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Fuera de las ciencias físicas, ningún campo de estudio ha alcanzado más plenamente la
forma ideal de la disciplina académica que la economía. Precisamente a causa de su éxito,
ha sido particularmente vulnerable a la comisión de la falacia de la concreción injustificada.
Este capítulo destaca el éxito de la economía en alcanzar la forma ideal de la disciplina
académica y las limitaciones inevitables que acompañan a ese logro. Contiene algunos
ejemplos notables de la falacia de la concreción injustificada en algunas obras económicas
prestigiosas. Los capítulos siguientes ilustrarán los efectos generalizados de la falacia en
formas más fundamentales.
Gran parte del pensamiento del mundo moderno ha sido determinada por la admiración del
éxito brillante de la física en los siglos diecisiete y dieciocho. Los físicos desarrollaron un
modelo conceptual de la Naturaleza, del cual surgió un vasto conjunto de pronósticos.
Estos pronósticos se sometieron a prueba y algunos de ellos resultaron correctos. Otros
resultados empíricos requerían una alteración de los conceptos y las teorías. Grandes
aparatos matemáticos que se habían desarrollado en siglos anteriores para propósitos
literalmente teóricos resultaron aplicables para desarrollar el poder explicativo y de
pronóstico del modelo universal.
1 Este artículo forma parte del libro: Daly, Herman E. y Cobb, John B., Para el bien común: Reorientando la
economía hacia la comunidad, el ambiente y un futuro sostenible, México, Fondo de Cultura Económica,
1993, págs: 31-47.
hoja. Lo que se demuestra es que la velocidad sería la misma en un vacío. Aun aquí se
necesitan nuevas condiciones. La Luna no cae a la Tierra en un sentido empírico. La ley
se aplica empíricamente sólo a los objetos que están estacionarios respecto de la Tierra, o
tienen el mismo movimiento relativo. Además, la ley se aplica sólo a los objetos que se
encuentran dentro del campo gravitacional de la Tierra y no se ven afectados por otros
campos gravitacionales.
Los primeros físicos entendían muy bien todo esto. La explicación de los fenómenos
empíricos requería la elaboración de modelos que simplificaran la realidad para destacar los
aspectos fundamentales. Las abstracciones correctas, incorporadas en modelos
simplificados, posibilitaban análisis y pronósticos mucho más poderosos.
La admiración por el éxito de la física ha conducido a dos ideales algo divergentes para la
organización del conocimiento. Un ideal es el de la obtención de una ciencia unificada en la
que se mostraría que todo aspecto de la Naturaleza puede explicarse en última instancia
por las leyes de la física. Esto significaría que la química se convertiría en una subdivisión
de la física, y la biología en una subdivisión de la química. Algunos tratarían de presentar
los fenómenos sociales humanos y la psicología como una rama de la biología, o sea en
última instancia como una parte de la maquinaria del mundo.
Esta visión sigue desempeñando un papel importante en el alma occidental, pero hasta
ahora no se ha podido avanzar mucho en el estudio de las cosas vivientes mediante la
deducción de su comportamiento a partir de las leyes de la física. Hasta la química
presenta demasiadas novedades, mediante las combinaciones, para ser reducida a la
física. Para propósitos prácticos debe estudiarse en sus propios términos. Esto se aplica a
fortiori a los fenómenos biológicos y sociales. En consecuencia, la forma en que el patrón
de ciencia inspirado en la física ha funcionado efectivamente ha sido dando a las diversas
ciencias una relativa autonomía, pero de modo que cada una de ellas trata de alcanzar en
su propio campo una forma semejante a la de la física, en la que las leyes o modelos se
encuentran a partir de los hechos que se quieren pronosticar. Pero este objetivo no se ha
alcanzado ni siquiera en las otras ciencias naturales. Incluso en la química, hay numerosos
hechos primarios que no se pueden derivar de ningún conjunto pequeño de premisas. Sin
embargo, el ideal deductivo guía al trabajo teórico. A pesar del prestigio de la física, en
algunas áreas ha habido cierta resistencia a este modelo, sobre todo en el estudio de los
seres humanos. En su mayor parte, por lo menos hasta hace poco tiempo, se sostuvo que
la historia era fundamentalmente diferente de la Naturaleza. La cuestión que se planteaba
a los historiadores era la determinación de lo que efectivamente había ocurrido. No debiera
tratar de deducirse lo ocurrido de leyes de la historia o de modelos inmutables. Otros
estudiosos de la historia han señalado que la tarea esencial es el entendimiento, antes que
la explicación o el pronóstico. Estos investigadores se han concentrado en la hermenéutica
como su método especial.
