colección, estos testimonios escritos por sus
protagonistas, con palabras cortadas a cuchillo, palabras arci-
lla, palabras pan que nos libran las artesas del tiempo, con su
corteza áspera y su miga interna. El programa Prohuerta del
INTA y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación han

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Colección “Historias de vida”

apoyado en su inicio esta iniciativa pues han sido testigos de


numerosas pequeñas grandes historias. Nuestro deseo es que
esta colección continúe con el impulso inicial.
Agradecemos de antemano a todas las mujeres y hombres
que aportaran su argamasa para construirla.*

* Los convocamos a que envíen sus propuestas para la colección a:


edicionesciccus@gmail.com

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Josecito de la ferretería

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Colección “Historias de vida”

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Josecito de la ferretería

Prólogo

Es para mí un placer poder prologar este libro, desde mi condi-


ción de “Hombre de Boedo”. Me consta que cuando me invitó
a hacerlo el autor no sabía de la coincidencia temporal y geo-
gráfica en el inicio de nuestras vidas. Pero es esa coincidencia
la que me ha permitido recordar imágenes, olores, sonidos y
valores de mi temprana infancia y por lo tanto dar cuenta de lo
fidedigno de las descripciones que integran esta obra.
José Muchnik describe con singular estilo la cosmovisión
de un barrio que de alguna manera nos ha marcado en forma
perdurable. Desde el “Aleph” de la ferretería de su padre nos
introduce a un diálogo entre la descripción costumbrista de
mediados del siglo veinte a los problemas y desafíos que plan-
tea la realidad contemporánea. Así pasamos de las lámparas de
kerosén a internet y de la anilina al sistema financiero actual.
Cada capítulo se basa en un artículo diferente y plantea
una reflexión novedosa. El ámbito de la ferretería aparece
como un teatro donde los distintos personajes dialogan con
ese preadolescente que luego cierra la escena desde su condi-
ción de profesional capaz de analizar los problemas centrales
de la sociedad contemporánea.
Este libro es por lo tanto no sólo un aporte sociológico a la
memoria de un barrio icónico sino también una invitación a la
reflexión sobre nuestro futuro.
Lino Salvador Barañao
Ministro de Ciencia, Tecnología
e Innovación Productiva de la Nación

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Colección “Historias de vida”

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Josecito de la ferretería

Modo de empleo

La ferretería ubicada en Boedo 1561 estaba en un local de


aproximadamente seis por quince, con dos piezas al fondo de
cuatro por cuatro, todo en metros; pequeño patio, baño, coci-
na y una piecita a la que se accedía por una escalera de piedra
completaban la instalación. El autor de estas “memorias” na-
ció ahí, en una de las piezas del fondo. Desde la colina de mis
años maduros puedo decir que tuve suerte de haber venido
al mundo en ese ámbito mágico. Algunos nacieron en calmos
pueblitos de montaña con arboledas y arroyos, a mí me tocó
el fondo de una ferretería en el barrio de Boedo, donde in-
migrantes de diversas latitudes buscaban un retazo de paz a
mediados del siglo veinte. Antes de entrar en la ferretería les
doy algunas claves para que no se pierdan entre sogas, serru-
chos y garlopas.
Cualquiera de estos “mínimos” objetos cotidianos, un
martillo, un hacha, una olla, una tramperita para ratones…
condensan la historia de la humanidad, sus dificultades, sus
sueños, sus inventos desde épocas inmemoriales. De eso me
doy cuenta ahora; entonces, cuando niño o adolescente, no se
me ocurría interrogarme sobre el significado y la importancia
de la cera virgen o de los porrones en barro cocido. Por eso
depende de cada uno lo que podrá llevarse de esta visita de la
vieja ferretería, es más, recomendaría varias lecturas/paseos,
cada una de ellos podrá brindarle reflejos diferentes.
Pueden abordarlo como un paseo nostálgico, el paseo por
un mundo que ya no está: picados de fútbol en la calle, ba-

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Colección “Historias de vida”

lanzas de platillos, masilla o yeso despachados al menudeo…


Mas en un mundo en el que la polución del aire, la contamina-
ción de suelos, la disponibilidad de agua potable, el consumo
energético, el cambio climático… cuestionan los resultados
del “progreso tecnológico”, pueden también entrar a la ferre-
tería vieja como a un ensayo de antropología salvaje, utilizan-
do la nostalgia para interrogar el presente y proyectarse hacia
el futuro. Pueden también dejar de lado nostalgias y proyec-
ciones sociales para disfrutar poéticamente esta visita. Tal vez
sea lo esencial, al menos lo fue para mí, revivir emociones,
ponerlas en palabras. Dejarse llevar por resplandores de una
lámpara a querosén o aromas de la cuadra en un rincón de la
infancia.
Aunque lo más probable es que durante vuestra visita todo
se mezcle: nostalgia, herramientas, anilinas, poesía… Porque
la vida es así, todo viene y venimos mezclados. No somos uno
somos muchos, muchas ilusiones en el mismo envase, por eso
el poeta ferretero que realizó este libro compilando las viñetas
publicadas durante años en el diario Desde Boedo permitió al
ingeniero antropólogo agregar al final un ensayo intitulado:
“Tecnología y derechos humanos: ¿Hacia una reapropiación
social del progreso tecnológico?”. Advierto que este ensayo se
sitúa fuera de la visita de la ferretería, su lectura es más ardua.
¿Completamente afuera? No sé, seguramente se tocan en un
punto, todo es memoria, todo es historia.

José Muchnik

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Josecito de la ferretería

Lámparas a querosén

Se nace donde se nace, nadie elige: enjambres


de inmigrantes en orillas del Plata, pueblitos
ucranianos pogromos hambrunas, Argentina
pampa horizontes, aquí llegaron mis viejos en
los años veinte del siglo veinte, vaya a saber
dónde llegaría remontando caminos y antepa-
sados, difícil avanzar, niebla y silencios cubren
genealogías. Algunos nacieron entre vacas pi-
sando pasto, otros entre porcelanas y parquets
encerados, a mí me tocaron baldosas ferreteras.
No se crean que no tiene su encanto nacer entre bulones y lla-
ves inglesas, descubrir el mundo a través de gubias, llanas o
terrajas, de niño interrogar las formas de martillos y taladros.
Con el tiempo me di cuenta, la gitana tenía razón: veo viajes,
largos viajes. Las líneas de la mano se estiraron, me llevaron
a Francia en los años setenta, ahí volví a tirar dados, “me hice
antropólogo”, otros viajes inesperados a…
Ya voy Mario, ya voy, no me olvidé de las lámparas a que-
rosén, quería decir que fue desde la nostalgia que comencé a
darme cuenta, a percibir la magia de la ferretería, a entender
el mundo de los objetos, a escuchar apasionantes historias de
mechas viejas y cacerolas perforadas. Así como la ven, tan pe-
queña, la polea fue una herramienta esencial para erigir pirá-
mides. ¿Y el hacha?, difícil imaginar la sabiduría humana que
fue necesaria para pasar, en algunos miles de años, del hacha
de piedra al hacha de hierro forjado que vendíamos en la fe-
rretería. ¿Y qué nos cuenta la lámpara a querosén?:

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Colección “Historias de vida”

Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana


a un lujoso reservado del Petit o del Julien,
y tu vieja, ¡pobre vieja! lava toda la semana
pa’ poder parar la olla, con pobreza franciscana
en el triste conventillo alumbrado a querosén.
Tango Margot, 1919.
Letra: Celedonio Flores.
Música: José Razzano, Carlos Gardel
Símbolo de una ciudad, tironeada entre nuevas luces y pe-
numbra de conventillos, la lámpara a querosén canta/encanta
una época:
Niño bien que saliste del suburbio
de un bulín alumbrado a querosén que tenés
pedigrí bastante turbio
y decís que sos de familia bien.
Tango Niño bien, 1927.
Letra: Víctor Soliño, Roberto Fontaina.
Música: Ramón Collazo
A mediados del siglo veinte Boedo lindaba con el subur-
bio, conventillos o barrios pobres sin red eléctrica, cortes
de luz; lámparas a querosén se vendían como choripán de
campeonato.
Los frágiles tubos en una caja, cada uno envuelto en su
papel de diario, las bases, más resistentes, en otra, la mecha en
rollo. Al desenvolver los tubos me gustaba echar una mirada
sobre los diarios viejos: “Boedo de fiesta: San Lorenzo Campeón;
París Libre: De Gaulle desfila en los Campos Elíseos; Evita inau-
gura un conjunto de viviendas populares; La Asamblea General de
las Naciones Unidas proclama por unanimidad la Declaración Uni-
versal de los Derechos Humanos”, luego cortaba un pedacito de
mecha, la ponía en la cremallera, encajaba el tubo en la base:
la lámpara ya estaba armada.

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Josecito de la ferretería

Me gustaba despacharlas, sus reflejos parecían revelar el


genio oculto de Aladino. “Formule tres deseos antes de pren-
derla” se me ocurrió un día decirle a una viejita. “¡¿Denserio
m’hijo?!” exclamó, mientras un halo repentino suavizaba su
rostro, como si una multitud de deseos arrugados por fin se
desprendieran otorgándole frescura para recibir al mesías.
“¡¿Denserio m’hijo?!” volvió a exclamar, “¿Los tengo que
decir ya mesmo?”. ¿Cómo decirle que era un crápula?, que
como todos los niños yo también tenía esa mezcla agridulce
de crueldad y de inocencia. “Denserio Doña, como que me
llamo José”, agregué remachando la respuesta para que que-
de fija. “Tiene tiempo de pensarlos, pida los deseos en su casa,
como le dije, antes de prenderla por primera vez, y cuidado
con el agua, si cae sobre el tubo caliente, se raja”. Filósofos
boedónicos dirán más tarde que mentira con compasión es
casi una caricia.
Ahora aquí estoy, ahora soy yo quien tiene una multitud
de deseos arrugados, deseo un mundo más amable, deseo
que dejen de mear en ríos y pucheros, que dejen de vender
una selva por siete vacas, que el aire… que la justica… que los
odios… pero el futuro se cargó de nubes y espadas, tengo un
tres de oro, no da siquiera para empardar… ¡No Josecito! No
te vas a ir al mazo ahora, hay que respetar las reglas, prohibi-
do irse al mazo para los poetas. No jodas Mario, los Sefikill1
juegan con cartas marcadas ¡Me voy al mazo y punto!, me voy
a juntar espumas en alguna playa azul o espermas sin odios
concebidos. ¡Progreso! ¡Progreso! ¡Progreso! Siglo internet,
twitter, miles de amigos facebook ¡Mentiras Mario! Siglo len-
tejuelas: fluorescentes, halógenas, de iodo, ecológicas de bajo

1Sefikill: Serial Financial Killers, palabras para el nuevo milenio. Ed.


Ciccus 2014. La palabra fue usada por primera vez en el periódico Desde
Boedo N° 79, Octubre 2008.

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Colección “Historias de vida”

consumo… ¿Acaso vemos más claro? ¿Acaso labios diáfanos


despejan horizontes plomo? Dejame, mañana será otro día,
pediré nuevamente barajas, es inevitable, pero hoy… hoy por
favor un poco de tranquilidad, una lámpara a querosén, una
luz lenta… sueños de terciopelo.

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Josecito de la ferretería

Ollas y estaño

Es una de las principales lec-


ciones de estas viñetas: la his-
toria puede leerse en mínimos
objetos. Fósforos, corpiños, re-
lojes… condensan el misterio
del fuego, el desnudo hecho
pecado, la angustia de efímeros
humanos tratando de medir el tiempo. En la ferretería vie-
ja, constelaciones de objetos: cerraduras, garlopas, pinceles…
mostraban la historia del mundo a su manera: necesidad de
puertas (de cerrar casas, cofres o ciudades); búsqueda de la
forma (de maderas, seres o arcilla); recubrimiento de apa-
riencias (de muros, bibliotecas o alacenas) pues pieles reflejan
almas brotando en superficies. Desde la nostalgia percibo la
dimensión de esos objetos, la danza de sentidos más allá de
apariencias brillos y funciones.
¿Leyeron bien la viñeta anterior? “Y tu vieja, ¡pobre vie-
ja! lava toda la semana / pa’ poder parar la olla, con pobreza
franciscana / en el triste conventillo alumbrado a kerosén”2.
Detengámonos en la olla, el lenguaje cotidiano nos revela el
valor simbólico de este modesto objeto. Parar la olla, olla po-
pular, pelotazo a la olla… en la olla se cocinaron siempre sa-
bores, miserias y jugadas. ¿Qué pasaría con burocracias pla-

2 Letra del tango Margot, Celedonio Flores, 1920.

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Colección “Historias de vida”

gadas de matufias si se “destapa la olla”? si un vapor espeso


se desprende dejando a la vista del público los ingredientes
estofados.
Pará Josecito, siempre lo mismo ¿A dónde querés llegar?
Te cuento algo más Mario, durante el sitio de Lima en la gue-
rra del Perú San Martín dijo “con días y ollas ganaremos”,
la frase cobró sentido cuando se supo que utilizaba ollas de
barro con doble fondo para introducir mensajes en la ciudad
sitiada. Está bien, muy interesante, pero siempre mezclando
todo ¿Te das cuenta que en una frase pasaste del tango Margot
a San Martín? y te olvidaste del estaño, en este diario los títu-
los hay que respetarlos. Ya voy, ya voy, era para mostrar que
a través de una olla, si sabemos observar, podemos apreciar
el mundo, ollas de piedra,3 de bronce, de hierro fundido… la
evolución del hombre a fuego lento.
Volvamos a Boedo 1561, años cincuenta del siglo veinte.
Había de aluminio y enlozadas, las de bronce estaban fuera
del alcance de nuestra clientela, las de presión ni noticias en el
barrio. El aluminio estaba de moda, arrancó en los años cua-
renta, la guerra ayudó a su difusión (aviones y juguetes simi-
lares de por medio), confirmando que al final todo va a parar
a la olla, hasta el aluminio.4 La sociedad de consumo no ha-

3 En Perú, en las cuevas de Lauricocha, se han encontrado ollas labradas


en piedra que datan de hace 18.000 años, utilizadas en el método de
cocción tradicional, la Pachamanca (del quechua Pacha: tierra y manca:
olla). Los alimentos se colocaban en piedras muy calientes, enterradas
y cubiertas. Método similar al usado para la elaboración del curanto, en
el sur de Chile y Argentina. (J.A Céspedes, http://www.historiacocina.
com/historia/articulos/pachamanca.htm)
4 Recordemos que hasta el siglo diecinueve el aluminio era un metal
considerado noble, como la plata. En 1882, la producción mundial era
apenas de 2 toneladas, en 1889, Karl Bayer patentó un procedimiento

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Josecito de la ferretería

bía llegado, los objetos se reparaban; planchas, calentadores,


estufas, canillas… llegaban al quirófano de la ferretería con
heridas de todo tipo, los curábamos y continuaban su trabajo.
Ollas enlozadas no se cambiaban por efecto de moda, se les
sacaba el jugo hasta el último guiso, de tanto en tanto debían
emparcharlas o colocarles una prótesis; la ferretería Don Mi-
guel no practicaba ese tipo de operación, debían acudir a un
servicio especializado en soldadura.
Aquí llega el estaño, Mario, todo llega sin saber dónde va-
mos a llegar, llega para estañar cacerolas, soldar cañerías de
plomo, baldes de zinc, calefones perforados… Llega porque
existía, existe, un mundo de los objetos, como un lenguaje, se
asocian unos con otros, como palabras, como seres humanos,
no pueden vivir aislados, la olla se asocia con el estaño, que se
asocia con el soldador de cobre, con el soplete, que llevará al
rojo vivo la cabeza del soldador, que tocará el estaño frío has-
ta arrancarle lágrimas, que caerán derretidas sobre la úlcera
de la olla y ya sólidas producirán su milagro.
Venía en barritas maleables de 33 y 50%,5 me gustaba do-
blarlas, acercarlas al oído, las de 50% emitían como un queji-
do, cosa de Mandinga dirán ustedes, averigüen, después me
cuentan. Pero el mejor estaño no estaba en la ferretería, estaba
en La Tacita, el bar de la esquina; atravesar la puerta era de-
jarse transportar por ese aire espeso en clave de vino, el tano
compraba uvas y lo hacía en el fondo del boliche (vino de
autor lo llamarían ahora guías de turismo y wineries chetas).
La clientela en mesitas o acodada en el mostrador de estaño

para extraer la alúmina u óxido de aluminio a partir de la bauxita., en


1943 la producción mundial había alcanzado 2.000.000 de toneladas, la
abundancia bajó el precio y pasó a ser un metal común.
5 Se refiere al porcentaje de estaño en la aleación con plomo de la cual
estaban hechas las barritas.

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Colección “Historias de vida”

desgranaba charlas y copas mientras el tiempo desensillaba


contemplando la divina creación del bar hecho mundo. El oc-
tavo día, luego de descansar, Dios contempló su obra, faltaba
algo fundamental, entonces creó el vino y los boliches para
liberar charlas y alegrías. Poco importa si los escribas de la bi-
blia censuraron luego este hecho fundador de la humanidad,
los boedónicos debemos reivindicar la semana de ocho días,
seis para trabajar, uno para descansar, y uno para embriagar-
se. Cómo olvidarme de Jorge Luis Borges en este instante y de
su canto al vino:
¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Al Vino, Jorge Luis Borges
Se cuenta que hacia fines de los años treinta, cuando el
maestro trabajaba en la Biblioteca Municipal Miguel Cané
(Carlos Calvo 4319) solía pasar por La Tacita a empinar sus
copas, tal vez ahí hayan nacido esos versos.
Aclaremos que a los diez años, no era el estaño, ni la bo-
hemia literaria lo que me atraía hacia ese boliche, eran las dos
hijas del dueño, divinidades italianas reencarnadas en Boe-
do que despertaban mis plegarias y fantasmas infantiles. Los
pedidos de La Tacita los entregaba yo, mi viejo ya lo sabía.
Entrar al boliche, respirar ese aire maduro, dejarle el pedido
como ofrenda a una Diosa, rozarle la mano cuando me rega-
laba su sonrisa propina ¿Poesía? ¿Dijeron poesía?

