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SOCRATES Y LA VEJEZ
Sócrates (en griego: Σωκράτης, Sōkrátēs; Atenas, 470-ib., 399 a. C.)
por

LEONARDO STREJILEVICH
E-mail: strejileonardo@hotmail.com

“Muerte de Sócrates”
(1787)
Jacques Louis David
Metropolitan Museum

Sócrates murió a los 70 años de edad, en el año 399 a. C., aceptando


serenamente la condena que se le había impuesto y escogiendo la
ingestión de la cicuta (*) de entre las opciones que el tribunal que lo
juzgó le ofrecía para morir. Se le acusaba de no reconocer a los dioses
atenienses y de corromper a la juventud con sus ideas; la corrupción, en
aquellos tiempos, consistía en enseñarles a pensar, algo que sin duda
siempre incomoda al poder. Platón, su discípulo, relató así su muerte:
"Vino el servidor de los Once y, deteniéndose a su lado, le dijo: -Oh
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Sócrates, no te censuraré a ti lo que censuro a los demás, el que se irritan


contra mí y me maldicen cuando les transmito la orden de beber el veneno
que me dan los magistrados. Pero tú, lo he reconocido en otras ocasiones
durante todo este tiempo, eres el hombre más noble, de mayor
mansedumbre y mejor de los que han llegado aquí, y ahora también sé
que no estás enojado conmigo, sino con los que sabes que son los
culpables. Así que ahora, puesto que conoces el mensaje que te traigo,
salud, e intenta soportar con la mayor resignación lo necesario”.
Sócrates se mantuvo fiel a sus principios, apegado al deber, ciudadano
ejemplar, que ve más honroso apurar la cicuta, que huir, cuando la muerte
es lo que el tribunal le ordena.
La vida de Sócrates, hombre de conducta intachable abochornaba a los
corruptos, hacía avergonzar a los viles, y era oprobio para los cobardes.
A través de los siglos, la figura de Sócrates se engrandece aún más.
La memoria de un perfil como el de Sócrates es uno de esos umbrales
frente a los cuales se detiene la historia, porque no puede explicar su
misterio esencial; esa memoria y otras memorias nos define como
hombres, porque sin ella seríamos como plantas o piedras; en primer
lugar esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es activa, de
la cual podemos servirnos en cualquier circunstancia práctica y otra que
es una memoria pasiva, que hace lo que le da la gana: sobre la cual no
tenemos ningún control pero que nos enriquece por acumulación de todas
nuestras experiencias y esa memoria solamente nos entrega lo que ella
quiere.
El pasado pertenece sólo a aquellos que saben recordar, y los pueblos (y
las personas) que olvidan su historia están condenados a repetir su
experiencia como bien escribe Elías Canetti, premio nobel de literatura,
“…la humanidad sólo está indefensa allí donde carece de memoria”.
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Los filósofos en la época de Sócrates sentían que dilatar la vida de los


hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes.
Ser inmortal para Sócrates era baladí; menos el hombre, todas las
criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo
incomprensible, es saberse inmortal. La rueda de la vida no tiene
principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente,
pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinados por un ejercicio de
siglos, los hombres que se creen inmortales podrían haber logrado la
perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabía que en un plazo
infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. La muerte o su alusión
hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su
condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no
hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo,
entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.
Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan
palabras.
La vejez nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Los
subleva a los jóvenes que los esté mandando un viejo. Piensa que un golpe
bastaría para dar cuenta de él. El tiempo no rehace lo que perdemos; la
eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego. Con insistencia
algo senil, prodigó los periodos más brillantes de sus viejas polémicas;
los jueces ni siquiera oían lo que los arrebató alguna vez.
La tradición es obra del olvido y de la memoria. A través de una oscura
geografía somos las sombras de un sueño. En la agonía revivió su batalla,
y se condujo como siempre con su mismo sentimiento.
Sócrates pensaba a que si sigue prolongándose su edad, necesariamente
tendría que pagar el tributo a la vejez, ver peor, oír con más dificultad,
ser más torpe para aprender y más olvidadizo de lo aprendido. Ahora
bien, si soy consciente de mi decrepitud y tengo que reprocharme a mí
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mismo, ¿cómo podría seguir viviendo a gusto? Y Sócrates seguía


