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MATRIMONIO PARA LOS ROMANOS:

1. El concubinato: (unión estable entre personas libres sin llegar a


constituir matrimonio).
2. El contubernio (unión entre esclavos).
Los actos sociales que inician la convivencia, como la cena en casa de
los padres de la novia, donde ésta es "entregada" oficialmente al
novio, y el posterior traslado en cortejo de la novia a casa del novio
(deductio in domum mariti), no son imprescindibles, y en todo caso,
tienen como finalidad el probar que ha tenido lugar el consentimiento
(consensus).
Elementos del matrimonio en roma:
Unión de hombre y mujer:
1. Un elemento objetivo: hace referencia a la forma en que los
cónyuges deben comportarse y respetarse mutuamente, y con
respecto a la mujer, exterioriza socialmente su condición de
esposa, haciéndola partícipe de la dignidad y rango del marido.
2. Elemento subjetivo: Ulpiano afirma tajantemente que nuptias non
concubitus, sed consensus facit, esto es, el matrimonio no lo hace
la cópula sino el consentimiento. Tal principio, a través de la
doctrina canónica medieval, va a informar el moderno Derecho
matrimonial canónico, según el cual, la esencia del matrimonio la
constituye el consentimiento no la cópula carnal (copula carnalis).
Ahora bien, respecto a este elemento hay que hacer una distinción
entre Derecho clásico y Derecho justinianeo.
En el Derecho clásico se exige no una voluntad inicial, sino continuada de
permanecer unidos en matrimonio, y precisamente por este
carácter permanente, los juristas hablan más que de consensus de
affectio maritalis. De tal modo, que la existencia del matrimonio
depende de la persistencia de esta recíproca voluntad de
permanecer unidos, y basta con que uno de los cónyuges la pierda
para que el matrimonio se considere disuelto. Es por ello por lo que
en ésta época el divorcio no es un acto jurídico, ni reviste ninguna
forma especial: la interrupción de la affectio maritalis lleva consigo
automáticamente el divorcio.
En Derecho postclásico y justinianeo, aunque el matrimonio
descansa sobre el mismo principio consensusfacit nupcias ,
tal consensus o affectio indican ahora voluntad inicial de los
cónyuges, dirigida a la constitución del matrimonio, el cual subsiste
con independencia o no de la affectio maritalis, y sólo se entenderá
disuelto cuando se efectúe formalmente el divorcio.
Promesa de matrimonio: Aunque los esponsales daban lugar a un vínculo
más bien social que jurídico, sin embargo, de su celebración se
derivaban algunas consecuencias jurídicas, especialmente en relación
a los supuestos en que hayan mediado arras en Derecho justinianeo,
el que rehuse cumplir la promesa pierde las que entregó, o deberá
devolver al duplum las que recibió. Tampoco en el Código Civil propio
del ordenamiento jurídico español (artículo 42) la promesa de
matrimonio produce la obligación de contraerlo, aunque el
incumplimiento sin causa de tal promesa producirá la obligación de
resarcir a la otra parte de los gastos hechos y las obligaciones
contraídas en consideración al matrimonio prometido (artículo 43).
Para llevarla a cabo los esponsales cuentan prácticamente los mismos
requisitos e impedimentos que para el matrimonio, salvo que podían
contraerse entre impúberes, fijando Justiniano la edad mínima de siete
años.
Los requisitos para contraer legítimo matrimonio (legitimum
matrimonium) son los siguientes:

Capacidad natural

No pueden contraer matrimonio los impúberes, que eran los varones


menores de 14 años y las hembras menores de 12, pues se entiende
que aún no han alcanzado el desarrollo necesario para procrear.

Capacidad jurídica

En Derecho romano la aptitud para contraer matrimonio legítimo se


denominaba conubium (de cum y nubo = casarse). Tal capacidad la
tenían sólo las personas libres y los ciudadanos romanos. Este
requisito es propio de una sociedad que admite la desigualdad entre
sus miembros, y donde no sólo los esclavos carecían de toda
personalidad, sino también los individuos pertenecían a diversas
categorías y clases. A partir de la época postclásica, habiéndose
concedido la ciudadanía romana a todos los súbditos del imperio (a.
212), y por influjo del cristianismo que propicia la igualdad entre los
hombres, dicho requisito irá cayendo en desuso hasta desaparecer
completamente.

Consentimiento de los esposos:

El consentimiento de los esposos no es válido si se hubiese prestado


bajo el influjo de la violencia. Si eran alieni iuris se exigía también el
consentimiento de sus paterfamilias que, según interpretación de los
juristas, no tenía que ser explícitamente manifestado, bastando con
que no se opusieran al matrimonio. Si el paterfamilias se negara a
prestarlo sin suficiente motivo, los esposos podrían recurrir a un
magistrado.
Impedimentos para el matrimonio en Roma:
Obstáculo o dificultad, y es empleado por la doctrina para aludir a
aquellas circunstancias que impidan el matrimonio. Pueden ser
absolutos y relativos, según impidan contraer matrimonio con cualquier
persona, o sólo con alguna determinada. Los explico sucintamente.