En el siglo diecinueve, la organización del conocimiento estaba influida por el segundo tipo
de influencia de la física -es decir, la división en ciencias autónomas-, combinado con el
poder y el prestigio de los diversos métodos usados en el estudio de los fenómenos
humanos. Las universidades alemanas aportaron el liderazgo en la organización del
conocimiento en las Wissenschaften. A menudo se traduce Wissenschaft como "ciencia”,
pero en virtud de que la palabra “ciencia” favorece marcadamente al modelo de la física
frente al de la historia, convendrá traducirla mejor como “disciplina”. Así pues, el
conocimiento se organizó en Alemania en dos tipos de disciplinas, las disciplinas de la
Naturaleza, modeladas como la física, y las disciplinas de la mente o el espíritu humanos.
Una enunciación de la diferencia básica existente entre las disciplinas científicas y las
humanísticas dirá que las primeras se concentran en lo universal y necesario, mientras que
las últimas lo hacen en lo particular y contingente. Por supuesto, la universalidad de las
ciencias no puede ser absoluta en la mayoría de los casos. La física clásica podía
considerar absolutas a las estructuras de la Naturaleza, pero la biología sólo podía estudiar
lo que era universal para las cosas vivientes, y las ciencias sociales podían atender a lo
sumo a lo que era universal para los seres humanos. Más a menudo, las ciencias sociales
estudiaban lo que es universal para tipos de sociedad particulares. Sin embargo, la
búsqueda de modelos o leyes de aplicabilidad general, antes que el esfuerzo por identificar
y entender las características contingentes de la realidad, forjaba los métodos de los
estudios sociales que más subrayaban su condición de ciencias sociales.
EL LUGAR DE LA ECONOMÍA
La obra de Adam Smith y los otros economistas británicos de los siglos pasados tenía un
fuerte componente histórico y humanista, pero el progreso de la disciplina económica
iniciado por ellos, y especialmente acentuado por David Ricardo, la ha orientado en la
dirección de la ciencia. En parte ha tratado de encontrar modelos y leyes aplicables a todos
los seres humanos, pero sobre todo se ha concentrado en las leyes que gobiernan a la
economía industrial moderna. A veces no es tan cuidadosa como quisiéramos en la
aclaración de los límites del tipo de sociedad en el que estas leyes son aplicables.
Cuando surgió la física, supuso que el objeto de su estudio no había cambiado desde su
creación. Por supuesto habían cambiado las configuraciones específicas de la materia,
pero se supuso que eran inmutables las leyes que las gobernaban. Este supuesto era muy
apropiado para los datos y allanó el camino de un progreso enorme. Ahora, los físicos
saben que este supuesto no es enteramente cierto. Se cree generalmente que las leyes de
la física surgieron al par de las estructuras de la Naturaleza desarrolladas durante el big
bang. Es posible que las determinaciones cruciales se hayan realizado en una fracción de
segundo. Pero aunque esto significa que las leyes de la Naturaleza no son eternas, que en
algún momento podrían dejar de operar, todo indica que son muy estables a lo largo de
todo el curso intermedio de los acontecimientos. Para los físicos, en la mayor parte de su
trabajo, importa muy poco la omisión del cambio evolutivo en su campo.
Sin embargo, el hecho de que la realidad física y las leyes que la describen no sean
inmutables llama la atención sobre el error sutil que se ha colocado frecuentemente en la
noción de “ley”. Indica que las leyes son correlativas de las cosas cuyo comportamiento
describen. No podría haber leyes de la electricidad si no hubiese campos
electromagnéticos. En este sentido, todas las leyes son contingentes. La necesidad que
se encuentra en la ley se funda en el hecho de que ciertos patrones caracterizan
necesariamente a entidades de una clase particular. Las entidades que no “obedezcan” a
leyes del electromagnetismo no serían campos electromagnéticos.
