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Modernidad, postmodernidad e hipermodernidad

(Pablo Martín Carbajal)

Ya son unos cuantos años leyendo a Gilles Lipovetsky, desde que me lo


presentó «El estado del mundo» de Vicente Verdú. No es fácil hacerlo. No
hay tiempo para eso en el reinado de la urgencia de los tiempos hipermodernos.
Voy a intentar rescatar aquí de libro «Los tiempos hipermodernos», lo que
más me ha llamado la atención.

Para eso tenemos que remontarnos a «La era del vacío», escrito en 1983, en
donde Lipovetsky entra de lleno en su tema favorito: el individualismo
contemporáneo. La llamada modernidad comienza entrado el siglo XX, la
época de las ideologías y de las vanguardias, de las revoluciones, de las masas, se
creía en el futuro, en la ciencia y en la técnica, se rompió con las jerarquías de
sangre y la soberanía sagrada.

Todo eso empezó a desquebrajarse, según Lipovetsky, por el fenómeno de la


moda; la moda como nuevas valoraciones sociales vinculadas a una renovada
posición e imagen del individuo respecto al colectivo, la moda que permitía escapar
del mundo de la tradición descalificando el pasado, afirmando lo nuevo, el gusto
individual y casi pasajero, efímero, la moda (y el consumismo) que reestructura la
sociedad según la lógica de la seducción, la renovación permanente y la
diferenciación marginal.

Es con la difusión de la moda cuando entramos en la época


postmoderna en la que se amplía la esfera individual, las diferencias
individuales, la pérdida de transcendencia de los principios reguladores sociales y
la disolución de la unidad de los modos de vida: los individuos se liberan de la
esfera a la que pertenecen sin necesidad de tener que seguir un camino
preestablecido.

Es en ese momento, en la llegada de la postmodernidad, cuando aparece


Narciso, el individuo que busca la autorrealización personal, el bienestar, el
placer, la gente quiere vivir en seguida, aquí y ahora, sin ideales ni tradiciones, el
objetivo es conservarse joven, consumir, disfrutar…, en definitiva, la afirmación
individual y hedonista que Lipovetsky denominó la «La era del vacio».

Ahora bien, esta sociedad hedonista no significa que vivamos en una


época sin valores; es lo que el autor llama «La paradoja de la
postmodernidad», ya que conviven entre el vacío y la vida superflua el gran
desarrollo de la democracia, de los derechos humanos, del voluntariado, del
cuidado del medioambiente, de la ética en los negocios.

Pero esa etapa posmoderna, que dura hasta principios de los noventa, de paso a
una nueva época: la hipermodernidad. Hipercapitalismo,
hiperindividualismo, hiperpotencia, hiperterrorismo, hiperrealismo,
hipercomunicaciones, hiperrentabilidad, hipermercado, hiperplacer: todo es híper
en una sociedad basada en el mercado, en la técnica y en el individuo, y donde no
existen proyectos alternativos de peso a la escalada del neoliberalismo
del «siempre más» (y siempre más rápido). Y, lógicamente,
también hipernarcisismo, un narciso que se tiene por maduro, responsable,
eficaz, adaptable, ético y profesional.

Pero, ¿es realmente maduro cuando se niega a aceptar la edad adulta?, ¿es
responsable cuando se producen despidos colectivos, destrucción de la ecología,
corrupción?, ¿es adaptable cuando se niega a renunciar a ninguna ventaja
adquirida? (el miedo tan presente en nuestras sociedad, a renunciar a lo adquirido,
pero también ante la incertidumbre, ante la precariedad en el trabajo), ¿es eficaz
cuando nunca ha existido tanta depresión, ansiedad, angustía y tentativas de
suicidio?

La hipermodernidad significa hiperindividualidad, el debilitamiento del


poder regulador de los grupos, sea familia, religión, cultura de clase, el individuo
parece cada vez más descompartimentado y móvil, fluido y socialmente
independiente, una volatibilidad y una autonomía extrema que puede
significar más una desestabilización del yo que una afirmación
triunfante del sujeto dueño de sí mismo.

Los individudos hipermodernos están a la vez más informados y más


desestructurados, son más adultos y más inestables, están menos ideologizados y
son más deudores de las modas, son más abiertos y más influenciables, más críticos
y más superficiales, más escépticos y menos profundos.

Y ante este panorama de aspectos positivos y negativos Lipovetsky ofrece una


visión de la hipermodernidad en la que la responsabilidad es la piedra angular
del porvenir de nuestras democracias, la responsabilidad que debe ser
colectiva y ejercerse en todos los dominios del poder y del saber, una
responsabilidad que también debe ser indiviudal, porque nos corresponde asumir
esta autonomía que la modernidad nos ha legado.

Bueno, y ese es mi particular y brevísimo resumen de «los tiempos


hipermodernos» (seguro que hay otros), quedan muchísimos aspectos en el tintero
y que no tengo espacio para comentar aquí (ya se me ha hecho demasiado largo
para un artículo que se lee a través de una pantalla en la hipercomunicación de
internet)

En el fondo, los tiempos hipermodernos que nos cuenta Lipovetsky corresponden a


la cultura denominada Occidental, pero hay otras culturas en este planeta, y si la
globalización neoliberal es imparable, que no sea un tsunami de la Occidental sobre
las otras, sino que más bien se convierta en un diálogo, en un encuentro en donde
prevalezca el respeto, la empatía y la responsabilidad.

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