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Josecito de la ferretería

Menudeo ecológico y yapa de antaño

No se hablaba de ecología, el “progreso” olía aún a pasto


fresco, el sueño del coche propio no se había convertido en
pesadilla embotellada, sabíamos que la Tierra no era plana,
que no estaba sostenida por gigantescos paquidermos, que el
sol no giraba a su alrededor (aunque probarlo costó más de
un “hereje” en la hoguera). Pero quién hubiera imaginado re-
calentamiento planetario, energías sofocadas, basuras intrata-
bles. No, no sostengo que todo tiempo pasado fue mejor, digo
que el futuro perdió transparencia. Los que cargamos medio
siglo en los huesos debemos contar, medio por placer medio
por deber, contar no para dar lecciones, sí para hilvanar, para
poner bisagras entre generaciones. La niebla es mucha, contar
no despeja la niebla mas puede servir, en la travesía, para ol-
fatear emboscadas, resolver encrucijadas, imaginar praderas
verdes. Entonces cuento...
Había una vez un barrio llamado Boedo, con adoquines,
vacas lecheras, carnavales de agua, mate en la vereda… en
el barrio había una ferretería, en la ferretería había un mun-
do de cosas: martillos, serruchos, escobas, plumeros, pavas,
bombillas, calentadores o lámparas a kerosene… Los clien-
tes podían comprar seis clavitos, dos tarugos, tres metros de
soga, un puñado de masilla, tachas por docena para adornar
baleros o maquillar viejos tapizados.
No es fácil contar, recordar pequeñas cosas que ritman vi-
das y ciudades. Cuando Mario me dice dale Josecito contate
otra historia, me pregunto ¿y ahora qué cuento? No me gusta

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Colección “Historias de vida”

llorar nostalgias de un mundo perdido, o lloro solito, a lo ma-


cho, así se decía, así nos enseñaron. No hacen falta lágrimas
para revivir ambientes, sensaciones de un mundo que fue y
que a su manera sigue siendo, sigue enviando señales al pre-
sente; como luces de una estrella lejana navegando en el tiem-
po llegan aquí y ahora, a umbrales resbaladizos en la entrada
del tercer milenio. Les contaré entonces algo casi insignifican-
te: la venta al menudeo.
“Para muestra basta un botón”, asombrosa sabiduría de
refranes populares. El menudeo botón de una época, peque-
ño detalle revelador de un mundo que poco a poco lo fueron
envasando, un envase pequeño en otro más grande en otro
más grande. También fueron envasando la gente, cada uno
en su cajita, cada cajita en su piso, cada piso apilado con otros
pisos formando edificios, complejos habitacionales, ciudades
desbordadas por miles de envases que vuelven a las calles
preguntando por su destino.
En esos años era el reino del menudeo. Antes de entrar en
la ferretería pasen por el almacén de Don Elías, en Boedo al
mil doscientos, lado números pares, casi esquina Tarija. Azú-
car, fideos, porotos, lentejas, pastrom, queso blanco… todo
se vendía al menudeo, también los huevos, tres, seis, los que
desee, envueltos en papel de diario. Olía lindo el almacén,
especias sin celofán seducían con sus aromas a galletitas que
escrutaban ansiosas la llegada del cliente prometido a través
del ojo de buey de sus latas. Algunas de chocolate, algunas
merengadas, algunas surtidas… caían revolcadas en bolsitas
de papel. Ahora cada galletita en un envase, dentro de otro,
dentro de otro... Así estamos, todos galletitas envasadas
en envoltorios sucesivos, cubiertos por pieles, reglas, leyes
que… ¡Josecito! Siempre el mismo, ya empezás con tus pro-
clamas revolucionarias, ¿por qué no terminás lo que estabas
contando? Tenés razón Mario, de todos modos “lo que hay

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Josecito de la ferretería

de más profundo en el hombre es la piel”,6 tal vez la verda-


dera revolución pase por un cambio de piel, quiero decir…
de acuerdo, de acuerdo, sigo…
La ferretería también era el reino del menudeo. Tiza, yeso,
cal, aguarrás, solvente, “tiner”7 (así le decíamos en inglés
acriollado) aguardaban el pedido en barricas y tambores: un
kilo, medio litro, dos, lo que desee, en bolsitas de papel o bo-
tellas de vidrio (recicladas diríamos hoy). Los rollos de soga,
colocados en un ingenioso marco con varillas, giraban en tor-
no a su eje, en el mostrador dos marcas señalaban un metro…
claro que adujar quince o veinte metros de soga para no entre-
gar un matete ensortijado requiere cierto aprendizaje. De pibe
me gustaba hacer eso; mientras miraba al cliente desde mis
nueve años, la iba enrollando distraídamente entre la mano y
el codo del brazo izquierdo, sentía la mirada admirativa, no
hacían falta palabras, tenga doña/don, concluía con orgullo.
Poco a poco el menudeo se va extinguiendo, como el ri-
noceronte blanco o el tatú carreta, y con el menudeo algo
más fue desapareciendo. ¿Se dan cuenta? ¿No se dan cuenta?
¿Una ayudita? , dale que va, dale nomá… en esta ferretería
estamos p’ayudar. Es como el menudeo, pequeño pero impor-
tante, algo que le daba encanto al comercio, algo que entibia-
ba la compra/venta. ¡Sí señora! ¡La yapa! Pobre yapa, hasta la
palabra está cayendo en desuso.8 Si me habré ganado sonrisas
agradecidas con la yapa, otro de mis poderes de pibe en la fe-
rretería vieja. Luego de pesar el kilo de tiza, de medir la soga

6 Expresión del poeta Paul Valéry: «Ce qu’il y a de plus profond dans
l’homme c’est la peau» (traducción del autor).
7 De thinner en inglés, adelgazador, solvente, diluyente.
8 Yapa: añadidura gratuita, del quechua “yapay” (añadir).

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Colección “Historias de vida”

o bombear el aguarrás dejaba picar unos instantes de silencio


antes de patear chanfleado al cuore del cliente, aquí va la yapa
doña/don, regalito de la casa… Desde la loma de mis sesenta
y algo puedo ver ahora que ganaba de lejos en el intercambio:
un puñado de tiza por una sonrisa… si todavía pudiera.

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Josecito de la ferretería

Balanzas y platillos

Libras, arrobas, kilos,


leguas, millas, metros,
segundos… El hom-
bre enumerando, mi-
diendo campos, cose-
chas, transcurso de los
días desde el inicio de los tiempos, tratando de comprender
su efímera existencia entre trayectorias de estrellas, perma-
nencia de rocas y erupción de volcanes. El hombre pesando
cereales, carnes, sal, esclavos… Pesos, pesetas, pésames, com-
prando, vendiendo, muriendo. Parece increíble, la balanza
de la ferretería vieja no era fundamentalmente diferente de
la que ya usaban los egipcios hace más de tres mil años,9 dos
platillos en equilibrio en torno a un apoyo central.
Me gustaba mostrar mi maestría en el pesaje, tomaba la
bolsita de papel kraft, comenzaba a cargarla con los kilos pe-
didos de tiza, yeso, ocre en polvo o cal apagada, la cal viva no
era cuestión de niños, podía provocar quemaduras, la des-
pachaba mi viejo. Con la derecha cargaba, con la izquierda

9 La balanza ya aparece representada en el Antiguo Egipto en nume-


rosos bajorrelieves y papiros. En el Libro de los muertos, que data del
segundo milenio a. C., aparece la balanza de platillos, colgados de los
extremos del brazo, suspendido de un soporte central, para comparar el
peso del corazón del difunto, símbolo de sus actos, con el de la pluma de
la diosa Maat, símbolo de la Justicia y Orden Universal.

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Colección “Historias de vida”

iba sopesando, si la balanza quedaba en equilibrio al primer


intento, miraba al cliente desde mis diez años sin decir nada,
apenas una sonrisa para ratificar quién era el maestro. Con
cien o doscientos gramos de clavitos, con o sin cabeza, era
más difícil embocarla, con veinte o cincuenta gramos de anili-
na casi imposible, mi precisión disminuía con el peso, nunca
pude explicarme este fenómeno. Hoy en día se acabó el juego,
balanzas digitales marcan pesos y precios con precisión, a na-
die se le ocurre mirarles el culo para ver si están controladas;
cuando yo era ferretero, más de un cliente verificaba si las
pesas tenían el sellito,10 ahora confían en la electrónica, en los
números fluorescentes. Justicia deambula preguntando por la
desaparición de sus símbolos ¡tantas cosas desparecieron! …el
número vivo en los cines, carrozas de muertos en las calles,
los...
Ya me parecía raro Josecito, me decía que por una vez no
te ibas a ir por las ramas. Perdoná Mario, no me aparté ni me
apartaré del tema anunciado. “Balanzas y Platillos” es un sím-
bolo casi universal de la justicia, se pesan pecados, crímenes,
estafas, corrupciones… luego vienen las penas, se debe pagar,
el castigo debe equilibrar la balanza, como en el caso de… ¡Pará
Josecito! ¡Pará!, no necesitamos detalles, seguí contando como
pesabas la masilla, sé buenito, no nos hablaste todavía de la
masilla. De acuerdo, no mencionaré ejemplos particulares
pero dejame continuar mi divagación filosófica, en caso con-
trario estaríamos faltando a nuestro deber boedónico.
Lo que trato te mostrarles estimados lectores es el signifi-
cado profundo de la desaparición de la balanza de platillos
de nuestra vida cotidiana. Aunque no nos dábamos cuenta,
ella nos mostraba la justicia, el equilibrio, a todo momento, en

10 Sello que marca la homologación del Bureau Internacional de Pesas


y Medidas (BIPM) de Francia.

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Josecito de la ferretería

todo lugar, en almacenes, ferreterías, ferias, mercados… Hoy


la justicia se hizo digital, fluorescente, en un pase de prestidi-
gitación le aseguran que son doscientos los gramos de jamón
crudo, tres los kilos de berenjena o siete los gramos de oro
del anillo de la abuela que Doña María fue a empeñar para
salir del apuro. Y así nos aseguran todo. Las agencias de nota-
ción11 se apoderaron de fieles y platillos mostrando electróni-
cas cuentas como verdades recién paridas, arrojando deudas
astronómicas, déficits perforando cielorrasos y calzones. Pero…
¿alguien sabe si la balanza no es trucada? ¿alguien sabe cómo
pesan? ¿cómo cuentan? Luego desembarcan los Sefikill con
sus briosas recetas repartiendo austeridades y ajustes estruc-
turales, decapitando las...…
Habrá que controlar balanzas, fieles y platillos, buscar
nuevos equilibrios.

11 Standard & Poor’s, Fitch Ratings y Moody’s son las tres agencias de
notación más conocidas. El autor de esta nota se pregunta en qué basan
su autoridad estas agencias que se atribuyen el poder de evaluar la sol-
vencia de estados soberanos. El 25 de julio de 2011 Moody’s retrograda
la nota de Grecia, con los efectos que son del dominio público. La Unión
Europea solicita que se aclaren los criterios de evaluación. Pregunta de
un inocente: ¿a qué intereses responden los directivos de estas agencias?
¿qué se mueve entre bambalinas? ¿Balanzas de platillo o digitales?

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Colección “Historias de vida”

Bleque y Ruberol:
Santa Bárbara de las Buenas Tormentas

Engañaron a Santa María, naci-


mos de una gran confusión, en
realidad los porteños no sufri-
mos de engreimiento, sufrimos
de credulidad aguda, siempre
fuimos muy crédulos, y cuan-
do se descascaran las creencias
acudimos a vanidades para disimular fachadas, en el fondo
somos muy frágiles, plantados en el limo del Plata, tronco a
la merced de sudestadas, raíces ensortijadas en corrientes mi-
gratorias, la dificultad es llegar al fondo entre tanta fragilidad
y confusiones. El Buen Ayre fue un espejismo colonial, el aire
nunca fue bueno en estas latitudes, tormentas, inundaciones,
barro en aluviones, changadores cargando gente de alcur-
nia para atravesar calles coloniales, veranos que se pegan a
la piel, inviernos incrustados en los huesos ¡Santa María del
Buen Ayre! ¿Chiste de gallegos? ¿Ironía de andaluces? Y aquí
estamos, como el clima, impredecibles, almas nubladas, des-
pejadas, mejorando luego, Pompeya y más allá… Bautizados
“Santa Bárbara de las Buenas Tormentas”12 hubiéramos na-

12 Santa Bárbara: virgen y mártir, fue condenada a muerte por su devoción al


cristianismo. Su propio padre llevó a cabo la sentencia. Fue castigado el padre
de la mártir al volver a su casa; le cayó un rayo y le incendió su cuerpo. Como
resultado se acude a Santa Bárbara como protectora cuando caen rayos du-

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Josecito de la ferretería

cido más cerca de la realidad, ahora ya es tarde, la realidad


se nos despegó al nacer como ombligo maduro y seguimos
soñando nuestra ciudad como si fuera cierta, de eso podemos
estar orgullosos, Buenos Aires cuna de soñadores, poetas boe-
dónicos lo atestiguan:
Están los que comprenden la realidad: anteojos, no-
ticias, bananas, candados para guardar la sopa. Y los
que escuchan árboles predicando el mensaje a pesar
de las baldosas […] Hay que vivir en la realidad. Pues
los que ven en la ventana del papel moneda una vida
exprimida. Los que escuchan sillas conversando para
compartir sus desgracias. Los que saben que relojes
son paraguas para protegernos de otras intemperies…
[…] Pueden ser severamente condenados a perder el
equilibrio para siempre… y despertarse en un sueño
diferente.13
¡Josecito! ¡Josecito! …¡dejá de soñar! ¿de qué querés ha-
blar?, no podés jugar así con los lectores, bleque y ruberol
ni siquiera existen en el diccionario ¿qué tiene que ver Santa
Bárbara en esta historia?... Hola, hola, ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí!…Gracias
Mario, a fuerza de hacer memoria se me enredan los recuer-
dos, tal vez me equivoqué, pero aún me parece escucharlo:
“Pibe, dos latas de bleque y un rollo de ruberol”. El bleque
era una especie de alquitrán que venía en latas cuadradas de
cinco o veinte litros, el ruberol un cartón negro impermeabili-
zado en rollos de un metro y medio de ancho. Cuando llegaba
tormenta se vendían como pan dulce en navidad, corrían los

rante temporales y por consecuencia ella es patrona de artilleros y mineros.


David C. Knowlton, Santa Bárbara y El Rayo en Copacabana, http://www.
academia.edu/2001594/Santa_Barbara_y_El_Rayo_en_Copacabana
13 Extraído de “Calendario Poético 2000”, textos José Muchnik, ilustra-
ciones Peter Tjebbes.

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Colección “Historias de vida”

años cincuenta. Pensándolo a distancia, ruberol debe ser una


naturalización criolla del inglés rubber all, como tiner, fulbo14
o el mismísimo chimichurri. No se ofenda paisano, nos guste
o no fueron los ingleses que inventaron nuestro deporte na-
cional y el sabroso condimento que acompaña nuestros asa-
dos toma sus fuentes en “give me curry”.15 Palabras como hom-
bres, viajan, se mezclan fertilizando lenguas y tierras, todos
hijos de un gran mestizaje. ¿Razas? sólo sangres que circulan
cubriéndose con túnicas diferentes. Pucho quechua, capo ita-
liano, kilombo africano, nuestra inconfundible che 16 y tantas
otras fueron moldeando el castellano hablado en estas costas.
¿Bleque? vaya a saber los orígenes, que lo aclare el director
del periódico o algún lector amable.
Los clientes comenzaban a llegar antes que pare de llover,
mis diez años tenían la agradable sensación de servir para
algo, de ser alguien. Como la gente y sus casas, yo también
pertenecía a la tormenta, venían desesperados, no se imagina
lo que es Don, le decían a mi viejo, “se volaron dos chapas, se
cayó medio cielorraso, no alcanzan palanganas para juntar el

14 Ruberol, engomarlo todo, del inglés rubber (goma) y all (todo). Tiner,
adelgazador, solvente utilizado para diluir pinturas, del inglés thin (del-
gado). Fulbo o futbol, del inglés foot (pie) y ball (pelota).
15 “Give me curry” en inglés, “dame el condimento”; curry proviene a su
vez de kari, “salsa” en tamil, lengua hablada en el sur de la India y en Sri
Lanka, antiguamente Ceylan, ex colonias inglesas.
16 Pucho: del quechua “puchu”: sobra; resto; residuo. Capo: del italiano
jefe, proveniente a su vez del latín “caput”: cabeza. Kilombo: palabra que
llega a Argentina a través del Brasil, donde designaba las poblaciones de
esclavos insurrectos (véase historia del Kilombo dos Palmares), a su vez
proveniente del kimbundu, lengua bantú en la que significa población/
poblado. Che: existen dos versiones sobre el origen de esta palabra, del
guaraní en el que se usa como “yo” o “mi”, o del mapuche: “gente”.

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Josecito de la ferretería

agua…”. Me gustaba medir el ruberol, una patadita y el rollo


negro se desplegaba sobre el piso de la ferretería, no hacía fal-
ta metro, medían las baldosas, sólo una tiza para ir marcando,
enrollar a medida que medía, un golpe de tijera, piolín para
atar el rollo, “tenga jefe”, cliente sonriente, satisfecho, valió la
pena mojarse un poco, llegar antes que pare de llover. Con los
que llegaban tarde la historia era otra, el sentimiento era de
culpa, no sabía qué cara poner para pronunciar las cuatro síla-
bas: “noquedamás”. Las pronunciaba así juntitas para vadear
rápido ese momento, saltarlo como obstáculo en carrera olím-
pica, de todos modos la réplica llegaba contundente “¡¿Cómo
no queda más?!”, “se terminó”, “¡¿Cómo se terminó?!”. Des-
de mi edad madura, desde este ph en la calle Garay donde
escribo esta viñeta mientras repiquetea la lluvia, contestaría
“así es amigo, todo se termina algún día en la vida, salvo el
amor si se sabe cuidarlo”, pero desde mis diez años tiraba con
inocencia la pelota afuera, “no sé jefe, pregúntele a mi viejo”.
Para suavizar la culpa o para vender algo, solía agregar según
la reacción del cliente, “clavos para techo quedan17 a ver si va
a otro lado y justo no tienen”. En la mayoría de los casos fun-
cionaba,” tenés razón pibe, dame dos docenas”, aunque en
ese clima eléctrico no faltaban respuestas borrascosas, “andá
a cagar pendejo, metete los clavos para techo en el…”
Las inundaciones de Buenos Aires no esperaron el cam-
bio climático. Ulrico Schmidl, uno de los primeros cronistas
europeos de la época colonial en estos lares ya hace referencia
a las mismas.18 Tres siglos después llegó el progreso, el hor-

17 Los clavos para techo eran y son clavos de tres o cuatro pulgadas de
largo con cabeza de plomo, trataban de impedir que las chapas de zinc
vuelvan a jugar con el viento clavándolas a las vigas del techo.
18 Ulrico Schmidl, La Admirable navegación realizada por el Nuevo
Mundo entre Brasil y el Río de la Plata entre los años 1534 al 1554 (edi-

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Colección “Historias de vida”

migón y el corsé para los arroyos que surcaban libremente


la ciudad. Cuenta la leyenda familiar que en Villa Crespo, a
la vera del Maldonado, mi padre enamoró a mi madre, hacia
fines de los años veinte. Pensar que desde la Plaza Consti-
tución bajaba un arroyo hacia el Río de la Plata, el Tercero del
Sur, fue el primero que entubaron en 1865. Y así fueron entu-
bando, especulando, inundando.19 Si hubieran imaginado lo
difícil que es entubar la naturaleza, tal vez tendríamos hoy
vaporettos20 surcando la Juan B. Justo hasta Pacífico, o bajan-
do por Brasil hacia el parque Lezama.
Tal vez no sea tan tarde, que Santa Bárbara nos proteja.

tada en lengua alemana), participó en 1534 en la expedición de Pedro


de Mendoza.
19 “El entubamiento del arroyo Maldonado (hoy avenida Juan B. Justo)
fue el mejor negocio para los especuladores y los vendedores de obras y
el peor para los vecinos. […] Al esconder el arroyo negaron su existen-
cia y pudieron hacer enormes negocios inmobiliarios. Por el contrario,
un arroyo cualquiera se comporta en una crecida mucho peor si está
entubado que si corre a cielo abierto”. Antonio Elio Brailovsky, Buenos
Aires, ciudad inundable, coedición Kaicrón-Le Monde Diplomatique.
www.arquimaster.com.ar
20 Vaporettos: pequeñas embarcaciones utilizadas para el transporte de
pasajeros en los canales de Venezia.

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Josecito de la ferretería

Cera virgen

Escribir una viñeta dulzura aguijón


enjambre. ¡¿Cómo no se me ocurrió
antes?! Arquitectas de vida, abejas hil-
vanando el mundo. Para obtener estas
viñetas encarno objetos con palabras,
tenso la caña, la arrojo en aguas dormidas… ¡Qué sensación!
cuando desde la infancia pican recuerdos, suben coleteando,
atravesando edades, arrastrando imágenes, reflejos de viven-
cias camufladas en el fondo de la ferretería, entre latas, ba-
rricas, palas… Escribir: encarnar emociones, sacar escamas,
separar espumas, dejar sonoridades en letra viva...
En esos tiempos no me preocupaba el medioambiente.
¿Cómo podía pensar un niño que el futuro venía con trampa?,
Josecito de la ferretería estaba muy lejos de sospechar que las
abejas eran un eslabón esencial de la naturaleza ni que su
cera permitía mucho más que el lustrado de pisos y muebles.
Después, mucho después, cuando el niño se hizo antropólo-
go descubrió en Aboméy21 la importancia de la cera virgen
para el desarrollo de la humanidad. Uno de sus primeros usos
fue en la fundición. En la edad de bronce manos sabias mol-
deaban la cera para fabricar máscaras, candelabros, vasijas,
hachas, flechas, espadas… objetos necesarios para los cultos
religiosos, la vida cotidiana, los ritos funerarios, la caza, las

21 Ciudad de Benín, capital del antiguo reino de Dahomey.

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Colección “Historias de vida”

guerras… Hace milenios que inventamos las aleaciones22 y la


técnica de la cera perdida.23 En años recientes, ya cercanos al
siglo xxi, en el centro de artesanías de Ouagadougou, artistas
magos moldeaban con delicadeza la cera, un viejo fumando
la pipa, una mujer pilando maíz, un beso levantando vuelo,
después recubrían el molde con arcilla, dejando un conducto
por el cual se escurría la cera cuando calentaban la arcilla, por
ese conducto vertían entonces el bronce fundido, dejaban en-
friar, rompían la arcilla y… ¡la magia de la forma se revelaba!
¿Qué trajiste pa?, preguntaban mis hijas cuando volvía de mis
viajes. Encantado de asombrarlas mostraba las esculturas, Jo-
secito a veces no miente.
Para despacharla no era fácil. Cuando aprendí tenía 11 o
12 años, preadolescente como dirían ahora; en lenguaje más
sencillo, todavía no me hacía la paja. Comprábamos la cera
en panes de diez kilos, al cortarla despedía un perfume que
todavía me impregna. “Dame un poco pibe”, yo apoyaba el
filo de la espátula sobre el pan de cera, marcando el pedazo
como si fuera un queso, “¿está bien?”, entonces agarraba el
martillo, un golpe seco alcanzaba, de reojo buscaba la admi-
ración del cliente esperando que me pregunte “¿Y cómo hay
que prepararla?”, entonces me despachaba como un doctor,

22 La aleación del cobre y el estaño dio origen al bronce, significó un


gran progreso de la metalurgia que caracteriza el comienzo de la llama-
da “edad del bronce”, hacia fines del milenio IV AC.
23 La técnica de la cera perdida era conocida por la mayoría de las anti-
guas civilizaciones, consistía en fabricar el objeto deseado (herramien-
tas, esculturas, flechas…) en cera de abejas, recubrirlo luego de arcilla o
un material similar, una vez endurecida la arcilla se coloca en un horno,
la cera se derrite escurriéndose por orificios creados al efecto, dejando
en su lugar el molde donde se vierte el metal fundido para obtener el
objeto deseado.