En los Estados Unidos, quienes establecieron las diversas ramas del estudio de la sociedad
humana como ciencias modelaron su entendimiento de la ciencia más en la física que en la
biología evolutiva. Es decir, se concentraron en las leyes ejemplificadas por las sociedades
que estudiaban, antes que en la forma como se originó el comportamiento expresado en
estas leyes o como cambió tal comportamiento a través del tiempo. Esto significa que las
leyes que se descubren son leyes “gobernantes” de tipos de sociedad específicos que
dejan de ser aplicables cuando esos tipos de sociedad son sustituidos por otros. Pero
existe el peligro de que el hábito de atender a las leyes lleve a los profesionales de las
disciplinas a tratar de aplicarlas más allá de su limitada esfera de relevancia.
Los economistas saben que las estructuras que estudian no son eternas y que en su mayor
parte no tienen la misma duración que la existencia humana en general. Adam Smith
empieza por contrastar el sistema que estudia, aquel en que la división del trabajo se
encuentra muy avanzada, con las formas anteriores de la sociedad humana en las que
había escasa división del trabajo. Sabía que los desarrollos industriales que le interesaban
en Inglaterra estaban virtualmente ausentes en Polonia. Evidentemente, lo que estudiaba
eran fenómenos contingentes desde el punto de vista histórico. Además, no era
historiador.
Los primeros economistas teorizaron acerca de cómo había surgido el sistema industrial y a
dónde se dirigía. Los economistas clásicos percibieron una fase temporal de crecimiento
que deberá culminar en una nueva economía de estado estable. Por lo tanto, incluso
cuando discernían modelos y leyes que operaban en los eventos económicos de su tiempo,
reconocían que en algún momento futuro funcionarían modelos y leyes diferentes. En
suma, sabían que las leyes “gobernantes” del sistema económico cambian cuando cambia
el sistema.
Así como los pueblos primitivos adoptan el modo occidental del vestido
desnacionalizado y del parlamentarismo por un vago sentimiento de que estos ritos
y vestimentas mágicos los pondrán de inmediato a la cabeza de la cultura y la
técnica modernas, los economistas han desarrollado el hábito de presentar sus
ideas imprecisas en el lenguaje del cálculo infinitesimal... Toda pretensión de aplicar
fórmulas precisas es una farsa y una pérdida de tiempo [Weiner 1964, p. 89].
Leontieff, ganador del premio Nobel de economía, se ha alarmado tanto por esta tendencia
que ha escrito una carta abierta a la revista Science. En esta carta declara que, como en el
cuento, el rey está desnudo, pero pocos en la economía académica lo reconocen, y quienes
lo reconocen no se atreven a hablar:
Algunas de las limitaciones y las fallas de la economía derivan del hecho de su modelación
sobre la disciplina de la física y no de la biología o la historia. Pero si la economía se
hubiese definido como una subdivisión de la biología o de la historia, habría tenido otras
limitaciones. El problema reside en la organización disciplinaria del conocimiento que tanto
domina a la universidad moderna y a través de ella el pensamiento del mundo
contemporáneo. Es esta organización del conocimiento la que obliga a los economistas a
escoger entre el entendimiento científico y el entendimiento histórico de lo que está
haciendo.
Adam Smith vivió y pensó antes de que se hiciera el esfuerzo por organizar todo el
conocimiento en disciplinas. Él veía la economía como una parte del total de la actividad
humana, y la estudió desde la perspectiva histórica y empírica. Gracias a estas
investigaciones pudo formular generalizaciones que han resultado extraordinariamente
iluminantes, y obtuvo de ellas ciertas conclusiones.
Como una disciplina, la economía debe diferir del trabajo de Adam Smith en dos formas.
Primero, debe distinguir su materia con mayor precisión del resto de la realidad. Segundo,
debe articular el método que encuentre más apropiado para su objeto de estudio, método
que luego la definirá como una disciplina. Estas necesidades no son dictadas por las
ventajas en el entendimiento de la economía real, sino por la organización disciplinaria del
conocimiento.
