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1.

LA FALACIA DE LA CONCRECIÓN INJUSTIFICADA EN LA ECON0MÍA Y


OTRAS DISCIPLINAS1

EN LA universidad moderna, el Conocimiento está organizado en disciplinas académicas.


Hay normas claras que señalan lo que deben ser tales disciplinas. Estas normas
establecen criterios que dividen la materia de estudio entre las disciplinas y señalan metas
para la estructura interna de cada una de ellas. Esta organización del conocimiento ha sido
brillantemente productiva, pero también tiene limitaciones y peligros inherentes,
especialmente el peligro de cometer lo que Alfred North Whitehead ha llamado “la falacia
de la concreción injustificada”. Esta falacia aflora porque la organización disciplinaria del
conocimiento requiere un alto nivel de abstracción; y entre mayor sea el éxito de una
disciplina en la satisfacción de los criterios establecidos para ella, mayor será el nivel de
abstracción involucrado. Inevitablemente, muchos especialistas de las disciplinas exitosas,
acostumbrados a pensar en estas abstracciones, aplican sus conclusiones al mundo real
sin reconocer el grado de abstracción involucrado.

Fuera de las ciencias físicas, ningún campo de estudio ha alcanzado más plenamente la
forma ideal de la disciplina académica que la economía. Precisamente a causa de su éxito,
ha sido particularmente vulnerable a la comisión de la falacia de la concreción injustificada.
Este capítulo destaca el éxito de la economía en alcanzar la forma ideal de la disciplina
académica y las limitaciones inevitables que acompañan a ese logro. Contiene algunos
ejemplos notables de la falacia de la concreción injustificada en algunas obras económicas
prestigiosas. Los capítulos siguientes ilustrarán los efectos generalizados de la falacia en
formas más fundamentales.

Gran parte del pensamiento del mundo moderno ha sido determinada por la admiración del
éxito brillante de la física en los siglos diecisiete y dieciocho. Los físicos desarrollaron un
modelo conceptual de la Naturaleza, del cual surgió un vasto conjunto de pronósticos.
Estos pronósticos se sometieron a prueba y algunos de ellos resultaron correctos. Otros
resultados empíricos requerían una alteración de los conceptos y las teorías. Grandes
aparatos matemáticos que se habían desarrollado en siglos anteriores para propósitos
literalmente teóricos resultaron aplicables para desarrollar el poder explicativo y de
pronóstico del modelo universal.

La física era empírica en dos sentidos muy importantes. Primero, la observación y el


experimento sugirieron las hipótesis que contribuían al modelo universal. Segundo, la
validez del modelo se sometió a prueba obteniendo sus implicaciones y examinando su
correspondencia con lo que podía observarse. Pero lo que distinguía a esta ciencia de
otras investigaciones de la Naturaleza no era su elemento empírico sino su aspecto formal
y deductivo. Aristóteles había alentado la reunión y la clasificación de los términos
empíricos. Pero no había previsto la posibilidad de elaborados sistemas deductivos. El
estudio de los organismos vivientes siguió durante largo tiempo los lineamientos
aristotélicos antes que los newtonianos, pero el ideal de la ciencia se estableció como el
descubrimiento de leyes de las que pudieran deducirse ciertos hechos.

Por supuesto, en un sentido estrictamente empírico, los hechos observados no


corresponden directamente a las leyes. Por ejemplo, la famosa prueba de Galileo, de que
la rapidez de la caída de los cuerpos al suelo no se ve afectada por su peso, no
corresponde a la experiencia. Todos sabemos que una piedra cae más deprisa que una

1 Este artículo forma parte del libro: Daly, Herman E. y Cobb, John B., Para el bien común: Reorientando la
economía hacia la comunidad, el ambiente y un futuro sostenible, México, Fondo de Cultura Económica,
1993, págs: 31-47.
hoja. Lo que se demuestra es que la velocidad sería la misma en un vacío. Aun aquí se
necesitan nuevas condiciones. La Luna no cae a la Tierra en un sentido empírico. La ley
se aplica empíricamente sólo a los objetos que están estacionarios respecto de la Tierra, o
tienen el mismo movimiento relativo. Además, la ley se aplica sólo a los objetos que se
encuentran dentro del campo gravitacional de la Tierra y no se ven afectados por otros
campos gravitacionales.

Los primeros físicos entendían muy bien todo esto. La explicación de los fenómenos
empíricos requería la elaboración de modelos que simplificaran la realidad para destacar los
aspectos fundamentales. Las abstracciones correctas, incorporadas en modelos
simplificados, posibilitaban análisis y pronósticos mucho más poderosos.

La diferencia existente entre los pronósticos del modelo simplificado y el comportamiento


efectivo de los objetos permite el estudio de otras fuerzas. Por ejemplo, la consideración
del hecho de que la Luna no cae a la Tierra, a pesar de la fuerza gravitacional ejercida
sobre aquella por ésta, llama la atención sobre la tendencia de todo objeto en movimiento a
seguir en una línea recta. El movimiento efectivo de la Luna deriva de la operación
conjunta de dos principios: la atracción gravitacional de la Tierra y el propio impulso de la
Luna. Toda desviación del movimiento de la Luna respecto de lo determinado por estos
dos principios, por pequeña que sea, requerirá la búsqueda de otras fuerzas en operación.

La admiración por el éxito de la física ha conducido a dos ideales algo divergentes para la
organización del conocimiento. Un ideal es el de la obtención de una ciencia unificada en la
que se mostraría que todo aspecto de la Naturaleza puede explicarse en última instancia
por las leyes de la física. Esto significaría que la química se convertiría en una subdivisión
de la física, y la biología en una subdivisión de la química. Algunos tratarían de presentar
los fenómenos sociales humanos y la psicología como una rama de la biología, o sea en
última instancia como una parte de la maquinaria del mundo.