diciendo: "E incluso puede ocurrir que la divinidad en su benevolencia
me esté proporcionando no sólo el momento más oportuno de mi edad
para morir, sino también la ocasión de morir de la manera más fácil. En
efecto, si ahora me condenan, es evidente que podré utilizar el tipo de
muerte considerado el más sencillo por quienes se ocupan del tema, y el
menos engorroso para mis amigos, al tiempo que infunde la mayor
añoranza hacia los muertos, pues el que no deja ningún recuerdo
vergonzoso o penoso en el ánimo de los presentes, sino que se extingue
con el cuerpo sano y con un alma capaz de mostrar afecto, ¿cómo no va
a ser a la fuerza digno de añoranza? Con razón los dioses se oponían
entonces a la preparación de mi discurso de defensa, cuando nosotros
creíamos que había que buscar escapatorias por todos los medios. Porque
si hubiera llegado a conseguirlo, es evidente que, en vez de terminar ya
mi vida, me habría preparado para morir afligido por las enfermedades o
la vejez, a la que afluyen todas las amarguras, con absoluta privación de
alegrías. ¡No, por Zeus! Sócrates contaba que no seré yo quien esté
deseoso de tal situación, sino que, si disgusto a los jueces exponiéndoles
todas las ventajas que creo haber obtenido de los dioses y de los hombres,
así como la opinión que tengo de mí mismo, en ese caso antes elegiré la
muerte.
Sócrates fue un filósofo clásico griego considerado como uno de los más
grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Fue maestro
de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo, siendo estos tres los
representantes fundamentales de la filosofía de la Antigua Grecia.
Llevaba siempre la misma capa, y era tremendamente austero en cuanto
a comida y bebida. Fue condenado a muerte por la democracia de Atenas,
por introducir nuevos dioses y corromper a la juventud.
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La base de sus enseñanzas y lo que inculcó, fue la creencia en una


comprensión objetiva de los conceptos de justicia, amor y virtud; y el
conocimiento de uno mismo. Sócrates describió el alma («psique») como
aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabios o de locos, buenos o
malos, una combinación de inteligencia y carácter.
Su inconformismo lo impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al
conocimiento de los que se decían sabios, aunque él mismo no se
consideraba un sabio. Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que
le rodeaba como de la suya propia. Su lógica hizo hincapié en la discusión
racional y la búsqueda de definiciones generales.
Creía en la superioridad de la discusión sobre la escritura y, por lo tanto,
pasó la mayor parte de su vida de adulto en los mercados y plazas públicas
de Atenas, iniciando diálogos y discusiones con todo aquel que quisiera
escucharle, a quienes solía responder mediante preguntas.
La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de
conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir
de ahí construir conocimientos más sólidos.
Sócrates representó la personificación y la guía para alcanzar una vida
superior. Tuvo gran influencia en el pensamiento occidental, a través de
la obra de su discípulo Platón.
Fue el creador de la mayéutica, método filosófico para lograr que el
interlocutor descubra sus propias verdades. La mayéutica fue su más
grande mérito, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a
la resolución de los problemas que se planteaban por medio de hábiles
preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. Según pensaba, el
conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación
entre el ser humano y la naturaleza.
Sócrates no escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía
desarrollar sus propias ideas. Conocemos en parte sus ideas por los
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testimonios de sus discípulos: Platón, Jenofonte, Aristipo y Antístenes.