Esta organización requiere que cada disciplina tenga un objeto de estudio claramente
diferente de las otras. Esto requiere un trazo de fronteras desconocidas para los primeros
economistas. La definición de una disciplina requiere también una autoconciencia
metodológica, y el método debe ser uno que no sólo ilumine el objeto de estudio escogido,
sino que además seleccione las características de esa materia que se señalarán y tratarán.
Además, se limita así el número de las personas que pueden llamarse economistas y que
reciben un sueldo como economistas.
Los primeros economistas estudiaban la economía como un aspecto del total de la vida
social. Sus interconexiones con otros aspectos de esa vida eran tan importantes como sus
propios principios internos. Por ejemplo, muchos de los debates suscitados entre los
economistas se determinaban por el interés que había por conocer la relación existente
entre los desarrollos económicos y la población. Pero este interés, y otros semejantes,
deben ser excluidos de la economía como una disciplina. El estudio de la población
pertenece a la demografía. Los debates de los antiguos economistas pueden ocurrir ahora
sólo en contextos interdisciplinarios, y la organización disciplinaria del conocimiento hace
que tales contextos sean periféricos. Dentro de la economía como una disciplina
académica se omiten en gran medida las complejidades del impacto del crecimiento
económico sobre la población, y del crecimiento demográfico sobre la economía. De
nuevo, esto es así no porque se haya demostrado que estas relaciones no son importantes,
sino porque la organización disciplinaria del conocimiento requiere un objeto de estudio bien
delimitado para la economía, la demografía, la sociología, etc.
Todo este proceso de sustituir lo concreto por lo abstracto se promueve en otra forma
también. Esta organización conduce a la organización social de la universidad en
departamentos. Además, las relaciones más importantes de los miembros de un
departamento con las personas que se encuentran fuera de él no se realizan con los
miembros de otros departamentos de la universidad, sino con otros especialistas de la
misma disciplina en otras universidades. La lealtad primordial de los profesores
universitarios tenderá a estar con los gremios y con la promoción de su disciplina antes que
con su universidad particular o sus estudiantes. En efecto, hay muchos para quienes el
avance de su disciplina es la mayor fuente de significado, el centro organizador de sus
vidas, su compromiso más profundo. La disciplina se convierte en un dios. Nosotros
llamamos a esto la “disciplinolatría”. Paul Samuelson reconoció implícitamente que esta
disciplinolatría está muy avanzada en la economía en su discurso dirigido a la Asociación
Económica Americana bajo su presidencia: “A la larga, el investigador económico trabaja
por la única moneda que le interesa: nuestro propio aplauso” (1962, p. 18).
Una vez adaptados al gremio, las relaciones con otros miembros de éste se vuelven mucho
más cómodas y gratificantes que las relaciones con los legos. Hay un gran conjunto de
supuestos comunes que se expresan también en valores compartidos. En esta forma se
minimiza la amenaza externa a estos supuestos y valores. El resultado es, por supuesto,
que lo que se ha dado por sentado dentro de la disciplina aparece como algo evidente y
que no necesita ningún análisis crítico. Las nuevas generaciones continúan la obra de las
anteriores sin preguntarse si estos logros anteriores son verdaderamente relevantes para la
nueva situación. En efecto, el estudio de la novedad la nueva situación no se promueve.
Un estudio reciente de los programas de posgrado en economía concluye que éstos han
logrado que “los intereses de los estudiantes se vuelvan más limitados”. De acuerdo con
una encuesta acerca de la relevancia percibida de otros campos para la economía,
realizada para este estudio, la física ocupó el último lugar, y la ecología o cualquiera otra
ciencia biológica ni siquiera aparecen mencionadas como campos (Colander y Klamer,
1987). No, es extraño así que los modelos económicos entren a veces en conflicto con las
realidades biofísicas.