La palabra impedimento no es un término romano, sino acuñado por el


Derecho canónico; equivale a estorbo, obstáculo o dificultad, y es
empleado por la doctrina para aludir a aquellas circunstancias que
impidan el matrimonio. Pueden ser absolutos y relativos, según
impidan contraer matrimonio con cualquier persona, o sólo con alguna
determinada. Los explico sucintamente.

a) Matrimonio preexistente, ya que el matrimonio romano es


esencialmente monogámico; la bigamia era castigada con la pena de
infamia.

b) Parentesco de sangre (cognatio). En línea recta, esto es, entre


ascendientes y descendientes, el matrimonio está prohibido hasta el
infinito. En línea colateral, entre hermano y hermana y entre personas
de las cuales alguna sea hermano o hermana de un ascendiente del
otro, por ejemplo entre tíos y sobrinos.
c) Afinidad. Entre afines, el matrimonio está prohibido entre suegro y
nuera, suegra y yerno. Por influencia cristiana, y a partir de
Constantino (a. 324), también se prohibió entre cuñados.

d) No tanto por motivos afectivos sino por razones prácticas,


precisamente para evitar dudas acerca de la paternidad, la viuda no
podía contraer matrimonio antes de transcurrido un año a contar
desde la muerte del marido.

e) La prohibición de matrimonio entre la adúltera y su cómplice,


prevista en la lex lulia de adulteriis de Augusto, es recogida por
Justiniano que la extiende a los matrimonios entre raptor y raptada.

A más de este último, otros impedimentos obedientes a motivos


sociales, éticos o religiosos completan este cuadro. Así, ni el tutor ni
su hijo pueden contraer matrimonio con su antigua pupila, hasta que
no haya tenido lugar la rendición de cuentas, y en fin, Justiniano, por
influencia cristiana, considera un obstáculo insalvable el voto de
castidad y las órdenes mayores.
Libertad para contraer matrimonio y las leyes de Augusto:
A finales de la República, ante la decadencia de las costumbres, y
alarmado por los bajos índices de natalidad, el emperador Augusto
hizo aprobar en los comicios la ley Iulia de maritandis ordinibusdel 18
a.C. y la lex Papia Poppaea del 9 d.C. . Tales leyes establecían de
forma indirecta la obligación de contraer matrimonio para todos los
romanos comprendidos entre los 25 y 60 años y para las romanas
mayores de 20 y menores de 50. La obligación incluía a los viudos y
divorciados.

Como sanciones indirectas y como estímulo a la procreación son


previstas graves desventajas para los célibes y casados sin hijos
(orbi), sobre todo en el ámbito del derecho de sucesiones, y se
conceden premios y ventajas a los matrimonios prolíficos. Tales
disposiciones fueron derogadas paulatinamente por influencia del
cristianismo, que no cree conveniente coacción o injerencia alguna en
la libre voluntad para contraer matrimonio. En el Derecho justinianeo la
legislación matrimonial de Augusto es tan sólo un recuerdo, y en la
nov.22, emanada por Justiniano, se contempla la intención de
modificar la legislación procedente, y fijar definitivamente todo un
conjunto de normas que disciplinen los variados aspectos del
matrimonio.
Libertad para contraer matrimonio y las leyes de Augusto

El matrimonio en el mundo romano, aun cumpliendo una


importantísima función social que disciplina y encauza las relaciones
afectivas entre mujeres y hombres, era plenamente libre y no existían
disposición alguna que presionara a los ciudadanos a celebrarlo. Pero
a finales de la República, ante la decadencia de las costumbres, y
alarmado por los bajos índices de natalidad, el emperador Augusto
hizo aprobar en los comicios la ley Iulia de maritandis ordinibusdel 18
a.C. y la lex Papia Poppaea del 9 d.C. . Tales leyes establecían de
forma indirecta la obligación de contraer matrimonio para todos los
romanos comprendidos entre los 25 y 60 años y para las romanas
mayores de 20 y menores de 50. La obligación incluía a los viudos y
divorciados.

Como sanciones indirectas y como estímulo a la procreación son


previstas graves desventajas para los célibes y casados sin hijos
(orbi), sobre todo en el ámbito del derecho de sucesiones, y se
conceden premios y ventajas a los matrimonios prolíficos. Tales
disposiciones fueron derogadas paulatinamente por influencia del
cristianismo, que no cree conveniente coacción o injerencia alguna en
la libre voluntad para contraer matrimonio. En el Derecho justinianeo la
legislación matrimonial de Augusto es tan sólo un recuerdo, y en la
nov. 22, emanada por Justiniano, se contempla la intención de
modificar la legislación procedente, y fijar definitivamente todo un
conjunto de normas que disciplinen los variados aspectos del
matrimonio.