Sócrates sufrió sin embargo la desconfianza de muchos de sus
contemporáneos, a los que les disgustaba la nueva postura que tomó
frente al Estado ateniense y la religión establecida, principalmente
estaban en contra de las creencias metafísicas de Sócrates, que planteaban
una existencia etérea sin el consentimiento de ningún dios como figura
explícita.
Fue acusado, como dijimos, en el 399 a. C. de introducir nuevos dioses y
corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la
democracia.
De acuerdo con la práctica legal de Atenas, Sócrates hizo una réplica
irónica a la sentencia de muerte del tribunal proponiendo pagar tan sólo
una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un
hombre dotado de una misión filosófica. Sócrates pidió jocosamente que
se lo podría condenar sencillamente «invitándole a comer en los
banquetes comunales», en alusión a que estos eran deplorables. Estas
actitudes enfadaron tanto al jurado que votó a favor de la pena de muerte
por una abultada mayoría.
Los amigos de Sócrates propusieron pagar una fianza, e incluso planearon
su huida de la prisión, pero prefirió acatar la ley y murió por ello. Pasó
sus últimos días con sus amigos y seguidores.
Sócrates sostenía que el primer paso para alcanzar el conocimiento
consistía en la aceptación de la propia ignorancia, y en el terreno de sus
reflexiones éticas, el conocimiento juega un papel fundamental. Sócrates
piensa que el hombre no puede hacer el bien si no lo conoce, es decir, si
no posee el concepto del mismo y los criterios que permiten discernirlo.
Sócrates, como dijimos, no escribió obra alguna pero Platón transcribió
en su libro La República los dichos de su maestro acerca de la vejez.
En “La República”, Platón expresa conceptos vinculados directamente a
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los mayores. No se le escapan ninguna de las variables biológicas,


psicológicas y sociales que hoy forman parte del aparato doctrinario de la
gerontología moderna.
En cierta ocasión, encontrándose Sócrates de visita en El Pireo, capital
administrativa y principal puerto de la Grecia de aquellos tiempos,
juntóse éste a petición de un viejo amigo filósofo llamado Céfalo y allí
entablaron la siguiente conversación acerca de la vejez:

DIJO CÉFALO: -Sócrates, muy pocas veces vienes al Pireo, a pesar de que
nos darías mucho gusto en ello. Si yo tuviese fuerzas para a ir a la ciudad, no
te haría falta venir aquí, sino que iríamos a verte. Como no es así, has de
venir con más frecuencia a verme, porque debes saber que, a medida que los
placeres del cuerpo me abandonan, encuentro mayor encanto en la
conversación. Ten, pues, conmigo ese miramiento, y al mismo tiempo,
conversarás con estos jóvenes, sin olvidar por eso a un amigo que tanto te
aprecia.

SOCRATES: Yo, Céfalo, me complazco infinito en conversar con los


ancianos. Como se hallan al término de una carrera que quizás habremos de
recorrer nosotros los más jóvenes un día, me parece natural que averigüemos
de ellos si el camino es penoso o fácil, y puesto que tú estás ahora en esa
edad, que los poetas llaman “el umbral de la vejez”, me complacería mucho
que me dijeras si consideras semejante situación como la más penosa de la
vida o ¿cómo la calificas?

DIJO CÉFALO: ¡Por Zeus, Sócrates! Te diré mi pensamiento sin ocultarte


nada. Me sucede muchas veces, según el antiguo proverbio, que me
encuentro con muchos hombres de mi edad, y toda la conversación por
su parte, se traduce a quejas y lamentaciones; recuerdan con sentimiento los
placeres del amor, de la mesa, y todos los demás de esta naturaleza, que
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disfrutaban en su juventud. Se afligen de esa pérdida, como si fuera la


pérdida de los más grandes bienes. La vida de entonces era dichosa, dicen
ellos, mientras que la presente no merece ni el nombre de vida. Algunos se
quejan, además, de los ultrajes que les expone la vejez de parte de los
demás. En fin, hablan sólo de ella para acusarla, considerándola causa de
mil males.

“Tengo para mí, Sócrates –continuó Céfalo-, que no dan en la verdadera


causa de esos males, porque he conocido a algunos de carácter bien
diferentes y recuerdo que encontrándome en cierta ocasión con el poeta
Sófocles, como le preguntaran en mi presencia si la edad le permitía aún
gozar de los placeres del amor y estar en compañía de una mujer.

