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Experimentos de planos inclinados

Los experimentos de caída de bolas por planos inclinados han pasado a la


historia de la ciencia por un doble motivo. Por un lado, porque mediante ellos
Galileo demuestra que los cuerpos caen con una aceleración constante; o, en la
forma en que él lo expresó, que cuerpos ideales -sobre los que no actúan fuerzas
de rozamiento ni ningún otro factor que interfiera en la caída- recorrerán al caer
una distancia que aumenta con el cuadrado del tiempo transcurrido. Esos
resultados sirvieron para establecer la mecánica como una ciencia y prepararon
el camino para que Newton, unas décadas después, enunciara las leyes de la
mecánica y de la gravitación universal. El segundo motivo es que dio carta de
naturaleza al experimento y la expresión matemática de los resultados como
método de obtención de conocimiento. Experimentos se habían hecho ya antes,
también en la Edad Media, contrariamente a lo que mucha gente piensa, pero lo
que no se había hecho era expresar los resultados en términos matemáticos,
permitiendo de ese modo incorporar un lenguaje objetivo y universal como
vehículo de expresión de los hechos científicos.

El problema que había en relación con la caída libre es que la velocidad de caída
aumenta muy rápidamente, y si no se cuenta con instrumentos de gran
precisión, no es posible medir debidamente el tiempo que tarda el cuerpo que
cae en cubrir diferentes distancias. Por esa razón, Galileo buscó un método
alternativo y pensó que debía “diluir” el efecto de la gravedad. Para eso se le
ocurrió utilizar planos inclinados por los que echaba a rodar bolas y medir el
tiempo que tardaba en recorrer ciertas distancias. Los planos con la mínima
inclinación son los que permiten mediciones más precisas, ya que son los que
más “diluyen” el efecto de la gravedad y propician una velocidad de caída más
lenta, siempre, claro está, que se minimice el rozamiento o el efecto de cualquier
otro factor que pueda interferir. Pero para poderlo hacer, debía estar seguro de
que la caída por planos inclinados tiene propiedades equivalentes a la caída
libre, aunque se haya “diluido” el efecto de la gravedad.

Argumentó que la velocidad que adquiere un cuerpo rodando por un plano


inclinado no depende de la inclinación del plano, sino de la altura que salva el
cuerpo que se deja caer. La idea la extrajo de un experimento con un péndulo al
que se añade un clavo en una posición intermedia entre el punto del que pende
el hilo y el punto más bajo de la trayectoria del cuerpo que se desplaza (en su
caso, una bala de plomo). Al dejarla caer desde el punto de partida, la
trayectoria de la bala se altera al llegar el hilo a la posición vertical (y la bala al
punto más bajo de la trayectoria), pues en ese momento, el clavo colocado bajo
el punto del que pende el hilo se interpone en la trayectoria de éste y obliga a
que pivote sobre él, reduciéndose así la longitud del péndulo. Sin embargo, la
bala llega a una altura que es la misma que la del punto desde el que partió y, a
continuación, reinicia su movimiento pendular retornando al punto de partida,
esto es, cuando el péndulo recupera sus condiciones iniciales. La observación
crucial aquí es que la velocidad a la que pasa la bola por el punto más bajo de su
trayectoria es la misma en las dos direcciones, dado que en ambas alcanza
después la misma altura. Esto es, la velocidad con la que llega a ese punto más
bajo no varía con la longitud del péndulo, sino con la altura que salva al bajar.
A partir de esa observación, Galileo argumenta que si una bola rueda por un
plano inclinado hacia abajo y, a continuación, prosigue su movimiento por otro
plano inclinado hacia arriba, la bola alcanzará en su trayectoria la misma altura
que la del punto del que partió, de forma similar a como ocurre con el péndulo.
Y a semejanza del péndulo truncado, da igual que la pendiente de subida sea
más alta o más baja; eso sólo hará variar el cambio en la velocidad (que siempre
es máxima en el punto inferior), pero no la altura que salva, que dependerá de la
velocidad con que inicia la subida.

Si se ignoran las sucesivas pérdidas de impulso debidas al rozamiento, está claro


que en ambas direcciones la bola pasa a la misma velocidad por el punto más
bajo de su trayectoria, igual que ocurre en el péndulo, con independencia de
cuál sea la pendiente del plano. Así, puede imaginarse un plano cada vez más y
más inclinado -con una pendiente cada vez mayor- y la bola siempre llegaría al
punto más bajo a la misma velocidad. Pues bien, esa inclinación del plano
llevado al extremo consistiría en dejar caer la bola en caída libre: también
llegaría la bola al punto más bajo a la misma velocidad.

A partir de esa conclusión ya podía hacer los experimentos en los que medir el
tiempo que tardaba una bola en recorrer diferentes distancias. De esa forma
estableció la ecuación d = ½ g t2, en la que d es la distancia recorrida por la
bola, t es el tiempo que tarda en recorrer esa distancia y g el valor de la
aceleración debida a la gravedad, que depende de la inclinación del plano,
siendo máxima cuando la caída es libre o, lo que es equivalente, cuando el plano
es perpendicular a la superficie de la tierra.

Lo paradójico de estos experimentos es que se han suscitado curiosas dudas


sobre ellos. El historiador de la ciencia Alexandre Koyré puso en duda que
fueran experimentos reales, pues no creía que los medios con los que contaba
Galileo para medir el tiempo fueran tan precisos como para arrojar unos
resultados que permitieran obtener la ecuación anterior. Según él es muy
posible que Galileo llegase a esa ecuación de forma deductiva y los
experimentos, que habrían dado resultados sólo aproximados, tendrían valor
meramente ilustrativo o, a lo sumo, habrían servido para verificar que la
deducción era básicamente correcta. Peter Dear (1995), por su parte, ha escrito
que Galileo no describió ningún experimento ni registró los resultados de forma
detallada, sino que se limitó a decir que utilizando un dispositivo determinado,
descubrió que los resultados concordaban exactamente con sus supuestos
teóricos (dice que repitió las pruebas “cien veces”). Un poco más arriba había
escrito que los había hecho “a menudo”, lo que, según Dear, son formas de decir
“tantas veces como queráis”. A la hora de valorar estas opiniones más o menos
escépticas, conviene recordar también que la deducción de Galileo no es del
todo original, sino deudora de la demostración geométrica realizada por Oresme
(1323-1382) del llamado Teorema de Merton de la velocidad media (demostrado
a su vez en forma algebraica por William de Heytesbury en 1335).

A pesar de las dudas, también ha habido autores que han reproducido los
experimentos de la forma en que los describió Galileo y han obtenido resultados
precisos y acordes con las expectativas. En todo caso, de lo que no cabe duda es
de que Galileo abrió un camino para la ciencia que es el que se ha seguido desde
entonces y se ha consolidado como parte esencial de la misma práctica
científica. Y este experimento de las bolas resulta, incluso si sólo llegó a ser un
experimento mental, desde ese punto de vista, modélico.

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