Efectos del matrimonio romano

El matrimonio es fuente de derechos y deberes entre los cónyuges,


unos de carácter personal, otros inciden directamente en la esfera
patrimonial. Detengámonos sobre los más relevantes.

a) Ante todo, como hemos visto, la mujer participa de la condición


social del marido, y le debe fidelidad, existiendo entre los cónyuges
una obligación de recíproco respeto (reverentia), que se traduce en
una serie de disposiciones. Así, el adulterio de la mujer se castiga con
más severidad que el del marido, disponiendo Justiniano el ingreso de
la mujer adúltera en un convento, y facultando al marido para hacer
cesar la pena, reemprendiendo con su mujer la vida conyugal; por otra
parte, ni el marido ni la mujer pueden actuar en juicio el uno frente el
otro, estando exentos así mismo de testificar recíprocamente en
contra; finalmente, las acciones penales o infamantes no se pueden
ejercitar entre cónyuges, y por ello se excluye la acción de robo (actio
furti): el cónyuge sólo puede ejercitar una actio rerum amotarum para
recuperar las cosas sustraídas durante el matrimonio.

b) En el orden patrimonial, cuando el matrimonio iba acompañado de


la conventio in manum, todos los bienes que la mujer poseyera antes
de contraerlo, y todos los que durante el mismo adquiriese, pasaban a
ser propiedad del marido, o en su caso, de su paterfamilias; en
compensación, a la muerte de su marido la mujer le sucedía como si
fuese una hija. Si el matrimonio no iba acompañado de la conventio in
manum, se producía, en principio, un régimen de separación de
bienes, que funcionaba de distinta forma según que la mujer
fuese sui o alieni iuris. Si era alieni iuris, todo lo que adquiría durante
el matrimonio redundaba en beneficio de su paterfamilias, y si era
independiente (sui iuris), todo lo que tuviese antes del matrimonio, o
adquiriese después, le pertenecía en propiedad, pudiendo disponer de
ello libremente.

c) En virtud de la presunción Muciana (fue el jurista Mucio quien la


creó), todo incremento operado en el patrimonio de la mujer, cuya
procedencia no pudiera demostrarse, se presume que proviene del
marido, salvo prueba en contra.

d) Las donaciones entre cónyuges durante el matrimonio estaban


prohibidas. La razón que para ello aducen algunos juristas era la
posibilidad que tales donaciones introdujeran en las relaciones
conyugales un no deseable matiz de especulación, pareciendo como
si se comprara la concordia marital con dinero; no obstante, si el
donante muriese antes que el donatario sin haberla revocado, la
donación se convalida. Excluidas de la prohibición estaban las
donaciones efectuadas por causa de muerte o con ocasión de
divorcio.

Dote y bienes parafernales


La palabra dote proviene de la latina dos, que deriva a su vez
de dare (dar o entregar), y originariamente constituía una auténtica
donación que el marido adquiría definitivamente, aunque en Derecho
clásico ya no tiene tal consideración. En efecto, en esta época se
entiende por dote el conjunto de bienes que el marido recibe del padre
de la mujer, de la misma mujer o de un tercero, para ayudarle a
soportar las cargas del matrimonio (ad sustinenda onera matrimonii).

Aunque en principio la obligación de dotar a la mujer que iba a


contraer matrimonio era sólo moral, bien pronto llegó a convertirse en
un deber jurídico. Existían varias formas a través de las cuales se
constituía la dote a favor del marido, pero en la época postclásica, más
precisamente a partir de Teodosio (s.V.) se hizo posible la constitución
mediante un simple pacto (pactum dotis) desprovisto de formas, que
se generalizó como medio habitual con Justiniano, siendo usual en
este época recurrir al documento escrito para constituirla
(instrumentum dotale).

En Derecho clásico, teóricamente el marido adquiría la propiedad de


los bienes entregados como dote (bona dotalia), pero en la práctica no
podía ser contemplado como un auténtico propietario, ya que debía
destinarlos a un fin determinado (aliviar las cargas del matrimonio), no
podía vender ni pignorar los fundos dotales (según la lex Iulia de
maritandis ordinibus), y sobre todo estaba obligado a restituirlos a la
mujer una vez disuelto el matrimonio. A la vista de esta ambigua
situación podríamos afirmar paradójicamente, que el marido es
propietario de los bienes dotales pero que éstos pertenecen a la mujer,
"son suyos".

Justiniano puso fin a tal ambigüedad calificando definitivamente la dote


como res uxoriae (cosas de la mujer). Tilda de sutiliza legal (subtilitas
legum) la adquisición de la propiedad por el marido, y corrobora sin
ambages que los bienes dotales pertenecen en propiedad a la mujer,
pudiendo interpretarse que las facultades del marido sobre los
mismos, corresponderían a las de un usufructuario.

