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Aduana de Libros

De improvisto desperté, no por ser un buen soñador o por demostrarle a la alarma que no la
necesito. La primera impresión fue una tranquilidad ignota y el sonido de la alarma sonando
en acto seguido. El ventilador se había muerto, entonces caí en cuenta que se había ido la
energía eléctrica, el augurio instantáneo del calor de la mañana.

Inmediatamente el inconsciente comenzó a hacer de las suyas, en su rutina imperceptible.


Cuando volví a mi yo planificador, me encontraba terminando de introducir un libro y papeles
que habían faltado la noche anterior. Salí apresurado de casa, como suelo caminar
habitualmente, llegar temprano era menester para continuar la investigación en curso. Tenía
que evitar cualquier atisbo de maliciosos e inútiles pensamientos.

Tome la nueva ruta de la antigua ruta de Bolívar. En medio de ella trate de leer un poco, pero
solo incentivaba la fastidiosa somnolencia. No tuve más opción que reflexionar viendo por una
ventana. El tiempo no existía mientras cavilaba sobre nociones, mociones y filosofemas que
fueran articulando lo ya acumulado. Cuando volví en mí, vi la estatua de Atenea todavía
incólume desde que fue traída en tiempos prósperos de la ciudad. Fue el atisbo que ya me
acercaba a mí lugar de bajada.

Caminaba por el mismo trayecto de siempre hasta llegar a la Biblioteca, cuantas veces no he
detallado el camino. Los vestigios de las casonas y uno que otro edificio modificado a lo largo
de los años. La pululante ágora callejera, donde convergen todo tipo de ciudadanos: mecánicos,
vendedores de frutas, oficinistas, etcétera; cada uno siguiendo su propio engaño mental
mientras continuaba con el mío. Al llegar salude a los estimados funcionarios que hacía tiempo
no veía, deje mis cosas y fui directo a indagar en una terminal de la Red-esfera, si en ese sitio
hallaba lo apremiante.

Imperturbable me mantuve al darme cuenta de lo obvio. No había esa clase de libros de los
autores que indago. Solo halle los pobres diablos famosos que todo el mundo conoce. Sin más
remedio, me decante por uno. Sin embargo, súbitamente apareció una maga que al parecer de
niña era bruja; dada su curiosidad y amor por la sabiduría la conduje a los estantes donde
algunos libros susurran cosas. Gracias a su presencia o el hechizo de estar ahí, mis ojos se
detuvieron y observe un libro curioso. Vaya sorpresa mientras ella escogía algunos que le
sugería. Cuando vi la portada, recibí un puño filosófico al encontrar ese libro y autor tan
desconocido, Creador de mundos y utopías astrales, que solo reflejaban su realidad.
De la emoción y felicidad tan olvidada, deje un poco a un lado la supuesta labor que
emprendería. Era de mostrar mi gratitud con la bruja-maga y le lleve un libro de hechizos
femeninos. Fraguaba en silencio mi estratagema y dio resultado. Uso uno de sus conjuros con
su bolígrafo mágico y me hice de tan apreciado y olvidado autor. Luego de continuar el diálogo
sin fin, tuvo que irse a cuidar de un niño poseído, me dijo que lo utilizaría para probar en él sus
dotes medicinales.

Luego de acompañarla, regrese convencido que esta vez hallaría algo. Tal fue mi decepción
que solo tuve la opción de indagar en mi propia terminal de la Red-esfera. Consecuentemente
todas las ideas fueron tomando forma, digitaba en la ilusoria hoja en blanco. Tragedia,
pesimismo, cosmismo, cosmicismo, realismo... en medio del caos de tantas referencias el
cosmos hilaba las redes que el supuesto dios Indra oculta.

Concluyendo la poca pero fructífera labor, un venerable señor se me acerca y me pregunta por
un periódico local, y para mi sorpresa era un viejo sabio que conocía. Se encontraba haciendo
lo que hice multitud de veces, recopilando archivos, en su caso, toda la redacción, dibujos y
demás labores que le dieran soporte a la tramitología burocrática para su inminente Jubilación.

Algo pasaba, dos momentos felices en un día no me suele pasar, no había nada raro en el asunto,
concluí. Tome mi camino de regreso para llegar a tiempo, a la negación del ocio, con lo cual
no hay ocio posible. Al llegar a casa aún no había electricidad, pero como digno descendiente
de Lucifer, portaba la Luz y en un par de minutos, volvió la eléctrica energía.

José Luis González Puentes

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