Esta visión sigue desempeñando un papel importante en el alma occidental, pero hasta
ahora no se ha podido avanzar mucho en el estudio de las cosas vivientes mediante la
deducción de su comportamiento a partir de las leyes de la física. Hasta la química
presenta demasiadas novedades, mediante las combinaciones, para ser reducida a la
física. Para propósitos prácticos debe estudiarse en sus propios términos. Esto se aplica a
fortiori a los fenómenos biológicos y sociales. En consecuencia, la forma en que el patrón
de ciencia inspirado en la física ha funcionado efectivamente ha sido dando a las diversas
ciencias una relativa autonomía, pero de modo que cada una de ellas trata de alcanzar en
su propio campo una forma semejante a la de la física, en la que las leyes o modelos se
encuentran a partir de los hechos que se quieren pronosticar. Pero este objetivo no se ha
alcanzado ni siquiera en las otras ciencias naturales. Incluso en la química, hay numerosos
hechos primarios que no se pueden derivar de ningún conjunto pequeño de premisas. Sin
embargo, el ideal deductivo guía al trabajo teórico. A pesar del prestigio de la física, en
algunas áreas ha habido cierta resistencia a este modelo, sobre todo en el estudio de los
seres humanos. En su mayor parte, por lo menos hasta hace poco tiempo, se sostuvo que
la historia era fundamentalmente diferente de la Naturaleza. La cuestión que se planteaba
a los historiadores era la determinación de lo que efectivamente había ocurrido. No debiera
tratar de deducirse lo ocurrido de leyes de la historia o de modelos inmutables. Otros
estudiosos de la historia han señalado que la tarea esencial es el entendimiento, antes que
la explicación o el pronóstico. Estos investigadores se han concentrado en la hermenéutica
como su método especial.

En el siglo diecinueve, la organización del conocimiento estaba influida por el segundo tipo
de influencia de la física -es decir, la división en ciencias autónomas-, combinado con el
poder y el prestigio de los diversos métodos usados en el estudio de los fenómenos
humanos. Las universidades alemanas aportaron el liderazgo en la organización del
conocimiento en las Wissenschaften. A menudo se traduce Wissenschaft como "ciencia”,
pero en virtud de que la palabra “ciencia” favorece marcadamente al modelo de la física
frente al de la historia, convendrá traducirla mejor como “disciplina”. Así pues, el
conocimiento se organizó en Alemania en dos tipos de disciplinas, las disciplinas de la
Naturaleza, modeladas como la física, y las disciplinas de la mente o el espíritu humanos.

El estudio de los fenómenos sociales humanos no encaja nunca confortablemente en


ninguno de estos tipos de disciplinas, de modo que los estudios sociales han mostrado esa
tensión. Tienen elementos humanísticos y también elementos que los relacionan con las
ciencias naturales. Sin embargo, en los Estados Unidos ha habido una fuerte tendencia a
considerarlos como “ciencias” sociales.

Una enunciación de la diferencia básica existente entre las disciplinas científicas y las
humanísticas dirá que las primeras se concentran en lo universal y necesario, mientras que
las últimas lo hacen en lo particular y contingente. Por supuesto, la universalidad de las
ciencias no puede ser absoluta en la mayoría de los casos. La física clásica podía
considerar absolutas a las estructuras de la Naturaleza, pero la biología sólo podía estudiar
lo que era universal para las cosas vivientes, y las ciencias sociales podían atender a lo
sumo a lo que era universal para los seres humanos. Más a menudo, las ciencias sociales
estudiaban lo que es universal para tipos de sociedad particulares. Sin embargo, la
búsqueda de modelos o leyes de aplicabilidad general, antes que el esfuerzo por identificar
y entender las características contingentes de la realidad, forjaba los métodos de los
estudios sociales que más subrayaban su condición de ciencias sociales.

EL LUGAR DE LA ECONOMÍA

La obra de Adam Smith y los otros economistas británicos de los siglos pasados tenía un
fuerte componente histórico y humanista, pero el progreso de la disciplina económica
iniciado por ellos, y especialmente acentuado por David Ricardo, la ha orientado en la
dirección de la ciencia. En parte ha tratado de encontrar modelos y leyes aplicables a todos
los seres humanos, pero sobre todo se ha concentrado en las leyes que gobiernan a la
economía industrial moderna. A veces no es tan cuidadosa como quisiéramos en la
aclaración de los límites del tipo de sociedad en el que estas leyes son aplicables.

La decisión de los economistas de concentrarse en el estudio científico de la economía,


antes que en su aspecto histórico, fue trascendental. Por una parte, ello ha permitido el
desarrollo de poderosas herramientas analíticas y útiles instrumentos de pronóstico. Por
otra parte, ha provocado graves distorsiones. Tales distorsiones eran inevitables en cuanto
se hizo la elección.

Cuando surgió la física, supuso que el objeto de su estudio no había cambiado desde su
creación. Por supuesto habían cambiado las configuraciones específicas de la materia,
pero se supuso que eran inmutables las leyes que las gobernaban. Este supuesto era muy
apropiado para los datos y allanó el camino de un progreso enorme. Ahora, los físicos
saben que este supuesto no es enteramente cierto. Se cree generalmente que las leyes de
la física surgieron al par de las estructuras de la Naturaleza desarrolladas durante el big
bang. Es posible que las determinaciones cruciales se hayan realizado en una fracción de
segundo. Pero aunque esto significa que las leyes de la Naturaleza no son eternas, que en
algún momento podrían dejar de operar, todo indica que son muy estables a lo largo de
todo el curso intermedio de los acontecimientos. Para los físicos, en la mayor parte de su
trabajo, importa muy poco la omisión del cambio evolutivo en su campo.
Sin embargo, el hecho de que la realidad física y las leyes que la describen no sean
inmutables llama la atención sobre el error sutil que se ha colocado frecuentemente en la
noción de “ley”. Indica que las leyes son correlativas de las cosas cuyo comportamiento
describen. No podría haber leyes de la electricidad si no hubiese campos
electromagnéticos. En este sentido, todas las leyes son contingentes. La necesidad que
se encuentra en la ley se funda en el hecho de que ciertos patrones caracterizan
necesariamente a entidades de una clase particular. Las entidades que no “obedezcan” a
leyes del electromagnetismo no serían campos electromagnéticos.

Este reconocimiento de que la ley y la materia son correlativos no es prácticamente


importante cuando lo que se estudia es inmutable para propósitos prácticos. El biólogo que
sólo se interese por el comportamiento actual de los miembros de una especie podría
olvidarse de la correlación. Pero cuando los biólogos desean saber cómo surgen las
especies y cómo cambian, les resultarán claros los límites de las leyes. Quienes desean
encontrar leyes más fundamentales exploran las leyes de la evolución, es decir, las
características universales del cambio evolutivo. Pero incluso las leyes del cambio evolutivo
se modifican con los tipos de organismos que están evolucionando.

