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LOS ÓRDENES DE LA AYUDA

1. El primer orden de la ayuda: equilibrar el dar y tomar


Vivimos gracias a la ayuda de otros. Ayudar es una compensación que forma parte de la
Vida.
“Los humanos dependemos, en todos los sentidos, de la ayuda de otros. Únicamente así
podemos desarrollarnos. Al mismo tiempo, también dependemos de ayudar a otros.
Quien no es necesario, quien no puede ayudar a otros, acaba solo y atrofiado. La
ayuda, por tanto, no sólo sirve a los demás, también nos sirve a nosotros mismos.”1

El dar y el recibir es una experiencia vital completa que se inicia en el tomar o recibir de
los padres, que impulsa el devolver y agradecer dando, que a su vez se abre al devolver
o agradecer del otro.

El cliente que no paga no se permite recibir.

El cliente viene ante todo para resolver algo pendiente con sus padres, y su transferencia
inmediata será la de ver a sus padres en el terapeuta.
El terapeuta devuelve a sus padres dando a sus iguales. Por eso tiene que tener muy
presente su tendencia a ver a sus padres en el cliente. El cliente viene para que se le
ayude a superar etapas de su vida. El terapeuta sólo da lo que tiene, si no ha superado
estas etapas, no tendrá nada que ofrecer a su cliente.

Este orden de la ayuda exige que el constelador primero se haya trabajado a si mismo y
sepa vigilar o controlar sus contra transferencias.

El terapeuta renuncia a dar lo que el cliente tiene que hacer o asumir.


Por ejemplo, renunciar a aliviar la pena después de una separación, renunciar a aliviar la
responsabilidad después de un crimen, etc.
El desorden llega cuando uno pretende, u otro le exige, dar lo que no tiene, o dar cuando
no debe dar.

Requiere humildad, contención y a menudo, simplemente, ayudar a ver lo que hay.

2. El segundo orden de la ayuda: respetar el destino


La ayuda con las constelaciones familiares sirve a dos objetivos:
- está al servicio de la supervivencia.
- está al servicio del desarrollo y del crecimiento.

Estos dos objetivos están condicionados por las circunstancias. Formamos parte y no
nos podemos sustraer a la historia y sus ciclos, a las leyes de la naturaleza, al paso del
tiempo, a que todo cambia, a la muerte, a la compensación arcaica y sus vínculos, a las
leyes del psiquismo individual, a la responsabilidad individual. Son los límites que
encontraremos a la hora de ayudar.

La ayuda que no respete estos límites va a ser infructuosa y frustrante, y provocará que
tanto el ayudador como el ayudado pierdan fuerza; el ayudado va a tener cada vez
menos capacidad de adaptación a sus circunstancias.
Exige una gran fuerza por parte del ayudador el no proyectarse en su cliente, y no
proyectar sus deseos e ilusiones, y el detectar cuándo el cliente está en la ilusión.
Para que el ayudador pueda ayudar a su cliente a progresar dentro de los límites de su
des-tino es fundamental que el ayudador haya tomado a su destino y asumido todas sus
responsabilidades.

Cuando el ayudador dulcifica el destino del otro – por ejemplo quitándole su


responsabilidad en un daño que haya hecho – muestra que él es incapaz de asumir una
culpa propia. Y el cliente entonces se transforma en ayudador, en madre del ayudador.
El cliente da y el ayudador toma. Ambos se quedan sin fuerzas.

Por lo tanto la fuerza se opone a tapar, negar o dulcificar las circunstancias que tiene
que afrontar la persona.

“La imagen primaria de la ayuda”


Es la imagen de la relación entre padres e hijos, es la imagen que nos impulsa a ayudar.
Aquí debemos prestar atención al hecho de que unos buenos padres van a ir
introduciendo límites y exigencias en su educación, necesarios para la supervivencia del
hijo y posterior-mente necesarios para su crecimiento.
La educación es la gestión amorosa de la frustración.