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Josecito de la ferretería

“la derrite a baño María, ojo que es inflamable, si la quiere


más dura agréguele parafina, depende, más o menos un ter-
cio, cuando está derretida vierta el aguarrás, si es vegetal sale
más caro, trementina, le da mejor aroma, pruebe con medio
litro de aguarrás por un cuarto kilo de cera y cien gramos de
parafina, cuando se enfría ve, si le sale muy espesa, vuelva a
derretir y le mete más aguarrás…”. A veces alguna clienta me
lanzaba “sos un amor pibe”, entonces el que se derretía era
yo. Con o sin piropo la escena terminaba siempre en la misma
frase “gracias, los consejos son gratis”. Como dijo Pirandello,
el hombre inventó el teatro para representarse la vida, la fe-
rretería era una forma de teatro, un escenario donde cada uno
jugaba su rol.
Un recuerdo trae otro, así vamos remontando el espinel.
“¿Y si venís a casa y me ayudás a prepararla? es aquí a la
vuelta, Colombres entre Inclán y Garay, te doy una propina”,
agregó la viejita. “¿Puedo ir pa?” Mi viejo respondía con la
mirada y un leve gesto de cabeza. Seguí a la viejita. “Martita
dale lo que te pida para preparar la cera, es el pibe de la fe-
rretería, es mi nietita, pedile lo que te haga falta yo me voy
a descansar un poco”. La “nietita” debía tener más o menos
mi edad, entre once y doce años, edad que con el tiempo uno
comprueba nunca es la misma entre una hembra y un macho
de nuestra especie. Me fue dando lo que le pedía, no se des-
pegaba un centímetro mientras se derretían cera y parafina,
yo iba mezclando, “cuidado no te arrimes mucho que es infla-
mable”, ella se arrimaba igual, la sentía en forma intermitente
en mi espalda, “ahora sí cuidado, voy a sacar el recipiente del
fuego y agregar el aguarrás”, seguía mi tarea estoicamente, sin
retornarme, como si nada… “Ya está, a medida que se enfríe
se irá espesando” le dije, “avisale a tu abuela que ya terminé”,
volvió sin tardar, “me parece que se durmió, esperá un ratito
que se despierte y probamos de vuelta”. ¿Qué podía hacer?
si me iba no ligaba la propina, me quedé parado, sin hablar,

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Colección “Historias de vida”

sin moverme. Fue en ese momento que se desabrochó la blusa


y me dijo “mirá, ya me están creciendo”, miré, mi parálisis
fue total, duró siglos o segundos, poco importa, me animé a
seguir revolviendo la cera que estaba adquiriendo la buena
consistencia, “ya se está enfriando” le dije y me fui sin propi-
na, con esa sensación ambigua de ser un tarado olímpico pero
contento de comenzar a competir en otra categoría. “¿Pasó
algo Iósele? tardaste mucho”, preguntó mi viejo ni bien volví,
“no pa, no pasó nada, tardaba en enfriarse…la cera”.
Remontando el espinel vamos atando cabos. Me pregunto
por qué cera virgen, qué tiene que ver la virginidad en todo
esto, las abejas reinas de virgen no tienen nada, más bien pu-
tas diríamos, se acoplan con varios zánganos en vuelo nup-
cial arrancándole a los “machos” el órgano reproductor, ellos
mueren en el acto o al poco tiempo. Pero sí tiene que ver; de
cera virgen se han hecho las velas que durante siglos se han
utilizado en cultos religiosos. La abeja era considerada un in-
secto asexuado que fabricaba una sustancia pura, la cera, que
al igual que las vírgenes, se suponía libre de impurezas. Pre-
cisemos que la utilización de velas de cera para la iluminación
permitió acabar con el desagradable olor de las lámparas de
aceite; la utilización de la parafina en su fabricación se difun-
dió recién en el siglo xx.
Dadme un objeto y observaré el mundo, de la ferretería de
Boedo al universo, de la cera virgen a las procesiones, a los
museos, a los moldes para estudiar anatomía, a la fabricación
de perfumes, a la polinización de las flores…
No se olviden, se deshilacharía la vida si abejas desapare-
cer por exceso de pesticidas.

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Josecito de la ferretería

Tramperas ratones y pajaritos

Supongo que antes, mu-


cho antes del fuego, ya
habíamos inventado las
trampas. ¡Comeos los unos
a los otros! No te enojes Je-
sús, así fue siempre, claro
que mejor sería amarse, pero qué podemos hacer si tiraron
dados cargados. ¡Yo qué sé quién los tiró!, mejor no averiguar.
Por supuesto que el fuego fue un gran progreso, permitió
churrasquear bestias que antes comíamos crudas. La gente
es así, desagradecida, nadie se acuerda cuando saborea chin-
chulines o chorizos, que está en deuda con genios anónimos
que inventaron el fuego. Tampoco Josecito imaginaba que las
tramperas para ratones o pajaritos que vendía en la ferretería
Don Miguel tenían sus orígenes en los confines de la historia,
ahí donde comenzamos a “domesticar” la naturaleza.
El principio para cazar mamuts no era muy diferente, un
hoyo enorme disimulado con palos y ramas, un señuelo y…
esperar que el mamut caiga. ¿Se imaginan? Una horda de pe-
queñitos humanos matar y despedazar un enorme mamut, no
cabe duda que somos animales muy inteligentes ¿o alguien
piensa lo contrario? Trap, trap, trap… parece que la palabra
trampa también viene de muy lejos y tiene sus orígenes en el

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Colección “Historias de vida”

ruido24 de los pasos; después de todo, hacerle “pisar el palito”


a otros animales o a sus semejantes nos preocupó a lo largo de
nuestra evolución, y nos sigue preocupando. ¡No! ¡Por favor!
No entremos en debates inútiles, en eso andamos desde que
estrenamos esta obra, en erigirnos en el centro de la creación,
no sé si es un éxito, pero que hay público lo hay, cada vez
más, aunque se caigan del mapa, tampoco conocemos libretos
alternativos, no, no hablo de política, me refiero a la estructu-
ra de la tragedia.
Josecito vendía las tramperas para ratones sin la menor
idea de que esos pequeños objetos eran fruto de milenios de
sabiduría, tampoco sentía piedad alguna por las bestiecillas
guillotinadas. “Mire señora, si no tiene queso ponga un poco
de pan duro en esta lengüeta, luego la arma así, con cuidado
y la deja en algún rincón, ojo apóyela despacito si no…” en-
tonces me daba el gusto, tiraba un clavo o un tornillo en el
lugar preciso y… ¡TRAP! … “¡Ayyy!..” “No se asuste señora.
¿Vio? es muy sensible, cuidado con los dedos”, aconsejaba
con simpatía a los clientes. Después de todo por qué horro-
rizarse, Boedo no era la jungla pero había que sobrevivir, la
feria de Colombres, el mercado de Inclán, el de San Juan…
desparramaban roedores por el barrio, tratar de liquidarlos
me parecía normal. Algunos preferían agarrarlos vivos, cues-
tión de economía decían, estas tramperas se pueden reutili-
zar, no quedan impregnadas con olor a sangre, son bichos
muy piolas, si huelen algo raro se rajan. “Después los ahogo
pibe, qué querés que haga que los saque a bailar”, aclararon
un día mi duda de manera “amable”, no entiendo por qué eso
me daba más asco que imaginarme las cabecitas aplastadas de

24 Trampa: “el origen es onomatopéyico, de la voz ¡TRAP! o ¡TRAMP!


que imita el ruido de un cuerpo pesado en marcha”. J. Corominas, J.A
Pascual. Diccionario crítico etimológico, ed. Gredos, 2001.

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Josecito de la ferretería

un saque, hay cosas difícil de explicarse. Las tramperas para


ratas, más grandes, de madera o de hierro, funcionaban con
el mismo principio, pero esas no me dejaban despacharlas…
prohibidas para la manipulación de menores.
Con los pájaro era diferente, les veía cara de asesinos a los
compradores, tal vez la memoria me traicione pero eran más
bien hombres, les mostraba las tramperas, yo qué sé cómo
funcionan, eso lo debe saber usted jefe, trataba de terminar la
venta lo más rápido posible, no soportaba la idea del pajarito
prisionero. Cuando le pregunté para qué querían cazarlos, mi
viejo respondió “los venden Iósele”, con una sonrisa tenue,
como disculpando mi inocencia. “Van aquí nomás, a Luján,
Cañuelas… o un poco más lejos, a Punta de Indio, Chasco-
mús… ahí agarran ‘cabecitas negras’, chorlitos, cardenales,
jilgueros… hay un buen mercado…”. Así es Alejandra,25 la
jaula no se volvía pájaro, la poesía es vida pero la vida no siem-
pre es poesía, así terminaban pobrecitos, música emplumada
en jaulas, mínimas Venus hotentotes26 para distracción de…
Y así seguí perdiendo mi inocencia, lo que no me había dicho
mi viejo es que las aves no vendibles, entre ellas los gorriones,
terminaban en “polenta con pajarito”. No señores, no es nin-

25 Del poema de Alejandra Pizarnik “El despertar”: […] Señor / La jau-


la se ha vuelto pájaro / y ha devorado mis esperanzas / Señor / La jaula
se ha vuelto pájaro / Qué haré con el miedo.
26 Venus hotentote: En referencia a la historia de Saartjie Baartman
nacida a fines del siglo xviii en África del Sur, vendida en 1810 al
británico William Dunlop, quien la llevó a Europa para exponerla en
su circo como una rareza. Prohibido el espectáculo en Londres fue
trasladada a París donde se constituyó en una curiosidad científica y
sus restos embalsamados expuestos en el “Musée de l’Homme” hasta el
año 1974. Fueron recién devueltos a África del Sur en el año 2002 donde
fueron inhumados. (http://www.wanafrika.org/2013/02/historia-de-
sarah-bartman-la-venus.html )

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gún invento, es más, en el norte de Italia fue una tradición cu-


linaria hasta los años setenta, luego comenzaron a proteger-
los, a los pájaros me refiero porque la gente… La gente se la
rebusca como puede y aunque a los lectores de Desde Boedo les
parezca mentira, hoy, año 2014, comienzos del tercer milenio,
en las costas del Mediterráneo millones de aves migratorias
son masacradas en permanencia.27 Triste destino el de gorrio-
nes y golondrinas Edith,28 sus gorjeos silenciados en polenta.
Ratones, pajaritos, gente… con los años me da la sensación
que estamos dando vueltas en la misma jaula… pero no ve-
mos los barrotes… ¡Cómo se sofisticaron las trampas!

27 Cada año, de una punta a otra del Mediterráneo, cientos de millones


de aves, desde las paseriformes hasta las grandes planeadoras, se matan
para comerlas, para enriquecerse, por deporte o por distracción. La ma-
tanza es totalmente indiscriminada, con un gran impacto en poblacio-
nes de aves que ya están suficientemente machacadas por la destrucción
o la fragmentación de sus hábitats (fuente: Last song for migrating birds
de Jonathan Franzen, http://www.seo.org/2013/06/18)
28 En referencia a la cantante Edith Piaff, apodada “el gorrión de París”.

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Flit, fliteros y mosquitos

¡Flit! ¡Flit! ¡Flit! como bali-


nes el soldadito del envase
tiraba sobre los malditos
insectos. Lenguajes hechos
de sonidos y sentidos, a
veces encajan como anillo
al dedo, a veces les cuesta
acordarse. Cuando tenía
diez años no dudaba que
Flit formaba parte de la lengua castellana, como puloil, tiner
o yilé.29 No sé para qué contás eso Josecito, siempre lo mismo,
esa obsesión por las palabras, al final cansa un poco. ¿Por qué
te acordaste de Flit? No metas trampa, vos sabés bien cómo
te surgen estas viñetas de la ferretería vieja, una imagen se
te sube a la sesera enganchada de otra y así van saliendo; la
guarnición semiológica guardala para una charla en la facul-
tad, acá nos interesa el bife de chorizo, bien jugoso, sin guar-
nición. Desembuchá lo que te traés, vamos al grano, o al Flit
si te parece.
“Me volvieron loca nene, toda la noche, no te imaginás,
me picaban por todos lados, él dormía, no sé cómo se las arre-

29 Puloil: Polvo limpiador usado en general para la vajilla, del inglés


pull-oil, sacar la grasa. Yilé, forma criolla de pronunciar Gillette, marca
de la célebre hojita de afeitar que lleva el nombre de su inventor, a co-
mienzos del siglo xx, King Camp Gillette.

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gla para dormir, dice que se la agarran conmigo porque soy


más dulce, además de los mosquitos tengo que aguantar al
boludo de mi marido, sobre todo el zumbido, es lo más inso-
portable…” Siguió hablando, yo ya no escuchaba, ni siquiera
pensaba, estaba ahí, hipnotizado por las ondulaciones bajo el
solero negro, aun sin pensar concluí a la ausencia de corpi-
ño, las tetas vibraban eléctricas, escapándose de la noche de
insomnio como de un naufragio, nadando hacia mí para que
las rescate, los cabellos negros desplegando su velamen con
labios húmedos relatando el martirio, me imagino, no sé lo
que relataban, a mí sólo me llegaba el movimiento, descarga
de alto voltaje, paralizado… Ya tienen la imagen, amigos vo-
yeuristas. Me habían hablado de los lectores de Desde Boedo,
del Director ni qué hablar, ahora saben por qué me acordé de
Flit, ahora entienden los riesgos que corría un niño ferretero
en el Boedo de los años 50. De la cama a la ferretería, así des-
embarcó la dama del solero negro, como una ola sensual en
las orillas del mostrador, derramando su… su… sobre este
inocente. ¿Qué edad tenía?, exactamente no sé, ya les dije que
los recuerdos suben enredados, calculo entre nueve y diez
años. ¿Se dan cuenta? ¿Qué hacer a esa edad frente a tamaña
descarga? Nada, absorber las radiaciones a cada vibración, a
cada ondular del solero, a cada… hasta perder los sentidos,
petrificado…
“¿Me escuchás nene? ¿Que hacés mirando como un bobo?,
te pedí Flit, vuelvo a casa y los mato a todos, mosquitos de
mierda. Flit ¿sabés lo que es?, movete ¿qué te pasa?…”. Como
un autómata busqué la lata con el soldadito, la envolví en pa-
pel de diario, agarré el billete que me alcanzaba, se lo di a
mi viejo para que cobre y le entregué el vuelto sin mirarla…
¿Ya estás avivado? ¿Ya debutaste? les gustaba preguntar a los
mayores haciendo uso del derecho a imbecilidad que la edad
otorga, sin entender la bronca/impotencia que nos daba no
poder responder. Ahora, años después, puedo darme cuenta

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de cómo se deshacían las primeras fibras de inocencia, ahora


sí veo que esas ondulaciones del solero negro me estaban avi-
vando, ahora me doy cuenta que Flit era un sonido perfecto
para matar mosquitos. Lo agradable de estas viñetas son las
sorpresas, aun para el que las escribe. Avivado ya de tantas
cosas busco un viejo diccionario inglés, me vengo a enterar,
a medio siglo de distancia de los hechos relatados, que flit
significa revolotear, moverse rápidamente de un lado a otro,
todo concuerda, sonidos y sentidos, así revoloteaban los fru-
tos prohibidos hipnotizando a Josecito.
¡Tantas cosas revela el pasar del tiempo! La dama del so-
lero negro no podía/debía matar a todos los mosquitos de
mierda, pese a las picaduras, los zumbidos, el dengue, la ma-
laria… tenemos que bancarlos, como las abejas o las libélulas
son una nota clave de la natura, polinizan plantas, procesan
desperdicios. Peces, murciélagos, lagartijas…desaparecerían
sin esa deliciosa comida, entonces…También sabemos hoy
que el principio activo del Flit era el DDT, veneno que nos
pulverizaban como si fuera carnaval,30 como ahora pulverizan
los glifosatos para tratar la soja.
Así van remontando imágenes del fondo de la ferretería,
haciendo carambolas en el presente. Una imagen trae otra,
se van entramando. No piensen mal de Josecito, también me
acuerdo de las manos celestes de Don Luigi, no asociadas al
Flit sino al flitero. “Se me jodió cuando estaba por terminar la
bici, per favore ragazzino dame un flitero, rápido, antes que se
seque la pintura, ni tiempo de lavarme las manos tuve”. Les
cuento que el flitero se usaba también para pintar bicicletas,

30 Comprobados ya hace tiempo los efectos desastrosos del DDT (Di-


cloro Difenil Tricloroetano) sobre la salud humana y la naturaleza (una
vez contaminado el suelo, el DDT tarda decenas de años en degradarse)
se ha prohibido su uso como insecticida en la mayoría de los países.

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heladeras… ¡hasta coches! Había que tener la mano, a Don


Luigi le gustaba explayarse sobre el tema, “guarda ragazzino,
es más difícil pintar con un flitero que con un soplete, tenés
que diluir la pintura hasta la consistencia adecuada, ni muy
espesa ni muy chirla, luego tenés que bombear desplazando
el…”, yo miraba los gestos que acompañaban las palabras, le
miraba las manos como si fueran mágicas… bueno… no tan
mágicas como las ondulaciones del solero negro.

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La cola del querosén

Desde la esquina de Garay, arrastrando


brazos y botellas, la cola bajaba serpen-
teando por Boedo hasta mitad de cua-
dra, entraba en el número 1561 hasta el
fondo de la Ferretería Don Miguel y ahí
terminaba, exactamente frente al tambor
de hierro panzón. La cabeza del niño so-
brepasaba apenas el borde del tambor,
con una mano aferraba el pico de la bo-
tella a la salida de la bomba de hojalata, con la otra bombeaba
parsimoniosamente.
Corrían el querosén y el siglo xx por la mitad, indispensa-
ble para el calentador Primus o las estufas con velas refracta-
rias de aquellos inviernos... El niño era yo, de vez en cuando
echaba una rápida mirada para contemplar la cara de satisfac-
ción de los clientes. Sensaciones como argamasas de tiempo,
animales geológicos hechos de olvido y de palas, medio siglo
después, vaya a saber por qué, si por una foto nunca tomada,
si por un reflejo rosado en esta taza, si por un olor sólido en el
fondo de mis fosas, vaya a saber por qué las palas comenza-
ron su danza removiendo escorias y falsas cortezas, dejando a
la luz la sensación en forma viva.
Ahí estoy, bombeando frente al tambor grandilocuente,
vaivén de manito dibujando satisfacciones en los rostros, dos
litros por persona me habían ordenado, “por favor m’hijo, me
cuesta mucho hacer la cola”, balbuceó la viejita arrimando

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una damajuana de cinco litros; busqué sin hallar la mirada


aprobatoria de mi viejo, ocho años tenía, tomar decisiones
trascendentales a esa edad, no se le puede pedir tanto a un
niño, transgredir la ley de la cola, descifrar fisuras entre leyes
y justicia, miré a la viejita, miré de otra manera al cliente que
seguía para marcar la cancha, el que manda aquí soy yo, si se
me canta le doy cinco litros a la viejita, guste o no guste, dije
sin decir nada. A medida que la damajuana se iba llenando
junaba de reojo la sonrisa naciendo entre arrugas, “gracias
m´hijo, Dios se lo agradezca”, y me dio un beso sin dármelo
antes de darse vuelta desandando lentamente la cola con su
pesado trófeo.
Árboles o niños así crecemos, con las inclemencias del
tiempo... o de la vida. “¡Pa! la señora lleva cinco litros”, grité
con un dejo de orgullo en dirección a la caja. ¿Qué cosas habré
dicho en esa frase? Ahora que las palas comenzaron su danza
entiendo mejor lo que me dijo una vez aquel poeta del barrio,
“che pibe, las palabras son el papel regalo, puro brillo, hay
que abrir el envoltorio para ver qué se traen entre las tripas”.
“¡Pa! la señora lleva cinco litros...”.

