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El dar y el recibir es una experiencia vital completa que se inicia en el tomar o recibir de
los padres, que impulsa el devolver y agradecer dando, que a su vez se abre al devolver
o agradecer del otro.
El cliente viene ante todo para resolver algo pendiente con sus padres, y su transferencia
inmediata será la de ver a sus padres en el terapeuta.
El terapeuta devuelve a sus padres dando a sus iguales. Por eso tiene que tener muy
presente su tendencia a ver a sus padres en el cliente. El cliente viene para que se le
ayude a superar etapas de su vida. El terapeuta sólo da lo que tiene, si no ha superado
estas etapas, no tendrá nada que ofrecer a su cliente.
Este orden de la ayuda exige que el constelador primero se haya trabajado a si mismo y
sepa vigilar o controlar sus contra transferencias.
Estos dos objetivos están condicionados por las circunstancias. Formamos parte y no
nos podemos sustraer a la historia y sus ciclos, a las leyes de la naturaleza, al paso del
tiempo, a que todo cambia, a la muerte, a la compensación arcaica y sus vínculos, a las
leyes del psiquismo individual, a la responsabilidad individual. Son los límites que
encontraremos a la hora de ayudar.
La ayuda que no respete estos límites va a ser infructuosa y frustrante, y provocará que
tanto el ayudador como el ayudado pierdan fuerza; el ayudado va a tener cada vez
menos capacidad de adaptación a sus circunstancias.
Exige una gran fuerza por parte del ayudador el no proyectarse en su cliente, y no
proyectar sus deseos e ilusiones, y el detectar cuándo el cliente está en la ilusión.
Para que el ayudador pueda ayudar a su cliente a progresar dentro de los límites de su
des-tino es fundamental que el ayudador haya tomado a su destino y asumido todas sus
responsabilidades.
Por lo tanto la fuerza se opone a tapar, negar o dulcificar las circunstancias que tiene
que afrontar la persona.
El terapeuta adulto puede sustituir a veces a los padres del cliente: los sustituye como
son, porque el mismo terapeuta ha aceptado a sus padres como son. Y esto ayudará al
cliente a aproximarse a sus padres y tomarlos como son, para después despedirse de
ellos para vivir su vida de adulto.
“Si tanto el terapeuta como el cliente están en su adulto, sin sueños ni deseos ilusorios,
entonces la relación terapéutica no creará dependencia, y cada uno recobrará su
libertad al final de la sesión.
Los adultos tienen sueños y deseos que les llevan a la acción, para concretar y hacer
reales esos sueños. Se viene a la terapia como adulto o como niño. Nadie puede ayudar
al que viene como niño. Sin embargo el terapeuta va a sentir compasión hacia esa
persona, protección, ternura, va a sentir el deseo de hacer de madre con él y la relación
de transferencia/contra-transferencia se instala. Y en ese mo-mento el cliente toma el
control. Y al final el terapeuta se enfada con el cliente porque no cambia.
Preguntar al cliente ¿Qué quieres hacer? o ¿A quién quieres? Esto le permite salir de
su postura de niño y ponerse en su adulto.
Ser muy breve y muy vigilante al principio para evitar la instalación de la dependencia.
El Análisis Transaccional nos dice que cuando estamos en el Niño entramos con
muchísima facilidad en la manipulación. Sólo hace falta que alguien nos dé donde nos
duele, donde tenemos algo sin resolver, y que estemos desprevenidos para que nos
enganchemos a la manipulación.
¿Para qué? Para intentar otra vez solucionar algo desde el guión, desde la compensación
arcaica y demostrarnos una vez más que lo nuestro es un amargo drama sin solución.
La solución está en “dos no juegan si uno no quiere”, en hacer todo el esfuerzo para
ponerse en el adulto. Es mucho más fácil dejarse arrastrar por el niño que estar en el
adulto.
“Sin embargo, el individuo es parte de una familia. Sólo cuando el ayudado lo percibe
como parte de su familia, también percibe a quien necesita el cliente y a quien, quizá, le
debe algo. Si el ayudador ve a la persona junto con sus padres y antepasados, quizá
también con su pareja y sus hijos, lo percibe tal como es en realidad. Así también
percibe y comprende quién es, en esta familia, la persona que necesita primero su
respeto y su ayuda; a quién se ha de dirigir el cliente para darse cuenta de cuáles son los
pasos decisivos, y darlos.
Es decir, la empatía del ayudador ha de ser menos personal y, sobre todo, más
sistémica. No se estable-ce ninguna relación personal con el cliente.
También aquí existe el peligro de que el cliente reciba esta empatía sistémica como
dureza, sobre todo aquél que aborda a sus ayudadores con demandas infantiles. En
cambio, quien busca ayuda de una forma adulta, recibe este procedimiento sistémico
como liberación y como fuente de fuerza.”
Los sistemas son multitud y están en interacción. No sólo los individuos interactúan.
Nuestros sistemas familiares están también intrincados con sistemas mayores, en
general en dinámicas de compensación y con grandes campos de emociones, de
pensamientos, de dinámicas inconscientes como la expiación o la venganza, que Rupert
Sheldrake puso al descubierto; campos cuya resonancia nos arrastran instintivamente
hacia la imitación.
Todo excluido, individuo o sistema, atrae hacia sí, irresistiblemente, a un elemento más
joven, obligando a este alguien a vivir la compensación arcaica, desde las dinámicas de
“yo cómo tú” o “yo por ti”. Este elemento no puede disfrutar de su individuación, y a
menudo estará atrapado en una triangulación. La triangulación manifiesta siempre la
presencia de un excluido.
Tenemos una triangulación cuando dos personas que deberían tener una relación de
intimidad entre las dos, se relacionan a través de una tercera persona: los padres que se
relacionan a través un hijo, madre-hijo/a que se relacionan a través de un nieto, por
ejemplo…
El quinto orden de la ayuda sería, pues, el amor a toda persona tal como es, por mucho
que se diferencie de mí. El ayudador se reconcilia internamente con lo que su cliente
rechaza y por resonancia el cliente llegará a la reconciliación y a la sanación.
El desorden en la ayuda sería aquí juzgar al otro; en la mayoría de los casos esto
equivale a una sentencia, y la consecuente indignación desde la moral. Quien
realmente ayuda, no juzga.”
El constelador sabe que todo está al servicio de la reunificación, es decir al servicio del
amor.
Reconciliación, equilibrio de polaridades, compensación son términos equivalentes.
Crean energía, sanación, amor…
Y nacen del amor del ayudador hacia todo como es. La ayuda sólo puede ser amor en
acción: aceptación de TODO como es y cómo fue.