En los Estados Unidos, quienes establecieron las diversas ramas del estudio de la sociedad
humana como ciencias modelaron su entendimiento de la ciencia más en la física que en la
biología evolutiva. Es decir, se concentraron en las leyes ejemplificadas por las sociedades
que estudiaban, antes que en la forma como se originó el comportamiento expresado en
estas leyes o como cambió tal comportamiento a través del tiempo. Esto significa que las
leyes que se descubren son leyes “gobernantes” de tipos de sociedad específicos que
dejan de ser aplicables cuando esos tipos de sociedad son sustituidos por otros. Pero
existe el peligro de que el hábito de atender a las leyes lleve a los profesionales de las
disciplinas a tratar de aplicarlas más allá de su limitada esfera de relevancia.

Los economistas saben que las estructuras que estudian no son eternas y que en su mayor
parte no tienen la misma duración que la existencia humana en general. Adam Smith
empieza por contrastar el sistema que estudia, aquel en que la división del trabajo se
encuentra muy avanzada, con las formas anteriores de la sociedad humana en las que
había escasa división del trabajo. Sabía que los desarrollos industriales que le interesaban
en Inglaterra estaban virtualmente ausentes en Polonia. Evidentemente, lo que estudiaba
eran fenómenos contingentes desde el punto de vista histórico. Además, no era
historiador.

Los primeros economistas teorizaron acerca de cómo había surgido el sistema industrial y a
dónde se dirigía. Los economistas clásicos percibieron una fase temporal de crecimiento
que deberá culminar en una nueva economía de estado estable. Por lo tanto, incluso
cuando discernían modelos y leyes que operaban en los eventos económicos de su tiempo,
reconocían que en algún momento futuro funcionarían modelos y leyes diferentes. En
suma, sabían que las leyes “gobernantes” del sistema económico cambian cuando cambia
el sistema.

Jamás se ha negado u omitido por completo el carácter evolutivo o histórico de la


economía. Hegel y Marx le prestaron gran atención en el siglo diecinueve. Alfred Marshall,
el fundador de la economía neoclásica, era muy sensible al carácter histórico de la
economía real. Sin embargo, los economistas en general deseaban que la economía se
volviera cada vez más científica, y su idea de la ciencia se basaba en la física antes que en
la biología evolutiva. Ello significaba que la economía tenía que concentrarse en la
formulación de modelos y el hallazgo de las leyes “gobernantes” del comportamiento
económico actual, en lugar de buscar las leyes “gobernantes” de los cambios de los
sistemas económicos o de inquirir por las cuestiones históricas contingentes. En
consecuencia, cuando se han encontrado modelos útiles y las hipótesis han tenido éxito, se
tratan como análogos a los modelos y las hipótesis de la física. Se olvida su limitación a
condiciones históricas particulares. León Walras, en su Elements of Pure Economics, trató
de “hacer para la economía lo que Newton había hecho dos siglos atrás para la mecánica
celeste” (1954; Maital 1982, p. 15). En el siglo veinte, la economía ha seguido a Walras.
Milton Friedman afirma, refiriéndose a los economistas, que “reverenciamos a Marshall,
pero caminamos con Walras” (1949, p. 489).

La decisión de seguir a la física en esta forma ha resultado parcialmente exitosa. Ha hecho


de la economía, con mucho, la más teórica y rigurosa de las ciencias sociales. Ha
permitido que la economía guíe y pronostique como ninguna otra ciencia social ha podido
hacerlo, por lo menos durante ciertos periodos históricos. Pero ha cobrado su precio
agravando los problemas derivados del hecho de haber elegido ser una ciencia que no
toma en cuenta los cambios profundos que ocurren en su objeto de estudio. Si hubiera
seguido a Marshall (1925, p. 14), quien sostenía que “la meca del economista se encuentra
en la biología económica antes que en la dinámica económica”, habría observado estos
cambios y se habría adaptado a ellos. Habiendo seguido a Walras, la observación de los
hechos se ha subordinado a los intereses de las teorías. Los hechos que no encajan en las
teorías han sido omitidos en gran medida.

La decisión de seguir a la física fue la decisión de matematizar. La matemática sólo puede


operar con lo que se puede formalizar. En la economía esto ha significado, en la práctica,
lo que se puede medir. En consecuencia, el objetivo de la matematización inclina a la
economía hacia los aspectos de su materia que se pueden medir. En The Economics of
Education, John Vaizey reconoce esto con una franqueza insólita: “Debo confesar mi
convicción instintiva de que lo que no se puede medir quizá no existe” (1962, p. 14). Es
muy probable que la “convicción instintiva” sea el resultado de la aceptación social que ha
obtenido esa ciencia, pero en todo caso la conciencia de su sesgo llevó a Vaizey a
ocuparse de los aspectos no cuantificables de la educación. Otros estudiosos no lo han
hecho. Cada vez se asocia más el prestigio con el refinamiento matemático y menos con la
luz que se pueda arrojar sobre lo que realmente está ocurriendo.

No todos los matemáticos han aceptado la matematización de la economía. Véase el


mordaz comentario de Norbert Weiner:

Así como los pueblos primitivos adoptan el modo occidental del vestido
desnacionalizado y del parlamentarismo por un vago sentimiento de que estos ritos
y vestimentas mágicos los pondrán de inmediato a la cabeza de la cultura y la
técnica modernas, los economistas han desarrollado el hábito de presentar sus
ideas imprecisas en el lenguaje del cálculo infinitesimal... Toda pretensión de aplicar
fórmulas precisas es una farsa y una pérdida de tiempo [Weiner 1964, p. 89].

Los economistas de otras épocas tampoco aceptaron unánimemente la matematización de


su disciplina. Por ejemplo, J. E. Cairnes desafió a los nuevos métodos matemáticos
propugnados por su amigo Jevons:

Hasta donde yo puedo ver, las verdades económicas no pueden descubrirse a


través de los instrumentos de las matemáticas. Si no tengo razón, tenemos a la
mano un fácil medio de refutación: la presentación de una verdad económica, no
conocida antes, que se haya logrado de este modo; pero no conozco que hasta
ahora se haya obtenido tal evidencia de la eficacia del método matemático [Cairnes
187, p. vi].
Un siglo más tarde, hay ciertamente algunas ideas económicas obtenidas con la ayuda de
las matemáticas. Pero en su mayor parte se han usado las matemáticas simplemente para
enunciar con rmayor vigor ciertas verdades económicas obtenidas con otros modos de
pensamiento más intuitivos. No debe despreciarse el rigor, pero tampoco debe convertirse
en un fetiche, como ha ocurrido efectivamente en la economía académica. Es probable
que no haya habido debates importantes, teóricos o prácticos, que se hayan resuelto
mediante la econometría, la que supuestamente provee la prueba empírica para la solución
de todos los desacuerdos. Pero lo que ocurrió fue que cada bando de cualquier debate
desarrolló sus propios econometristas (o “economeretricios”, como los han llamado algunos
críticos). A través de la historia estaba justificado sin duda el intento de emplear las
matemáticas a fin de promover el descubrimiento económico. Pero debemos admitir que
los resultados han sido decepcionantes. Incluso algunos economistas matemáticos como
Nicholas Georgescu-Roegen y Wassily Leontieff creen que los nuevos esfuerzos hacia la
matematización son contraproducentes.