Este proceso está muy avanzado en la economía. La carta enviada por Leontieff a Science
protesta por esto también. Cree Leontieff que el academicismo estéril que objeta persistirá
mientras que los miembros permanentes de los departamentos de economía más
prestigiados continúen ejerciendo, en gran medida a través de las direcciones editoriales de
las revistas especializadas, un control estricto sobre las becas de adiestramiento,
promoción, empleo e investigación. Sostiene Leontieff que los métodos empleados para
mantener la “disciplina” intelectual dentro de la disciplina académica de la economía pueden
“recordarnos ocasionalmente los métodos empleados por los infantes de marina para
mantener la disciplina en la Isla Parris” (Leontieff 1982). Lo que parece pasar por alto
Leontieff es que el problema no es tanto un abuso del poder por parte de antiguos
profesores sesgados como un resultado de la organización disciplinaria del propio
conocimiento. Es escasa la probabilidad de que los sucesores de la actual generación de
líderes tengan una visión más amplia de la economía y de su responsabilidad para con la
sociedad, a menos que haya una crítica consciente de las fuerzas que han obligado a la
disciplina de la economía a concentrarse en estas abstracciones2.
Alfred North Whitehead observa que esta tendencia se inició temprano en la economía.
2 Ya que uno de los autores de este libro es un teólogo, convendría explicitar que el problema de la teología
como una disciplina académica es similar al de la economía. Cornel West contrasta un esfuerzo teológico
aprobado por él con la teología académica: “Alejándose de los confines estrechos de la división intelectual del
trabajo en las instituciones académicas, el DEI [Departamento Ecuménico de Investigaciones, en San José,
Costa Rica] rechaza las disciplinas encasilladas de nuestros seminarios y nuestras escuelas de teología
burocratizadas. Por el contrario, el DEI promueve y alienta la reflexión teológica que atraviesa los campos de
la economía política, los estudios bíblicos, de la teoría social, la historia eclesiástica y la ética social. En esta
forma, el DEI revela el empobrecimiento intelectual de las teologías académicas que realizan ejercicios de
avestruz en una arena muy especializada, tomando escasamente en cuenta los problemas apremiantes que
afronta la gente ordinaria en este periodo de crisis actual” (Hinkelammert 1986, p. v).
bien. Destruyó muchas falacias económicas y enseñó a pensar acerca de la
revolución económica que se encontraba en marcha a la sazón. Pero imbuyó en
los hombres cierto conjunto de abstracciones de efecto desastroso para la
mentalidad moderna. Deshumanizó la industria. Éste es sólo un ejemplo de un
peligro general inherente en la ciencia moderna. Su procedimiento metodológico
es excluyente e intolerante, y con razón: fija la atención en un grupo definido de
abstracciones, omite todo lo demás, y utiliza todo fragmento de información y de
teoría que sea relevante para lo que ha retenido. El método triunfa si las
abstracciones son juiciosas. Pero por triunfante que sea, el triunfo tiene sus
límites. El olvido de estos límites conduce a omisiones desastrosas... [Whitehead
1925, p. 200].
Los nuevos economistas ingleses son muy oscuros y sólo pueden entenderse con
gran esfuerzo porque nuestra mente se opone a hacer las abstracciones que se nos
demanda. Esta repugnancia es en sí misma un aviso de que estamos alejándonos
de la verdad cuando, en la ciencia moral donde todo está conectado, tratamos de
aislar un principio y no ver más allá de este principio... La humanidad debiera estar
en guardia contra toda generalización de las ideas que nos lleve a perder de vista
los hechos, y sobre todo contra el error de identificar el bien público con la riqueza,
haciendo abstracción de los sufrimientos de los seres humanos que la crearon
[Sismondi 1827].
Gary Becker y Nigel Tomes (1979) proveen un ejemplo extremo de esta tendencia en su
modelo de la distribución intergeneracional del ingreso. En forma rigurosa, tratan de
extender el modelo de maximización individualista de la utilidad a los periodos
intergeneracionales y de usarlo para explicar los cambios de la distribución de la riqueza y
el ingreso a largo plazo. El modelo requiere una unidad de toma de posiciones bien
definida, idéntica a sí misma a través del tiempo intergeneracional. Los individuos mueren,
así que no pueden ser tal unidad. Las familias tampoco pueden serlo, aunque perduren,
porque no son idénticas a sí mismas ni independientes. Las familias perduran sólo
mediante la fusión y la mezcla de sus identidades a través de la reproducción sexual, de
modo que no son independientes ni bien definidas a través del tiempo intergeneracional.