3. El tercer orden de la ayuda: relación de adulto a adulto


Si el cliente llega como un niño y el terapeuta acepta ayudarle, entonces se entabla una
transferencia: el terapeuta va a sustituir a los padres del cliente. Esto impide la
aceptación de la realidad y la despedida de los padres como son por parte del cliente, e
impide que el terapeuta crezca. En la fusión que se forma, habrá dos niveles:
- el nivel aparente: el terapeuta hace de padre o madre del cliente, sintiéndose mejor que
el padre o la madre real.
- el nivel profundo: el cliente hace de padre o de madre del terapeuta.

El terapeuta adulto puede sustituir a veces a los padres del cliente: los sustituye como
son, porque el mismo terapeuta ha aceptado a sus padres como son. Y esto ayudará al
cliente a aproximarse a sus padres y tomarlos como son, para después despedirse de
ellos para vivir su vida de adulto.

“Si tanto el terapeuta como el cliente están en su adulto, sin sueños ni deseos ilusorios,
entonces la relación terapéutica no creará dependencia, y cada uno recobrará su
libertad al final de la sesión.

Los adultos tienen sueños y deseos que les llevan a la acción, para concretar y hacer
reales esos sueños. Se viene a la terapia como adulto o como niño. Nadie puede ayudar
al que viene como niño. Sin embargo el terapeuta va a sentir compasión hacia esa
persona, protección, ternura, va a sentir el deseo de hacer de madre con él y la relación
de transferencia/contra-transferencia se instala. Y en ese mo-mento el cliente toma el
control. Y al final el terapeuta se enfada con el cliente porque no cambia.

Preguntar al cliente ¿Qué quieres hacer? o ¿A quién quieres? Esto le permite salir de
su postura de niño y ponerse en su adulto.
Ser muy breve y muy vigilante al principio para evitar la instalación de la dependencia.

Cuando un cliente se queja de su destino o de sus padres, no podemos hacer nada. El


que se queja de sus padres los ha perdido y no podemos ayudarle.
Decir al cliente: mirándote se puede ver que realmente han sido grandes.
Cuando alguien se queja de su situación, como un niño, está esperando que cambie
algo de lo que ya ha sido. Si el terapeuta cae en la trampa de la compasión
(consolador, salvador) es que desea lo mismo que el cliente, que algo de su vida sea
distinto de lo que es. Ambos están entonces cortados de la realidad.

El hecho de aceptar, con alegría, lo que ha sido, inmediatamente da fuerza.”

El Análisis Transaccional nos dice que cuando estamos en el Niño entramos con
muchísima facilidad en la manipulación. Sólo hace falta que alguien nos dé donde nos
duele, donde tenemos algo sin resolver, y que estemos desprevenidos para que nos
enganchemos a la manipulación.

¿Para qué? Para intentar otra vez solucionar algo desde el guión, desde la compensación
arcaica y demostrarnos una vez más que lo nuestro es un amargo drama sin solución.

El triángulo dramático de Karpman

La solución está en “dos no juegan si uno no quiere”, en hacer todo el esfuerzo para
ponerse en el adulto. Es mucho más fácil dejarse arrastrar por el niño que estar en el
adulto.

4. El cuarto orden de la ayuda: el cliente es miembro de un


sistema
Tradicionalmente el ayudador se relaciona de modo individual con el cliente, no de un
modo sistémico, es decir, sin considerarlo como miembro de un sistema.

“Sin embargo, el individuo es parte de una familia. Sólo cuando el ayudado lo percibe
como parte de su familia, también percibe a quien necesita el cliente y a quien, quizá, le
debe algo. Si el ayudador ve a la persona junto con sus padres y antepasados, quizá
también con su pareja y sus hijos, lo percibe tal como es en realidad. Así también
percibe y comprende quién es, en esta familia, la persona que necesita primero su
respeto y su ayuda; a quién se ha de dirigir el cliente para darse cuenta de cuáles son los
pasos decisivos, y darlos.