“Dios me libre –respondió-. Ha largo tiempo he sacudido el yugo de ese


furioso y bruto tirano”.

El tema de la vejez fue para los griegos un continuo drama existencial basado
en supuestos míticos, filosóficos y religiosos. Se despreciaba a la vejez y al
propio cuerpo, era considerada como la puerta o la antesala de la muerte.

Llegar a la ancianidad es estar en el ocaso de la vida; ser anciano es ser para


la muerte.

Si bien Sócrates nunca escribió sobre la vejez debemos rescatar la actitud


que asumió frente a ella. Sócrates fue condenado a muerte a los sesenta años.
Su consagración como filósofo se produjo a partir de los cuarenta y cinco
años hasta su muerte. A los cincuenta y dos años se casó. Durante su edad
avanzada se dieron los años más productivos en su praxis pedagógica.
Durante esos años configuró un proyecto de vida vinculado al buen vivir bajo
las virtudes y los valores de la justicia y la sabiduría. Sin embargo, ese
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proyecto de vida se transformó en un proyecto de muerte y decía saber vivir


es el camino propedéutico para saber morir.

En “La República” de Platón la “vejez” es utilizada como término que surge


de un juego de palabras: “geras” (= vejez) y géras (= honor, provecho).
Platón decía (transcripción del texto original y comentarios actuales):
“Por no ser capaz, supongo yo, de sanar de su enfermedad, que era mortal,
se dedicó a seguirla paso a paso y vivió durante toda su vida sin otra
ocupación que su cuidado, sufriendo siempre ante la idea de salirse lo más
mínimo de su dieta acostumbrada; y así consiguió llegar a la vejez muriendo
continuamente en vida por culpa de su propia ciencia”.
Hoy se habla de la longevidad versus calidad de vida y de satisfacción por la
vida; se critica la excesiva biomedicalización de la vejez y, por otra parte, la
vejez no es una enfermedad ni el viejo es un niño arrugado.
“Los ancianos, condescendiendo con los jóvenes, se hinchen de buen humor
y de jocosidad, imitando a los muchachos, para no parecerles agrios ni
despóticos”.
Reacción lógica y autodefensita ante la exclusión y la gran brecha
generacional establecida entre jóvenes y viejos dadas las características del
modelo actual que privilegia la juventud.
“Al verme Céfalo me saludó y me dijo: ¡Oh, Sócrates, cuán raras veces bajas
a vernos al Pireo! No debía ser esto pues si yo tuviera aún fuerzas para ir sin
embarazo a la ciudad, no haría falta que tú vinieras aquí, sino que iríamos
nosotros a tu casa. Pero como no es así, eres tú el que tiene que llegarte por
acá con más frecuencia; has de saber, en efecto, que cuanto más
amortiguados están en mí los placeres del cuerpo, tanto más crecen los
deseos y satisfacciones de la conversación; no dejes, pues, de acompañarte
de estos jóvenes y de venir aquí con nosotros, como a casa de amigos y de la
mayor intimidad”.
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El aislamiento y la soledad en la ancianidad se mitiga con la relación


afectuosa y participativa entre viejos y jóvenes en el seno de una comunidad
convivencial respetuosa y solidaria. La gente y los sistemas que pretendan
asistir a los ancianos deben llegar hasta ellos, en su propio lugar y en sus
propios hogares, en forma periódica dejando de lado la actitud asistencialista
y sobreprotectora.