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Fantásticas gomalacas

La rubia, la negra y la blanca, aunque la rubia no era tan ru-


bia, ni la negra tan negra, ni la blanca tan blanca, ni debería
escribirse todo junto, sino con un guión en el medio, pero yo
la conocí así, palabra mágica sin costuras. “Viene de la India”,
me decía mi viejo mientras abría los cubos de madera tercia-
da que encerraban 100 libras de reflejos y lustres ilusorios.
Una vez abiertos, hundía mis brazos entre las preciadas es-
camas haciendo crujir unos puñados. De las tres gomalacas,
la blanca era la menos atractiva, no se presentaba en ambari-
nas transparencias, ella venía en panes compactos de cuatro
o cinco kilos, como bloque de yeso satinado. ¿Por qué era mi
preferida? a que no adivinan…
Les doy tres posibilidades… ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡Qué
degenerado!, eso no piensa un niño de ocho años. ¿Vos qué
decís? No, tampoco era posible, la gomalaca blanca es muy
dura, no maleable como masilla, eso lo contaré en otra viñe-
ta… ¿Se dan por vencidos? La prefería por el lago. No, no
estoy jodiendo, era mi lago. Algunos nacieron al pie de los
Andes, de los Alpes o del Kilimanjaro, yo nací en el fondo de
la ferretería, ya les dije, Boedo 1561. Ahí, como todos los ni-
ños inventé mis mundos. Había un pequeño patio, en el patio
una barrica panzona de madera y en el fondo de la barrica
los panes de gomalaca blanca. Mi lago era ése, el espejo de
agua contenido entre los bordes de la barrica, ahí permanecía
horas contemplando las minúsculas criaturas que nadaban en
la superficie. Más tarde Darwin con sus teorías evolucionistas

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Colección “Historias de vida”

me desiusionó, yo creía entonces que las minúsculas criatu-


ras eran fruto de la copulación divina entre lluvia y gomalaca
blanca.
Sabias raíces del lenguaje, barrica–barricada protegién-
dome de razones y dogmas adultos, barrica–barrilete en la
que volaba hacia retazos de cielo reflejados en mi lago. Una
precisión: no confundir nostalgia con historia aunque ven-
gan mezcladas. Estoy contando el devenir de las cosas, de las
pequeñas cosas cotidianas que animan nuestro mundo. Ya
comenzó el tercer milenio con su gama prolífica de barnices
y lacas sintéticas, quedaron pocos artesanos que saben dar-
le a la muñeca, ¡por favor amigo no confunda!, pajeros hay
más que nunca, no escasean, hablo de otra artesanía, hablo
del lustre a muñeca, hoy se ha vuelto un lujo. Por supuesto
que me acuerdo, disuelvan la gomalaca (rubia, negra o blan-
ca) en alcohol (96°), embeban con esta solución un trapo de
franela abosorbente, envuelvan este trapo en un lienzo fino
de algodón o lino, comiencen a darle y aprendan como hay
que aprender, repitiendo ensayos y errores. Así me enseñó
Don Francesco; él venía todas las semanas a comprar su kilito
de gomalaca rubia dando lustre a las máquinas de coser que
reparaba dejándolas como nuevas para que las agujas sigan
bailando y tejiendo abrigos, remendando y remontando las
ilusiones del barrio.
Don Francesco me enseñó el lustre y el italiano. Yo pen-
saba que él hablaba español, así fui aprendiendo, sin darme
cuenta. Queridos lectores, si se les queda pegado el trapo no
me hago responsable, pero no duden en escribirme. No sé si
aprenderán el lustre a muñeca pero les contaré otras historias
patinadas por el tiempo que tal vez resaltar puedan las vetas
de la memoria.

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Porrones y Fukushima

¿Porrón? ¿Quilmes, Heineken, Brah-


ma…? Cada palabra, marca, jeroglífico,
tiene su historia. Balbuceos, llantos, for-
mas y sonidos salen a recorrer mundos,
comparten mesas, ceremonias, himnos.
A fuerza de andar mudan de piel, se
adaptan, dan a luz inesperadas descen-
dencias… o quedan aletargadas en la bo-
hardilla de un viejo diccionario. Tantas
palabras esperando su momento, algunas
no soportan la angustia, se suicidan dis-
parándose acentos agudos en la boca o
tirándose desde la séptima estantería de una biblioteca, otras
se ponen de moda, atraviesan fronteras, conquistan conda-
dos desconocidos: fútbol, pizza, televisión… no existían en
estas latitudes cuando inventamos la escarapela. Peregrinaje
de palabras, periplo de voces que van cambiando su signifi-
cado. Como poronga, que en una época… Pará, pará, ya em-
pezamos a derivar, este es un diario serio Josecito, la gente
viene a buscarlo en familia, los anunciantes no quieren leer
porquerías, ibas a hablar de porrones no de porongas, pacien-
cia Mario, un poco de paciencia ¿no es mucho pedir? Porrón,
tsunami,31 chodemia…32 palabras corren, desbordan cauces,

31 Tsunami: del japonés tsu: puerto y nami:ola, maremoto, ola gigante.


32 Chodemia: ver Desde Boedo N° 90, del inglés show: mostrar y el grie-

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se contorsionan con ropajes novedosos. Puse poronga como


ejemplo; el puruncu de los quechuas era una vasija de barro de
cuello alargado, servía para contener líquidos: agua, chicha…
y también leche ¿hace falta explicar analogías?
Para los porrones no necesitamos remontarnos al imperio
quechua; ayer, a mediados del siglo veinte, los iba a buscar al
fondo de la ferretería Don Miguel. Mediados del siglo vein-
te ¿Siglos? ¿Ayer? ¿Era yo?, extraña sensación. Frágiles va-
sijas panzonas de barro cocido canturreaban apiladas en un
rincón esperando su cliente, tenían un ansa para agarrarlas
y dos orificios, uno grande para llenarlas de agua, uno peque-
ño para beberla fresca. Esa era, es, la genialidad del porrón,
aún en tórridos veranos conserva el agua fresca. El secreto:
sus paredes porosas, el agua las atraviesa, entra en contacto
con el aire exterior, entonces se evapora enfriando recipiente
y contenido, técnica tan antigua como el barro en el fuego pa-
riendo cántaros ¡Si habremos vendido porrones! la heladera
no había llegado a todos los hogares, en los más modestos el
porrón integraba todavía el paisaje de patios y cocinas, era
imprescindible en las obras en construcción para la sed de los
laburantes, hoy…
Sí, ya sé, aunque no me lo digas el título te pareció extraño,
si son viñetas de la ferretería vieja ¿qué tiene que ver Fukushi-
ma?33 Te conozco, seguro te lo preguntaste, ahí vamos. Hoy el

go demos: gente. Chodemia: “epidemia que impulsa la gente a mostrarse


para existir”.
33 Fukushima: el 11 de marzo de 2011 un tsunami desestabilizaba los
seis reactores de esa central nuclear situada a 250 km al norte de Tokio.
En abril y mayo de ese mismo año ocurrieron una serie de eventos
mayores: casamiento del príncipe Williams con Kate, beatificación del
papa Juan Pablo II, liquidación del líder de Al Quaeda Ossama Ben
Laden y, para colmo, mientras escribía sobre los porrones de la ferre-

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agua fresca cuesta, energía, pesos, medioambiente, más ener-


gía, más energía, más coches, gases de escape, aire acondicio-
nado, confort úselo y tírelo, envases suntuarios, publicidad
basura… ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Algo tenemos que
cambiar, en nuestras formas de pensar, en nuestras formas
de vivir. No sé si volverá en porrones la frescura, pero no hay
muchas alternativas: o bajamos la velocidad antes de estre-
llarnos contra el paredón o nos estrellamos y después de la
explosión pasamos lista para saber cuántos quedamos.
¿Se puede saber de donde sacás tus profecías apocalípti-
cas? Del fondo de la ferretería Mario, ahí donde guardábamos
los porrones.

tería vieja, acusaban al director del FMI de correr con su poronga en


erupción por los pasillos de un hotel de New York. Agrego esta nota al
pié de página para que los lectores del futuro comprendan mejor lo que
estábamos viviendo. Se entiende en este contexto que la prensa ya se
había olvidado de Fukushima, aunque seguían naciendo niños defor-
mados y muriéndose de cáncer de la tiroides a causa de la explosión
de la central de Tchernobyl ocurrida veinticinco años antes. Más ener-
gía, más energía, más, más… ¿hasta cuándo? Más información: http://
www.7sur7.be/7s7/fr/9776/Seisme-et-tsunami-au-Japon/Fukushima-
est-bien-pire-que-Tchernobyl.dhtml

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Colección “Historias de vida”

De masilla, cochecitos
y mundos virtuales

Todo tiempo pasado fue... te


quiero, mucho, poquito, nada,
te quiero... mejor, glorioso,
pastoso, una mierda. Aclaro
el abanico de posibilidades
para que no crean que tienen
enfrente un boedónico nostál-
gico tipo, un homus boedónicus como los que pueden observar
con facilidad los sábados al mediodía en la esquina que no
menciono pues intentamos frenar la avalancha de curiosos
afluyendo desde latitudes y galaxias deshidratadas para con-
templar barrio, utopías, humedades y boludeos en ebullición,
que aún existen.
Hechas las aclaraciones del caso, volvamos a la masilla.
Así lo anunciaba el título y en esta ferretería no defraudamos
al lector. Los habitués de estas viñetas ya deben saber a esta
altura que se encontraba en Boedo 1561, entre Garay e Inclán,
mano derecha caminando hacia el olvido. Ahí llegaban en
ramillete: tres, cuatro, cinco, seis... pantaloncitos cortos con
ojitos que apenas alcanzaban el borde del mostrador. Ele-
gían un momento propicio sin clientes, “masilla” espetaba el
más osado mostrando un cochecito panza arriba, mi viejo los
miraba desde una nube de recuerdos en carambola, “dales
un poco” me ordenaba con sonrisa apenas perceptible; a mí
me alcanzaba para entender que iba de regalo para los pibes.

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Josecito de la ferretería

Yo también era pibe, me sentía el campeón de la generosi-


dad cuando empuñaba la espátula con mango abultado por
estratos de tiempo y masilla endurecidos. Los pantaloncitos
cortos se aglutinaban en derredor de la lata mientras la masa
aceitosa se acumulaba sobre el papel de diario que jugaba de
envoltorio, “¡gracias Don!”, y salían corriendo triunfantes.
No voy a entrar en detalles, los veteranos ya los conocen
y los jóvenes pueden imaginarlos. Rellenar con maestría los
cochecitos evitando obstruir el eje, una maderita transversal
para que queden bien armados, esperar que sequen y ya esta-
ban listos para carreras en el cordón de la vereda, autódromo
por excelencia.
Llegamos ahora a los anunciados mundos virtuales, ya les
dije que en esta ferretería no defraudamos al lector. Estoy le-
yendo el diario, hoy ya no me sirve para envolver masilla, un
pibe llevó tres cuchillos a la escuela, se había inspirado en
juegos virtuales, esta vez no hubo muertos. Les dije que no
soy reacio al progreso, que no creo que todo tiempo pasado
fue mejor, glorioso, pastoso, una mierda… entro en Google
por “violencia en escuelas juegos virtuales”, pueden probar,
encontrarán : “Counter Strike”, “World of Warcraft”, “Doom” y
variados videogames donde niños y adolescentes asesinan se-
mejantes virtual y gustosamente.
Algunos estudios científicos señalan que estos videojue-
gos favorecen la agresividad, que una confusión entre mundo
real y virtual puede producirse en ciertos sujetos. ¿Se acuer-
dan de Bowling for Columbine? la película documental de Mi-
chael Moore, pueden buscarla en Google. El título se refiere
a la masacre cometida en 1999 en el liceo de Columbine (Co-
lumbine High Schoo), cerca de Littleton, condado de Jefferson,
estado de Colorado, USA, por dos alumnos de dicha escuela
(Eric Harris y Dylan Klebold) que asesinan a doce compañe-
ros y un profesor y terminan suicidándose. Vi el film, vi los

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Colección “Historias de vida”

videojuegos, me pregunto ¿el mundo real a imagen y seme-


janza del virtual?, ¿o viceversa? No afirmo nada, ¿qué puede
afirmar un ex-ferretero?, pero pregunto: ¿no quieren un poco
de masilla?

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Josecito de la ferretería

El periplo de las copas

Mariposas de bronce, pitones abiertos, tor-


nillos sin fin... Desde la cuesta del tiempo
aprecio el yacimiento de metáforas de la
ferretería vieja. No es necesario repetirlo,
toda escritura es autobiográfica, ya lo han
dicho grandes y pequeños escritores. Jo-
secito nació en el fondo de la ferretería, lo
confesó en la cola del kerosene. El periplo
de las copas, más que biografía es memoria,
reanimar mundos de objetos cotidianos, re-
montar arterias hasta descubrir las fuentes
que siguen irrigando mis días. Pronunciar
palabras que vuelven acarreando sonidos de hachuelas, fra-
tachos o cucharas de albañil, palabras andamio, palabras ca-
rretilla, trayendo formas de gubias, formones o garlopas. La
biografía es personal, la memoria es mucho más, es historia
compartida, repartida, fragmentada, en cochecitos de carrera,
zaguanes en beso, aulas en erupción.
La nota de remito era extensa, clavos sin cabeza, martillos
con uña, bocallaves ciegos..., databa del veinticuatro de agos-
to de 1973, envolvía una copa de cristal tallada, había para
vino, agua, licores, postre, champagne... Estábamos con Ester
el catorce de abril del año 2009 abriendo nuestros regalos de
casamiento; pertenecemos a la rara especie de animales pre-
históricos casados entre las explosiones de 1968 que ha logra-
do atravesar el milenio, separaciones afectivas o desaparicio-

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Colección “Historias de vida”

nes criminales fueron raleando la tropa. Esta historia ocurrida


el mes pasado es nuestra, es vuestra, es memoria en copas de
cristal, nos sorprendió el interés de los amigos al escucharla,
me enteré luego que Jorge la contó en la radio, Mario me pidió
que haga una nota para Desde Boedo, “dale Josecito, hacenos
otra viñeta”.
Hoy, cuatro de mayo del 2009, acabo de volver de mi últi-
mo viaje al país y al barrio: desde afuera qué bacán, vos sí que
la hiciste bien, para qué querés más de tres meses en este país;
desde adentro el teatro es otro, espectáculo sin cortinados,
la vida no es como el teatro, ella no admite ensayos. Nunca
aprendí a boxear, voy esquivando golpes como puedo. Ahora
en Epinay Sur Orge,34 escribiendo esta nota, aliviando nostal-
gias, una manera de estar allí y de ser aquí, o viceversa, la
edición cierra mañana. “¿Y la aneda?”.35 A vos te parece que
te vamos a creer porque sí, porque vivís en París, acá en el
boliche se han contado bolazos que ni entran en el gasómetro
¿Cómo carajo podés explicar que tardaron cuarenta y un años
para abrir los regalos de casamiento?
No hubo luna de miel, luego del registro civil y de un pe-
queño brindis del cual no quedan fotos, nos instalamos en
una casita en Caseros, dejamos los regalos quebradizos (jue-
gos de copas, de té, de platos...) en el sótano de la ferretería, la
que ya conocen, o mejor dicho van conociendo. Las razones y
pormenores de esta decisión serán relatados en otra ocasión,
todo se había tornado quebradizo, la época, los ideales, las ca-
bezas... Comenzó entonces el periplo de las copas, que se sal-
ven ellas, nos dijimos. En 1976 por razones que son de órden

34 Localidad francesa situada a 25 km al sur de Paris.


35 “¿Y la aneda?”= “¿Y la anécdota”, expresión típica de Carlitos Balá,
cómico de la televisión argentina en los años sesenta.

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Josecito de la ferretería

público nos fueron, algo habíamos hecho, habíamos soñado


un país un poco menos cremoso para los ricos y un poco más
justo para los pobres, subversivos con agravante, usábamos
melena larga y poemas en el ojal. Las copas vírgenes queda-
ron aguardando bebidas y labios amantes en el obscuro fondo
del sótano. Cuando murió la ferretería, fueron trasladadas a
la casona de mi hermana en la calle Colombres; luego a Caba-
llito, al palacio de invierno de mi amigo Panzas, fue él quien
me las entregó el mes pasado, “acabo de comprar un depar-
tamento en el barrio”, sí claro en Boedo, somos todos un poco
elefantes, la edad siguiendo la geografía de los huesos.
Desenvolvimos las copas lentamente, les dimos emociona-
dos el primer baño y emprendimos viaje, ella, yo y las copas,
hasta la médula del brindis...
PC (pequeño consejo): para brindar agreguen briznas de
memoria, aunque siempre faltará una burbuja para la pleni-
tud del champagne.

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Colección “Historias de vida”

Colores y anilinas

“Anilina negra” susurraban apenas, pidiendo complicidad y


comprensión, como si uno debiera estar al tanto; el mostra-
dor de la ferretería constituía el último escenario del ritual
funerario, ahí llegaban viudas arrastrando huellas del velorio.
No sólo masilla, bulones o escobas para componer o limpiar
vidas terrenales, también acompañábamos las ceremonias
de despedida del mundo de los mortales. A Josecito nunca
le gustaron los entierros, puta me tocó a mí, con mezcla de
rechazo y compasión iba a buscar una lata de anilina, “si no le
alcanza Doña, puede venir a buscar más, también vendemos
suelta”, sabía que en general una lata no alcanzaba, trataba
de hablar lo mínimo posible, respetar ese momento, algunas
insistían “¿cuánto hay que poner? ¿con agua fría o caliente?
¿hay que agregar sal gruesa? ¿cuánto? …” “Pá, la señora quie-
re preguntarte algo; ahora le explica Doña”.
Habilidad para rajarme siempre tuve, me iba a servir a
otro cliente o a pararme en la puerta de la ferretería, me en-
cantaba ver desfilar el mundo, tranvías, coches, peatones…
Cuando vi pasar la viuda del día anterior con ese solero ne-
gro escotado mi respiración de niño asmático quedó entre-
cortada, “nene no me alcanzó, podés traerme otra latita a
casa, te daré una propina y…” me decía con voz terciopelo,
yo ya me imaginaba golpeando a la puerta, el solero negro
que me abría, “pasá nene pasá, sos un amor…”, pero menti-
ra, no me decía nada, fantasías de mi cabecita verde ¡¿qué se
creen!?, no sólo hay viejos verdes, también hay niños verdes,
habla la experiencia ¡qué bien le quedaba el luto! pasó de
largo sin siquiera saludar, así no se debe tratar a los niños,

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Josecito de la ferretería

después salen delincuentes… o poetas; única diferencia, el


objeto de la transgresión.
Con el tiempo comencé a tratar de entender ¿viejo verde?,
¿sangre azul?, ¿sindicalistas amarillos?, ¿diablos rojos?… ¡co-
lores y anilinas!, ¡un mundo! explosión de símbolos, lenguaje
concentrado, colores sin palabras ni filtros. Negro = luto se en-
tiende, volvemos al reino de las tinieblas, negro = lujo es más
difícil de entender, detengamos el objetivo sobre limousines,
smokings o vestidos negros en aristocráticas celebraciones; no
cabe duda, el negro es también símbolo de lujo. Me pregunto
si luto+lujo = eros, después de todo, el éxtasis amoroso no está
disociado de la muerte, ¿a ustedes no les pasa que alcanzado el
delirio les dan ganas de morirse ahí, en el mejor momento?, no
estoy convencido pero… ¿compararon colores de ropa interior
femenina?, ¿tal vez yo no era un niño verde?, ¿tal vez ese solero
negro transmitía otro mensaje que el mismo solero color ma-
rrón? De todos modos el luto pasó de moda, también pasaron
de moda velorios caseros, cortejos fúnebres, féretros llevados
por carrozas y caballos, la muerte era otra cosa ¡entierros los
de antes! valía la pena morirse, ahora ni vale la pena, ahora…
Por si les queda alguna duda, miren el blanco. Blancos ves-
tidos de novia, blancos delantales de médicos, blanca sotana
de los papas, blanco = pureza. La gente cree, difícil compren-
der los fundamentos de esas creencias. Se creyó durante siglos
que el azúcar blanco era mejor, más puro; el azúcar moreno,
mascabado, rapadura, panela o como lo llamen era para po-
bres y esclavos de las plantaciones. Entonces inventaron tec-
nologías para refinar el azúcar, para que quede lo más blanco
posible; se equivocaban, el azúcar más nutritivo era el otro,
el moreno, lo mismo pasó con la harina de trigo… se buscaba
la blancura como símbolo de pureza, comer blanco aunque
menos nutritivo. Si quieren más historias sobre el tema, con
mucho gusto les podré hablar del falso rosa de los salmones o
del dudoso amarillo de las medialunas.