Finalmente, en cuanto a la obligación de restituir la dote por parte del


marido, es garantizada por una hipoteca legal privilegiada sobre los
bienes de éste a favor de la mujer, la cual podía ejercitar la actio ex
stipulatu o progresivamente la actio rei uxoriae para exigir la
restitución; con Justiniano tales acciones se confunden en una sola
denominada acción de dote (actio de dote).

Antes de la reforma de 13 de Mayo de 1981, la dote era amplia y


minuciosamente contemplada en el Código Civil Español, guardando
regulación gran afinidad con el Derecho romano; pero después de
dicha reforma no se menciona más este instituto, quedando abolido
definitivamente, aunque con anterioridad ya había caído en desuso.

Cuando el matrimonio era libre, esto es, cuando no iba acompañado


de la conventio in manum, se llamaban bienes parafernales (del
griego pará = fuera y pherné = dote) o extradotales, todos aquéllos
que pertenecían a la mujer y de los cuales ésta, no habiéndolos
constituído en dote, conservaba la libre disposición. La mujer podía
administrarlos por sí misma o encomendar al marido su custodia o
administración, como habitualmente ocurría. Los bienes parafernales
que habían sido confiados al marido, debían ser ineludiblemente
restituídos a la disolución del matrimonio; a este respecto, tanto la
mujer como sus herederos podían reclamarlos con la acción de
depósito o la de mandato según los casos, o incluso mediante acción
reivindicativa, como propietaria que era de los mismos.

El matrimonio en mexico.
La inscripción del matrimonio católico en el registro civil:
En 1856, se dispuso la inscripción del matrimonio religioso en el asiento
que llevarían los funcionarios públicos; para ello, los consortes se
presentaban ante el oficial del estado civil, una vez celebrado “el
sacramento ante el párroco y previas las solemnidades canónicas”. El
matrimonio se inscribía en el registro “dentro de cuarenta y ocho horas
después de celebrado el sacramento”; para realizarse la inscripción
después de haber transcurrido el término legal, se requería declaración
de la autoridad judicial y se les imponía a los consortes “una multa de
diez a cincuenta pesos, o de un mes a seis de prisión”. La inscripción del
matrimonio católico en el registro civil contenía los siguientes datos.
a) el año, mes, día y hora en que se efectuaba;
b) los nombres, apellidos, origen, domicilio y edad de los contrayentes,
de sus padres, abuelos o curadores y de los padrinos;
c) el consentimiento de los padres o curadores o, en su defecto, la
constancia de haberse suplido por la autoridad competente -prefectos y
subprefectos en los Estados, el gobernador en el Distrito y los jefes
políticos en los territorios-, en caso de ausencia o disenso;
d) la partida de la parroquia;
e) el consentimiento de los consortes;
f) la declaración de dote, arras, donación prenupcial y cualquier otra
relativa a los derechos que mutuamente adquirían los consortes;
g) los nombres de los testigos -dos por parte del marido y dos por la
mujer-, expresándose si eran parientes y en qué grado;
h) la solemne declaración del oficial del estado civil de estar registrado
legalmente el matrimonio.

En los matrimonios celebrados en alta mar, se empleaba el mismo


procedimiento de inscripción en el registro. Tratándose de matrimonios
celebrados en los hospitales, prisiones y demás casas de beneficencia,
el oficial del registro asentaba el acto en los mismos términos legales,
además lo hacía constar en los libros del establecimiento; mientras que
los matrimonios celebrados en campamentos militares, se registraban
por la oficina del detalle y se remitía copia autorizada del acta al oficial
del estado civil, a que estaba sujeto el último domicilio del marido y de la
mujer, para las anotaciones legales. En cuanto a los matrimonios
registrados en país extranjero ante los agentes diplomáticos de la
República, la inscripción se sujetaba al procedimiento empleado en
territorio nacional y se remitía “copia autorizada (y legalizada) al registro
del último domicilio del marido y de la mujer, el cual será anotada en el
lugar respectivo”. Si la celebración del matrimonio en país extranjero era
ante las autoridades del referido país, también se requerían las copias
que acreditaran tal acto; también los extranjeros, que contraían
matrimonio conforme a sus leyes, tenían que ocurrir, dentro del término
legal, a anotarlo en el registro ante el oficial del estado civil.

Si no se realizaba la inscripción del matrimonio ante el registro, aquel no


producía “efectos civiles”, en las siguientes materias: “la legitimidad de
los hijos, la patria potestad, el derecho hereditario, los gananciales, la
dote, las arras y demás acciones que competen a la mujer; la
administración de la sociedad conyugal que corresponde al marido, y la
obligación de vivir en uno”. Con relación a las declaraciones de divorcios
y nulidades de matrimonio, éstas también se anotaban en el registro “de
la misma manera que los matrimonios, y con referencia al registro de
éstos, anotándose el nuevo acto al margen del primero”.