MEMORIA, CONFORMIDAD Y AYUDAS

“Y en verdad, Céfalo –dije yo-, me agrada conversar con personas de gran


ancianidad; pues me parece necesario informarme de ellos, como de quienes
han recorrido por delante un camino por el que quizá también nosotros
tengamos que pasar, cuál es él, si áspero y difícil o fácil y expedito”.
Para el sentir general de los griegos la edad de sesenta años y más no era
considerada tan avanzada. La memoria histórica está en poder de los viejos
y de ella conviene abrevar; ningún archivo informatizado puede reemplazar
el mundo de imágenes que esta especial memoria es capaz de transferir.
“En la vejez se produce una gran paz y libertad. Cuando afloja y remite la
tensión de los deseos nos libramos de muchos y furiosos tiranos. No es,
Sócrates, la vejez no es de gran pesadumbre, y al que no lo es, no ya la vejez,
¡oh Sócrates! Sino la juventud le resulta enojosa”.
Cada ser humano envejece tal como ha sido en su vida; muchas veces las
actitudes personales y no el contexto definen la calidad de vida de las
personas ancianas; es la profecía autocumplida. El estereotipo de la vejez
pesarosa es, por suerte, poco frecuente.
“Ni el hombre discreto puede soportar fácilmente la vejez en la pobreza, ni
el insensato, aún siendo rico, puede estar en ella satisfecho”.
De modo tal que las ayudas, los soportes, los auxilios, los cuidados y la
asistencia deben brindarse en forma unívoca para todos los mayores
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prescindiendo de su condición económica si bien los ricos, para algunas


cosas, se las arreglan mejor para obtener los servicios que les son necesarios.

LA MUERTE Y LA SABIDURÍA

“Cuando un hombre empieza a pensar en que va a morir, le entra miedo y


preocupación por cosas por las que antes no le entraban…y ya por debilidad
de la vejez, ya en razón de estar más cerca del mundo de allá empieza a verlas
con mayor luz. Y se llena con ello de recelo y temor y repasa y examina si
ha ofendido a alguien en algo”.
La muerte, bienhechora “nodriza de la vejez” (Píndaro) es esto y no otra cosa
para el esperanzado, el justo y el piadoso pero, hace falta hablar de ello,
prepararse y asistir al ser humano en este trance se vea como tránsito o la
nada. “No hay nada en que el hombre libre piense tan poco como en la
muerte” (Spinoza).
“Nadie es justo por su voluntad, sino porque su poca hombría, su vejez o
cualquier otra debilidad semejante le hacen despreciar el mal por falta de
fuerzas para cometerlo”.
El hecho de ser viejo no es garantía ni legitima una conducta personal y
social apta y proba.
“El buen juez no debe ser joven, sino un anciano que, no por tenerla arraigada
en su alma como algo propio, sino por haberla observado durante largo
tiempo como cosa ajena en almas también ajenas, haya aprendido
tardíamente lo que es la injusticia y llegado a conocer bien, por medio del
estudio, pero no de la experiencia personal, de qué clase de mal se trata”.
La experiencia es intransferible genética o culturalmente; lástima nos da en
que el día que el ser humano aprendió es el día que se muere y vuelta a
empezar con los nuevos que siguen.
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EJERCICIOS FÍSICOS Y RESPETO