Es decir, la empatía del ayudador ha de ser menos personal y, sobre todo, más
sistémica. No se estable-ce ninguna relación personal con el cliente.

Aquí el desorden en la ayuda sería no mirar ni reconocer a otras personas decisivas


que, por así decirlo, tienen en sus manos la clave para la solución. Entre ellos cuentan,
sobre todo, aquéllos que fueron excluidos de la familia porque, por ejemplo, son
considerados una vergüenza para ella.

También aquí existe el peligro de que el cliente reciba esta empatía sistémica como
dureza, sobre todo aquél que aborda a sus ayudadores con demandas infantiles. En
cambio, quien busca ayuda de una forma adulta, recibe este procedimiento sistémico
como liberación y como fuente de fuerza.”

Cuanto más sepamos de sistémica, mejor podremos ayudar.

Los sistemas son multitud y están en interacción. No sólo los individuos interactúan.
Nuestros sistemas familiares están también intrincados con sistemas mayores, en
general en dinámicas de compensación y con grandes campos de emociones, de
pensamientos, de dinámicas inconscientes como la expiación o la venganza, que Rupert
Sheldrake puso al descubierto; campos cuya resonancia nos arrastran instintivamente
hacia la imitación.

Un sistema es un conjunto de elementos vivos en interacción dinámica, organizados en


función de una meta.
Es un conjunto de subsistemas, conjunto que evoluciona hacia su finalidad, (por lo tanto
atravesado por energías que le dirigen hacia algo) ejerciendo una actividad, y cuya
estructua evoluciona sin perder su identidad única.

La evolución espontánea de un sistema es siempre hacia su protección. El sistema es


atravesado por dos fuerzas: una necesidad de cohesión interna (la defensa de la
“pertenencia” y del “orden” –los pequeños al servicio de los grandes y por lo tanto de
esa pertenencia-) y una necesidad de evolución, de individuación de sus elementos para
que a su vez creen nuevos sistemas al servicio de la vida (respondiendo a la necesidad
de compensar lo que recibieron).

Un sistema implica una organización, un orden y una jerarquía.

Sus propiedades son: interacción, interdependencia, finalidad, identidad, evolución,


retroacción (bucle de información retroactiva, negativa o positiva) y autorregulación.

Cuando un elemento no responde a la finalidad del sistema, existe un proceso


automático que busca cualquier solución para restablecer la homeostasis, (una de ellas
es el desvío de la energía, y este elemento y su subsistema desaparecerán por entropía).
A veces, la reacción de protección se vuelve mortífera para el sistema, la rigidez
adquirida para defenderse va a provocar la muerte de ese mismo sistema.

La intención, la dirección global es siempre positiva para el sistema, ya sea esta


positividad arcaica o evolutiva. Los elementos sueltos están al servicio de la intención o
dirección del sistema; el sistema no se interesa por el elemento suelto, sólo por su
relación al conjunto.
Un sistema puede alcanzar sus metas a partir de puntos de partida muy variados y por
me-dios distintos.

Todo excluido, individuo o sistema, atrae hacia sí, irresistiblemente, a un elemento más
joven, obligando a este alguien a vivir la compensación arcaica, desde las dinámicas de
“yo cómo tú” o “yo por ti”. Este elemento no puede disfrutar de su individuación, y a
menudo estará atrapado en una triangulación. La triangulación manifiesta siempre la
presencia de un excluido.
Tenemos una triangulación cuando dos personas que deberían tener una relación de
intimidad entre las dos, se relacionan a través de una tercera persona: los padres que se
relacionan a través un hijo, madre-hijo/a que se relacionan a través de un nieto, por
ejemplo…

Cuando la exclusión es mayor, o repetida, el sistema atraerá hacia la exclusión a una


familia completa, encerrándola en una cohesión rígida, en la que los individuos han
perdido su posibilidad de individuación, por estar representando cada uno a uno de los
participantes de la gran exclusión.