El matrimonio como contrato civil


En diversas poblaciones, los sacerdotes se negaban a otorgar “las
bendiciones de la Iglesia a muchas personas, por el solo hecho de
mostrarse fieles al juramento que prestaron a la Constitución y a las
leyes (…) Han sido tales los abusos que se han hecho de la franqueza
con que el soberano confió al clero el derecho de intervenir en el contrato
matrimonial, que hasta los más creyentes han llegado a vacilar, a
desconfiar de su doctrina en este punto”. En 1859, debido a estas
circunstancias, se le retiró a la potestad eclesiástica la facultad para
celebrar matrimonios que produjeran efectos jurídicos y la autoridad civil
se confirió la exclusividad en esta materia, a través de la Ley de
matrimonio civil; no obstante, esta ley comenzaría “a tener efecto en
cada lugar luego que en él se establezca la oficina del registro civil”, lo
que propició diversos contratiempos. Así, el gobierno federal tuvo noticias
de que “algunas autoridades” habían dictado varias disposiciones que
contrariaban el espíritu de Reforma y que tendían a perpetuar esa “mutua
anómala dependencia en que permanecía la Iglesia y el Estado antes de
la última revolución”; por ello, el presidente de la República dispuso que
no tuvieran valor ni efecto las providencias dictadas en tal sentido,
resolviendo que las, que en lo sucesivo, se expidieran fueran sometidas
a la aprobación del supremo gobierno.

El matrimonio se convierte en un contrato civil que se pacta lícita y


válidamente, previas las formalidades legales, ante la autoridad civil a
quien los pretendientes expresan libremente su voluntad para celebrar el
acto. Este contrato sólo se celebra “por un solo hombre con una sola
mujer”; la bigamia y la poligamia quedaron prohibidas. También se
prohibió contraer matrimonio al hombre antes de los catorce años de
edad y a la mujer antes de los doce; sin embargo, en “casos muy graves
y cuando el desarrollo de la naturaleza se anticipe a esta edad”, los
gobernadores de los Estados y del Distrito, en su caso, podían permitir el
matrimonio entre estas personas. Cuando el hombre era menor de
veintiún años y la mujer menor de veinte, se requería de la licencia de los
padres, tutores o curadores para poder contraer matrimonio. En caso de
ausencia de los padres, era válida la autorización de los abuelos
paternos; a falta de éstos, de tutores y de curadores, se solicitaba la
intervención de los hermanos mayores. Si se negaban a conceder la
autorización respectiva, los interesados podían acudir ante las
autoridades políticas, para que se les habilitara de edad.
El ritual católico fue sustituido por una ceremonia civil; ésta debe
realizarse con ciertas formalidades y solemnidades. El día fijado para
celebrarse el contrato, acudían los interesados ante el juez del estado
civil y éste, asociado del alcalde del lugar y dos testigos más por parte de
cada uno de los contrayentes, preguntaba a los novios si era su voluntad
unirse en matrimonio con el otro. Si alguno de los contrayentes negaba
su consentimiento en el acto de ser interrogado, se suspendía el acto y
se dejaba constancia de ello; si ambos contestaban afirmativamente, el
encargado del registro civil les leía los artículos 1º, 2º, 3º y 4º de la Ley
de matrimonio civil, además les expresaba que se había formalizado su
libre consentimiento “y hecha la mutua tradición de las personas, queda
perfecto y concluido el matrimonio”, no sin antes manifestarles a los
casados, lo siguiente.
Concluida la ceremonia del matrimonio, inmediatamente se levantaba el
acta correspondiente, haciendo constar en el documento: nombres,
apellidos, edad, profesiones, domicilios y lugar del nacimiento de los
contrayentes; si eran mayores o menores de edad; nombres, apellidos,
profesiones, domicilio de los padres; consentimiento de los padres,
abuelos o tutores, en su defecto, la habilitación de edad; constancia
relativa de no haber impedimento y si lo había, de haberse declarado
legítimo el matrimonio; declaración de los esposos de “tomarse y
entregarse mutuamente por marido y mujer, su voluntad afirmada de
unirse en matrimonio y la declaración que de haber quedado unidos, en
nombre de la sociedad y conforme a la ley”; nombres, apellidos, edades,
profesiones y domicilio de los testigos, además de su manifestación si
eran o no parientes de los contrayentes, en caso de serlo, el grado y la
línea de parentesco. El acta matrimonial era firmada por los cónyuges y
sus testigos; el juez del estado civil y el alcalde otorgaban su autorización
y se asentaba el acta en el libro correspondiente; si los contrayentes lo
solicitaban, se les entregaba testimonio de este documento.