“…sino también hasta las ancianas, como esos viejos que, aunque estén
arrugados y su aspecto no sea agradable, gustan de hacer ejercicio en los
gimnasios”.
Está demostrado que el ejercicio físico adaptado a la edad individual mejora
la capacidad biológica, mantiene la independencia y la autonomía,
refuncionaliza las pérdidas y los deterioros, y aún las discapacidades, retrasa
los aspectos involutivos que sobrevienen con la edad, da calidad de vida.
Actividad física y cognitiva sumada a una necesaria ergoterapia no deja de
ser una buena fórmula para una vida plena aún en la extrema vejez.
“Y se ordenará que el más anciano mande y corrija a todos los más jóvenes.
Y, como es natural, el más joven no intentará golpear al más anciano ni
infligirle ninguna otra violencia, ni creo que lo ultrajará tampoco en modo
alguno, pues hay dos guardianes bastantes a detenerle, el temor y el respeto:
el respeto, que les impedirá tocarlos, como si fueran sus progenitores, y el
miedo de que los demás les socorran en su aflicción, los unos como hijos,
los otros como humanos, los otros como padres”.
Desgraciadamente, asistimos hoy en día a un aumento de la victimización de
los ancianos que, cada vez más, lo ocupa la crónica policial y el tiempo de
las instituciones sociales y judiciales; revela trágicamente la conducta
enfermiza de la sociedad y aún de muchas familias frente al deber ético y
jurídico que obliga a proteger, contener y asistir a los ancianos.
“Y al llegar a la vejez, todos, excepto unos pocos, se apagan mucho más
completamente que el sol heracliteo, porque no vuelven a encenderse de
nuevo…, cuando, por faltar las fuerzas, los individuos se vean apartados de
la política y milicia, entonces hay que dejarlos ya que pasen en libertad y no
se dediquen a ninguna otra cosa sino de manera accesoria; eso si se quiere
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que vivan felices y que, una vez terminada su vida, gocen allá de un destino
acorde con su existencia terrena”.
Pensamos que aquí puede encontrarse la clave de la idea de la jubilación que
aparece tardíamente en la historia (creación de la seguridad social en Europa
a fines del siglo XIX y en Argentina en los ’50 del siglo XX) como una
creación humana a partir del reconocimiento de los derechos de las personas.
“Pues no creamos a Solón cuando dice que uno es capaz de aprender muchas
cosas mientras envejece; antes podrá un viejo correr que aprender, y propios
son de jóvenes todos los trabajos grandes y múltiples”.
En esto se equivoca Platón. La neurogeriatría y la neurogerontología le dan
la razón a Solón cuando decía “envejezco sin cesar de aprender muchas
cosas”. “Y en cuanto a las riquezas, las despreciará mientras sea joven, pero
¿no las amará tanto más cuanto más viejo se vaya haciendo, como quien
posee un carácter partícipe de la avaricia y no puro en cuanto virtud, por
hallarse privado del más excelente guardián?”
La avaricia, el desprendimiento, la generosidad o la codicia no son inherentes
a la vejez sino a las condiciones del carácter previo de los ancianos.
Los antiguos maestros sabían mucho de temas que hoy parecen descubrirse.
También es cierto que los ciclos de la vida y de la sociedad afectan o
desafectan los problemas según su mirada, su interés o la agenda política que
preocupa a pueblos y gobernantes. Hoy, la explosión demográfica de los
viejos originada en un aumento notable de la esperanza de vida en el mundo,
y también en la Argentina, hace que la presión ejercida por los adultos
mayores deba inexorablemente canalizarse a través de programas de acción
destinados a su sostén y a la utilización de herramientas sociosanitarias
válidas para darles calidad de vida.

(*) CICUTA (conium maculatum) es un potente veneno. Los antiguos griegos utilizaban
la planta para matar a los condenados a morir. Debido a la conina, el principio activo más
importante de la planta, la cicuta puede proporcionar un efecto sedante muy pronunciado.
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Este efecto se ha utilizado en farmacología como analgésico en dolores muy intensos


(cáncer, migrañas, neuralgias) o como anestésico local administrado por vía tópica, ya
que la conina se absorbe por la piel. De todos modos, hoy en día su uso farmacológico es
muy limitado ya que la frontera entre dosis terapéutica y dosis tóxica es muy fácil de
cruzar. La cicuta es una planta bienal, esto es, que tarda exactamente dos años en
completar todo su ciclo biológico. Puede mediar hasta un máximo de dos metros, y se
reconoce, aún sin verla, por su olor hediondo. Sus hojas tienen forma triangular. El tallo
es hueco con flores blancas. En el fruto se concentra la mayor toxicidad, aunque toda la
planta es venenosa. Crece, de forma natural, en bordes de carreteras o caminos, en setos
y a los pies de algunos muros. Toda la planta contiene alcaloides, entre los que se destacan
glucósidos flavónicos y cumarínicos y un aceite esencial, además de la coniceina y la
conina que afectan el funcionamiento del sistema nervioso central produciendo el llamado
«cicutismo». El efecto de esta toxina es semejante al curare. Algunos gramos de frutos
verdes son suficientes para provocar la muerte de un humano. La inducción al suicidio
mediante la cicuta era un método común en la antigüedad.

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