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Colección “Historias de vida”

Antes que me peguen el grito ¡Josecito ya te fuiste por las ra-


mas! volvamos a la ferretería vieja. No vendíamos sólo anilina
negra, la gama de colores e ilusiones era muy extensa, después
del negro había dos que tenían mucha salida, adivinen… ¿No
adivinan? ¿Y vos Mario?… ¿Tampoco?… no puede ser. ¡Director
del diario Desde Boedo y no adivinás! cuento hasta cinco: uno…
dos… tres… ¡sí querido!, ¡sí!, ¡el azul y el grana por supuesto! Me
acuerdo que tenía trece o catorce años, San Lorenzo estaba por
salir campeón, había que reponer el stock todos los días, comen-
zó a escasear como si fuera kerosene. Venían en grupo, “¿Cómo
no te queda anilina azul? ¿Dónde vivís pendejo? ¿Sos hincha de
River? Peor, debe ser hincha de Boca, o de Ferro, este es capaz
de ser hincha de Ferro, no, en la ferretería de enfrente tampoco
hay, ni en la de la otra cuadra, Don, –se dirigían a mi viejo–, este
pibe no entiende un carajo, a ver si nos consigue tres cajas de
anilina azul y tres de roja para mañana ¿para el viernes?, bueno
que sea para el viernes Don, último plazo, mire que el domingo
salimos campeones. ¿Cuánto es? ¡No! ¡No! se la pagamos ahora,
así ya queda reservada, entienda Don, es… ¿cómo explicarle?…
es muy, muy importante”, y se iban cantando “¡Sí sí señores, yo
soy de Boedo! ¡Sí sí señores de corazón! Porque este año de aquí
de Boedo, de aquí de Boedo…!”.
¿Por qué el cura Lorenzo Massa eligió el azul y el grana
para la camiseta de San Lorenzo de Almagro? 36

36 Según cuenta la leyenda, un día de su juventud, el recordado y afable sacer-


dote Domingo Pizzuli, quien oficiaba sus misas en la capillita de la calle México,
tuvo esa inquietud y se la planteó al padre Massa en persona: ¿De dónde sacó los
colores de San Lorenzo? ¿De Tigre? Me dijo que no lo conocía. Entonces, habrá sido
del Estudiantil Porteño, de Ramos Mejía, insistí. Menos, me respondió. ¿Del fútbol
internacional, el Barcelona, tal vez?, volví a preguntar. Tampoco. Ven, ven..., me
contestó. Me llevó caminando hacia la basílica de María Auxiliadora. Y cuando
entramos me dijo: fíjate ahí arriba, en el camarín, como está vestida María Auxi-
liadora. Tenía una túnica roja y un manto azul. “De ahí los saqué”, dijo orgulloso.

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Josecito de la ferretería

Cortavidrios, picados y Jabulani 37

Memoria no es pasado sino alas del presente


Pepe corazón de gorrión

Ruedo luego existo


René Descart’ado

Rueda que rueda en Colombres antigua,


pelota de trayectorias imprevistas entre
baches y adoquines, picados cuna de
grandes, grandes jugadores y grandes
puteadas. Krrraaash!!!! kraash…krr…
Pelotazo, ventana destripada, astillas de
vidrio en el aire como puntos suspensi-
vos, enjambre de pibes zumbando, volatilizados antes que ...
“La remil puta madre que los parió”... saluda cordialmente la
propietaria al público ya ausente.
Colombres empedrada, ni tranvías ni ómnibus, sí vacas
matinales ofreciendo leche fresca de la ubre a su mesa, sí feria
dos veces por semana entre Constitución y Cochabamba, “¡A
lo melooone!, ¡a lo melooone!, ¡Maaadura la saaandia maaa-
dura!” A mi vieja le gustaba el pescado, cosas de inmigrantes,

37 Palabra que significa “celebrar” en lengua Zulú (http://www.footba-


ll360.info), utilizada para designar la pelota oficial del mundial de fútbol
del año 2010, realizado en Sudáfrica.

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Colección “Historias de vida”

ni bien clareaba, changuito en mano se dirigía al entrevero


de gritos y puesteros, cuanto más temprano mejor pesca de-
cía, a veces en ruso, a veces en yiddish, a veces en castellano,
y en general mezclando idiomas según su estado de ánimo.
Regresaba eufórica si traía como trofeo de guerra un dorado
del Paraná proclamando aromas de guefilte fish.38 En el 1380,
vecino a mi casa, estaba el corralón, carros y caballos, papas,
ajos y cebollas esperando el día de feria. Colombres antigua,
carnavales con guerra de agua, veredas en charla, picados
suspendidos por pelotazos traicioneros.
Ruedan que ruedan, en el caserón del tiempo, pelotas de
caucho, de trapo, de cuero, ruedan que ruedan, cortavidrios,
planetas, vidas, existencia milagrosa de herramientas que
perduran, sin pilas, sin cables, sin digitales circuitos, sólo el
arte del tajo en el vidrio, del martillazo preciso en el clavo, del
ojo en la gota del nivel para que ciudades crezcan aplomadas.
Memorables pelotas sin enchufes, sin play station, sin teclas
astuciosas enviando pases virtuales, sin sabios cálculos mo-
delizando la trayectoria del balón contra resistencias del aire.
Sólo el arte del chanfle y sus efectos mortales, de gambetas
magistrales, de túneles y cardíacas aceleraciones, de cabezas
y chilenas inflamando multitudes.
Desde sus sesenta noviembres, un ex-ferretero contempla
el mundo con filosofía boedónica, tratando de entenderlo no
a partir de grandes principios, sí a partir de cotidianos obje-
tos, entonces envía una pregunta a la olla pa’ que la paisa-
nada mastique entendederas: ¿dónde se cruzan cortavidrios,
picados y Jabulani?... Pará Josecito, ya empezás de nuevo, vos

38 Guefilte fish: literalmente pescado relleno, comida tradicional de los


judíos de Europa central y oriental.

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Josecito de la ferretería

vivís afuera, el cuatro a cero fue un trauma nacional,39 no es


tema para joder. No lo digo para joder Mario, lo digo para
pensar.
Rueda que rueda el cortavidrios, la visión de un niño
asombrado se desliza acompañando la diminuta herramien-
ta, la marca, el golpe seco y los vidrios a medida listos para
devolver su visión a las ventanas. En Colombres estallaban,
en la ferretería de Boedo resucitaban. Al fulbito de la calle se
lo llevó el asfalto y el tráfico, a la feria se la llevaron los súper
y el “progreso”, ni hablar de vacas matinales, otra calle, otra
vida. Pero como dijo el filosófo “todo cambia nada cambia”,
bajo otras formas perdura el espíritu del picado y el ansia de
leche fresca. Por eso, cortavidrios, picados y Jabulani no se
cruzan en un punto, ruedan en mundos paralelos.
Rodó y rodó la Jabulani en Sudáfrica 2010, los pobres que
habitaban cerca del gran estadio del Cabo fueron amonto-
nados en Blikkiesdorp, “zona de realojamiento temporario”
(léase villa miseria) concebida en 2008 para evitar a turistas
espectáculos desprolijos, God save the tourists. Los tradicio-
nales vendedores ambulantes también rodaron; en las inme-
diaciones del estadio, la FIFA sólo aceptó “comercios auto-
rizados”.40 Luego de la euforia mundialesca, africanos que
intentan evadirse de la miseria siguen ahogándose en medite-
rráneas pateras. Amén.
Rodó y rodó la Jabulani ya ni de trapo ni de cuero, moldea-
da con látex, EVA (etileno-vinil acetato) y TPU (termoplástico
poliuretano), concebida científicamente para Adidas por la

39 En referencia al partido que Argentina perdió contra Alemania en los


cuartos de final del mundial de fútbol del año 2010.
40 Nota de David Smith, “The Guardian” (Londres) publicada en “Cou-
rrier Internationale N° 1018.

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Colección “Historias de vida”

Universidad de Loughborough-Inglaterra; objetivo: mejorar


la aerodinámica de balones y negocios, fabricada en China
con tinta china… Según plantean los filósofos boedónicos,41 la
trayectoria de la Jabulani está condicionada por las masas de
dinero acumuladas en los polos de la Fifa. Moraleja: el depor-
te termina fifado.42 Yo digo, no para consolar traumatizados
compatriotas, digo porque así lo siento. Si hubiésemos perdi-
do el mundial del picado, sería el primero en llorar, pediría
ojos secos, lágrimas prestadas para seguir llorando, pero por
cuatro Jabulanis a cero de fútbol curros negociados, ¿por qué
llorar compañero?
Cortavidrios, picados, artistas y soñadores boedónicos, los
que rodamos por el arte de rodar, seguiremos jugando con las
pelotas que podemos, hechas de charlas y aliento, de contra-
golpe, de vez en cuando ganamos una alegría, nuestro mayor
premio. Festejamos el N° 100 del periódico Desde Boedo. ¿Y si
la historia caprichosa se acuerda más de este evento que de
Jabulanis en búsqueda de alma y de cuero?

41 Ver nota de Leonardo Busquet en “Desde Boedo” N° 98.


42 Expresión del lunfardo cuyo origen desconozco. En lengua castellana
culta y en contexto de bolas que ruedan, podría traducirse por “sodo-
mizado”.

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Josecito de la ferretería

Aromas de mi cuadra

Boedo mil quinientos, mano derecha rumbeando hacia el


sur, aromas vuelven, algunos en el aire otros en la memoria;
ejercicio de alto riesgo encerrar aromas en palabras, más aún
cuando no se trata de jazmines, praderas o de salobres axilas
después de…, se trata de suelas cuadernos bulones.
En una mesa del bar Cao con música de fondo de cum-
ple feliz, Mario y Diego coinciden en que los bulones tienen
aroma, es más, Don Bellochio comienza a disertar, en una
muestra de sapiencia boedónica, sobre el atractivo olor de las
materias putrefactas en su punto de equilibrio, dando como
ejemplo el pis de gato antes que se pudra completamente.
Para confirmar esa sabia hipótesis recordamos que los perfu-
mes más deliciosos contienen desde épocas remotas cantida-
des ínfimas de componentes repugnantes como excrecencias
de cachalote, llamadas de manera culta ámbar gris,43 u orín de
mofeta, animal más conocido como zorrino. Para los lectores
apasionados por el tema les recomiendo la novela El perfume
de… Josecito. Ya empezás con tus vueltas, de los aromas de

43 El ámbar gris proviene de las excrecencias del cachalote. Se recogía


flotando en las playas o al cazar al animal. Se usa desde la antigüedad en
la composición de los perfumes, a los que brinda una nota cálida, ani-
mal, de sándalo y tabaco, afrodisíaca según algunos. Por ser muy graso
sirve además para fijar los aromas de componentes volátiles del perfu-
me. Ya en el siglo XV se cotizaba a precio de oro. Dada la prohibición
de cazar cetáceos se reemplaza hoy en día por un producto de síntesis.

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Colección “Historias de vida”

Boedo al mil quinientos nos llevás a la historia del perfume,


quiero que asumas el desafío: describir los aromas de tu cua-
dra. Te recuerdo que la edición cierra antes de fin de mes.
Trataré Mario, trataré…
Pisando la esquina esa tarde de abril 2012 los efluvios de la San
Antonio: pizza café medialunas charlas risas… me llevan años
arriba, cuando a los trece desayunaba ahí con los grandes: pinto-
res albañiles mecánicos y otros laburantes. Los aromas acarrean
recuerdos imágenes sensaciones, me arrojan al túnel del tiempo,
comienzo a transitar huellas dejadas por aromas de antaño.
¿Cómo describir el aroma de la librería Sarmiento? Esa
combinación de páginas vírgenes, inocencias maravilladas
de primeros cuadernos, grafitos en el corazón de los lápices,
tintas chinas soñando caligrafías y frases eternas, témperas o
acuarelas para garabatos de niño o sueños de artista. Emana-
ba de la librería un aroma calmo, un aroma contemplativo de
libros esperando su lector, un aroma párpado para ver hacia
adentro, un aroma esdrújulo para acentuar primeras sílabas
librando las palabras a su propia caída. Comparen con la San
Antonio, aroma agitado, de fuego, de sonidos espumantes;
comparar es una manera de acercarse al descubrimiento.
¿Y el almacén de suelas Bonomo? Ya voy Mario, seguiremos
hasta la vieja Tacita en la esquina de Inclán, ahí me paro, el
recorrido es de una cuadra, por supuesto valdría la pena visi-
tar la célebre confitería “La Giralda”, pero hay que cruzar In-
clán. Ahí no entraremos aunque ganas no me falten, hay que
respetar el reglamento, advierto para no desahuciar lectores.
Pensar que cuarenta años después conocí en París al hijo, Haby
Bonomo, hablando hablando nos dimos cuenta que habíamos
nacido en la misma cuadra… Sí ya sé, que no me vaya por las
ramas, digámoslo entonces sin ambigüedades: el aroma del al-
macén de suelas es aroma de Minotauro, de hembra copulando
con toro, aroma nupcial nacido de la unión de bestias y sacri-

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Josecito de la ferretería

ficios. Gemidos de ovejas o terneras desolladas impregnados


en gamuzas, vaquetas o badanas, combinándose con sintéticas
emanaciones de colas neoprene, suelas de pvc, rellenos de po-
liuretano… produciendo efluvios de madera mamífera nacida
de la transgresión en la frontera de los reinos.
Por orden del recorrido vendría la ferretería, pero aspire-
mos antes una nota de frescura, entremos en la peluquería para
hombres de Don Gregorio, justo al lado, en el 1563, esencial
para equilibrar el perfume de la cuadra. Colonias y gominas
contribuían a la agradable fragancia que reinaba, no fragancia
sintética de peluquería unisex siglo xxi, fragancia rústica de no-
tas animales arrancadas por navajas a lonjas de afilar y cueros
que tapizaban las sillas del peluquero, tronos giratorios donde
niños se convertían en efímeros reyes y transportaban adultos
en nubes a medida. Agregar esencias metálicas de toallitas para
fomentos, esterilizadas en bellos autoclaves o rociadores como
lámparas de Aladino, aportando alivio a rostros o nucas recién
afeitados. Así nacía ese aroma de peluquería que podíamos
disfrutar el tiempo de un corte de pelo, hasta que un cepillado
prolijo señalaba el final del viaje.
Los habitués de estas historias ya conocen la ferretería Don
Miguel, era mi mundo. Los aromas se fragmentaban, se fija-
ban en rincones y estanterías: aroma escoba de paja en la en-
trada, de solventes y querosén en el fondo, de bulones engra-
sados masilla gomalacas sogas yeso limas estopa… Notas que
componían un perfume misterioso de cueva de los milagros,
donde calentadores Primus recobraban llama y aliento, espe-
jos rotos recortados parían espejitos recién nacidos, o latas de
pintura blanca adquirían el color deseado sacudiéndose en
una máquina estrambótica.44

44 Se trataba de una maquina mezcladora, montada sobre cuatro gran-


des resortes, que sacudía las latas de pintura cerradas a las que previa-

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Colección “Historias de vida”

Y ya llegamos a la esquina de Inclán, en la vieja Tacita rei-


naba el aroma sacro del vino, aroma absoluto de biblia ma-
dura, de madera frutal, de nostalgias embebidas. Mesas de
madera parroquiana y toneles de roble 45 agregaban densidad
a la túnica que Dionisios tejía para proteger la frágil embria-
guez de historias y gargueros.
Esa fue, es, mi cuadra en aromas que caen destilados aquí
con mis pasos.

mente les habíamos agregado los entonadores, obteniendo el color de-


seado para asombro de los clientes.
45 El vino de la casa era eso, vino de la casa, el tano lo hacía en su bodega
artesanal en el fondo de la Tacita.

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Josecito de la ferretería

El teléfono de antaño

Delicada la memoria, aun si transitamos


sus senderos menos ásperos. Viñetas de
la ferretería vieja; no se trata de pogro-
mos en Rusia o en Ucrania, ni de compa-
ñeros desaparecidos en Argentina, ni…
De todos modos la memoria tiene algo
de cebolla, capas sucesivas ocultando
alguna historia en el centro del bulbo,
comenzamos a pelarla y surge un llan-
to cortando pieles adentro. Tendría que
parar con estas viñetas. Mario insiste,
dale que ya tenés tus seguidores, mentira piadosa, me hago el
boludo. Una de las mejores cosas que aprendí en Boedo es a
hacerme el boludo, no se imaginan cómo me sirvió en Francia
(y otras comarcas menos reputadas). Hacerse el boludo no es
una boludez, insisto, es un arte, deberíamos montar una aca-
demia internacional del boludeo. Así como vienen a aprender
los primeros pasos del tango que vengan a aprender a bolu-
dear, sería una generosa contribución para afrontar la crisis
mundial que se viene, que ya está, que hace olas, que puede…
No señores, no me vengan con chicanas, dije para afrontar-
la, no para resolverla, nadie resolverá nada, ni Dios, ni los
Sefikill (op. cit.), ni Messi, ni… Vendrá la marejada, cuando
bajen las aguas habrá que leer en la arena si las algas reve-
laron algún secreto; por ahora barco a la deriva, acaban de
acordar, hoy, nueve de junio del año dos mil doce, inyectaron
100.000.000.000 de euros en la banca española para… como

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Colección “Historias de vida”

araña en celo pongo todos los huevitos, sí, como escucharon,


cien mil millones de…
¡Siempre lo mismo Josecito! no sé cómo hay lectores que te
siguen, en cualquier momento sacás una lata de esmalte Apeles
1955 y la vendés en internet como si fuera vino añejo. ¿Y el telé-
fono? Ya va, ya va, primero te cuento que me acabo de levantar
de la siesta en Montpellier, deambulando en el bulo como… un
zombi, eso, como un zombi; por si faltaba algo perdí la bombi-
lla, no la encuentro, claro, si la perdés ahí salís a la calle y com-
prás otra, pero aquí no venden bombillas, es en esos pequeños
detalles que se concentra la densidad del universo, donde un
individuo, una partícula como yo, entra en órbita. Privado de
mate me tiro nuevamente, pienso, tal vez me parezca que pien-
so, inesperadamente surge el viejo teléfono, compruebo que la
siesta me dejó sin defensas, trato de asociar a ver si entiendo
algo: tubo negro ausencias exilio… teléfono.
Contar transmitir filosofar, desde la ferretería vieja con-
templar la evolución de un mundo, como desde una colina
apreciar matices de una ciudad atardecida. Un pequeño ob-
jeto resume una época: celulares tenedores martillos aldabas
vasijas de barro piedras afiladas, permiten leer épocas que
se suceden hasta que un día dejen de sucederse, porque…
porque el sol se enfriará inexorablemente… pero eso es otro
capítulo. El teléfono viejo era bello, formas y funciones en
ejemplar harmonía generaban su propio lenguaje: colgar era
colgar el auricular en la horquilla, el tubo para pegar un tuba-
zo, el disco para discar… ahora se cuelgan las compus, difícil
entender de donde se cuelgan. En esa época, mediados del
siglo veinte, en el barrio de Boedo de la ciudad de Buenos
Aires no abundaban los teléfonos, se pagaban por mes, no por
llamada, segundos o impulsos, entonces a la clientela se lo
prestábamos gratis. Cada época su marketing, ahora te dan
puntos en el súper, en la estación de servicio, en la peluquería,
cuando juntás suficientes puntos los cambiás por una banana

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Josecito de la ferretería

con cierre relámpago, una remera Shell o una rapada de pelo.