El testimonio del acta matrimonial tenía “fuerza legal para probar


plenamente en juicio y fuera de él, matrimonio legítimamente celebrado”.
Cuando un matrimonio se efectuaba en un lugar diverso al domicilio
fijado por los cónyuges, el certificado del matrimonio que se presentaba
al juez del estado civil, era admitido si tal instrumento se encontraba
“competentemente legalizado”. Si el certificado era expedido en
el extranjero por algún enviado de la República, la firma se legalizaba por
el Ministerio de Relaciones; si se expedía en algún Estado, la firma se
legalizaba por el gobernador de él y la de éste por el Ministerio de
Gobernación; finalmente, si se expedía en alguna población del Distrito,
la firma era legalizada por el gobernador de éste. Si no se contaba con
dicho certificado, se admitía como prueba supletoria aquella que se
dirigiera a acreditar que el matrimonio se había celebrado ante el juez del
estado civil y que no se podía comprobar con el documento
correspondiente debido a extravío o destrucción del acta de registro.

El matrimonio civil se concebiría como un contrato indisoluble; sólo la


muerte de alguno de los cónyuges sería el medio para disolverlo. Sin
embargo, los contrayentes podían separarse temporalmente, sin que con
ello pudieran contraer nuevo matrimonio, mientras viviera “alguno de los
divorciados”; dicha separación podría darse si los casados se
encontraban en alguna de las “causas legítimas para el divorcio”:
adulterio, salvo que ambos hubieran incurrido en esta conducta, o
prostituir a la esposa; acusación de adulterio no justificada en juicio;
concúbito con la mujer, que fuera contrario al fin esencial del matrimonio;
inducción al crimen; crueldad excesiva o enfermedad grave y contagiosa
de alguno de los esposos y, demencia de uno de los cónyuges, cuando
ésta provocara temor por la vida del otro. Cabe precisar que la acción de
adulterio sólo podían denunciarla, en su caso, el marido o a la mujer; lo
mismo ocurría con la acción de divorcio. Cuando la mujer intentaba
cualquiera de las dos acciones podría ser amparada por sus padres o
abuelos de ambas líneas.

Los contrayentes del matrimonio civil gozarían de todos los derechos y


prerrogativas legales; por tanto, ningún matrimonio celebrado sin las
formalidades legales era reconocido como “verdadero legítimo para los
efectos civiles” sino “nulo e incapaz por consiguiente de producir ninguno
de aquellos efectos civiles que el derecho atribuye solamente al
matrimonio legítimo”; sólo el matrimonio civil se consideró válido y los
casados conforme a la ley, podían, si lo querían, recibir las bendiciones
de los ministros de su culto.

En Tamaulipas, el obispo pretendía que los párrocos y demás


eclesiásticos residentes en esa entidad pudieran celebrar matrimonios
practicando diligencias necesarias y los fieles ocurrieran al gobierno
eclesiástico por las dispensas en los impedimentos que se ofrecieran
conforme al derecho canónico, pero sin administrar el sacramento hasta
que los interesados presentaran constancia de haber acudido
previamente al registro civil. Al respecto, el Ministerio de Justicia afirmó:
“entre los habitantes de la República no puede contraerse otro
matrimonio legítimo que el civil, si bien después dé celebrado pueden los
esposos pedir a los ministros del culto que profesen, la práctica de las
ceremonias que según las prescripciones de éste hayan de consagrar
aquella unión”; por tanto, este Ministerio resolvió: “la autorización á los
curas para celebrar matrimonios ha de considerarse limitada a la
administración del sacramento”, pues los sacerdotes no estaban
facultados para otorgar dispensas en los matrimonios y sólo podrían
administrar el sacramento del matrimonio, si los interesados exhibían las
constancias que acreditaran haber celebrado previamente el matrimonio
ante el funcionario civil competente.

Por su parte, el Ministerio de Gobernación declaró que el gobierno no


estaba facultado para intervenir “de modo alguno” en la administración de
sacramentos, ni para obligar a los ministros de un culto a celebrar
matrimonios; lo anterior, debido a “que la sociedad y la ley autorizan el
matrimonio civil, y si los contrayentes quieren celebrarlo, según las
prácticas de una religión, a ellos toca exclusivamente el asunto y
entenderse con los sacerdotes respectivos”.

Acerca de impedimentos, dispensas y recursos judiciales en el


matrimonio civil
La Ley de matrimonio civil señaló, en el artículo 8, como impedimentos
para la celebración del contrato civil del matrimonio, los siguientes: error
sobre la persona; parentesco de consanguinidad legítimo o natural -sin
limitación de grado, en línea recta ascendente o descendente y en línea
colateral igual; el impedimento se extendía sólo a los tíos y sobrinas o, al
contrario, siempre que estuvieran en el tercer grado-; atentar contra la
vida de alguno de los casados, para casarse con el que quedara libre;
violencia grave y notoria que bastara para viciar el libre consentimiento;
esponsales legítimos que, constando en escritura pública, no se hubieran
disueltos por mutuo acuerdo de quienes los contrajeron; locura
constante e incurable y, matrimonio previo celebrado legítimamente con
persona distinta. En el supuesto haberse celebrado el matrimonio,
existiendo alguno de los impedimentos legales, se tenía por no realizado,
salvo que se hubiera dado el error sobre la persona; en este caso, podía
validarse el contrato al ratificar el consentimiento después de conocido el
error.