Leontieff, ganador del premio Nobel de economía, se ha alarmado tanto por esta tendencia
que ha escrito una carta abierta a la revista Science. En esta carta declara que, como en el
cuento, el rey está desnudo, pero pocos en la economía académica lo reconocen, y quienes
lo reconocen no se atreven a hablar:

Página tras página de las revistas profesionales de economía están llenas de


fórmulas matemáticas que llevan al lector de los conjuntos de supuestos más o
menos plausibles pero enteramente arbitrarios a conclusiones teóricas enunciadas
con precisión pero irrelevantes... los econometristas ajustan funciones algebraicas
de todas las formas posibles a conjuntos de datos esencialmente iguales sin poder
ofrecer, en alguna forma perceptible, un entendimiento sistemático de la estructura y
las operaciones de un sistema económico real [Leontieff 1982, 104-105].

LAS LIMITACIONES DE LAS DISCIPLINAS ACADÉMICAS

Algunas de las limitaciones y las fallas de la economía derivan del hecho de su modelación
sobre la disciplina de la física y no de la biología o la historia. Pero si la economía se
hubiese definido como una subdivisión de la biología o de la historia, habría tenido otras
limitaciones. El problema reside en la organización disciplinaria del conocimiento que tanto
domina a la universidad moderna y a través de ella el pensamiento del mundo
contemporáneo. Es esta organización del conocimiento la que obliga a los economistas a
escoger entre el entendimiento científico y el entendimiento histórico de lo que está
haciendo.

Adam Smith vivió y pensó antes de que se hiciera el esfuerzo por organizar todo el
conocimiento en disciplinas. Él veía la economía como una parte del total de la actividad
humana, y la estudió desde la perspectiva histórica y empírica. Gracias a estas
investigaciones pudo formular generalizaciones que han resultado extraordinariamente
iluminantes, y obtuvo de ellas ciertas conclusiones.

Como una disciplina, la economía debe diferir del trabajo de Adam Smith en dos formas.
Primero, debe distinguir su materia con mayor precisión del resto de la realidad. Segundo,
debe articular el método que encuentre más apropiado para su objeto de estudio, método
que luego la definirá como una disciplina. Estas necesidades no son dictadas por las
ventajas en el entendimiento de la economía real, sino por la organización disciplinaria del
conocimiento.

Esta organización requiere que cada disciplina tenga un objeto de estudio claramente
diferente de las otras. Esto requiere un trazo de fronteras desconocidas para los primeros
economistas. La definición de una disciplina requiere también una autoconciencia
metodológica, y el método debe ser uno que no sólo ilumine el objeto de estudio escogido,
sino que además seleccione las características de esa materia que se señalarán y tratarán.
Además, se limita así el número de las personas que pueden llamarse economistas y que
reciben un sueldo como economistas.

Los primeros economistas estudiaban la economía como un aspecto del total de la vida
social. Sus interconexiones con otros aspectos de esa vida eran tan importantes como sus
propios principios internos. Por ejemplo, muchos de los debates suscitados entre los
economistas se determinaban por el interés que había por conocer la relación existente
entre los desarrollos económicos y la población. Pero este interés, y otros semejantes,
deben ser excluidos de la economía como una disciplina. El estudio de la población
pertenece a la demografía. Los debates de los antiguos economistas pueden ocurrir ahora
sólo en contextos interdisciplinarios, y la organización disciplinaria del conocimiento hace
que tales contextos sean periféricos. Dentro de la economía como una disciplina
académica se omiten en gran medida las complejidades del impacto del crecimiento
económico sobre la población, y del crecimiento demográfico sobre la economía. De
nuevo, esto es así no porque se haya demostrado que estas relaciones no son importantes,
sino porque la organización disciplinaria del conocimiento requiere un objeto de estudio bien
delimitado para la economía, la demografía, la sociología, etc.

Todo este proceso de sustituir lo concreto por lo abstracto se promueve en otra forma
también. Esta organización conduce a la organización social de la universidad en
departamentos. Además, las relaciones más importantes de los miembros de un
departamento con las personas que se encuentran fuera de él no se realizan con los
miembros de otros departamentos de la universidad, sino con otros especialistas de la
misma disciplina en otras universidades. La lealtad primordial de los profesores
universitarios tenderá a estar con los gremios y con la promoción de su disciplina antes que
con su universidad particular o sus estudiantes. En efecto, hay muchos para quienes el
avance de su disciplina es la mayor fuente de significado, el centro organizador de sus
vidas, su compromiso más profundo. La disciplina se convierte en un dios. Nosotros
llamamos a esto la “disciplinolatría”. Paul Samuelson reconoció implícitamente que esta
disciplinolatría está muy avanzada en la economía en su discurso dirigido a la Asociación
Económica Americana bajo su presidencia: “A la larga, el investigador económico trabaja
por la única moneda que le interesa: nuestro propio aplauso” (1962, p. 18).

El compromiso con la disciplina y su futuro provoca un gran interés por el reclutamiento de


estudiantes que se gradúen en ella. La tendencia es que los cursos impartidos para el
conjunto general de los estudiantes funcionen más para atraer a estudiantes graduados e
iniciarlos en el asunto que para facilitar el entendimiento de la materia por los legos. En
todo caso, se pone gran atención en la adaptación de los estudiantes a la materia y la
preparación de líderes para el futuro a través de los programas de graduados.