La longitud de una línea de una pulgada es finita en el sentido de que está limitada
en ambos extremos. Pero la línea que se encuentra entre los puntos terminales
contiene un número infinito de puntos; estos puntos no pueden contarse, porque no
tienen un tamaño definido. Por lo tanto, el número de los puntos existentes en ese
segmento de una pulgada no es finito. Similarmente, la cantidad de cobre que
estará siempre a nuestra disposición no es finita, porque no hay ningún método (ni
siquiera en principio) para contarla apropiadamente [Simon 1981, p. 47].
Adviértase que Simon pasa del concepto de la divisibilidad infinita al de la cantidad infinita,
de la infinidad de puntos en una línea a la infinidad de cobre en el subsuelo, sólo con la
palabra “similarmente” para salvar la brecha. No hay duda de que las propiedades
abstractas de los números pueden usarse para describir muchos hechos acerca del cobre,
pero no toda propiedad de los números abstractos está obligada a transmitir una verdad
concreta acerca del cobre.
Un ejemplo final tiene que ver también con la disponibilidad de los recursos. Arguye Lester
Thurow:
Al profesor Thurow le gustó tanto este argumento que lo reprodujo literalmente, cinco años
más tarde, en el Capítulo V de su libro, por lo demás admirable, The Zero-Sum Society
(1981, p. 118). Thurow apela a las convenciones contables abstractas del flujo circular del
valor de cambio a fin de “probar” que el flujo físico de los recursos no puede ser jamás una
restricción para el crecimiento económico. Sostiene que no es sólo posible que se
generalice a todo el mundo el patrón del consumo de recursos de los Estados Unidos, sino
que es ¡”algebraicamente imposible” que ocurra de otro modo! Olvidémonos de las
toneladas de recursos no renovables y todos estos números “diseñados” para que resulten
fantásticos. ¡La producción agregada es igual al ingreso agregado, y eso es todo lo que
cuenta! Desafortunadamente para el argumento de Thurow, el álgebra de las identidades
contables del flujo circular no nos dice absolutamente nada acerca de la adecuación de los
recursos biofísicos para el sostenimiento a nivel mundial de una tasa de uso per cápita de
los recursos naturales igual a la de los Estados Unidos (Daly 1985).
Sin embargo, hay dos reglas prácticas que nos ayudarán a reducir al mínimo la concreción
injustificada. Una de ellas es, como dice Whitehead, “recurrir a lo concreto en busca de
inspiración”. Una técnica para regresar a lo concreto consiste en examinar las cuatro
nociones aristotélicas de la causa. Estas cuatro causas (material, eficiente, formal y final)
pueden explicarse por referencia a una casa. La causa material es la madera, los ladrillos,
etc., con los que se hace la casa. La causa eficiente es el carpintero y sus herramientas,
quienes cambian la forma del material. La causa formal es el plano seguido por el
carpintero. La causa final es el propósito de la construcción de la casa: por ejemplo, el
abrigo y la privacidad. En el campo de la economía, nuestra atención se concentra
preponderantemente en las causas eficientes y las formales. Si recordamos también las
causas materiales y finales, será menor la probabilidad de que cometamos la falacia de la
concreción injustificada. Decía Whitehead: “Una cosmología satisfactoria debe explicar el
entrelazamiento de la causación eficiente y la final” (1929a, p. 28). Lo mismo ocurre en el
caso de una economía política satisfactoria.
Son grandes los peligros derivados de este aspecto del profesionalismo, sobre todo
en nuestras sociedades democráticas. Está debilitada la fuerza rectora de la razón.
Los intelectos líderes carecen de balance. Ven este conjunto de circunstancias, o
este otro, pero no ven ambos conjuntos juntos. Se deja la tarea de la coordinación a
quienes carecen de la fuerza o del carácter necesarios para triunfar en alguna
carrera definida. En suma, las funciones especializadas de la comunidad se realizan
mejor y más progresivamente, pero la dirección generalizada carece de visión. Los
progresos en el detalle sólo agravan el peligro producido por la debilidad de la
coordinación [1925, p. 200].
Los campos de la economía que se ocupan más del todo y lo concreto, como la historia
económica, los sistemas comparados, la historia del pensamiento económico y del
desarrollo económico, debieran destacarse más, no sólo por su propia utilidad, sino también
como un antídoto contra los niveles casi tóxicos de la abstracción enrarecida que
encontramos en los “cursos medulares”.