A pesar de esta disposición legal, los gobiernos de los Estados realizaron


diversas consultas al Ejecutivo federal acerca de cuáles eran los
impedimentos para contraer el matrimonio civil, cuando cabría dispensa y
quién sería la autoridad competente para otorgarla; por este motivo, el
presidente de la República emitió el decreto sobre los impedimentos,
dispensas y juicios por lo relativo al matrimonio civil. Según este
ordenamiento, la relación de afinidad en línea recta, sin limitación alguna,
era impedimento para celebrar el contrato de matrimonio civil. No
obstante, cabía dispensa en el impedimento entre los consanguíneos en
tercer grado de la línea colateral desigual. Únicamente, los gobernadores
de los Estados y los jefes políticos de los territorios, en sus respectivas
demarcaciones, y el presidente de la República en el Distrito federal
podían otorgar la dispensa de impedimentos para el matrimonio civil.

Conforme al artículo 25 de la Ley de matrimonio civil, todos los juicios


sobre validez o nulidad del matrimonio, sobre alimentos, comunidad de
intereses, gananciales, restitución de dote, divorcio y cuantas acciones
tuvieran que entablar los contrayentes, se ventilarían ante el juez de
primera instancia; sin embargo, el titular del Ejecutivo federal modificó
esta disposición en el siguiente sentido: cualquier recurso judicial en esta
materia, no se entablaría ante el juez de primera instancia, sino ante los
superiores respectivos, por medio de la apelación y la súplica, siendo la
sentencia de tercera instancia la que causaba ejecutoria.

Sobre la inscripción del contrato de matrimonio en el registro civil


Las personas que pretendían contraer matrimonio, se presentaban ante
el juez del estado civil del lugar de su residencia a manifestarle su
voluntad; éste tomaba sobre el registro, nota de dicha pretensión y
levantaba el acta de presentación, en la que constaba “el nombre de los
pretendientes, su edad y domicilio”, así como, los nombres, apellidos,
profesiones y domicilios de los padres y madres; también se hacía
constar la licencia de los padres o tutores, si alguno de los contrayentes
era menor de edad o la dispensa correspondiente. Se incluía la
declaración y nombres, edad y estado de los dos testigos presentados
por cada parte, para hacer constar su aptitud legal para contraer
matrimonio. El acta se asentaba en un libro y si de las declaraciones de
los testigos constaba la aptitud de los pretendientes para contraer
matrimonio, se hacían tres copias del acta; con el propósito de que
cualquiera denunciara los impedimentos que conociera de aquellos que
pretendieran celebrar el matrimonio, se fijaban las copias del acta (una
en la casa del juez del estado civil y otras dos en los “lugares públicos de
costumbre”) y el funcionario del estado civil tenía la obligación de
reemplazarlas “si por cualquier accidente se destruyen ó vuelven
ilegibles”. El término de publicidad del acta de presentación era de quince
días, si los pretendientes tenían domicilio fijo. En el caso que, cualquiera
de los pretendientes o ambos, no tuvieran el mismo domicilio en los seis
meses anteriores, se remitían copias del acta de presentación a los
domicilios anteriores; si durante seis meses continuos, no hubieran
tenido domicilio fijo en ninguna población se les reputaban “como vagos”
y los anuncios o copias del acta de presentación duraban instalados dos
meses en los lugares señalados.

A juicio de los gobernadores de los Estados, Distrito y Territorios, se


concedían, “por causas graves”, dispensa de las publicaciones del acta
de presentación, cuando lo solicitaban los interesados y presentaban
“razón bastante”; en todo caso, el juez del estado civil emitía su opinión,
sentando acta especial al respecto y con una copia certificada de esta
acta, ocurrían los interesados ante la autoridad competente para el
otorgamiento de la dispensa.