Una vez adaptados al gremio, las relaciones con otros miembros de éste se vuelven mucho
más cómodas y gratificantes que las relaciones con los legos. Hay un gran conjunto de
supuestos comunes que se expresan también en valores compartidos. En esta forma se
minimiza la amenaza externa a estos supuestos y valores. El resultado es, por supuesto,
que lo que se ha dado por sentado dentro de la disciplina aparece como algo evidente y
que no necesita ningún análisis crítico. Las nuevas generaciones continúan la obra de las
anteriores sin preguntarse si estos logros anteriores son verdaderamente relevantes para la
nueva situación. En efecto, el estudio de la novedad la nueva situación no se promueve.

Un estudio reciente de los programas de posgrado en economía concluye que éstos han
logrado que “los intereses de los estudiantes se vuelvan más limitados”. De acuerdo con
una encuesta acerca de la relevancia percibida de otros campos para la economía,
realizada para este estudio, la física ocupó el último lugar, y la ecología o cualquiera otra
ciencia biológica ni siquiera aparecen mencionadas como campos (Colander y Klamer,
1987). No, es extraño así que los modelos económicos entren a veces en conflicto con las
realidades biofísicas.

Raras veces se da el caso de que estudiosos de la disciplina planteen cuestiones


fundamentales. Los que lo hacen batallan para encontrar un empleo y para que se
publiquen sus trabajos. Es probable que se les niegue un lugar en el programa de
reuniones del gremio y que se les haga sentir mal vistos allí. En suma, se les margina. La
disciplina puede proseguir por un camino acumulativo cada vez más canalizado por lo que
se ha aceptado en el pasado, lo que ahora se llama “la corriente principal”. Las
abstracciones universalmente aceptadas se toman como la realidad.

Este proceso está muy avanzado en la economía. La carta enviada por Leontieff a Science
protesta por esto también. Cree Leontieff que el academicismo estéril que objeta persistirá
mientras que los miembros permanentes de los departamentos de economía más
prestigiados continúen ejerciendo, en gran medida a través de las direcciones editoriales de
las revistas especializadas, un control estricto sobre las becas de adiestramiento,
promoción, empleo e investigación. Sostiene Leontieff que los métodos empleados para
mantener la “disciplina” intelectual dentro de la disciplina académica de la economía pueden
“recordarnos ocasionalmente los métodos empleados por los infantes de marina para
mantener la disciplina en la Isla Parris” (Leontieff 1982). Lo que parece pasar por alto
Leontieff es que el problema no es tanto un abuso del poder por parte de antiguos
profesores sesgados como un resultado de la organización disciplinaria del propio
conocimiento. Es escasa la probabilidad de que los sucesores de la actual generación de
líderes tengan una visión más amplia de la economía y de su responsabilidad para con la
sociedad, a menos que haya una crítica consciente de las fuerzas que han obligado a la
disciplina de la economía a concentrarse en estas abstracciones2.

LA FALACIA DE LA CONCRECIÓN INJUSTIFICADA

El problema de la economía es que ha tenido demasiado éxito en el mundo académico. Es


una disciplina triunfante y ha avanzado mucho más que cualquier otro de los estudios
sociales por el camino de la ciencia deductiva. Estos éxitos han involucrado un alto nivel de
abstracción, pero todo el espíritu de la universidad en general, y del departamento de
economía en particular, desalienta la comprensión plena de la medida que ha alcanzado la
abstracción. El resultado es que las conclusiones acerca del mundo real se obtienen
mediante una deducción que parte de abstracciones, con escasa conciencia del peligro
involucrado.

Alfred North Whitehead observa que esta tendencia se inició temprano en la economía.

Puede decirse que la ciencia de la economía política, tal como se estudió en su


primer periodo después de la muerte de Adam Smith (1790), hizo más daño que

2 Ya que uno de los autores de este libro es un teólogo, convendría explicitar que el problema de la teología
como una disciplina académica es similar al de la economía. Cornel West contrasta un esfuerzo teológico
aprobado por él con la teología académica: “Alejándose de los confines estrechos de la división intelectual del
trabajo en las instituciones académicas, el DEI [Departamento Ecuménico de Investigaciones, en San José,
Costa Rica] rechaza las disciplinas encasilladas de nuestros seminarios y nuestras escuelas de teología
burocratizadas. Por el contrario, el DEI promueve y alienta la reflexión teológica que atraviesa los campos de
la economía política, los estudios bíblicos, de la teoría social, la historia eclesiástica y la ética social. En esta
forma, el DEI revela el empobrecimiento intelectual de las teologías académicas que realizan ejercicios de
avestruz en una arena muy especializada, tomando escasamente en cuenta los problemas apremiantes que
afronta la gente ordinaria en este periodo de crisis actual” (Hinkelammert 1986, p. v).
bien. Destruyó muchas falacias económicas y enseñó a pensar acerca de la
revolución económica que se encontraba en marcha a la sazón. Pero imbuyó en
los hombres cierto conjunto de abstracciones de efecto desastroso para la
mentalidad moderna. Deshumanizó la industria. Éste es sólo un ejemplo de un
peligro general inherente en la ciencia moderna. Su procedimiento metodológico
es excluyente e intolerante, y con razón: fija la atención en un grupo definido de
abstracciones, omite todo lo demás, y utiliza todo fragmento de información y de
teoría que sea relevante para lo que ha retenido. El método triunfa si las
abstracciones son juiciosas. Pero por triunfante que sea, el triunfo tiene sus
límites. El olvido de estos límites conduce a omisiones desastrosas... [Whitehead
1925, p. 200].

Estas tendencias de la economía fueron reconocidas ya en aquella época. Sismondi, gran


economista suizo, observó el error a principios del siglo diecinueve.

Los nuevos economistas ingleses son muy oscuros y sólo pueden entenderse con
gran esfuerzo porque nuestra mente se opone a hacer las abstracciones que se nos
demanda. Esta repugnancia es en sí misma un aviso de que estamos alejándonos
de la verdad cuando, en la ciencia moral donde todo está conectado, tratamos de
aislar un principio y no ver más allá de este principio... La humanidad debiera estar
en guardia contra toda generalización de las ideas que nos lleve a perder de vista
los hechos, y sobre todo contra el error de identificar el bien público con la riqueza,
haciendo abstracción de los sufrimientos de los seres humanos que la crearon
[Sismondi 1827].