En un sistema existen lugares de almacenamiento de la energía/información/ intención.


Esa energía/información/intención puede ser transportada, comunicada o transferida,
puede ser almacenada, gravada o memorizada, y puede ser transformada.

El respeto de la jerarquía permite el intercambio y el transporte de información entre los


elementos de un sistema.

El control es la función más importante de un sistema. Controlar la evolución hacia la


finalidad, a la vez que mantener su equilibrio, sus criterios, su homeostasis, es la misión
del sistema, y lo hace gracias a la información que le llega en bucle retroactivo, y
gracias a la adaptación y la autorregulación.

El control se ejerce por medio de un bucle retroactivo permanente de información. La


información llega a la vez a todos los miembros de la familia (vía ADN, neuronas,
campo energético, etc.).

La función de adaptación y de regulación de un sistema se ejerce cuando se produce una


disfunción, estimulando cualquier cambio o novedad que permita volver a la misma
dirección, o llegar al estallido del sistema.

El sistema, el clan, tiene unas posibilidades de autorregulación que pueden conducir o a


la reinclusión en el sistema, o a la entropía de los subgrupos que se han alejado de la
dirección, de la fuerza.
El caos es fuente de un nuevo orden. Todo es atravesado por un orden, es la
consecuencia de la dimensión “tiempo”.
Todo es evolutivo, las leyes que gobiernan la naturaleza y los sistemas también.
La sanación no es individual, siempre es colectiva, sistémica. Y la fuerza de un trabajo
de sanación, su fuerza liberadora, será proporcional a la dimensión sistémica de ese
trabajo.

5. El quinto orden de la ayuda: estar al servicio del amor


Bert Hellinger: “6El trabajo de constelaciones familiares une aquello que antes estaba
separado. En este sentido se halla al servicio de la reconciliación, sobre todo, con los
padres. A ello se opone la distinción entre miembros buenos y malos de la familia, tal y
como la establecen muchos ayudadores bajo la influencia de su consciencia y de la
opinión pública, igualmente condicionada por los límites de dicha consciencia. Así, por
ejemplo, cuando un cliente se queja de sus padres o de las circunstancias de su vida o
de su destino, y cuando el ayudador adopta como propia esta visión del cliente, más
bien se encuentra al servicio del conflicto y de la separación que de la reconciliación.
Por tanto, la ayuda al servicio de la reconciliación sólo es posible para quien
inmediatamente da un lugar, en su corazón, a la persona de la cual el cliente se queja.
De ésta manera, el ayudador anticipa aquello que el cliente aún tiene que lograr.

El quinto orden de la ayuda sería, pues, el amor a toda persona tal como es, por mucho
que se diferencie de mí. El ayudador se reconcilia internamente con lo que su cliente
rechaza y por resonancia el cliente llegará a la reconciliación y a la sanación.

El desorden en la ayuda sería aquí juzgar al otro; en la mayoría de los casos esto
equivale a una sentencia, y la consecuente indignación desde la moral. Quien
realmente ayuda, no juzga.”

El quinto orden de la ayuda es el que introduce el amor en la ayuda. El movimiento de


sanación es siempre un movimiento de inclusión y reconciliación, con la vida, con la
muerte, con otras personas…
El ayudador se reconcilia internamente con lo que su cliente rechaza y por resonancia el
cliente llegará a la reconciliación y a la sanación.
Toda ayuda proporciona una reconciliación, tiende puentes hacia una reconciliación.

El constelador sabe que todo está al servicio de la reunificación, es decir al servicio del
amor.
Reconciliación, equilibrio de polaridades, compensación son términos equivalentes.
Crean energía, sanación, amor…
Y nacen del amor del ayudador hacia todo como es. La ayuda sólo puede ser amor en
acción: aceptación de TODO como es y cómo fue.

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