Nosotros prestábamos el teléfono.
“Sí doctor ¿A qué hora?, mire que tiene treinta y nueve de
fiebre, lo más rápido que pueda, sí, sí, entre Tarija y Pavón,
no, de la vereda de enfrente, sí, sí, al lado de la carbonería de
Don Santiago, lo espero, gracias doctor”. “No, el sábado no,
si cae domingo hay que festejarlo domingo, no, no, trae mala
leche festejar los cumples antes. ¿No pueden? Bueno, avisale
a los viejos, no sé, lo dejamos para la semana que viene”. La
mayoría hablaba poco, decían lo que tenían que decir y corta-
ban, pero como siempre hay excepciones, como siempre hay
gente, hechos, dichos, que se fijan en las catáfilas de la cebolla,
dos personajes quedaron asociados al viejo teléfono. Osvaldo
el quinielero, él no cortaba nunca, como niño cantor de lote-
rías de navidad le daba su ritmo/melodía a la magia de los
números. Ahora percibo fibras de poesía entre las metáforas
apostadas. A la cabeza: siete a la niña bonita, diez al caballo
loco, quince al cura, dieciocho al muerto que parla y veinte al
jorobado. “Negro, escuchá esto, vino Doña Rita, no, no, la que
enviudó hace poco, la viejita que vive al lado del colegio, el
de Boedo y Rondeau, vino a contarme toda alterada que soñó
que se ahogaba, que en fondo del mar se encontraba con el
dorima, que le decía te lo tenés merecido y en eso llegaba un
pulpo gigante…Le pregunté ¿A qué número le juega Doña
Rita?, el número ponelo vos me contestó, yo te conté lo que
soñé pero sos vos que entendés de eso. ¿A qué le jugamos ne-
gro? El 17 es fiesta y el 20 es desgracia, por eso no estoy segu-
ro, vaya a saber cómo toma la muerte del dorima. Tenés razón
negro, ponele diez mangos al 17 y diez al 20. Ahora te canto a
la cabeza: quince a los palitos, quince a la niña bonita, veinte a
la cana, veinte a la virgen, veinticinco a la víbora…” Recitaba
las apuestas como una plegaria; luego, sin cambiar, el saludo
de despedida, decía mostrando su fidelidad al puesto: “has-
ta la próxima Negro, aquí estoy, siempre en la brecha, cum-

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Colección “Historias de vida”

pliendo”. Osvaldo el quinielero me magnetizaba, un hombre


en clave, surgido del mundo mágico de las cifras.
El viejo teléfono estaba en la primera pieza, detrás del local,
parado sobre la mesita multipropósito que en las pausas me
servía para hacer deberes o completar algún álbum de figuri-
tas. Llegó el momento de hablarles de la señora Moretti, ella
no me magnetizaba, me trastornaba. Alta, rubia, ojos claros,
esbelta, con ese halo perfumado que la rodeaba siempre. Por
supuesto que me acuerdo del verdadero apellido, el pecado ya
perimió, probablemente también la bella señora, pero un niño
confidente no traiciona. “¿Me dejás un ratito?”, así comenzaba
la ceremonia, me daba vuelta los sesos al pronunciar ¿Me dejás
un ratito? con ese tono picoso dulzón que era mi recompensa,
ni siquiera una propina, me levantaba como un boludo, así se
aprende de niño, entraba al local de la ferretería con la inocen-
cia a cuestas. Un día Simón, el empleado, me avivó, “es casada
Iósele, el marido es médico, debe andar muy ocupado”, acota-
ba sonriendo con ironía, como gozando por procuración de la
metida de cuernos. Ya con conocimiento de causa, trataba de
escuchar las conversaciones, me quedaba dando vueltas, iba a
la segunda pieza a buscar pintura, volvía al local, salía al patio
a buscar gomalaca blanca, dejaba caer un paquete de tornillos
cerca del teléfono… peor, sólo captaba algunos susurros que
terminaban de revolverme los sesos.
Algo pasó aquel día, la señora Moretti se equivocó al col-
gar el tubo, estaba pálida, casi se cae al piso; ella y el tubo que-
daron oscilando, como péndulo colgado del destino, apoyada
en la mesita no se movía, no importa dije, pensé que había
recibido una mala noticia, le pasa a cualquiera, me di cuenta
que no escuchaba, colgué el teléfono, me animé a preguntarle
“¿Le pasa algo señora? ¿Le pasa algo?...” “No, nene, nada,
nada”, dijo finalmente, “me siento bien, gracias”.
Salió lentamente, sin mirarme, su perfume se fue con ella.

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Josecito de la ferretería

Variaciones sobre el alambre

“Medís el diámetro, multiplicás por tres,


según los metros que te pida el cliente cal-
culás las vueltas”. ¡Como para no admi-
rarlo a mi viejo! ¿Dónde habrá aprendido
tantas cosas? “De todos modos si te pasás
no importa, va por kilo”, agregaba para
tranquilizarme. Después, mucho después,
me hablaron del fascinante número p (pi),
entonces no sabía que era 3,1415... seguido
de una cantidad de decimales tan impresionante que desde
hace siglos tratan de calcularla, de acercarse a la verdad sin
alcanzarla. Para Josecito, p (pi) era igual a tres, y si daba una
vuelta de más no había problema. Como decía mi viejo, iba
por kilo y el cliente no tenía que quedarse corto.
Ferretería universo escuela. “Dame veinte metros pibe”.
Alberto con gravedad albañil señalaba el alambre galvaniza-
do, yo chapaba el metro, medía setenta de diámetro, son diez
vueltas, me decía para adentro con ciencia ferretera, no exacta
pero precisa. Luego daba el golpe de gracia con una pinza tan
alta como yo, “sos un valor Josecito” me alentaba Alberto. Se
imaginan, el que les jedi volaba, quedaba suspendido en el
aire, ¿quién me sacó las baldosas? “Pare Don Alberto”, el Don
era de uso riguroso para tratar artesanos en la ferretería Don
Miguel. El ferretero, mi viejo, también merecía el título de
nobleza popular ¿Qué decía?... ¡Aaah sí!, ya me acuerdo, con
el ego hinchado la remachaba como correspondía, al ángulo

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Colección “Historias de vida”

y con efecto: “Pare Don Alberto, todavía no terminé, pesarlo


tampoco es moco de pavo”. Con parsimonia desplegaba la
coreografía, corría la balanza de platillos hacia el borde del
mostrador (hasta que uno de ellos quedaba en el aire) colga-
ba entonces el rollo de alambre vendido, en el otro platillo
agregaba las pesas hasta que la balanza en equilibrio bailaba
de alegría “¡Qué me dice jefe!” “Sos un valor Josecito” repetía
Don Alberto, “cobrá seis kilos y medio de alambre pa”, “van
cien gramos de yapa jefe” le tiraba bajito, poniendo punto a la
venta con complicidad agradecida.
Por eso les decía ferretería universo escuela, aprender no
sólo a cortar alambre, bombear kerosene, despachar masilla,
yeso, gomalaca… aprender a vivir, a pararse en este mundo,
hablar con los grandes, descubrir la fauna humana, también
recibir cachetazos, porque no todos eran como Alberto el al-
bañil o Francesco el carpintero; cuántas veces me habrán di-
cho “pará pibe, mejor que me atienda tu viejo” o, más deli-
cadamente, “ché boludito el yeso que cayó afuera también lo
pago, a ver si aprendés a laburar, limpiá la balanza y pesá de
nuevo”; entonces Josecito se la bancaba, aprendía a callarse
la boca, rajarse para sobrevivir, ya limpia la balanza espeta-
ba seco “cobrá dos kilos de yeso pa”, esta vuelta sin yapa.
Gran tema el trabajo de los niños, por supuesto que hay que
prohibir tanta niñez explotada, en socavones, surcos, calles…
pero tendrían que encontrarle la vuelta. Unas horas de vez en
cuando, no sé, cosa de leyes, tema difícil, control y cometa van
a menudo en yunta, pero digo ya cargado de años: ¡qué lindo
para un pibe aprender de su viejo laburando!
Ya sé, estoy perdiendo el hilo del alambre, de todos modos
el problema del laburo da para largo y para todos, no sólo
para niños, con tanto progreso casi podrían prohibir el laburo
de los adultos, organizarse para disfrutar del mundo… ¡Jose-
cito bajá!... Está bien, está bien, vuelvo a colgarme del alam-
bre, vendíamos muchos tipos: de estaño, para encofrados,

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Josecito de la ferretería

alambre tejido… de púas no, salvo encargo especial. El alam-


bre tejido se usaba sobre todo para ventanas, para que no en-
tren mosquitos, también para fiambreras. ¿Quién se acuerda
de las fiambreras? Los jovatos como yo; en el patio de la casa
de Colombres teníamos una. Para conservar ciertos chacina-
dos a veces mejor la fiambrera que la heladera, depende del
clima. La fiambrera exigía otra calidad de cantimpalo, bon-
diola, salame… ahora todo va a parar al frigo, otros tiempos
otras bondiolas… Me agarra la nostalgia, dejemos la fiambre-
ra para otro día, se merece una viñeta especial.
Alambre de púas, como les dije, no vendíamos. Ya saben
que con el tiempo y milicos de por medio, Josecito se fue a
Francia, se hizo antropólogo y aprendió entre otras cosas que
cualquier objeto se relaciona con otros objetos formando sis-
temas técnicos que hacen la historia y ayudan a entender los
sueños y pelotudeces de los hombres, así fue desde la edad
de piedra, bronce o hierro, hasta la era digital que hoy todos
disfrutamos. Cualquier objeto, aun pequeño, puede revelar
grandes historias; fíjense el estribo, quién diría que sin la in-
vención del estribo allá por los años mil y algo no hubieran
sido posible las guerras de caballería, había que hacer pié
con esas armaduras de la edad media, apoyarse en algo para
mantenerse en equilibrio con semejante parafernalia. Y sin la
invención del transistor. ¿Se imaginan el mundo sin transis-
tores?... ni computadoras, ni internet, ni… Tan chiquito y tan
grande.46 Algunos deben creer que fueron nuestros gauchos
que inventaron el estribo, el chorizo, el dulce de leche y…
el alambre de púas. Lo que tal vez hayamos inventado es la
imagen del gaucho como arquetipo de la identidad nacional

46 Lynn White, Tecnología Medieval y Cambio Social, Oxford Univer-


sity Press, 1962.

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Colección “Historias de vida”

para poder reventar a los indios47 sin tanta culpa, pero eso sí
es otro capítulo, flor de capítulo… Un historiador contempo-
ráneo le dedicó un libro ejemplar al alambre de púas,48 desde
su difusión en el oeste americano para delimitar tierras y en-
cerrar ganado, hasta su uso posterior en guerras, en campos
de exterminio nazis o en gulags rusos. Mostrando de manera
magistral la evolución de las relaciones humanas a través del
alambrado de púas, que permitía delimitar territorios, ence-
rrar animales… y gente.
Podríamos seguir remontando Historia porque el alambre
de cobre, bronce, plata, oro… viene de antes de Cristo, ¿cono-
cen las mandalas hindúes? una maravilla… la paro, de acuer-
do Mario, la paro.
¡¿Qué grande no?! De la vieja ferretería de Boedo, a la his-
toria de la humanidad. No se pierdan la próxima viñeta y si
tienen sugerencias escriban al diario; la ferretería cerró, pero
no la memoria de viejos clientes.

47 Hoy se dice “pueblos originarios”, aunque difícil saber quiénes fueron


los originarios.
48 Reviel Netz, Alambre de púas: una ecología de la modernidad, ed.
Eudeba, 2013.

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Josecito de la ferretería

Piolín

Poesía intenta plasmar emociones en


textos, trata que sonidos y ritmos fijen
esas emociones, a veces se aproxima,
nunca lo consigue. Letras y acentos,
como bulones y tuercas, tienen que
encajar, acercar palabras a lo que de-
sean expresar. Ya lo escribí en algún
lado, tal vez en estas viñetas, no me acuerdo, en todo caso vale
la pena repetirlo, me refiero a “culo”, en castellano suena de ma-
nera redonda cárnea, palabra y objeto se hallan en harmonía. Tal
vez sea chovinismo hispano fónico, pero me da la sensación que
el inglés “ass” es demasiado seco abrupto, no se acerca a culo,
menos aún el “cul” francés, sin la respiración de la o y con esa u
tan aguda que tienen, por eso… Josecito disculpá, pero te corto
de entrada, ya te lo dije mil veces, debemos respetar al lector, de-
bemos… Mario, era sólo para resaltar que piolín es una palabra
extraordinaria, fina maleable, como si alcanzara con la palabra
para atar una ristra de ajos, colgarla de una viga y que se vayan
secando hasta encontrar su sabroso destino, palabra que se pue-
de trenzar, enrollar, palabra piolín que hilvana, reúne.
Antes de entrar en la ferretería, aclaremos que se trata de
un americanismo (más bien argentinismo), así lo indica el Ma-
ría Moliner.49 Confieso que me sorprendió la interpretación del

49 María Moliner: Diccionario de uso del español, 1998, ed. Gredos,


Madrid.

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Colección “Historias de vida”

diccionario de lunfardo. Piolín: vesre de limpio.50 Parecería más


bien un diminutivo de piola, vocablo usado en el lenguaje mari-
no para designar cuerdas utilizadas en los barcos. Palabras como
seres, sufren, atraviesan mares, se adaptan, echan raíces en otros
surcos, abren nuevas flores. Miren que bien se aclimató la pala-
bra “piola” en las orillas del Plata, vaya a saber por qué ella y no
otras. ¿Por los barcos de nuestros ancestros? ¿Porque los inmi-
grantes tenían que quedarse piola como las cuerdas en cubierta?
¿O en realidad fingían quedarse piola?, pero no lo hacían, trata-
ban de pasar desapercibidos, que no los junen demasiado, todos
los que fueron alguna vez inmigrantes comprenderán, entonces,
“se hacían los piolas”, se abría otro significado… y así se fueron
abriendo las alas de esta palabra tan nuestra. ¿Qué pensarán los
sabios de Boedo de estas cogitaciones? Daría para más de un de-
bate acalorado en los bares del barrio.
Ahora sí pueden entrar. La cera virgen el alambre o la go-
malaca, requerían cierta maestría para despacharlos, el piolín
no, tómelo y páguelo, se vendía por rollo o por paquetes de
diez, tampoco necesitaba muchos consejos para su utilización,
como en el caso de la anilina o de las estufas a kerosene: agre-
gue tanto, espere que se enfríe, cuidado con… El interés del
piolín residía del otro lado del umbral, ayudaba a entender que
la ferretería era mucho más que una ferretería, era un engra-
naje esencial de la sociedad barrial. Dos palabras alcanzarán
para entender esto: pizza y matambre. A media cuadra, salien-
do de la ferretería hacia el norte, sin cruzar, estaba la pizzería
San Antonio; para ellos el de algodón, tenía que romperse de
un tirón, ¿ya vieron atar las cajas de pizza? Todavía pueden vi-
sitarla, esta pizzería atravesó las crisis, todavía siguen atando
las cajas como hace sesenta años, intenten imitarlos, después

50 Oscar Conde: Diccionario etimológico del lunfardo, 2004, ed. Taurus,


Buenos Aires.

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Josecito de la ferretería

me cuentan. Cruzando Boedo, en el pasaje Gallegos, estaba


la fábrica de matambre; para ellos el piolín de cáñamo, tenía
que resistir para enrollar con fuerza esta delicatesen criolla.51
Dejo a los especialistas boedónicos o al director del periódico
instruirnos sobre el nombre de esta fábrica, se me borró, lo
que nunca se me va a borrar es el aroma que impregnaba el
pasaje Gallegos a esa altura.
Como les decía, el piolín hilvana, reúne, me lleva una vez
más a los aromas que aún me envuelven. Uno se puede olvidar
de la marca de una herramienta, del nombre de un lugar, pero
la memoria de los aromas es otra, queda grabada en los subsue-
los del disco duro, imposible borrarla. ¿¡Cómo olvidar el aroma
de la ferretería vieja!? Esa mezcla de efluvios, de aguarrás kero-
sene masilla aceite de lino pinturas sogas… ¡Sí! hasta las sogas
tenían ese aroma típico de pasto seco. El yeso en polvo, la tiza,
la cal, también lo tenían, estaban en barricas abiertas que con-
tribuían a formar ese perfume indescriptible. ¡Shhhh! ¡Silencio!
No batan la idea, ¿se imaginan la marca “Quincailler” (ferrete-
ro) lanzando una gama de perfumes y lociones francesas para
hombres? Ya me estoy imaginando las imágenes publicitarias,
no, no les daré detalles, ya saben que soy medio degenerado.
Es más, me estoy imaginando el eslogan: “Áspero, sobrio, un
perfume para…” no, no, tampoco les voy a decir, después…
Ellos no compraban por veinte o treinta rollos como la pi-
zzería o la fábrica de matambre, ellos venían con monedas
contadas, ojitos chispeantes y esperanza fresca, esperanza de
que las monedas alcancen. En general se dirigían a mí, no a

51 El corte de carne matambre, que se encuentra entre el costillar y el


cuero, es un término argentino, proviene de su uso como pago al faena-
dor en los mataderos por ser un corte de baja calidad que no se exporta-
ba. De allí su nombre, proveniente de “mata hambre”. http://cocinachic.
net/origen-del-matambre-mataba-el-hambre/

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Colección “Historias de vida”

mi viejo, ni a Simón, el empleado histórico. “¿Alcanza con un


rollo de piolín para el barrilete?” Preguntaban emocionados.
“Sí, con uno les va a alcanzar, pero primero enrollan el piolín
en un palito de madera, así…” y comenzaba la demostración,
“bueno, después lo terminan ustedes”. Eso me gustaba, ense-
ñar, transmitir algo, aunque a menudo me frustraban, “ya sa-
bemos ¿nos regalás el palito?”. Y se iban saltando, coleteando
en el aire como si ya estuvieran volando.
Barrilete trazando deseos en el cielo, volar, volar, volar,
escaparse de terrestres pesadumbres, o jugar a volar, lo que
es lo mismo, pues la vida es un juego y el juego es vida. Barri-
lete, humanos sueños de viento y libertad danzando durante
siglos.52 Mariposas, serpientes, águilas… en celestes coreogra-
fías, delineando formas y palabras.53 Y así, tirando del piolín,
seguimos hilvanando, reuniendo, descifrando el mundo y su
historia en arabescos barrilete.
Pero no volamos, aquí permanecemos, de arcilla y fuego,
de barro y muertos, de sangres sin dueño, anclados en mue-
lles de tierra a pesar de aviones y parapentes, de piolines y
barriletes.

52 Fueron los chinos quienes inventaron este objeto volador que más
tarde, hacia el siglo dieciséis, llegaría a Europa y que hacia mediados del
siglo xviii fue utilizado por Benjamín Franklin para demostrar la carga
eléctrica de los rayos.
53 Interesante observar las palabras inventadas para designar el barrilete
en diferentes lenguas evocando formas vivas en vuelo: “aquilone” en
italiano (de Aquila: águila), “papalote” en México (de papalotl, mariposa
en náhuatl), “cerf-volant” en francés (de serp-volante, serpiente
voladora en lenguaje occitano), “kite” en inglés (en referencia al milano,
un ave rapaz de grandes alas). Me pregunto ¿de dónde sacamos la
denominación barrilete? ¿qué evoca? (en España le llaman cometa). Se
agradece enviar al diario vuestras sugerencias.

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Josecito de la ferretería

El viejo mostrador

¡Tanto tiempo Josecito! No se puede olvidar de mí, me decía.