Walter Bagehot, en su Economic Studies, escribió refiriéndose a Ricardo: “Pensó que


estaba considerando la naturaleza humana real en sus circunstancias reales, cuando en
realidad estaba considerando una naturaleza ficticia en circunstancias ficticias” (1953, p.
157). Whitehead llamó a esto “la falacia de la concreción injustificada”, la que definió como
“la omisión del grado de abstracción involucrado cuando se considera una entidad real sólo
en la medida en que ejemplifica ciertas categorías de pensamiento” (1929b, p. 11). Más
generalmente, es la falacia involucrada siempre que los pensadores olvidan el grado de la
abstracción implicado en el pensamiento y obtienen conclusiones injustificadas acerca de la
realidad concreta. Nicholas Georgescu-Roegen escribió: “No hay duda de que el pecado
de la economía convencional es la falacia de la concreción injustificada” (1971, p. 320).

Sismondi, Bagehot y Whitehead no se oponían a todo uso de las abstracciones. El


problema reside en la omisión de la medida en que nuestros conceptos son abstractos, de
modo que se omite también el resto de la realidad de la que tales conceptos se han
abstraído. Como dice Whitehead:

La metodología del razonamiento requiere las limitaciones involucradas en lo


abstracto. En consecuencia, el verdadero racionalismo debe trascenderse siempre,
recurriendo a lo concreto en busca de inspiración. Un racionalismo
autocomplaciente es en efecto una forma del antirracionalismo. Significa un alto
arbitrario en un conjunto de abstracciones particular [Whitehead 1925, p. 200].

¿Cuál es el conjunto de abstracciones que la economía política ha imbuido en el


pensamiento económico, de modo que éste ha llegado a un alto autocomplaciente? Una de
las más importantes es la abstracción de un flujo circular del producto y el ingreso
nacionales, regulado por un mercado perfectamente competitivo. Esto se concibe como un
análogo mecánico, con una fuerza motivadora provista por la maximización individualista de
la utilidad y el beneficio, haciendo abstracción de la comunidad social y de la
interdependencia biofísica. Lo que se subraya es la distribución óptima de los recursos
supuestamente resultante de la interrelación mecánica de los intereses individuales. Lo
que se omite es el efecto del bienestar de una persona sobre el bienestar de otras
personas ligadas por lazos de simpatía y de comunidad humana, y los efectos físicos de las
actividades de producción y consumo de una persona sobre las demás, a través de los
lazos de la comunidad biofísica. Siempre que los elementos abstraídos de la realidad se
vuelven demasiado insistentemente evidentes en nuestra experiencia, se admite su
existencia mediante la categoría de la “exterioridad”. Las exterioridades son correcciones
particulares, introducidas según se necesite para salvar las apariencias, como los epiciclos
de la astronomía tolemaica. Las exterioridades representan un reconocimiento de los
aspectos omitidos de la experiencia concreta, pero de tal manera que se minimiza la
reestructuración de la teoría básica. Mientras que las exterioridades involucren detalles
secundarios, es posible que este procedimiento sea razonable. Pero cuando tienen que
clasificarse como exterioridades ciertas cuestiones vitales (como la capacidad de la Tierra
para sostener la vida), habrá llegado el momento de reestructurar los conceptos básicos y
empezar con un conjunto de abstracciones diferente que puede incluir lo que antes era
externo. (La distinción que se hace en el Capítulo III, entre las exterioridades localizadas y
las generalizadas, es un paso en esta dirección). La frecuencia de la mención de
exterioridades es un buen indicador del problema global de la concreción injustificada en la
teoría económica. Pero hay también algunos ejemplos más particulares.

Es posible que el ejemplo clásico de la falacia de la concreción injustificada en la economía


sea la del “fetichismo monetario”. Consiste tal falacia en el hecho de tomar las
características del símbolo abstracto y la medida del valor de cambio, el dinero, y aplicarlas
al valor de uso concreto, al bien mismo. Por lo tanto, si el dinero fluye en un círculo aislado,
lo mismo harán los bienes; si los saldos monetarios pueden crecer eternamente a una tasa
de interés compuesto, lo mismo puede ocurrir con el PNB real, al igual que los cerdos, los
automóviles y los cortes de pelo.

Un intelectual de la talla de John Locke cometió esta falacia en su teoría de la propiedad


privada. Al principio sostuvo que la acumulación legítima de la propiedad estaba limitada a
lo que uno pudiera usar antes de que se eche a perder. Así pues, la tendencia física a la
corrupción, el enmohecimiento, la pudrición y la decadencia establece una especie de límite
natural a la acumulación de riqueza real. Pero con el advenimiento de una economía
monetaria -argüía Locke-, desaparece ese límite natural porque el dinero no se echa a
perder, y la riqueza puede acumularse en forma de dinero. Adviértase que la característica
del símbolo abstracto (ausencia de pudrición) llega a dominar a la característica (pudrición)
de la realidad concreta que se simboliza. La limitación de la riqueza desaparece, según
Locke, aunque la riqueza misma se eche a perder. Podríamos decir también que la
acumulación de mantequilla no está limitada por la pudrición porque la cantidad de
mantequilla se mide en libras, y las libras pueden sumarse indefinidamente en un inventario
sin que se echen a perder.

Es claro que la existencia de millonarios no implica necesariamente la pudrición de acervos


de bienes. En efecto, los saldos monetarios no implican la existencia de ningunos bienes
reales. La disposición de la comunidad a conservar dinero deriva de la incomodidad del
trueque y del hecho de que el dinero sea un bono u obligación sobre la producción futura
que no puede echarse a perder porque no existe todavía. Pero la riqueza real de una
comunidad, incluso en una economía monetaria, está integrada por bienes a los que se
aplica todavía el principio de la pudrición. Por lo tanto, la acumulación de saldos
monetarios no puede corresponder indefinidamente a la acumulación de riqueza real. En
algún momento, el dinero acumulado se convierte en una obligación sobre la producción
futura antes que sobre los bienes simultáneamente existentes. La disposición de los
productores futuros a respetar tales derechos del pasado a su producción presente será
cuestionada en algún momento. En la práctica, tal exceso de derechos monetarios sobre la
riqueza real conducirá probablemente al desconocimiento de la deuda por la inflación. Los
productores corrientes cobrarán más y se pagará más dinero por su producto, alejando ese
producto de aquellos cuyos derechos no derivan de la producción corriente sino de
transacciones anteriores enunciadas en cantidades de dinero fijas. La concentración en el
dinero y el mercado, antes que en los bienes físicos, con la decisión concomitante de copiar
los métodos (¡pero no el contenido!) de la física, ha sido característica de toda la economía
moderna. Esto allanó el camino para la primacía de la deducción y la concentración en los
modelos matemáticos y las simulaciones por computadora que son el sello distintivo de la
práctica corriente en la disciplina. Tales estructuras lógicas, complicadas y hermosas,
agravan la tendencia a preferir la teoría a los hechos, y a reinterpretar los hechos de modo
que se ajusten a la teoría.