Si dentro del término legal, se denunciaba algún impedimento en contra


de un matrimonio anunciado, el juez del estado civil lo sentaba en el acta,
constando el nombre, apellido, edad y estado civil del denunciante,
además se ratificaba tal denuncia, ante la presencia de dos testigos,
éstos y el denunciante firmaban el acta, en su caso, se anotaba por qué
alguno no firmaba; practicada esta diligencia, se remitía la denuncia
ratificada al juez de primera instancia, quien recibía aquellas pruebas que
estimaba convenientes –inclusive de la parte ofendida- para esclarecer la
verdad dentro de un término de tres días, salvo que alguna “prueba
importante” tuviera que rendirse fuera del lugar, en cuyo caso el juez
prudentemente concedería para rendirla el “menor tiempo
posible”. Cuando era necesario librar copias del acta de presentación a
jueces del estado civil de otras circunscripciones, para que publicaran
dichos anuncios, aquellos se obligaban, pasados los términos de la
denuncia, a dar testimonio sobre el hecho de no haberse denunciado
impedimento o, en su defecto, el resultado del que se hubiera
interpuesto. En caso de resultar probado el impedimento alegado, el juez
de primera instancia declaraba que las personas no podían contraer
matrimonio, así lo notificaba a las partes y lo comunicaba al juez del
registro civil, de quien había recibido el expediente, para que lo hiciera
constar al calce del acta respectiva; por el contrario, si no resultaba
probado el impedimento, el juez de primera instancia hacía tal
declaración, la notificaba a las partes y la comunicaba al juez del registro
civil, para que procediera a celebrar el matrimonio.
Transcurrido el término de denuncia y no existiendo impedimentos, el
juez del estado civil hacía constar que no se había presentado oposición
en los lugares en donde se mandaron fijar los anuncios; posteriormente,
levantaba el acta correspondiente. Estas constancias se remitían al juez
que había realizado el acto de presentación; sólo ante este juez se podía
celebrar el matrimonio, cuando hubiera recibido dichas constancias y
apareciera inscrito en el calce del acta de presentación, el hecho de no
haberse denunciado impedimento o, en su defecto, el no haberse
acreditado. Una vez satisfecho este trámite, con el acuerdo de los
interesados, el juez del estado civil señalaba el lugar, día y hora en que
habría de celebrarse el matrimonio, siempre que le fuera compatible; de
lo contrario, se verificaba en la casa del juez y a la hora que éste
indicaba, pero en el día fijado por las partes. Sin embargo, si se cumplían
seis meses del acto de la presentación al acto del matrimonio, se tenían
que practicar nuevamente todas las diligencias, quedando sin valor las
que previamente se hubieran efectuado.

Respecto a las noticias que el clero otorgaba al registro civil


En 1856, los curas estaban obligados a dar parte de todos los
matrimonios que celebraban, dentro de las veinticuatro horas siguientes,
a la autoridad civil; de no cumplir con esta obligación, se les imponían
sanciones pecuniarias, que iban entre los “20 a 100 pesos de multa” y,
en caso de reincidencia, el gobierno civil lo informaba a la autoridad
eclesiástica “para que obre como sea justo”.

Sin embargo, con la separación de las competencias civil y eclesiástica,


los ministros de cultos no tendrían la obligación de informar el estado que
guardaban sus registros parroquiales; empero, en enero de 1862, el
presidente de la República revocó el acuerdo que eximía a los curas de
dicha obligación y se les requirió para que dieran aquellas noticias que
exigía el “perfecto arreglo del registro civil”.

En febrero de 1862, en vista de la petición suscrita por los curas de la


ciudad de México para que se les dispensara presentar el informe
semanal relativo a los matrimonios que oficiaban, el presidente de la
República revocó el acuerdo del día 22 de enero de ese año y declaró
vigente el de 11 de abril de 1861; por tanto, para conservar “la
independencia absoluta del gobierno y de las autoridades eclesiásticas,
no es conveniente pedir la noticia de que se trata, pues esto importaría
tanto, como hacer depender a los curas en sus funciones eclesiásticas,
de la autoridad civil. Que, por lo tanto, V. E. no insista en pedir tal noticia,
pero sí que haga entender a los ciudadanos, que el no contraer
matrimonio civilmente los priva de todos aquellos derechos que la ley
señala, como el de patria potestad, sucesión legítima, etc., dejándolos,
sin embargo, en entera libertad para que ocurran o no ante los ministros
del culto que elijan”.

De los matrimonios celebrados “en artículo de muerte”.


El obispo de Linares pretendía que el gobernador autorizara al clero
tamaulipeco dar el sacramento correspondiente en los matrimonios in-
artículo mortis, sin que los interesados precisaran de la previa inscripción
del acto ante el registro civil. En contestación, el Ministerio de Justicia
acordó que, entretanto el legislador proveyera lo
conducente, los “matrimonios en artículo de muerte” fueran equiparados
a “un testamento”; por tanto, un matrimonio celebrado en las últimas
horas de vida tendría que satisfacer las formalidades legales, tal y como
ocurría con “los testamentos y cualesquiera contratos”.

Por su parte, el presidente de la República decretó que, en los


matrimonios que se celebraran hallándose en artículo de muerte alguno
de los contrayentes, no era necesario satisfacer el requisito de publicar el
acta de presentación de los pretendientes ni que transcurriera el término
de denuncia que establecía el artículo 9º de la Ley de matrimonio civil;
asimismo, para la celebración de esta clase de matrimonios, el
parentesco en línea colateral desigual y los esponsales legítimos no
fueron considerados impedimentos.

familiar y en la que participarían funcionarios públicos en la autorización,


celebración e inscripción del “contrato indisoluble” de matrimonio que se
asentaría en el registro civil y en la expedición de las constancias
oficiales que acreditarían el estado adquirido por los involucrados en tal
contrato.
https://www.derechoromano.es/2011/12/el-matrimonio-romano.html
http://www.unla.mx/iusunla38/reflexion/MATRIM%20CIV_%20REFORMA.htm

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