¡Con todas las que pasamos juntos! ¿Qué fue de mi vida?, es
una larga historia. Los mostradores, como el pueblo, servimos
para que se apoyen en nosotros pero no decidimos mucho.
Cuando cerraron la ferretería vieja me fueron revendiendo,
fui yirando, dando tumbos como dice el tango; no me quejo,
algunas chambas fueron lindas. Me acuerdo de un almacén
de ramos generales allá por Trenque Lauquen, de una libre-
ría en Bolívar… pero la crisis pegaba duro, los boliches iban
cerrando, se vinieron los self service, ellos no necesitan mostra-
dores, tómelo y páguelo, se hacía cada vez más difícil colocar-
se, al final terminé aquí, en este depósito de muebles viejos,
tan al fondo que ya ni se acuerdan de que existo. ¿Quién va a
necesitar un mostrador como yo en esta época? Cuando nos
volvemos viejos es difícil adaptarse al cambio, por lo menos
a nosotros no nos ponen en geriátricos, entonces me quedo
aquí, tranquilo en el fondo, siempre se puede estar peor.
¿Querés saber dónde estoy Josecito? No sé, viste cómo son
las cosas, tanto dar vueltas, tanto te suben y bajan del camión,
que al final te mareás, la vida como un vals, pero imposible
rebobinar el tiempo, siempre das vuelta en el mismo sentido,
cuando querés parar se acabó la melodía y te caés. Tal vez esté
cerca de Boedo, tal vez haya vuelto al barrio, vaya a saber, lo
digo por los diarios que trae el pibe que labura aquí, esos dia-
rios que reparten gratis los sábados por la mañana en la esqui-
na del Margot; lo viene a leer al fondo para que el trompa no

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Colección “Historias de vida”

lo june, después los deja encima mío, por eso me enteré de las
“viñetas de la ferretería vieja” ¡Qué alegría me diste! como si
reviviera… pero te confieso que me puse celoso: la gomalaca,
la cola del kerosén, anilinas, cortavidrios, masilla, alambre…
cuando salió la viñeta de la plomada estaba furioso ¡Habla de
una miserable plomada y de mí no dice nada!. Yo que era el
centro de gravedad de la ferretería, que atraía a los clientes
como un imán, que…
¡Querido! ¡Qué alegría tener noticias tuyas! Tenés toda la
razón del mundo, un olvido imperdonable; además confieso,
la idea fue de Ester. ¿Te acordás?, era mi novia, sí seguimos
juntos, más de cuarenta años, dos hijas, cuatro nietos, milagros
del amor, nosotros también yiramos, al final anclamos en París,
especial para cultivar nostalgias, otro día te cuento. ¿Por qué
no escribís del mostrador? me dijo. Es cierto, eras el centro de
gravedad y más aún: corazón dársena escenario consultorio…
Una vez atravesado el umbral se alargaba tu presencia hacia
el fondo, de un lado los ferreteros, la estantería; los clientes
del otro, arrímense, vengan con sus pedidos problemas ilusio-
nes… este es el decorado, nadie pasa del otro lado del espejo,
como en el teatro, actores y público deben respetar las reglas.
¡La cantidad de obras que hemos hecho! Un elenco de pri-
mera; yo el mostrador en el centro de la escena. “Se me quemó
la resistencia de la plancha, me la puede cambiar Don Mi-
guel”. Tu viejo, actor como pocos, agarraba la plancha como
si fuera una pierna quebrada, la apoyaba sobre mí, le echaba
una mirada comentando “si tengo repuesto con mucho gusto
señora, no es seguro, la tengo que desarmar”. “Es que trabajo
a pedido, Don, sin la plancha no podré entregar, además…”
la pobre mujer angustiada explayaba argumentos convocan-
do la pachamama para que aparezcan repuestos. Una vez
desarmada, tu viejo miraba la resistencia quemada, se daba
cuenta en seguida si podía o no cambiarla, pero seguía re-
visándola en silencio creando suspenso, luego miraba a la

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Josecito de la ferretería

mujer saboreando el poder de crear esas mínimas felicidades,


“tiene suerte señora, la puedo arreglar”.
Así es Josecito, yo era la sala de urgencias donde atendía-
mos sufrimientos de estufas a querosén con sus velas rotas,
canillas con sus cueritos usados, faroles con mechas en ago-
nía… Pero no sólo recibíamos enfermos, también concurrían
deseos fantasías ilusiones, para inventar colores, espacios,
texturas… “¿Qué le parece Don? Son cuatro piezas que dan
a un patio, quiero pintar todo, estoy cansada de… quiero
que… ¿me entiende?”. Ahí sí que se jugaba el arte del vende-
dor, informar aconsejar seducir… “El blanco le dará mayor
volumen, podría ser un crema muy pálido casi blanco, se va a
cansar menos, las puertas en el mismo tono pero más obscu-
ras, para darles otra profundidad, sí por supuesto; si le gusta
el durazno puede quedar bárbaro, es usted quien decide …”
En caso de indecisos graves, tu viejo cambiaba la puesta en
escena, agarraba el muestrario de colores y pasaba del otro
lado del mostrador, “venga, aquí hay mejor luz, mire con
tranquilidad”, el cambio de posición de los actores surtía a
menudo su efecto, aunque no siempre, “si quiere se lo presto,
se lo lleva a su casa y vuelve”, decía en última instancia, y si
no volvían, paciencia… Lo más importante no es vender, sino
conservar el cliente, era el lema de la casa.
La verdad Josecito fueron años de oro, todo no está per-
dido, todavía existe el arte de la venta, todavía hay mostra-
dores en ferreterías, almacenes, farmacias… poco a poco van
mermando. Primero los súper con su autoservicio, ahora la
compra por internet, mirá Amazon, la gran librería disque-
ría “global”… están exterminando miles de libreros en todo
el mundo, en Buenos Aires, Roma, México, New York… El
librero que sabía y te aconsejaba. Yo, viejo mostrador, olvida-
do en el fondo de este depósito no puedo hacer nada. El otro
día escuché una nueva palabra: “consumactores”, me gustó,
ustedes los consumidores pueden hacer mucho, pueden te-

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Colección “Historias de vida”

ner mucha fuerza, el problema es que no se dan cuenta, co-


miencen por no comprar cualquier cosa a cualquiera en cual-
quier lugar, después hablamos. Ya les dije, no estoy contra el
progreso, pero hay que saberlo digerir. Josecito, por qué no
entrás en Google “mostradores antiguos/imágenes”, tal vez
me encuentres, sería un alegrón. Mientras seguiré soñando
en el fondo de este depósito con algún Quijote que pague por
devolverme a la vida, para instalar un negocio, no sé de qué,
quesos de campo, juguetes de madera, tejidos artesanales…
ideas hay muchas.
Recuerden, si se les ocurre poner una ferretería, memoria
y experiencia no me faltan.

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Josecito de la ferretería

Apéndice

Tecnología y derechos humanos: 54

¿Hacia una reapropiación


social del progreso tecnológico?
José Muchnik

Introducción: de ferretero a ingeniero herético

Cuarenta años han pasado, volver a “dar clase” en la Facultad


de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. ¿Qué decir?
¿Qué transmitir? ¿Diálogo entre generaciones? Fácil enun-
ciarlo, difícil ponerlo en práctica, más aún para un ferretero
poeta ingeniero químico convertido en antropólogo… casi,
casi sin querer.
Durante mis primeras experiencias profesionales en Ar-
gentina encontraba una brecha importante entre el saber
universitario que poseía y el saber de operarios, productores
y empresarios que descubría en el terreno. Tuve entonces la
sensación que las tecnologías que veía, lo que había aprendi-
do a mirar (equipos, procesos, flujos de materia, de energía…)
eran sólo el 10% del iceberg, el 90% restante, lo que explicaba

54 Extraído de la charla impartida en la Facultad de Ingeniería de la


Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Extensión Universitaria y
Bienestar Estudiantil, Área de Promoción y Defensa de los Derechos
Humanos, el 4 de octubre 2013.

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Colección “Historias de vida”

el funcionamiento de esas tecnologías y su evolución, esta-


ban inmersos. Los saberes que permitían conducir, controlar
y regular los procesos de fabricación, apreciar la calidad de
los productos, las redes de información necesarias a la actua-
lización de los conocimientos, las formas de transmisión de
los mismos… no eran fácilmente visibles. Trabajando sobre
la industria agroalimentaria, encontré que la brecha entre co-
nocimientos empíricos y conocimientos científicos era más
evidente; las tecnologías de fabricación de muchos productos
tradicionales (quesos, chacinados, miel de caña, arropes, vi-
nos caseros…) no estaban ni siquiera descriptas.
Me fueron del país en 1976, dictadura militar de por me-
dio. Exilado en Francia me dejé entonces arrastrar por la vo-
rágine de cambios, cambio de país, cambio de idioma… de-
cidí cambiar también de profesión y realicé un doctorado en
antropología; título de la tesis: “Tecnologías autóctonas y ali-
mentación en América Latina”. Me interesé por la descripción
material de dichas tecnologías, por su significación cultural,
su rol en las evoluciones sociales y, sobre todo, por las relacio-
nes entre las maneras de comer y las maneras de producir lo
que comemos, dicho de manera académica: las interacciones
entre culturas alimentarias, el valor simbólico de las comidas
y los sistemas técnicos de producción de las mismas, inclu-
yendo las tecnologías de producción agrícola y las tecnologías
de alimentos. En pocas palabras, una cuestión de carácter uni-
versal: ¿cómo las tecnologías contribuyen a entender el senti-
do que le dan a su existencia los hombres en sociedad?, y una
cuestión específica: ¿cómo describir, analizar y valorizar las
tecnologías locales que jugaban/juegan un rol esencial en la
alimentación de la población?
Cuando me propusieron dar una charla en “mi facultad”
sobre la relación entre tecnología y derechos humanos, acepté
sin dudarlo, porque la facultad, como el barrio, el colegio, el
país… y (sobre todo) la mujer que uno ama, se encarnan más

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Josecito de la ferretería

cuanto mayor la ausencia. Hace treinta y nueve años que no


daba clase en “mi facultad”, el tema es polémico, la emoción
está, un desafío importante.
Precisemos antes de comenzar, que consideraremos los dere-
chos humanos según lo planteado por la declaración universal
de la Asamblea General de la ONU del 10 de diciembre de 1948,
que atribuye a las personas “la satisfacción de los derechos eco-
nómicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y
al libre desarrollo de su personalidad” (art. 22) y el derecho “a
condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo” (art. 23).

1 La tecnología: eficiencia operacional,


significación cultural, organización social

Edades de piedra, de hierro, de bronce o de transistores, la


evolución de las técnicas/tecnologías55 nos permite leer la his-
toria de la humanidad mucho antes de que hayamos comen-
zado a escribirla. Las técnicas nacen de las interacciones de los
hombres entre ellos y con la naturaleza. En primer lugar, las
técnicas tienen una finalidad operacional: hacer eficazmente
algo, el fuego, un arco de medio punto, una computadora.
La finalidad operacional impone obligaciones y condiciona
las características de los objetos técnicos. Es lógico que una
flecha esté equilibrada en los dos tercios de su longitud, es
lógico que los techos de las casas en las regiones nevadas sean
a dos aguas, es lógico que los productores de leche hayan de-
sarrollado tecnologías para conservar los excedentes. Pero las

55 Técnica: del griego tekhné (arte), “producción, fabricación material,


sobre la base de un conocimiento empírico riguroso” (Enciclopedia Uni-
versalis). La tecnología (tekhné+logos) implica una conceptualización
del saber empírico o de al menos una parte del mismo.

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Colección “Historias de vida”

características de las flechas, de los techos de las casas y de los


procedimientos para conservar la leche difieren mucho según
las sociedades.
Desde su nacimiento, las tecnologías asocian una dimen-
sión cultural y social a sus características operacionales. La
dimensión social de las tecnologías se pone de manifiesto en
la evaluación de su eficiencia operacional. ¿Cómo podríamos
separar la evaluación de la eficiencia tecnológica de las repre-
sentaciones y significaciones del mundo que tiene una socie-
dad, de sus orientaciones y sus valores? ¿En qué términos se
puede medir la eficiencia de la ruta transamazónica, de una
nueva tecnología agrícola o de un proyecto de minería en la
región andina?: ¿eficiencia económica?, ¿eficiencia social?,
¿eficiencia ecológica? Los criterios de evaluación dependerán
in fine de los desafíos propios al contexto histórico y de los
actores sociales concernidos por dichas tecnologías.
Toda tecnología, todo cambio tecnológico está íntimamen-
te asociado a relaciones, formas de organización y conflictos
sociales. Toda tecnología de producción es inseparable de una
división operacional del trabajo, de una división de la produc-
ción entre empresas, de una división internacional del trabajo
en función de dotaciones diferentes en factores de producción
(materias primas, costo de la fuerza de trabajo), pero sobre
todo en función de relaciones de poder (de dependencia, do-
minación, complementariedad). En la medida en que la orga-
nización social es inherente al hecho tecnológico, todo cambio
tecnológico estará ligado a nuevas diferenciaciones sociales, a
nuevas relaciones de poder contradictorias/complementarias.
Ello se ha comprobado tanto en la robotización de la cadena de
montaje de Renault en Francia, como en la mecanización de la
molienda de mandioca en aldeas africanas o, más recientemen-
te, en la utilización de las nuevas tecnologías de comunicación,
colecta de información y tratamiento de datos por parte de la
NSA (National Security Agence) de los Estados Unidos.

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Sería difícil concebir la construcción de las pirámides en


Egipto, la difusión del cultivo de algodón en Mississippi o
de la caña de azúcar en el Caribe sin la organización pro-
ductiva basada en la explotación de mano de obra esclava.
También sería difícil concebir el funcionamiento de las gale-
ras sin los galeotes que remaban encadenados hasta el agota-
miento. Lewis Mumford (1967) se refiere al esclavismo como
a la invención de una “máquina invisible: el agrupamiento
y la organización de inmensas masas de hombres bajo una
división minuciosa y rígida de las tareas, que hizo posible el
cumplimiento de trabajos de un tipo y de una escala descono-
cidas hasta ese momento”. La historia de la humanidad nos
muestra que Tecnología y Derechos humanos mantuvieron
siempre una relación conflictiva. Hoy en día los métodos de
gestión, que algunos tildan de “neo esclavistas”, en empresas
“high-tech”, no desmienten las lecciones de la historia (véase
recuadro sobre el caso de Foxconn en China).
Retengamos de este primer punto que las tecnologías
constituyen organizaciones complejas que asocian una finali-
dad operacional, una organización social y una significación
cultural. Solamente teniendo en cuenta esta complejidad po-
dremos evaluar su impacto, en particular su relación con las
“condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo” (art 23,
Declaración Universal de los Derechos Humanos).

2 Evolución tecnológica: cambios de


paradigmas, contradicciones éticas y sociales

Históricamente los cambios tecnológicos muestran que esta-


ban destinados a afirmar la existencia de la especie humana en
una naturaleza a menudo hostil, a facilitar sus condiciones de
existencia. Producir más y más fácilmente ha constituido un

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Colección “Historias de vida”

vector del desarrollo tecnológico. La productividad agrícola


en horas/hombre de trabajo se ha multiplicado aproximada-
mente por cien con respecto a mediados del siglo diecinueve,
y podemos verificar en todos los sectores productivos esta ten-
dencia a un aumento de la productividad de la mano de obra,
parece natural. La evolución del transporte responde también
a esta tendencia, más lejos, más rápido, más fácilmente. De
manera “sencilla” podríamos decir que el progreso tecnoló-
gico tuvo/tiene como motor principal liberar al hombre de las
tareas más rudas y lograr una mayor productividad, con el
objetivo, en principio, de que los miembros de la especie a la
que pertenecemos tengan una vida mejor y se realicen plena-
mente como seres humanos, pero la historia muestra una vez
más la complejidad y contradicciones de esta evolución.
La historia de la humanidad está marcada por innovacio-
nes/cambios tecnológicos mayores que se tradujeron en cam-
bios sustanciales en los modelos de sociedad. Paradigmas
tecnológicos y paradigmas sociales estuvieron siempre en re-
sonancia. La domesticación de especies cultivables, permitió
el nacimiento de la agricultura, que permitió a su vez a las
sociedades nómades afincarse y construir grandes urbes, con
poderes centralizados y percepción de impuestos… La inven-
ción de las técnicas de escritura, hace unos cinco mil quinien-
tos años, constituyó otra innovación mayor que permitió un
cambio fundamental en la transmisión del conocimiento, la
información y el desarrollo de sistemas legislativos estables.
Desde un punto de vista estrictamente biológico, podemos
afirmar que no teníamos necesidad de escribir para respirar,
comer, acoplarnos y reproducirnos. El invento de la escritura
muestra de manera irrefutable que somos un animal cultural
y que las tecnologías son también un producto cultural. No
sólo las necesidades materiales condicionaron nuestra evo-
lución, sino también nuestros sueños, nuestros deseos, nues-
tras angustias. En este sentido subrayemos que los cambios

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que afectan los modos de comunicación son tan importantes


como los cambios que afectan los modos de producción (Jack
Goody, 2007).
La aparición de la máquina de vapor, los motores y la me-
canización constituyeron un gran cambio de paradigma tec-
nológico y social. La mecanización permitió la aparición de
la industria moderna y, entre otras cosas, la construccion de
automóviles, que a su vez necesitaron rutas y autopistas, per-
mitiendo luego la aparición de centros comerciales. Es decir
que la influencia de la mecanización alcanzó al conjunto de
dominios de la actividad social, hasta nuestra manera de ha-
cer las compras, como fue también el cambio de paradigma
tecnológico originado por la invención y difusión de la elec-
tricidad que posibilitó, entre otras cosas, la aparición de los
equipos electrodomésticos que modificaron nuestra vida coti-
diana, ¡y del cine!, expresión artística de esa modernidad. La
vida cultural, las expresiones artísticas, también forman parte
de la interacción entre modelos tecnológicos/modelos socia-
les, confirmando la afirmación de Marcel Mauss: el “hecho
técnico” es un “hecho social total” en el sentido que condicio-
na y reorganiza el conjunto de las relaciones de una sociedad.
Sin embargo, la invención de la mecanización o la electrici-
dad, el hecho de que una buena parte del esfuerzo del trabajo
humano haya sido transferido a máquinas, no se tradujo au-
tomáticamente en una vida más plena, una mayor realización
del individuo y de las comunidades en las que habita. Que se
haya pasado del telar manual a la industria textil mecanizada
o automatizada, no ha implicado una mejora sustantiva de los
derechos humanos de los operarios. El desarrollo actual de la
industria textil “mundializada” en Bangla Desh (como ejem-
plo basta un botón, o una camisa, véase recuadro) dista mu-
cho de respetar las condiciones “indispensables a la dignidad
y al libre desarrollo de la personalidad” (art. 22, Declaración
Universal de los Derechos Humanos).

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Colección “Historias de vida”

Retengamos de este segundo punto que si bien liberar al


hombre de las tareas más duras y serviles ha constituido uno
de los vectores de los grandes cambios tecnológicos, inclui-
da la tendencia actual a la robotización, parecería ser que los
hombres tienen cierta dificultad a poner el progreso tecno-
lógico a su servicio; en muchos casos, se diría que más que
disfrutarlo sufren sus consecuencias, como si el viejo mito de
Prometeo se hiciera realidad y se abriera la caja de Pandora
castigándonos por haber descubierto el secreto del fuego.

3 La “era digital”: descalificación de las


competencias y nuevos métodos de management

Llegamos al último gran cambio de paradigma tecnológico: el


desarrollo de la computadora y de tecnologías numéricas que
han permitido cambios radicales en las modalidades de infor-
mación, comunicación y tratamiento de datos, en el desarrollo
de nuevas investigaciones e innovaciones en diversas áreas
científicas y productivas, en el descubrimiento de la secuencia
del ADN, el desarrollo de la biología molecular y de la inge-
niería genética, lo que a su vez ha determinado cambios fun-
damentales desde las ciencias médicas hasta la producción
agrícola basada en organismos genéticamente modificados.
El comercio internacional y la organización de las empresas
a nivel mundial, la gestión, el transporte y la logística, tam-
bién han sido radicalmente modificados en resonancia con
el nuevo paradigma tecnológico. Existe ahora la posibilidad,
para ciertas empresas, de decidir según sus estrategias, sobre
la implantación de sus funciones de concepción, producción,
marketing o distribución en diversos sitios del planeta, en un
proceso de “fragmentación” o de “modulación” de sus activi-
dades (S. Berger, 2006). Un laboratorio médico en USA puede
contratar los servicios de análisis de sus scanners a equipos

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basados en la India o en Israel, aprovechando diferencias de


costo y de husos horarios.
¡Mundialización! ¡Mundialización! ¡Globalización!, co-
menzaron a exclamar periodistas y analistas políticos, segui-
dos mansamente por científicos, generalizando un lenguaje
fácil y erróneo. Pues el vocablo “mundialización” esconde la
otra cara de este proceso, la fragmentación creciente a nivel
político, económico y social que estamos presenciando, los re-
gionalismos y movimientos separatistas que crecen bajo todas
las latitudes, los individuos que tienen dificultades crecientes
para circular en este mundo, la polarización y exclusión social
que se agudizan... ¿En qué estamos “mundializados”? Efecti-
vamente usamos internet, twitter y facebook, también pode-
mos usar las mismas zapatillas Nike, el mismo coche Toyota
y comer en el mismo Mc Donalds. Pero los individuos siguen
teniendo identidades y referencias identitarias, lenguas, re-
ligiones, expresiones artísticas… en las cuales se reconocen;
los individuos siguen perteneciendo a sociedades y lugares,
no están “globalizados”, no están diluidos en una mayonesa
“mundial”, simplemente viven/sufren los cambios que impli-
ca la “digitalización” (denominación objetiva y objetivable)
en diversas culturas, espacios, tiempos y niveles sociales.
Difícil evaluar sin tomar la distancia necesaria. Inmersos
hace “pocos años” en la “era digital”, muy posiblemente to-
davía no hemos visto los cambios fundamentales que ocurri-
rán, sin embargo ya podemos constatar que el “mundo feliz”
que el progreso tecnológico nos prometía es como un espejis-
mo en el cual nos sumergimos con avidez mas no consegui-
mos calmar nuestra sed.
Pese a la falta de distancia con los fenómenos que estamos
viviendo, podemos realizar algunas observaciones en lo que
concierne a la relación entre tecnología y derechos humanos.
Dos cuestiones merecen destacarse al respecto.