Gary Becker y Nigel Tomes (1979) proveen un ejemplo extremo de esta tendencia en su
modelo de la distribución intergeneracional del ingreso. En forma rigurosa, tratan de
extender el modelo de maximización individualista de la utilidad a los periodos
intergeneracionales y de usarlo para explicar los cambios de la distribución de la riqueza y
el ingreso a largo plazo. El modelo requiere una unidad de toma de posiciones bien
definida, idéntica a sí misma a través del tiempo intergeneracional. Los individuos mueren,
así que no pueden ser tal unidad. Las familias tampoco pueden serlo, aunque perduren,
porque no son idénticas a sí mismas ni independientes. Las familias perduran sólo
mediante la fusión y la mezcla de sus identidades a través de la reproducción sexual, de
modo que no son independientes ni bien definidas a través del tiempo intergeneracional.

Su tataranieto será también el tataranieto de otras quince personas de la generación actual,


muchas de cuyas identidades se desconocen. Presumiblemente, el bienestar de su
tataranieto será una herencia de cada una de esas quince personas tanto como la de
usted. Por lo tanto, no tiene sentido que usted se preocupe demasiado por su
descendiente particular, o realice una acción particular en su beneficio. Entre más alejado
en el futuro se encuentre el descendiente hipotético, mayor será el número de los
coprogenitores de la generación actual, de modo que toda provisión hecha para el futuro
distante tendrá en mayor medida la naturaleza de un bien público. En la medida en que le
preocupe a usted el bienestar de su descendiente, debiera preocuparse también por el
bienestar de todos los miembros de la generación actual de quienes, para bien o para mal,
su descendiente será un heredero. Así pues, una preocupación por las generaciones
futuras debiera reforzar, en lugar de debilitar, la preocupación por la justicia actual, contra lo
que se supone a menudo. Aunque no todos somos hermanos y hermanas en el sentido
literal, somos literalmente coprogenitores de los descendientes distantes de los demás.

Estas consecuencias evidentes de la reproducción sexual marcan una tendencia en favor


de la comunidad y en contra del individualismo, tendencia generalmente rechazada por la
economía convencional, en particular la de la Escuela de Chicago, de la que Becker es un
miembro prominente. A fin de evitar esta tendencia y mantener el mundo seguro para la
maximización individualista, Becker y Tomes adoptan la postura obvia, aunque extrema, de
suponer ¡una reproducción asexual! Una cosa es que se haga abstracción de lo incidental
para destacar lo fundamental. Otra cosa es que se haga abstracción de lo fundamental
para salvar un modelo. Cuando el hecho concreto de la reproducción sexual entra en
conflicto con las abstracciones de la maximización individualista, los autores se aferran a
sus abstracciones como algo más real. Becker y Tomes tratan de convencer al lector, sin
lograrlo en nuestra opinión, de que este supuesto absurdo se formula sólo por conveniencia
de la exposición y de que nada importante depende de él (Daly 1982).

La concentración en las matemáticas, en lugar de prestar una atención empírica a la


realidad física, afecta también a un argumento crucial de Julian Simon en The Ultimate
Resource. Simon quiere demostrar que no necesitamos preocuparnos por las escaseces
absolutas de los recursos naturales. Dice Simon:

La longitud de una línea de una pulgada es finita en el sentido de que está limitada
en ambos extremos. Pero la línea que se encuentra entre los puntos terminales
contiene un número infinito de puntos; estos puntos no pueden contarse, porque no
tienen un tamaño definido. Por lo tanto, el número de los puntos existentes en ese
segmento de una pulgada no es finito. Similarmente, la cantidad de cobre que
estará siempre a nuestra disposición no es finita, porque no hay ningún método (ni
siquiera en principio) para contarla apropiadamente [Simon 1981, p. 47].

Adviértase que Simon pasa del concepto de la divisibilidad infinita al de la cantidad infinita,
de la infinidad de puntos en una línea a la infinidad de cobre en el subsuelo, sólo con la
palabra “similarmente” para salvar la brecha. No hay duda de que las propiedades
abstractas de los números pueden usarse para describir muchos hechos acerca del cobre,
pero no toda propiedad de los números abstractos está obligada a transmitir una verdad
concreta acerca del cobre.

Un ejemplo final tiene que ver también con la disponibilidad de los recursos. Arguye Lester
Thurow:

En el contexto del crecimiento económico nulo y de otros países, se esgrime a


menudo un falaz “argumento de la imposibilidad” para demostrar la necesidad de un
crecimiento económico nulo. El argumento se inicia con un interrogante. ¿Cuántas
toneladas de este o el otro recurso no renovable necesitaría el mundo si cada uno
de sus habitantes tuviera los patrones de consumo disfrutados en los Estados
Unidos? La respuesta pretende ser un número fantástico por comparación con las
existencias actuales de tales recursos. El problema del interrogante y de la
respuesta es que suponen que el resto del mundo alcanzará los patrones de
consumo del norteamericano medio sin alcanzar al mismo tiempo los patrones de la
productividad del norteamericano medio. Por supuesto, esto es algebraicamente
imposible. El mundo puede consumir sólo lo que pueda producir. Cuando el resto
del mundo tenga patrones de consumo iguales a los de los Estados Unidos, estará
produciendo a la misma tasa y proveyendo un incremento igual a las existencias
mundiales de bienes y servicios igual al que provee a la demanda de bienes y
servicios [Thurow 1976, p. 40].

Al profesor Thurow le gustó tanto este argumento que lo reprodujo literalmente, cinco años
más tarde, en el Capítulo V de su libro, por lo demás admirable, The Zero-Sum Society
(1981, p. 118). Thurow apela a las convenciones contables abstractas del flujo circular del
valor de cambio a fin de “probar” que el flujo físico de los recursos no puede ser jamás una
restricción para el crecimiento económico. Sostiene que no es sólo posible que se
generalice a todo el mundo el patrón del consumo de recursos de los Estados Unidos, sino
que es ¡”algebraicamente imposible” que ocurra de otro modo! Olvidémonos de las
toneladas de recursos no renovables y todos estos números “diseñados” para que resulten
fantásticos. ¡La producción agregada es igual al ingreso agregado, y eso es todo lo que
cuenta! Desafortunadamente para el argumento de Thurow, el álgebra de las identidades
contables del flujo circular no nos dice absolutamente nada acerca de la adecuación de los
recursos biofísicos para el sostenimiento a nivel mundial de una tasa de uso per cápita de
los recursos naturales igual a la de los Estados Unidos (Daly 1985).

Se han presentado suficientes ejemplos para dotar de crédito a la aseveración de


Georgescu-Roegen, antes citada, en el sentido de que la concreción injustificada es el
pecado capital de la economía convencional. Estos ejemplos tampoco pueden destacarse
como si fuesen espantapájaros. Hemos citado sólo a economistas merecidamente
respetados, de diversas inclinaciones ideológicas, profesores de universidades tan
prestigiosas como Chicago, MIT, Maryland y Yale. No pretendemos impugnar su prestigio
profesional, sino sólo señalar que cuando los mejores economistas caen tan fácilmente en
la trampa, debemos tener mayor respeto por la trampa y cuidarnos más de ella.

PARA EVITAR LA FALACIA

¿Cómo podremos protegemos de la concreción injustificada en la economía? Para


principiar, podríamos prevenir a los estudiantes a ese respecto, en los primeros capítulos de
los textos de economía elemental, como lo hemos hecho ya para la falacia de composición,
la post hoc ergo propter hoc, la petitio principii y otros atracos latinos en contra de la razón.
Hasta donde hemos podido discernir, ningún texto menciona la falacia de la concreción
injustificada. Los textos hablan de la abstracción, pero sobre todo para destacar sus
poderes, no sus peligros.

Debemos admitir que no es fácil evitar la concreción injustificada. Simplemente, no


podemos pensar sin la abstracción. “Abstraer” significa literalmente “alejarse de”.
Podemos alejarnos de la experiencia concreta en direcciones diferentes y por distancias
diferentes. Esperar un juicio perfecto en la elección de la dirección y la distancia de la
abstracción apropiadas para cada argumento, sin mezclar jamás los niveles en medio de un
argumento, es esperar demasiado. Parece ser que siempre tendremos que cometer esta
falacia en alguna medida, y debemos pensar en reducirla al mínimo en lugar de eliminarla
por completo. Por ello, ésta es una falacia muy sutil: es más una limitación general del
pensamiento conceptual que un error de lógica.

Sin embargo, hay dos reglas prácticas que nos ayudarán a reducir al mínimo la concreción
injustificada. Una de ellas es, como dice Whitehead, “recurrir a lo concreto en busca de
inspiración”. Una técnica para regresar a lo concreto consiste en examinar las cuatro
nociones aristotélicas de la causa. Estas cuatro causas (material, eficiente, formal y final)
pueden explicarse por referencia a una casa. La causa material es la madera, los ladrillos,
etc., con los que se hace la casa. La causa eficiente es el carpintero y sus herramientas,
quienes cambian la forma del material. La causa formal es el plano seguido por el
carpintero. La causa final es el propósito de la construcción de la casa: por ejemplo, el
abrigo y la privacidad. En el campo de la economía, nuestra atención se concentra
preponderantemente en las causas eficientes y las formales. Si recordamos también las
causas materiales y finales, será menor la probabilidad de que cometamos la falacia de la
concreción injustificada. Decía Whitehead: “Una cosmología satisfactoria debe explicar el
entrelazamiento de la causación eficiente y la final” (1929a, p. 28). Lo mismo ocurre en el
caso de una economía política satisfactoria.

Difícilmente podría acusarse a Whitehead, el coautor de Principia Mathematica, de albergar


un prejuicio vulgar contra el pensamiento abstracto. Sólo insiste, como un buen
economista, en que ponderemos constantemente los costos de nuestras abstracciones
particulares con sus beneficios, y en que estemos dispuestos a recurrir a lo concreto una y
otra vez.

Whitehead describe como sigue los costos y los beneficios de la abstracción:

La ventaja de confinar la atención a un grupo definido de abstracciones es que así


confinamos nuestros pensamientos a las relaciones definidas, claras... Todos
conocemos esos intelectos precisos, agudos, inamoviblemente encasillados en un
caparazón de abstracción. Nos mantienen pegados a sus abstracciones por la
simple fuerza de su personalidad.
La desventaja de prestar atención exclusiva a un grupo de abstracciones, por bien
fundadas que se encuentren, es que, por la naturaleza del caso, nos hemos
abstraído del resto de las cosas. En la medida en que las cosas excluidas sean
importantes en nuestra experiencia, nuestros modos de pensamiento no podrán
manejarlas [Whitehead 1925, p. 200].

La segunda regla práctica, relacionada con la anterior, consiste en evitar la especialización


profesional excesiva.

Son grandes los peligros derivados de este aspecto del profesionalismo, sobre todo
en nuestras sociedades democráticas. Está debilitada la fuerza rectora de la razón.
Los intelectos líderes carecen de balance. Ven este conjunto de circunstancias, o
este otro, pero no ven ambos conjuntos juntos. Se deja la tarea de la coordinación a
quienes carecen de la fuerza o del carácter necesarios para triunfar en alguna
carrera definida. En suma, las funciones especializadas de la comunidad se realizan
mejor y más progresivamente, pero la dirección generalizada carece de visión. Los
progresos en el detalle sólo agravan el peligro producido por la debilidad de la
coordinación [1925, p. 200].

Este peligro es un aspecto de la falacia de la concreción injustificada, como lo indica el


párrafo siguiente de Whitehead: “Hay un desarrollo de abstracciones particulares, y una
contracción de la apreciación concreta. Se pierde el todo en uno de sus aspectos” (1925, p.
200).

Los campos de la economía que se ocupan más del todo y lo concreto, como la historia
económica, los sistemas comparados, la historia del pensamiento económico y del
desarrollo económico, debieran destacarse más, no sólo por su propia utilidad, sino también
como un antídoto contra los niveles casi tóxicos de la abstracción enrarecida que
encontramos en los “cursos medulares”.

El reconocimiento de la falacia de la concreción injustificada resulta particularmente


importante para el establecimiento de la economía a favor de la comunidad, porque la
comunidad es precisamente la característica de la realidad de la que más consistentemente
se ha hecho abstracción en la economía moderna. No necesitamos un teorema más,
exprimido de las premisas del individualismo metodológico mediante una prensa
matemática más poderosa, sino una premisa nueva que restablezca el aspecto crítico de la
realidad del que se ha hecho abstracción: la comunidad.

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