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a) La instrumentalización del saber-hacer y


la descalificación de las competencias humanas
Las tecnologías de la era digital, los procesos de automatiza-
ción y robotización, produjeron al mismo tiempo:
(i) La transferencia del saber-hacer humano a máquinas e
instrumentos, proceso que se tradujo en un cambio de la
“calidad” del trabajo humano requerido, los oficios que
requieren altas competencias perdieron relativamente
importancia, hecho que puede constatarse en la mayoría
de los sectores industriales.
(ii) El crecimiento del llamado sector terciario con respecto al
sector industrial, o mejor dicho la aparición de un nuevo
sector terciario, que ya no puede calificarse de “sector de
servicios” (definido tradicionalmente como no productor
de bienes); se trata de un nuevo sector productivo, ya que
la información y la producción de datos constituyen hoy
un sector productivo estratégico. Es en el nuevo sector
terciario que se han creado la mayoría de nuevos puestos
de trabajo, en general con menor requerimiento de com-
petencias técnicas (call centers, agentes de turismo).
(iii) El comercio también sufrió un cambio radical. Por un
lado, fruto de la digitalización, presenciamos el desarro-
llo de grandes centros comerciales; por otro, el crecimien-
to de la compra por internet. Ambos procesos convergie-
ron hacia una disminución de las competencias humanas
exigidas en los nuevos empleos (cajeros de supermerca-
do, centros de venta a distancia).

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b) La asociación de la especulación financiera,


el nuevo management en las grandes empresas
y las nuevas tecnologías digitales.
La digitalización permitió el desarrollo de nuevas tecnologías
de management del personal, en particular el benchmarking,
tecnología originada en las empresas privadas a mediados
de los años ochenta en USA, y difundida luego a nivel mun-
dial, incluido el sector púbico y las empresas mixtas. Bench-
marking, producir Benchmarks, referencias, objetivos cuan-
tificables para medir las performances de los trabajadores y
compararlas entre ellos o con otras empresas, para mejorar en
permanencia esas marcas/performances. La participación es
en principio “voluntaria”, se trata de una “autoevaluación”,
pero en realidad es prácticamente imposible excluirse de las
reglas de juego. En sí podríamos decir que no hay nada malo,
lo malo comienza cuando esas marcas individuales son difun-
didas públicamente en las empresas para estimular la “sana
competencia” entre los trabajadores y cuando son utilizadas
como “criterios objetivos” para proceder a reestructuraciones
y despidos masivos. Aquí entra en juego la especulación fi-
nanciera, pues los despidos masivos son a menudo practica-
dos en empresas que arrojan beneficios ampliamente positi-
vos, pues dichos despidos son recibidos con satisfacción por
las bolsas de valores aumentando el precio de las acciones y
el beneficio de los accionarios. Una de las características de
la financierización del sector productivo es el desarrollo de
estrategias de corto plazo con el único objetivo de maximizar
beneficios, aun en detrimento de destruir, a largo plazo, la
herramienta productiva.
La combinación de la pérdida de calificación del empleo –
los puestos son más fácilmente substituibles–, y de las nuevas
tecnologías de management, ha producido una agudización
del burnout (síntoma de estrés laboral) y la aparición de nu-

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Colección “Historias de vida”

merosos casos de suicidio en los lugares de trabajo. Conocidos


los casos en la empresa France-Telecom/Orange entre 2006 y
2009, como así también en La Poste francesa (correos). Entre
mayo de 2009 y mayo de 2013, noventa y siete empleados de
La Poste se han suicidado o han intentado hacerlo.56 Conocida
también la ola de suicidios en Foxconn–China en el año 2010.
Retengamos de este punto que el trabajo no es sólo la ac-
tividad que permite ganar un salario. El trabajo humano, la
actividad productiva, es una de las principales formas de ha-
bitar este mundo. Los individuos tienen, siempre tuvieron,
necesidad de existir en sociedad, de que su actividad sea
reconocida por sus semejantes, tanto en la edad del hierro
como en la edad digital; si la evolución tecnológica deprecia
durablemente la calidad/calificación del trabajo humano y se
disocia del reconocimiento social de los individuos, comien-
zan a agudizarse los síntomas que acabamos de describir,
advirtiendo que la crisis no es un fenómeno superficial que
podrá superarse con políticas económicas, sino que debemos
reflexionar en cambios de rumbo más profundos.

4 Tecnología y reconocimiento social del


individuo: ¿Hacia una reapropiación social
del progreso tecnológico?

Ya en 1981, la “International Association of Machinist” decía,


en un contexto en el cual las máquinas comandadas por com-
putadora hacían su aparición en la industria, “las nuevas tec-
nologías de automatización y las ciencias en las cuales ellas se

56 Le Monde Diplomatique, julio 2013, Noëlle Burgi y Antoine Postier,


«A La Poste, des gens un peu inadaptés»,.

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Josecito de la ferretería

apoyan son el producto de una acumulación mundial de co-


nocimientos que abarca varios siglos. En consecuencia, los tra-
bajadores y sus comunidades tienen el derecho de participar
en las decisiones y en los beneficios ligados a esos avances”.
Profética declaración vista la evolución ulterior. La cuestión
es ¿cómo?, ¿cómo el progreso tecnológico puede contribuir
a desarrollar sistemas productivos en los que el esfuerzo del
trabajo esté asociado al reconocimiento social de los indivi-
duos y a su dignidad? La solución no saldrá mágicamente del
muslo de Júpiter ni podría salir de esta charla. Sí podemos
plantear algunas pistas de reflexión que apunten hacia otras
relaciones entre tecnología, sociedad y filosofías de vida.

a) Contracorrientes: OPH versus OPD


La digitalización/estandarización/concentración de los siste-
mas productivos no eliminó completamente las pequeñas y
medianas empresas, artesanales o industriales, en las que los
individuos con su oficio y maestría técnica elaboran produc-
tos a través de los cuales son reconocidos socialmente. Miles
de carpinterías, fábricas textiles, herrerías, empresas agro-ali-
mentarias, etc. innovan, desarrollan nuevas combinatorias
entre saberes tradicionales y tecnologías digitales. Nombrar
las cosas es fundamental para que existan; dada la temática
que nos ocupa propongo denominar OPH (organizaciones
productivas humanizantes) a aquellas formas de producción
que tienden a elevar la dignidad del trabajo humano, que
el mismo sea fuente de reconocimiento para los individuos,
contribuyendo positivamente a su existencia en sociedad. Por
el contrario, denominaremos OPD (organizaciones produc-
tivas deshumanizantes), aquellas formas de producción que
tienden a humillar al individuo y utilizarlo para alimentar
un gran Moloch que traga vidas para amasar pocas fortunas
ajenas. Vale la pena volver a mirar Metrópolis, la genial obra

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Colección “Historias de vida”

del cine mudo en blanco y negro realizada por Fritz Lang en


1927, película visionaria; las puertas de Metrópolis permane-
cen aún abiertas ya comenzado el tercer milenio, eso sí, con
mayor refinamiento e hipocresía, Bill Gates puede pavonear-
se dando lecciones de humanismo, financiando fundaciones
humanitarias, hasta él mismo puede creérselo, mientras es
proveído por Foxconn, Samsung y miles de empresas simila-
res que siguen tragando trabajadores reducidos al estado de
una cifra en estadísticas productivas.
Renovar el lenguaje y las denominaciones es importante
para renovar el debate de ideas que se dificulta cuando las
formas de designar las cosas pierden significación con el
transcurso del tiempo. Por ejemplo ¿cuál es la validez de la
oposición capitalismo/socialismo, en lo que concierne a nues-
tra temática “tecnología y derechos humanos”, si la República
Popular China, principal potencia autodenominada socialis-
ta, es al mismo tiempo una gran procreadora de OPD?

b) Habitar el mundo en armonía con la naturaleza


La segunda dirección de reflexión no puede dejar de lado el
desafío medioambiental. Tecnología y derechos humanos im-
plica también el derecho de las generaciones futuras a vivir en
esta tierra. La explosión productiva y demográfica del siglo
xx puso límites a la visión antropocéntrica hegemónica hasta
nuestros días. El hombre en el centro del mundo podía dispo-
ner a voluntad, someter la naturaleza, ponerla a su servicio.
Ni David Ricardo, ni Adam Smith, ni Karl Marx contradijeron
esta visión. Pero hete aquí que madre natura, la “pachama-
ma”, dijo basta: miren lo que está pasando, el estado de polu-
ción de ríos y mares, la contaminación del aire, el recalenta-
miento del planeta y los cambios climáticos, la contaminación
de suelos y napas freáticas…

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Josecito de la ferretería

Entonces comenzamos a pensar que las abejas son tan im-


portantes como el hombre para el equilibrio de este plane-
ta, que no somos el centro de todo, que si un nuevo insecti-
cida diezma las abejas, ellas no podrán polinizar las flores,
que entonces no darán sus frutos, que entonces… La varia-
ble medioambiental perturba, es transversal a los esquemas
políticos y filosóficos tradicionales, plantea dilemas difíciles
que no abordaremos en esta charla, pero de una cosa no cabe
duda: existe una nueva disputa por disponer de los recursos
del planeta, de tierras, aguas, minerales y otros recursos no
renovables, y en esta pelea volvemos a comprobar que la tec-
nología es algo más que tecnología, que no podemos separar
modelos tecnológicos de modelos sociales, que el cambio tec-
nológico implica reorganizaciones y relaciones de poder, que
un proyecto de mega minería en Mongolia, Zambia o en la re-
gión andina, también plantea las relaciones entre tecnología y
derechos humanos, en este caso el derecho de las poblaciones
locales a seguir disponiendo de aguas y tierras para vivir de
un trabajo digno.

c) Habitar el tiempo, vivir la vida


El famoso tiempo, la variable por excelencia; no podemos ig-
norarlo si de tecnologías se trata, el absoluto y el relativo, el
de Heráclito y Parménides, el de Newton y Einstein, el de los
horarios en Foxconn y el de los aceleradores de partículas ató-
micas. El tiempo también es, entre otras cosas, un recurso, la
manera de habitarlo. Su manejo, su control, brinda una pers-
pectiva interesante para observar las relaciones entre tecnolo-
gía y derechos humanos.
Indudablemente, una de las direcciones históricas de la
evolución tecnológica, fue/es “ahorrar tiempo”, acelerar las
actividades humanas y aumentar la productividad por uni-
dad de tiempo. Pero concretamente, lamentablemente, el

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Colección “Historias de vida”

tiempo no puede ahorrarse, time is not money, no puede acu-


mularse, no podemos disponer de baterías de tiempo recar-
gables para enchufarnos cuando nos falta, no podemos jun-
tarlo en la juventud para gastarlo en la madurez, por eso me
encanta perderlo, porque en realidad no se pierde tiempo,
él fluye. Hay que apropiárselo, habitarlo, disfrutarlo, entrar
en el tiempo como en un río amable, no como en una camisa
de fuerza. El tiempo es una variable a la vez física y cultural,
existe un tiempo biológico, continuo, marcado por péndulos,
pulsos y ritmos materiales, y un tiempo simbólico, disconti-
nuo, marcado por momentos significativos de nuestras vidas,
los momentos que nos recordamos y que nos recordaremos
antes de la partida.
Un poeta griego me preguntó hace unos años en un en-
cuentro de poesía: “¿conoces la paradoja de Cronos inverti-
do?”, y ante mi silencio agregó, “cuanto más rápido hacemos
las cosas menos tiempo disponemos”. Me dejó pensando, tal
vez bajo la forma de una tontería dijo algo nada tonto. Lo que
es incuestionable es que la evolución tecnológica, la digitali-
zación, los nuevos métodos de management replantean el de-
recho de los individuos a disponer de su tiempo, al menos
de una parte del mismo. El desarrollo de empleos a tiempo
parcial que desorganizan el ritmo de vida cotidiano; los cam-
bios de turno permanente en cadenas de producción de tres
turnos de ocho horas, en algunas empresas ¡dos turnos de
doce horas!, alterando el ritmo del sueño y el reposo; la difu-
sión del trabajo los días domingo en los centros comerciales y
supermercados (incluso en Europa) en detrimento de la vida
personal y familiar… El tiempo: variable indómita; la relación
entre evolución tecnológica y las maneras de disponer/apro-
piarse de este recurso “fluido”, constituye algo más que una
cuestión filosófica. Pensar otro modelo de sociedad no puede
obviar de plantearse una pregunta esencial: las formas que
tenemos de habitar el tiempo.

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Josecito de la ferretería

Por último, preciso que mi intención no es dar soluciones


listas para usar, pues además no las tengo; mi intención es
brindar algunos elementos para pensar la relación entre tec-
nología y derechos humanos en los comienzos turbulentos de
este tercer milenio. Espero haber transmitido la idea de que
la “materialidad” de este mundo no está separada de su “es-
piritualidad”, que modelos tecnológicos y modelos sociales
se hallaron siempre a lo largo de la historia en estrecha reso-
nancia. Si pensamos en un verdadero cambio de modelo de
desarrollo, un cambio de paradigma, no una renovación de
la fachada, no podremos limitarnos a cambios político-econó-
micos, sino a un cambio (¿revolución?) socio-tecnológico que
permita reconstruir las fundaciones del edificio, es decir, las
formas de existencia de los hombres en sociedad.

Referencias bibliográficas

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(2006), Made in Monde, Ed. Seuil, Paris, 357 pp.
Goody, J.
(2007), Pouvoirs et savoirs de l’écrit, Ed. La Dispute, France.
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(1935), “Les techniques du corps”, en Anthropologie et Sociolo-
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(1967), Le mythe de la machine, Fayard, Paris.

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Josecito de la ferretería

Sobre el autor

Poeta y antropólogo, José


Muchnik nació en 1945 en
una ferretería del barrio
de Boedo de la ciudad de
Buenos Aires, barrio donde
anclaron sus padres, inmi-
grantes rusos en estas tie-
rras. Reside en Francia des-
de el año 1976, país donde
Ph: Carlos Schmerkin

se exilió a causa de la dic-


tadura cívico militar (1976-
1983). Graduado Doctor
en Antropología de l’ Ecole
d’Hautes Etudes en Sciences
Sociales de París, se especia-
lizó en el estudio de culturas alimentarias locales recorriendo
diversos países de África y América Latina. Miembro funda-
dor del grupo Travesías Poéticas y colaborador permanente de
diversos medios de prensa, entre ellos los periódicos Desde
Boedo y Generación Abierta. Publicó numerosas obras de poesía
y ensayos antropológicos.

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Otras obras del autor

Cien años de libertad y Coca-Cola, 1990, Editorial Universitaria


Centroamericana, San José de Costa Rica.

Proposición poética para anular la deuda externa (edición bilin-


güe, español-francés), 1993, Ed. L’Harmattan, Paris.

Arqueología del amor, 1993, Edición del autor, Montpellier.

Amazonia he visto, (edición bilingüe, español-francés), 1997,


Ed. Louma, Montpellier.

Calendario poético 2000, 1999, Ed. Aguirre Buenos Aires, ver-


sión francesa Ed. Octares Toulouse.

Guía Poética de Buenos Aires, 2003, Ed. Secretaría de cultura del


gobierno de la ciudad. Versión bilingüe, 2004, ed. Tiempo, Paris

Chupadero, 2005, novela, Ed. El Farol, Buenos Aires

Pan amor y poesía: culturas alimentarias argentinas, 2008, compi-


lación, ed. INTA, Argentina

Tierra viva luces del mar, 2008, ed. Talleres Patagonia, Argentina.

Travesías Poéticas, 2011, compilación, ed. bilingüe L’Harmat-


tan Francia.

SEFIKILL, SErial FInancial KILLers, palabras del nuevo mile-


nio, 2014, ed. CICCUS, Argentina

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Colección “Historias de vida”

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Otros títulos de la Colección


“Historias de vida”

El diario del Chelo; Soria, Victor.


ISBN: 978-987-1599-70-7 / 64 pp. / Fundación Ciccus, 2011.
El diario del Chelo trata de literatura silvestre, tomates, lechu-
gas, zapallitos, berenjenas… palabras jugosas, con sentido,
huérfanas de escuelas literarias, madres de gustos verdade-
ros. Único consejo: degustarlas de a poco, y entre hojas amar-
gas y hojas dulces apreciar los matices de la vida.

Liliana “la Carmensina”; Liliana Aliaga.


ISBN: 978-987-963-020-8 / 64 pp. / Fundación Ciccus, 2013.
Liliana “la Carmensina” es una historia de vida que contiene mi-
les de historias de miles de mujeres que en todas las latitudes
se rebelan contra las injusticias y salen a buscar su camino, re-
beliones discretas, silenciosas, profundas, pequeños cauces que
se van juntando, labrando el gran cauce de la Historia.

Anita desde las Ligas Agrarias; Ana Olivo


ISBN: 978-987-693-027-7 / 80 pp./ Fundación Ciccus, 2013.
Anita desde las Ligas Agrarias es un retrato no sólo de una re-
gión, sino de un mundo campesino que se ha empeñado en
quitar de nuestro imaginario colectivo, pero que persiste, se
transforma y emerge. Un relato que va más allá de los estereo-
tipos: Anita luchadora, madre, hija, hermana, vecina, trabaja-
dora. Ingresar en su mundo es ingresar en nuestro mundo,
una historia conmovedora, movilizadora y que nos llena de
esperanza por el potencial de nuestro pueblo.

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Josecito de la ferretería
Existe otro mundo mejor y está en este

Somos optimistas bien informados. Los que integramos CICCUS sabe-


mos que, en gran medida, el desencuentro humano obedece a la
inequidad en la distribución y disfrute de los bienes tanto materiales
como intangibles. Y no pecamos de ingenuos cuando creemos que
esto se debe y se puede corregir.
Nuestros cuidados libros divulgan textos de reconocidos especialis-
tas e investigadores que animan valores tales como la cooperación,
la solidaridad, el respeto a la naturaleza y la adhesión gozosa de lo
diverso desde la propia identidad.
Crisis: oportunidad y/o conflicto. Siempre depende de nosotros ele-
gir, decidir. Nosotros y nuestros autores ya lo hicimos.
El libro como creación cultural es una aventura que se recrea con los
lectores, necesita de su complicidad.
Para leer, sentir, pensar y actuar situados.
Consejo de Administración:
Juan Carlos Manoukian, Mariano Garreta, Elina Dabas,
Enrique Manson, Violeta Manoukian, Héctor Olmos.

Ediciones CICCUS ha sido merecedora del reconocimiento


Embajada de Paz, en el marco del Proyecto-Campaña “Despertan-
do Conciencia de Paz”, auspiciado por la Organización de las Na-
ciones Unidas para la Ciencia y La Cultura (UNESCO).

CENTRO DE INTEGRACIÓN
COMUNICACIÓN, CULTURA Y SOCIEDAD

Medrano 288 - (C1179AAD) Ciudad Autónoma de Buenos Aires


(011) 4981-6318 / 4958-0991 - www.ciccus.org.ar

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Colección “Historias de vida”

Se terminó de imprimir en octubre de 2015


en Gráfica Vuelta de Página Limitada,
empresa recuperada por sus trabajadores.
Carlos Pellegrini Nº 3652, Ciudadela,
Buenos Aires, Argentina.​

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